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72.

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En el Colegio, estando a puerta cerrada y mientras ocupaba el tercer puesto en la mesa ovalada que decoraba con suntuosidad de otros tiempos el centro exacto de la Sala de Juntas, Darío Elba había escuchado ese santo nombre con su apellido un sin número de veces, tanto se repetía que le era similar a las notas en una partitura hilándose una a otra, hasta componer un rondeau perfecto como el de Purcell.

Por cada vez que las palabras "Nina Cassiani" atravesaban su oído, Darío sentía que su corazón era frotado con la misma intensidad de un arco arrancando, con furia, el llanto alegre a las cuerdas de un violín. Los latidos se le iban enteros en fuga y él no hacía el mínimo intento de apresarlos o retenerlos para guardarse unos cuantos en calidad de salvavidas.

Consciente de que no había modo de apagar el metrónomo que le martillaba el tímpano, quiso atenuar los sonidos delatores, pero recordó que hace mucho había perdido la sordina y si hacía justicia a su memoria, precisamente el reporte del extravío lo registró en una acera desértica a principios de ese año, el mismo día que sintió que de su columna se desarmaron todas las clavijas y desde ese entonces, la tabla armónica se le quebraba sin intervalos hasta que soltaban astillas que le atravesaban más allá de la carne y los huesos. Pero a Darío ese dolor no le sabía mal, no era agrio ni mucho menos amargo; un gusto a espinas de rosa confitada le remojaba, hoy y siempre, la lengua y el paladar.

Afuera llovía a cántaros y nubarrones gríseos se tragaban con gula el cielo a pedazos, el viento azotaba desalmado y un grupo de pájaros malhumorados por el clima, se adjudicaban a picotazos el espacio mínimo en la rama del viejo guayabo que recostaba el peso de sus años en una esquina de la ventana por donde Darío se distraía apreciándolos. Uno de ellos, gordo y pequeñito de patas casi inexistentes con el cuerpo negro y de contrastante pecho rojizo, a larga distancia le guiñaba el ojo y le miraba de manera traviesa y de vez en cuando, le decía —"Anda, disimula que se te nota hasta de lejitos"

—"Calla, envidioso" —contestó él, en su mente al pajarito; seguido de —"Que tu libertad es un efecto óptico, iluso" —y una mueca placentera se le armó en la comisura de la boca cuando el ave aceptó, no poder contrariar a la razón.

Así se gastaba Darío el huso horario, entre sonatas y espejismos que lo asaltaban donde fuera que estuviera, consciente de ya ni siquiera saber cómo era que ocultaba la risa, su risa, y pasaba, con su cruz a cuestas, cada vez que tenía que sellar, con hermetismo de búnker apocalíptico y muy adentro de sus entrañas, el amor a ella con la misión única de poder continuar.

Hoy no le daban tregua ni en medio de la rayería, que también proclamaba tener complicidad, los tumbos en la cabeza eran casi dementes cuando alguien alzaba la voz para gritar ese nombre y no era que Nina Cassiani y él fueran el combustible del pleito en culmen, no. El concierto de su amor, aunque brillaba con más intensidad que el sol, estaba prestando lumbre en otro lado de la esfera terrestre.

Ahí, en ese espacio destinado al malabarismo de la negociación, se discutían disparates e incongruencias dignas de una dimensión desconocida. Si no se alzaban los picos y las antorchas, era porque no estaban a la mano. La civilidad se había dado un "hasta nunca" entre vociferaciones e insultos camuflados.

Tanto era el guiriguay que lo único rescatable de entre lo que se decían los demás Tutores junto a sus acompañantes, los Presidentes de las secciones que tenían a cargo, era las intervenciones de Moira Proust, quien intentaban por todos los medios inclinar la balanza del lado de los suyos y defendía la causa hasta enseñar la perfección de su blanca dentadura al natural, indicativo especial de tener unos padres odontólogos que se ocupaban de menesteres estéticos antes que suplir otras necesidades básicas. Necesidades que ella quiso saciar en otros lados y que insatisfechas, ocultaba siempre tras la electricidad de su andar.





—¡La idea originalmente fue de Nina y no dejaré que la tomen a su antojo! —proclamó Moira, Presidenta electa de la 2-4.

