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Ensordecido por culpa de su terco corazón delator, no podía escuchar.
Aquel músculo hueco con su agitación disonante, se había impuesto dominar todos los argumentos válidos de la razón y por eso, no fue el repicar de la campana lo que anunció su inminente arribo, fue el temblor de sus huesos lo que le indicó que ahora con él, la soledad desaparecía de ese lugar.
A diez días de su nueva rutina, todavía cerraba los ojos, los apretaba fuertemente al tomar bocanadas de aire intentando hacer caso omiso a lo que estaba viviendo. Forzaba su mente a quedarse en blanco o la sobresaturaba con números complejos y fórmulas exactas, pero al final no podía hacer nada, le era imposible querer dejar de sentir que su cuerpo se sofocaba como una diminuta barcaza surcando la marea alta y todo por saberse en compañía de su presencia.
Fue con el alba del día siguiente del altercado con aquel hombre pasado de alcohol, que sin espacio para las explicaciones, le ardían las palmas de su mano cada vez que se saludaban.
Sin previo aviso, en esa ocasión, fue sorprendido justo en el momento en que intentaba cumplir con sus obligaciones con torpeza. Al ser diestro y tener esa mano inflamada por los puñetazos furiosos y sin medida que asestó para defenderle, no tenía más remedio que casi dar por un hecho que ese jueves la panadería estaría a secas de su producto primo, pero aquellas dos manos tan delicadas como hábiles proveyeron sin falta de las delicias que tanto ansiaba la clientela.
De esa vez no solo conservaba la reminiscencia de la ayuda incondicional recibida, es el recuerdo de aquella sensación primigenia, esa caricia sin intención de sus meñiques extraviados sobre la mesa de amasado la que con devoción evocaba en secreto y quizás fue con eso, que el primer bloque de su contrafuerte se aflojó sin ningún ánimo de querer regresar a su sitio para resguardar la muralla.
Y a diez días de encontrarse a diario en el mismo lugar, todavía con cada paso que él daba y que acortaba la distancia entre ambos, un calor único se apoderaba de su cuerpo y de nuevo, ahí bajo su abdomen, siempre afloraba esa sensación que corría hasta su pecho para morir en medio de sus pálpitos.
Él se aproximaba para anidar su barbilla sobre su hombro izquierdo y con eso, al vivir su aliento desde atrás de su cuello, a él la sangre le bullía sin amparo y amainaba su temple.
Se quedaban así por escasos segundos, en quietud, temerosos de colisionar sus bocas si se movían tan solo un milímetro y luego de casi formar un aliento único con el silencio de sus gestos y de sus sonrisas mudas, nacían las palabras sueltas, las sencillas y las entretejidas que con sutileza se abrían campo en sus conversaciones cotidianas, hasta desatascar ese engrane en su cabeza que le permitía al oído de él volver a funcionar con la primera palabra que aquella armoniosa voz pronunciaba tras su espalda.
—Encontré la puerta abierta y con eso tengo libertad indómita para robarte, pero me gustaría ser el único que irrumpe en tus madrugadas —dijo el visitante provocando al azar, en espera de una premisa irrevocable para su causa.
También, sin tan siquiera tocarle, él había comenzado a estremecer cuando estaba a su lado y por eso quiso advertirle con doble propósito —Ten en cuenta el peligro que ronda a éstas horas, un poco de cuidado por favor —pidió esto último ya preocupado —Hace frío afuera y la calidez de este lugar a mi me incita a pasar y podría tener el mismo efecto sobre cualquiera que desee sentirse en compañía.
—Lo que parece una dejadez, se justifica con un te esperaba —le contestó viéndolo por el rabillo del ojo —Por eso ya no hay trabillas puestas ni cerrojos y en todo caso, los ladrones de panaderías aún no se levantan a trabajar —añadió expresándose con una propiedad que hasta ahora desconocía.
Desde los nuevos vocablos que hacían uso de su garganta, hasta sus acciones habituales estaban afectadas por él, antes no habría ni siquiera imaginado contestar de esa manera ni tampoco le hubiera dejado pasar sin permiso por ese lugar. Antes la puerta siempre tenía llave porque no era ningún descuidado, pero hoy con obviedad lo esperaba seguro de que llegaría, porque a éstas alturas le habían desaparecido todas las incógnitas, eso si es que alguna vez dudó temiendo por su ausencia.
