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77.

—77—


Anormal y a la vez tan natural a causa de las fechas que transcurrían por el calendario, en el Colegio donde se formó Nina Cassiani; año tras año siempre se suscitaba el mismo y extraordinario fenómeno: aquel de cuando la memoria que recubría los salones de clases, parecía que escarapelaba.

Con cada pedacito del recuerdo que se desprendía de lo no visible, los ecos atrapados entre las gruesas paredes que cimentaban lo sagrado de ese lugar, llamaban a la nostalgia y al alivio. El aire que en alguna época llegó a ser una carga pesada e invivible, para todos se aligeraba y la euforia que traía consigo dejó de ser la de antes.

Tanto que aquel espacio en el que Nina antes sólo respiró conocimiento, ni para su nariz era igual. Olía distinto, como a vacío, a soledad.

Para Nina así olía lo inminente, la despedida.

Esa era la única palabra y la más sensata que lograba describir el aroma que enrarecía los pasillos y aulas de aquella institución Jesuita en la cual y como en cada fin de curso, las generaciones de próximos graduandos le daban el respectivo adiós a su estatus de colegiales y se alistaban de manera individual para ser universitarios.

Aquel proceso, como cada etapa de la vida, tenía su protocolo y antes de llegar a la línea de meta de los pasos más complejos que restaban uno era el de mirar las caras de los otros. Los rostros de esos con los que crecieron para decirles: adiós querido, amado y algunos casos, también odiado compañero.

Y los que conformaban a la sección de la 2-4 y la 2-5 no eran la excepción.

Había quienes, como Lindo y Braun, que con ingenio intentaban estirar los minutos. Rogaban porque cada segundo corriera lento y cuando la campana ingrata anunciaba el acabose sumando un día menos, se miraban a los ojos y sin usar la voz, un "nos vemos luego" hablaba con melancolía por ellos.

Otros como Gail Hooper y Javier Bloise se la pasaban de extremo a extremo. Entre el quiero y no quiero, bailaban a cada hora al son del sí y el no.

Los dos querían que ya todo se terminara. Querían dejar de sufrir y ver si afuera de esas paredes lograban obtener lo que ahí no poseían, pero a la vez se negaban. Les dolía desprenderse de los que les hicieron conocer el verbo enamorar y por haberlo llevado al límite de no poderlo conjugar más que en su misma persona, a ellos no les quedaba de otra que la separación con su final inevitable y sabiéndolo a la vuelta de la esquina, lo esperaban. Pero ese adiós los hallaría estando de pie y con la frente en alto.

Ciñendo sus corbatas para sentir a sus propios corazones alocados frenarse y vistiendo la máscara que les correspondía usar ante aquellos a los que querían demasiado; Gail y Bloise no se amedrentaban y continuaban adelante.


Sin detenerse y haciendo de todo para dar la talla y suspender lo que no fue y que casi con seguridad no podía ser, la del cabello corto y negro como su humor, erguía la espalda y demostraba su fuerza exponiéndose a su mal de amor que siempre convivió con ella a diario, estando y no estando a su lado.



—O sea, Darling —le dijo Borya Grigorieva a su hermana menor que él por diez minutos, Romee —¿Esto que está en el pizarrón es el planeamiento para la fiesta de roles por los dieciocho de Hooper? —preguntó con incoherencia el guapísimo muchacho estando más distraído de lo usual con las burbujas multicolor que Moira Proust hacía frente a él para entretenerse.

Moira no era asidua a la compañía de dichos adolescentes, sus pláticas y chistes no le resultaban graciosos y si estaba ahí era porque le retenían por la fuerza.


—No, Honey, ¿cómo crees? —contestó Romee más atenta en las puntas de su envidiable cabellera recién entintada y en lo que cercioraba de que estuvieran perfectas, de repente abrió con exageración los ojos —¿O si es?, ¿es como una fiesta compartida? ¡Ay ya me confundiste Borya, siempre me haces lo mismo! Hooper, ¿cómo era que dijo el Profe Elba?

