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68.

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—¿Él ... está ... él ... se fue, verdad? —quiso saber con quebranto pendiendo de sus ojos y remanente desahogo temblando en su quijada; volvió a la realidad que le atañía y no pudiendo palpar su presencia, reconoció que él, se había marchado.


—Desde hace ratos, pero sé muy bien donde está —le contestó la persona en quien se hallaba refugiado y éste, con mucho cariño le acomodó los rizos de la melena.

Su corazón latía cálido y alegre, estaba feliz de saber que aquellos dos, se correspondían el uno al otro de formas convencionales y también alternas e independientemente de cómo terminarían al final ese par, él le abrazó tanto hasta apagarle el llanto.

Eran amigos y junto a él, había viajado en picada hasta el último recoveco de su alma y con él, de la mano, saldría de ese lugar en una sola pieza. Le entregó la calma necesaria para que recobrara el aliento. Cedió su paz en forma de consuelo y no pensaba soltarle hasta saberlo fortalecido.


Regresar, a Reuben Costa le tomó su tiempo y por eso, todavía refugiado en Darío Elba y despojándose de sí, crecido en espíritu y conciencia, renacido de su antiguo él por confesar desde el alma y a viva voz sus verdaderos sentimientos; ahora ya solo tenía ganas de amar.

Sintiéndose liviano como si pudiera abrazarse al aire y viajar con éste, quería ir en búsqueda de Leandro Hooper para cobijarlo con aquellas palabras recién profesas, pues él era dueño de cada una de ellas y tenía que vivirlas; él debía saberlas.

Lo único que quedó, en aquel abismo recién visitado, fue la inoperancia del corazón para admitir el amor.


—Dime, iré por él, quiero ir por él y decirle todo lo que merece saber —dijo después de separarse del pecho de su amigo y aceptar el pañuelo que le entregaba para que se enjugara la cara.

Probablemente, el surco de incontables lágrimas invadiéndole el rostro se notaría a kilómetros de distancia aún en la negritud de la noche, pero eso no le importaba. Su llanto era, entre otras cosas, una nimiedad de todo lo que necesitaba mostrar en público por esa persona por la que sentía mucho más que atracción física.

—Está adentro del club —contestó Darío y exhaló un suspiro sin dejar de verle a los ojos —Sabes que mi intención no era lastimarte, pediría tu perdón y diría "lo siento, me excedí", pero mentiría, pues no lo siento.

—Entiendo y tampoco aceptaría una disculpa si no hay ofensa, gracias Darío —repuso Reuben.

Estaba seguro que sin ese empujón que recibió para admitir sus sentires, habría tardado quien sabe cuantos años en dar ese primer paso.

—Quizás parezca majadería, pero tengo una última pregunta —añadió Darío, había prestado suma atención a la confesión de Reuben y por eso la insistencia —Dijiste que tienes miedo, mas no a qué, ¿puedes decirme a qué le temes?

—A que Leandro no sienta lo mismo por mí —contestó sin más y se quedó viendo a los ojos a Darío. Ese temor le hacía desacelerar sus pretensiones por el artista y quien estaba frente a él, era el presunto culpable —Desde que le conozco, he tenido que escuchar que el amor de su vida eres ...

—Yo soy el pasado de Hooper —respondió Darío de inmediato al darse cuenta del miedo de su amigo.

Según Leandro, era el de negros cabellos y mirada de azul grisáceo quien ocupaba su corazón y pensamientos desde los diez años, pero aquello había cambiado, Darío lo sentía y lo veía a diario, por eso continuó hablando —Vos: su presente y futuro, toma de su mano y no lo sueltes, que también se enamoró irrefrenablemente de ...

—¡¿De mí?!, ¿¡te lo ha dicho?!, ¡¿él dijo que se enamoró de mí?! —interrumpió Reuben sin dejarle terminar de hablar y colmado de felicidad zarandeó a Darío por los hombros y éste rió con emoción.

—Definitivamente, el amor es una enfermedad y su cura a la vez —pensó Darío —Es el extremo del que pende el dolor y la cima de la felicidad máxima también —aseguró.