—¡Vamos Moira, acepta compartir a Cassiani! —solicitó con maña, Stanley Haza y detrás de su carita de desamparado, la astucia alardeaba en cada rincón de sus globos oculares.

Él representaba a la 3-1 y tenía una lucha encarnizada de origen personal con la chica en cuestión y se había aprovechado de las circunstancias que les incumbía a las treinta y dos personas que estaban en ese mismo lugar para atacar sin frenos ni remedios a Moira Proust.

—¡Acuérdate que la Biblia dice que amar es compartir! —remató el ya no adolescente que casi tocaba los diecinueve y solo Moira junto a él y otros dos más no presentes, sabían con certeza a qué se refería con las tres últimas palabras de su oración.

Ella intentó por todos los medios no palidecer ni sonrojar, no iba a demostrarle afectación de ningún tipo aunque tuviera que hacer una pausa para calmarse antes de volver a hablar.

—¡No voy a compartirte pero ni mis mocos, Haza. Ni una hoja de papel higiénico te daría aunque tuvieras derrame fecal! —aseveró Moira sonando un poco infantil. Tenía que cuidarse las palabras, no podía defenderse con lujo de detalles como lo estaba deseando y eso la enfadaba mucho más, por eso le gruñó al susodicho Presidente de igual forma en que lo haría un mapache rabioso —¡Las ideas de Nina y toda ella es mía, cuando mucho son también de la 2-4 y la discusión se acabó!

—¡Elba, controle a la Señorita Proust! —ordenó la Sub Directora Patty Madriz, pero Darío, aunque estaba inmerso en el concierto de su propio existir y discutía de metafísica con el mielero verde que se refugiaba de los otros pájaros escondido en el alféizar, ya se ocupaba del asunto. Escribía a toda prisa una nota en su agenda que de inmediato deslizó por la mesa a su efervescente alumna.

—"Debo decir que discrepo de su reclamación sobre Nina, las personas no son propiedades, ella se pertenece a sí misma. Pero entiendo el punto y sé como dar por terminada la verraquera" —fue el mensaje de Darío, quien en medio de todo, siempre trataba de aportar alguna enseñanza y aunque estaba bañado de amor por la chica que para esos momentos, en esa sala, ya se había convertido en el objeto de la discordia, él le daba a ella la individualidad que le tocaba ostentar como persona, como mujer, como ser.

Moira Proust leyó la nota de su Tutor a la carrera y ésta no fue de su total aceptación, pero ya estaba obcecada. Tendría problemas con su glucosa si no salía de esa oficina en cuestión de minutos y no le permitiría a Stanley Haza, el verla caer.

—"Lo que sea con tal de que estos niños de mami cierren la buchaca  y nos dejen en paz. Deles duro, Profe. ¡Agárrelos como piñata!, pero déjeme a mi a Haza, él me las va a pagar algo caro más tarde, nomás espérese tantito" —rasguñó Moira muy rápido con un lapicero de tinta amarilla fluorescente y solo por que los ojos de Darío ya estaban más que acostumbrados a semejante contraste, pudo ser inteligible lo que le dieron como contestación.

—"Tranquila Moira, no se me alebreste que se enferma" —alcanzó a responder antes de que, a los dos les interrogaran:

—A ver, ustedes ¿qué tanto se cuchichean?, ¿qué traman entre papelitos? —quiso saber Doña Patty, pero Darío no le dio oportunidad de que escudriñara más y se guardó su agenda en el portafolios que se veía un tanto deforme, pues lo usaba como sagrario para esos dos frutos de ensueño que hacía poco había conseguido en el lugar menos pensado. Razones por la cual llegó con veinticinco minutos de retraso a la apoteósica reunión.

—Concordaba con la Señorita Moira una solución favorecedora para las quince partes correspondientes —aseguró Darío sobre el tema que concernía a todos.

Había un tema fundamental, aparte de las graduaciones que estaban próximas, que tenía que llegar a consenso y siempre creaba discordia. Pasaba así por generaciones y Darío Elba todavía recordaba a la perfección incluso hoy en su papel como Tutor, que cuando fue parte del alumnado él tuvo que discutir para beneficio de sus compañeros guiado siempre por la diplomacia y aunque Moira, usaba lo que estaba a su alcance, el objetivo a fin de cuentas era exacto.

