88.
—88—
—Esa a la que buscas; ya no está —contestó sin temblor aquella vocecita a la que se le había apresurado para madurar y Gail, ante la claridad de sus palabras; se entendió herida por obra de sus propias manos.
—Desearía... no imaginas cuánto desearía... regresarnos. —alcanzó a decir arrastrando aire entre latidos porque su presente la aplastaba.
Lágrima tras otra, el rostro deshecho en humedal, sin poder anular ni dejar ser el cariño que a borbotones le floreaba; Gail tuvo que aceptar que ya nada era ni sería lo que alguna vez fue porque, esquemática y de lengua cosida a la perfección: Moira Proust había cambiado tanto que ya ni siquiera poseía ternura en la voz.
A quien todos conocían y presenciaban como al mismísimo sol se apagaba porque algo de cuantiosa valía se le había fraccionado.
Desesperada, estando frente al árbol que había torcido, Gail ansió sacar aunque fuese un poquito de su enorme frustración e implorando sofocar dolor con más dolor, se mordió hasta sangrar. Sin quitar la mirada de su fruto corrompido; al cual nombró desde ese instante y para siempre "su primer gran error verdadero", cuando tuvo la saliva abarrotada de hierro y sal, quiso aullar igual que un animal que se sabe muerto.
Mas su grito no tuvo fuerza para romper la barrera de los dientes.
Nadie, además de su imposible, pudo escuchar cuando suplicó:
—¡Quisiera devolvernos al momento exacto en que me atreví a tocarnos!
—Así como yo no puedo recobrar lo que ya no tengo, vos tampoco puedes regresar el tiempo. —le recordó Moira sin ninguna otra intención que hacerla aterrizar.
Enfrascada en una situación en donde tenía la batuta y también la delantera, la contradicción chocaba en cada esquina del cerebro de Moira. Si se tratara de aprovechar para desquitarse una de tantas: ahí estaba la oportunidad y sin embargo, desde lo más profundo de su ser; las ganas ni siquiera se le asomaron.
«¿Por qué?» se preguntó y cuando halló la respuesta, no caviló en aceptar que Gail Hooper estaba en un plano físico muy distinto de donde yacía Olmos Larraín.
A él le debía, como mínimo, una disculpa por quizás haberse jodido la vida para lo que les restaba en su eternidad. A ella, por el contrario, no le debía nada y pese a las tantas veces que ésta le hubo maltratado, en pleno derecho para marcharse; eligió quedarse.
Aquel gesto, que no era ni por lástima ni consuelo, la enamorada quiso cosecharlo.
Tomando ese rostro delicado que desde siempre quedó pequeño entre sus manos, Gail intentó por todos los medios buscar un indicio de chispa para encenderse una velita en nombre de la esperanza.
«Sé que puedes quererme a mí de la misma forma en que yo te quiero» le decía sin usar la boca pero, por cada invitación a la probabilidad de un "sí, aquí estoy para vos" en más trozos se partía la antigua Moira.
Aterrada y sin obtener más que destrucción y polvo, Gail comprendió que debía detenerse. No había cinta, pegamento ni hilo con el cual hacerse para reparar el daño perpetrado en Moira y esa incapacidad humana de no lograr enmendar sus faltas como era lo requerido; la llevó a sentir un malestar de estómago enfermo pero, en vez de que le doliera el abdomen una presión en los costillares intentó matarle.
—No me es posible alterar el tiempo. No puedo... no puedo volver sobre mis pasos, pero vos... vos puedes... con vos yo puedo, yo quiero... Moira pídeme lo que quieras.
—Hooper: lo que me falta no puedes dármelo.
—¡¿Pero y q-qu-qué te hiciste?! —preguntó por preguntar.
Gail no pretendía la verdad porque la sola presunción de dicho conocimiento le hacía empequeñecer por completo.
—Nada que vos no le hayas hecho ya a tu cuerpo.
«Así que a eso nos forcé. A eso nos llevé» lamentó, perdiendo la mirada en lo que fue de sus andares.
Atrapada y sin salida, Gail le permitió la derrota a sus brazos y dejándolos caer sobre sus costados, su piel extravió el tacto de Moira porque urgió de abrazarse para evitar que los pedazos de su corazón enfermo de amor envuelto de arrepentimiento, le reventaran el torso entero.
—¡¿Y qué demonios se supone que haga con esto?! —reclamó en vano enseñándole a Moira manos temblorosas y vacías que suponía repletas de sentimientos profundos pero abstractos.
—Quédatelo —y cerrándole las manos, Moira añadió: —Quédatelo y tal como me enseñaste; sigue siempre hacia delante.
No había saña en Moira cuando devolvió el amor que Gail le profesaban y ella, sabiéndolo desembocó en pesado llanto. Lágrimas que parecían guijarros le brotaban de entre las pestañas cuando exclamó:
—¡Maldigo el día en que, por amor o capricho; puse más que mis ojos en vos! —y, sin molde ni recetas para auto preservarse, volvió a hablar amparándose en las fauces de lo que ya había comenzado a repudiar. —¡Maldita seas, Moira Proust, maldita seas!
Apretujando los ojos, Gail invocó a la ira para exterminar lo que sentía por Moira y, si para llevar a cabo tal cosa tenía que desaparecer a la fuente de su mal de amores, no le importaba purgar años de prisión porque, según lo demandó su mente; extinguirla a pisotones como si de un cigarro rancio se tratase se tornaba conveniente para dejar de quererla pero, pudiendo usar palabras ni eso brotó en su contra.
«¿Y qué se hace cuando no puedes morir ni matar?» se preguntó sorprendida y a tumbos de conciencia.
Puesto que nunca antes se empujó a tanto, Gail se contempló inhabilitada para atacar o para hacer mal. Por amor o por lo que fuese eso que sentía: no podía expeler obscuros sentimientos porque sin contar que tan venenosa era la estirpe que la había criado, pesaban mucho las semillitas que otros le inculcaron sobre el buen querer.
—No. No debo. No quiero. No tengo porqué maldecirte a vos. Maldito sea mi corazón. Ya lo dijo Dalton: el amor me cae más mal que la primavera.
—Esas son las palabras que mejor le van a tu boca. No este lagrimeo aguado. —repuso Moira —Sé cómo recalibrarte la cabeza. Ven.
Un abrazo, corto pero consistente, fue lo que Moira obsequió a Gail y ella, en vez de relinchar por el contacto físico, obtuvo confort. Se sentía tan a gusto bajo la sombra de Moira que hasta los dolores más profundos parecían esfumársele.
«Aquí. Justo aquí es donde quiero quedarme» anhelaba tal como lo haría cualquier humano que cae rendido ante su primer encuentro con lo que cree que es amor, y queriendo sentir como lo demandaba el estar viva porque así se lo exigía la vida: Gail se propuso amar sin impedimentos y si para conseguir tal lujo tenía que fallecer varias veces, pues iba a morir.
Pero moriría intentándolo.
—Algún día, alguna vez: me vas a querer.
—Ya se te pasará. Son cosas de la edad.
—¿Y qué hago si no se me pasa?
—Shhh. Cállate. Loca y maldita adolescencia, aplácate.
—Maldita sea también la menopausia —irrumpió de golpe Javier Bloise y ante la mirada consternada de las señoritas, posó sus brazos por encima de los hombros de ellas para decir:
—Esto pinta bastante raro. Normalmente es Moira la que llora, no vos y honestamente no quiero ni tengo gana de meterme en sus broncas. De hecho: los pleitos de faldas me dan ñáñaras y como no entiendo eso de "matarse en silencio" pienso que lo mejor sería que se agarren a lo piñata de comuna y luego la paren. Llevan años de años mordiéndose la cola y en mi humilde opinión: no veo que vayan hacia ningún lado ¿No sienten pena? ¿No ven que toda esta mierda está por acabarse? ¿Así es como quieren recordar lo que fue de sus últimos días de Colegio?
—Siempre apareces cuando uno menos te espera. —se quejó la que lloraba obligándose a tapar su sufrimiento a pringa de ironía y sarcasmo.
—Pero extrañamente: es cuando más se te necesita.
—Y cuéntame Moira ¿hoy para qué soy bueno?
—Échame una para juntar este pedazo de lo que se supone es Hooper.
—¡No, esperen, no! ¿adonde me llevan?
—¡Al agua, pato!
Y así, escoltando a la chica de ojos llorones, aquel par de buenos amigos hicieron lo que debían de hacer para asentarle a Gail el revoltijo de sentires que todavía la tragaban cuando otros se percataron de su presencia.
—¿Quieren matarme? —dijo entre dientes al no poder dar marcha atrás. —¿Qué no ven que no estoy lista para nada de nada?
—Nadie nace listo —le aseguró Bloise.
—Y justo por eso: en vez de darte el meñique, te damos la mano.
A empujones: Gail Hooper Uberti. Con las alas rotas y algo encorvada, buscó la ascensión en una cuesta inacabable.
Tenía los ojos enjugados cuando solicitó la confidencia de Darío Elba y éste, en vez de amagarle la pena; la condujo hasta su inmaculado escritorio y ya ahí; la subió a la mesa.