—Aún no con palabras, pero sí con su arte, ¿sabías que hay suficientes retratos y pinturas con tu rostro en mi apartamento para tapizar el edificio completo?, si eso no demuestra que le gustas ... ¡Entonces ese que vive conmigo no es el Hooper que yo conozco, es algún clon enviado por los alienígenas ancestrales

A Reuben se le enjugaron los ojos y unas ganas de ir por su amado Leandro le invadieron con irrefrenable frenesí y salió corriendo con Darío tras él en busca de la fila del club para poder entrar.

—Reuben, tengo que anticiparte que probablemente hoy conozcas una parte de Leandro que no imaginabas, creo que por eso si debo pedir perdón por adelantado —dijo Darío no con pena, pero si un tanto nervioso.

—¿A qué te refieres? —preguntó el panadero sin dejar de correr.

—Leandro es entusiasta de los tragos preparados y las bebidas espirituosas como las llama él, mas no tolera el alcohol y de seguro ya comenzó a beber. Tienes que estar consiente de que cuando está ebrio, se desinhibe por completo —expuso Darío de cómo Leandro perdía más que la conciencia cuando se emborrachaba —Y por si fuera poco, todo lo que hace o dice, al siguiente día se le olvida por completo, aunque en ese estado, siempre habla con la verdad.

Una sonrisa se esbozó en el rostro de Reuben por hacer uso de su memoria
—Ya lo he visto cómo se pone con solo comerse un trozo de Tiramisú al Amaretto di Sannoro, se le sueltan las risas y se pone muy coqueto —recordó así aquella madrugada en que terminó siendo perseguido en un acoso sin queja por el local de la panadería y todo por unos cuantos bocados que el artista comió de aquel postre que llevaba un toque de licor en la receta —Pero, ¿sabes qué Darío? Gracias nuevamente, porque yo quiero conocer a Leandro de todas las formas posibles, tomaré ésta ocasión como un pre ensayo de lo que me espera más adelante a su lado, pues no pretendo cambiarlo jamás, así tal cual es de quien me enamoré. ¿Hay algo más que deba saber?

—De lo que veas allá adentro o de lo que le encuentres haciendo, no te asustes, solo búscalo, tráelo de regreso y nos vamos a casa —añadió y luego se llevó una mano a la quijada, tenía una petición más que hacerle
—Por favor, no bebas, que con los dos en brazos no creo poder, pesas casi lo mismo que yo y el alcohol también te domina Reuben, ustedes: no sirven para las copas, tanto que ¡cuando se casen, serviremos zumos de uva y manzana porque de lo contrario olvidarán que hay público presente y también que aún tienen la ropa puesta! —añadió riendo y a Reuben también se le contagió la risa.

—¡Yo solo he bebido dos veces en mi vida! —aclaró el panadero después de toser un par de veces. A él no le gustaba el alcohol y si lo había probado, en una ocasión fue para celebrar su mayoría de edad y la segunda, porque creyó que así se mataban a los celos —Y después de eso, no tengo ganas de volver a ponerme así, espera, ¿cómo sabes cuánto peso? ... ¿acaso fuiste vos?

Darío le guiñó el ojo y le dijo "hola" con la mano a Reuben y éste confirmó así, que aquel extraño sueño en el que veía a su amigo cargándole, no había sido una jugarreta de su mente. Ahora entendía que quien le auxilió de esa segunda y última vez que se embriagó, fue Darío Elba.

—En aquel entonces, mi único motivo era ver sonreír a Nina; por eso te busqué hasta encontrarte. Ahora, mis razones son distintas, porque en medio de miradas rabiosas: me diste tu amistad. No dudaría ni un segundo en ir a tu rescate y así será de por vida. Gracias por ser mi mejor amigo.

