85.
—85—
—Eso que veo, ¿es lo que creo que es?
—La Señorita Hooper no tenía intenciones de lastimarme, Señor. Esto es producto...
—De algo que yo recuerdo muy bien —interrumpió el Director con sapiencia y señalando la mejilla afectada, añadió: —Es una de las primeras caricias de la vida y se da o mejor dicho; se nos da cuando entre la multitud y a tropezones pasamos por la misma avenida sin nomenclatura, esa a la que llanamente le decimos adolescencia.
Con su mano izquierda, atacada por los temblores propios de la suma de sus años, Garita repasó una de las tantas las columnas que sostenían el peso de los cuatro pisos que conforman al Edificio Mayor, recostando la espalda y con una mueca de risa, hizo uso de lo mejor que tenía: su vocación, servir de guía.
—De pequeño solía pegar la oreja a las paredes creyendo que si conseguía escuchar más allá del silencio; lograría interpretar la sabiduría del mundo y también a los que me rodeaban y pues, tal como imaginas, perdí mi tiempo. Los fieles espectadores de mi cotidiano nunca dijeron nada. Me hice alto y seguí sin poder alcanzar a las estructuras que había sobre mi cabeza; estirar el cuerpo no significa que podrás medirte con los espejos de boca prudente o al menos yo no pude verme de la misma manera en ninguno de tantos reflejos. Necio y a sabiendas de que jamás recibiría lo que ansiaba, advertencias claras y específicas para no equivocarme; seguí esperando hasta que me llegó el hastío. Fue el paso de los años y vivir con la nariz hundida en la experiencia lo que me ayudó a entender que no tenía que sentarme a esperar por terceros, inertes o con vida, que dijeran cómo no tropezar y adonde no caer porque aun si mamá y papá me ponían eso que visten los caballos de carreras para no quitar la vista del camino: mi deber era desviar la mirada porque tenía que aprender a escucharme. ¿Alguna vez le prestas tímpano a tu voz y a lo que haces?
—Lo intento a cada instante, sin embargo no es fácil.
—No lo es y no lo será pero, hazte un favor y si sientes que no puedes con lo que te propones: háblame. La vejez no me hizo sordo y yo quiero escucharte, mientras tanto cuéntame, ¿cómo están los átomos de la Señorita Cassiani?
—¿Qué cómo están los qué cosa de Nina?
—Sus átomos, los de hidrógeno, oxígeno y carbono ¿Qué tal le va a sus oligoelementos en su regreso al salón de clases?
—Señor, no comprendo a qué se refiere —y la cara de Darío Elba, desfigurada de entendimiento, hizo que Garita se alarmara.
Quizás él como Director estaba equivocándose, pero como humano, acertaba.
—Por la mañana, cuando apareció sin previo aviso en mi oficina, antes de permitirle el paso le pregunté de qué estaba hecha y lo que vos fundamentaste con teología, ella lo hizo con ciencia. Me respondió de la forma precisa en que esperaba y aunque ahora puedo leer en su rostro que en sus intereses hay más que química, literatura y la búsqueda de cómo salvar a César Cassiani; su capacidad intelectual no mengua ni se ve afectada. Sin embargo, luego de que me explicara lo de su composición atómica con lujo de detalle, noté algo que nunca había visto antes. Reconocí un pedazo tuyo soldado a su persona y a pesar de que me encanta lo que vi, quise negarle permiso para volver. Fue Meza, mi otra conciencia, quien me dijo que tengo dejarles equivocarse. Así que, profesor Tutor Elba, enséñeme lo que es errar para bien, confío en que sabrás escucharte, pero: un paso a la vez. Primero a la cocina por hielo, te ayudará a quitar lo rojo. Si preguntan cómo paso lo que pasó: hoy te dieron ganas de ver qué tan dura es la puerta metálica de la 2-4 y antes de que la edad me traicione; esto te pertenece. Es un delito abrir la correspondencia ajena pero me tomé el derecho de hacerlo porque alguna vez yo te serví de guía. Espero que mi trabajo no haya sido en vano, sabes lo que tienes que hacer.
Darío Elba no tuvo oportunidad de ordenar el manojo de sentimientos que el Director le había avivado porque cuando extendió la mano para recibir lo que éste le entregaba, sus ojos de inmediato se detuvieron en la frase "Dominvs Illvminatio Mea" un lema que él llevaba días queriendo ignorar.
Impulsado por unas palmaditas en la espalda, Darío fue invitado a continuar su camino por el pasillo que tenía enfrente y aunque se conocía la ruta de memoria, se enteró desorientado porque ese mensaje, del que Garita ya estaba al tanto, a él le enflaquecía las piernas.
Darío pretendía guardar la compostura según lo habitual en sus modos pero no lo conseguía. En su cabeza, muchas voces peleaban por ser escuchadas y en lo que competían por silenciar a la de él mismo; de un momento a otro volvió a sentirse como cuando solo era un transeúnte más adentro del recinto que lo vio crecer.
Confundido. Sin saber qué hacer ni hacia dónde ir.