De pie y a la orden de la vista pública: abajo, absortos la miraban.
—C-cr-creo que... creo que se nota que no estoy bien —comenzó a decir en medio de un ruido mocoso que solo servía para que la luz de un reflector imaginario se posara y se hiciese más y más intensa sobre lo negro de su melena.
—¿Qué mierda te pasa? —le preguntó Romee sin guardarse reservas de ningún tipo porque según el código de amistad que las regía desde pequeñas: así se trataban.
—Pasa... pasa que... que... ¡que sangro como posesa! —y ante semejante confesión piadosa, las caras de la mayoría se aturraron.
—¡Gracias a la genética que no nos viene! —promulgó Froilán Araujo con los puños alzados y varios "amenes" masculinos se replicaron.
—Caballeros —solicitó Darío —Respeto, por favor.
—¿Y ya tomaste algo?
—¿Eh? —expresó la doliente bastante extraviada.
—Que si ya tomaste algo para los cólicos menstruales.
—Mira que debe dolerte demasiado y estar bastante desajustada de hormonas para llorar así de feo. Si no eres alérgica a éste analgésico puedes usarlo pero, antes dime qué síntomas tienes, ¿no estarás enferma de algo más?
—Gracias Camille —y ante aquella muestra de bondad inesperada, Gail comenzó a sentir un alivio distinto del que halló en los brazos de Moira.
Tras suspirar un par de veces, palpó el filo del cartón de pastillas que tenía en la mano y, al levantar la mirada: se encontró con gente no más ni menos parecida a lo que era ella.
La de la piel constelada: aguardando. Lindo: sonriéndole sin ánimo de castigarla. Braun: sin interés alguno y de brazos cruzados. Moira: estando y no estando a su lado. Bloise: incitándola al coraje y el resto, incrédulos de los menesteres de sus años.
—Sí, —aceptó— estoy enferma. Padezco de... de algo en lo que nunca antes reparé y... y... mi problema real consiste en que no hay de esto: —enseñando los analgésicos que Camille Sauterre acababa de obsequiarle, Gail abrió más que la boca para sus compañeros.
—No hay medicina ni métodos para palear la adolescencia y hoy, con mis dieciocho a la vuelta de la esquina, me he dado cuenta de que me agarró la tarde. Y-y.. y yo o no sé... no sé como jugar éste juego donde se debe de sumar lo que traemos al nacer. Lo que nos hacemos en contra y a favor de nuestra voluntad y también... los estragos... los estragos que nos dejan los corazones... los corazones trastornados.
Tácito: Gail Hooper acababa de revelar que ella sabía qué era enamorarse y al expresar su más grande verdad, ya no sólo para la persona a quien correspondían sus afectos sino para lo que ahí significaba el mundo entero; había tocado fondo y también el suelo.
Bajándose de la mesa, la sinceridad rasgó la última capa de lo que aparentaba ser y una lágrima se precipitó por su quijada.
—Estoy... estoy... no. Trato de estar frente a ustedes y, hecha una mierda: escojo cumplir así sea que muera por la tarde. Hoy por hoy quiero creer que a mi edad soy más que un simple mortal y no hablo sobre lo mío para provocar lástima, comprensión ni empatía ¿Quién soy yo pedir lo que no me he ganado? Sé bien que debo... que debo demasiado y quiero... no, no sólo quiero: voy a saldar cada una de mis deudas pero para mientras, déjenme... por favor, déjenme sentirme útil... Por favor, permítanme... permítanme vivir con ustedes la última ilusión que nos queda por labrar.
No hubo aplausos y no porque Gail no los mereciera. En medio de un cuchicheo opacado por la rayería de afuera, todos decidieron hacer tangible un sueño esporádico. Iban a tejer, para Gail y para ellos, lo que les quedaba de Colegio a pedacitos de alegría. Trabajarían como en tiempo pasado: jugando a ser grandes sin dejar de lado la melancolía insaciable de lo que alguna vez fue su infancia.
Etapa donde, de todos, sólo Nina Cassiani pensaba desde pequeña en lo que ya comprendía su mañana y aun así, con la cabeza atiborrada de saber atemporal: ese lunes de octubre también quería jugar a ser más de lo que la sencillez de sus años le dejaban ser.
—Bloise me contó lo del cuestionario que servirá de filtro. Me ofrezco para hacerlo —dijo cortando el silencio con mucho entusiasmo.
Nina solicitaba participar para ayudar a Gail y también por placer propio. Se sabía de memoria todos los mitos y hasta las variantes narradas entre escritores griegos y romanos; hacer dicho cuestionario histórico significaba horas de entretenimiento y diversión al releer sus amados libros arcaicos.
—La idea es que un porcentaje bien curado logre pasar, Darling.
—No que sólo vos y el Maestre Loucel puedan cumplir con el requisito. —complemento Moira lo que ya Borya Grigorieva veía venir.
Si Nina hacía el cuestionario: nadie que formase parte del estudiantado podría llegar a resolverlo.
—Sólo es un poquitín de historia. —explicó juntando el índice y el pulgar a la vez que hacía un guiño y sacaba la lengua.
—¡Ay, Nina! ¿Ya no te acuerdas lo que nos pasó este año cuando nos pidieron hacer un lema para la cartelera del mes de los enamorados?
—¡Pero si estaba fácil de leer!
—Nina: aquella cosa no decía "Feliz día del amor y la amistad" en cristiano.
—Pusiste palitos y figuritas...
—Corrección: no eran "palitos y figuritas". Expresé el concepto del amor mediante una fórmula química. —se defendió Nina.
En el pasado mes de febrero; no concebía el amor más allá de una reacción de los procesos químicos del cuerpo humano.
Distinta sería la historia si en ese momento de octubre le pidiesen que hablara sobre lo que sentía por Darío Elba.
—Ok, me corrijo Fahrenheit: pusiste fórmulas químicas para manifestar un sentimiento que únicamente el Profe Meza y vos supieron interpretar y dicho esto: pues no. No podemos dejarte hacer el cuestionario.
—Eran sépase cuántos más. De por sí no estás contando a Chiyo Teixeira... —y de inmediato, la pelirroja se auto regañó por hablar sin pensar sobre la que fue la última novia de su mejor amigo.
Bloise hizo el ademán de cerrarse la boca con un zipper y prefirió callar. Murmurando, sus compañeros de salón teorizaban sobre los verdaderos motivos por los cuales él ya no estaba en plan de amores con la joven más guapa de todo el Colegio.
—Ey, ustedes tres —llamó Gail a Bloise, Andrew y Adler. —¿Aceptan hacer el cuestionario?
La Vice Presidenta del salón consultaba aquello con la intención de extinguir el polvorín que Nina había iniciado y también para desviar la atención sobre Javier Bloise y, a pesar de que en otros tiempos habría sido la primera ponerle más gas al fuego, ésta ya no era la ocasión.
De esas mañas eran de las que Gail deseaba librarse y gota a gota, con empeño y esmero lograría llenar su copa de redención.
—Pero yo no soy bueno con los cuentos chinos de Historia —admitió Marcelo Alder.
Para él, esa materia hacía de su talón de Aquiles y, lastimosamente, también lo era para su compinche Javier Bloise.
—Y yo sólo me sé lo necesario para pasar raspadito pero con la frente en alto.
—A veces me siento bien "x" cuando me sacan de la relación —dijo con harta pena Mike Andrew —¿Y quién es el que siempre les ayuda a pasar los exámenes y a resolver las tareas?
—Es que no te queremos explotar.
—Te jodemos con lo mismo casi que a diario, no es que te dejemos de lado Andrew.
—Por eso lo dije. Hacen un buen combo —apoyó Gail —Si Andrew lo arma y ustedes consiguen pasarlo con una nota honorable, una parte de la población también podrá hacerlo.
—Está bien. Seremos conejillos de indias. —aceptaron Marcelo y Javier mientras que Mike, triunfante, hacía su baile de la victoria. Le subía el autoestima el saberse encargado de algo esencial.
Poco a poco, las responsabilidades fueron asignadas. Había quienes se postulaban a voluntad, a otros se les tenía que animar a perder el miedo y en algunos casos, como era el de Melania Braun, se les promovía a sacar a relucir sus talentos escondidos.
—Anda, Braun. Hazte cargo de los afiches. —pedía Marguerite Paget dándole sacudidas graciosas que hacían parecer a Melania como hecha de gelatina.
—Es que no creo que me salgan decentes. Los del Festival pasado fueron un golpe de suerte ¡Ya no me sacudas que me ablandas, Ma-aag-iee!
—Eso no se llama suerte. Se llama talento y de que lo tienes: lo tienes, Honey. —confirmó Borya no adulador pero sí entusiasta de que fuese ella quien hiciera los artes para publicitar el evento —Y de paso, cuando ajustes los tonos y contrastes en mi fotografía, arréglame esta mecha mal puesta que me sale aquí por este lado. Pásame un poquitín de Shotopof, ¡pero nomás tantito!