La cumpleañera de la supuesta fiesta miró al cielo raso que había sobre su cabeza.

Abue, mándame un charquito de tu paciencia —pidió Gail frotándose las sienes de ver que explicación tras explicación, el par de atolondrados seguía peor que ciegos dando a palos por todos lados.

A veces, mientras estaba a solas en su habitación degustando sus finísimos cigarros y meditando en cosas que no eran vanidades, le parecía increíble que los cabezas huecas de los Grigorieva fueran lo más cercano a lo que comúnmente se conoce como mejores amigos; sus mejores amigos.

Muy mal le iba al intelecto de Gail Hooper cuando aún en medio de su orgullo y carácter de piedra, era capaz de reconocer que de entre las trece chicas restantes con las que estudió por más de una década, siempre hubo mejores personas con las que entablar una amistad verdadera y que no fueran como aquellos dos, ejemplos claros de seres estereotipados.

Paguet pudo haber sido su amiga del alma aunque hasta hace no mucho no dijera ni "hola", lo mismo pasaba con Sauterre, Rodas y hasta la misma Idelle si no tuviera tan arraigado su complejo de monja medieval. Todas ellas, a pesar de que sus familias no conseguían llenar los requisitos o no les interesaba pagar la astronómica cuota para pertenecer al Club Social de ciudad, si tenían sentimientos nobles y mucho más cerebro.

Pero siempre en sus momentos de reflexión y de mirar la marca de lo que fumaba más las posesiones materiales que la rodeaban, Gail caía en cuenta de que en la alcurnia en la que nació y en la que se desplazaba, económicamente hablando los Grigorieva eran de los pocos que ostentaban el título de "amigos dignos" según las normas estúpidas de los que tenían poder y dinero.

El mismo concepto materialista que ella profesaba cuando sacaba a relucir el ego clasista que traía de fábrica y que desde su infancia, fue mal inflado por su madre. Uno que parecía inabordable.

Tan rígido era aquel tema de los amigos íntimos y sociales, que si se le preguntaba a Doña Bianca Uberti de que si en ese Colegio además de esos gemelos otra persona podría contar con su venia y aprobación para poder codearse con su hija menor, ella contestaría que sólo existía una más. Una chica muy especial.

Sin embargo, esa señorita estaba a millones de años luz de querer ser amiga de Gail. Al menos no por coerción o por voluntad propia y eso, quiérase o no, a Gail le pesaba en el gramo que todavía funcionaba en su conciencia.


—Borya, para que no gastes tu reserva de neuronas te voy a decir que sí. Lo que intentamos planificar si es para una fiesta, pero no exactamente para mí. Es para lo del hospicio, es un acto de filantropía.

—Oh, ya veo. Si es para la deducción de impuestos, pues está bien —respondió Borya.

Si algo había aprendido Borya desde que se memorizó la tabla del dos, es que los eventos como el del Festival de la Colecta traían un beneficio amarrado en la declaración que su familia presentaba cada año en el Ministerio de Hacienda y sus padres le enseñaron que las actividades como esa eran más que buenas y por eso debía participar.

—Seré el tal Eros —aceptó mientras sacaba un decorado espejuelo de la bolsa de su pantalón. Posando para él mismo y alzándose las cejas para coquetearse, añadió —Pero quiero verme como tal. Glorioso. Así que diséñame un atuendo, Hooper.

—¡Llevo ratos esperando por eso! —dijo Romee aplaudiendo.

—A eso vamos, ven Moira —y buscando a su alrededor, Gail se dio cuenta de que Moira se había escabullido y ya no estaba a su lado: el lugar donde le había ordenado que se quedara.

—¡Moira! —gritó molesta —¡Moira!

Pero por más que Gail llamara a Moira, ésta no tenía pensado escucharla.

Por perseguir las burbujas que hacía, acabó frente al dispensador de toallas sanitarias que estaba empotrado en una de las esquinas del salón y sin poder quitar la mirada de la puerta de aquel mueblecito, a Moira se le fue el tiempo sumida en sus asuntos.

Raras y contadas veces se le vio a Moira meditabunda. Ella nunca se estaba quieta y mucho menos en silencio, una conducta que había adoptado durante las dos últimas semanas y que definitivamente no era parte de sus costumbres y hoy se hubiera quedado con los ojos casi bizcos de no ser porque alguien de melena flameante se le acercó por un costado.



—Te felicito, Nana.

—¿Ah? —preguntó Moira —Pero si no hay de qué felicitarme, eso solo fue un ...

—¿Cómo que no? —interrumpió Nina Cassiani con seriedad lo que provocó que Moira se sobresaltara y palideciera pensándose delatada.

—Sé que soy miope, que la graduación de mi ojo izquierdo va de mal en peor y que de fijo necesito otros lentes, pero aún puedo leer y allí dice Proust Ettinguer, M. y estás a sólo dos puntos de alcanzar a Gail —y señaló lo que creía que tenía a su amiga absorta; una sencilla hoja de cartulina blanca con el membrete del Colegio.

Sobre la puerta del dispensario de metal que Darío Elba había hecho con sus manos, la misma en la que Moira perdió su mirada, estaba pegado el Récord Académico y de Logros que reunía a los mejores estudiantes de cada sección y en ese caso, el de las integrantes de la 2-4.

De izquierda a derecha y con actualización trimestral se listaba el primer, segundo, tercer, cuarto y quinto lugar y en ese pedazo de papel, desde que la pelirroja tuvo uso de razón, su nombre nunca estuvo entre los cinco mejores puestos y mucho menos ocupó el primer lugar.

El "Cassiani Almeida, N. M." siempre estuvo separado del resto. Se situaba hasta abajo, como una línea final y dicha separación se debía a que Nina era Alumna de Honor.

Según la doctrina Jesuita que regía ese Colegio, siempre se buscó el explorar y fomentar las habilidades de cada estudiante. Ya fueran artísticas, científicas, deportivas, carismáticas o académicas se les apoyaba y empujaba a dar lo mejor de sí y en este último rubro, los estándares que se exigían nunca fueron los convencionales. Tanto que solo contaban con tres alumnos de honor, tres adolescentes insignia que representaban a miles y Nina era una de ellos.

Pero esa pompa bien ganada por Nina y los otros alumnos que con sus medallas y trofeos le sumaban más prestigio al uniforme que les daba cobijo, no le quitaba méritos a la demás población estudiantil.

Había mucha materia gris en ese Colegio y en la 2-4, con un 95 o un 92, el primer lugar lo disputaban Gail Hooper e Idelle Guerty y cada vez que una sobrepasaba a la otra, sus compañeras relacionaban esa rivalidad como la del relato de San Jorge y el Dragón; una lucha épica entre el ateísmo de Gail contra la religiosidad de Idelle y durante los últimos meses, la chica de las uñas esmaltadas de negro se había adueñado del puesto y no por ni para la honra de Dios.

Por tanto, la lógica dictaría que Idelle junto a sus plegarias ocuparían el segundo lugar, pero no era así. Los apellidos escritos eran los de otra oveja negra, los de Moira; quien nunca antes había aparecido nombrada en ese susodicho papel y a eso se refería Nina al elogiar con mucha alegría a su amiga.



—Ah, era eso —dijo la felicitada sin entusiasmo —Si el que mi nombre esté allí te hace feliz, a mí también me hace feliz —añadió y luego giró la cabeza —Te vi salir hace un rato con el Profe, ¿adonde fuiste?, ¿estás bien, te sientes bien?

Ante esas preguntas, los engranes adentro de la cabeza de Nina comenzaron a acelerar su pensamiento. Siempre le costó mentirle a las personas en general, pero ocultarle la verdad a Moira era una ardua tarea.

Para Nina Cassiani los ojos de Moira Proust eran como los de un gran felino: atrayentes, penetrantes y sin vacilación al grado de que algunas veces, Nina no conseguía sostenerle la mirada. Sin tener todavía una explicación exacta, cuando Moira la veía, Nina en muchas ocasiones sintió como si durante todo el tiempo en que se desarrolló y fortaleció su amistad: su protagónico fue del de una presa pequeña jugando muy cerca de las fauces de un gran depredador.

Aquel sentimiento algo descabellado, no sólo lo experimentaba Nina. Desde hace bastante Javier Bloise también lo percibió.

Ellos tres mantenían un vínculo tríadico y pretendían ser igual a un triángulo equilátero; equitativos con la información que viajaba de ángulo en ángulo, pero Bloise había guardado reservas. Contaba con un instinto de conservación muy acérrimo y aunque pensó decirle, nunca le reveló a Moira el rumbo de orientación sexual ni tampoco le dijo que era Adler el que le tenía atrapado el corazón y ese actuar de él que podía ser interpretado de falsa amistad o de preferencias por Nina sobre Moira, contaba una excusa demasiado válida.

Moira tendía a liberar secretos sin malicia. No tomando con seriedad que las consecuencias de no controlar su boca que aún careciendo de malas intensiones, no dejaban de ser perjudiciales.

Nina por su parte, sí quería confiarle a Moira sus descubrimientos sobre el amor y en especial quién los había ocasionado. Consideraba justo y necesario que ambas cosas fueran de conocimiento de su amiga, pero ella no procedería la ligera e iba a estudiar el terreno antes de hablar.

Por eso Nina se mordió la lengua y calló ante Moira.


—Con o sin que aparezcas en ese papel, siempre me sentí feliz por vos Moira y que ahora tengas el segundo lugar es el reflejo que eres muy capaz y que nada más te faltaba esforzarte, por eso te felicito y sí, salí porque tenía que medirme la presión, pero no tuve que ir a la enfermería, él me ayudó —contestó Nina y lo último que dijo, que era una mentira, fue de dientes para afuera y con suma simpleza indicando sólo con la vista a Darío Elba quien ya se había reincorporado y estaba en el otro extremo del aula.

Con el doble de crítica sobre sus hombros, Darío sabía de que debía tomar más precauciones de las ya establecidas y después de asegurarse de que estaba recompuesto de las emociones que Nina le hacía florecer en cada pedacito de su piel, intentó dejar de pensar en ella para continuar haciendo lo que tenía que hacer: trabajar.


—Me alegra que tu corazón y su pulso cuente con buenas manos —certificó Moira mirando que el chaleco del uniforme de Nina vibraba moviéndose a ritmo con sus latidos.

Hasta donde Moira se acordaba, en Nina hace mucho que no se apreciaba así de vigorosa esa señal de vida. No saltaba así su corazón ni cuando ella se sobre esforzaba por volver a ver la sonrisa y alegría que atesoraba del antaño y hasta cierto punto, que Darío consiguiera eso en su amiga al tomarse la molestia de chequearle la salud, a Moira le daba una mezcla de envidia y confort. Por eso añadió:


—Se preocupa mucho por todas nosotras. Es muy buena persona.

Los ojos se Moira se clavaron de inmediato en los de Nina y ésta dio la lucha para no apartarlos. Con lo último dicho por la chica de baja estatura, la pelirroja vio una forma de ser transparente y trató de usarla para decirle la verdad.

—¿También lo crees?

—Moira, saca tu libreta de bocetos, marcadores y lápices de color —interrumpió de la nada Gail Hooper con cara de malas pulgas.

Había llamado a Moira lo suficiente como para colmar la escases de su muy comprometida paciencia y le enojó que nunca le prestara atención.

—Estoy ocupada y además no quiero —dijo Moira y tal y como siempre lo había hecho, después expresarse sin prudencia; se refugió detrás de Nina.

RedSkull, ¿ves eso que está ahí? —le preguntó Gail a la pelirroja y ésta asintió cuando vio que le indicaba el nombre de Moira ocupando el segundo lugar de la lista de logros académicos.

—Hmn, pues eso lo conseguí yo mientras estabas incapacitada y sin hacerle ni darle copia del sesenta por ciento de las tareas. Lo cual quiere decir que ella puede hacer sus cosas si se le exige, pero vos la alcahueteaste. La mimaste en exceso todos estos años. Con tu miel no hiciste nada, solo la consentiste demasiado. Nina, con tu amorcito casi la echas a perder, justo y exacto lo que estás haciendo en este preciso momento, ¿tanto te costaba quedarte en casa estos últimos días de clase?, ¿tanta era tu urgencia por regresar?

—¡Callate, Gail! —gritó Moira y todos la volvieron a ver —¡Jamás lo vas a entender!

—Oh te juro que si lo entiendo —replicó Gail y muy molesta.

Había demasiado disgusto en su voz que Nina pudo escuchar y palpar la agitación en la hermana menor de Hooper.

Te entiendo y siento más de lo que quiero comprender por lo que no te conviene hacerme hablar de más. Saca tu libreta de bocetos, marcadores y lápices de color porque no te estoy preguntando si estás de acuerdo o no.

Moira Proust con los ojos enjugados de cólera, no pudo confrontar a Gail Hooper y rechinando los dientes, comenzó a caminar para ir a hacer lo que ya era un mandato y Nina Cassiani intentó seguir a la ofendida, pero Gail la atajó.

Pasándole el brazo por encima de cuello a la pelirroja, Gail le sonrió con hipocresía a los espectadores para hacerles creer que todo estaba de perlas y después la encaminó hasta donde estaba la lista de récord y logros académicos.

—Déjala ir —le ordenó.

Nina dijo "no" desafiando a Gail cara a cara.

Nunca había tenido miedo de su acidez porque sabía que lo que esa integrante de la familia Hooper no podía superar era que la bloquearan ignorándola.

Así fue como le había sobrevivido desde el segundo grado. Simple y sencillamente cada dardo lanzado por cerbatana ponzoñosa que tenía instalada Gail en su garganta, a Nina le resbalaba y nada que ella le dijera la había podido ni rozar hasta la fecha.

—¿Sabes el mal que le hiciste cuando te enfermaste? —preguntó Gail en forma de reclamo cuando vio que Nina no se doblegaba.


Gail no usaba trucos, tampoco era condescendiente y estaba lista para dejar caer la verdad a medias sobre Nina con tal de hacerla reaccionar.


—No estaba chequeándose la glucosa. No se aplicaba las inyecciones de insulina. No dejaba ni que Bloise se las pusiera y ni siquiera comía, ¿sabes por qué? Porque mami Nina no estaba para hacerlo con sus pendejadas de cariño y amor, porque según ella no hay nadie más que pueda darle lo que vos le das. ¿Y crees que ahí acaba todo?, ¿tienes puta idea de lo que sucedió las dos primeras semanas cuando te fuiste? No, ¿verdad? y bien sé que te horrorizaría escucharlo, tu conciencia de mierda no aguantaría con tanto. Así que mejor lo guardaré para más tarde por si decides seguir como si nada sin hacerme caso.

Nina al escuchar lo de la salud de Moira, ya no podía ignorar a Gail porque lo que ella le achacaba era la realidad.


Desde que Moira Proust se enfermó de diabetes por querer provocarse caries y que así sus padres dentistas le pusieran la adecuada atención, Nina Cassiani se encargaba de punzar su dedo con la lanceta y le administraba la respectiva dosis de insulina de lunes a viernes a las 7:35 de la mañana sin falta.

También y durante todos los años que compartieron su amistad, cuando Moira se quejaba de que no podía con las tareas, Nina se las iniciaba y dejaba a medio camino para que las terminara. Pero Moira, con tal de jugar y absorber a Nina, nunca hacía su parte, por eso las notas de su registro académico rayaban el setenta y siete, el mínimo para no aplazar el curso porque su conducta irreverente-lanza la piedras y esconde la mano; no ayudaba en nada.

Nina no podía negar los hechos ni sus errores y más ahora cuando Gail, inesperadamente, se tomó a pecho el hacer de Moira una persona responsable y aunque sus métodos no fueran los correctos y no tuviera tacto para conseguir los resultados; a la larga fue ella quien consiguió sacar las fortalezas de Moira y no Nina.

