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—Nina ... ¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo él con una inquietud en mente que vacilaba en querer saciar o no, tanto que en su voz había un tono distinto al de siempre.
—Dime —contestó la pelirroja mientras unía la mitad de las flores que Darío Elba le obsequió esa misma mañana con igual cantidad de Lirios asiáticos que recién había recibido, para hacer un sólo ramillete y colocarlo así en un jarrón en la habitación de su padre.
—Él ... es ... Él es ¿gay? —preguntó inocente Reuben Costa, ahorrándose el nombre de esa persona por la que tenía la interrogante y buscó con qué distraer sus ojos viéndose los dedos de ambas manos para esquivar la mirada que sabía, dentro de poco, Nina buscaría para saber la verdad sobre su consulta.
—¿A qué viene la pregunta? —le contestó dejando de lado lo que hacía para verlo tal y como él lo había previsto y sentándose en el borde la cama donde yace su padre, se dispuso a escuchar atentamente.
—Curiosidad —repuso el panadero, mostrándose lo más relajado que pudo.
—Pienso que deberías de hacerle la pregunta directamente, él es muy abierto en esos temas —asintió sonriendo y le pidió la mano para que se sentara a su lado —¿Tendrías algún inconveniente si su respuesta fuera un si?
—¿Eh? —contestó totalmente desprevenido, definitivamente no esperaba esa última pregunta aún sabiendo su respuesta definitiva —No, no, no ninguna. Como te dije, es nada más una vaga curiosidad —dio como respuesta disimulada y un poco ansioso, no queriendo entrar en detalles deseando que Nina no le interrogara más.
Ella, en seis años de convivencia, había aprendido tanto de su mejor amigo que sabía exactamente dónde y cuando detenerse para no incomodarle y por eso no continuó con el tema —Ven Rhú, vamos a la cocina —pidió para dar por acabada la charla —¡No crean que me voy a quedar sentada sin ayudar! —dijo muy entusiasmada de por fin hacer algo más que sus tareas durante la estancia en el hospital.
Al escuchar eso de manera inmediata todo lo que Reuben Costa estaba pensando sobre Leandro Hooper quedó en un segundo plano y bajando la mirada se rascó la barbilla tratando de buscar una manera de no disminuir el buen estado de ánimo de Nina Cassiani por lo siguiente que debía decirle:
—Nina: a la cocina, horno y estufa de momento no puedes acercarte, por favor no olvides eso que las cosas se saldrían de control si lo haces —le dijo sin dejar de sonreírle, señalando a "Little Boy"; el tanque que contiene oxígeno puro altamente inflamable, razón por la cual no debía ni asomarse a ninguna fuente que desprendiera calor o que tuviera una llama viva.
Ella se llevó las manos a la frente hasta pasarlas por toda su cabeza, cerró los ojos y después de hacer un pequeño puchero y sacarle el dedo medio de sus ambas manos al bendito "Little Boy" a escondidas de "la vista" de su padre, aceptó de buena gana no acercarse a la cocina, lo que significaba no poder ayudar en la elaboración de su cena de bienvenida.
—Bueno, no detonaremos ninguna bomba hoy, por lo que mejor iré a darme una ducha y luego vendré a leerle a papá, hace mucho que nos quedamos estancados con La parole en archipiel de René Char —contó Nina sin perder el entusiasmo, recordando las ganas que tenía por terminar ese libro y salió de la habitación con Reuben tomado de su mano, quien daba gracias por no haber metido la pata y usar la forma correcta para prevenir una posible recaída en los ánimos de la pelirroja.
—Pero antes hay algo que quiero darte, mas bien darles a los dos —dijo ella deteniéndose para ir a la habitación que usaba como depósito y donde guardaba todos sus afectos personales en cajas debidamente clasificadas, en busca de algo que hace tiempos había comprado por internet, pero que no usaba por un error en las tallas de las etiquetas.
—Toma —dijo Nina al panadero entregándole dos bolsas —Uno es para vos y otro para Darío, se supone que eran para mí pero me quedan enormes, a ustedes les quedarán perfectos.