Reuben se detuvo en seco y el mundo entero se le pausó. No había reparado en que tenía amor y amistad por igual. Sus amigos eran reales y no espejismos, ya no estaba solo, pues a su lado, suficientes personas le amaban de distintas formas y sin condiciones. Le querían así como era, con sus virtudes y también con sus defectos y errores. Darse cuenta de eso terminó de limpiarle hasta el último rincón donde la tristeza de su niñez, esperaba a hurtadillas por cada oportunidad para volver a herirle, sacándole a flote los malos recuerdos de sus vejaciones de infante.

Sintiéndose realizado, le extendió la mano a Darío y luego de que la estrecharan con un apretón de compinches por el resto de sus vidas, éste último le indicó que no había necesidad de hacer fila para ir por Leandro. Tanto él como el artista siempre accedían por la puerta reservada a los clientes preferenciales y sin más demoras, cruzaron por el umbral de la jungla indómita que, ansiosa, les esperaba para poder rasguñarles las almas.




A Reuben Costa le dolieron las córneas de la cantidad de luces multicolores que abarrotaban el interior de Ambrosía, allí parecía que el sol se había estrellado y que nunca anochecía. La música era escandalosa, el ambiente avasallador, no había espacio para otra cosa que no fuera la algarabía demente. En ese club, donde los límites no estaban permitidos y los excesos eran el común denominador, los que estaban adentro olvidaban hasta sus propios nombres en medio de carcajadas que escupían lo indecente y bailes de todo tipo que no conocían de censura y era irrisorio que aún así, los habitantes de ese club, fueran los adultos jóvenes de los estratos sociales más altos del país, los que se supone debían ser la imagen perfecta de la moral y rectitud que les exigían sus apellidos de abolengo.

Ambrosía era, el regazo que acunaba la pérdida del buen juicio y la inocencia. Muy pocos salían íntegros de sus fauces y casi nadie le sobrevivía en gracia como lo hicieron Elba y Hooper en sus pasados tiempos de fiesta.

Después de la insólita primera impresión, contra corriente y a veces arrastrados por la marejada de personas, tanto Darío como Reuben trataron de encontrar a Leandro con rapidez y el que le conocía de años, le indicó al enamorado más o menos de la posible ubicación del artista, porque los dos, hace algún tiempo, tenían por costumbre visitar ese lugar.

—¡Por allá! —señaló Darío, un segundo nivel que se notaba un tanto más calmo.

—¡¿Cómo se llega hasta allí?! —cuestionó Reuben luego de volver la cabeza hacia todos lados y no distinguir gradas o ascensor para llegar hasta arriba.

—¡Hay unas gradas en aquella dirección! —contestó Darío y de repente se dio cuenta de que Reuben ya no estaba a su lado ni le veía cerca.

Reuben, al no estar acostumbrado a tanta gente, ésta se la llevó sin rumbo fijo al igual que las olas cuando regresan al mar.

Darío, que sabía como atravesarse el cardumen de personas, intentó llegar hasta las escaleras que conducían al segundo nivel donde suponía que estaba su amigo, pero como ya no era asiduo a ese ambiente desde hace mucho, quedó rezagado y lejos de su objetivo, precisamente enfrascado entre la multitud en la pista de baile y la barra principal.

Reuben por su parte, deseoso de encontrar a Leandro, cuando vio que se podía bailar en las mesas, se subió a una de tantas y trató de divisar a Darío sin encontrarlo. Permaneció arriba del mueble hasta que un dúo de mujeres se le unieron para intentar bailar con él y por eso se bajó de inmediato y de nuevo, ni bien había puesto un pie en el piso, fue arrastrado por la corriente de personas. Por un momento tuvo que llevarse ambas manos a su entrepierna al sentir que, sin descaro, le toquetearon sus partes íntimas.

—¡¿Ay Leandro dónde carajos estás?! —dijo Reuben a gritos, no tenía caso hablar en voz baja, si en Ambrosía con costos y se escuchaban los pensamientos.

—Tan cerca de vos como yo quiero estar —le contestó Leandro desde atrás y empujándolo, lo separó de las demás personas.