—Quería estar aquí, pero no podía y no estoy esperando tu comprensión —repuso Nina y pensaba decir más, pero no le dejaron.


—Ese es el maldito punto: no vas a poder estar con ella siempre, ¿qué pasará cuando todo esto se acabe? Dime, Nina ¿lo sabes, o no? Moira pretende seguirte y adonde vos vas, no hay nada para ella. No puedes ni debes permitirle ser tu caniche, eso no lo hacen las amigas de verdad; lo que se supone que son ustedes dos o ¿vas a dejar que su talento se desperdicie?

Las cejas de Nina se arquearon y se unieron por encima del marco cuadrado de los lentes exponiendo su desazón y el de ojos azul grisáceos, mirándola desde lejos, intentó descifrar lo que aquejaba a su amor acongojado que con un dedo en el cuello de la camisa blanca, intentaba aflojarse el nudo de la corbata del uniforme mientras que con la otra mano se abanicaba el calor utópico de la helada y sin poder acudir para socorrerla, solo le quedaba enviarle por el aire notas mudas de apoyo y fortaleza.

—Si lo sé —contestó Nina —Y lo de ella es más que un simple talento, tampoco es cuestión de manualidades —respaldó el magnífico don de su mejor amiga.

Moira Proust Ettinger era toda una diseñadora de modas en potencia.


Capaz de copiar a la perfección un vestido de alta costura solo con verlo en una revista, Moira era una bestia esplendida con tijeras, hilo y agujas, algo que nadie conocía y que salió a la luz por causa de alguien que no sabía ni una partícula sobre modas, Nina.

Al regresar de su convalecencia por la desgracia ocurrida en aquel bar, Nina se negaba ir a clases de natación a pesar de que tenía una orden médica que citaba que ese deporte le hacía bien a la recuperación de su corazón. Aquella indisposición era por no lastimar a nadie más. Ella no quería mostrar la cicatriz que le cortaba el torso ni las tres entradas de bala de su espalda que de por sí ya aterrorizaban a Moira y a Bloise y aunque buscó soluciones; ninguno de los trajes de baño que se midió, le ayudaban a cubrir su infortunio.

Moira no quería estar más sin su pelirroja, ya había pasado demasiado tiempo sin ella y contradiciéndose, también no aguantaba estar a su lado porque sentía que se moría cada vez que miraba esas pertubadoras puntadas que estaban tan frescas que en sus pesadillas la amenazaban con que vomitarían el corazón de Nina y con eso, la vida de la única persona que le daba cariño y amor, se extinguiría.

Como Moira no pudo más, se fue a una tienda de telas y compró material para confeccionar un traje especial para su amiga y lo que resultó de sus manos inexpertas, dejó maravilladas a todas hasta a Gail.

La que nunca había hecho más que disfraces para sus peluches, de la nada creó perfección.

El traje que confeccionó tenía cuello de tortuga, no dejaba la espalda descubierta ni tenía mangas largas y tampoco era hasta los tobillos como pasaba con algunos modelos que servían para hacer surf y que eran lo más cercano que Nina podía usar para tapar sus cicatrices. Moira dio lo mejor de sí en esos trozos de tela que hilvanó con más que amistad para agradar a su mejor amiga Nina, quién esa mañana al descubrir lo que estaba detrás del papel de regalo de girasoles, no dudó ni cinco segundos en correr para ponérselo y saltar a la piscina para tomar la clase en la que Illías Alcott ya la daba por reprobada.

Tanto gustó lo que hizo Moira, que Gail terminó convenciendo a la hacedora de confeccionar uno para cada una de sus compañeras, pero ahora asesorada por sus conocimientos en los mejores materiales de alta calidad y puliendo el diseño. Al final y desde hace dos años por Moira y Gail, quince chicas vestían el mismo traje en color negro con remates blancos.

Razón por la cual las llamaban "Las Orcas" porque enfundadas en eso, se parecían a ese animal marino que devora la fauna del océano con efectividad muy superior a la un tiburón.

Ese fue el primer acercamiento de Gail hacia Moira, así fue que se dio cuenta  de que tenían más que varias cosas en común a pesar de que una parecía una botella de champán que rebalsaba a todo dar y la otra más estática e insondable que el lado oscuro de la luna.

Pero juntar a esas dos por métodos espontáneos, una total imposibilidad. Por eso, cada que podía y sin importar que le tocara hacerla llorar, Gail intentaba que Moira tomara la máquina de coser para crear arte y la oportunidad la consiguió el año anterior con el traje fantasioso de servidumbre que se usó en El Café 15. Uno que causó fascinación y euforia hasta en las profesoras y desde ese día, al ver muy desarrollada y madura la destreza de Moira, Gail tuvo una visión.

Soñaba con ver el nombre "Moira Proust" como una marca en la Semana de la moda de Paris. Tanta sería la fama de Moira obtenida en su debut, que Gail ya veía y escuchaba las ovaciones de los críticos de las revistas fashionistas postrándose a los pies de la prodigio implorando porque les hiciera un simple pañuelo y eso, el verla a ella realizada como mujer y sonriendo por sus propios méritos, a Gail le erizaba la piel.

El único obstáculo que veía para cumplir eso que ya podía tocar, era la misma negativa de la futura diseñadora. Empecinada en seguir a Nina a toda costa, pensaba ir a la universidad donde la pelirroja pretendía estudiar y dichas instituciones de educación superior no eran las que Moira y su talento necesitaban, pues en ninguna se impartía modismo, indumentaria ni diseño textil.

A Gail se le estallaba el coraje cuando notaba que Nina, con tal de proteger a Moira, le amagaba su propia desventura y ya no estaba dispuesta a soportarlo más, no iba a desistir de lo que se proponía para ella.

—Déjala ir Nina, es por su bien.

—Es mi amiga, no puedo hacer lo que me pides. Al menos no así como lo quieres, Gail —aceptó Nina y reconociendo su grave falta pensaba enmendar su error de inmediato como era lo correcto.

Tic tac tic tac Nina. Hay una bomba y el tiempo no te va a esperar así que apresúrate y déjala ir ya.

Gail, que no hacía favores a nadie; estaba intentado cosechar para su saco aunque lo que recogía se le iba como agua entre las manos.

Durante todo el tiempo en que Gail monitoreó a Moira, comprobó demasiado de lo que ya presentía y en aquel juego de dominós, la misma Gail tenía fichas propensas a caer.

Ayudando a Moira, le salvaba el pellejo y unido al de ella, el suyo también.

—Reconozco que hice mal, pero tienes que dejar de tratarla así. Llevas el año entero molestándola en exceso y es cariño, paciencia y amor lo que Moira necesita y lo sabes bien.

—Yo no puedo dar lo que no tengo, pero no significa que no estoy consiente de mis faltas y ahora, si de verdad quieres a Moira: te toca hacer tu parte. Que la Elbitis no se te propague más de lo tolerable, Nina.

—Y lo haré —aseguró y sin dudas de ningún tipo, Nina pidió —Pero antes debes decirme qué le costará a Moira tu ayuda, pues quiero ser yo quien pague por ella. Esa es mi responsabilidad.

Gail Hooper le dio la espalda a Nina y sin verla, le dijo:

—Por eso que hago, de vos no quiero nada, así como tampoco tendrá un costo para ella. Hay cosas de las que jamás se puede esperar remuneración porque no existe con qué igualarlas.

Nina Cassiani hizo un mohín de incógnita. Que Gail se expresara así, era un absurdo, pero no podía darle más vueltas al asunto. Ella tenía la razón y no podía perder más tiempo. Suspiró y movió su cabeza y cuello en varias direcciones, la situación la tenía estresada y aún así se atravesó el salón de clases en busca de su amiga para cumplir con lo que a ella le beneficiaba.


