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Al abrazo, a ese primer abrazo, le nacieron sonrojos de miradas huidizas, delatores pálpitos, uno que otro "¿y ahora qué hago?" y demasiados "¿qué se supone que debo hacer"?
Había mucha expectación, tanta que se parecía a la que causó Yuri Gagarin al orbitar por primera vez la Tierra adentro de la nave Vostok 1 y las uñas ficticias mordidas podían compararse a todas las sucumbidas en el definitivo día "D" por el desembarco en las costas de Normandía.
La tensión que se desató entre ese par, era casi similar a la que se sometió el mundo durante la época de la Guerra Fría; solo que ahí no estaba de turno Stanislav Petrov y no eran misiles nucleares los que se dudaban en lanzar o no.
El aire estaba denso y cargado de ansiedad y todo era por dar un paso más allá de la entrada de un portón principal.
No es que no supiera cómo hacer, es que era ella quien estaba frente a él.
Así de simple e ilógico, tan llano como escabroso: era ella, era ella y solo ella y la conocía tan bien; aún más de lo que pudiera llegar a imaginar.
Estaba al tanto de su sencillez y a la vez de cada una de sus complicaciones, como si se tratase, por dar un ejemplo, de una perfecta y delicada reliquia de relojería análoga o de un foráneo perdido en tierras extraordinarias.
Si se hablara con referencia al último caso y él fuera un explorador encomendado en una misión, podría decirse qué, el período de reconocimiento fue escaso si se tomaba como referencia una medida estándar, pero él no ocupaba de años para descifrarla porque, desde la primera vez que la vio, nunca malogró ni uno solo de sus gestos y mucho menos de sus palabras.
—¿Sabes cuál es la ventaja de que puedas respirar como antes? —le preguntó, buscando de esa manera, la amenidad necesaria para darle a ella la comodidad a su estancia en ese lugar.
Ella misma le había pedido pasar y aunque era su idea la de conocerlo en su ambiente natural, no dejaba de estar nerviosa y se notaba porque no se movió ni un centímetro de más del espacio donde estaba.
Eran contados con los dedos de una misma mano las veces que estuvo a solas con ella y no iba a negar que él, también estaba desasosegado hasta los huesos.
Hasta quien tiene más que amañado el corazón, tiembla ante el verdadero amor.
—¡Muchas! —contestó ella mientras cepillaba un trozo de roja melena entre sus dedos, para después llevarse el mechón a ese espacio que separa la nariz de sus labios, haciéndolo parecer un grueso y rojizo bigote. Algo a lo que siempre recurría de manera inconsciente cuando estaba inquieta —¡Demasiadas diría yo!
—¿Pero sabes cuál de todas es la mejor, Nina? —volvió a preguntarle viéndola con la gentileza que a ella le transmitía una eterna confianza.
—Dime Darío, ¿cuál es esa que tienes en mente? —preguntó con interés.
—¡Poder jugar "a que no me atrapas" y "las traes"!
Con esas palabras tan sueltas, apareció en Nina Cassiani esa sonrisa que Darío Elba amaba ver en ella, ahí estaba la pelirroja risueña de mirada vibrante intentando darse a la fuga para cantar victoria sin ganarla, porque esos eran sus dos juegos favoritos, los que aún siendo una señorita adolescente, disfrutaba sin recatos ni prórrogas como lo haría la Nina de antaño.
—Y por cierto, las traes —remató Darío, dándole un toquecito en el hombro y se echó a correr.
Sorprendida porque definidamente no esperaba ser quien "la traía", Nina se dispuso a seguir a Darío e iba a dar el primer pasó tras de él, cuando se frenó súbitamente.
Volvió la mirada hacia atrás y al notar la puerta aún abierta, con tranquilidad y sin mandato de nadie, la cerró sin dejar de sonreír.
Satisfecho por haber logrado su cometido, Darío continuó la marcha con Nina muy alegre persiguiéndolo tal y como lo harían dos niños que no conocen la pena ni las reglas de convivencia absurdas que se inventan los adultos y las sociedades mal asentadas.