—¡Gracias! —dijo contento Reuben al extender el contenido de lo que le habían obsequiado: un delantal de chef con la leyenda "Cómeme" y otro que decía "Muérdeme" estampado en inglés y que formaban parte la mercadería oficial de su serie favorita televisiva de zombis.
Reuben Costa, ajustándose el mandil que pedía que se lo comieran, le dio un abrazo a la pelirroja y la envió a la segunda planta para que tomara la ducha y después se dirigió a la cocina de la familia Cassiani Almeida y ahí, colocándose uno de los dos gorros de chef que Doña Maho conservaba de su antiguo uniforme de trabajo, se batió a un duelo amistoso con cucharones y espátulas como armas con Darío Elba por ver quien de los dos preparaba el mejor plato de la noche para agradar el paladar de la pelirroja.
Darío debía aceptar qué, en ese reto, Reuben tenía más ventaja sobre él, puesto que conocía mejor los gustos de Nina y de la familia en general por llevar conviviendo con ellos más tiempo, pero eso no le iba a impedir cocinarle a Nina con igual o más amor que lo hacía para Leandro y cuando vio al panadero comenzar a preparar Bouillabaisse de Marseille quiso hacer un plato que en vez de sobresalir le sirviera de complemento y revisando que tenía un buen queso del cual disponer más una variedad de tomates y pensando en ese color rojizo de cabello y en las mejillas pintas de Nina cuando estaba nerviosa; decidió cocinar una sencilla adaptación de Burratta di straciatella al pomodoro y se puso a triturar los ingredientes para su tapenade de aceitunas y tomates secos que desprendían un aroma embriagante.
—Hojas de laurel, por favor —pidió Darío Elba a su compañero de sazones.
—En un envase de cristal, en el estante de arriba, segunda repisa a la izquierda junto a la salsa de ostras —le indicó el panadero sin despegar la vista del sartén donde salteaba langostinos.
Estirando la mano, el de cabello negro buscó según las instrucciones pero sin conseguir lo que requería y luego de ayudarse con un banquillo para ver si es que no estaba en otro lugar, más al fondo o en una repisa más arriba, dijo:
—Me temo que aquí no hay.
—Hnm, entonces se nos acabó —confirmó Reuben.
—¿Hay algún lugar cerca donde pueda ir a comprarla? —preguntó Darío.
—No muy lejos ni tan cerca, pero iré yo, cuida mi rehogo —dijo entregándole el cucharón confiándole su plato, algo que únicamente había hecho con Nina y Sandro.
—Para que vuelvas rápido —agregó sonriendo Darío entregándole las llaves de su auto, las cuales Reuben vio con extrañeza.
—Este ... gracias, pero yo ... no sé conducir —confesó con algo de pena.
—¡Haberlo dicho antes! Yo te enseño, además de lo otro que ya antes acordamos como pago por las tutorías de Leandro —le ofreció muy ameno y con unas palmaditas en los hombros le invitó a apurarse en traer ese ingrediente que le urgía.
"Leandro, Leandro" fue el nombre que Reuben Costa se llevó en el pensamiento al salir de la cocina y no pudo evitar sonrojar, y ese leve malestar bajo el abdomen que le aparecía cuando lo recordaba bajo ese árbol; le asaltó de nuevo en el cuerpo.
Desde ese día en que le ayudó a calmarse con aquel abrazo, realmente le agradaba estar a su lado porque le transmitía concordia, un sentimiento que escasas veces había sentido en su vida y que le parecía cosa de otro planeta.
Antes de abrir la pesada puerta ancha de la casa de la familia Cassiani Almeida, Reuben intentó recomponerse y se limpió la frente con la falda del mandil que todavía llevaba puesto porque estaba más que acostumbrado a usarlo debido a su trabajo y como hacía siempre antes de salir, se arregló el cabello con la mano.
Giró el pestillo y salió al exterior solo para sentir una especie de "emoción" y "miedo" por estar de nuevo frente a esa persona que llenaba su pensamiento y que estaba justo al final de las gradas.
—¿Leandro? —dijo entre asombro y susto, preguntándose si realmente lo estaba viendo o si su mente le estaba jugando una broma.