Sabía que cada que el reloj marcara las dos con cinco de la mañana: él parecería alegre y gentil saludándole por los cristales de la ventana y así le cambiaba rotundamente el día, con esa particular forma que tenía de ser y también de hablar.
—Hnm, pero si de verdad yo fuera a perpetuar aquí un crimen, te juro que el de robarme el pan sería el de menor importancia ¡Buenos días Reuben Costa! —repuso sonriente Leandro Hooper al clavar su mentón en ese espacio donde se halla la clavícula del panadero —Gracias por intuir mi llegada, aprecio infinitamente la confianza de permitirme el acceso a voluntad para llegar hasta aquí —dijo recostando su cabeza y soltó un suspiro.
—Hueles a ... a tabaco y ... vainilla —aseguró a viva voz el panadero luego de beberse ese soplo que llenó su gusto con el aroma que destilaba al artista —¡Perdón, quise decir buenos días! —se corrigió al darse cuenta de lo que había dicho.
—¿Te desagrada? —preguntó alarmado Leandro tapándose la boca y quitó de inmediato su rostro, ofenderle era lo que menos quería y por eso también retrocedió varios pasos lejos de él.
No solía fumar de madrugada, pero desde que era asiduo a la panadería a solas con Reuben, le tocaba gastar un poco de nicotina para calmar su impaciencia, haciendo que el olor del tabaco entonara más en la mezcla del perfume de Tom Ford que usaba.
—No ... no ... no me desagrada en absoluto —respondió muy sincero Reuben.
Ese olor era la marca personal de Leandro, una mezcla perfecta entre una asfixia abrumante y un placer dulce que atrapaba, tanto que hace poco estuvo a punto de comprarse una cajetilla de cigarrillos para hundirle la nariz por puro deleite y así recordarlo.
¿Cuándo fue que un olor masculino comenzó a sustentarle? Se preguntaba Reuben Costa en sus adentros sin ninguna gana de encontrar una respuesta.
Por eso se volvió para verle de frente y sonreírle ameno demostrándole que ese aroma estaba lejos de incomodarle y Leandro al escucharle decir eso y ver aceptación en su rostro, le abrazó aliviado con demasiada fuerza y casi de inmediato se embriagó con la esencia atrapada en ese pulcro uniforme que cada vez le agradaba más y más.
—¡Mmm ... también hueles delicioso! —confesó feliz el de los ojos enmarcados de negro totalmente extasiado —Me gusta tu olor ... es ¿perfume?
—No, es Disaronno, recién abrí una botella y me salpiqué por accidente con unas cuantas gotas —contó Reuben refiriéndose al exquisito aroma dulce y amargado de ese licor de huesos de albaricoque y almendras afrutadas que casi se gasta por completo cuando lo decantó, ansioso, hace unos momentos al escuchar apagarse el motor de ese vehículo que Leandro conducía, anticipando así su llegada.
—¿Disaronno a éstas horas? —cuestionó separándose un poco para verlo a los ojos sin dejar de abrazarle.
—Si, pero no de la manera que estás maquinando en esa cabeza tuya, no es para beber —respondió el panadero dándole tres golpecitos con el índice en el seño al artista —Pretendo hacer Tiramisú al Amaretto di Saronno, pero eso si me sueltas —le dijo con una sonrisa que tampoco sabía de su exacto paradero cuando éste se aferró más fuerte a su cuerpo —Estoy dudando de poder cremar margarina y azúcar con vos colgando de mi cuello.
—¡L-lo siento! —se disculpó el artista, enrojecido —Es que ese olor me recuerda a mis noches en Italia y se cuela hasta en mis células —intentó con eso último justificar su reacción.
—¡Ah ya veo! —dijo inquisidor arqueando una ceja —Así que te recuerda a tus amaneceres de juerga ¡Y yo que pensaba que era porque te gustaba abrazarme! —aprovechó el panadero esa única oportunidad de dejar en igual posición de la que siempre quedaba él por causa del artista.
