Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

64.

–64–




Nina Cassiani, ante aquellas palabras recién escuchadas y con la piel llena de temblores, víctima del carnaval de la euforia desfilando por sus venas; creyó desvariar.

En su enajenación, juró que se había caído y que seguía cayendo, pero nunca tocó el suelo, se mantenía de pie; amarrada al cuello de Darío Elba igual que lo hacen los arboles enraizados a la tierra que los sustenta e incrédula de la realidad, por no poder discernir de la fantasía y sin querer ni poder soltarse del abrazo en el que se hallaba fundida, con muchísimo esfuerzo levantó la mirada para encontrarse con esos ojos de iris azul grisáceo y en ellos vio algo que nunca había distinguido antes, algo que le estrujó por entero el corazón: su misma imagen, su propio reflejo.

Dejó de sentir el cuerpo aún con los huesos titilando de ardor por tener la sangre hirviéndole hasta los vellos, si no olvidó respirar fue gracias a la inercia, porque casi se traga su propia lengua poco antes de que se le anudara a la garganta. Descompuesta a totalidad e irreconocible, Nina sintió vergüenza y se escondió detrás de aquel cuello para así, entre sonrisas y muecas indescifrables; dejar correr libres en su rostro verdadero asombro e ilusión al descubrir lo obvio que siempre estuvo frente a ella aún a párpados cerrados.

Nina era miope por defecto genético, pero estaba ciega por inocencia y comenzó a preguntarse qué tanto debía de estarlo para no haber notado hasta ese momento que, de la misma manera en que Darío habitaba en su interior, ella vivía allí adentro de él vapuleándose con puños y dientes por exponer que eso era amor.

Hizo memoria instantánea y recordó que, desde hace un buen tiempo, cada vez que se miraba al espejo, veía a Darío siempre a su lado, sonriéndole, hablándole en silencio, abrazándola y dándole aliento aún con sus cuerpos a distancia por la lejanía prudencial y obligada a la que se habían sometido a voluntad; porque estaban viviendo algo que no puede tocarse, solo sentirse y ya había demasiado de todo entre ambos despertándoles la humanidad.

Con extrema urgencia, Nina tuvo que aceptar que estaba más que unida a Darío y viceversa, los dos estaban compenetrados con el alma y quien sabe cómo, también carne a carne en éste y otras planetas, e incluido estaba el mundo de los sueños, muy segura de que así como lo soñaba, él también lo hacía con ella. No había recoveco de su cuerpo donde él no estuviese y fue con eso, que la última viga en pie con la que encadenaba sus sentimientos a la lógica y a la razón, se derrumbó haciéndose añicos y hasta el último granito de su existencia desapareció.

Ya no tenía de donde más sostenerse que no fueran esos cálidos brazos que la rodeaban, con los que se soñaba a diario y en los que deseaba estar para siempre y de repente, en medio de la obnubilación en la que se encontraba, comenzó a sentir miedo.

Nadie nunca le dijo y en ningún lado leyó, porque no estaba escrito, que enamorarse podía causar temor, que daba pavor abandonarse por completo a ese sentimiento de ser tan vulnerable como para perderse sin querer volver la mirada hacia ningún otro lugar y por eso, inmersa en ese estado de conmoción y juntando pedacitos de conciencia, a duras penas logró preguntar:

—¿Acompañarte?


Darío Elba pensaba en Nina Cassiani las veinticuatro horas del día sin detenerse, enamorado hasta con la más mínima de sus huellas dactilares, respiraba amor mezclado con aire, pero a diferencia de los amores mundanos, todo lo que quería para ella se resumía en algo único y totalmente desinteresado: verla feliz y plena.
Por conseguir lo anterior, él era capaz de darlo todo desposeyéndose en absoluto a la buena de Dios, alimentándose solo de verla y de hablarle aunque fuera de vez en cuando.

Por eso, a medida que compartía tiempo con ella por más escaso que fuera, se aprendió de memoria, casi como un credo, todas sus aspiraciones futuras y suplicaba porque, aunque fuera por conveniencia académica, pudiera mantenerse a su lado y que sus caminos de alguna u otra forma los llevaran a seguir juntos aunque fuera como amistades cercanas.

—Yo no sé si esto suene a disparate y la verdad es que la cordura la perdí ya hace bastante —dijo Darío moviendo los labios con desespero.

No estaba seguro de lo que había hecho, de lo que estaba haciendo y menos de cómo Nina iba a recibir lo que pensaba proponerle —Pero como ya casi terminas el colegio, quería preguntarte si considerarías ir a la universidad en el extranjero, Oxford tiene una excelente Escuela de Medicina y de Química y por tu desempeño académico estoy seguro de que podrás ingresar ¡Tus notas son espectaculares aún para haber estado en casa por meses, incluso son mejores que las que yo presenté cuando pedí ingresar! —añadió y se quedó en espera de respuesta, una que ya conocía de antemano, pero como cristiano fundamentalista sabía que: la fe es lo último que se pierde y por y para Nina su fe era interminable.


Para esos gloriosos momentos, Nina Cassiani se sentía igual que un astronauta extraviado a la deriva en la infinidad del universo e incluso se supo con necesidad de abrazarse a su tanque de oxígeno para recordarse, cómo es que se tragaba ese bendito gas que ahora si le estaba haciendo falta.