—¡H-Ho-Hola! —titubeó por primera vez en su vida Leandro Hooper y abrió los ojos de par en par porque, de nuevo, Reuben traía la cara enrojecida justo como la primera vez que coincidió con él y al leer esa palabra sugerente "Cómeme" en el mandil: estuvo a punto de soltarle un piropo sagaz, pero le tocó aguantárselo y no tuvo más opción que reírse de manera nerviosa escondiendo su boca con su mano izquierda para morderse los labios, dejando así al descubierto sus hermosos ojos delineados de negro, los cuales tenían un efecto arrasador sobre Reuben Costa y con eso palideció en instantes y volvió la cara hacia otro lado para no quedar más expuesto.
—Busco a Darío —dijo Leandro ya más calmo por la impresión de verlo —¿Está aquí?
—Si, está adentro, pasa —contestó el panadero con tranquilidad.
—Gracias y perdón por venir sin avisar, espero no seamos un inconveniente.
—¿Seamos? —preguntó muy serio Reuben y hasta arqueando una ceja pensando que a lo mejor Leandro se acompañaba de alguna novia o algo por el estilo.
—Si, somos dos —dijo enseñando el número con la mano izquierda porque en la mano derecha tenía una cola de felpa que estaba unida un monito también del mismo material que cargaba el pequeño Bruno Elba en la espalda como una mochila.
—¡Bruno! —exclamó Reuben bajando rápidamente los escalones restantes al ver que el infante caminaba hacia él.
—Hirose tiene un compromiso de noche y como no logró localizar a Darío me pidió que lo cuidara y el GPS del auto dice que él está aquí —contó sonriendo mientras Reuben alzaba a Bruno en brazos.
—De seguro dejó el teléfono adentro de la guantera —repuso Reuben —Pasa adelante, que yo regreso luego, voy de camino al mini super que se nos acabaron las hojas de laurel — le contó.
—¿Te puedo acompañar? —solicitó el artista tentando a la suerte —Es hora de que Bruno tome su siesta y suele dormir más profundo si se le arrulla en brazos, si caminamos un poquito más le sentará bien —añadió como excusa verdadera y a la vez piadosa.
Con una mueca extraña que parecía una sonrisa sumamente nerviosa, Reuben Costa meneó la cabeza diciendo que si y le entregó el niño a Leandro para ponerse en marcha.
Iban los dos hombres en silencio caminando al mismo paso, sin más sonidos que el de sus respiraciones intentando asentarse, hasta que el artista quiso entablar plática con su tutor.
—¿Y qué cocinarán de postre? —preguntó.
—¿Ah? —contestó perdido el panadero que llevaba en la cabeza un montón de cosas y no tenía ni idea de lo que le acaban de decir —¿Dijiste postre?
—Si, postre, eso fue lo que dije ... ¿No me digan que olvidaron el postre? —interrogó deteniéndose con cara de preocupado.
—¡Que vergüenza de repostero soy! ¡Si no me lo dices no habría nada dulce para cuando terminara la cena! —se inculpó Reuben pasando ambas manos por la cara —Y sin Nina que ayude, no nos va alcanzar el tiempo.
—Yo puedo hacerlo si me permiten unirme a ustedes en la cocina, me gustaría que Pelitos de Elote probara de mi Postre Pavlova —dijo con entusiasmo.
—¿Nos harías el favor?
—Más que un favor, es un placer.
—Ah, pero que yo recuerde, no hay fresas en la nevera. Ven —pidió Reuben apurando el paso y doblando por una esquina de un camino distinto al que se dirigía en un principio —Debemos ir a otro mini súper que es más surtido y ahí siempre tienen fruta fresca —afirmó y Leandro le siguió al mismo ritmo en la caminata ya cuando Bruno comenzaba a quedarse dormido.
Luego de casi correr por varios metros llegaron al lugar y en la entrada se separaron, Reuben se fue donde estaban los anaqueles con las especias y condimentos y Leandro, al ubicar el área de frigoríficos, buscó las fresas. En el brazo izquierdo cargaba a Bruno ya totalmente dormido y le quedaba nada más la mano derecha libre para ayudarse con todo.