Entre risas, cosquillas y uno que otro jalón de camisas, Nina por cuenta propia se adentró en la propiedad de la familia de Darío en total confianza y comodidad y luego de dar casi cuatro vueltas de aquellos juegos que acabaron en empate, ella buscó donde sentarse y solo hasta entonces se dio cuenta del lugar donde estaba.
Nina Cassiani abrió los ojos de par en par, porque la única vez que estuvo en esa casa, no prestó atención a lo que había su alrededor: un jardín realmente celestial.
Rodeada de plantas ornamentales, arbustos detalladamente podados, árboles de todos los tamaños muy bien cuidados, coloridas especies de flores y hasta una laguna artificial de cristalinas aguas con lotos azules bajo los que varios peces nadaban agitados; Nina Cassiani se creyó en un cuento, al ver el jardín frontal de la casa familiar de Darío Elba, un lugar que a cualquiera dejaría con la boca abierta por lo bellísimo y encantador que era.
—Todo lo que ven mis ojos, ¿es obra de esto Darío? —preguntó Nina estupefacta, refiriéndose a las manos de él, las cuales tomó entre las suyas —¿De aquí sacas las flores para armar los ramilletes que me regalas? —quiso averiguar con gran ilusión.
—Con lo primero: así es, los fines de semana soy el jardinero oficial de éste lugar y en eso estaba hace unos momentos antes de que vinieras, pero con lo segundo, no, tus flores no salen de aquí.
—¿Eso quiso decir Hooper cuando dijo que tenías las manos ocupadas? ¿Vos te encargas de todo? —volvió a preguntar maravillada.
—Exactamente, pero no puedo llevarme todo el crédito —añadió —Debes sumar los cuidos y mantenimiento que le da Hirose a diario, también Hooper me ayuda de vez en cuando. A veces no dispongo del tiempo suficiente para hacerme cargo con la dedicación que el lugar requiere.
—Dijiste que las flores que me obsequias no salen de aquí —dijo Nina recapitulando —De no ser así, entonces ¿de dónde vienen?
—Éste es el jardín de Hirose, Bruno y papá. Mis flores salen del jardín de mi madre que está en la casa donde yo me crié hasta los diez años, Sandro ya conoce ese lugar, no sé si te habrá contado algo y puedo llevarte cuando gustes y si lo deseas —explicó.
—Si, le escuché decir que es hermoso y acepto, quiero ir, pero lo dejaré para después. Por hoy lo que quiero es saber qué mas haces aquí —pidió Nina con mucho entusiasmo y con eso Darío sonrió muy complacido de que la pelirroja realmente quisiera conocerle y saber sobre sus acciones.
—Además de criar y alimentar con desechos orgánicos a mis lombrices californianas para hacer vermicomposta, también cultivo distintas especies de flores, verduras y frutas extranjeras para Hirose allá —dijo señalando un lugar específico —Ese es mi invernadero personal, yo lo adapté a mi antojo y sé que de seguro ya lo habrás visto de lejos, porque sobre sus cimientos antes había una capilla azul y por eso los vecinos le siguen llamando "Bleu Chapel" a todo éste lugar.
—¿Podemos ir? —contó Nina dando saltitos y agitando las manos muy exaltada —¡Siempre he querido ver cómo es un invernadero por dentro!
—Con mucho gusto, vamos —asintió Darío, adoraba ver en ella esa emoción que envolvía a cualquiera y que hacía parecer las cosas más sencillas algo tan espectacular.
Para poder entrar al invernadero, Darío le pidió a Nina como único requisito colocarse un suéter con su respectiva bufanda que él guardaba en una especie de cobertizo junto a la puerta de acceso, esas prendas eran las mismas que él usaba para estar adentro de ese lugar y tenían atrapado su aroma, algo que hizo que Nina suspirara varias veces y en una de tantas, tuvo que camuflar su reacción con un estornudo y eso a Darío le preocupó.