El acontecimiento que causaba disputa, por ya casi medio siglo, llevaba por nombre "Festival de la Colecta" y era tan sencillo y a su vez enredado. Consistía en que los alumnos de los penúltimos y últimos años de Bachillerato, organizaran eventos para la recolección de fondos destinados al hospicio que patrocinaba el Colegio y el pleito de siempre era el de qué hacía y podía hacer cada sección.

En un inicio, según se contaba en los recopilatorios de los anuarios de épocas pasadas, era la venta de alimentos lo común que se ofrecía durante el evento hasta que en uno de tantos años, no se sabe con certeza a quién había que adjudicársele la genial idea, quedó asentado por mayoría de votos que era prohibido hacer mismo y así se creo la competencia, con su piscina infestada de tiburones integrada, por ver quien se quedaba con la mejor actividad que trajera consigo más entradas de dinero.

El año anterior a la 2-4, que en ese entonces era la 1-4, se le ocurrió convertir el aula en una cafetería. A todos les dio risa cuando escucharon semejante desatino económico, no le tuvieron pero ni una pizca de fe a la idea, solo el Señor Director Garita la ovacionó por ser tradicional y a la vez atrevida. Nadie, según los registros históricos de la institución que él dirigía, se había planteado antes dicha propuesta y ésta estrategia de venta, vio la luz en la mente maestra de Nina Cassiani, quien tuvo a su cargo la Presidencia y fue dicha sección la que más fondos recaudó. Literalmente las compañeras de Nina les restregaron en la cara los fardos de dinero a los demás estudiantes que fueron unos escépticos con el buen negocio que resultó ser el café e impusieron una meta un tanto difícil de poder sobrepasar para el presente.

Tanto había sido el éxito el año anterior que llegaba hasta el segundo piso del edificio mayor la fila para poder entrar al "Café 15" a comerse un postre de exquisito gusto hecho a solicitud y por encargo especial nada menos que por la habilidad maestra y perfeccionista de Reuben Costa que deleitó el paladar de la población estudiantil y también la del profesorado con sus bizcochos Berligozzo, Kardinalsnitchen y tarta Tropézienne por mencionar algunos de entre toda la carta de repostería dulce y salada que hizo porque su Cabeza de Remolacha así se lo pidió.

Lo servido en el "Café 15" era digno de un comercio del primer mundo, los granos de café suministrados de la reserva privada del consumo personal de la familia de Gail Hooper eran una delicia y sumado a eso; la atención recibida por las guapas señoritas que conformaban esa sección y que usaban un vestuario fantasioso de servidumbre, diseñado por la mismísima Gail con ayuda de Moira y que según Nina, estaba inspirado en algún manga refinado, era en éste lunes de octubre el meollo del asunto: todas las secciones querían copiar la idea original sin dejar espacio a la pena ajena por el desmesurado plagio épico. Les ardía en el ego haber quedado en completa desventaja y por ende, querían hacer imitaciones de la cafetería cuando solo era permitido que existiera una: la original o una adaptación de la misma.

Eso no era de agrado de Darío, Moira o del Dr. Meza que era lo más similar a un mediador entre el Señor Director Garita y Doña Patty Madriz, la Sub Directora, que estaba a punto de prohibir la venta de cualquier tipo de comida, para eliminar el problema de raíz si no se ponían de acuerdo en cuestión de minutos.

—Propongo que lo echemos a la suerte —dijo Darío Elba ya ofuscado por el exceso de tiempo mal gastado en la reunión a la que no le veía pronta salida.

—¡Explíquese, Elba! —contestaron Miss Aldana y Doña Patty Madriz a la misma vez, agitadas no solo por el escándalo, si no por los calores brutos de la menopausia.

—Ya que nadie quiere dar el brazo a torcer y dado a que nosotros no vamos a permitir que los demás cometan plagio a la idea original, propongo que escribamos en una hoja las distintas actividades que más beneficios han brindado, las sorteamos y asunto arreglado: a quien le toque el café lo hará. Pero ni piensen en que lograrán rebasarnos en la meta, volveremos a ser quienes más ingresos generen —les retó Darío, muy seguro de que cualquiera cosa que fuera lo que les tocara hacer a él junto a sus alumnas saldrían triunfantes. Moira acompañó lo anterior que dijo su Tutor, rascándose la mejilla con el dedo medio y mirando a Haza de manera victoriosa —Y tampoco les vamos a confiar a nuestro maestro panadero —advirtió Darío, no pensaba compartir a Reuben Costa porque sabía que éste tampoco se prestaría para hacer ni una galleta soda si no era por Nina Cassiani.