Cuando divisó el ingrediente que necesitaba a través de las puertas empañadas, intentó alcanzarlo pero no pudo, hizo de nuevo otro esfuerzo y falló, al tercero sintió a alguien tras su espalda y el hedor a cerveza mezclado con licor barato le invadió la nariz y un brazo velludo le pasó por encima del hombro para darle la tan ansiada bandeja de fresas.
Leandro Hooper se volvió de inmediato y tuvo una mala corazonada al ver que quien le había ayudado le sonreía de manera lasciva; era un hombre corpulento que se notaba estaba inundado de alcohol.
—¿Qué no tiene boquita la mamasita para hablar y al menos dar las gracias? —le dijo relamiéndose la boca acercándose a Leandro con agresividad.
Leandro dio dos pasos hacia atrás y dejó de lado las fresas para guardarse al pequeño Bruno con ambos brazos fuertemente contra su pecho, casi haciendo una jaula para protegerlo con su cuerpo, previendo un posible ataque al sentirse bajo amenaza.
—¿Vas a dejar botadas las malditas fresas mujer? Si yo fuera tu marido y llegas a la casa sin lo que te pedí te molería la cara, pero antes te revolcaría en la cama para hacerte otro crío, conmigo te quedarían más bonitos que ese que cargas —dijo sin descaro y hasta le lanzó un beso asqueroso.
—No tengo marido y no soy mujer —le contestó Leandro con firmeza en la voz, en la cual no había ni una pizca de dulzura y dio un paso al frente para encararlo.
—¡MALDITO MARICÓN DEGENERADO! —gritó iracundo y "abochornado" el ebrio al "creerse engañado" por los rasgos de Leandro y levantó el puño furioso —¡Rarito de mi*rda descompuesto! ¡Te voy a desfigurar la cara para que dejes de ...
Aquel borracho no pudo continuar hablando y terminó mordiéndose la lengua haciendo que un sangrerío y una salivera comenzara a correrle por la boca a chorros.
Desde atrás: Reuben Costa lo tenía prensado del cuello con un solo brazo ahorcándolo con todas las fuerzas que tenía hasta casi derribarlo. Él corrió cuanto pudo al escuchar resonar por todo el lugar el bramido ofensivo de aquel hombre y su instinto le advirtió, certero, que Leandro estaba en problemas y así como; hubiera asistido a Nina o a Sandro si ellos estuvieran en peligro; uso su cuerpo, su fuerza y su voz para defender y proteger a su nuevo amigo.
—¡No es ningún maricón, ni degenerado y tampoco un raro! —le reclamó lanzándolo contra un estante de frituras —¡Él es una persona, un ser humano millones de veces mejor de lo que usted algún día soñará poder ser! —le dijo poco antes de sembrarle sendos puñetazos en la cara sin ninguna gana de querer detenerse hasta que Leandro, cargando en un solo brazo a Bruno ya despierto y con llanto próximo en sus ojitos sesgados, lo abrazó por un costado recostando la cabeza contra su espalda, diciéndole con la voz baja:
—Gracias.
A Reuben Costa siempre le había costado detener sus impulsos cuando se enfurecía y por Leandro Hooper había sacado ese lado negro de su rabia, pero por él, con ese abrazo y esa única palabra también se calmó de inmediato.
Viendo al artista a los ojos y al pequeño Bruno escondiéndose entre el pecho de éste, el panadero le tomó de la mano para irse del lugar no sin antes sacar una mejor bandeja de fresas de las que aquel ebrio había entregado. Pagó con un billete de alta denominación por el daño causado a las frituras regadas por el piso y le dijo al dueño del negocio y que de paso era conocido, que estaba el libertad de llamar a la policía si quería por lo que había hecho, pero éste le dijo que él se encargaba, a ese hombre raras y escasas veces se le veía en su sano juicio por la zona, pues era un adicto alcohol.
Con las hojas de laurel y una perfecta bandeja de fresas en una bolsa que colgaba de su mano derecha que estaba llena de sangre, Reuben Costa salió de aquel mini súper todavía tomado de la mano de Leandro Hooper en total silencio y durante todo el camino de regreso ese "gracias" era lo que resonaba en su cabeza y en cada parte de su interior.