Reuben, en su felicidad por estar cerca de quien gustaba, no se dio cuenta de cuando terminó justo en un rincón con Leandro mirándole con malicia y a la vez dolor. Se notaba que el alcohol ya surtía efecto y también quedaba en evidencia que había llorado, sus ojos estaban opacos con una leve chispa de picardía forzada y la amargura se asomaba victoriosa, eso último quebró a Reuben. Nunca había visto otra cosa que no fuera dulzura en su mirada, ahora por su culpa, su amor estaba acre y ensombrecido.

—Vámonos a casa —dijo Reuben y le tomó de la mano e intentó que caminara, pero Leandro se rehusó usando la fuerza, una que Reuben no conocía que tenía porque no logró moverlo ni un centímetro.

—¿Cómo nos vamos a ir a casa?, ¿acaso ya te dio Darío tu lección de conquistas?, ¿a cuántas tienes esperándote allá afuera? —preguntó con una risa irónica, el artista.

—Leandro, de lo que escuchaste, déjame explicarte ...

—¡No hay nada que explicar! ¡Si todo está más claro que el Grey Goose! —contestó con gran resentimiento —¡Reuben quiere aprender a ligar, pero se equivocó de maestro!

Había molestia y desazón en la voz de Leandro Hooper, escuchar que el panadero tenía intenciones de conquistar mujeres le cayó como patada en el hígado, pero más rabia le daba, haberse enamorado y ahora sentirse más que insignificante. Antes de comenzar a beber, aceptó con frialdad que fin de cuentas la culpa era suya, por descuidar su corazón, ese pedazo de él lo había mantenido inmaculado hasta conocer a Reuben Costa.

Y solo por él, llegó a desconocer a Darío Elba; su antiguo y único amor.

En su haber contaba con suficiente experticia y no estaba orgulloso de eso, pero tampoco se arrepentía porque jamás le dejó a nadie irrumpir en ese lugar tan ínfimo donde atesoraba sus verdaderas debilidades, ahí donde escondía, no lo frágil de su cuerpo: allí residía la vulnerabilidad de sus sentimientos. 

—Por favor Leandro, vámonos —le suplicó Reuben.

—No tenías que pedirle nada a Darío, solo debías acudir a mí, soy el doble de bueno que El Conquistador en materia de amoríos —se jactó en forma de reclamo y volvió a reír con más ironía que antes y ésta vez a carcajadas desmesuradas.

Reuben sabía que Leandro estaba tratando de desahogarse y por eso se quedó quieto y esperó con paciencia a que se calmara, aunque quería detenerlo de inmediato y decirle qué, a quien quería aprender a conquistar: era solo a él.

Así como llegaron las risas de Leandro, así se esfumaron, dándole espacio al silencio, uno que quería romperse o perdurar para siempre si ninguno de los dos lo erradicaba siendo sinceros y transparentes.

A veces sus miradas se encontraban, en otras, esquivas, se alejaban solo para volver a verse detrás de las pieles.

Hasta que ya no pudieron ocultarlo más.

Fue Leandro, quien acercándose al rostro de Reuben para hundirse en esos ojos, los mismos en que, fantasioso, gustaba de perderse, quien ya no pudo guardar la compostura.

Luchaba fervientemente en contra del alcohol para no quedar más expuesto de lo que ya estaba, aún le quedaba una pizquita de reserva y vanamente, intento resguardarla.

Ahí estaba, una vez más, frente a frente a su verdad hecha hombre. Eran iguales, dos seres humanos en medidas exactas, era justo como verse al espejo y recordar eso, hizo que de la nada; comenzara a llorar. Sus lágrimas caían sin rumbo fijo ni esfuerzo y varias se despeñaron en la cara de Reuben que, al contemplarlas, levantó su mano para posarla sobre esas mejillas humedecidas, aquellas lágrimas eran tan puras que no merecían perderse en ese pecaminoso lugar y Leandro, al sentir la calidez de esa mano, en un sollozo que no conocía, confesó:

—O tal vez no lo soy porque ... mi muy querido Señorito de Colochos Maliciosos, yo ... he caído, enredado a conciencia, yo ... me enamoré ... de vos.