Pero siendo como todos los adultos que una vez arriba de la rueda sin fin de las responsabilidades, ya no pueden detenerse; acompañado de diversas voluntades saludó al personal de la cocina y pidió dos cubitos de hielo. Se sentó en una banca por unos minutos y cuando quiso saber cuánto llevaba fuera del aula, descubrió a las manecillas de su reloj mecánico paradas. La maquinilla sin cuerda le hizo sonreír con ironía y un poco de pesadumbre porque, hipotéticamente hablando, un tiempo adentro del tiempo que habitaba se le había pausado. En su realidad otro más también se había agotado, pero su vida y la de esa otra persona que se soldaba más y más a él seguía sin ninguna gana de estancarse.
O al menos eso era lo que en medio de sus demás compañeros, Nina Cassiani intentaba con diligencia.
—Bloise, vos que siempre estás en todos lados, ¿qué fue lo que le pasó a Hooper?
—¿Cuántas veces les tengo que decir que aunque me apoden "Generación espontánea", no tengo el poder de aparecer entre la nada? Además: me ofenden. Me hacen sentir y parecer chismoso porque creen que por ley tengo que saberlo todo sobre todos cuando con costos y sé lo necesario para no pasar raspando en los finales.
—O sea que no escuchaste nada.
—¡Que no, majaderos!
—Ya pues. No te sulfures.
—Mejor preguntémosle a la Enana. Yo vi que ella estaba al lado de Hooper cuando todo pasó.
—¿Pellizcaste a Hooper o algo por el estilo?
—¡¿Yo?! ¡Pero si es ella la que me maltrata! —se quejó Moira muy indignada por la acusación de Idelle Guerty —Y si Gail anda botando moco es porque su...
—¡Es porque está que deja el endometrio en el suelo, le ha bajado demasiado fuerte y los cólicos la están matando. La pobre a duras penas logró pedir que la llevaran a la enfermería! —se apuró a decir Nina jaloneando a su mejor amiga para que no expusiera la verdad sobre el estado de Gail Hooper.
Los alumnos de la 2-5 sacudieron la cabeza y estremecieron pensando el lo mucho que debía doler menstruar para que a Gail, que no se inmutaba por nada, se le aflojara el llanto. Las chicas, a excepción de Braun, se llevaron las manos al vientre en señal de solidaridad por haber experimentado más de alguna vez esa horrible sensación que Nina acababa de contarles y así, anécdotas sobre la menstruación alejaron a casi todos los ellos de la plática y levantó un pequeño escándalo entre las ellas que no tenían intención de guardar ningún tipo de recato.
—¡Shhh, bajen la voz! —pedía Marguerite Paguet sin éxito —¿Qué no ven que el Profe Elba está arriesgando su cuello al dejarnos a solas en un mismo salón de clase? ¡Deberíamos de seguir con lo del Festival para agradecerle por su voto de confianza!
—Los que quedaron al mando son Lindo y Adler y si ellos no hacen nada, nosotras menos. No tenemos porqué hacerte caso.
—Sigo sin entender cómo mierda van a graduarse —les reclamó Bloise a Marina y a Messerli. El ejemplo vivo que los años pueden pasar encima de las personas pero no éstas a través de los años porque el comportamiento de ambas dejaba mucho que desear.
—Ah pero si entendemos por qué Chiyo de la 2-8 ya no quiso salir más con vos.
—Es porque no sabes qué hacer con lo que te cuelga o en su defecto: porque andas buscando tocar la puerta de atrás pero no una como la de nosotras.
Bloise se dio cuenta del tipo de terreno en el que estaba por adentrarse y precavido, optó por callar. Estaba por dar la vuelta e irse hasta que escuchó una voz inesperada salir en su defensa.
—Lo que pasó entre Chiyo y Bloise está más claro que las transparencias. Ellos eligieron terminar porque, muy maduramente, se dieron cuenta de que con o sin restregones de sábanas no iban hacia ningún lado. Por eso es que todavía se hablan como personas civilizadas —apoyó Lindo a Bloise.
Él admiraba a la mencionada ex pareja para saludarse con cortesía y carisma adonde sea que se encontraban.
—¡Y vos de qué hablas si no sabes ni una mierda sobre el amor!
—¡Que ya te dije mil veces que por más bonita que sea Hooper ella no me gusta, Melie, por Dios, ¿qué hago para que me entiendas?!
—¡Estás aceptando que te atrae y ni te das cuenta! ¡Ay de vos, Jeremías, si me sales con que hace un rato la ayudaste porque querías salvarme, puedo con nosotros dos desde antes de aprender a caminar, no te conviene hacerme hablar de más! —gritó Melania Braun iracunda —¿Y saben qué? Lo que Nina dijo sobre Hooper es...— Y la manifestación de la madre naturaleza; un rugido que partió el cielo, censuró a Braun quien, miedosa de los rayos y truenos, se enroscó al cuerpo que tenía más cercano, el de Mike Andrew.
Jeremías, muy afectado, se odió no estar a su lado para poder socorrerla. Que ella se refugiara en otros y no en él, le tocó las fibras de su persona, pero ¿cómo darle la mano si no podía ni con él mismo? —. Lo siento. No puedo con esto —dijo y desesperado, se pasó una y otra vez las manos por su larga melena.
—Nos desarmaste a Lindo, Braun. Te pasaste —reclamó Mike Andrew sin consideraciones a la chica que seguía prensado de él, sollozando por herir a quien amaba.