—¡Ay no! ¡Te oyes tan corriente cuando dices "Shotopof", Borya! ¡Habla bien o le digo a mami y papi que nos dejas en vergüenza!
—¡Pero me gusta decir Shotopof! ¡Shotopof, Shotopof, Shotopof...!
Y en medio del correteo de los Grigorieva por todo el salón de clase, luego de disculparse con Bloise por su imprudencia, Nina también se quejó en voz alta.
—¿Y yo qué hago? —consultó con angustia al ver que definitivamente se quedaba sin hacer algo de lo que realmente le interesaba.
—Podría ayudar con el vestuario —intervino Darío y seguido de su idea: el resto del alumnado se carcajeó de manera discriminatoria.
—A ver: ¿y cuál es la risa?
—Eh. Cómo le explico —dijo Lindo rascándose la cabeza por la seriedad del Tutor —Es que Nina... hnm... Nina...
—Nina no sabe ni cómo pegar un botón. —aclaró Moira. —Podrá remendarse la piel y hasta acomodar un hueso, pero si le da instrumentos de costura mundana: hará un desastre.
—Los seres humanos poseemos la capacidad de alcanzar lo que deseamos si nos lo proponemos. Ustedes pueden aprender lo que sea, sólo tienen que...
—No se preocupe —aceptó Nina bastante sonrojada por haberle arrebatado la palabra de manera abrupta —No me pregunte cómo, pero una vez intenté hacer un ruedillo: terminé cosiendo la falda al colchón de mi cama. Hacer el intento sólo significaría ser un atraso.
—Bueno, pero todavía queda mucho por hacer. No se desanime ¿Qué le parece ayudar con el arte manual para el escenario? —sugirió. —¿No le interesa colaborar con la escenografía?
—A que nunca ha visto la no destreza manual de Nina, ¿verdad?
—No comprendo a qué se refiere, Retana.
—En esa misma cartelera de San Valentín que ya le contamos, había que ilustrar y lo que supuestamente eran cupidos: parecían horrorosos abejones.
—¿Cómo así?
—Visualmente, las "artes"
de Nina iban más acorde para un Sangriento San Valentín que para algo azucarado como lo requería la fecha.
—Adoro tu sinceridad, Bloise.
—Gracias Fahrenheit. Mi deber es enseñarte tu realidad, así no te me pierdes al creer que atraviesas el espejo.
—¿Tu hermana sigue siendo quien suele ser? —le preguntó Gail a Nina cuando vio que a Darío se le formaba su característica arruga en el entrecejo por no hallar cómo hacer para que ésta no quedase relegada ya que, sin importar lo que el buen Tutor sentía por la señorita de la melena rojiza, su política de "inclusión total" comprendía gran parte de sus fundamentos y por esa razón: todos los estudiantes de la 2-4 y la 2-5 se verían involucrados en el planeamiento y desarrollo del Festival.
—Pues si no le han chupado el cerebro los alienígenas ancestrales; sí. —respondió la aludida alzando los hombros.
—Entonces: te toca hacer treinta coronas de olivo...
—Gail, pero...
— Eh. Ya sé que dependiendo del culto, así era la corona. También te toca investigar eso en tus amigos de papel. Luego me dices qué necesitas y le pides a tu hermana que te enseñe cómo hacer coronas. Ella hace unas preciosidades de ensueño que será un honor usar.
A lo lejos, Darío pudo apreciar el nudo de pensamientos que se armaba en el cerebro de Nina y no era exageración admitir que los engranes adentro de dicho cráneo marchaban a todo dar.
Nina concluyó, después de malgastar una buena cantidad de neuronas, que enrollar hojitas equivalía a trabajo manual. Trabajo que no le resultaría fácil de buenas a primeras porque, además de no tener interés en eso de torcer ramas para que se viesen bonitas; no encontraba estimulantes los seguros regaños de Oneida por lo "tieso" de su destreza pero, meterse en libros de Historia y Botánica compensaba las próximas horas agridulces que tendrían lugar en la sala de su casa. Por eso, luego de un rato de gesticular hasta con las pecas; aceptó el encargo y con una linda sonrisa prometió llevar una corona como muestra para el día siguiente.
Resuelto el más pequeño de los conflictos, tanto a Darío como a Gail y Moira les tocó sacar a relucir tolerancia para los casos que requerían de voluntad extrema e incluso, persuasión nivel lavado cerebral.
—¡No me voy a poner un vestido! —y negación tras negación, más cerrado se volvía Ivo Quintana, actual campeón de Boxeo a nivel regional. —¡No hay manera de que yo me ponga un vestido! ¡No señores!
—¡Ya no sé cómo diablos explicarte que esto no es un vestido!
—Y si no es vestido ¿qué es, pues?
—Lo de acá es un chitón dórico y, lo que parece una capa es un himatión.
—Hasta con nombres raros sigue pareciendo vestido y para colmo: es cortísimo. —agregó consternado Salomón Reye —No mientan. Ustedes lo que quieren es vernos en pelotas.
—Ni que fuese gran cosa lo que andas entre la pierna.
—Moira, por favor.
—Nada que ver con un vestido y quiérase o no: no había de otro tipo de ropa en la Antigua Grecia por lo que ninguno de ustedes usará otra cosa que no sea lo que Moira ha diseñado.
—¡Podrá llamarse Petra pero seguirá siendo puta! ¡Eso es un vestido y yo no como cuento!
—Quintana: una más y me veré obligado a llenar una boleta con su nombre.
—¡Es que Profe!
—No. Nada de "es que". Debería de sentirse halagado de poder representar la belleza masculina a la antigua. Además: no tiene por qué sentir pena si tal fuese el caso. Cuenta con la masa muscular adecuada para llevar estas prendas con gracia.
—¡Estoy seguro de que ni usted se pondría una de esas cosas que le quitan a uno lo macho!
—Primero: no se trata de "lo macho que somos". Machos únicamente los animales porque no es sobre eso que trata el ser hombre. De éste tema profundizaré con usted más tarde porque definitivamente lo necesita y segundo: claro. Gustoso me pondría uno de los diseños de Moira...
—¿De verdad usted se atrevería a usar uno de estos? —quiso saber Milton Santiago que, junto a Froilán Araujo, también le hacía mala cara a la idea de usar túnicas.
—La verdadera pregunta aquí es ¿por qué no?
—¡Ay sí. Profe! —exclamaron aplaudiendo y saltando Marina y Messerli. —¡Háganle un vestido sexy al Profe para que lo use durante el Festival!
—¡Si el Profe sale a la venta: yo pago por adelantado! —gritó Urania LaVahn sacando a toda prisa su monedero y alistándose para llamar a sus padres por el dinero que con seguridad le faltaba —¿En cuánto sale el Profe?
Y Nina Cassiani, que se veía como si un meteorito le hubiese impactado en la psique se hallaba totalmente pálida y no precisamente porque sus compañeras tenían la intención de salir con quien ella gustaba.
Es que imaginar a Darío con vestimenta griega le encendía regiones antes desconocidas en su hipófisis. Cosquilleándole los lunares; a pesar de que su presión sanguínea iba en picada, hasta percibía calor en todos lados.
«Sé que no debo librarte de lo que gustas, pero por lo que más quieras: ten compasión de mi inexperta adolescencia» le pedía Nina a Darío, deseando tener algún poder de telepatía para que éste le escuchara con el pensamiento. «¡No accedas a andar por ahí con un hipatión, por favor!»
—Me temo que así como no me es posible usar tan increíbles prendas: tampoco puedo ser parte del juego. Mi tiempo, ese de deleitarme en el Festival, fue hace ya mucho atrás. Como Tutor lo que me corresponde es colaborar con ustedes. Lamento si les decepciono —añadió cuando se percató de que la mayoría de sus alumnas se quejaban porque él no formaría parte de lo que consideraban "mercancía" altamente valiosa.
Únicamente Nina se miraba aliviada por sus palabras, mas poco le duró la felicidad.
Cuando Darío subió una pierna a su silla y se levantó el pantalón para mostrarle a Froilán los resultados de usar un aceite para desengrosar el vello corporal: Nina estuvo a punto de taparse los ojos.
Habría quedado en una situación comprometedora de no ser porque Bloise le atajó las manos.
—Tienes que aprender a alternar lo que sientes con tu día a día, Nina. O al menos hasta que el Cole se nos acabe. Después de eso si quieres te pones un mantel para tapar tus cachetes ardientes de pudor y quien sabe cuántas babosadas más.
—Como que no tienes idea de lo que siento cada vez que pienso en él más allá de la ropa.
—Me lo dices a mí que a ley tengo que ver a Adler sin ropa después de cada entrenamiento. Eso sí se llama tortura, niña pecosa. En todo caso: sólo esta enseñado la pierna, no lo que tiene más abajo del ombligo, los pectorales ni el trasero y de paso sea dicho: no te culpo. Admito que Darío tiene un cuerpo bastante antojadizo.
—¡Por favor ya cállate!
—Si Bloise, cállate y firma esta moción —dijo Jeremías Lindo al acercárseles, trayendo consigo hojas sueltas de cuaderno más un lapicero.