De lo que le había escuchado decir a Darío, cada palabra le golpeó como si fuera una lluvia de meteoritos, pero al extraer "Universidad" de entre todas, ésta le dio directo en el cerebro despertándola para hacerle ver qué; durante el tiempo transcurrido mientras estaba incapacitada por su enfermedad, había olvidado que estaba cursando su último año de colegio y ya era octubre, las graduaciones eran los primeros días de diciembre y se suponía que el año entrante quería y debía iniciar sus estudios superiores, eso y su férrea fuerza de voluntad la obligó a regresar a la Tierra y recordarse de algo que para ella lo significaba todo.

Cuando Darío dijo "estudiar en el extranjero" la vida entera se le pausó por minutos, Nina siempre quiso estudiar en otro país, esa era una de las cosas que solía fantasear con su padre antes del accidente, junto a él había hecho una lista de las mejores universidades alrededor del mundo y hace mucho había decidido aplicar aunque fuese a una, pero ahora las circunstancias que la rodeaban eran distintas, no se imaginaba dejarlo en soledad por meses o años postrado en esa cama, atado a esos cables y tubos sin poder hablarle ni abrazarlo a diario por ir a conseguir campante un sueño materialista que terminaba en un pedazo de papel pergamino y un fino birrete.


Si había algo en que Nina y su madre eran casi como dos gotas de agua, era en ese amor devoto que sentían y profesaban por ese ser que sostenía su existencia a puras máquinas, ni Doña Maho o Nina pensaron nunca en abandonarlo para continuar con sus caminos por aparte.

Nina Cassiani se había soldado a la camilla donde yace su padre y si bien era cierto que ahora estaba más viva que nunca, no pensaba desprenderse de él, aunque su futuro y vida dependiera de eso.



—Yo ... yo ... yo no puedo ir a estudiar afuera del país, no puedo dejar a papá como está —le contestó a Darío bajando la mirada.

Quería ser neurocirujana para sacarlo del coma, por eso anhelaba acabar el colegio y entrar a una universidad estatal a estudiar, pero acababa de comprender que ni eso podría hacer por despistada —Y al paso al que voy creo que no podré ingresar ni a las universidades de aquí, se me han pasado las fechas, perderé el primer semestre o el año entero por descuidada —se recriminó muy duro su error.

Nina cumplía años en enero y era la única de su promoción que se graduaría teniendo aún dieciséis porque había ganado tiempo al tener destrezas de lectoescritura y comprensión antes de los cuatro y por eso fue promovida un año de educación primaria, pero ahora ese año significativo de avance lo perdería por olvidadiza al creer que no entraría a la universidad al nomas cumplir los diecisiete, si no a los dieciocho. 


Darío Elba sonrió a pesar de estar triste por recibir la respuesta que había anticipado con seguridad: ella no querría alejarse de su padre así como él batalló en su infancia por no separarse de su madre mientras estaba viva.

La comprendía a la perfección, compartía sus sentimientos de manera exacta y los respetaba y lo haría por siempre, porque lo único que le interesaba, con toda la sinceridad que tenía, era verla feliz y por eso tenía algo que confesarle; una sorpresa que esperaba darle el día en que regresara al colegio y de lo siguiente no tenía ni un granito de idea de cómo iba a resultar, pero valiente y decidido, buscó la mirada de Nina para volver a hablarle.

—Hice algo sin consultarte —le contó —Cuando comenzó a llegar el papeleo de las admisiones para estudios superiores al colegio, yo solicité tu ingreso en las universidades estatales del país y también metí una solicitud en Oxford, le pedí una carta de recomendación a Garita con el respaldo del Consejo y el aval de la Junta y él la envió muy gustoso. Yo ya inicié los trámites en tu nombre, el año que viene entrarás a la universidad Nina, tal y como lo habías planeado desde siempre.

A Nina Cassiani comenzaron a flaquearle las piernas, se le desarticularon las rodillas y sintió como si fuera gelatina en el desierto al escuchar todo lo que Darío Elba había hecho por ella. Ayudarles a sus alumnas con las admisiones de las universidades era parte del trabajo como tutor, pero lo que Darío había hecho era más que ayudar, básicamente, él hizo lo que Nina olvidó hacer y eso la conmovió al grado de hacer que le brotaran lágrimas.


—¿Por qué? —logró decir Nina entre titubeos por todo lo que sentía y hasta tuvo que jalarse los mocos un buen par de veces porque de llorar le bajaban a cántaros y por eso se separó de él.

—¿Hice mal?, ¡ah, para que pregunto si ya sé que hice mal! Debí pedir tu permiso, perdóname —se disculpó de inmediato Darío, creyendo que había rebasado los límites de la confianza entre ambos —Nina, de verdad per ...

Esas disculpas que no tenían razón de ser, Nina Cassiani las mutiló al abalanzarse de imprevisto sobre Darío Elba hasta botarlo.

El golpe seco de su cuerpo estrellándose contra el piso del taller de mecánica no fue perceptible de las tantas veces que Nina le dio las gracias, primero entre susurros y después con grititos emocionados. A Darío el fuerte dolor de la caída se le borró con los innumerables besos que recibió en sus mejillas, cuello y frente que la pelirroja le obsequió sin detenerse hasta que le faltó el aliento y en medio de un cosquilleo que la hizo reírse a carcajadas, continuó llorando pero de felicidad.

Darío no podía dejar de ver a Nina sonreír y estaba realmente complacido, el amor que le tenía se gozaba de saber alegría en ella y con eso le bastaba y hasta le sobraba para poder continuar y seguir adelante. Oxford o universidad estatal, esos besos que había recibido le dijeron, entre otras cosas, que había hecho lo correcto, luego vería como hacer para que sus caminos coincidieran.