Adentro del invernadero la humedad y la temperatura eran distintas a la de todo el lugar y el cambio de clima tan brusco podía afectarle a ella las vías respiratorias, lo cual le recordó de algo que notó desde que la vio tras el enrejado.
—Nina, ¿dónde dejaste a "Little Boy" —le preguntó, porque ese tanquecito no podía faltarle sobre la espalda si se presentaba una emergencia y sabía que Nina no era descuidada con la precariedad de su salud recién restituida.
—Lo traía conmigo, no salgo sin él, pero Rhú se lo llevó, me dijo que te pidiera ayuda a vos en caso de no poder consumir oxígeno por mi cuenta —explico y eso la hizo pensar en si de verdad él podría socorrerla si le llegase a faltar ese dichoso gas para respirar —Darío, así como por casualidad, ¿tendrás un tanque de esos por ahí? —le preguntó con inocencia.
Darío Elba sonrió, él sabía a qué tipo de "ayuda" se refería Reuben Costa con eso que le dijo a Nina Cassiani y no era precisamente la de tener tanques de oxígeno y por eso, más tarde se las cobraría a su amigo panadero por andar de incitador. Aunque le agradecía de manera enorme que ahora pudieran llevarse de esa manera tan amistosa, en especial si recordaba que antes Reuben no se lo tragaba a él ni con agua bendita y siquiera de lejos lo podía ver.
—Hnm Nina, no creo que Reuben se refiriera exactamente a ese tipo de ayuda —le dijo riendo y cuando la pelirroja entendió la intención de su amigo al dejarla sin ese auxilio médico, no pudo evitar sonrojar —Pero sí, tengo varios tanques de oxígeno extras. Uno aquí y tres por todo el colegio, específicamente uno en mi oficina, otro en la enfermería y el que resta está en el salón de clases para cuando regreses —le explicó esa atención que había prevenido ante su situación respiratoria.
—¿Hiciste todo eso por mí? —preguntó Nina totalmente absorta y otro tipo de rubor se apoderó de sus mejillas por verlo a los ojos cuando él asintió con la cabeza —Y yo que no te he traído ni un confite, no puedo evitar sentirme mal Darío —dijo con tristeza al recordar que había recibido demasiado por parte de él y ella solo estaba ahí de pie sin nada que poder aportar.
—No necesito que compenses ni una sola de mis acciones, las hago con mucho más que gusto y placer —le confirmó para que no se sintiera comprometida a nada, él jamás pretendió ni esperó pedirle cosa o favor alguno a cambio, pero al ver su mirada opacándose tuvo una idea. Había algo que extrañaba de Nina y que parecía minúsculo y tal vez si aprovechaba la ocasión, ella se sentiría cómoda al saber que hacía algo para él —Aunque hoy y solo por hoy bien podría tomarte la palabra.
—¿Hay alguna manera o cosa con la que pueda equiparar lo que haces por mi, aquí y ahora? —preguntó con demasiado interés.
—Si, hay algo que puedes hacer, ¿te sentarías conmigo en el puentecito que está sobre el estanque? Solo eso te pido y entenderé si no deseas hacerlo, no tienes de qué preocuparte.
—No veo razón por la cual decirte que no, ni tampoco cómo eso puede resarcir el bien que me haces, pero con gusto voy donde me quieras llevar —
Despojándola nuevamente del suéter que recién le había colocado, Darío la encaminó hasta el estanque, donde la intensa y radiante luz del sol se abría paso entre las raíces de lotos y dejaban a la vista los peces residentes de todo tamaño y color temerosos por esa visita inesperada a la cercanía de sus aguas.
Espalda contra espalda, sentados sobre el borde del puente sin barandal y con las piernas colgando sin rozar la cristalinidad del estanque, se quedaron en silencio por un rato, un silencio que duró muy poco, pues Nina comenzó a sentir malestar por el calor.