—El Disaronno pierde su futilidad si se inmola con tu piel Reuben Costa —contraatacó Leandro acercándose decisivo y rompiendo de esa forma los escasos centímetros que los separaban —Y últimamente, la única fiesta que quiero armarme, es con cierta melena de colochos maliciosos —confesó ensortijando sus dedos con esos rizos, haciendo que el pobre de Reuben tuviera que contener la respiración para no desarmarse por completo.
—Touché —atizó finalmente el artista como tiro de gracia, al ver el estado en que lo había dejado.
A Leandro le encantaba picar las emociones de Reuben, porque cada una de ellas le parecía indescriptible y siempre, después que se retiraba de la panadería y luego de cumplir con las estrictas tareas que éste le asignaba, se dedicaba el día entero, a veces hasta sin dormir, a dibujarlo. Guardando con recelo sus libretas de la vista de Darío, pues este todavía no sabía que era el panadero el detonante del frenesí en que vivía su preciado amigo, seguía sin develarle el cuadro al óleo que ya casi daba por terminado, ese mismo donde estaba Reuben sonriéndole a él con las mejillas enrojecidas la primera vez que se encontraron.
De aquellos días, lo que fue una curiosidad por explorar esa afinidad natural que sentía por él, ahora se convirtió en un ahínco por permanecer con o sin motivos a su lado. Aunque contaba con el inmejorable pretexto de esas clases de economía que ahora le animaba, en estos minutos, el panadero a retomar
—Deberíamos de estar estudiando, debo rendir un examen después del medio día —recordó Reuben, esperando con esa excusa válida salir de ese embrollo en el que se había metido por querer hacerle un jaque sin éxito a Leandro antes de adentrarse en un callejón sin salida.
Uno en el que se encontraba desde hace ya rato y a conciencia.
Leandro ya le distraía con semejante o mayor magnitud que lo hacía Nina y tenía el presentimiento que ese repertorio de coquetería al que era frecuentemente acuartelado, tenía un significado oculto a plena vista que intentaba por todos los medios mejor no descifrar.
A Reuben Costa se le había olvidado convenientemente, preguntarle a Leandro Hooper sobre su predilección hacia los géneros más allá de las amistades.
"Ojos que no ven, corazón que no siente" se decía cuando a veces le surgía esa necesidad de saber sobre la orientación del artista.
En todo caso en nada cambiaría su relación, por hoy amistosa, cualquiera que fuera la escogencia sexual del otro, porque según Reuben Costa él si tenía clara y definida la suya propia.
Aunque a veces le asaltaba la incertidumbre de dónde era que solo con él se le aflojaba la lengua con tal eficacia, ni con Nina desarrolló esa habilidad de palabra y eso que antes solo con ella lograba confianza y a Leandro hasta le había permitido ayudarle a la hora de hacer su trabajo, algo con lo que era verdaderamente quisquilloso.
—Pero antes de estudiar, quiero ayudarte —pidió Leandro quitándose las joyas con las que decoraba sus dedos y los dos brazaletes de plata con lo que protegía sus muñecas alistándose para leudar la masa de la bollería.
Reuben sonrió encantado por el entusiasmo del artista, pero tuvo que anteponer esa valiosa ayuda con el objetivo que lo llevó en un principio a conocerle —Sería un honor, pero debes de comenzar a leer el material que te he traído. Falta poco para diciembre —le contestó rememorando ese mes en específico en que Leandro debí exponer un informe corporativo el cual, Doña Bianca le había retado a presentar para pagar así el favor hecho por su hermano Lyon con la salud de la pelirroja.
Demostrando de esa forma su competencia en el mundo de la economía y negocios para ocupar así, el día que quisiera, el puesto que le correspondía adentro de la jerarquía de la empresa de la cual era dueño totalitario sin pretensiones.
Reuben creía devoto en las capacidades de Leandro, aunque la primera vez que intentó explicarle como funcionaba el capital de su propio negocio, no entendió "ni papa" como él mismo se lo dijo, pero al darle de comer a cucharadas rasas sobre la terminología básica que al menos debía subyugar en cuestión de tiempo le había agarrado el ritmo y el tempo a la forma en que le explicaba cada cosa y hasta él se vio beneficiado porque le servía para refrescar su memoria, pues hace ya mucho que había cursado esas materias básicas.