—¡Ahora tengo que prepararme para los exámenes de admisión, voy a ponerme a estudiar desde ya si es que quiero comenzar en enero! —dijo Nina muy emocionada e hizo una lista de todo lo que pretendía leer y enumeró las materias donde consideraba que necesitaba poner más empeño.

—Estoy de acuerdo con todo lo que acabas de decir sobre tu preparación Sleepy Girl —la interrumpió Darío —Pero recuerda que para caminar, hay que dar un paso a la vez, de momento vamos a comer, son casi las dos de la tarde —dijo y como ella seguía sobre su cuerpo, se quedó observándola por un largo rato y cruzó los brazos tras de su cabeza como si fueran una almohada y no dejó de verla hasta que ella sonrojó al darse cuenta de la posición en la que había acabado: piernas abiertas sobre las caderas de Darío y con escasas capas de tela separando esas partes de sus cuerpos.


Poniéndose de pie de inmediato y ajustándose el vestido, le ofreció la mano para que se levantara, carraspeó y se disculpó —Lo siento, espero no haberte herido la cabeza como la vez pasada.

—Ya te lo dije, el único rasguño que tengo; está aquí —contestó y señaló su pecho del lado izquierdo —¡Pero te juro que por vos, me encanta sentir ese dolorcito!

Sin darle tiempo de que se sonrojara más, la tomó de la mano y la guio hasta el lavabo que estaba adentro del taller para que se asearan y así poder ir a la mesa de picnic donde Hirose ya los esperaba con la comida.

Entre todas las delicias que la gente suele consumir en Osaka, estando en su tierra natal, Nina escuchaba de la boca de Darío recomendaciones de cómo aplicar y presentar las admisiones para el ingreso a la universidad. Le contó, por solicitud de ella, también del modernísimo laboratorio de química de Oxford y de lo completo e idóneo que era el pensum de materias de la carrera de Medicina y quedó muy entusiasmada; con ese tipo de educación, su pasión y amor creía que tendría el conocimiento necesario para despertar a su padre y consideró la idea de ir a estudiar fuera del país como un beneficio, ya no como un simple sueño.

Sin pensarlo, Nina maquetaba su futuro cercano como estudiante universitaria y estaba realmente emocionada, sin saber que casi en un mes, todo lo que estaba planeando, se le vendría abajo y con eso también, si no tenía el valor suficiente como para ponerse de pie de nuevo, su vida caería en picada.

Hay cosas sobre el mañana, por más próximo que esté, de las que no se puede predisponer, porque cada acción tiene su revés y nunca se sabe, si al mazo de cartas que se le otorgó a la vida estará completo, le sobrará o le faltará y es éste el caso que se cierne sobre Nina Cassiani. A ella, una de sus piezas esenciales para terminar la partida que cree tener ajustada, le hace falta desde hace mucho y no ha querido aceptarlo.

Sobre el cielo de ese sábado de octubre, caía sin detenerse la tarde, había anécdotas sobre la mesa, bromas que provocaban sonrisas amenas, planes detallados y sentires repletos de afecto mutuo y constante entre Nina Cassiani y Darío Elba.

Los minutos se alargaban y contraían sin dejarle espacio a la ciencia para sus explicaciones y aquel fenómeno apresuró la llegada de la hora del té y Darío después de disponer el servicio, fue nuevamente sorprendido por Nina, cuando le demostró que ya sabía cómo beber de un cuenco sin quemarse, ni botarlo y con la elegancia propia para degustarlo.

—¿Cómo aprendiste? —preguntó él sin quitar la vista de ese iris verde vibrante.

—Desde aquella vez, me propuse beber de la taza sin usar el asa, me quemé varias veces y muchas se quebraron en mi comedor, pero a fin de cuentas lo logré ¡Ahora siempre volteo el asa para otro lado porque siento incómodo agarrarla de ahí!

—¡Con cada cosa que haces, por más pequeña que parezca, únicamente logras que te admire más y más! —le alabó Darío —Llegará el día en que me dejes mudo en verdad.

—Te diría exactamente lo mismo, porque es lo que me pasa con cada acción que viene de tu parte, pero a diferencia tuya, todo lo haces en grandes proporciones, prometo asolearme más para devolverte tus pecas.

—¡Trato hecho! —dijo Darío muy alegre y le ofreció la mano como señal de pacto —¡Dame pecas para sumarle constelaciones a las estrellas!

—Sigo sin entender por qué te gustan tanto Darío, pero creo que no lograré comprenderlo, así que mejor dime cuándo te dedicas a Psique y Dakini —quiso saber con exactitud la pelirroja.

—Sábados y domingos después del almuerzo —respondió —Y una que otra tarde noche después del colegio, eso si no tengo mucho papeleo que entregar u oficio que hacer en mi apartamento, con Hooper en casa es muy difícil mantener un poco de orden y si me descuido, todo el lugar ya sería una madriguera, tanto que creo que un día encontraré su cama pegada a la pared.

Nina se echó a reír pues conocía esa manía de Darío por el orden y Hooper era todo lo contrario a él, cuando le hacía compañía en el hospital, el artista creaba un caos en cuestión de segundos cuando se ponía a pintar. —¿Puedo seguir viniendo?, de verdad te quiero ayudar. Aunque no sé de mecánica al menos conozco el nombre de las herramientas, cuando Sandro tenía carro yo le ayudaba a pasárselas.