Con Braun todavía molesta por su altercado con Gail, el chico deambulaba como penitente en busca de con qué entretener su tristeza.
—¿Y qué acabo de firmar?
—Se supone que se pregunta antes de firmar, no después.
—Aquí dice que tus riñones son míos.
—¡Pero si los necesito para hacer pis y limpiar mi sangre! ¡Devuélveme mis riñones, Lindo!
—Es broma. —prometió el muchacho —Estamos haciendo una apuesta sobre quién tiene la barba más prolija. En las representaciones de los dioses griegos en su mayoría andaban peludos de la cara, así que para ahorrar crema de afeitar y maquinillas: ¡a crecer barbas!
—Pan comido. Ya les gané. Mis barbas son exquisitas.
—No te adjudiques la gloria todavía —le retó Alejo Cárdenas.
—Yo no apuesto porque de fijo voy a perder.
—Yo que ustedes haría lo mismo que Andrew porque Bloise se ve aún más guapo cuando se deja la barba ¡Ya quiero verlo de aquí a una semana!
—¿Ven cómo ya gané la apuesta? Nina no miente.
—¿Le agrada el vello facial en los hombres? —preguntó Darío entre sorprendido y triste pues a él no le crecía la barba uniforme y por esa razón prefería usar la cara totalmente afeitada.
—S-s si. Bueno, no. —contestó —¡No es que me gustan los hombres con barba! O sea, ¡ay no, ya me enredé! Espéreme. Hnm ¿Cómo le explico?
—Creo que la señorita pelirroja, a la cual nunca antes he visto en mi vida, quiere decir que el joven Bloise se ve realmente atractivo con barba. Sin embargo: hay otros hombres que no necesitan de vello facial para verse muy majos y ese es tu caso, mi amadísimo amigo de anatomía atlética y bien formada: ¿cómo estás?
La mirada atónita de todos se dirigió hacia la persona de la voz dulce que había irrumpido en el aula y habría sido Gail la que se colgase de los brazos de quien resultó ser su hermano, pero éstos se ocuparon en segundos con el cuerpo de Romee Grigorieva.
Ella llevaba enamorada del mayor de los Hooper desde que tuvo uso de razón y hasta fantaseaba con que se hacían marido y mujer según las bodas arregladas lo mandan.
—¡Ay, Lean, qué milagro!
—Hola. Romee, me estás dejando sin aire.
—¿Me prestas a mi hermano? —le reclamó Gail a su amiga haciendo hincapié en el "mí", pero ésta no tenía intención de hacerle caso.
—No seas mala, préstame un ratito a Lean. De todos modos: a vos ni te gusta que él te abrace. Pobrecito. Siempre le falta amor y a mí me sobra por todos lados.
Como si sus brazos fueran una espátula, Gail se coló entre el cuerpo de Romee y al desplazarla; en segundos se prensó al cuerpo de su hermano. Sí, era verdad que no le agradaba que la apretujasen a cada rato, pero le urgía tanto la seguridad que siempre hallaba en él que no le interesó parecer débil o consentida al requerir de semejante muestra de amor familiar.
—Oye, niño del artilugio anti alienígenas ancestrales: ¿no me haces uno? —le pidió Leandro a Marcelo Alder —O mejor dos. No estoy muy seguro de saber quién me abraza.
—Soy yo, tarado —se quejó Gail haciendo un puchero y restregándose contra Leandro: sintió la paz por la que desesperaba —Me asustaste, ¿dónde estabas?
—Tengo la misma pregunta y también quisiera saber cómo entraste si cada que cierro pongo llave —dijo Darío acercándosele para abrazarlo.
—Un segundo —y metiendo la mano en el bolsillo derecho de su pantalón, Leandro enseñó el artefacto que había usado —¿Qué ya no te acuerdas cuando forzamos todas las cerraduras de éste nivel? ¡Si fue hace sólo cinco años!
—¡Hooper! ¡Guárdate eso! —le pidió al ver que su mano sostenía aquella famosa navaja que alguna vez perteneció a los Elba. —Jóvenes: no sigan el mal ejemplo de mi amigo. Es contra la ley forzar cerraduras e irrumpir en propiedad privada puede llevarlos a la cárcel.
El Profesor Tutor Darío Elba se apreciaba jovial y risueño a pesar de estar dándole a Leandro Hooper una tremenda reprimenda por su conducta y había una complicidad tan intrínseca entre ambos que despertaba admiración, envidia e inquietud por saber la verdad sobre la orientación sexual del primero.
Los cotilleos indiscretos no se hicieron esperar y la amenidad de los adolescentes abarrotó en segundos el salón de clase.
—¿El Profe Elba es gay?
—¡Tsk! ¿Cómo crees?
—Pero es que... ¡parecen pareja! Mira cómo se miran.
—Por supuesto que ellos se aman.
—Ya sólo hace falta que se besen para confirmar que batean para el otro lado.
—Ha de ser por eso que el Profe nunca nos ha echado ni ojo ni mano.
—Claro que mi hermano y Darío se aman pero no de la manera sucia que ustedes están confabulando, cochinas. Darío no se le parece ni una pizca a Illías y si en un dado caso se fijase en alguna de nosotras: no lo haría para sacarse las ganas. —le defendió Gail —Él jamás vería a una mujer como objeto y tenemos mucho que agradecer por que nos sirva de guía hasta nuestra graduación. Ustedes no tienen ni la más mínima idea de todo lo que Darío está sacrificando.
—Deberían echarse agua bendita a ver si piensan en otra cosa más que no sea fornicar —recomendó Idelle a Marina y a Messerli —Eso que ven es amor fraternal y ojalá nosotros como humanos nos amaramos así, sin distinciones, sin barreras y no sólo de manera corporal.
A la voz de Idelle se unieron otras más para alabar la bonita relación que tenían el Profesor y su amigo de infancia. Braun aplaudió el valor de Darío para no ocultar su cariño y deseó con todas sus fuerzas poder demostrarle de igual manera a Lindo cuánto lo amaba.
—Perdóname por compórtame como loca —le dijo al muchacho luego de separarse de grupo con el que estaba —A veces no te entiendo ni me entiendo.
Cuando Braun recostó la cabeza contra la espalda de Lindo, éste se dio la vuelta y correspondió con un cálido abrazo. Quedaba más que explícito que ese par se amaba mucho más allá de lo que algunos podrían considerar como razonable.
—No pretendo arruinarles el momento —interrumpió Leandro —Pero, ¿podrías brindarme el número personal de tu padre?
—¿De cual de los dos? ¿Necesitas el de mi papi-papi o el de Ulises Braun? Porque el papi de Melie también es el mío. —respondió Lindo con un rezago de inocencia que mantenía cuando hablaba sobre su familia que, para la sociedad viciosa de falsa moral, resultaba bastante extraña.
—Es el número de Francois el que necesito.
—¿Puedo saber para qué?
—Quiero solicitarle que nos reserve uno de sus salones durante la noche y el amanecer previo al Festival. Haremos del lugar nuestra base de maquillajes y peinados.
—Ah. Ya veo. No te preocupes, en un rato te doy lo que me pides y también hablaré con él durante la hora del almuerzo para que nos permita usar el que tiene estética y spa. Puede que estemos tensos para la fecha y a más de uno puede necesitar un masaje.
—Hablando de relajación, creo que a Nina le caería muy bien uno de esos. Hoy la he visto como montada en un sube y baja, para el día del Festival no quiero ni imaginarla.
—Eres muy considerado, Lindo. Gracias por pensar en tu compañera, Braun. Estamos en contacto y por cierto: hacen una pareja realmente hermosa. Me gustaría retratarlos si es que me dan el privilegio de expresar en lienzo lo que ven mis ojos y mi alma. —y sonrojados, Braun y Lindo volvieron a lo suyo tratando de anular los prejuicios que siempre les detenían las ansias de amarse como sus cuerpos y el espíritus lo suplicaban.
No muy lejos de dónde dichos adolescentes estaban; Gail los veía y buscaba la forma correcta e idónea para restaurar lo que en el pasado les había arrancado, pero, de momento hacía mucho con retener en su garganta todos aquellos comentarios que usualmente dirigía para ambos.
—Es insólita la manera en que te comportas y lo sabes.
—Quiero cambiar.
—Hnm. Debí extraviarme hace algunos años para generar dicha transformación.
—Vuelve a desaparecer y te juro que el panadero será quien, de ustedes dos, cargue las bolas porque sólo él las tendrá. Con las tuyas me haré un par de pendientes.
—¡Ouch! Así te pareces más a mi hermanita.
—Que soy yo, majadero. Ya no se puede tener cambios de conducta porque lo extrapolan a uno.
—¿Qué tenías y cómo te recuperaste? ¿Cómo llegaste hasta este lugar donde estás?
—Me desbarranqué del cielo que había pintado. Ya en la tierra sentí que me ahogaba y creí que no podría más.
—Y te arreglaste... ¿a solas?
—No. No pude por mi cuenta. Darío y Nina me ayudaron —contó Gail olvidando a conveniencia a su padre.