Las particulares luces amarillas del alumbrado público de la acera desolada, le indicaron al panadero cuando faltaban doscientos cincuenta metros para llegar a la casa de Nina, lo cual le recordó una cosa.
—No le digas a ella lo que pasó por favor, no quiero preocuparla —pidió Reuben a Leandro y éste último asintió —Cuando entremos, llévale eso a Darío y yo iré al baño a lavarme.
Tal vez Reuben Costa pudo hacer el intento de ocultarse de los ojos de Nina Cassiani, pero no Leandro Hooper de los de Darío Elba.
Él después de abrazar a su hermanito, se lo entregó a la pelirroja que se lo llevó hasta la segunda planta para jugar con él y de prisa, se dirigió al baño donde el panadero se había refugiado.
—Soy yo —dijo al llamar a la puerta y cuando le abrió, encontró al panadero frotándose las manos frenéticamente con un cepillo y jabón desinfectante.
En el blanco lavabo, quedaba un poco de agua turbia color marrón y eso le indicó a Darío por su mucha experiencia boxeando, que Reuben había usado ese puño para golpear a alguien —¿Qué fue lo que pasó?
—Un hombre borracho —contestó Leandro que venía tras él y con esas tres palabras le bastaron a Darío para entender el panorama entero y por eso se volvió para verlo.
—¿Te lastimó? ¿Te tocó? —interrogó Darío a su amigo tomándole el rostro con ambas manos, uniendo su frente buscando en sus ojos la verdad y al encontrar lo que buscaba, seguidamente lo abrazó.
—Nunca dejaría que nadie le ponga un solo dedo encima —repuso Reuben mientras cerraba el grifo, haciendo que con eso Darío se despegara de Leandro para abrazarlo a él.
—¡Gracias! —dijo con suma alegría y entera humildad Darío ofreciéndole la mano después de abrazarlo notando así que Reuben traía las primeras falanges inflamadas y los nudillos rotos —Dime dónde está el botiquín —le pidió después de hacer que se sentara sobre el inodoro con la tapa puesta.
—En ese gabinete, arriba —señaló.
—Ya es muy tarde, sigue con la preparación de la cena, yo lo atiendo —indicó Leandro que fue quien estaba más cerca y por eso encontró el más que completo botiquín de la familia Cassiani y Reuben le hizo la seña a Darío de que se apurara, quedándose así ellos dos a puerta cerrada en el espacio mínimo del baño.
—Lo siento —se disculpó cabizbajo el panadero con el artista.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó mientras le aplicaba un spray de Neomicina como antibiótico sobre los nudillos abiertos.
—Cuando pierdo los estribos, los pierdo por completo, asusté a Bruno y creo que también a ...
—Gracias —volvió a decirle Leandro viéndolo a los ojos —Gracias por defendernos a los dos, no apoyo ningún tipo de violencia, pero le diste lo que se merecía porque era un depredador sexual, misógino y para rematar homófobico. Solo te pido nada más que moderes un poquito tus arranques, pero no por mí, porque yo no te tengo miedo.
—"Autocontrol", otra cosa más que deberás enseñarme a mí —logró decir Reuben Costa antes de que Leandro Hooper lo abrazara con más que fuerza, un tercer abrazo que le causó una conmoción inimaginable y así, envuelto por aquel masculino cuerpo, se quedó por un largo rato y al separase, ambos lo hicieron sonriendo.
—Si Pelitos de Elote pregunta, le diré que te prensaste la mano con la puerta del frigorífico —inventó el artista al terminar de vendar con gasa la parte afectada del panadero.
—¡Oh ya quiero verte, buena suerte con eso! —le contestó en medio de risas, en cuestiones de golpes y heridas era difícil engañar a Nina.
—Pondré mi mejor cara de "perdón" si se da cuenta de la mentira —añadió Leandro casi al salir del baño y cuando estaba por apagar el interruptor del bombillo, Reuben puso su mano encima de la suya con suavidad.
—Nunca dejaré que nadie te humille, nunca dejaré que nadie te vea de menos, nadie volverá si quiera a intentar lastimarte si soy yo quien está a tu lado —le aseguró —Y no pretendo ser Darío, solo quiero que sepas que puedes contar conmigo.