—Ahora mi proyecto también es tuyo, puedes venir cuando quieras —le contestó —¿Qué le sucedió al auto de tu hermano? —preguntó curioso al recordar la primera plática que tuvo con Sandro que fue sobre motores y cilindrajes y le extrañó que al ser tan entusiasta, no tuviera vehículo propio.

—Lo vendió cuando compraron el respirador para papá, Oneida también tenía uno y sufrió el mismo destino, el de ella era un Volkswagen Beetle de la época de los Hippies y el de Sandro un Jeep Wrangler ni muy viejo ni muy reciente —y al decir eso, una mueca de tristeza se formó en su boca —Ojalá algún día pueda reponerles aunque sea la mitad de todo lo que han sacrificado por mi culpa.

Darío quería evitarle melancolía a Nina y para ver si recuperaba el buen ánimo, le pidió permiso para dejar la mesa por un rato y al volver le mostró un carrito a escala y los planos originales, que había comprado en internet, para poder dejar el auto como nuevo.

—Así se verá Dakini restaurada y sé que este carrito es de juguete y está algo viejo y todo gastado, sin mencionar que Hooper le arrancó una puerta cuando teníamos siete años, lo tengo desde los tres, fue un regalo de Navidad que me dieron mis padres, pero es lo más cercano de cómo quedará para que te des una idea.

Nina tomó el carrito con sus manos y lo observó por unos instantes para luego dejarlo sobre la mesa y extendió los planos, arqueó la cabeza dos que tres veces y de nuevo volvió a dejar a Darío en las nubes al leerlos a la perfección.

—¿Sabes interpretarlos?

—Papá es ingeniero, en casa hay muchos planos de sus proyectos, sería un pecado capital que yo no supiera leerlos. De pequeña me pasaba horas mirándolos detenidamente siguiendo con las yemas de mis dedos sus trazos sobre el papel y me imaginaba con un casco de seguridad en una construcción viendo a la perfección desde los cimientos de los edificios hasta el color de la pintura de las paredes y hablando de color, Dakini será color rojo, ¿verdad?

—En un principio, aunque ahora podría ser de azul muy oscuro o siempre rojo pero en el tono del color de tu melena —y le hizo un guiño —Patentaré la mezcla de pigmentos y le pondré "Rojo Sleepy Girl".

Nina no aguantó la risa por las ocurrencias de Darío, pintarlo de ese rojo extraño de su cabello lo echaría a perder y pensó que le iba mejor el azul y continuó leyendo los planos sonriendo, hasta que se dio cuenta de algo —¿Este carro solo es de dos asientos y no tiene techo? —preguntó.

—Si, nada más hay asientos para dos personas y sin techo mientras se pasea por la carretera a orilla de la playa —le contó y después cerró los ojos.

Siempre quiso tener ese auto y andar por ahí vagando libre y en soledad, pero ahora, en ese asiento a quien imaginaba y veía a su lado era a ella, con un sombrero de ala ancha y bloqueador solar para que no se requemara y era gracioso, porque al mismo tiempo en que Darío tenía el pensamiento ocupado en eso, Nina también se pensaba igual, consciente de que no le gustaba para nada el sol y menos la playa, lo cual la llevó a hacerle una pregunta muy seria sobre algo que a ella le disgustaba por completo:

—¿A vos te agradan los motos y autos ruidosos?

—¿Ruidosos? —corroboró Darío arqueando una ceja.

—Si, así como esas vulgaridades que andan por las calles de la capital y que hacen contaminación auditiva.

—Sin ánimos de ofender a nadie, pero eso es para gente que no tiene buen gusto y ni un gramo de conocimiento sobre mecánica automotriz, un motor no demuestra su potencia con ruido, lo hace con desempeño y hacerle eso a Dakini y a Psique es una falta de respeto para los autos y motocicletas clásicas.

—Me alegra demasiado saber eso, porque yo los detesto y nunca he puesto un pie ni lo pondré en un artefacto que haga más ruido que otra cosa.

—Pues mientras mis máquinas a dos y cuatro ruedas sean mías y yo les dé mantenimiento, jamás escucharás un motor escandaloso, también detesto a esos petulantes que se creen todo lo que ven en esas películas sobre coches modificados, así que no tienes excusa para no salir a dar un paseo conmigo cuando Dakini esté terminada.

—De momento no tengo ninguna, pero creo que hay tiempo de sobra mientras la armamos para inventarme unas cuantas —le contestó y le sacó la lengua y él le correspondió de la misma manera —Es más, pásame una hoja de papel para empezar a enumerarlas.

—¿Una? ¡Pues ni aunque llenes una resma me quedaré con las ganas de llevarte a pasear! —de debatió y se puso a reír —Y ya que hablamos de papeles, aquí en casa tengo una copia de tus solicitudes de ingreso, ¿las quieres?

—¿Es en serio?, dime dónde están para ir por ellas —pidió Nina emocionada.

—En la segunda planta, en la mesa junto a los sofás está mi portafolios, ábrelo y podrás encontrarlos —dijo Darío cuando ya Nina iba varios pasos lejos de la mesa de picnic muy sonriente y eufórica —Y Nina, ten cuidado con Bruno, suele colarse cada vez que corremos el portoncito de seguridad que está al pie de las gradas —le advirtió sobre las prácticas de su hermanito —Te veo adentro, iré a lavar los platos.

—¡Oh yo lo cuido, no te preocupes! —alcanzó a contestarle antes de atravesar la discreta puerta del cuarto de lavado.