—Quiero estar aquí, pero sabes que no me gusta para nada esa gigante bola de gas llamada sol, ¿verdad? —preguntó arrugando la cara y apuñando los párpados y se movió en señal de querer retirarse para buscar la sombra —¡El sol y yo no nos llevamos bien! —se quejó e hizo un mohín de asco.
Él sabía eso de antemano y con los ojos cerrados, sonreía por imaginar esa mueca que presentía en el rostro de ella —A mí tampoco me gusta mucho que se diga, pero el sol y yo ahora somos buenos amigos —le contestó muy cómodo —En especial porque solo él me puede ayudar —y la detuvo tomando de su mano.
—¿Ayudar a qué o en qué? —cuestionó la pelirroja —¿Puedo saber por qué estamos bajo el pleno sol de las diez con treinta de la mañana?
—Tomamos un baño de sol y estamos aquí por un bien mayor —contestó Darío riendo —Este solecito es el único que me puede ayudar a revertir los efectos de esa fea crema borra pecas de la que te abusaste —añadió abriendo solo un ojo para verla girando la cabeza hasta encontrarla, ella tenía las mejillas rojas y varias gotitas de sudor asomándose por la frente.
—¿Estamos chamuscándonos solo para que me salgan más pecas? —preguntó desconcertada y por abrir los ojos de repente, Nina quedó enceguecida por unos instantes —¡Pero si tengo muchas más por todos lados! —le contó, hablándole en una dirección donde él no estaba.
—Pero a las que se fueron las extraño demasiado, así que te aguantas sin decir nada más y sigue dorándote —y no pudiendo aguantarse las carcajadas de verla desubicada, se rió a sus anchas.
—¡Y encima de que lo disfrutas, te ríes! —lo reprendió y le dio un empujón que él no se esperaba y perdió el equilibrio cayendo dentro del estanque el cual no era muy profundo, pero aún así tenía una hondura considerable y varias piedras en el fondo que bien podrían dejarle una herida en cualquier parte del cuerpo.
—¡DARIO! —gritó Nina realmente asustada —¿Estás bien? —preguntó casi llorando imaginando de todo lo que posiblemente le había pasado.
—Eso creo —contestó él luego de sentarse sobre el fondo del estanque y toser varias veces porque había tragado agua.
—No te muevas y dime si te duele algo —dijo Nina apresurándose a llegar a la orilla para darle la mano.
—¡A mi me puede doler lo que sea, solo espero no haber aplastado ningún pez porque Hirose me mata! ¡Nina no te acerques a la orilla que ...!
Sin tiempo de advertirle que las piedras que rodeaban el estanque eran muy lisas, Nina se resbaló y cayó, pero logró quedar de pie con el nivel del agua cerca de la cintura.
—¡Creo que yo si majé un pececito! —dijo con mucha pena tapándose el rostro después de ver a uno de ellos muy cerca de sus zapatos deportivos completamente quieto —¡Lo siento! —se disculpó tapando su cara con fuerza, por sus arranques casi lastima a Darío y por consecuencia el pez pagó con su vida.
—Tranquila, no te preocupes que yo me las arreglo —la animó Darío y se puso de pie —¡Nina, mira aún está vivo! —añadió, al ver al pez en cuestión comenzar a nadar hacia donde él estaba y la pelirroja lo siguió con la mirada hasta que se perdió entre las piernas de Darío y así se dio cuenta de que a diferencia de ella, él estaba empapado hasta la cabeza.
Tal y como en aquella lluviosa noche de mayo, esa era la imagen fresca sacada de sus fantasías de plenilunio, con la que tenía ese tipo de sueños que era mejor no mencionar.
Aún por el agua fría, Nina sentía calor hasta en las orejas y sabía que estaba más que enrojecida, lo que la llevó a apartar la mirada de él.
—C-creo que m-mejor me voy —dijo titubeando pero de nervios.