—Ya lo sabía, pero ahora lo he visto y me siento bendecido —confesó Leandro —Sé quien es Darío y quien es Reuben en mi vida y soy feliz con el lugar que ocupan dentro de mi los dos —dijo con suma dicha en sus ojos y con esa última frase se encaminaron sonrientes a la cocina para preparar juntos aquel delicioso postre, pero al llegar a esa parte de la casa: Darío no estaba ahí como se suponía, aunque ambos platos estaban en su mayoría listos para servir.
Darío Elba se encontraba con su hermano Bruno y con Nina Cassiani en la habitación donde permanece Don César e intentaba entretenerla para que no fuera a buscar a Reuben Costa.
Platicaban de todo un poco, se reían y jugaban con el infante, pero de repente él descubrió un leve cambio de humor en ella.
—¿Sucede algo Nina? —preguntó con gran interés pues él se mantenía atento en todo momento a ella y por eso pudo distinguir ese indicio de algo que no era alegría.
—Tengo una pregunta típica de una adolescente —dijo pesarosa —¿Siempre supiste qué hacer al salir del colegio? ¿Por qué escogiste Teología?—indagó viéndole al rostro.
Esa era una pregunta con doble fondo tanto para Darío como para Nina.
—Es una gran ventaja que uno de los motivos por los cuales debo visitarte a diario es contestar todas tus preguntas típicas de la adolescencia —le dijo con referencia a su trabajo como tutor, algo que seguía siendo de ella aunque estuviera con licencia médica por su enfermedad —¿Te respondo como debo según el manual o como yo quiero hacerlo?
—Siempre escogeré lo que quieras darme —recalcó ella.
—Pues aquí te va lo que realmente te quiero decir y es gracioso porque quizás me escucharé como un ingenuo soñador —le contestó sin dejar de verla —La verdad más pura y única que puedo darte es que yo ando buscando en la Teología, la confirmación de que mi madre está en un mundo mejor donde no hay pena ni agonía solo amor —contestó sincero.
Con esa respuesta que jamás esperó escuchar, Nina Cassiani se quedó maravillada, esa razón era la más simple y compleja que pudo imaginar. Darío Elba tenía todos los recursos suficientes para estudiar lo que quisiera en el país que fuera y aún así escogió una carrera que hasta podría pasar a la historia como lo son ahora las lenguas muertas, involucrarse con la religión, en una época donde ya nadie se sabe el padre nuestro y ni más de cinco libros de la biblia; por amor a la convicción de un mejor estado más allá de la muerte para un ser querido: era un acto de fe invaluable.
Se sintió más que identificada con él, pues ella quería ser neurocirujana y no por pasión sino por determinación; para traer a su padre de regreso a su lado. Nina Cassiani creía ciegamente que podía hacerlo mediante el amor que le tenía y la ciencia, así como lo hicieron Sandro y Mercedes con ella al cerrar su pecho después de ese riesgoso proceso quirúrgico, uno que nadie se más que ellos dos, por amor, se hubiera atrevido ni a pensar.
A Nina le sobraba amor por su padre así como a Darío por su fallecida madre y por eso quiso transmitirle su fascinación sentándose en el piso y pidiéndole que hiciera lo mismo lo abrazó.
—¿Puedo saber por qué me preguntaste eso? —dijo él feliz de tenerla cerca.
—Me siento condicionada por este tanque, no dudo en recuperarme del todo, pero si no lograra hacerlo debo buscar opciones y la verdad, ahora que lo pienso, no sé que hacer exactamente al salir del colegio —le contó con sinceridad lo que pensaba ahora sobre su futuro.
—Cuando no sepas que hacer o que camino escoger, ve y pregúntale a las margaritas —le contestó Darío, compartiéndole esa "filosofía" que aprendió de Aida de Hooper y que su madre Amira respaldaba fehacientemente.
—Pues tendré que comenzar a deshojarlas desde ya porque tengo muchas dudas y preguntas —afirmó viéndolo.
—Oh no funciona así —dijo Darío —Aquellas margaritas que siempre guardan la verdad entre sus pétalos son sólo las que tus manos siembran.