Tratando de hacer el menor ruido posible, Nina cruzó por la zona donde está el comedor hexagonal, donde Hirose se había quedado dormida sobre una mecedora con el pequeño Bruno en su regazo y se apuró a llegar a las escaleras para ir al segundo piso y mientras abría el portoncito de seguridad y lo volvía a cerrar se dio cuenta que el hermanito de Darío se había colado al lado de sus piernas y ya estaba por subir el primer escalón.

—¡Eh pero sí que tienes complejo de Ninja! —le dijo Nina mientras lo alzaba para protegerlo y prevenir una caída —¿Qué no estabas dormido, pequeño travieso? —le preguntó y Bruno le indicó con sus manitas la seña de silencio y los dos se rieron bajito.

A Nina le encantaba jugar con Bruno y mientras subía los escalones iba cantándole una canción y por eso no había notado que adentro, la luz natural que pasaba por los grandes ventanales era casi inexistente, ella nunca había estado en esa parte de la casa y comenzó a preguntarse dónde estaría el interruptor para encender la luminarias que colgaban del techo y al llegar al inicio de la segunda planta obtuvo su respuesta, cuando las luces de repente se encendieron haciendo que de la sorpresa ella diera un paso atrás y éstas se apagaron de nuevo.

—¡Luces con sensores de movimiento! —dijo emocionada y volvió a repetir la operación un par de veces y comenzaron a jugar de saltar.

Nina solía disfrutar de las cosas más sencillas que descubría día a día, aunque únicamente dejaba salir toda su espontaneidad cuando estaba sola o con gente de confianza, ya no se sentía ajena a la casa de Darío Elba ni a su familia y habría seguido jugando sin penas de no ser porque levantó la mirada y se sintió avasallada de ver que esa segunda planta era literalmente otra casa.

A su derecha luego de las escaleras el lugar se abría amplio y poseía un aire totalmente contemporáneo, había otra estancia casi de las mismas proporciones que la del primer piso, pero con la diferencia que, sobre la pared había una especie de estructura anclada que servía de librera para almacenar cientos y cientos de libros. Eso le desató la curiosidad y puso en el piso al infante para acercarse para inspeccionar esa maravillosa colección de títulos sobre humanística y teología y se habría quedado leyendo hasta que recordó que tenía una encomienda específica que hacer y el pequeño Bruno ya no estaba a su lado, si no que corría libre por uno de los pasillos y ella lo siguió para alcanzarlo.

Apurándose en ir por el niño, notó que se escondió tras de una puerta de madera de color cerezo, Nina meditó unos segundos antes de irrumpir porque si la lógica no le andaba mal, si Darío Elba tenía una habitación en esa casa: debía ser esa.

Se lo pensó antes de entrar, porque no lo creía correcto, pero tampoco era irresponsable y debía ir por Bruno para luego buscar en el portafolio de Darío sus documentos y regresar a la primera planta. Decidida llamó a la puerta por mera cortesía y abrió con cautela sin querer ver más que al pequeño, pero por más que quiso no prestar atención a su alrededor le fue imposible.

El espectáculo de rayos anaranjados del ocaso que se colaba por el techo de vidrio y que formaba una especie de domo sobre toda la habitación, no se podía obviar.

Pasmada de lo que veían sus ojos, nunca habría siquiera imaginado que así fuera la habitación de Darío, aunque tuvo el presentimiento que ese domo caprichoso tenía que ver con su amor por las estrellas y constelaciones pues de fijo, el manto nocturno podía verse como cuando se acampa en el bosque pero estando en el interior y comenzó a preguntarse cómo sería dormir en ese lugar siguiendo a la luna en todas sus estaciones.

Nina habría seguido absorta viendo hacia arriba de no ser porque Bruno le jaló el vestido para enseñarle una bola de juguete que lanzó por la habitación y que rebotó por todo el lugar hasta detenerse cerca de la cama de Darío y ella al verla, se sonrojó y al dirigir la mirada hacia otro lado se dio cuenta de que quitando ese exótico techo sobre su cabeza la habitación era muy sencilla, tenía el mobiliario básico para el descanso: aparte de la cama tipo sommier moderno, más la mesa de noche, solo tenía un sofá de apariencia antigua y una mesa escritorio sobre la cual descansaba un frondoso bonsái.

Se acercó para contemplarlo y aunque se lo pensó mil veces, le ganó la tentación de no tocar, acarició las hojas, repasó con sus dedos las intrincadas ramitas con delicadeza y por último acercó la nariz para olerlo y todo fue una experiencia de ensueño. Aquel arbolito debía de tener ya varias decenas de años porque su tronco lo delataba y estaba tan saludable que se podía apreciar que quien lo cuidaba le ponía todo el amor que tenía.

Había gastado suficiente tiempo ya en distracciones, por lo que tomó de la mano a Bruno para que ya no hiciera más travesuras y estaba lista para marcharse hasta que de nuevo notó otro aditamento la dejo asombrada, sobre una de las paredes pintadas de un ocre muy quemado habían dos cuadros; uno al óleo y a la par un perfecto dibujo a tinta china.

En el óleo, diestramente pintado, estaba el retrato una mujer con un tocado muy llamativo sobre la cabeza, sus cejas eran escasas y sus pestañas inexistentes, sostenía su mejilla con la mano derecha de una manera tan grácil que casi parecía irreal y en la otra tenía un rosario entre los dedos, sus muñecas estaban decoradas con los mismos brazaletes que ahora usa Leandro Hooper y de los que él solo se desprende a la hora de cocinar. En su cuello había un listoncillo negro y una cruz de plata con una piedrecita roja y Nina se sobresaltó demasiado cuando se dio cuenta de que era el mismo que ella poseía en esos precisos instantes con la añadidura del botoncillo de madera con forma de corazón.