—Insistiría, pero me veo en peligro de ser expulsado de tu tierra, será como gustes —aceptó Leandro buscando asiento en una de las mesas del local y cuando Reuben le entregó el libro junto a sus cuadernos de apuntes, notó de nuevo aquellas dos marcas en el anverso de sus brazos, las mismas que descubrió por primera vez el día que prepararon juntos ese paradisíaco Postre Pavlova para la fiesta de Nina y que solo eran perceptibles cuando se despojaba de los brazaletes que las cubrían.
El panadero tenía un indicio de lo que eran, no necesitaba imaginar mucho y es por respeto, a la posible fragilidad que tal vez aún representaban, que no le había preguntado de su origen.
Queriendo sacar eso de su mente, se dispuso a preparar el Tiramisú más toda la bollería y repostería su faena diaria, no sin antes preguntarle a su invitado cual era su apetencia de hoy para el desayuno, otra de sus nuevas costumbres que abrazaba dichoso: hacer y comer, para el primer alimento del día, lo que Leandro le pidiera.
—¿Me cocinarías algo parecido al Uttapam? —solicitó éste con emoción, juntando sus manos como si fuera algo más que una simple petición.
—¿Pizza hindú para el desayuno? —preguntó Reuben luego de buscar en su cabeza el nombre con el que se conocería ese platillo fuera de su país de procedencia.
—¡Si! Aunque entenderé si no se te antoja comer lo mismo —repuso comprensivo. No cualquiera entendía sus apetencias gastronómicas que normalmente eran poco comunes.
—¡Con mucho gusto preparo dos raciones! Nada más déjame ver con qué reemplazo el ural dal —dijo Reuben antes de irse a la despensa de la panadería para buscar y usar salvado de avena a falta de esas lentejas exóticas que debía llevar esa receta.
—Yo puedo ir al supermercado y traerla —sugirió Leandro.
—¡No señor, usted no me sale de aquí mientras esté bajo mi custodia, además son las dos con treinta de la mañana! —contestó Reuben cruzado de brazos viéndolo con seriedad.
Si Leandro temía que a él le sucediera algo por dejar la puerta abierta, Reuben, después de lo que pasó el otro día, se mortificaba pensando en todos los peligros a los que se exponía el artista manejándose en soledad por la capital.
Una postura y actitud que a Leandro le cautivó y por eso no insistió en salir y agradeciendo a todos los dioses y al universo, continuó con la lectura comprensiva que dentro de un momento debía explicar.
Cocinando con el mismo entusiasmo y energía que lo haría más tarde para Nina, Reuben dio lo mejor de su talento para crear aquella deliciosa comida aún sin tener ese ingrediente del que precisaba y al servirle su plato a Leandro, quien ya estaba más que ansioso por meterle el diente por culpa de esos aromáticos vapores que le llegaban desde la cocina hasta donde estaba, quedó más que complacido; tanto que miraba con anhelo esa porción de Uttapam que Reuben aún no se comía y él la cedió contento, llenándose ese huequito que le quedaban en el estómago con la satisfacción de ver alegría en el rostro del artista.
—Me fraccionaste Reuben, tanto que ahora quiero comer de lo tuyo con las mismas ganas que le tengo a todo lo que Darío me da —le confesó luego de comer ese último trozo con fervor.
—No es para tanto, solo es algo parecido a un panqueque con especias, un toque de alioli, cebolla y tomate picado, pero agradezco el cumplido —dijo Reuben después de beber un sorbo de su taza de café —Me halaga saber que puedo agradar tu paladar, es demasiado refinado.
—Pero estoy seguro que aunque fuera un pan ácimo, sabría exquisito si se hace con esto —añadió pidiéndole la mano derecha y Reuben no negó entregársela —Ya casi se te cierran los nudillos —corroboró Leandro, refiriéndose de esa forma a las heridas que se ganó hace diez días por defenderlo.