—Entonces yo no tengo salvación —se quejó con tono de tristeza —Estoy frita porque a mí se me secan hasta los cactus.
—Es una suerte que a mí hasta las piedras me florezcan, yo puedo enseñarte —aseguró haciendo que con eso Nina se emocionara, tanto que se llevó el tanquecito de oxígeno contra su pecho como si fuera un cojín.
—¿Me ayudarías a sembrar margaritas? —preguntó sonriente buscando su hombro y acomodándose a Bruno entre las piernas porque se había colado entre ambos.
—Hasta arboles de llama del bosque y de granado si quieres —asintió Darío, recordando la vez de cuando iban camino a la óptica aquella roja flor gigantesca que tomó con su mano en el aire, esa que Nina le dijo que le encantaba, la misma que ella conservaba en su libro de "Les fleur du mal" de Charles Boudelier. Luego él recordó las rojas granadas y su delirante aroma —Y por cierto, de ese último estoy desesperado por degustar aunque sea una mísera semilla —agregó.
—Esa es una de mis frutas favoritas ¿Puedo saber por qué estás antojado de granadas? —cuestionó arrimándose bajo su brazo y él tuvo que rebuscar en su cabeza la forma correcta para expresarle sus sentimientos ya que por la condición de la salud de ella, había decidido tener más que cautela con lo que le decía para que no sucediera lo mismo de hace cinco días en el jardín del hospital.
—De un tiempo acá, con solo imaginarlas, se me hace agua la boca, porque una señorita pelirroja lava su cabello con un champú de ese aroma —le dijo al comenzar a acicalar con sus dedos dicha melena.
—A mi se me ha antojado comerme las flores que me regalas, todas huelen delicioso y creo que si las pruebo... me sabrían ... Me sabrían ... a ... vos —dijo sin pensarlo y tomó un pedazo de su cabello para esconder su rostro que supo estaba más rojo que los tomates y así, con la cara semi oculta, expresó —Si hay algo que voy a extrañar y a recordar por siempre en mi cabeza es que cada mañana me las obsequiabas, solo por eso me regresaría al hospital sin quejas.
—¿Quién dijo que hay que estar convaleciente en el hospital para recibirlas? —le preguntó descubriendo lentamente ese pecoso rostro.
—Ahora mis flores tienen dueña y es por ella que brotan las semillas, solo por ella abren sus botones y revientan pétalos de todos los colores. Todo mi jardín es para una señorita bonita, la misma que muy pronto deshojará sus propias margaritas —dijo ya sin reparos.
Le costaba a montones retener todo eso que se guardaba para sí solo sobre sus sentimientos hacia ella y honestamente no tenía ni un pizca de idea de cómo le haría cuando se reincorporara a clases, porque eso que sentía no tenía vuelta de hoja ni frenos.
—Yo no tengo tierras, ni semillas que regalarte, las cuentas no salen justas Darío —contestó pensando en que ella también debía darle algo a cambio por todo lo que le daba a caudales —¿Cuál es el precio por hacerme sentir viva? —le preguntó sin quitar la mirada de esos ojos con los que soñaba.
—Regálame lo que te queda de tus dolores, tus penas y tus llantos, dame tus enfermedades Nina Cassiani, dame posibilidades en números negativos, dame acertijos sin pistas, dame tus dudas y malestares —le pidió tomando con cariño sus dos manos.
—¡Eso me costaría el alma, de lo que me pides nada bueno hay, sería como darte a beber el mar salado en cicuta! —previno, queriendo retirar las manos y él abrió las suyas para dejarla volar.
Jamás la retendría en contra de su voluntad y por esa misma razón ella, al final, no quiso separarse de sus manos; porque confiaba enteramente en él sin condiciones.
—Dame veneno Nina, dame tus males que te juro yo sé que hacer que con todo eso —volvió a pedir llevándose esas manos contra el costado en el que habita su corazón.
—¡No, no quiero, no quiero hacerte daño! —le dijo volviéndose y abrazándolo con fuerza —Pídeme lo que quieras o ya que te gustan tanto: mejor te regalo todas mis pecas, mira que son bastantes y tal vez con ellas me alcanza para pagarte.