—¡¿Y qué pasa con el discurso de graduación?! —preguntó Mike Andrew con entusiasmo exagerado. Él era el Presidente de la 2-5 y apoyaba a las chicas del salón de al lado, el mismo donde estaba la pelirroja apodada como Fahrenheit y que al ver en la propuesta de Darío Elba una vía en el túnel en que estaban enfrascados, la aceptó gustoso. Llevaba ratos forzando la vejiga, pues urgía de una visita al mingitorio que tuviera más cercano.

—Oh, eso —dijo Darío con mucha seriedad —Comprendo que las habilidades de dicción y ponencia de la Señorita Nina sean más que sobresalientes y que ustedes quieran que sea ella quien hable por la generación completa, pero es una cuestión de principios que si es ella quien habla: lea su propio discurso y no el de otro alumno —sentenció.

La semana pasada, estando Darío en su oficina, le llegó una circular en la que se solicitaba con prontitud que por cada sección se redactaran tres discursos para que luego fueran depurados por los mismos alumnos. En la 2-4 las compañeras de Nina sin pensarlo ni por un instante, le pidieron mediante un mensaje de texto a ella que compusiera el suyo, Gail aceptó presentar el siguiente y este fue escrito por los abogados familiares y resultaron en la cosa más sin sazón de Latinoamérica y luego a Idelle Gerty se le encomendó el tercero, el cual solo hablaba de Dios y de la Santa Iglesia Romana y Apostólica y de ninguna otra cosa.

Como era de esperarse, el de Nina fue el que sus compañeras escogieron que les representara y según el Consejo de profesores y de la Junta, ese era el mejor discurso de entre las quince nuevas generaciones que estaban por graduarse, pero cuando se entregó una copia de dicho escrito, el alumnado dijo que no entendían ni el noventa por ciento de las palabras y mucho menos el contenido. Entonces se descartó el de la pelirroja y se propuso otro, pero con la descabellada condición que no fuera leído por quien lo había escrito.



—Si para ustedes, el vocablo con el que Señorita Nina confeccionó su disertación, resulta muy elevado y creen que no les representa, ella está en todo su derecho de no presidir en el púlpito si no lo desea y así lo ha expresado —respaldó Darío a Nina, extendiendo la carta que ella le había entregado temprano por la mañana y en la cual, consideraba una falta de respeto el prestarse para leer un escrito que sí tenía una voz propia que debía ser escuchada.

—¡Pero Mute lo va a echar a perder! —se quejó Haza con relación a permitirle a su compañero, Otis Maier, tomar el micrófono.

Éste chico, al que apodaban Mute, era muy reservado y a su vez excelente para construir escritos. Igual que Nina, Maier hizo de la Biblioteca del Colegio su santuario y era muy sobresaliente en los estudios, mas su incapacidad para comunicarse y defenderse en las exposiciones, no le hicieron mucha justicia a su intelecto y físicamente era un eslabón débil al que solo dos chicos defendían a capa y espada de las bromas crueles del resto de los compañeros.

—Ese problema es enteramente suyo, Señor Haza —le reprendió Darío Elba —¿Cómo Maier tendrá confianza si usted, que se supone es su amigo, no cree en él ni en sus capacidades? Pero como veo ni en más de una década de convivencia usted pudo corregirse y que su negativa a darle una oportunidad a su compañero sigue vigente, más tarde iré por él para ayudarle. Creo que de esa forma resolvemos los dos inconvenientes que nos tienen estancados, ¿le parece, Doña Patty?

—Hnm una salida muy ingeniosa, Elba —respaldó la Subdirectora y de inmediato tomó una hoja de papel y comenzó a escribir las quince actividades que se permitirían realizar éste año en el Festival, feliz por dejar de escuchar el aspaviento de los adolescentes y de los demás Tutores que se ponían al mismo nivel.