El corazón de Reuben Costa daba brincos de emoción, ebrio o cuerdo, Leandro Hooper le estaba diciendo que lo quería.

—¡Reuben Costa, aquí me tienes, esperando por la más sencilla muestra de cariño, te mendigo migajitas de pan remojado en amor! —y con pánico se acercó para besarle la frente.

Tenía miedo de ser rechazado, prefería la indiferencia antes que sentir que le menospreciaran.

Entre suspiros, le temblaba el cuerpo. Rendido y entregándose a totalidad ante eso que sentía, se ocultó en el hombro de Reuben y se desmoronó pidiéndole a Dios un poco de clemencia, no quería separarse de él jamás. Definitivamente, Reuben Costa le dolía infinitamente millones de veces, mucho más que Darío Elba.

—Tonto —le dijo Reuben mientras lo abrazaba con fuerza, aunque Darío le había dicho que mañana Leandro no se acordaría de nada, quería decirle lo que sentía —No tienes que mendigarme nada, porque me gustas, me gustas, me gustas, me gustas ... —le repitió cuantas veces pudo hasta que se le acabó el aliento.

Leandro sintió que sufriría un infarto y no sabía si era por la borrachera o por que de verdad eso era amor, que de repente se supo completo. Trató de aterrizar de su ensueño de alcohol, se obligó a usar la cabeza aunque fuera por un rato, tenía que estar seguro de que no había perdido la cordura o de que aquello no era un subproducto de sus desvaríos de enamorado.

—¿Te gusta ... solo mi carita bonita ... o te gusto enterito? —dudó Leandro. Dos que tres veces algunas personas creyeron que sus encantos físicos eran los motivos suficientes para enamorarse de él y cuando quiso avanzar, le abandonaron por saberse confundidos —Reuben, nosotros dos ... somos ...

Me gustas a ojos cerrados y también abiertos. Me gusta cada pedacito tuyo y sé y estoy consiente de que nacimos hombres y así, tal cual, estamos bien. Soy "LeandroSexual", porque me gustas vos Leandro Hooper, vos y solo vos: todo lo que yo necesito y no cambiaría ni una sola hebra de tus cabellos ni de tus formas de amar. Me gustas mucho, tanto que no puedo ni siquiera calcular los estragos que haces en mí cuerpo y mucho menos los de mi espíritu, yo también me caí, pero no quiero levantarme si no resurges junto a mí. El suelo está bien si estás conmigo, el cielo no me alcanza para quererte como te quiero así que le robaré espacio al universo, creo que ahí si hay lugar suficiente para amarte por entero —se confesó con la verdad, Reuben ante Leandro.

Leandro Hooper nunca había probado drogas ni estupefacientes, pero eso que Reuben Costa acababa de decirle le hacía volar con más fuerza que todos los químicos sintéticos que pudiera llegar a consumir para sentirse ajeno a éstas tierras.

Era felicidad en resumidas cuentas aquello que le hacía cosquillas en cada pedacito de su ser, por fin, había encontrado a ese alguien que correspondía a sus sentimientos de manera equitativa y también infinita.

Por primera vez en toda su vida, podía amar sin ataduras, sin detenerse, sin refrenarse, podía amar como se debe: en libertad.

—Llévame a casa, pero antes dame un besito —pidió el artista con una sonrisa gigantesca en el rostro y cerró los ojos.

—Quiero ... darte ... muchos ... muchísimos ... besos ... —dijo Reuben pausado entre palabras mientras le besaba la frente y las mejillas —Quiero darte tantas muestras de amor como me sean posibles y cuando se me acaben las que existen, inventaré otras nuevas, que sean únicas y que solo conozcamos nosotros dos —añadió.

—¡Oh, oh, oh eso le gusta a Lean! —afirmó dando saltitos y aplaudiendo —Pero por hoy, quiero un besito aquí —y señaló su boca.

—Te daré millones ­­—le susurró Reuben al oído y repasó con sus labios, el cuello de Leandro.