—Tsk. La tarada ésta no tiene la culpa —se quejó Froilán Araujo, ese al que el papel de Ares dios de la guerra, le quedaba de maravilla pues era el incitador de la 2-5. —Solo al Profe Elba se le ocurre dejarnos a cargo del loco.
—Lindo no está loco. Solo tiene problemas como todos nosotros y si no mírate al espejo, Froilán. Tienes la cara hecha una verdadera desgracia por andar peleando hasta con tu sombra. Eso no es normal pero tampoco significa que estás de manicomio —certificó Javier Bloise. —Lindo, vamos, arriba esas ganas. —le animó el amigo de la pelirroja mientras tomaba con sus manos el rostro del enamorado de Braun para no perder contacto visual y de ésta forma: evitar que le fuera a dar un episodio de esos que desconcertaba a todos.
«Vamos, Lindo. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala» se repetía el muchacho tratando de no caer donde sabía que no podía dejarse ir. De inmediato reconoció el inicio de su respiración agitada y a los desgraciados parches negros que aparecían en su campo visual cada que se mareaba; angustiado buscó sentarse pero el cuerpo ya no le respondía.
—¿Te ayudo? —le preguntó Bloise con mucho cariño y Lindo, pálido e igual de frágil que una hoja de papel higiénico, asintió.
Nina Cassiani sabía muy bien por lo que atravesaba Jeremías Lindo y quería ayudarle pero por mentir de manera piadosa con lo sucedido con Hooper, una carga muy pesada estaba por venírsele cuesta abajo.
—He preparado esto —le dijo Camille Sauterre a Nina atajándola cuando se encaminaba para ir a dar soporte a su amigo.
—Y... ¿para qué es?
—Acabas de decir que Hooper anda en su primer día y salió de aquí sin toallas ni tampones. No se le debe negar ayuda femenina a nadie, especialmente si está menstruando. Hay que ser solidarias aunque ella nos trate de la pedrada.
—Hooper de seguro está en la enfermería y.. no se puede salir de aquí sin permiso del...
—Romee podría ir sin ningún problema. Ella y sus encantos siempre se libran de las infracciones —argumentó Paguet.
—No andaré por ahí cargando con ese montón de artilugios que ustedes usan. Moriría de vergüenza si alguien me ve y piensa que ando con la marea roja —replicó Romee Grigorieva.
—Artilugios que ¿ustedes usan? —y las cejas de Nina se alzaron con extrañeza.
—Ajá. Si, que ustedes usan porque yo tomo un tratamiento especial que elimina ese pequeño gran problema.
—Mi ginecóloga dice que esos tratamientos aún están en etapa experimental y no hay estudios que comprueben que a la larga no serán perjudiciales —habló Camille con mucha propiedad —Quien sabe qué daño le estás haciendo a tus ovarios Romee, lo normal es menstruar.
—Gracias pero mi cuerpo es mío, él y yo nos la arreglamos si nos toca.
—Pero se supone que Hooper es tu mejor amiga lo cual significa que sin importar que no te baje o que tengas pena: deberías de ser la primera en ayudarle y no estar aquí limándote las uñas —insistió Paguet con un poco de enojo.
Por su timidez ella no tenía ni una sola amiga fija, menos una mejor amiga por lo que la frialdad de Romee para con Hooper le tocó las vísceras.
—Hooper está al tanto que no somos de ese tipo de amigas y nosotras funcionamos así, ¿o no SweetHeart?
—Exacto y yo iría con mucho gusto a dejarle las compresas pero, no sé si se nota: soy un caballero y los caballeros no se meten en los baños de las señoritas —contestó Borya, el único chico que seguía en medio de la tertulia de las integrantes de la 2-4.
—¡Ay pero que caballero! En los baños no te cuelas, pero debajo de las faldas, sí.
—Solo en las que me dan acceso y en esa que sé que me estás reprochando, tenía permiso, Moira. Y si tanto te incomoda que yo haga eso con ella no sé por qué no tomas mi lugar. ¡Ups, lo olvidaba! Es que no puedes, vos no tienes...
—¡Yo no necesito esa...!
—¡Aquí la única necesidad es proporcionarle toallas a Hooper y nosotras no podemos quedarnos sin hacer nada!
—Tienes mucha razón, Paguet —dijo Moira ejerciendo autocontrol para salvarse —Y aquí está la persona indicada para llevar la ayuda. Ten Nina —y sin importar la cara de estupefacción en la pelirroja, le puso varias compresas y cajillas de tampones en las manos y la empujó para que caminara hacia la puerta metálica.
—¿Por qué me haces esto?
—Pero si te lo hiciste vos misma, Nina. Mentiste. Mentiste, creo yo, por primera vez y frente a todos y si fuiste capaz de inventar semejante mentira sobre Hooper que ni te importa: quién sabe sobre qué más mientes, quisiera saber qué estás ocultando. Además, no olvides que hay que ser responsables. Si ya abriste el telón te toca interpretar la obra —sentenció Moira pocos segundos antes de expulsar a Nina afuera del salón clases. —Y eso último, es una cortesía que Gail me enseñó. Si la ves, agradécele de mi parte.