Atónita, retrocedió unos pasos y desde esa distancia se encontró con la mirada exacta de Darío Elba, la forma de su boca junto con sus labios y esa hermosa sonrisa, sus rasgos eran tan similares que sin lugar a dudas ella debía ser su madre: Amira Duarte de Elba.


A Nina el corazón se le hizo pequeño: si esa mujer en vida era la mitad de lo gloriosa que se veía en ese cuadro debía ser catalogada como un ángel, porque aunque los signos de la enfermedad que se la llevó de éste mundo el autor del retrato no quiso esconderlos, Amira se veía feliz tal y como lo dijo Darío cuando le habló de ella por vez primera: el cáncer consumió su cuerpo, su belleza pero no su espíritu.

Volviendo la mirada con mucho respeto hacia el otro cuadro, descubrió un dibujo de dos niños en ropa veraniega abrazándose, uno de ellos tenía el rostro muy fino y el cabello un tanto largo hasta la quijada, ese era el autor de ambas piezas de arte: Leandro Hooper y el otro, era Darío.

Una sonrisa que se le esbozó a la pelirroja en la boca, se borró más rápido de lo que apareció, cuando distinguió una pequeña leyenda en la esquina inferior derecha: "Nunca más solo".

"Solo" esas dos consonantes y una vocal a Nina le calaron hondo y comenzó a sentir cosquilleo en sus lagrimales, alzó de nuevo a Bruno y fue a buscar el portafolio de Darío, tomó lo que necesitaba y bajó en carrera las gradas, le entregó el pequeño a su madre y se fue a la cocina donde él aún estaba lavando ollas y platos.

—¿Sigue en pie lo de enseñarme a cultivar margaritas? —le preguntó a Darío poco antes de abrazarse a su espalda y luego de escuchar latir su corazón acelerado, añadió —Tengo una pregunta que hacerles.

Darío cerró la llave del grifo, secó sus manos con el delantal que tenía puesto y luego las puso sobre las de Nina —Siempre, ¿cuándo quieres que te explique?

—Hoy, ya mismo si se puede —pidió.

Luego de dar un suspiro por tener que separarse de esos brazos, Darío dijo —Dame unos minutos, ya regreso.


Caminando hasta la segunda planta, Darío fue a su habitación y en la gaveta de su mesa de noche, buscó un frasco de cristal que guardaba con mucho recelo adentro de una bolsa de organza donde estaba el rosario de su madre, contó las semillas de margaritas que le quedaban y sabiendo que ya solo restaban cinco, cogió tres para obsequiárselas a Nina.

De nuevo, ya en la primera planta tomó de la mano a la pelirroja y se la llevó al invernadero, le dio una maceta, un poco de tierra preparada en una bolsa y herramientas de jardinería, específicamente una pequeña pala. Luego le explicó a detalle lo que debía hacer que consistía en únicamente saber a qué profundidad sembrar la semilla y los cuidos esenciales que debía darle.

—Habrán muchas margaritas de una sola semilla, pero nada más debes de hacerle la preguntarle a una: a la primera que reviente sus pétalos. Así nos enseñó Aida, la abuelita de Hooper, a encontrar la verdad en éstas flores y tal y como ella lo diría: "Las margaritas nunca se equivocan" y las que brotan de éstas semillas, nunca se han equivocado —le confirmó.

Sin olvidar ni una instrucción, Nina Cassiani le agradeció a Darío Elba por compartirle ese arte de cultivar florecillas, unas muy especiales sobre las cuales estaba depositando su destino a manos del azar, por que ella, frente a esos dos cuadros, había tomado una decisión sobre su futuro cercano que lo incluía a él a su lado.

—¿Tienes ropa para correr? —le preguntó Nina después de que ambos jugaran entre pistilos y corolas con Bruno en el jardín cerca del estanque
—Me ha llegado la hora de irme a mi casa, ¿me acompañas corriendo?, quiero enseñarte que ya me curé.

—Es un placer, iré a cambiarme —contestó —Vuelvo en un momento y te traigo una mochila para que guardes tus cosas.

En su habitación, Darío buscó ropa acorde a la actividad física y alistó dos cosas más que supo que era hora de enseñarle a Nina: una prenda y el aroma de un perfume en específico. Bajó rápido los escalones de la segunda planta y aprovechando que la pelirroja también estaba mudándose de vestimenta, se fue hasta el portón principal de su casa y puso aquello en el piso, en una esquina donde sólo él las podía ver.

Se regresó a la casa y le pidió a Nina que se pusiera un abrigo que era propiedad de Hirose porque hacía un poco de frío y ella despidiéndose muy agradecida por las atenciones que recibió, dijo hasta pronto a la madrastra de Darío y a su hermanito menor.

—Deberías de ponerte suéter también, te vas a enfermar —le dijo Nina a Darío al verlo solo con una camiseta de manga corta.

—Tienes razón, adelántate —pidió —Te daré algo de ventaja para ver si es cierto que corres con buena velocidad, tienes de tiempo de gracia lo que yo tardaré en ir a ponerme un suéter a mi habitación.