Esa era una caricia, de entre tantas, que solo él le provocaba, una caricia que a Leandro le sustentó más allá de la piel —Pero no hoy, porque quiero que el día que te bese, de esa manera en que se hace cuando se ama, jamás se te olvide.

Reuben Costa separándose un poco de Leandro Hooper, se acercó a ese rostro que le hacía soñar despierto y juntaron sus narices. Viendo a través de esos ojos de avellana se dedicó a sentir, a vivir hasta con el último de sus nervios la cercanía de ese hombre que le había enseñado a ser feliz.

Tragándose la mezcla perfecta de tabaco y vainilla, Reuben sintió acariciar la locura y Leandro, bebiendo ese aroma varonil que era como un antídoto y veneno a la vez, se codeó campante, entre el filo de la vida y la muerte.

No les importó que la música de Ambrosía no fuera para bailar abrazados, en un rinconcito se movieron al ritmo que les gustaba; el de pasos lentos casi bobos de ser repetitivos, porque así era como se mecía el amor adentro de ambos.
Lento como el soplo del viento que apenas y agita las hojas y fuerte como el huracán que solo los valientes se atreven a encarar.

Ahora tenían sincronía, eso que antes les faltaba, por miedo a estar equivocados, por temor a sentir sin cadenas: dolor, angustia, pena, felicidad, placer, plenitud, satisfacción y amor.



—¿Te sientes bien? —le preguntó Reuben a Leandro después de un buen rato de estar pegados cuerpo a cuerpo al sentir a ese otro él un tanto aletargado.

—Cuando bebo en exceso, así como hice hoy, pierdo la sensibilidad desde la cintura hasta los meñiques del pie. Mis piernas han comenzado a dormirse, dentro de poco no podré sostenerme por mi cuenta, ¿me sacas de aquí en brazos? —preguntó con mucha confianza.

—Piernas dormidas o no, pensaba hacerlo —y dicho y hecho se pasó un brazo de Leandro por el cuello y lo levantó para comenzar a caminar.

Leandro pesaba quizás diez kilos más que Nina y aunque Reuben estaba en buena forma, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no tambalearse. Si se le desacomodaban los discos de la columna, luego iría donde el quiropráctico para que los regresara a su lugar, pero no iba a dejar que a quien cargaba en brazos, tocara el suelo.

—¿De qué te estás riendo, niño travieso? —le preguntó el panadero a su artista, al sentir que éste se sacudía con el espasmo típico de las sonrisas.

—Es que estás cumpliendo una de mis fantasías —contestó —Pero le falta algo para que esté completa —y lo siguiente de sus anhelos se lo dijo en voz baja al oído.

—Hm, pues eso también lo haré, porque me muero de ganas por hacerlo, pero te pido un poquito de paciencia —contestó sincero y con nervios, agradeció poder camuflar su rubor con el esfuerzo que tenía que ejercer para llevarlo en brazos.

—Por usted, Señorito de melena coqueta, por usted yo me espero la eternidad completa —declaró y le dio un sonoro beso en la mejilla y se apretó más a Reuben. Luego hizo un pausa y siguió hablando —Mira Darío, me gusta Reuben y yo le gusto a él, tanto que dentro de poco seremos novios —dijo y Reuben pensaba que quizás Leandro estaba más ebrio de la cuenta porque creyó que hablaba solo.

—Me alegra y me hace feliz que seas feliz, quiero verles felices a los dos porque ustedes, junto a Nina, son lo mejor de lo mejor que en ésta vida se me pudo obsequiar —contestó Darío a espaldas de Reuben. Por fin había logrado salir de la oleada de personas y llegar hasta donde sus amigos.

—Ya se lo dije y me importa un pepino con dos mangos si mañana no se acuerda, porque pretendo repetírselo hasta que me muera —le confesó Reuben a Darío al darse la vuelta para verlo.

—¿Te lo aguantas o te ayudo? —preguntó Darío —Ayer la báscula del baño dijo que está más rellenito y es culpa tuya y de sus antojos de amor.

—Aunque se me acalambren los músculos no voy a soltarlo ¡y no le digas rellenito, que así está perfecto! —le pidió Reuben muy serio a Darío y éste no pudo evitar reírse.

—Está bien, carga a tu ...

—¡Ay no Darío, ahí viene un mal espíritu! —interrumpió de forma abrupta Leandro e intentó bajarse de los brazos de Reuben, pero éste no aflojó ni un centímetro —¡Darío detrás de vos, está un demonio! —volvió a repetir realmente asustado.

A Reuben Costa la conducta de Leandro Hooper al decir eso, le preocupó demasiado y pensó que quizás alguien le había adulterado las bebidas, pero Darío Elba si entendió de qué estaba hablando su amigo de infancia.

Tanto eco tenía aquel mensaje, que no necesitaba ver hacia atrás para saber quien estaba a sus espaldas.

A Darío Elba le había llegado la hora de encarar por última vez a su añeja experiencia y revestido de amor por Nina Cassiani, tenía protegido y bien cuidado cada uno de sus flancos.





—Sigue, ya te alcanzo —dijo Darío a Reuben y éste continuó caminando.

—¡Darío, no te olvides de Pelitos de Elote, recuérdala! —le gritó Leandro a todo pulmón. Quería que Darío de verdad escuchara su petición.

—No quiero ni puedo olvidarla —le contestó Darío y con eso, a Reuben le picó la curiosidad y volvió la mirada, viendo así a lo que Leandro llamaba "demonio": una mujer exuberante, de melena negra también rizada, piel acanelada y de curvas voluptuosa que había cogido del brazo a su amigo.

—Se llama Debra Ponce y por ella, el alma de Darío, casi acaba condenada en el averno —le contó Leandro a Reuben.

—¡¿Esa mujer era novia de Darío?! —preguntó totalmente asombrado Reuben.

Debra Ponce tenía, al igual que Darío Elba, presencia. Pero con la gran y marcada diferencia de que la de ella era seductoramente intimidante. Era muy hermosa, con cada parte del cuerpo femenino en su sitio y cualquiera desearía que al menos le volviera a ver.

En nada se parecía, en comparación anatómica, a Nina Cassiani y sus ojos atacados de miopía progresiva, a su melena no siempre bien peinada y su piel marcada por cicatrices. Desde ningún ángulo se podía cotejar físicamente a semejante mujer de veintitrés, con escasos dieciséis años de rodillas raspadas de tantas caídas y aquellas pequitas inocentes de cielo estrellado en la espalda.

—No, nunca fueron novios, solo, ya sabes, eran eso. Ni Darío o yo nunca hemos tenido novia o novio en mi caso, pero si conocemos los placeres viciosos de la carne —le confesó —Y eso que ves es un súcubo y no la veas de más que hasta con la mirada te perjudica el alma.

Obediente y muy seguro de la voluntad de Darío Elba, Reuben Costa siguió con Leandro Hooper en brazos buscando la salida, dejando atrás a su amigo, librando su propia batalla.



—A mí no me puedes decir que "eres vegetariano" —le dijo Debra a Darío antes de que éste se diera la vuelta para saludarla.

Darío Elba, mientras se atravesaba la multitud que había desde el trayecto de la pista de baile hasta donde estaban sus amigos, tuvo que decir incontables veces "soy vegetariano" a todas las mujeres que le invitaron a comer del plato del sexo libre de compromisos y Debra, que era adepta a visitar Ambrosía, lo acechó al verlo cerca de la barra principal y fue tras él.

Se mofaba de la forma en que Darío rechazaba a cada fémina que se le ponía al frente, ese no era el lobo que ella había formado, ese no era el amante perfecto que construyó con experiencia de años.

—Buenas noches Debra, ¿cómo estás? —dijo Darío con cortesía y le extendió la mano, mano que Debra no quiso tomar. Las manos de Darío no eran para darle saludos, porque no las aleccionó para eso.

—Ya sabes lo que quiero y no son tus formalidades Elba, vámonos, que si estás aquí es porque te equivocaste al escoger a tu noviecita sobre mí y quieres volver a ser lo que yo te hice ser —contestó con disgusto.


No quería admitirlo, pero le había dolido harto que Darío no quisiera relacionarse con ella de ninguna forma y deseaba con todas sus ganas, disponer de él a su antojo y cobrarse el desplante de cuando le dijo "no más".



—Te equivocas Debra y aunque quisiera darte más explicaciones de las que ya conoces, mis amigos, que son por quienes he venido, me esperan. Que tengas mucha suerte.

—Sabes bien que ella no sabe ni sabrá darte lo que yo sí sé, ella solo es y será, una mocosa sin buena cuna y de piernas mal selladas que se hace de rogar para sacarte plata y que al final, por un supuesto mal cálculo, te salga con un embarazo y así, además de que te saque un anillo te quite tu fortuna. Ella es una ilusión y quienes son como ella, ni siquiera deberían de existir y no merecen hombres como vos.

—Nunca te he faltado el espeto Debra y no empezaré por hacerlo en estos momentos, pero no voy a permitir que te refieras a ella de ninguna forma —dijo Darío sin mostrarle emociones aunque estaba realmente enojado.

Sabía que si flaqueaba por una milésima, ella tomaría ventaja y no podría detenerla. Tan bien la conocía que estaba al tanto de que no había necesidad de alzar la voz o de usar palabras despectivas, solo tenía que decir las correctas —Recuerda que así como conoces mis debilidades, yo conozco hasta la última de las tuyas —contraatacó Darío sin un ápice de bondad, quería dejarle claro que si cruzaba esa delgada línea de la tolerancia no iba a salir ventajosa.

—Pero las mías, las corregí todas y nunca las escondí, mientras que cierta ovejita de la alta sociedad, sigue tras la cortina del recato. No es a mí a quien le urge una pareja que no conozca mi pasado, porque lo que fui lo entregué sin reparos. Mas aún así no dejo de darte las gracias, la experiencia pesa y la mía es carga pasada, no te deseo males Debra, ojalá que un día, también conozcas de lo que te estás perdiendo por negar el amor —enfatizó Darío de forma cruda y remató —Créeme, cuando te digo, que hasta el más simple e inocente de los gestos tiene más que poder sobre las pieles curtidas a las costumbres del placer mal sano. Adiós.

Sin darle espacio para que dijera nada más, dándose la vuelta para no volver a ver a Debra Ponce ni en pesadillas, Darío Elba le dio el portazo final a su pasado, dejándole en claro a quien, desde los catorce años le enseñó que el dolor y la soledad se calmaba a con deshonra al amor, afirmando una vez más que él había conocido la dicha de entregarse por completo a una sola persona para construir un futuro sólido sin tener, siquiera que involucrar a las sábanas.

Una lágrima negra murió en el pómulo izquierdo de Debra Ponce, porque allí, entre la multitud, se le perdía para siempre el único hombre que no solo la había respetado, era el único que se quedó en la cama después de las noches de desenfreno, el que tenía la forma exacta de consolarla sin tener que usar verbos o sustantivos.

Nunca lo aceptaría, pero entre tantos amantes, solo Darío Elba no había perdido la caballerosidad con ella, él fue el único y sería el único que la trataba como una mujer que quería vivir su sexualidad al límite y que no la tildaba de fácil y tampoco de prostituta.


Así se alejaba de ella, sin volver la mirada a su pasado, el niño al que subyugó con desdén hasta arrebatarle con maña la inocencia. El mismo al que le negó amor jurándole que ese sentimiento no existía, al que aprisionó entre sus manos hasta casi extinguirle la flama de la vida; apretujándole, a conciencia y con maldad, aquel músculo hueco que bombea sangre hasta casi dejarlo insensible y tosco tal cual roca y más desértico que la nada.

Ese, al que una señorita de melena rojiza y de ojos verde esmeralda, sin proponérselo, le revivió ese órgano llamado corazón con sencillos gestos y palabras francas.

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