—No puedes irte así, al menos déjame ver si algo de la ropa de Hirose te queda, vamos, no quiero que te enfermes —y al salir del estanque le ofreció la mano —¿Te sientes bien? —preguntó temeroso de verla temblar en exceso y la abrazó.
—A- a-ajá —logró decir Nina y dio un gran suspiro al sentir la piel de Darío más cerca de lo habitual por lo húmedo de sus ropas —Solo tengo frío —dijo en voz baja y se escondió más en el pecho de él.
Ahí tuvo la sensación de no poder dilucidar si estaba en uno de sus sueños, era como si una bruma extraña se apoderara de cada pedacito de ella y más cuando se dio cuenta de que ya no estaba parada sobre sus propios pies, porque la llevaban en brazos.
Se asió a él tan fuerte que terminó clavándole las uñas sobre los hombros y hundió la nariz cerca de su cuello mientras intentaba convencerse de que si estaba despierta y el pequeño sobresalto de Darío que fue un verdadero escalofrío, le sirvió para darse cuenta de que esa era la realidad.
¿Cómo podía describir esa sensación que le invadía cada milímetro de su ser?
¿Qué era eso que sentía por él que iba más allá de su propio cuerpo?
Se podría a decir que era como la efervescencia de una reacción química, algo que subía desde el meñique de su pie hasta el último cabello de su melena, algo que iba en ascenso, algo que bien podía llegar hasta el cielo mil y un vueltas más y esa sensación la apabullaba, no por que le causara desagrado, era porque no sabía a ciencia cierta si se podía frenar, pero de lo que sí estaba segura, era de que no quería dejar de sentirla.
¿Acaso eso se podía contener, se podía obviar o mermar de alguna manera?
Algo le decía que, a falta de experiencia y con base en sus lecturas románticas, que eso solo Darío lo podía saciar. Era, entonces ¿dejarse llevar la respuesta?
¿Estaba bien perderse en esa oleada de sensaciones sin prudencia, dejando de lado a la razón? —Usa la cabeza —se dijo mentalmente, con el cerebro funcionando a todo que podía dar.
—Puedo caminar —le dijo Nina, luego de tragar saliva y recomponer sus emociones lo mejor que pudo —Bájame por favor.
—Está bien —aceptó Darío depositándola con suavidad en el piso, casi frente a la puerta artesonada de su casa y al abrirla, en el escalón alto que divide el genkan con el interior, estaba Hirose esperándolos con las manos sobre la cintura.
—Darío al baño. Nina, también al baño —le dijo a modo de orden al verlos completamente mojados y sucios.
—¡Pero! —dijeron ambos como si de verdad fueran niños reprendidos por su madre.
—Nada de peros, están empapados, Darío al baño de su habitación y Nina al cuarto de baño de la primera planta —indicó.
Viéndose uno al otro, tanto Nina como Darío obedecieron sin remedos y en el genkan se despojaron de los zapatos que estaban llenos de agua y lodo, pero Darío también se quitó la camiseta de tirantes y la estrujó con una de sus manos, lo cual hizo que Nina huyera despavorida adentro de la casa en busca del baño, dejando a Darío y a Hirose con un gran signo de interrogación colgando en el aire.
Hirose fue a su habitación y después de buscar ropa, se dirigió al baño donde estaba la pelirroja refugiada solo ella sabía de qué y por qué —¿Puedo pasar? —preguntó de llamar a la puerta.
—Adelante —contestó la pelirroja que se mantenía de pie en el mismo pedazo del piso desde que entró, no se movía ni una pizca porque de nuevo se había cohibido casi por completo.
—Lo siento —dijo Nina con mucha pena ya al ver a Hirose frente a ella —Yo empujé a Darío y lo boté sin querer adentro del estanque y después me resbalé y casi aplasto a un pececito. Disculpe mi imprudencia —se excusó, pero Hirose no iba a aceptar esa disculpa, porque no había ofensa que perdonar.