A Nina Cassiani le encantaban los retos y como estaba muy segura de que podía ganarle a Darío Elba no se dio cuenta de lo que él realmente quería hacer.

Corriendo tal y como lo había hecho en la mañana, Nina ya llevaba poco más de un kilómetro de ventaja cuando sintió que Darío venía tras ella. Era de noche y las luces amarillas del alumbrado público estaban encendidas, hacía un viento frío propio del invierno que traía consigo un sin número de aromas en todas las direcciones.

Una ráfaga sopló de repente desde el norte, justo de ese punto cardinal de donde venían y traía amarrado un olor muy masculino, uno que Nina Cassiani había guardado como un tesoro en su memoria olfativa a pesar de que solo lo percibió una vez en toda su vida.

Nunca le había fallado el olfato, era junto a su oído, su mejor sentido y ese segundo era el otro órgano que necesitaba en esos momentos.

—¡Ey no corras que no muerdo! —le gritaron tras su espalda.

Esa era la misma voz, aquella que se acompañaba de ese perfume, no podía equivocarse, definitivamente no podía estar errada y con el corazón a punto de reventarle, le contestó de igual manera de cómo lo había hecho en esa mañana de enero de principios de ese año:

—¡Y qué si lo que quiero es que me muerdas! —y después se dio la vuelta.

Ahí estaba él corriendo detrás de ella, con esa sudadera gris como era el color de su alma por esa época, todo este tiempo, el desconocido de la acera, ese mismo al que ella de forma espontánea le pidió "una mordida" había sido el mismo Darío Elba.

—Nina yo tengo ... no, no tengo, yo necesito decirte algo —dijo Darío cerrando los ojos y tomó aire, un aire que se le salió por completo cuando ella se abalanzó sobre su pecho y lo abrazó con todas sus fuerzas.

—¡Por favor no me digas nada! —le pidió.

—No me importa qué esté escrito en ésta historia, todo lo que yo hago lo hago por vos, todas mis acciones tienen su por qué y su motivo en vos y ...

—¡Por favor no lo digas! —volvió a decir Nina y ésta vez le tapó con una mano la boca —¡No digas nada!

Lo que deseaba y moría por decir, se le quedó en la punta de la lengua a Darío Elba y al final todo se redujo en un beso en esa mano que pertenecía a Nina Cassiani, la mano con la que ella acalló su confesión de amor.

—Discúlpame, yo no sé que hacer, no sé lo que hago —se excusó la pelirroja.

—Tampoco sé que hacer, hace tanto que ya no sé que hacer y lo único que sé es que no puedo ni quiero dejar de sentir, pero de sentirte ... a vos Nina —dijo y la abrazó con mucha ternura.

—¿Qué se supone que debo de hacer en el colegio? —quiso saber, de nuevo anteponiendo el deber al querer, de la misma forma en que hacía Darío con sus responsabilidades.

—¡Vivirlo, porque te juro que lo vas a extrañar a rabiar! Solo quedan unas semanas más, disfrútalas con tus amigos y compañeros, hagan las típicas bromas de las promociones y sáquennos las últimas canas a los tutores.

—¿Y ... y nosotros? —se atrevió a preguntar Nina y apretujó fuertemente los ojos. Temía de la respuesta, pero ansiaba escucharla, de nuevo ese extraño delirio furioso llamado frenesí, se había apoderado de ella.

Nosotros vamos a caminar un paso a la vez, no tienes que correr por mí ni por nadie mi querida Nina, aquí estaré a tu lado, para siempre. Solo camina, camina conmigo y nunca te detengas, por favor nunca te detengas, sigue siempre hacia adelante.

Sin más sonidos que los de sus corazones y el silbido del viento, Darío Elba tomó esa mano que recién había besado y por primera vez en todo ese tiempo, entrelazo sus dedos con los de Nina Cassiani.

Él había tomado la mano de ella varias veces, pero nunca de esa manera y ninguno de los dos lo había hecho de esa forma con alguien del sexo opuesto, porque sin decírselo, los dos consideraban que esa era la forma en que se cogían de las manos los novios que se convierten en esposos.


—¿No sería muy idílico si un día de repente apareciera por ahí una escalera que te hiciera llegar hasta allá arriba? —le preguntó Nina refiriéndose a su ventana en esa habitación de la segunda planta cuando llegaron cerca de su casa.

—Dudo que exista una con la suficiente altura para alcanzarte y si la hay, avisa desde ya a los astronautas, cuéntales que no se necesitan más cohetes para llegar a las estrellas, porque del cielo se desprendió la más valiosa, la que es eterna y que no se apaga. Buenas noches Nina, que sueñes bien —se despidió de ella con un beso en la mano izquierda y uno más por cada mejilla cálida y pecosa —Si ves a Hooper en tu casa, dile por favor que me alcance, anda, ve y descansa.

Nina se encaminó a subir las gradas y poco antes de llegar a la pesada puerta ancha se dio la vuelta y se regresó hasta donde Darío quien aún estaba de pie esperando que ella se guardara en casa.

Nina Cassiani, después de abrazar por última vez a Darío Elba le susurró algo al oído y luego salió corriendo por instinto a refugiarse en la seguridad de su hogar, dejando al pobre hombre sin poder moverse, hasta con escalofríos y temblando.


Adentro, la luz estaba apagada, pero Nina sabía que no estaba sola y agradecía por la oscuridad, porque creía que nadie podría ver la expresión nerviosa que le invadía el rostro, pero estaba equivocada.