—Oh Nina eso nunca me lo regales, que un día yo me ganaré, con honor, cada una de ellas —auguró Darío Elba en esa que se suponía era una velada de "bienvenida a casa" un miércoles de agosto poco antes de que ella se durmiera hasta el siguiente día y sin probar la cena o el postre. Nina Cassiani cayó en un profundo sueño abrazada de ese confortante y cálido torso con Bruno también adormilado sobre su regazo.
—Señor Cassiani: yo tengo más que atracción por su hija, siento algo que no puedo explicar en cada parte de mi cuerpo y daría lo que fuera por ella, he jurado que nunca voy a lastimarla o a causarle mal. Quiero verla feliz y sonriendo, quiero verla viva y viviendo cada instante con alegría, quiero verla plena, pero no para mí sino para ella misma y si un día esos hermosos ojos esmeralda se vuelven a mi favor, por Dios le juro que habré encontrado el paraíso aquí en la Tierra —le confesó Darío Elba así la verdad sobre sus sentires por la pelirroja a un César Cassiani comatoso estando sentado en el piso de la habitación con ella descansando a su lado, quedando así el secreto sin ningún testigo consiente más que quien lo declaró y que cumpliría con la promesa hasta las últimas consecuencias.
Poco tiempo después se asomó Reuben para avisar que la cena ya estaba lista y también para comunicar que recién habían llegado los demás integrantes de la familia para el festejo que se dio sin la agasajada porque no hubo forma de despertarla y por eso Reuben prefirió llevarla en brazos a la cama porque Darío no podía ponerse de pie por tener las extremidades adormecidas.
—Necesito de tu complicidad en un asunto —le dijo a Reuben cuando regresó para darle la mano y ayudarlo a levantarse —¿Me ayudarías? Entenderé si dices que no.
—No puedo negarme si antes no me explicas —le respondió el panadero.
—Dame uno de los expedientes médicos de Don César, el más completo que se pueda —pidió sin dudar ni un segundo en lo que solicitaba.
Reuben Costa no se rehusó ni puso peros, tampoco pidió una explicación. Sobraban las palabras para entender lo que Darío se proponía con aquellos diagnósticos y por eso, el pandero se encaminó hasta la mesa de noche que estaba en esa habitación y le indicó a Darío Elba que aguardara en la puerta por si alguien llegaba y buscó entre los legajos de cientos de hojas la información y cuando la encontró la sustrajo con cuidado para entregarla.
—Sácale una copia y mañana me lo devuelves, debo colocarlo en el mismo lugar antes de que se den cuenta.
—Mañana lo tendrás sin falta, gracias. Vamos al comedor antes de que empiecen a preguntar donde estamos —instó Darío a su nuevo amigo ahora también cómplice de un presunto robo.
Entre risas, bromas y calidez familiar transcurrió la fiesta de bienvenida de regreso a casa de Nina Cassiani, sin ella presente a la mesa, con su plato de comida y postre reservados en recipientes conservadores para que los disfrutara cuando quisiera al despertar.
Luego de degustar esas delicias culinarias y de un postre magnífico Darío Elba se despidió de todos y se retiró a su apartamento junto a su hermanito menor, Leandro Hooper y también en posesión de aquel expediente como prioridad entre ceja y ceja. Iba armando un mapa médico que seguiría desde el siguiente día para tocar todas y cada una de las puertas nacionales y extranjeras las opciones y posibilidades para recuperar al padre de Nina y no se daría por vencido aún si llegara a agotar todos los recursos con los que contaba, buscaría por cielo y tierra por una presunta cura o al menos una mejoría —Si tan solo al menos él despertara sé que Nina estaría completa —se decía en sus adentros.
Ya por la autopista libre de tráfico, su mente se perdió un poco al ver por el parabrisas ese despejado cielo azul oscuro estrellado y suspiró un buen par de veces pensando en esas pecas que hace unos momentos le habían ofrecido y que él dispuso ganarse con méritos, sin saber qué, de esos pintos lunares que recubrían la piel de Nina Cassiani: todas ya tenían estampado su nombre y el olor de su perfume hasta en los espacios más ínfimos y delicados.
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