—Daría lo que fuera por ver siempre en mi hijo esa expresión que tiene desde que te asomaste a la acera, por eso no debes de disculparte, soy yo quien debe de darte más que las gracias —he hizo una reverencia propia de su cultura, la cual Nina correspondió de igual forma y con eso logró hacer sonreír a la madrastra de Darío —Tienes mi consentimiento de botarlo las veces que sean necesarias si así puedo verle feliz —añadió satisfecha.
—Me gusta verlo feliz —dijo Nina desechando de nuevo la pena —De verdad me encanta verlo sonreír —confesó pensando en su boca y sus labios y de nuevo el color se le subió al rostro y buscó en qué distraerse —¿Eso es para mí? —y preguntando eso, encontró la manera de cambiar de tema.
—Te he traído algo de mi ropa, sé que tu cuerpo ha florecido más que el mío aunque yo te doble los años, pero alguno de éstos vestidos te debe de quedar, son nuevos y si quieres puedes quedártelo o úsalo al menos mientras lavo y seco tu ropa —le dijo mostrándole las diferentes opciones que traía consigo y Nina se quedó con tres de esos vestidos para probárselos luego de darse una ducha.
Después de quitarse su ropa deportiva e interior detrás de un hermoso biombo, Nina la entregó a Hirose y ella le explicó que aunque ese cuarto de baño no era estrictamente igual a uno tradicional de origen japonés, porque en vez de tener un ofurō en madera, contaba con una tina en bronce, si se usaba como tal.
—Lávate en el área de la regadera, frente al espejo hay unos pañitos nuevos, jabón, champú, un taburete de madera más un cubo para que lo llenes con el agua del grifo o puedes usar la manguera extensible para aclararte la espuma del cabello y al terminar espérame. Iré a lavar tu ropa interior en la lavadora para que puedas usarla de inmediato y te preparé la bañera para que te relajes, tengo unas hierbas que aparte de ser medicinales dejan la piel muy lozana y tersa —le pidió poco antes de cerrar la puerta, no sin antes ajustar el biombo para que ella no quedara expuesta a la vista de nadie.
Nina Cassiani hizo lo que su anfitriona, Emiko Hirose le pedía y talló su cuerpo a manera de ritual siguiendo todas las indicaciones y hasta lo disfrutó, aunque no negaría que se sintió extraña al tener que sentarse para lavarse con esos paños que hacían cosquillas por todos lados.
Ya con la piel y cabello limpio, frente al espejo contempló su imagen y acarició la cicatriz de su pecho sin dejar de sonreír, hace varios meses en que ya no le ardía como antes y todo era gracias a Darío Elba.
—Gracias por recordarme lo que es vivir, gracias por dejarme hacerte feliz aunque tus maneras sean dantescas comparadas a las mías que son muy insignificantes —se dijo así misma al pasar la mano por el espejo para quitar unas salpicaduras de agua y al poco tiempo escuchó unos golpecitos en la puerta, el pestillo girar para abrirse y cerrarse en un santiamén.
—¿Hirose? —preguntó, pues por el biombo no se podía ver nada desde ningún ángulo.
Sabía que no había nadie más que ella en ese cuarto de baño, porque no sentía ninguna presencia, pero la intriga pudo más. Se puso de pie y enrollándose de prisa la toalla alrededor del cuerpo se asomó para ver qué sucedía, a corta distancia pudo distinguir algo en el piso junto a la puerta, tomó sus lentes y se los colocó para caminar hasta ahí.
"Ayer fui al centro comercial con Hooper y mientras caminábamos en dirección al supermercado, pasamos cerca de una tienda cosmética y mi nariz, que no están buena como la tuya, me dijo que entre todos los aromas que inundaban ese lugar: ahí había algo con olor a granada y ¡compré todo lo que vendían que tuviera ese mítico y delicioso fruto que me recuerda a vos! Úsalos si son de tu agrado y si no, déjalos, aunque no sé si sea muy buena idea porque estoy a punto de comerme ese jabón.