—¿Cuántas ventanas bajaste a pedradas Nina? —le preguntó una voz que venía en dirección de aquel añejo sofá de la sala de su casa, ese mismo donde ella suele dormirse en compañía de esa persona que la conocía mejor que a la palma de sus propias manos; Reuben Costa.

—¡Ojalá y fueran ventanas, ojalá y fueran ventanas Rhú! —contestó sin caber en sí misma de la felicidad.

—Mm hueles muy rico Pelitos de elote, hueles a granada —añadió otra voz también masculina pero de tono dulce —¡Y fue un Roble al que te apeaste, Nina Cassiani logró hacer caer un Roble llamado Darío Elba! —acertó, previniendo la forma en que de seguro había terminado su amigo.


—¿Qué no estabas dormido? —preguntó casi desesperado Reuben —¡Llevo horas queriendo levantarme y no lo hice para no despertarte Leandro!


Después de aquel baile caribeño que terminó en balada, Leandro Hooper accedió a estudiar un poco más después de beber café y comer postre, pero luego de unas cuantas hojas leídas del libro de Administración de negocios, comenzó a cabecear y buscó el hombro de Reuben Costa y se quedó dormido profundamente encima de éste.

Al panadero no le incomodó tener al artista recostado sobre él y al poco tiempo, dispuso su cuerpo para recibirlo tal y como lo hacía con la pelirroja, con la gran diferencia de que, Leandro pesaba como quince kilos más que Nina y eso le entumeció el cuerpo, pero aún así no se quejó y solo le abrazó.

Reuben estaba muy cansado y habría acompañado en el sueño a Leandro de no ser porque no podía dejar de verlo y así se gastó lo que quedaba de la tarde, mirándolo dormir y jugueteando con esos mechones negros de su liso cabello.


—Oh si estaba dormido, me desperté hace un rato, pero ... ¡Me gusta estar entre tus brazos! ¡Pasen buenas noches, gracias por el almuerzo Reuben, nos vemos el lunes!

—¡Eres un mañoso casi o igual que Taco Paco, pero ésta es la primera y la última vez que te creo eso de que te quedas dormido leyendo para luego echarte encima de mí! —reclamó en vano el panadero.

—Eh no Señor, se equivoca, esa fue la primera de millares y tengo en mente un repertorio de posiciones un tanto complejas, pero más placenteras para dormir —le contestó Leandro y se acercó para darle un sonoro beso en la frente —Me haces muy feliz Reuben Costa, realmente me haces muy feliz —le dijo cerca del oído y luego se dio la vuelta para cruzar por la puerta ancha de la casa de los Cassiani Almeida, pero le retuvieron.

—¡C-cállate Leandro Hooper! —dijo Reuben y de inmediato se puso de pie y le tomó de la mano —T-te ve-veo el lunes, que sueñes bien —se despidió y le dio el segundo beso de su vida a Leandro, nuevamente en la mejilla
Me alegra hacerte feliz, me gusta hacerte feliz.


Luego de eso, Reuben Costa lo encaminó hasta el umbral de la puerta y luego de cerrar con llave, se deslizó al lado de Nina Cassiani que aunque había prestado atención a todo lo que aquel par de había dicho y hecho, ella seguía en lo suyo y se había quedado en una esquinita cercana a la entrada, todavía flotando por culpa de todo lo que le hacía sentir Darío Elba.


Caminando pausado, Leandro salió de la casa sintiéndose en el cielo y pasmado, se topó de frente con Darío
—Venía a juntar lo que queda de vos, pero ni puedo conmigo mismo, vamos hombre, intentemos llegar en pie y si no pidamos un taxi —le dijo y le pasó la mano por el cuello e intentó hacerle caminar.

—¿De pie? —preguntó Darío Elba —¿¡De pie?! ¡Si ni me acuerdo cómo se usan las piernas! ¡Mejor llama a una ambulancia y luego a un hospital!

—¡Pero bien que recuerdas cómo usar los labios! —sentenció el artista y se rió a carcajada limpia de su mejor amigo —¡Porque la besaste y por eso quedaron los dos como están, par de enamorados!

—No, no he hecho lo que dices, pero me pasó algo infinitamente mejor —contestó Darío y comenzó a reír de felicidad.

—¿Sin beso? A ver, cuenta de una vez qué ha sucedido —preguntó Leandro y al mismo tiempo también, Reuben le preguntaba eso a Nina sorprendidos de las conductas de sus amigos.


Un simpe y sencillo "Te quiero" fue lo que le susurró Nina Cassiani al oído a Darío Elba y con eso, tanto quien lo dijo como quien lo escuchó, quedó revoloteando de amor.

[Aquí debería haber un GIF o video. Actualiza la aplicación ahora para visualizarlo.]

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

(o゚艸゚)Д нДρρЧ ЙёЩ ЧёДЯ(゚艸゚o)

01•01•2017
¡Feliz año nuevo mis queridos
amigos/as lectores!

El calendario se ha re iniciado otra vez y los números están a nuestro favor y de nuevo se nos dan 365 días,
365 amaneceres llenos de oportunidades para vivir, soñar, sentir y avanzar.

Te deseo mucha dicha, salud, cariño y amor. En el 2017 cáete un buen par de veces, ríe, suspira, llora, grita y limpia tus rodillas para seguir adelante sin detenerte.

Disfruta al máximo de quienes están a tu lado y si cuenta de algo: toma este capítulo como un regalo que fue escrito y pensado en los albores de un nuevo año.

¡Gracias por leer la historia de Nina Cassiani!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro