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—Ven pronto que te extraño.
Fueron esas las cinco palabras precisas que surgieron de su boca, las exactas que necesitaba expresar, las que urgía de hacerle saber a él del otro lado de la línea y que al pronunciarlas, trajeron consigo nerviosismo y ansiedad.
Acababa de decirle a esa persona que lo extrañaba y él no era quien suponía ser el amor de su vida y aún así le hacía falta, tanta como para necesitarlo a su lado con prontitud aunque nada más había unos cuantos kilómetros separándoles.
Estaba asombrado de su propia conducta y por eso, de manera atípica, comenzó a preguntarse la razón verdadera de ese sentimiento de añoranza.
Nunca se había dedicado a pensar, sólo a sentir y a vivir, pero tampoco era un imprudente, ya había pasado por mucho y nunca gustó de repetir sus errores, por eso intentó corregirse y ésta vez era más que una cuestión de suerte que tuviera con qué cubrir ese rastro de afecto porque, mirándolo de manera muy fría y realista, solo eran amigos, no más ni menos que eso, aunque —¿Quien dice que entre amigos no se extrañan? —razonó para sí mismo, concluyendo en que no estaba mal sentir si después se detenía para poder actuar.
—Además debes de saber que alguien te espera —añadió entonces, intentado de esa manera ponerle una máscara a la melancolía, usando ese agudo sentido de auto conservación con el que se protegía desde siempre y también, le recordó a él sobre la metáfora de aquellos árboles gigantes, para que usara la cabeza —No olvides a las secoyas —dijo y se quedó en silencio en espera de una contestación en la que pudiera ampararse.
—Ya ... ya ... voy —fue su respuesta, la única que se atrevía a decir ante aquellas cinco primeras palabras que procesó su tímpano y que le hasta atravesaron los huesos, dejándolo necesitado de regresar de inmediato, porque algo parecido a un malestar le afectó el lado izquierdo del pecho y no era por dejar sola a Nina Cassiani afuera de la casa de Darío Elba; sabía que ella estaba en buenas manos, justo en las que debía y tenía que estar, tal y como lo había aceptado, por su propio bien, desde hace bastante.
La pregunta era ¿dónde debía estar él?
Porque a Reuben Costa, todas y cada una de las esas palabras acompañadas de hipnóticas miradas o no, le hacían quedar a la deriva; ya fueran bromas o pensamientos complejos, Leandro Hooper a él lo descomponía entero.
Le había pedido por teléfono volver, volver por él, no por la panadería ni por su trabajo y eso era lo que en su mente resonaba y le causaba alegría desmesura, ya le costaba estar lejos de su compañía, pero nunca supo, hasta esa llamada, que era un sentimiento recíproco.
Por eso no dudó ni un segundo en apurar el paso, quería regresar lo más rápido por Leandro, sin dejar de lado que también tenía curiosidad de saber quién le esperaba y por esa razón, aquellos diez kilómetros y medio de separación entre la casa de Darío y la panadería, los corrió como si se tratara de una competición olímpica.
Al final del camino no había un podio ni una medalla, al final estaba él y eso le provocaba determinación y saciedad.
Muy exhausto pero feliz, al ver que faltaba poco para llegar a su lugar de trabajo, disminuyó la marcha y con el pañuelo que cargaba en el bolsillo trasero de su pantalón deportivo, secó su rostro y se arregló como pudo la melena para no verse tan desordenado, estaba sudoroso en exceso y le causó gracia acordarse de que así como a él no le agradaba en lo más mínimo estar sucio, la pelirroja tampoco gustaba permanecer en esa condición en la ambos que estaban.
Calmado y en control de sus emociones, algo que había aprendido a su lado y por lo cual estaba eternamente agradecido, al llegar a la esquina contraria a su lugar de trabajo, notó un pequeño auto todo terreno sin techo y de color negro mate que se le hacía familiar, mas no logró recordar donde lo había visto con precisión, pero estaba seguro de que allí en "Las cinco esquinas" era la primera vez que lo veía y jamás habría imaginado lo mucho que, después de ese día, quien conducía ese vehículo frecuentaría ese lugar.
Se cruzó la calle y abrió la puerta de la panadería para encontrarse con él frente al mostrador. Leandro le esperaba sonriente y se notaba complacido de verlo y eso le sacó muchos sonrojos indiscretos.
Él era su motivo, su razón y quizás mucho más de lo que ya presentía e imaginaba.
—No seré seleccionado nacional para correr a nombre de una bandera, pero vine lo más rápido que pude —dijo Reuben para distraerse —¿Quién más está esperándome? —preguntó al no ver a simple vista a nadie más que al artista.
—No tienes de qué sentirte orgulloso, corres como tortuga, tardaste demasiado —le contestaron desde una de las mesas ubicadas en el fondo del local y la joven de negro cabello corto que le reprendió por su llegada tardía, se puso de pie haciendo que Reuben casi se cayera del susto, al ver una réplica casi exacta de Leandro, su hermana menor: Gail Hooper Uberti.
Al igual que Leandro, su hermana menor tenía un singular gusto por la vestimenta que le daba una apariencia andrógina y sin tener necesidad de mencionar ese afán de los dos por usar tirantes y pesadas botas altas como parte de su toque personal, ya se parecían demasiado. Tanto que de no ser por el short corto y una especie de medias de color rojo que sostenía mediante un liguero: Gail Hooper también podría hacerse pasar fácilmente por un chico muy guapo.
Aparte de estar al tanto de que ella era la hermana menor de Leandro, poco sabía Reuben Costa, por boca de Nina Cassiani, sobre Gail Hooper.
Ella era una de las compañeras de clases de Nina y Reuben no la conocía para nada a diferencia de Bloise y Moira con quienes si tenía un buen poco de confianza, porque Gail no solía ser allegada a su Cabeza de Remolacha y solo hasta ahora entendía porque ese carro se le hacía familiar, lo había notado cerca de las inmediaciones del colegio donde asistía la pelirroja o al menos solo ahí recordó, en ese momento, haberlo visto antes.
Pero no tenía ni idea de lo que hacía ahí y mucho menos para qué lo esperaba, pero sin preámbulos, Gail le dio sus razones.
—Tengo cosas que discutir a solas con vos panadero. Lean, lleva a pasear a Sabanero, pero no te alejes de la cuadra —dijo Gail a Reuben y a su hermano mayor y éste último hizo cuanto le pidieron, agarrando al burrito de manta y saliendo de inmediato del local, no sin antes decirle "ya vuelvo" a Reuben.
—Dime, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó servicial Reuben y la invitó a sentarse, pero Gail no accedió y se quedó plantada frente a él.
—No vengo a que me ayudes, no necesito de tu ayuda, soy yo quien viene a darte socorro —respondió la chica de manera cortante.
Gail no era muy delicada para tratar a las personas ni amigable, eso si lo sabía muy bien Reuben.
—¿Ayudarme, a mí? —cuestionó el panadero más que incrédulo —¿Cómo y por qué necesito de tu ayuda?
—El día que a Lean le toque presentar el informe económico–financiero de las tiendas en diciembre: mi madre no tendrá misericordia de él si llegara a fallar —respondió sin un ápice de carisma en la voz, como si no tuviera consanguinidad por el único y supuesto afectado en cuestión —Y tienes que dar por un hecho que tampoco saldrás ileso panadero, a vos también te tocará una buena tajada, así que prepárate.
—Leandro saldrá avante y no solo con el informe, él aprendió y sigue aprendiendo sobre todo lo que envuelve al negocio de tu familia —quiso de esa manera Reuben defender a su aprendiz exponiendo la verdad, Leandro había aprendido demasiado durante las tutorías demostrando habilidad innata para el mundo de los negocios aunque no gustara de usarla y según el punto de vista de Reuben solo era cuestión de práctica para que el artista se soltara más —Ten un poco de fe —le pidió.
—Si crees que con fe vas a defenderte, estás silbando en la loma Reuben Costa —dijo de manera muy despectiva Gail, quien no creía en ninguna deidad ni religión y si asistía a un colegio católico era por tradición familiar y porque de verdad la educación era de primer mundo.
—Lean me contó que no hace mucho lo defendiste con tus puños y eso lo agradezco mucho, pero para protegerlo de mi madre, necesitas de una lengua hábil y filosa y te aviso, que hasta la fecha ni Elba ha podido con la saña de la mujer que nos trajo al mundo —le contó con eso la verdad del por qué estaba allí en la panadería, intentaba advertirle a Reuben sobre las intenciones de Doña Bianca con ambos —Mi madre puede dejarte hecho añicos y con necesidad de asistencia psicológica si se lo propone y eso solo usando verborrea repleta de ironía, sarcasmo y sátira, esa mujer y su veneno en forma de palabras hirientes tienen más efectividad que los colmillos de una mamba negra —se expresó de esa manera sobre la forma en que la señora Bianca de Hooper trataba a sus dos hijos desde que nacieron.
Había una diferencia abismal entre Gail y Leandro aunque ambos proveían del mismo vientre y una de las cosas más características que los marcaban, era que ella podía relacionarse y mezclarse a la perfección con su familia y Leandro no.
A corta edad Gail aprendió, de tanto ver sufrir a su amado hermano, que le valía más parecer estar del lado de su madre que llevarle la contraria como lo había hecho desde siempre Leandro.
El problema fue que en ese juego de apariencias, Gail se volvió despiadada y frívola con toda la gente a su alrededor, no solía expresar emociones asertivas o positivas, era solitaria y usaba su ingenio verbal para lastimar, defenderse y bromear y solo habían dos personas afines de su edad con quienes era capaz de hablar no por compromiso aunque a cada una las trataba de manera muy distinta; la primera y lo más parecido a una amiga era Romee Grigorieva y todo se debía porque la consideraba físicamente perfecta si el caso era ubicarla en el mundo de las pasarelas de moda, tema de conversación del que disfrutaba y en el salón de la 2-4, Romee era la única que estaba al tanto de las tendencias y dejaba que Gail experimentara a su antojo con su imagen porque tenía un gusto exquisito por la ropa y los accesorios.
Y la segunda persona era Moira Proust, quien desde hace unos años se había convertido en el objetivo recurrente y favorito de su sarcasmo, el cual Nina frenaba con sagacidad, porque la ofendida no entendía a veces el trasfondo de las tretas a las que era sometida e ignoraba que mucho de lo que le decía Gail, era humillante.
Aunque las verdaderas razones de Gail por molestar a Moira, tenían un matiz inhóspito que nadie había descubierto hasta la fecha.
—No voy a dejar que tu madre lastime ni con la mirada a Leandro ese día y ningún otro más —le contestó Reuben sin dudar ni un segundo ante la amenaza que representaba la madre de Hooper —Y tendré que aprender de los errores de Darío para defenderlo a capa y espada de ser necesario, no fallaré donde él se ha equivocado —confirmó.
Si Reuben tendría que llegar a soltarle la rabia a Doña Bianca, por Leandro, lo haría y se le olvidaría que esa señora era una mujer, aunque en el fondo eso le llegara a pesar en la conciencia. Su abuela le crió para bien y le inculcó la cortesía hacia todas las personas, en especial si eran del sexo opuesto.
Pero su falta no sería por omisión hacia el artista, porque para Reuben Costa, Leandro Hooper se había vuelto su mejor amigo, al mismo o en mayor nivel que Sandro Cassiani y aquel juramento de no dejar que nadie se propasara de ninguna forma con él, lo cumpliría para todo lo que le restara de vida.
—Resulta que te le has metido entre ceja y ceja por ayudar a Lean, el objetivo de ella no solo es hacer caer a mi hermano para doblegarlo, cosa que no ha logrado porque Darío lo ha mantenido bajo su brazo desde que se conocen, ahora también quiere llevarte a vos a rastras y sin dejarte ni una pizca de dignidad para que te juntes y levantes.
—¿Qué te hace pensar que voy a dejarme? —le preguntó Reuben muy serio a Gail, aquellos tiempos donde no sabía como defenderse eran demasiados lejanos hoy a sus veintitrés y Reuben no era precisamente un santo a la hora de proteger a quienes quería y amaba.
—Eres muy suavecito panadero, casi o igual a la miga del pan fresco —aseguró ella mientras hundía uno de sus dedos en un bollo de pan y le sacaba el relleno para comérselo —Te he observado con detenimiento y noté que, desde que le diste cabida a Lean, te volviste vulnerable, él suele sacar ese lado blando de las personas y tienes la carne frágil y demasiado expuesta por mi hermano, tus sentimientos están a flor de piel Reuben, a mí no me engañas.
—¿Me estás diciendo que me has estado espiando, siguiendo o algo por el estilo? —preguntó atando un cabo que le quedaba suelto: hace tiempos que había visto ese vehículo en los alrededores de la universidad donde estudiaba, pero lo había obviado hasta olvidarlo justo como hizo en ese momento ante el comentario de que era frágil por Leandro.
Eso ya lo sabia y era feliz sabiéndolo, él se había abierto a Leandro y nada ni nadie harían que pudiera desterrarlo, el artista estaba en ese lugar en su cabeza y en su corazón donde debía estar. Pero si para protegerlo debía de disfrazar eso que lo mostraba vulnerable: lo haría sin pensarlo.
—Yo por mi cuenta si y mi madre también ha hecho lo suyo, por eso sabe cual de tus flancos es el más débil y no va a perder la oportunidad de acechar donde más te duele —confesó previniéndole.
A Reuben Costa le dio un tic en la ceja izquierda, sabía que la progenitora de Leandro Hooper no era la madre abnegada del año, pero eso rayaba la obsesión y un tanto la demencia. Definitivamente debía de estar loca para hacer todo eso y quien sabe que otras cosas más en las que prefirió no pensar.
—No me amedrento fácilmente y con lo que me acabas de decir, tengo más ganas de que ya sea diciembre para demostrarle a Doña Bianca que su hijo no solo vale por su famoso apellido, vale por lo que es y por lo que tiene aquí —dijo señalando la cabeza —Y aquí —e indicó el corazón.
—Esto —dijo Gail dando un paso al frente y acortó la distancia entre ambos para tocar a Reuben en el pecho —Guárdatelo para vos, esa cosa solo sirve para bombear sangre, así que mejor enfócate en esto —recalcó dándole golpes en la frente con el índice —Y báñate que estás todo sudado, me desagradas, no sé como la Nina te aguanta —le dijo e hizo mala cara —Ahora ve a lavarte las manos y véndeme algo con edulcorante, pero que no deje de ser rico.
—¡Ah la señorita cuida los muslitos de pollo! —dijo Reuben irónico, un tanto molesto de que lo enviara a bañarse.
Él no era para nada desaseado, siempre que salía a correr con Nina se detenía en la casa de ella y ahí se arreglaba para regresar fresco y perfumado a su lugar de trabajo, cosa que hoy no hizo porque eso de que alguien lo estaba esperando.
—¡Nada mal idiota! Pero aún así te falta —le aplaudió de forma tan pre ensayada que daba pánico —No es para mi, es para otro troglodita con menos neuronas que las tuyas, tanto que su idiotez le provocó diabetes —sonrió muy sarcástica.
Reuben, como todo un profesional de su oficio y por respeto se tragó lo que quería decirle y se limitó a dejarla callada, vendiéndole una porción de su tartaleta de limón, la mejor y más buscada por todos en la zona por ser deliciosa sin que se notase que no tenía ni un grano de azúcar y en lo que empacaba el postre, notó que Gail sonreía de manera distinta a la de hace un rato, si es que a eso se le podía llamar una sonrisa, esa debía de ser una no fingida y quizás hasta sincera.
Ella al rebuscarse efectivo en los bolsillos de su short, sacó un llamativo encendedor y lo dejó sobre la máquina registradora, lo cual le llamó la atención a Reuben Costa.
—¿Fumas? —le preguntó sabiendo la respuesta, pues hace un momento cuando ella se le acercó sintió un aroma a tabaco parecido al de Leandro, pero totalmente femenino —No deberías, porque eres menor de edad, lo sabes ¿verdad?
—Todos los Hooper Uberti nacemos con el cigarro pegado al biberón —le contestó —Respecto a lo de la edad, estoy por cumplir los dieciocho este mismo año, tal vez te encargue el pastel de mi fiesta y ahórrate el discurso sobre el cáncer de pulmón, garganta y bla bla que para eso existe Lyon, para eso lo criaron los abuelos, para curarnos a todos de nuestro vicio.
—¿Tu tío Lyon es neumólogo para curarlos a ustedes? —preguntó con asombro. Conocía a ese señor por causa de la reciente enfermedad de Nina y aunque era una persona desagradable, su mal humor y falta de tacto se compensaba con lo sabio que era en su especialidad médica. Era una verdad innegable que sin ese Doctor, Nina no se habría sanado.
—No redundes lo que ya te dije, en mi familia, cada engendro de la descendencia tiene un rol escrito antes de siquiera nacer, el de Lyon era ser neumólogo para alargarnos la vida sin dejar que disfrutáramos del cigarro. Por eso es malditamente el mejor, él mismo fuma como chimenea y está más que limpio de sus vías respiratorias para ser un vejete.
—¿Puedo saber cual es el rol que se supone que tiene Leandro? —quiso saber.
—¿Aparte de que Abuelita Aída le dejó todas las tiendas para que las administrara?
—Si, además de ese —contestó sabedor.
—Mamá quiere que Leandro siente cabeza, que se haga cargo del negocio y que le de un nieto por voluntad propia o en su defecto todo su esperma para que tener los suficientes herederos varones nacidos ...
—¿Tu mamá quiere el qué de Leandro? —interrumpió Reuben sin dejar que terminara de explicarle el punto central de todo el asunto.
—Quiere su Es-per-ma, ¿si sabes qué es eso o te explico de donde y como sale? —dijo Gail usando su ironía y socarrona, volvió a ver la entrepierna del panadero y le alzó la ceja con picardía, pero como Reuben no se inmutó, Gail puso de nuevo su rostro sin emociones —Ella quiere alquilar un vientre y sacar cuantos descendientes nacidos hombres pueda de mi hermano y así no perder el control de la herencia de la familia, legándoles directamente el apellido, cosa que yo no puedo hacer por ser mujer —dijo Gail sin ninguna cautela del peso que cargaba Leandro sobre sus hombros.
Cuando Reuben Costa escuchó eso, casi se vomita, ahora por fin entendía esa presión que sufrió Leandro Hooper en su adolescencia mientras vivió dieciséis años bajo el mismo techo con esa mujer sin alma que lo veía como un número no como a un ser humano y ese sentimiento de protección que tenía por él, se le multiplicó en demasía.
No dejaría que esa señora volviera a meterse con Leandro nunca más, lo había decidido desde hace tiempo, pero ahora daría lo mejor de sí para cumplirlo.
—¿Cómo había logrado anteponerse a todas esas vejaciones y maltratos que su propia madre le había dado desde que nació? —se preguntó y él mismo se dio la respuesta: a Leandro le sobraba amor propio, así había sobrevivido, así se había hecho adulto y al verlo aparecer sonriente por la ventana de la panadería con el burrito de tela bajo el brazo, casi se le escapa una lágrima que no era de pena, era de profunda admiración. Él se llamaba así mismo "débil" y quizás lo que le faltaba en fuerza para defenderse físicamente, lo tenía más que compensado en su espíritu.
Reuben nació y creció sin una madre y un padre, eso le dejó huellas en su personalidad y carácter, podría decirse que eso lo mal formó y volvió tosco, pero estaba seguro de que no habría salido ventajoso estando en la posición en la que vivió y aún se encontraba Leandro.
—Esta semana es mi turno de custodiar a Sabanero —dijo Gail a su hermano mayor cuando entró a la panadería, cortando el tema del que hablaba con Reuben y diciéndole a él "ni una palabra" con la mirada.
—Me lo regresas en siete días exactos —le contestó entregándoselo —Oye, tengo una duda —agregó y Gail le prestó atención —¿Vos pintaste ese solecito amarillo en la defensa trasera de tu auto? ¡Te quedó muy lindo!
—Sabes bien que yo no sé pintar más que mis uñas, ese garabato me lo hizo alguien que no es de tu incumbencia —cerró filas de esa manera Gail con su hermano, tal y como lo hacía desde que supo hablar y se dirigió a la salida para irse, pero Reuben le ayudó y la acompañó hasta la puerta de su vehículo, una puerta que ella no abrió porque se la saltó con mucha destreza.
—Las puertas son para las nenas —le dijo cuando vio que el panadero se asombró.
—¿Cuál se supone que es tu rol Gail? —le preguntó Reuben aprovechando que Leandro se había rezagado en el mostrador.
—¿Aparte de que me convierta en algo similar a mi madre?
—Además de esa que ya te sale de lujo —contestó.
Gail Hooper no hablaba de eso con nadie, se lo reservaba para ella misma, porque hacía de todo para no recordarlo.
—Lo que se supone, según ella, que una mujer de mi posición social debe de hacer; casarme con quien ella disponga y darle también cuantos nietos herederos me pida, pero no con el apellido Hooper, con otro de mayor peso y aumentar el caudal de mi familia, aunque mis intenciones sean completamente distintas y mis objetivos estén a millones de kilómetros de los que me marcan como una mujer. Nacer con ovarios me trajo una desgracia como si viviéramos en la época medieval, pero no soy princesa atrapada en un castillo, tampoco soy una sufrida cenicienta, yo soy lo que quiero ser, aunque tenga que guardarme lo que realmente soy la mayor parte del tiempo, en todo caso y como sea, encontré mi forma de prevalecer —concluyó al ver que su hermano se acercaba para despedirse.
Reuben Costa se retiró y tuvo un sentimiento de empatía con Gail Hooper, a fin de cuentas, en el mundo, ya sea que se nazca con cuna incluida o en piso de tierra, cada ser humano tiene su propio calvario.
Y ya en la cuesta, pesa más una cruz de oro que una de madera, pero ninguna de las dos deja de ser una carga.
Afuera del local, el artista se sentó en el asiento del copiloto y el panadero pudo verlos tras los cristales de la ventana fumando y platicando tranquilos mientras hacían aros y siluetas con el humo del tabaco y entre el vaho, Reuben apreció a la verdadera Gail y la forma de su comportamiento al estar a solas con su hermano mayor, resultaba agradable. Con Leandro ella era jovial, alegre y muy amena como lo debía ser a su edad.
Aquella charla de hermanos duró lo que cada uno tardó en consumirse tres cigarros y cuando Leandro se bajó del auto, acomodó a su burrito de manta en el asiento del copiloto con todo y el cinturón puesto.
—Bon Voyage Le Petite Hooper —abanicó su pañuelo —Do svidaniya Sabanero —se despidió de su burrito —Anyeonghi gasyeo —añadió finalmente ya cuando Gail había puesto en marcha su vehículo.
—¿Cuántos idiomas hablas Leandro? —preguntó con asombro Reuben, ya estaba acostumbrado a que le soltara palabras en japonés, italiano y francés con frecuencia, pero no sabía si el artista era realmente un políglota y de lo último que dijo no entendió nada.
—Hnm —dijo Leandro pensativo —Además del español e inglés, hablo francés a la perfección, aprendí muy bien japonés por Hirose aunque Darío lo pronuncia mejor que yo, a eso súmale un cincuenta de alemán e italiano por igual, más poco de ruso, portugués y coreano, pero de esos últimos tres solo sé lo básico para al menos saludar y despedirse, es muy útil a la hora de viajar, ¿quieres que te enseñe? —le preguntó con entusiasmo.
—No estaría nada mal, pero no hoy —respondió sonriéndole —Dime, ¿qué planeabas hacer en la tarde después de almorzar?
—Pensaba ir a la casa de Darío, pero si Pelitos de Elote está allí, no quiero ser un mal tercio, cosas mágicas pueden pasar entre esos dos —respondió con su característico movimiento de cejas.
—¡Darío tendrá demasiada suerte si logra que mi Cabeza de Remolacha se mueva unos milímetros más allá del portón de la entrada! —aseveró Reuben que conocía a Nina como si fuera la palma de su mano, en seis años de amistad, la pelirroja no había pasado de la sala de estar de su casa cuando lo visitaba —¿No tienes más planes aparte de eso?
—No, ¿por qué?, ¿me invitas a pasear? —dijo con emoción.
—Quiero que te quedes conmigo lo que resta del día, pero no iremos a pasear, iremos a la casa de Nina a cuidar de Don César mientras Doña Maho va a la iglesia y aprovecharemos para estudiar.
—¿Estudiar más? ¡Pero si ya estudiamos lo que tocaba la madrugada de hoy!
—Debes de estar más que listo para diciembre, no tenemos tiempo que perder, apenas y nos quedan dos meses —pidió Reuben haciendo caso inmediato a lo que Gail recién le había dicho sobre preparar más a Leandro.
—¡Y yo que quería ir a sobar muy rico toda la tarde! —dijo e hizo un puchero.
—¡Usted no va a ir a sobarse ni a sobarle nada a nadie! —le dijo molesto Reuben Costa a Leandro Hooper y seguido le dio un considerable golpe en el brazo con el puño cerrado —¿Me escuchó?
—¡Ay, eso me dolió! —se quejó el artista pasándose la mano repetidas veces por el área afectada.
—¡Está bueno por andar insinuando cosas!
—¡Pero si yo con "ir a sobar" me refería a irme a dormir, así se diría en jerga española el irse a dormir o tomar una siesta! ¡Mal pensado! —le reclamó y le regresó el golpe.
Reuben se sonrojó de inmediato y lamentó el haber lastimado a Leandro, aunque en parte el artista tenía la culpa, porque desde que le contó que su orientación era la Pansexualidad, Leandro solía hacerle insinuaciones de todo tipo, tan ingeniosas como subidas de tono.
—Yo ... yo ... lo siento —dijo y se acercó para revisarle donde le había dado el golpe, se veía un poco rojo y estaba rogando porque no llegara a ponerse violáceo.
—¡Bah! ¡No te preocupes! ¡Ni que se me fuera a caer el brazo por ese golpecito!
—Pero yo no debí lastimarte, perdóname —dijo Reuben con verdadero arrepentimiento —Si pone feo ese golpe, no me lo voy a perdonar jamás, al llegar donde Nina le aplicaré un ungüento para prevenir la inflamación.
—No necesito de ungüentos, yo sé con qué se me quita —dijo con mucha seguridad.
—A ver, dime y me voy ya a comprarlo a la farmacia —pidió Reuben sin esperar cual sería la respuesta de Leandro.
Porque lo que le pidió no lo vendían en las farmacias ni en ninguna otra parte.
—Se me quita con un besito —dijo e indicó su mejilla sin vacilar.
"Un beso", dos palabras sencillas y que conllevaban a una acción que fue capaz de paralizar al panadero por completo solo de escucharla.
Ahí estaba de nuevo esa sensación extraña en el cuerpo de Reuben Costa, esa especie emoción y euforia que le hacía estremecer hasta el alma.
¿Qué era eso?
¿Qué era eso a lo que se exponía día a día al estar con Leandro a su lado?, ¿qué era eso que en vez de disminuir solo se acrecentaba?
Si era solo un beso en la mejilla, ¿por qué no podía solo hacerlo y ya?, ¿por qué, si tanto pudor le causaba, no se negaba?
La respuesta era sencilla, por su parte, ese sería el primer beso que él le daría a un hombre, aunque había recibido ya muchos de Leandro, incontables de Sandro y hasta unos cuantos de Darío y todos habían sido en la mejilla.
De haber crecido con un padre, estaría más que acostumbrado a dar ese tipo de afecto, pero ese no había sido su caso. Los besos de la mejilla entre padre e hijo, entre hermanos y amigos no eran cosa del otro mundo, en algunas culturas hasta saludarse con un beso corto beso en la boca sin distinción de sexos es común y corriente.
—No te preocupes Reuben —dijo Leandro al ver que el panadero se había quedado tullido pensando solo él sabe qué cosas por haberle pedido un beso —Era solo ...
Lo que quería decir Leandro Hooper se quedó en el aire, porque fue sorprendido por un corto, sencillo y limpio beso en la mejilla que vino de los labios de Reuben Costa.
Un beso que a los dos les aflojó hasta las lágrimas, ese fue el gesto definitivo que decía y cambiaría absolutamente todo entre ambos.
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