Fue por egoísmo que ocultaba el haber recibido ayuda de Leonel, quería entablar una relación bilateral entre padre e hija y, aunque estaba al tanto de que su hermano también necesitaba arreglar las cosas con su progenitor, creía que al menos él sí podía seguir como estaba por un rato más.
«A vos se te dan amigos por doquier. Te aprecian adonde sea que vayas, mientras que yo a duras penas y he descubierto que hay alguien más que me ama» —pensaba mientras se mordía los labios.
—Me alegra, no imaginas cuánto me alegra saber que ya eres capaz de expresarte ante terceros. Desahogarse es bueno, por eso te ves aún más bella después de llorar.
—Nina dijo que me parecía a un sapo.
—Alguna analogía debe haber para que te comparase y hablando de ella: ¿cómo ha sobrellevado lo que siente por Darío?
—No puedo emitir juicio sobre algo en lo que me falta experiencia pero, a pesar de que de cuando en cuando los dos se atascan; no les veo ánimo de desertar. No tengo idea de cómo pueden con tanto ni tampoco cómo aguantan.
—Créeme que yo tampoco, hermanita. Tampoco entiendo cómo y es porque eso que ves ahí: carece de explicaciones. —y, contemplando a Darío y a Nina caminar de la mano pero, cada uno, enfocado en lo suyo, Leandro se preguntó si él y Reuben serían capaces dar esa gran batalla que aún no iniciaban.
—Gail: por favor no olvides que te amo. Pase lo que pase, no olvides que te amo.
—Nunca lo he hecho, pero me sigues asustando. Por la forma en que me lo pides, parece que supieras fecha y hora exacta de tu muerte.
«Ya estoy muerto. Morí ésta mañana» se dijo y sonriéndole a su hermana, Leandro se dedicó a espantarle miedos mal infundados sobre el estar vivo y no estarlo.
—A todo esto: ¿puedes decirme qué hacías mientras te desconectaste del mundo? ¿Qué hiciste durante esas horas?
—Ya te he dicho que andaba de compras. Tu cumpleaños está próximo y después seguido es noviembre. Reuben sumará una rayita más a la pared. Como todo está muy cercano, aproveché para detallar lo que voy a obsequiarles.
—¿Y qué me compraste? Dime. No me tengas en ascuas. Dame pistas.
—Te he comprado una llave.
—¿Una llave? ¿Para qué quiero una llave?
—Porque es lo que siempre necesitaste.
—¡No me digas que me compraste un carro porque ya tengo uno!
—Eso no te daría libertad.
—¡Ay, Lean, espero que no me hayas comprado una motocicleta porque esas bichas de a dos ruedas no van conmigo! ¡Me escaldan!
—¿Puedo hacerte una consulta de naturaleza íntima?
—Seguro pero antes contéstame lo que ya te pregunté, no quieras desviarme el tema.
—Gail: ¿eres virgen?
—¿QUÉ? —gritó para luego tener que hacer ademanes de "todo está bien" porque las miradas de todos los estudiantes se volvieron a ella. —¿Qué tipo de consulta es esa?
—Curiosidad. —repuso Leandro sin mostrar el verdadero interés que tenía por la respuesta de su hermana.
—La curiosidad mató al gato.
—Entonces, ¿es un si o un no?
—No —confesó y tras pronunciar es estado de su himen, Gail resintió por vez primera el haberse iniciado en el sexo tan temprano. Recién había cumplido los quince cuando decidió "destaparse la botella" como llamó a ese acto del cual ni con cirugías reconstructivas se podía regresar.
—¿Es él o ella una persona limpia?
—Lo es —contó viendo a Borya Grigorieva con pena —Fue un él y sólo fue él —expresó para luego posar la mirada en Javier Bloise con sumo detenimiento.
A éste último en particular, Gail lo miró con alegría y satisfacción de aquella que no tiene precio. Lo de "siempre fuiste mi primera opción"; nunca consistió precisamente en iniciar un noviazgo pero sí en el beneficio mutuo de dar un paso adelantado hacia lo que ella consideró el despertar sexual y la aceptación de sus gustos personales. Sin embargo, Gail nunca tuvo el valor de siquiera alterarle el aroma a Bloise porque según su apreciación: él era demasiado como para intoxicarlo. En cambio, Borya aunque también era casto; ya tenía su grado de malicia y por eso fue más fácil verle quitarse la ropa y consentir para perder juntos susodicho estado de gracia.
—Bien —dijo Leandro con alivio y a la vez desconsuelo. Que su hermana ya conociera de manera íntima a los hombres le servía para concretar su tan valioso regalo.
—Es bueno saberlo. Gracias por la confianza.
—¿Y ahora puedo saber por qué me preguntaste eso? ¡Leandro no me dejes hablando sola, ven para acá!
Pero Leandro ya se había marchado.
Caminaba holgado y sonriente por haber hecho lo correcto aunque el corazón le daba reclamos.
«¿Alguna vez tendremos libertad?» le gritaba su amor por Reuben Costa y Leandro, ya sin necesitar de la palabra sabia de Darío, se contestaba: «Oh. Cállate placer. Cállate y obedece a la razón»
«Obedece a la razón. Frena tus impulsos. Obedece a la razón» rezaba también Nina Cassiani por sentir que el cordón con el que amarraba sus apetencias por Darío Elba, estaba por reventársele.
—... le aseguro que no me aqueja ningún déficit de testosterona. Mis niveles son los indicados y lo que usted llama "pérdida" es en realidad escasez. Sí, tengo vello en mi cuerpo mas la genética sólo me dio lo necesario. —certificó Darío a Ivo Quintana que creía que el Profesor Tutor era lampiño por cuestión de un trastorno hormonal.
—Tes... testosterona —dijo la pelirroja atacada de lo que cualquiera reconocería como una risita de niña boba. Una expresión atípica en ella.
—Si, testosterona. ¿Sucede algo con ella?
—Ah no, no, nada. Disculpe. Y-yo, yo... s- s-solo estoy repasando para química. Testosterona: C19H28O2. Hormona sexual y esteroidea que posee efectos morfológicos, metabólicos y psíquicos. Segregada por sus... este... por los tes... ¡Ay gracias a JebúsCristo ya sonó el timbre, con permiso que muero de hambre!
Nina Cassiani nunca había agradecido por la ensordecedora alarma que anunciaba la hora del almuerzo como le pasó en ese preciso instante en que, Darío pareció bateado por causa de su disertación sobre la testosterona y ese lugar de donde, en su mayoría, la producen los seres de formato masculino.
—Nina será una gran química. —acotó Marcelo Alder. —¡Sabe todo sobre los menjunjes del cuerpo humano de nosotros los niños y eso que no tiene bolitas!
—¡Fahrenheit no te vayas a comer mis papas! Lindo: ¿cuidarías mi orden de sacrosantas papas del animal que tiene Nina en la panza? —pedía Bloise sumamente preocupado, apurándose para salir del salón de clase. —Llegaré un poco tarde al comedor. Tengo práctica.
—Te las cuido pero sólo si me das tus riñones.
—¡Ay que jodes con mis riñones! ¡Salva a mis papas y te cedo uno!
—¡Pero creí que eran míos! —se quejó Adler.
—Y míos también. —recalcó Andrew.
—Una vez dijimos que si se nos echaba a perder alguna tripa, no dudaríamos en cedérnosla el uno al otro. Si sumamos a Lindo no sé si realmente habrá cuentas justas cuando toque la repartición.
«Mi cuerpo entero te pertenece» le contestó Bloise a Adler con el pensamiento para luego despedirse con un: —¡Lo mío es tuyo y tuyo también, Andrew!
Ya en el comedor, los adolescentes tendían extraviarse entre las extensas filas que conducían a las barras donde se exhibía el menú del almuerzo. Al ser un área común, era el lugar propicio para el cotilleo entre estudiantes de distintas secciones pero, por lo general, después de pagar, siempre se juntaban con los que convivían en clase.
Cerca de la entrada, solían ubicarse las jovencitas de las Especialidades Técnicas de Administración y Contabilidad. En la mesa aledaña, la más larga de todas, se acomodaban los estudiantes de Lenguaje computacional. Detrás de éstos: los muchachos de Electrónica junto a los de Mecatrónica y Mecánica de motores. En las mesas restantes que colindaban con los ventanales: comían las secciones generales como la de Javier Bloise y Nina Cassiani por lo que, para poder compartir juntos la hora del almuerzo les tocaba atravesar el lugar entero.
La pelirroja, a pesar de que se había anticipado a salir del aula, no estaba a la cabeza de la fila porque se rezagó en los lavabos y cuando le llegó la hora de pagar por sus alimentos se encontró en un gran aprieto, como no le había avisado a sus hermanos que se presentaría al Colegio, éstos no le proporcionaron su mesada semanal. Tampoco llevaba de la repostería salada que Reuben siempre le daba para merendar y lo poco que le quedaba a su Chanchito del ahorro: a duras penas y cubría los pasajes ya invertidos, tres dólares en monedas que depositó en la fuente de los deseos de la Avenida Central y lo justo para pagar por el plato básico que, de paso, no servía de sustento para el hambre que le devoraba las paredes estomacales.