Nina Cassiani no tuvo tiempo de procesar cómo fue que terminó con la puerta metálica tras su espalda. Tampoco logró comprender la actitud extrapolar de Moira para con ella y mucho menos consiguió desenmarañar lo que Borya había dicho para callar de manera drástica a su amiga porque estaba temerosa de la gran probabilidad de encontrarse con algún monitor de pasillo. Si llegaban a pedirle los permisos para transitar afuera del aula, Nina no veía cómo quitarse de encima la segura infracción que mancharía su inmaculado expediente colegial. Eso la tenía contra la espada y la pared aunque solo tenía que dar la vuelta, llamar y pedir que la dejaran entrar, por tanto que intentaba entender se atascó y no pudo moverse.
Sin poder coordinar sus pensamientos y lo que hacía su cuerpo; el arsenal destinado para Hooper acabó desperdigado por el pasillo de la vía pública de la cuarta planta. Poco más de diez toallas sanitarias de distinto grosor sumado a la misma cantidad de tampones más una copa menstrual estaban regadas en el lugar exacto adonde hace algunas horas le había dicho a Darío que lo deseaba.
Agradeciendo, según ella, que nadie la veía; a gatas comenzó a juntar todo lo más rápido que le fuera posible y cuando estiró la mano para alcanzar uno de los tampones se dio cuenta de que éste había rodado a la par de unos elegantes zapatos de lustro muy brillante.
Nina se quedó estática y no quiso levantar la mirada. Darío Elba por su parte, se limitó a reunir cuantas toallas pudo y en el segundo en que se disponía a entregarlas. Enmudeció.
Otra vez, el peso de la carta que llevaba en el bolsillo de su saco quería pregonar la verdad que la obligaban a callar.
—Usted... está... en esos días— dijo al cabo de un rato y con eso, la piel del rostro de ella se tornó de un rojo indescriptible.
«Mis días son esos en que me alboroto de solo pensarte porque estoy que destilo estrógeno» quería decir para hablar con sinceridad pero nada inteligible salía de sus labios. —No, yo... no, a mí... no...
—No se preocupe —y sacando de su billetera tres permisos, Darío los cedió —Tenga. Tómese el tiempo que tenga que tardar y... si me lo permite, me gustaría... necesitamos hablar.
De forma robótica, la de la espalda constelada tomó las tarjetas plásticas y comenzó a dar pasos muy lerdos como si en realidad uno de esos odiosos cólicos menstruales le perturbase para caminar. El Tutor se obligó a no verla porque por el rabillo del ojo notó que a escasos metros estaba Marcelo Adler lo que le hizo sentar cabales para no delatarse.
Nina llegó al inicio de las escaleras de caracol muy atolondrada. —Solo me faltaba que piense que también estoy enferma de allá abajo. De verme con semejante montón de toallas y tampones debe seguro cree que cada mes me voy en sangre. —dijo bajando con lentitud los primeros peldaños cuando otra vez, la marea de su pensar se descontroló en sus adentros.
Con cada escalón que pisaba la cabeza de Nina se revolvía más y más. Tenía mucho ruido en su mente por la velocidad de las cosas que acababa de experimentar, sin embargo había algo que le sonaba con la intensidad de una sirena que avisa sobre un bombardeo: saber lo sucedido con Gail Hooper pues, como escuchó que su quebranto se debía a que desconocía el paradero de su hermano y éste era el amor de Reuben, el último mencionado seguramente no se encontraba bien.
—Yo le prometí siempre estar aun si eso del amor nos atacaba por separado.
Y para hacer cumplir su promesa y también por sentir la congoja del panadero a larga distancia, Nina sacó el celular de la bolsa de su falda de paletones a cuadros con la intención de llamarle pero no pudo hacerlo por falta de saldo. —Solo a mí se me ocurre salir a la calle sin tener ni para un mísero mensaje —se reprochó y luego se sentó a la par de la baranda. —Mami y Sandro van a querer matarme y Oné ni se diga. Me van a dejar como piñata cuando se enteren que no tengo forma de comunicarme. —y una serie de reprimendas acudió a terminar de abotagarle los pensamientos.
Con la cabeza recostada sobre las varillas se dedicó a ver hacia abajo repasando cada cosa que había hecho desde antes que abandonar la cama. Su ansia porque le llegara el amanecer, la euforia al ver a Darío Elba, lo que sintió cuando le robó su segundo beso, la emoción de volver a transitar las calles de la capital, los nervios cuando lo vio en el salón de clases, la forma en que se sinceró al decirle que le tenía ganas y con un océano de sensaciones surcándole los hemisferios de extremo a extremo; a lo lejos algo que distinguió la extrajo de la bruma de su adolescencia. La silueta de una persona. Nina entrecerró los parpados y según le dijo la graduación obsoleta de sus lentes, esa era Gail Hooper.
Dejó las cosas que traía consigo al lado de la pared y bajó a toda prisa los escalones para ir con la chica de negra melena corta, pero cuando estaba por dar la vuelta que conducía al primer nivel vio que ella tenía compañía. Incrédula, Nina tuvo pellizcarse como pasa en las películas para cerciorarse de que lo que veía era real: Gail Hooper hablaba con alegría y soltura con el ser masculino que la había engendrado.
Algo que la pelirroja jamás de los jamases espero presenciar ya que Gail, al igual que Leandro, omitía de manera cruel la existencia de su padre y a Nina eso le causaba un escozor que no le era posible de ignorar porque ella, sin ánimos de querer inmiscuirse en la familia Hooper, sabía que ese señor era un humano común y corriente que quería desempeñarse como papá aunque se equivocase cada que lo intentaba.
Exacto lo que más de alguna vez pasó con César Cassiani.
Nina, con los ojos vidriosos, observó una escena que definitivamente no tenía que ver porque en segundos, una región de su cerebro se despertó para revivir algo que ella, por protección, se tenía vedado recordar.
En ese mismo lugar en que estaba Gail, Nina solía sentarse en compañía de su padre.
Él iba al Colegio cada que podía y aunque la sala destinada para las visitas era muy cómoda, los dos preferían esa zona no transitada del Edificio Mayor porque arquitectónicamente, tenía aires de otras épocas y César; Ingeniero Civil, inventaba para su hija historias sobre tal escalinata.
Con los oídos más que abiertos, Nina escuchaba mientras comía las frutas de antaño que César le había llevado como merienda. Entre semillas de anona, pitahayas, caimitos, zapotes, pitangas, uchuvas, nísperos y granadas; la imaginación de la pelirroja se perdía a través de las cuentas del tiempo.
Recordar que en su bolso tenía una de esas frutas míticas, un manjar arcaico que su papá le enseñó a degustar, hizo que corriera cuesta arriba para no herirse adonde todavía le quedaba una llaga abierta porque Nina ansiaba con todas sus fuerzas poder vivir aunque fuera un momento más con el señor al que ella, con su desobediencia, había postrado en cama y para conseguir tal milagro: sabía que no podía rezagarse. Tenía que avanzar a toda costa y precisamente eso era lo que había hecho en los dos últimos años. Correr sin detenerse y sin ver a otro lado que no fuera hacia adelante.
Razón por la cual, el lamento de Lindo, el capricho de Braun, la controversia de amistad en los Grigorieva, la actitud de Moira y todo lo demás se disipó en su mente pero semejante borrón no se debía al egoísmo o a la falta de empatía.
Era el férreo espíritu de autoconservación en Nina Cassiani lo que la hacía blindarse para poder continuar.
Iba a terminar el Colegio con una fiesta de graduación en la que no bailaría con el hombre al que más amaba. Llegaría a casa con un Título y reconocimientos académicos de los cuales, uno de los motores de su vida ni siquiera podría ver y mucho menos, celebrar. Lo que Nina estaba por vivir en los próximos días muy probablemente sería un trago amargo que beber pero por el cual se había alistado para tragarlo de golpe y sin parpadear porque tenía que acabar su período como bachiller para convertirse en universitaria.
Una que estudiaría hasta el cansancio para encontrar la forma de, básicamente, revivir a un ser al que médicamente ya se dictaminaba como a un muerto más.
Con ese pensamiento haciendo eco en su mente sorbió sus lágrimas y tomó una ruta alterna. Inestable, admitió que necesitaba de un amparo y en soledad, porque contando o no con el sostén de quienes la amaban eso de salir del abismo era una cuestión personal; se dispuso a levantarse, dejando pedazos de sí por todo el camino que tuviera que recorrer para poder vivir para ella y también por los demás.
Ya que no era la primera vez que se desbarataba emocionalmente en horas de Colegio y como no siempre había una hombro en el cual apoyarse, para Nina Cassiani siempre existió un soporte en el cual auto auxiliarse. El depósito de sabiduría llamado Biblioteca para ella no solo representaba un auténtico búnker de guerra; tal espacio era su pasadizo hacia otras dimensiones en la que miles de amigos de papel le susurraban ánimos con la sencillez de sus párrafos. La gloria se abría para la pelirroja con solo hacer girar el pestillo de una puerta muy liviana.
El delicioso aroma a libros nuevos y viejos mezclados con incienso la purificó antes de entrar y a poca distancia y con los brazos abiertos, el guardián de las realidades alternas la recibió con una entrañable bienvenida.
—¡No puedo creer lo que estoy viendo! —dijo una voz ronca con mucha alegría pero con el tono muy bien controlado. —¡Señorita Presidenta ha regresado!
—Ay, no me diga así que me apena —contestó la pelirroja con las mejillas sonrojadas y aunque no estaba permitido, corrió para saludar a ese otro Profesor al que ella admiraba tanto.
El Señor Óscar Osorio, mejor conocido como Míster O; el Bibliotecario más singular que se podía hallar en su ámbito por ser altamente espiritual.
—El viernes mientras meditaba, tu figura me llegó de golpe. Te puse tres varitas de incienso, mis más humildes plegarias y mírate, ¡aquí estas!
—Me hubiera pensado desde que me enfermé para llegar más rápido.
—Oh, no funciona así. Sanar requiere tiempo y a éste, pues ¡tiempo! Tu aura ha cambiado, puedo verlo y percibirlo. Aunque por aquí —dijo señalando cierta área de la cabeza de Nina —Tienes un cachito de opacidad, es ¿lo de siempre?
Asintiendo, Nina bajó la mirada.
Míster O abrazó con más fuerza a la Señorita Presidenta de la Biblioteca y de poder hacerlo, le arrancaría de forma definitiva esa pesada carga que siempre traía a rastras. Se sabía muy bien sus problemas porque presenció en primera fila la drástica tristeza en la que se sumió por lo de la enfermedad de su padre y como lo que había en la Biblioteca a ella le servía de flotador, por un buen tiempo se la pasó más ahí que en cualquier otro lado. Eso forjó una bonita y excelente amistad entre el guardián de los libros y la lectora voraz igual que sucedía con el Alquimista moderno; el Doctor Meza.
—Nada de caras largas, es hora de echar chispa y destellar. Si no tienes nada mejor que hacer, ven. Tengo algo que hará que enciendas tu fuego cálido.
Nina Cassiani se sintió en el paraíso cuando vio lo que le mostraban: al lado del escritorio minimalista de Míster O había una serie de cajas que mantenían en cautiverio nuevos ejemplares. Ella hizo el intento de contenerse para despertar con mucho cuidado a los durmientes de papel que la llamaban, pero cuando la primera caja se abrió; saltó cual tigre sobre su presa a coger lo a que para su cerebro pareció más gustoso.
—¿Me ayudas a ingresarlos al sistema o...? —el bibliotecario se quedó con la pregunta en la boca y literalmente hablándole al aire porque la Señorita Presidenta ya remaba entre las letras de un tesoro de papel y caminaba sin ver hasta una de las mesas destinadas para la lectura.
Sonriendo por la increíble fascinación en el rostro de Nina y por percibir notablemente su cambio de ánimos, Míster O siguió con lo suyo no sin antes encender un viejo pero muy bien cuidado tocadiscos para animar a la lectora. Por ser un adulto con bastante récord en los años, el señor escuchaba la música de su juventud, música de la que también gustaba la pelirroja y que le hacía adentrarse más y más en lo que leía aunque de momento, Black Sabbat carecía de concordancia con las diez páginas que su cerebro procesaba sobre un análisis del Canon Occidental.
—Vos y yo: en mi casa —le dijo Nina al libro de 597 páginas en el que estaba inmersa y que esperaba poder terminar a media noche para recomendar o no su inclusión adentro del plan de estudios de la materia de Literatura. Una de las obligaciones que, por ser la Presidenta del Club de Lectura y de la Biblioteca, muy gustosamente realizaba —Espero que al portafolios de Darío le quepa bastante —añadió cuando tomó cuatro libros muy gruesos que también pensaba llevarse contando con que a la salida, se iría en el autobús de siempre pero en compañía de su enamorado.
Meditando en que quizás era un abuso pedirle que le ayudara con tal carga, concluyó que él no se quejaría porque su musculatura era la idónea para soportar el peso de muchísimo más y por supuesto, el de ella venciendo a la gravedad estando entre sus cálidos brazos. Al incluirse en la cuenta de la balanza, Nina se mordió los labios recordando que a Darío; las venas se le marcan muy masculinas cuando les exige fuerza y para ella, había sido todo un acto de resiliencia el no aprovechar cada oportunidad en la que pudo recorrer con su mano más de lo permitido si solo de imaginarlo sentía que el aire que exhalaban sus pulmones simulaba llamaradas.
—¡Oh, Dios! —dijo y abanicándose la cara, se sostuvo la frente con la otra mano. —Creo que se me va a quemar el caldero.
Y las grietas perpetuas adentro de la memoria de Nina dejaban de supurar su trágico pasado para darle paso a cada sentimiento nuevo que vivía por Darío Elba quien tenía el poder de acompañarla a todo lados, incluso a esos a los que físicamente él tenía prohibido visitar.
—Si llegas a perderte entre las páginas de los libros de la Biblioteca, no podré ir a tu rescate Sleepy Girl —le avisó él cuando a penas y la conocía y Nina, en ese entonces se lo tomó a modo de chiste pero la advertencia era cien por ciento real para el Profesor Tutor Elba que hasta la fecha no podía poner un pie en ese espacio pues se lo tenían censurado.
—¿Me prestaría una pluma permanente? —le preguntó Nina a Míster O y él le indicó en qué gaveta de su escritorio buscar lo que le pedía.
Con la pluma en mano, la Señorita Presidenta fue hasta la entrada de la Biblioteca y ahí, a la par del libro de visitas, miró detenidamente la lista negra de personas no gratas en ese sagrado recinto del saber. Nómina en la cual Elba D., D. M. era el primero y a un espacio de separación se leía Hooper U., L.
Los famosos estudiantes que destruyeron por completo la sección de química, toda una leyenda colegial que ella conocía a pie de letra.
Nina, una estudiante que seguía hasta reglas que no existían, nunca habría concebido cometer el "vandalismo" que perpetraba al tachar el segundo nombre de la nómina. El Ponce B., D. C., dejó de leerse porque ella así lo decidió y luego de unir a esos dos buenos amigos con líneas y un corazón mal hecho, achinó los ojos de tanto sonreír.
—Lo que Sleepy Girl, A.K.A. Pelitos de Elote y también Cabeza de Remolacha ha unido: que nadie nunca lo separe —rezó con la mística de un Sacerdote celebrando un matrimonio. —En las buenas y las malas: unidos es como deben estar.
—¿Tenemos más visitantes? —quiso saber el Bibliotecario al distinguir que la única otra persona que estaba con él, hablaba.
—¡No me haga caso, únicamente soy yo y mis divagues! —contestó Nina rezando por que él no hubiera visto su inocente travesura. —¿Puedo acomodar a los nuevos amigos que ya fueron catalogados e inventariados?
—Siéntete en libertad, estás en tu casita, Señorita Presidenta.
Nina regresó al interior de la Biblioteca y alistó el carretillo para llevar más de una docena de libros para colocarlos en sus respectivos espacios. De lo nuevo adquirido por el Colegio había de todo un poco, desde libros básicos como lo eran más copias de literatura clásica, tragedias griegas y obras teatrales hasta los volúmenes recientes que completaban a las sagas de moda. Lo único que consumían los otros visitantes de la Biblioteca y que Nina consideraba como lectura sin contenido pero que al menos servía para desatascar los tornillos herrumbrosos en las cabezas de los demás estudiantes.
—¡Jesús del Huerto, ¿qué acaso ya no revisan antes de imprimir?! —se quejó ella al leer un horror ortográfico justo en la primera página de uno de esos librillos. —¡Si lo alcancé a leer yo que estoy casi ciega ¿cómo no pudieron verlo ellos?! ¿Adónde irá a parar el mundo?, ampáranos RAE! —siguió lamentándose, pensando en que más tarde escribiría un correo electrónico a la editorial para hacerles ver el error garrafal con el que circulaba el famoso y carísimo libro que supuestamente ya iba por la tercera edición corregida y aumentada.
Luego de hacerle la señal de la cruz al ridículo libro a modo de exorcizarle la falta de cultura, Nina siguió con sus tareas y se dirigió a la sección de Ciencias computacionales para colocar lo más nuevos y gruesísimos manuales sobre programación. Todo un campo de la ciencia que a ella le causaba curiosidad por la cantidad de matemáticas que implicaba y lo entretenido de armar una ecuación que crease intrincados mundo virtuales.
Luego de guardar en su memoria aquellos títulos que revisaría al acabar con el cerro de libros que tenía destinado llevarse esa misma tarde, siguió ordenando y de repente se topó con la sección de Enciclopedias y en segundos el amor de Javier Bloise se le vino a la mente.
—¿No aprobaron la compra de la Enciclopedia Anatómica de Felinos? —preguntó Nina a Míster O luego de no hallar el libro que, meses antes de enfermarse, Marcelo Adler: futuro Médico Veterinario por amor y vocación, le pidió que le ayudara a solicitar para que los Benefactores de la Biblioteca compraran ese ejemplar que era muy difícil de conseguir y que a él le interesaba demasiado.
—El Señor Mei me contó en su última carta que seguía sin hallar la edición en español pero, echa un ojo en esa caja. La que está sin abrir contiene sus donaciones, a lo mejor y está ahí.
Ni lenta ni perezosa y con mucho cuidado, rompió la cinta que sellaba lo enviado por el Señor Mei; el Benefactor de más peso y con el que ella tenía comunicación mediante cartas en las que ambos firmaban con sus iniciales. En la caja, Nina encontró la enciclopedia de felinos y a la par, un libro que había solicitado para sí: un ensayo médico sobre las secuelas físicas y mentales en pacientes con períodos largos en estado comatoso.
Una recopilación verídica y científica de lo que sucedía cuando personas como su padre, regresaban al mundo con los vivos.
Nina había buscado la Biblioteca para refugiarse y habiendo olvidado que ella misma solicitó de manera humilde la compra de dicho libro, ahora que era tangible para sus manos, tuvo que cerrar los ojos. Exhalando un pesado suspiro se deslizó hasta llegar al piso y Míster O, al ver lo que ella estaba por hacer, quiso evitarle el seguro bajón de ánimos que ya veía asomarse.
—Si mi opinión cuenta: este tipo de lectura no es recomendable para un solo par de ojos. No le des a tus lagrimales y a tu alma algo que no podrán soportar en soledad. A veces es bueno esperar.
—Prometo que sabré dónde detenerme pero no puedo estancarme. Él lleva mucho esperando. Gracias Míster O —contestó mientras se alistaba para salir al campo de batalla sin vestir otra armadura que no fuera su inocencia y terquedad.
Nina abrió la tapa y por un instante sintió como si hubiese dejado en libertad a los males contenidos en la Caja de Pandora. Con un escalofrío circulándole en todos lo vellos, se tapó los ojos presintiendo que algún bicho le saltaría, pero como no la atacó nada más que su propia pena, se armó de coraje y comenzó a leer.
A grandes rasgos y sin detenerse mucho en lo que ya sabía de antemano porque no era la primera vez que leía sobre ese tema, miró historiales médicos buscando la parte exacta donde se registraba la etapa de recuperación.
El primer puñetazo que Nina recibió fue confirmar que en todos los casos, las probabilidades de una vida sin daños colaterales era casi nula en especial si el coma se extendía por más de unas cuantas semanas.
Muchos de los pacientes, sujetos de estudio que sirvieron para hacer el ensayo, no recobraban por entero la movilidad del cuerpo. Otros dependían de instrumentación médica pues, la degeneración natural de algunos órganos como el hígado, páncreas y riñones entre otros, se duplicaba durante el coma. También se exponía la pérdida de coordinación en las acciones. Se ejemplificaba un caso en el que un ex comatoso tenía el comando de sus órdenes invertido; si quería mover la mano derecha se le movía la izquierda y viceversa. Otro paciente había perdido la capacidad del habla porque dicha región cerebral estaba inactiva y uno más, no podía razonar.
Las amnesias totales y parciales eran el común denominador, sin embargo algunos lograban recuperar cierta parte de la memoria a mediano y largo plazo, dependiendo de la traumatología: pocos se quedaban sin recuerdos para lo que les restaba de vida y las expectativas de ésta a veces no superaban a los diez años después del despertar del coma.
Nina había tratado de leer con objetividad, quitando de por medio que en cada línea veía a su padre pero al finalizar los expedientes; estaba media viva. No hallaba como avanzar hasta la parte que más le importaba leer: la que relataba el testimonio de aquellos pacientes que poseían la capacidad mental de narrar su historia.
Enfrentar, cara a cara, un extracto de lo que quizás su papá estaba pasando en esos instantes, le un infundía el mismo pánico de recordar pedacitos de los últimos segundos de cuando dejó de ser solo una chica con una vida normal.
Bastante tonta como para atreverse a algo que con seguridad la despedazaría, Nina llenó de aire sus pulmones y cuando estaba a punto de lanzarse sin paracaídas una mano amiga le cerró el libro.
—El único color que te queda es el de tu melena y pecas. Estás más pálida que un fantasma después de juerga, tanto que estuve por apretar del disparador pensando que veía un espectro. Lamento llegar tarde, me hubiera gustado estar desde antes que iniciaras la tortura de leer esto a solas. No me digas que olvidaste que ni vos ni yo estamos solos, mi querida Señorita Presidenta. No me digas que olvidaste que acordamos ser el espejo en el que se vería el otro.
Nina Cassiani aflojó el cuerpo, soltó el libro al que se había prensado de uñas y humedecido con sus lágrimas. Ya no le quedaban fuerzas para levantar el rostro pero sabía quién la estaba salvando. Alguien como ella, un remendado.
Otis Maier, adolescente que vivía preso de sus pensamientos. Devorador de libros y enciclopedias. Incapaz de siquiera decirle "hola" al amor de su vida y que prefería escuchar lo que hablan las personas mediante las fotografías. Estudiante de Mecánica Automotriz, soñador de que algún día crearía una máquina perpetua que salvaría miles de vidas incluyendo la suya porque él era como Nina, paciente cardiópata que había visitado dos veces la sala quirúrgica para enseñarle al cielo el corazón defectuoso con el que había venido al mundo. Músculo hueco y caduco que contra todos los pronósticos seguía latiendo con más fuerzas que las que traía cuando se formó en el útero de una madre ya difunta.
La pelirroja aceptó que no podía más y cuando sintió que el muchacho buscaba sentarse a su lado, se dejó cae sobre él y lloró lo que tenía que llorar. Le castañearon los dientes, hipó y se ahogó en un mar de mocos hasta que por fin logró asentarse.
—Me siento como un ratón. Atrapada en el laberinto que contiene tres quesos. Uno es el que debo comer, el segundo en que tengo que comer y el tercero el que quiero comer. De éste último hace ayer que me di cuenta de que existía y pasa que el deber me desvía de lo que quiero para mí porque el tener hace que me estrelle contra la pared intentando llegar al extremo adonde no pasa nada pero ya no puedo ni quiero seguir observando. ¿Leerías para mí?
—Pararé y no te devolveré el libro si veo que te vienes abajo así como tantas veces vos lo hiciste por mi.
Tras ver que Nina asentía con la cabeza, Otis comenzó la lectura y el primer relato verídico que la pelirroja tuvo que procesar fue el de un paciente que, según él, estaba dormido y que cuando despertó lo hizo como tal. El problema es que su sueño había durado siete meses en los que había necesitado del beso de un desfibrilador para sostenerse. El siguiente en dejar constancia de su experiencia era una mujer que también creyó que dormía con la gran diferencia de que vivía adentro de una pesadilla cíclica que le atormentaba sin parar.
—Hasta aquí. No más —dijo Otis viendo que Nina temblaba de pies a cabeza.
—He seguido a lo largo de dos años y debo seguir por otros seis o siete más si pretendo estudiar para sanarlo, si no puedo ni siquiera leer sobre un caso, ¿qué haré cuando tenga que ver pacientes en iguales condiciones a las de él, Otis?, ¿qué hago si no quiero estallar mi burbuja aunque me quede sin aire?
—Nina, es que lo que sigue, no...—y el chico suspiró porque alcanzó a leer para si el caso que continuaba —Esto va a dolerte demasiado.
—El dolor tiene un límite y el mío es que él ya no esté más. Sea lo que sea que esté escrito ahí: tiene que empujarme pero hacia la orilla.
Otis Maier comprendió los motivos de Nina Cassiani a la perfección y sin esperar más, leyó en voz alta la memoria de un hombre que aunque no podía hablar, sentir, moverse ni "despertar" si había estado presente. Durante lo que le duró el coma; casi diez años, había escuchado todo lo sucedido a su alrededor porque en el estado que se había sumido no se podía dormir o desconectarse.
Su mente era como una habitación sin puertas ni salidas en la que si, había vivido lo que él no podía sentir.
El dolor de aquellos que de una y mil formas le rogaban con amor que abriera los ojos y despertara.
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