—Todo gracias a la "crema borra pecas" que Darío le dio a Nina para que acelerara la cicatrización de las marcas de la varicela. Ella me dio un tubo cuando ya no pude ocultarle más lo que había detrás del "accidente con la puerta del frigorífico", me sentí como un mago en tiempos de la inquisición cuando me sacó la verdad —explicó riéndose.
—¡Ah! ¡Así que por eso Darío está enojado con los farmacéuticos de la botica! —añadió Leandro al acordarse de la cara de su amigo al borde de las lágrimas cuando pasó con él a la casa de la pelirroja hace poco para llevarle las tareas del colegio y le escuchó por todo el camino de regreso al apartamento, quejándose de que faltaban "estrellas" en la estela de lunares de esa nariz pecosa.
Reuben sacudió la cabeza riéndose, de verdad ese ungüento era demasiado bueno para borrar, sin lastimar, varias de las pecas de la delicada piel de Nina y pensando en eso estaba cuando vio las dos marcas sobre las muñecas desnudas del artista y éste lo atrapó viéndole.
—Éstas no se borran con crema —dijo Leandro mostrándolas abiertamente con libertad —Y tampoco quiero borrarlas —confesó con orgullo.
—Lo siento —contestó Reuben volviendo la mirada hacia otro lado, apenado por su indiscreción.
—No tienes por que disculparte, ven, toca que en parte son y no son lo que imaginas —pidió sonriendo haciendo que pasara la yema de sus dedos para inspeccionarlas y al hacerlo Reuben se asombró de que no hubiera ninguna protuberancia de cicatrización —No se borran por que son un tatuaje, aunque un día casi cometo el error de cortarme y por eso me grabé esto yo mismo como recordatorio de un disparate casi irreparable —confesó Leandro.
—¿Por qué pensabas hacer eso? —quiso indagar Reuben al ver disposición para hablar sobre ese tema.
—Cuando mi abuela falleció, aparte de la agonía que sentí por su pérdida, cargué con el peso de que me legara todo el patrimonio de la familia y para ese momento, justamente con el cuerpo de ella aún tibio, la Señora mamá me presionó en exceso para hacer de mí lo que yo no quería y me creí incapaz de continuar, con la partida de mi abuela ya no tenía a nadie adentro de mi familia para que me protegiera o diera valor —explicó así el por qué ya no quería seguir viviendo —Pero también tengo la teoría de que los alienígenas ancestrales poseyeron mi psique e intentaron hacer que me hiciera daño con el cuchillo para untar mantequilla. Cosas que le pasan a uno a los quince años cuando cree que no hay más salida que la extinción de la llama de la vida —agregó riéndose como siempre lo hacía, porque para él hasta la muerte y la tristeza merecen un chiste y una bonita canción.
Reuben Costa aflojó la mueca de angustia que sentía con esa última frase que Leandro Hooper le dijo y se puso a reír con él.
—Me alegra a montones saber que lo intentaste con una espátula para untar mantequilla y no con algo con filo —sonrió aliviado Reuben y echó la cabeza para atrás del respaldar de la asiento.
—¡Oh pero si también tenía esto! —añadió Leandro al sacar de la bolsa de su jeans un cuchillo táctico militar replegable con el nombre "Calantha" grabado con una hermosa caligrafía en la empuñadura, de apariencia antigua, pero en excelentes condiciones.
Reuben Costa se sentó correctamente de inmediato y tomó con cuidado el arma corto punzante para inspeccionarla y un escalofrío le recorrió la piel de pies a cabeza al extenderlo para comprobar el filo y enmudeció cuando, al pasarlo por los vellos de su brazo y éste los dejó al rape de un tajo, con mejor eficacia que lo haría una navaja de afeitar.
—¿A tus quince años tenías esto? ¿De donde lo sacaste? —cuestionó el panadero.
—No siempre fue de mi propiedad, en un principio era de Darío y fue él quien me lo deslizó bajo la puerta del baño del colegio al darse cuenta de lo que yo quería hacer.
—¿Darío te dio esto a sabiendas que querías suicidarte? —dijo casi gritando Reuben totalmente asustado —¿Cómo se le ocurre? ¿Estás seguro que Darío está cuerdo o que te estima aunque sea una pizquita? —le preguntó ya alterado.