Las opciones disponibles para este año, además de la cafetería, eran muy variadas. Empezaban por "El saloncito de belleza" que era muy cotizado por las chicas de la especialidad técnica de Administración, "La gelatería" que era la otra venta de alimentos que estaba permitida, "El cinema club", "Studio 54" que consistía en una discoteca y era la predilecta de la sección que se especializaba en Electrónica. "La casita del horror" que por lo general era escogido por los chicos rudos de la especialidad de Mecatrónica, "La Cabina de besos" que fue en la época de Darío y Leandro las que más ingresos generó aún cuando los besos eran de mejilla, puesto que los de boca a boca estaban terminantemente prohibidos por incitar a la lujuria, según la mayoría de los padres de familia y la directiva de la junta.

Y además de otras siete opciones, también estaba "La jaula" la única actividad que se hacía en dos versiones, una masculina y otra femenina y que fue realizada durante en el último año de colegio de Elba y Hooper con excelentes resultados, pero ésta opción, jamás había sido del agrado de Nina Cassiani.

De hecho, Nina repudiaba con todos los jugos de su hígado y páncreas dicha remembranza a la esclavitud y siempre había deseado que nunca le tocara a ella y ni a sus compañeras el realizarla, pero la suerte, ésta vez no estuvo de su lado.



—A Nina no le va a gustar esto —rectificó Moira, cuando leyó el voz alta que la sección de la 2-4 debía llevar a cabo, la famosa "Jaula".

—A Quintana, Adler y Araujo tampoco —se quejó Mike Andrew —¿Cómo vamos a hacer "El Saloncito de Belleza" si a duras penas distinguimos el champú del acondicionador? Cuando mucho solo Lindo sabe sobre geles y cera para hacerse el punk. Es más, siempre he tenido una duda ancestral: ¿con qué se "planchan" el cabello ustedes?, lo hacen con la misma plancha que le pasan al uniforme, ¿verdad? —preguntó algo desesperado pero con inquietud real.

—¿¡Qué, qué!? —contestó Doña Patty con cara de terror absoluto —No, no, no señoritos, ustedes no me le van a tocar las mechas a nadie —se apuró a decir —¿Quién tiene la otra Jaula? —y las chicas de la especialidad de Contabilidad levantaron la mano —No puede haber dos jaulas de señoritas, así que a la 2-4 y 2-5, ya que son íntimos amigos ...

—Mas bien un secta separada por una pared, diría yo —repuso Miss Aldana con relación a la complicidad que había entre dichos adolescentes.

—Si, eso mismo —confirmó la Sub directora —Entonces a ustedes se les encomienda realizar la misma actividad y doy por acabada ésta asamblea.





—La reinventaremos, haremos el concepto desde cero —contestó Darío cuando por fin salía de la sala de juntas con su alumna al lado y que se veía un tanto melancólica —No se preocupe, usted sabe que yo jamás las descuidaría.

Moira Proust volvió a ver Darío Elba y asintió abrazándolo. Ese era el único Profesor Tutor al que reconocía como un adulto que de verdad se preocupaba con dedicación y en igualdad para todas sus alumnas.

—Ya veré como venderle la idea a Nina —repuso la adolescente con cara pensativa.

—En todo caso, creo que ella no logrará participar en el Festival, aún le queda una semana de reposo médico —logró decir Darío poco antes de que el Señor Director Garita y el Dr. Meza le hicieran señas para que se acercara hacia donde ellos estaban —Vuelvo en un minuto, si gusta suba al aula y yo la alcanzo —pidió a Moira.

—Aquí lo espero, Profe —dijo Moira cambiando su ánimo con una sonrisa de venganza.

Acababa de ver salir a Stanley Haza y no mentía cuando hace un rato dijo que se las cobraría por querer que Nina usara el discurso de Maier y que les cediera sin peros los derechos junto con al Chico Pan que causó furor en el "Café 15".

—Moira por favor, cuide su conducta, no quiero altercados de fin de curso —solicitó Darío, pero Moira ya caminaba lejos y se esfumó por uno de los pasillos donde ya no pudo tenerla a la vista y como debía de acudir donde su jefe inmediato, tuvo que desistir en seguirla.

Estaba al tanto del carácter de Moira en cuanto se proponía cometer una travesura y de la forma en que reaccionaba a las provocaciones y justo eso había hecho Haza durante la junta. Provocar a una adolescente que a pesar de mantener siempre una alegría singular, tenía bien ganada la fama de "Hormiga brava" una vez tentada al enojo.