—¿Cuánto cuesta la orden de mega papas?
—Dos con cincuenta, ¿te pongo una, cariño? —le preguntó muy atenta Doña Casia, una de las cocineras con mayor tiempo de laborar en la Institución y que había visto a Nina desde el Jardín de Infancia.
—Así está bien. Muchas gracias.
—Nina: si no comes bien te nos vas a enfermar otra vez. —recomendó la señora y bajando la voz, añadió: —Si es por plata, no te preocupes. Ahí te lo sumamos a la colegiatura de noviembre o si decides me lo pagas mañana.
—No, no, de verdad, muchas gracias. —repuso Nina pues no quería que hubiese más por pagar en las cuentas del Colegio ni que tampoco la buena señora tuviese que sacar de su salario para cuadrar caja más tarde.
Con la bandeja de comida en mano, la pelirroja se apuró a pagar y buscó rápidamente dónde sentarse. Al pasar por la mesa donde estaban los chicos de Mecánica de Motores, una mano rozó su brazo.
—¿Te gustaría sentarte conmigo? —le preguntó muy afable Otis Maier que parecía haber adquirido el talento de Javier Bloise porque Nina no logró ubicar de dónde había aparecido.
—Bueno —aceptó pero pasados unos minutos, se arrepintió.
Si Nina era honesta se sentía como fideo en sopa de pescado. De la sección 3-1 sólo se relacionaba con Otis y por lo general los demás jóvenes con los que éste chico se veía obligado a convivir: se comportaban mal. Usaban lenguaje soez, despectivo y altamente sexual cada que hablaban. Sin embargo: Otis aminoraba el mal momento y a la larga, dejó de importarle la mala compañía de terceros.
—¿Y Bloise? —preguntó el muchacho tratando de sonar como de costumbre. Relajado y sin poner mucha importancia en esa persona en la cual radicaban sus afectos.
—Me dijo que vendría tarde al comedor. Tiene práctica.
—Hnm. Ya veo.
—Eh, ¿te apellidas Cassiani? —interrumpió de pronto una voz masculina a la que Nina ya conocía pero que nunca le prestaba atención.
—Ajá.
—Ten. Una de las señoras que sirve la comida me pidió que te de esto —dijo Ignacio Larraín y entregó el plato de mega papas por el que Nina recién había salivado.
—¿Y esto? ¿De dónde salió?
—Creo que dijo que te lo envía un amigo secreto o qué sé yo.
—¡Vaya, mi Señorita Presidenta se tenía bien guardado que tiene pretendientes!
—¡Otis!
A Ignacio le causó gracia la forma en que a Nina se le subía el color a la cara y como la notó incómoda, se le ocurrió jugarle una broma para aminorarle la pena:
—Bueno, si no aceptas el presente de tu amigo secreto ¡con gusto te hago el favor de comérmelas!
—¡No te metas con mis papas! —contestó y de inmediato tomó lo que creía era un obsequio de Darío Elba. —¡Aprovechado!
Para Nina la comida era sagrada, pero más religiosa se volvía si provenía de aquellas manos benditas y bajo ninguna circunstancia iba a permitir que quien hacía de guardaespaldas de Otis se hiciese con lo que Darío le había obsequiado.
«Va una» pensó Ignacio al reconocer que no había utilizado la mejor forma para abordar a Nina. El tiempo que transcurrió después, por cada cosa con la que buscó entablar platica, ésta se limitó a contestar moviendo la cabeza para asentir o negar.
Inteligente, cual depredador que va tras lo que cree es una presa, Ignacio optó por sentarse frente a Nina. Guardó silencio y estudió cada uno de sus movimientos y, dado a que su hermano gemelo no estaba en ese momento, pensaba emplear la táctica de "no, ese idiota que quería comerse tus papas no era yo" para iniciar desde cero más tarde.
—¡Nina, llevamos rato buscándote! ¿Qué haces aquí? —preguntó Melania Braun que venía acompañada de Jeremías Lindo, Mike Andrew y esa persona que era intolerable para Otis Maier: Marcelo Adler.
—¿Puedo sentarme?
—Por supuesto, Doctor Hannibal —y Nina hizo espacio para que Lindo se sentara a su lado. —¿Qué comeremos hoy?
—Hígado encebollado —y ante semejante plato que no era el más cotizado de los estudiantes, incluso Otis tuvo que volver la vista hacia otro lado. —¿Y vos por que no ordenaste lo mismo? ¡No me digas que ya no consumes vísceras, Doctora Lecter!
—Serviremos vísceras el día en que me caiga tierra y si no las estoy comiendo es porque no estaban servidas cuando pasé por la barra. —mintió Nina sin que le molestase que Lindo la nombrara con el apellido de ese personaje ficticio que comía por placer y de maneras exóticas. Siendo su madre una Chef con honores, a Nina se le había inculcado a comer de todo y por eso, en su lengua el sabor del hígado y de otras vísceras era bien recibido. Si no había escogido del mismo manjar que Lindo masticaba se debía a que sólo le alcanzó para pagar el plato más económico. Una taza de caldo de pollo con verduras y media ración de arroz blanco.
—Caníbales —le reprochó Adler quien por amor total a los animales: era un estricto vegetariano y por eso su almuerzo consistía en verduras al vapor sin ningún tipo de aderezo además de sal y pimienta.
—¡Come monte! —respondieron Nina y Lindo al unísono y ella, ya en compañía de sus compañeros habituales y de Otis, finalmente pudo disfrutar de su almuerzo hasta que Ignacio, otra vez, buscó la manera de avanzar con su empresa imposible.
—¿Cómo cuántos pecas tienes?
—Ni puta idea —respondió Nina sin ganas.
—Tenía más antes de enfermar de varicela. —añadió Braun.
—¿Varicela?
—Si. Varicela. Varicela, del latín medieval variola, que vendría siendo "pústula" ¿No te ha dado varicela? —preguntó asombrada.
Ese chico no le causaba empatía pero, tras haber acariciado los embates más crueles de esa enfermedad: a nadie se la deseaba.
—No. O sea, sí. Me dió cuando era bebe, creo. Lo que me sorprende es que sepas de donde provienen las palabras.
—¡Definitivamente no tienes idea de con quién hablas! —le aseguró Javier Bloise que al fin aparecía en el comedor. —¿Me puedo sentar?
Otis Maier casi sacó a Melania Braun para hacerle espacio al chico de sus sueños y éste, feliz de poder llevar la fiesta en paz con quien hasta hace poco no le decía ni "hola", no puso peros para sentarse a su lado.
—Estoy un poquito apestoso a sudor. Ahí vas a disculpar.
—N-n- no te preocupes. No pasa nada —contestó Otis.
Para él era una gloria tener a Bloise a escasos milímetros. Bañado en sudor y con su uniforme de tenista laureado era como solía fantasearlo.
—¡Nina, pero si te dije que no te comieras mis papas!
—¡Joder que no son tus papas, hombre!
—Ya te traigo las tuyas y no olvides que me debes una de tus esponjas limpia sangre. Si me tardo; es porque fui por hielo para la extracción.
—¿Sigue queriendo ser diseccionador? —quiso saber Andrew cuando ya Lindo no estaba en la mesa.
—Si. No hemos hallado la manera de hacer que desista y eso que el Conservatorio le ha reservado una plaza —contó Braun.
—Un desperdicio de talento —dijo Bloise —Lo suyo es el violín, no jugar a Viktor Frankenstein.
—Lindo trata de entender cómo funciona la muerte. No lo culpo —acotó Nina.
—Yo tampoco —admitió Otis con la mirada baja.
A los tres se les había quitado a un ser amado antes de tiempo y, de una u otra forma, buscaban comprender ese estado de estar y no estar más en el presente.
—No nos pongamos más tristes de la cuenta —pidió Adler —Y recuerden: si no se van comer todo, me lo pasan ¿Qué harás con ese pedazo de pollo? —le preguntó a Otis.
—¿No que no comes carne animal sólo piel de mujer?
—¡No quiere la carne para él, Otis! —intervino Bloise. —Son para la manada de Don Ítalo.
—¿Ustedes se meten en la propiedad de al lado? —consultó Ignacio.
—Shhh. Se supone que es secreto —confirmó Nina. Había sido por ella que Alder, Andrew, Bloise, Lindo y Braun conocían al que hacía de vecino contiguo a las instalaciones del Colegio.
Don Ítalo Paniagua, señor bastante entrado en edad, había perdido todo su patrimonio y acabado en desgracia. Vivía en un pedazote de tierra que la Compañía de Jesús le cedió a comodato luego de que se descubriese que usurpaba la propiedad. Su casa, de láminas de zinc y columnas de la madera más amarga, apenas y comprendía los quince metros cuadrados. Un espacio austero que medio se llenaba con una mesita, un sillón de una plaza y una catre que fungía como cama pero a falta de bienes materiales y de humanos a su alrededor: Don Ítalo le daba hogar a cuantos perros quisiesen acompañarle.
Por eso Marcelo Adler recogía los sobrantes de sus compañeros. Todo aquello que la manada de perros de Don Ítalo pudiese comer: le pertenecía a ellos.
—Oh. Ya entiendo. —le dijo Ignacio a Adler —Te doy un pedazo de mi bistec.
—Ey, gracias.
—¿Puedo saber por dónde es que se cuelan?
—Usamos la torre de básquet que está al lado del muro, ¿por qué?
—Tengan cuidado. —pidió Otis pensando en el bienestar de su querida Señorita Presidenta y claramente: en la vida de Javier Bloise. Poco le importaba si Adler quedaba hecho torta o no —A tres cuartos de la estructura: hay una barra oxidada.
—Prometo que nos fijaremos bien.
—¡Vos no vas! —dijeron todos los que estaban en la mesa.
—No deberías ir, Señorita Presidenta. Sé que cuentas con buena condición física pero nuestros corazones no rinden para tanto y menos ahora que tienes deficiencia respiratoria.
—Estúpidos pulmones buenos para nada. Solo sirven para quitarme la diversión —se quejó —Está bien. No iré ¿Saludas a Don Ítalo y a Snoopy de mi parte? —pidió a Adler.
—Ok. Yo apapacho a Esnúpo por tu cuenta. Me adelantaré —y luego de acordar verse con Bloise, Lindo y Andrew en la propiedad vecina, el futuro Doctor en Medicina Veterinaria se fue con más peso del que debía cargar y por eso, pasado un rato, apareció de nuevo.
Marcelo Adler hacía señas por la entrada principal del comedor y, cuando Javier Bloise logró enfocar la vista en esa persona de la cual vivía enamorado; sintió que se el corazón se le salía del pecho. Se levantó de repente y tomó a Nina de la mano. Ella asustada por la reacción de su amigo, terminó por hacer lo mismo que con aquel pedazo de empanada: lanzar por allá lo que restaba de la orden de papas.
—¡¿Pero y qué te pasó?! —le preguntó Bloise desesperado y al borde de las lágrimas pues Marcelo Adler tenía el brazo derecho escurriendo sangre.
—Que por pendejo olvidé que estaba lloviendo. Me resbalé y con tal de no aterrizar de una en el piso de la cancha: me sostuve de donde pude y resultó ser la cosa esa que está llena de óxido y me corté. La verdad no sé ni cómo logré bajarme. Me duele demasiado.
Sin esperar más, Nina condujo al herido a la enfermería a regañadientes de Bloise. Si preguntaban cómo había sucedido el percance: no tocaba otra más de decir la verdad y esto resultaría en la suspensión temporal de Adler.
—Ya. No te preocupes. La enfermera nunca está donde tiene que estar y la verdad es que no la necesito. Puedo hacerle el curetaje sola.
—¡Es que esa enfermera ya no está!
—La despidieron después de lo que pasó con vos.
—¡Necesito una vacuna y otros materiales! Ya veré cómo los saco de la enfermería. Espérenme ahí por los vestidores. Bloise: limpia la zona afectada con agua, busca si hay herrumbre entre la piel y trata de hacer que deje de brotar sangre. Ya regreso y, Adler: ¡te prohíbo seguir la luz!
—¡Ni que fuera labor de parto! Despreocúpate que de peores me he librado.
—Sí, pero no te caería nada mal un poquito de prudencia. —exigió Bloise con esa seriedad que muy pocas veces mostraba a los demás.
—¿No me digas que también estás asustado? —consultó Adler entre sonriendo y aguantando dolor. —¿A qué le tienes miedo, Javi?
Y ese "Javi", la forma más cariñosa con la que, quién alguna vez cuando no tenía el sexo florecido se hacía llamar simplemente: "Marcie", podía nombrar a Bloise; a éste último le hizo estremecer.
«¿Qué no ves que si no estás, yo tampoco quiero estar?» sollozó el muchacho en su mente.
Bloise juraba que podía vivir sin amar a plenitud a Adler. Escuchar una y mil veces sobre sus aventuras sexuales, verlo casado y hasta con descendencia resultaba difícil, mas no imposible. Lo inconcebible era: vivir si él no tragaba del mismo aire que les rodeaba.
—No lo entiendes y algo me dice que nunca entenderás.
—¿Entender qué?
—Nada.
—Bloise: ¿qué rayos te pasa? ¿por qué lloras?
—Por nada.
—¡¿Bloise adónde carajo vas?!
Pero Javier Bloise ya no estaba más a su lado. Sensibilizado, corría como huyendo de todo aquello de lo cual en la realidad no podía escapar.
—Ojalá Nina vuelva pronto —deseó Marcelo mientras intentaba parar el chorro de sangre al que le faltaba un par de manos para hacer menguar.
—Le teme a la sangre.
—¿Ah?
—Bloise le teme a la sangre. Por eso se ha ido. Me extraña que no lo sepas si se supone que él es tu mejor amigo —recapituló Otis Maier tergiversando la verdad.
Llevaba ahí con Adler desde el inicio de todo, de hecho: les había seguido para darle algún tipo de apoyo a Bloise y, aunque le faltase coraje para acercársele como quería; por el mismo cariño que le tenía no le temblaba ni el temple ni la voz al estar a solas con quien consideraba su contrincante.
—Quítate la parte superior del uniforme. Te lo voy a ayudar.
Ni lerdo ni perezoso, Marcelo hizo cuanto Otis le pidió. Cabizbajo, el otro adolescente jamás se imagino haciendo lo que hacía. Eso de curar a la persona a la cual le pertenecían los quereres de ese al que él adoraba; parecía que sólo se daba en los épicos culebrones de telenovela mexicanas.
Pero como la vida es vida: la realidad siempre supera a la ficción.
—Gracias —le dijo Marcelo al ver que por fin ya no sangraba. —Te debo una muy grande.
—A mí no me debes nada. A Bloise, sí le debes demasiado. —y dicho esto, buscó la salida para también marcharse.
Adler no duró mucho en soledad porque al cabo de unos cuantos minutos, Nina Cassiani acompañada del Doctor Profesor Meza se hicieron presentes para terminar de ayudarle.
—¡Ay! —se quejó cuando el contenido el líquido de la jeringa comenzó a irrigarse por su torrente sanguíneo.
—Ahora se aguanta jovencito.
—¿Y por qué me vacuna si no me mordió nadie y no tengo rabia?
—Es por si las dudas. No deseamos que la bacteria clostridium haga de las suyas.
—¿La cloti quién? ¿Eso de dónde sale o de dónde se me pegó? Nina no entiendo nada. Ahora sí ya me estoy asustando.
—No "cloti". Repite conmigo: clos-tri-di-um. Y lo que el Profe Meza te inyectó es un refuerzo de la vacuna contra el tétanos ¿No ves que la herida es de tan buena profundidad que casi se arrancas el ancóneo?
—¿El qué cosa qué?
—El músculo ancóneo y un poco más y se revienta la arteria periepicondíleo lateral y ahí si toca llevarlo a la sala de emergencia más cercana ¡Que sea la primera y la última, Señorito Adler! Nina: suture por favor.
—¡Si Profesor!
Bajo la vigilancia del ojo crítico y médico de Meza, Nina demostró sus verdaderas habilidades. Ni el olor de la sangre o el leve sonido de la aguja penetrando carne ajena hicieron que descuidase su noble tarea. Contrario a flaquear: le transmitió a Marcelo confianza y fortaleza tal y como todo buen doctor debería de hacer cuando atiende a un paciente.
—Excelente técnica, Fahrenheit. Pareciera que lleva años suturando.
—Muchas gracias por el cumplido, Profe. No creo ser tan buena, pero la verdad es que he tenido una superficie sobre la cual practicar. Me he caído y herido tanto que debí aprender a repararme con mis propias manos.
—Pero nunca olvide que también hay otras de las cuales puede sostenerse y usar como bastón para levantarse. No olvide a quienes ama, Nina.
«No puedo y quizás, aunque quisiera, no podría olvidarles» pensó en los que comprendían a su núcleo familiar, a sus amigos y también a Darío Elba y en el momento preciso en que la figura de él pasó por su memoria: apuró lo que hacía porque ya sólo faltaban quince minutos para las tres de la tarde. Hora en que, los lunes, Darío quedaba libre de trabajo y, a pesar de que según el horario restaban horas clase; Nina podía irse porque lo que seguía eran repasos de los cuales no necesitaba porque había eximido en casi todas las materias básicas.
El tan ansiado momento de estar con Darío de la forma en que lo necesitaba, por fin había llegado para Nina Cassiani.
Después de dejar a Marcelo Adler en custodia del Profesor Meza para que le prescribiera antibióticos, analgésicos y cicatrizantes, ella emprendió una carrera hacia el cuarto nivel del Edificio que albergaba a su salón de clase. Llamó a la puerta y tras explicar el motivo de su ausencia al respetadísimo Maestre Loucel, éste le permitió retirarse.
—Mucho cuidado por las Avenidas y Alamedas de la Capital. Nada de andar por donde sabe que no debe de pasar —le recordó el Profesor al verla con excitación por salir temprano de una de las clases por las que nunca antes de ese día había abandonado: Historia.
—¡Prometo que lo tendré! —dijo ya cuando iba por la escalinata de caracol.
Iba contra reloj y todavía le faltaba pasar por el baño para cepillarse los dientes, medio arreglarse para verse presentable ante los ojos de Darío Elba y además de eso; le tocaba ir al Cuarto de Conserjes a recoger la indumentaria que le permitía transitar bajo la lluvia sin mojarse.
Nina atravesó la puerta principal del Colegio minutos después de las tres y llevaba mucha prisa porque había acordado con Darío verse en la misma caseta de buses de siempre. Sabía que él no se marcharía sin ella, pero no pensaba llegar tarde y no tenía intención de hacerle esperar.
Con sombrilla en mano, el sonido de sus botas chasqueando contra la acera se intensificaba a medida que apresuraba el paso y tal cual lo presintió: a metros de distancia logró distinguir a su objetivo.
Nina se sentía extrañamente feliz de ser quien iba tras Darío. Era como si jugase a ser chiquita, persiguiendo con emoción mariposas, grillos y pájaros como lo hizo en esos días de antaño cuando, sintiendo la grama acariciarle los tobillos, corría sin ningún otro motivo que el de aprender a usar su cuerpo a libertad.
Por alcanzar a Darío; el corazón de Nina parecía haberse mudado a su cabeza, mas ese y otros malestares dejaron de importarle. Quería estar lo más cerca de él para arremeter contra su cuerpo y atropellarlo con un abrazo.
Quería sentir que todas esas horas tortuosas en las que pretendía que no le gustaba, tenían su recompensa y por eso logró marcarle el paso, mas cuando estuvo exactamente detrás de su espalda, se vio obligada a sostenerse la humanidad apoyando sus brazos contra las rodillas.
—¡No logré llegar a tiempo! —se quejó Darío con tristeza al ver que sus ojos no le mentían cuando le indicaron que en los asientos del parabús no estaba la chica del cabello en llamas —¡Me lleva la grandísima...!
—Aquí... aquí... aquí estoy —murmuró ella y bajando la sombrilla, la misma que Darío le había obsequiado, buscó asirse a él por algún lado.
—¡Amor te descompensaste! —dijo Darío inmediatamente después de sentir en sus dedos la suavidad de esa piel que tanto adoraba.
«¡Ay, amor, amor ¿Yo soy tu amor?» quería preguntarle pero por tener la respiración agitada, Nina no consiguió articular ni una sílaba. Dando lo mejor de sí para no preocuparlo, se forzó por enderezarse.
—¡Bú! —dijo pasados unos segundos y le sonrió con felicidad máxima para quitarle de una vez por todas ese miedo que acechaba en su rostro.
—¿Caperucita azul pretende asustarme? —dijo él refiriéndose a lo que Nina usaba para protegerse de la lluvia.
Una hermosa capa impermeable que le cubría desde la cabeza hasta la mitad de las piernas, botas a juego con puntitos blancos y una bufanda tejida que se apreciaba realmente cálida.
—Oh, no. Yo no soy Caperucita. Soy el lobo azul y he venido a comerte de un solo bocado. De vos tengo hambre, Darío Elba.
A él, las palabras de Nina le hicieron sonrojar pues era verdad. De los dos: fue Nina quien siempre lo tuvo a él pendiendo de una de sus manos y a entera disposición. Requería más que voluntad férrea y buenos principios el no declararse caído en el mero inicio de la línea de arranque. No teniendo más universo que aquel que se acababa en los bordes de esa piel estrellada, por amor a él mismo y a ella; superfluo como todo aquello que existe pero no se puede tocar, Darío también ansiaba a Nina pero seguía y continuaría absteniéndose.
—¿La Señorita bonita se alista para cazar?
—Sí— contestó Nina y a modo de metáfora, le enseñó lo que ella era en realidad.
Para identificarse como cazadora y no presa, además de la parte que le tapaba la melena vestía una pieza más.
Un gorro con nariz, ojos, bigotes y orejas de lobo pero no en tono grisáceo sino de un azul añilado.
—Feroz y a la vez tan tierna. ¿Dónde compraste cosa tan mona?
—Me lo tejió Rhú hace ya bastante.
—¿De ésta forma burlas a la lluvia y a todos los que te creen su cena?
—Sí. Me amparo bajo la protección de quienes me aman.
—Y eso, a distancia, ¿cómo se hace?
—Los tengo junto a mí por cada segundo que pasa. Esto —dijo señalando el impermeable —Me lo regalaron Sandro y Merce. Las botas me las compró Oné con muchísimo esfuerzo. La bufanda fue tejida entre mami y papi poco antes de que él enfermara, el gorro pues ya sabes quien y la sombrilla japonesa: ese que me tiene enamorada.
Darío Elba, de pie y a centímetros de Nina Cassiani, se sintió como agua; esencial pero incapaz de poder habitarla como los dos lo deseaban.
«¿Cómo pude ganarte a mi lado si ni siquiera me atrevo a besarte?»
—Darío, ¿qué pasa? —le preguntó Nina cuando vio que las pestañas de él se enjugaban pero no de lluvia. —¿Está todo bien? ¿Nosotros estamos bien? ¿Darío dónde está tu portafolio... y mis libros? —y como la cara de él expresaba congoja, la situación de prestó para la interpretación de problemas —¡Oh no! ¡No, no, no! ¡No! No debí venir al Colegio. Sólo he servido para acarrearnos broncas. De fijo, por la inmadurez de mi comportamiento, nos he delatado...
—Nosotros estamos bien. Estamos bien y estaremos bien, amor. —le aseguró mientras la traía hacia su cuerpo como queriendo abrirse el tórax porque a esa mujer, Darío ya la estaba amando —Nunca dejaré que paguemos por un crimen que no cometemos. Sé que estoy rompiendo un buen par de reglas; pero nada malo hay en la forma en que te quiero. Por eso no te toco a pesar de que me duele infinito el alma.
Y aquella última frase, permitírsela, a Darío le costó bastante. Las palabras de Garita junto a las de su padre, convergían mano a mano con lo que él quería ser y hacer de su vida inmediata. Los compromisos adquiridos con el Colegio se le volvieron calvario y de pronto; se congració con Sísifo.
Empujando una gran roca que siempre terminaría por rodar, día tras día, cuesta abajo.
—Si no hemos metido la pata, entonces ¿por qué no trajiste tus cosas? ¿No te irás conmigo? —consultó levantando la cabeza, entregándole a Darío una mirada de necesidad extrema de estar a solas con él por un rato.
—Porque prometí enseñarle a tu amigo Maier a hablar en público hoy por la tarde. No tuve oportunidad para decírtelo entre clases y no me gusta fallarte ni tampoco no dar la cara.
—Te mojaste sólo para hablarme —confirmó Nina luego de separarse un poco y notar que a diferencia de ella: él ya se había empapado su finísimo traje hasta las rodillas porque sólo se protegía medio cuerpo con un paraguas. —Echaste a perder la ropa, ésta es de lavado en seco.
—Sobrevivimos al primero de nuestros días y lo hicimos bien. Seguiremos haciéndolo bien pero eso no significa que no te necesite si yo ansío conjugar tu mismo espacio. Te necesito. Te necesito Nina, te necesito para seguir tomado de tu mano y caminar lo que sea que tengamos por delante.
Y estando a punto de atravesar la barrera que se había prohibido cruzar; Darío se detuvo y aquel beso que iba directo a los labios de Nina; acabó en mejillas pecosas.
Nina Cassiani se desconectó del mundo y de lo real cuando sintió el aliento de él cruzar su paladar. Por un momento creyó que sí lo había besado, pero de haberlo hecho: ella no lo habría soltado.
Había sido el acercamiento más próximo de él para con ella y por tal razón, Nina no atendió cuando Darío la bañó de recomendaciones para que se cuidase durante el trayecto que sabía peligroso. Tampoco escuchó la promesa de llevarle el cargamento de libros hasta su casa cuando ya estuviese libre de responsabilidades. No reparó en que Darío también le había entregado aquella exquisita barra de chocolate que siempre comían en el autobús y mucho menos estuvo consiente cuando el armatoste público se detuvo para que ella lo abordase porque antes de que Darío se regresara al Colegio: volvió a regalarle otro de esos mimos que la dejaban extraviada en las profundidades del cosmos.
—Oye. Niña pecosa.
—¿Si?
—¿Subes o me voy?
—¿Adónde se va?
—¡Pues en la ruta que me toca!
—¡Ay, no, no, no, no me deje! —pidió al subir al autobús —Espere, ya le pago. —agregó al buscar acomodo en el lugar de siempre.
Tercer asiento del lado del conductor con la cara pegada a la ventana.
Tardó más en sentarse que en darse cuenta de su grave error.
—S-s- señor. Necesito decirle algo —llamó y con la cara prendida cual carbón, se disculpó: —N-no me alcanza para pagar el pasaje.
Nina Cassiani Almeida sabía que por ley no tocaba de otra más que bajarse, pero el chofer puso una mano en la solidaridad y otra en su panza.
—Esa barra de chocolate que andas; no está nada mal para compartir.
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