Leandro, ante la desesperación que vio en el rostro de Reuben, nunca abandonó su buen ánimo y queriendo transmitirle un poco de tranquilidad le tomó ambas manos y las envolvió con las suyas, sin dejar de sonreírle le habló con calma.
—Solo quien que te conoce de verdad, sabe hasta donde eres capaz de llegar, aún cuando ni uno sabe adónde va —le afirmó muy seguro de lo que decía y continuó:
—Darío me ama con la misma fuerza que vos amas a Nina y a Sandro, él es mi verdadera familia y yo la de él —aseveró —Al entregarme eso, sabía que yo sería incapaz de lastimarme, ese cuchillo que ves ahí pertenece al linaje de su padre, lleva muchas décadas en posesión de los Elba y se lo han traspasado por generaciones de padre a hijo y cuando el Mayor Elba se lo dio a Darío él lo atesoró como debía. Pero al dármelo a mí, no solo rompió una tradición; me estaba diciendo que yo soy parte de él, me recordó que no soy únicamente el debilucho llorón de su amigo, yo soy parte de su rompecabezas y si yo moría él estaría incompleto así como lo estaría yo si él me llega a faltar en este plano terrenal.
—No estoy ni a un miligramo de parecerme a la forma en que reaccionó él, yo habría botado la puerta y te saco a rastras para evitar una posible desgracia con espátula de mantequilla o no —reflexionó el panadero.
Reuben consideraba que Darío, era un hombre que sabía como actuar en cada situación de la vida, sin importar que tan cruda fuera, con paciencia y determinación, por eso le respetaba aunque fuera menor por dos años que él.
—Entonces esa habría sido tu manera para demostrar amor, cada quien tiene la suya —confirmó Leandro, alegre de saber que, aunque de manera distinta, Reuben también habría evitado por todos los medios que él se lastimara.
—Y en otro día, con el ebrio ... ¿Yo ... —quiso Reuben formular la pregunta de si su comportamiento en algo se asemejó al que hubiera demostrado Darío y también pretendía saber si eso contaba como una muestra de afecto.
—Si, él hubiera procedido de la misma manera y también me dijiste cuanto te importo, no solo con tu fuerza, lo hiciste con tus palabras —le contestó con sinceridad y al ver que con eso una risa comenzó a emerger de su boca, Leandro quiso que se sintiera más que orgulloso de su actuar y por eso le dijo otra verdad más —Y a diferencia de Darío, él no se habría detenido con nada, gracias por detenerte.
—¡Punto para el rabiosito de Rhú! —se dijo para sí mismo, feliz de haber hecho lo correcto, no quería quedar como el pendenciero bruto que todo lo arreglaba con los puños, aunque más puntaje sintió que anotaba por la forma en que logró expresar que de verdad Leandro le importaba y demasiado —Tengo buenos sentimientos e intenciones, aunque de vez en cuando mi mal genio y mi torpeza salga a relucir opacando mis obras —añadió reconociendo sus debilidades.
—Eres una buena persona con mucho amor para dar, solo que aún no sabes cuánto, tanto que a veces, de tan desinteresado que es tu afecto, que no percibes de que ya estás amando —dijo con honestidad Leandro sin dejar de verle a los ojos y sin saber por qué, le colocó el sombrero que usaba —Así te ves majo en exceso —y con eso último, los dos sonrojaron al mismo tiempo y esquivaron sus miradas por un rato.
Con otra experiencia más de vida rondando sobre la mesa, después de un silencio roto por su risas compartidas, ese par se dedicó el resto de la madrugada a repasar ese grueso libro de Teoría de la economía.
Reuben le servía de guía en asuntos de números y mercados de valores a Leandro, ese era el convenio, la razón primordial de sus encuentros, pero ahí ya no sólo se juntaba el alumno para aprender del maestro, en esos momentos también el tutor estaba aprendiendo a tazas de su pupilo.
Los dos aprendían más allá de lo pactado, ahí en esa panadería se manejaban y cocinaban otro tipo de negocios no planeados ni específicos, o al menos los de Leandro Hooper estaban predestinados por él al azar.