Al tutor en cuestión no le tocó más que suspirar y esperar otra reunión más tarde con la segura reprimenda que tendría que tratar con su chispeante alumna.



—¿Qué, Minimoy?, ¿vienes a pasarme factura? —retó Stanley Haza a Moira Proust cuando la vio acercársele, su forma de desafiarla en la Sala de Juntas logró los resultados esperados pero aún no había acabado —Métete con los de tu tamaño, vuelve con los kindergardianos, Pulga atómica —arremetió burlándose del metro con cuarenta y nueve que la chica medía a sus diecisiete años y en lo que ésta se alistaba para dejarlo noqueado con un puñetazo directo en la boca del estómago, alguien que ella esperaba con todas sus ganas no volver a ver, intercedió sin que se lo pidieran.

—¿Qué te he dicho de meterte con Moira? —inquirió con enfado, el estudiante con dieciocho años cumplidos que formaba parte de la sección 3-1 de la especialidad Técnica de Mecánica de Automotores.

Ya le había advertido a Haza, su compañero de clases, de no molestarle ni el aire a esa adolescente en particular.

—Te salvaste, Pulguita —dijo caminando y entre dientes, el mal líder de la 3-1 e hizo chocar su hombro de manera desafiante contra el del chico que le impidió seguir azuzando a Moira.

Desde hace años, Stanley Haza le llevaba hambre de riña a Olmos Larraín, que habría salido bien librado de una disputa de golpes, no solo porque gozaba de un buen físico, si no porque su hermano mellizo era su alero desde el primer día que ingresaron a ese colegio. Ahí donde estaba Olmos, allí también estaba Ignacio, respaldado puño a puño a ese con el que compartió por nueve meses la intimidad del vientre de una misma madre.

Meterse con un Larraín, era el equivalente a una paliza doble, algo que ya en otras ocasiones, dejaron los dos hermanos muy en claro, afuera en horas extra clase.

Moira Proust por su parte, al escuchar esa voz grave terciar por ella, apuró el paso. No pensaba dar las gracias y no era por mala educación o grosería, tenía sus porqués y no concebía volver a ver a Olmos cara a cara porque aún no se sacaba de la cabeza ese día en que estuvo tan cerca de él como para descifrar el sabor a fresa y naranja en la agitación de alientos encontrados.

Y a Olmos Larraín, aunque se sentía más pequeño que los escombros, aún le quedaban vestigios de agallas para ir tras ella a pesar de que le temblaba el corazón cuando se atrevió a hablarle.

Moi —la llamó cuando la chica de contagiosa energía ya llevaba cinco gradas después del primer piso —Moi, háblame por favor, te lo suplico —pidió Olmos con la voz aguada y nada parecida al tono con el que se enfrentó a Haza hace menos de cinco minutos —Dime si te lastimé, qué hice o si tan mal estuve para que ni siquiera puedas volverme a ver. Moi dime algo aunque sea por última vez —dijo aguantándose las lágrimas e hizo el intento de poner un pie en el escalón para alcanzarla pero Ignacio lo retuvo, pues Moira no le devolvió la mirada ni por caridad y mucho menos soltó la lengua para decirle adiós. Ella daba gracias infinitas a que él tuviera prohibido el acceso a ese edificio, a diferencia de él que maldecía la censura de acercarse y odiaba que ella tampoco pudiera ir a ese taller donde pasaba la mayor parte del día entre piezas mecánicas de motores y sus propias emociones.

Olmos no siguió insistiendo aunque quería, porque Ignacio no se lo permitió y se lo llevó de regreso al Edificio de Especialidades Técnicas casi a rastras.

El problema en Moira es que por cada escalón con el que se alejaba, tampoco iba dándose aíres de su desplante. Le dolía demasiado la condición de Olmos y quería explicarle de principio a fin qué es lo que estaba mal, porque si había alguien que debía pedir perdón, era ella y lo haría, pero necesitaba tiempo. Aquello había sido y seguía siendo algo difícil de procesar.

Por única vez, Moira Proust, había reparado en las consecuencias de sus actos, unos que resultaron ser de cuantiosa valía y de los que no había retorno, porque en su camino no quedaba más que avanzar.



En lo que casi se arma una pelea que hubiera dejado más que ojos morados y laceraciones expuestas, Darío Elba estaba frente a quien era su superior, el Señor Director Garita que en complicidad con el Dr. Meza, dejaba ver una risa traviesa en sus mofletes cincuentones.

—Elba, si te pregunto de qué estás hecho, ¿qué me dirías? —quiso saber el Director, ocultando un poco su emoción.

—Teológicamente hablando, fui hecho de adamá, luego se depositó en mí rûah y así se me dio nefesh, Señor —contestó Darío Elba tal y como lo habría respondido ante la misma pregunta bajo el fundamento doctrinal del Antiguo Testamento.

—¡Ay carajo, si hasta se expresan igualito!  —exclamó el Dr. Meza sin dejar que Darío continuara con su exposición y éste lo miró con cara de confuso.

—Shhh, calma hombre —retuvo el Director a su amigo amante de la Química y las Ciencias.

—¡Hay un aguacero y amor, que digo: hay un aguacero de amor en el aire, Garita, ¿qué quieres que haga?! —replicó con emoción el Dr. Meza y luego de dar un par de satitos de conejo se aclaró la voz y dijo muy serio, casi como si fuera otra persona y no el mismo que estaba brincando en instantes previos —Toma, Elba —y entregó un sobre sin membrete —Anda, es hora de que demuestres qué tan fuerte es la vasija que recubre tu alma y espíritu.

Y diciendo esto, los dos hombres de edad madura, encaminaron al Tutor de la 2-4 hasta las gradas alzando los puños ovacionándole los ánimos.

A Darío Elba casi se le forma un signo de interrogación con las cejas, no entendía las últimas palabras de Meza ni a qué venía la pregunta de Garita, por lo que decidió abrir el sobre y ver si ahí había algo que le ayudara a esclarecer su incógnita.

Siguió por su camino, sumido en su pensamiento sin prestar cuidado en la hoja que extendía, a simple vista no reconoció el logotipo que había en la esquina izquierda y solo comenzó a leer. Aquel papel, era un dictamen médico de un neumólogo demasiado familiar.

En el segundo piso se le unió a la conmoción de la cabeza Moira Proust que se había quedado en una esquina esperándolo meditabunda en sus propios asuntos y en la situación reciente en particular, algo que le pareció de gran anomalía al Tutor y estaba a punto de pregúntale qué le sucedía pero fue interrumpido porque el celular de ella comenzó a sonar.

Lo sacó de la bolsa de la falda a cuadros y al leer el mensaje entrante, casi se ahoga con su propia saliva por la sorpresa que le acaban de dar. Misma reacción fue la de Darío Elba cuando leyó el nombre de quien se hallaba sana como para volver, una semana antes de lo previsto, al salón de clases.

—¡Regresó! —gritó Moira y la voz dulzona acudió a sus cuerdas vocales así como el resplandor de su animosidad y se echó a pasos de zancuda, cuesta arriba de las gradas.

Darío Elba también quería gritar de felicidad, pero se conformó con que sus pulmones se alborotaran con el correr de sus piernas como si fueran las de un preso puesto en libertad después de tanto en cautiverio.

En el cuarto piso, en la zona más alejada del Colegio, aquella que todos conocían como "El palomar", la puerta metálica se encontraba cerrada como dictaba la norma y tanta era la euforia de los dos por atravesar el umbral, que ni uno ni otro le atinaba al cerrojo y si tuvieron acceso al jardín de las ninfas fue porque una de éstas, la que ya no era temerosa de expresarse, descifró los rasguños como un pedido de ayuda y les concedió pasar.

Al abrirse la puerta, fue como el día del principio de todo ese en que se hizo la luz. Ahí estaba, de pie junto a la ventana, la de melena incendiaria y no en forma de memoria, sino en cuerpo y alma.

La misma ella que sacó vendimia de él hace unas pocas horas con el robo de un segundo beso de labios.

Darío Elba Duarte estremecido centímetro a centímetro, cerró los ojos y luego de ordenar sus sentimientos para tomar posesión de sí, aunque le temblaba el pulso, cerró con determinación la puerta a sus espaldas. Estaba listo para demostrar cuan fuerte era el barro en el que había cocido su espíritu y la tenacidad de su querer ahora transmutado en amor cándido, pues Nina Cassiani Almeida estaba frente a sus ojos con uniforme, enalteciendo su calidad de estudiante, la que él aceptaba con alegría que le correspondía a ella, terminar de cursar.

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