Sí, así como lo lees, quiero comerme ese jabón, llámame loco, pero ¡Por Dios te juro que muero por una semilla de granada!
Que lo disfrutes, Darío Elba"
Eso decía la nota junto a la canasta surtida de productos de belleza y aseo personal que abarcaba desde barras de jabón, bálsamo labial, sales y gel de baño, champú, acondicionador y también agua de tocador.
Llena de una felicidad que la embargaba por completo por ese detalle de Darío, Nina iba a usar en esos momentos lo que él recién le había obsequiado, aunque no quería menospreciar el baño herbal que Hirose le había ofrecido. Llenando la tina por su cuenta y depositando una de las pastillas que venían en la canasta y que volvieron el agua espumosa sin esperar más, se sumergió adentro de la bañera y se relajó tanto, que en corto tiempo se quedó dormida.
Olía delicioso por toda la casa, tanto que el aroma a granada le llegó a Hirose hasta en cuarto de lavado y derribó a Darío, quien se encontraba ya en su taller de mecánica.
Él, recostado contra la puerta cerró los ojos y se dedicó a sentir ese revoloteo en todo su cuerpo que lo hizo deslizarse hasta tocar el piso.
—¡Oh Dios, apiádate de mi si es que así se siente el amor! —se dijo así mismo luego de llevarse las manos al rostro entre suspiros, risas y algo muy parecido a un dolor-indoloro muy placentero le dio justo en el corazón.
A distancia, Hirose lo vio y una lágrima se asomó por sesgo de sus ojos y no pudo evitar sacarle una fotografía con el celular a su hijastro.
—Así se ve Darío en estos últimos meses —escribió Hirose antes de enviar la fotografía por correo electrónico a su esposo el Mayor Elba, quien en esos momentos por suerte estaba en su hora de descanso en algún portaaviones de la marina estadounidense de nombre y ubicación inexactos surcando uno de los cinco grandes mares que bañan el planeta.
No tardó mucho tiempo para que al Mayor Maximiliano Elba Icaza, uno de los Sargentos a su cargo, le notificara que había recibido un correo electrónico confirmado como seguro de parte de su esposa Emiko Hirose.
Por motivos de fuerza mayor, no había visto ni a su esposa ni a sus dos hijos desde febrero y cuando ella o Darío le escribían o se citaban para una video conferencia, a él su maduro corazón le daba tumbos de alegría.
—Emiko, ¿usted está segura de que ese es mi Darío? —escribió asombrado al contemplar la fotografía recién tomada y enviada —¿Ese es mi hijo? —dijo en voz alta y se llevó las manos a su cana melena ya mas que grisácea.
Riendo de felicidad, fue a buscar entre las pocas pertenencias que se le permitían en ese portaaviones, su relicario, en el que tenía la fotografía de las dos únicas mujeres que en toda su vida había amado: su fallecida Amira Duarte y su Emiko Hirose.
—¡Mira mi amada Princesa*, mira en lo que se ha transformado nuestro hijo, ahora él sonríe, sonríe tal y como lo hacía cuando aún estabas aquí con nosotros! —dijo emocionado ese padre, que solo Dios sabe a qué kilómetros de distancia estaba, a esa hermosa mujer en una de las caras de su relicario —Amira, mi querida Amira, tu pequeño Darío, por fin ha renacido, él ahora ha crecido —añadió muy sabio, porque sin pistas claras del cómo, veía a su vástago ser feliz después de todos los años de tristeza en los que había naufragado.
Su Darío había crecido en gracia, eso se notaba, pero lo que aún no sabía, es que fue una jovencita de rojizo cabello quien le enseñó, sin querer, también a su hijo a crecer sin correr.
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*Princesa, es la forma amorosa en que el padre de Darío, llamaba a su fallecida esposa y se debe a que el significado del nombre, "Amira", que es de origen Arabe, significa: "la que es princesa".
Un nombre qué, Darío Elba le propondrá a la madre de sus hijos, usar en memoria de su progenitora, si llegara a concebir una niña.
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