Pero entre tandas de pan y estudios; de esos dos corazones, uno que se hallaba frío había comenzado irradiar algo más que calor y comenzó a inquietarse, mas no quería eludirlo, solo no tenía idea de qué era exactamente aún eso que sentía.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo Reuben a Leandro una mañana dos días después de saber el origen de sus cicatrices tatuadas, cuando él se disponía a marcharse de la panadería ya adentro del vehículo.
—¡Claro, las que quieras! —dijo Leandro muy atento.
—¿E-e-eres gay? —preguntó con la voz baja esperando que su pregunta se perdiera con el rugido del motor.
—Soy estrictamente Pansexual —contestó Leandro con tranquilidad, creyendo que Reuben dominaba el término, equivocándose rotundamente.
—¿Cómo que te gusta el pan? —contestó un tanto asustado —¡Yo hago pan! —dijo señalando la panadería.
—¡Oh no te imaginas cuánto me gusta el pan y en especial, el tuyo! —quiso con eso jugarle una broma —¡Y te deseo ... que tengas un muy buen día de clases Reuben Costa! —dijo pausando lo que decía a propósito para seguir agitando al panadero.
Entre tantos piropos con los que Leandro le conquistaba últimamente, a Reuben poco le faltaba para servir de farol e iluminar la calle con lo ruborizado que quedaba.
Al caer la tarde de ese día en el apartamento de Darío, Leandro se veía nervioso y su amigo al notarlo, le preguntó qué le sucedía.
—Deja de bizquear los ojos que te vas a quedar así, te pareces a Moira cuando espera que Nina le responda sus mensajes a mitad de clases —dijo Darío comparando esa mueca peculiar de su alumna con la que ahora Leandro tenía en el rostro mientras veía su celular.
—Es que creo que metí la pata o en su defecto se me fue la mano —dijo sin entrar en más detalles y cabizbajo se retiró de la sala y buscó refugio en su "madriguera".
Ya ahí se desplomó boca abajo en su desordenada cama y lanzó por allá su móvil sintiéndose triste, no es que quisiera ocultarle su orientación sexual a Reuben, pero quizás todavía no era tiempo o tal vez al decírselo de esa forma le causó un disgusto y por eso él no le había escrito en todo el día.
Una costumbre más recién adquirida por los dos, pero hoy no hubo ni un simple "hola".
Con una encrucijada de pensamientos se había atiborrado el artista la cabeza y hasta ya tenía melancolía crónica en el corazón, por lo que suponía era la pérdida de su nuevo amigo cuando, por el timbre del teléfono a todo volumen, casi se cae de la cama.
—Investigué y ya sé que ser Pansexual no es que te guste el pan —escribió Reuben.
—Lo lamento, yo no pensé que no supieras el término y después se me escapó una broma, lo siento, perdón —se apresuró a contestar Leandro entre feliz y desesperado, no sabía lo que seguía después de ese primer mensaje recibido.
—¿Por qué lo sientes? Te dije que yo también tenía cosas que aprender, hoy aprendí algo nuevo gracias a vos. Deja de pensar tonteras y agarra el tomo dos de Macroeconomía y ponte a leer que te espero mañana como lo haré siempre —respondió como realmente quería Reuben.
Leandro Hooper pegó un grito al cielo entre almohadas y edredones, después tomó uno de los cinco libros de Macroeconomía que había comprado, porque solía olvidar donde los dejaba, y lo abrazó contra su pecho totalmente extasiado y agradeció hasta a las hormigas poder seguir disfrutando de esa compañía que tanto le gustaba, deseando que ya fuera mañana.
Del otro lado de la ciudad, Reuben Costa también desplomado sobre su cama, sacó del bolsillo de su jeans una cajetilla de cigarrillos y tomándola con ambas manos, luego de aspirar ese olor a tabaco, se la llevó a la altura del corazón y cerró sus párpados, pidiendo a quien tuviera que pedirle: misericordia, con una lágrima sin miedo bajando de sus ojos todavía apretujados, una lágrima muy distinta a todas las que conocía de su llanto.
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