—Quiero un vestido que parezca sacado de película para usarlo en lo del Festival —pidió Nina Cassiani a modo de exigencia y de forma tan creíble que nadie dudaría en hacer lo que solicitaba.

—¿Para qué? Si siempre te quejas de lo que te quiero coser y sé que no lo usarás —contestó Moira que se había refugiado en su mesa y cabizbaja, ocultando sus lágrimas, dibujaba solecitos y caritas felices en su libreta de bocetos.

—Prometo ponerme lo que me des. Te juro que sea lo que sea no me voy a quejar y lo usare con orgullo y gracia porque lo hiciste para mí —y Nina, ahora parecía que rogaba.

Moira merecía ese empujón, ella se había acreditado eso y muchísimo más por ser quien era, una chica hermosamente humana y singular.

—¿Promesa de dedito? —preguntó y levantó la cara para buscar la mirada de Nina.

Los ojos de Moira seguían siendo agudos, pero tiernos. Como los de una pequeña que esperaba demasiado de un adulto que ya le había fallado con anterioridad.

Promesa de meñique y si miento; me tragaré mil agujas —y sellando la promesa de igual forma en que perpetuaron aquella que rezaba que nunca se separarían, Nina y Moira enlazaron sus meñiques.

La sonrisa de Moira no tenía precio. Sus perfectos dientes relucían entre sus labios y de sus ojos, dos lágrimas únicas se precipitaron. Dos gotas que a Nina le ardían como veneno. Nunca creyó que lo con lo que hacía por Moira, pudiera causar tanto mal —El amor, también duele y lastima si no se es capaz de ver más allá de lo que provoca —pensó.

—¡Vale! Hnm, pero creo que los trajes de los griegos, no eran de cuello de tortuga —dijo y en una hoja limpia, con el lápiz amarillo esbozó en un santiamén una silueta.

La silueta de cómo ella idealizaba el cuerpo de Nina.

—No, no son así —afirmó Gail que se había acercado con sigilo, esperando el momento oportuno para participar.

Moira no miró a Gail y se encorvó muy rápido para agachar la cabeza y así no dejarle ver su rostro lloroso, pero Gail se puso de cuclillas frente a Moira para estar a su mismo nivel y continuó hablándole.

—¿Recuerdas los cuadros con el sketch de Balmain y el de Jason Wu que está al lado del tocador en mi cuarto de baño?


Y aquella forma hiriente, desapareció de la voz de Gail. No había nada de la dulzura ni la naturalidad de Nina, pero si la calidez y necesidad de un ser humano común y corriente intentando por todos los medios derribar sus propias barreras para expresarse y sentir como tal.

Gail Hooper tomó el lápiz negro y comenzó a perfeccionar trazo sobre trazo en la silueta que había hecho Moira Proust y ella con su lápiz amarillo continuó rellenando lo que la otra chica hacía.

—Si me acuerdo.

—Dijiste que era una lástima que Nina no gustara de usar escotes pronunciados. Bueno, si no aprovechas esta oportunidad no tendrás otra. Cierra los ojos Moira e imagina.

Moira parpadeó un par de veces para que sus pestañas se secaran y le hizo caso a Gail.

Apretujando los ojos, después de un rato comenzó a hablar en términos que Nina en su vida le había escuchado en su vocabulario porque eran tecnicismos que solo las personas que sabían sobre costuras y modas empleaban.

Palabras que Gail le enseñó a Moira cuando "la secuestraba" para llevársela a su casa y así obligarla a estudiar con ella.

Palabras que al dejarlas libres, poco a poco e igual que las gotas que horadan la roca, esculpieron a Gail Hooper hasta darle nuevas formas y la expusieron a lo blando de su temperamento y a sensaciones que no creía que existían.

Por eso no se quejó del solecito amarillo que a modo de obsequio, Moira Proust había pintado sobre la defensa de su inmaculado auto color negro mate, según ella para alegrarle la vibra a aquel triste y solitario cacharro que no relucía ni color ni vida porque Gail; antes de involucrarse con Moira tampoco la tenía.

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