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Era un simple y sencillo saludo de manos entre dos hombres, algo tan básico, cotidiano y común que se practica un sin número de veces durante el transcurso de la vida; una muestra de buena cultura, educación y cortesía tan banal que en estos tiempos ya ni se le presta la atención debida.
Pero para Reuben Costa, que intentó tranquilizarse en un esfuerzo casi sobrehumano por no desarmarse mientras se disponía a saludar a Leandro Hooper, fue más que eso.
Perdió a totalidad el color del rostro en el instante en que enlazaron sus manos por primera vez y con ese ardor que emergió de la yema de sus dedos y que le recorrió cada milímetro de su cuerpo desatándole incalculables sensaciones desconocidas; tuvo más que suficiente para que le fuera imposible evitar sudar a mares siendo traicionado por sus propios nervios.
Las palabras escaseaban y las pocas que quedaban en su garganta: se enredaron sin poder salir, sofocadas y pérdidas en las ventanas de sus ojos.
—¿Ustedes dos ya se conocían? —preguntaron Nina Cassiani y Darío Elba a sus respectivas amistades que denotaban expresiones y conductas singulares entre sí, pero lo más notorio de la situación que acontecía fue la calidez que reinaba en el ambiente: no había ni una pizca de tensión en el aire, lo que se percibía y hasta se podía palpar era empatía y afinidad.
—No ... yo no ... le conocía, mucho gusto soy Reuben ... Costa —se presentó al fin el panadero, negando así haber visto antes al artista del cual todavía no soltaba la mano por estar embobado en esa hipnótica sonrisa presente en sus labios, esa misma de cuando se tropezó con él bajo ese frondoso árbol.
—Tienes un poco de chocolate blanco bajando por la comisura de la boca —dijo sin flaquear Leandro Hooper luego de reponerse de la impresión por coincidir de nuevo con esa persona a la que tanto había buscando con desespero y que encontró en el lugar menos pensado y dejándose guiar por sus instintos y sin malicia alguna; buscó su pañuelo y envolviendo el dedo índice de su mano izquierda, acortó la distancia que lo separaba de Reuben Costa y preguntando sin dudar ni dejar de sonreír, le dijo:
—¿Puedo?
Y sin esperar una respuesta vocal, usando sólo su intuición, Leandro se apresuró a impedir que aquella gota que amenazaba con ensuciar la barbilla de Reuben continuara su camino.
—Gracias —pudo decir el panadero que no quiso ni tuvo intención en ningún segundo de esquivar esa intromisión a su espacio personal.
No entendía el por qué, pero no se sintió incomodo y por eso le devolvió una sonrisa que no tenía idea, en ese entonces, de dónde provenía. Aunque tuvo recelo de esa sensación desconocida parecida a una descarga eléctrica que le recorrió de pies a cabeza y que murió en la parte baja de su abdomen y con eso, algo parecido a la timidez se apoderó de él.
—Para servirte, soy Leandro Hooper y es un gusto conocerte —contestó el artista mientras retiraba su mano, dando por terminado así aquel saludo que se había extendido lo suficiente como para darle a él, tiempo necesario de controlar sus emociones, aplacando la ansiedad que le invadía el cuerpo entero y muy sensato, se apresuró en hacer que Reuben no se cohibiera.
Estaba verdaderamente interesado en ganarse su confianza y jamás expondría que ya antes había coincidido con él para no molestarle.
—Tanto Nina como Hirose me hablan maravillas de tu dedicación con los estudios, lo cual me hace sentir honrado que aceptes darme tutoría —añadió sonriendo muy alegre y viendo fijamente a los ojos del que supone ahora sería su asesor en cuestiones de números y negocios.
—Gracias, de nuevo —contestó Reuben soltándose un poco y retirando al fin el tenedor de su boca, que de no haber sido metálico, ahora estaría deshecho de tanto que lo había mordisqueado —Pero la verdad no hago maravillas, solo trato de salir adelante —contó guardándose su mano izquierda en el bolsillo.
—¡Vamos Reuben olvídate un rato de la modestia! —le dijo Darío desde el sofá donde jugaba con Nina y el burrito de manta Sabanero que le había sido entregado por su dueño antes de presentarse con el panadero —No es sólo porque Hirose lo diga, personalmente también creo que eres más que excelente. Tendrás un futuro brillante por tu dedicación y entrega.
—Además tu fama te precede por tus propios logros —afirmó Nina —¿Quién es el que escribe desde hace un buen tiempo los mejores análisis financieros para la revista del Colegio de Economistas y aún es un estudiante?
—Hnm yo —aceptó Reuben sonriendo con más tranquilidad volviendo a ver la pelirroja —¿Pero quién me los edita?
—Yo sólo reviso los puntos y las comas, nunca he tocado una palabra ni siquiera para reemplazarla por un sinónimo y no porque no entienda sobre el tema. Es porque son inmejorables, para mí también eres el mejor —concluyó Nina, haciendo que Reuben ganara un poquito de auto confianza y hasta dejara escapar un suspiro de alivio, que por desgracia no duró mucho tiempo debido a una interrupción inesperada.
—Buenas tardes —saludó una tercera persona —Vengo por la paciente Cassiani para la toma de radiografías de tórax que corresponde a este día —dijo la enfermera que traía la silla de ruedas consigo a la cual Nina miró con desagrado. Ahora que ya no tenía la sonda pleural ni el tanque de drenado no había necesidad de transportarla en camilla, pero a sabiendas de que no debía de sobre esforzarse: rehusaba depender de ese artefacto.
—¿Puedo ir caminando? —preguntó la pelirroja que nada perdía con seguir insistiendo.
—Nina pero si no puedes caminar hace un rato ... —dijo Reuben sin poder terminar de hablar por la mirada de descontento que ella le dirigió y que también acompañó de un "Cállate o te callas" mudo que él conocía a la perfección, pero volvió a insistir porque había visto hace poco que la pelirroja casi se desmaya por agitarse de más.
—Si no quieres usar la silla, déjame llevarte en brazos o en la espalda, todavía te aguanto —ofreció, olvidando casi por completo a los demás que le acompañaban cuando se le afloró el ese sentimiento de protección infinita que tenía por ella.
—¡Gracias Reuben, pero aquí el único burrito es Sabanero! —le dijo Darío Elba dándole unas palmaditas en la espalda, no quería sentirse relegado, pues él también podía y quería cuidar de Nina —Intentaremos caminar y si no puede yo me encargo de ella. En lo que regresamos, te quedas aquí con Leandro —le dijo Darío Elba mientras se alistaba para cargar el tanque de oxígeno portátil que le estaba colocando la enfermera a la pelirroja.
—Leandro aprende y Reuben, por favor: enséñale, nos vemos —añadió al entregar cinco sobrecitos de color amarillo muy apretujados con la paga por adelantado que le había prometido al panadero y después dijo adiós a ese par que se quedaron solos en la habitación.
Cuando la puerta se cerró Reuben Costa volvió a impacientarse de nuevo, pero Leandro se esforzó en hacerle sentir tranquilidad.
—¿Te gustaría salir a beber o comer algo? —preguntó el artista sin apartar la mirada del rostro del panadero.
No pretendía intimidarlo, en especial después que notó la palpitación acelerada en las venas del cuello de éste y así fue que confirmó qué, aunque Reuben lo negase, si le había reconocido y a eso le adjudicaba su nerviosismo: temía sentirse expuesto.
—Claro, vamos —aceptó Reuben adelantándose para salir de la habitación, pero Leandro también pensaba cruzar la puerta al mismo tiempo y por eso recibió un buen golpe en el hombro.
—¡Lo siento! ¡Estoy mal acostumbrado a que Darío me deja pasar antes que él! —se disculpó Leandro.
—No, perdóname a mí la torpeza, pasa y espero no haberte hecho daño —le dijo indicándole con la mano que avanzara y Leandro sonrió más que complacido por la atención recibida.
Mientras caminaban por el pasillo en busca de la salida, Reuben se rezagó un poco para ver a Leandro a distancia desde atrás y hacer eso nada más le sirvió para acrecentar su desasosiego.
—¡Oh Dios creo que estoy ciego o más miope que Nina y Oneida juntas! —dijo en voz baja el panadero al ver que, aparte del rostro fino y delicado que tenía Leandro, por ningún otro lado él parecía mujer.
Si bien era cierto que de los tres, Leandro era el de menor musculatura sí tenía el cuerpo más que definido de manera masculina y se manejaba, al caminar, como lo haría cualquier otro hombre.
—¿Dijiste algo? —preguntó el artista a Reuben deteniéndose para esperarlo.
—¿Ah? ¡No, no nada! Sigamos que me urge una buena taza de café —le dijo invitándolo a continuar en busca de la cafetería. Pero la verdad; si por Reuben fuera, estaba listo para que se lo tragara un portal a otra dimensión y así poder huir de ahí, antes que aceptar que mujer o no: esa persona no le disgustaba.
Y por eso algo le decía que sin importar en que cuadrante del universo fuera a parar, siempre habría colisionado, de una u otra forma con el enigmático carisma de Leandro que le inquietaba de una manera extraña con cada interacción que tenía con él tuviera relación con el propósito de ser su tutor o no y bastaba con analizar lo que sucedió minutos después.
—¡Camina más rápido mi abuela que Nina! ¿Por qué diantre Darío no la ayuda? —se quejó Reuben poco antes de llegar a la puerta del ascensor distrayendo su pensamiento abarrotado del artista, al ver qué, no muy lejos de donde ellos dos estaban, la pelirroja se desplazaba con la lentitud de un caracol con Darío a su lado sin hacer nada por agilizar el paso.
—Si le está ayudando —repuso Leandro a ver la escena sonriendo —¿Puedes ver lo que yo veo?
—Mejor te diré lo que no veo: no veo que la cargue, sólo la lleva de la mano, eso no es ayudar, eso es otra cosa ¡Ni siquiera va tras de ella para detenerle el golpe si llega a caerse! —dijo ya muy molesto y pensaba ir a reclamarle a Darío, pero Leandro lo retuvo poniéndole suavemente una mano en el hombro que hizo que de nuevo todo él se estremeciera.
—Eso también es ayudar, es transmitirle la confianza necesaria para que consiga, en este caso, llegar hasta donde se lo proponga sin pensar en el tiempo que le tome hacerlo. Nina no es débil, nunca lo ha sido, pero tienes que creer en ella, además Darío jamás se permitirá descuidarla, confía en él —respondió Leandro Hooper haciendo que también Reuben Costa confiara en sus palabras y con eso, el panadero se aventuró en una montaña rusa de emociones por el simple hecho de estar conversando con él cosas puramente triviales dentro del ascensor.
Y en efecto, tal como lo había dicho Leandro Hooper, Darío Elba no se perdía de ninguno de los movimientos de Nina Cassiani porque aunque quería que la pelirroja se manejara por sus propios medios, no pensaba descuidarla y a pesar de que se había hecho el de la vista gorda con el comentario del panadero que fue interrumpido por ella: sabía que su deficiencia respiratoria le impedía desplazarse como lo haría una persona saludable.
Pero tenía más que una razón valida por la cual la llevaba de la mano y no en brazos como lo habría hecho Reuben Costa.
—A ver Darío, dime: si me desmayo ¿Cómo pretendes atraparme? Llevas ese tanque en una mano y las bolsas de suero en la otra —preguntó Nina al verlo caminar tras ella sin más distancia de separación que la que les permitían el largo de las sondas —¡Vas a terminar todo enredado y de fijo te vas a lastimar!
—¡Lanzaré todo por allá a la más mínima señal de que te desvanezcas! —le aseguró mientras sonreía —A mí me puede pasar lo que sea, pero mientras pueda protegerte de causarte más dolor, estaré más que satisfecho.
—¿Crees que lograré llegar o que me voy a caer? —preguntó ella con un objetivo en específico en mente que dependía de la respuesta que le diera Darío.
—No espero que te caigas Nina, te sigo porque si desfalleces no dudaré en ayudarte a ponerte de pie las veces que sean necesarias o me quedaré en el suelo contigo si así lo deseas.
—Entonces, ¿Puedo pedirte algo?
—Lo que quieras, pídemelo
—Camina conmigo —dijo Nina deteniéndose y poniendo una mano sobre la pared para apoyarse, estaba muy cansada a pesar de que avanzaban a paso de tortuga —Pero a mí lado por favor —pidió casi como una suplica con la respiración entre cortada.
—Todos caminan cuidándome la espalda, Sandro, Rhú, Oneida, hasta Bloise y Moira lo hacen el colegio y no quiero eso, tampoco quiero seguir caminando detrás de alguien. Quiero que camines junto a mí Darío ¿Puedes?
—Es lo que quiero y deseo hacer si me permites aunque no siempre esté a tu lado —contestó muy sincero Darío Elba que se acomodó las sondas y se cambió el tanque de oxígeno en la otra mano para hacer lo que solicitaba Nina Cassiani y ofreciéndole su mano izquierda para continuar por aquellos pasillos; ella la tomó y siguió adelante hasta llegar a su lugar de destino, en el cual la pelirroja se dejó caer sobre una silla y aunque le ardían los pulmones por el esfuerzo que les exigió rendir estaba feliz de hacerse valer por sí misma después de casi una semana de no hacer más nada que yacer en la cama del hospital.
La toma radiografías no duró ni la quinta parte de lo que tardó el viaje de ida y Darío tenía un doble propósito al haberla acompañado: estar a solas con ella por el tiempo que pudiera e intentar algo que se había propuesto conseguir y no pensaba perder la oportunidad y por eso, con algo de ingenio se atrevió a decirle
—Nina, perdona mi ignorancia, pero ¿Cómo se llama esa máquina que está allá? —y señaló el artefacto en cuestión.
—Es un scanner de resonancia magnética
—¡Oh ya veo! ¿Y para qué se usa?
—Hnm buena pregunta Darío, sirve para crear imágenes del cuerpo y sabes algo ¡Me encanta tu ignorancia! —dijo Nina antes de recostarse sobre su hombro mientras se frotaba los brazos, en esa zona donde las agujas estaban ausentes por escasos instantes.
—¿Aún no te animas? —preguntó refiriéndose a ese examen pendiente que Nina ya llevaba largo rato postergando.
—¡Shhh! Habla bajito que si la enfermera escucha que ya me tomaron las placas me volverá a clavar las agujas de nuevo y quiero disfrutar este momento al máximo ¡No te imaginas lo bien que se siente estar libre de esos cables y aprovecharé cada segundo, aunque no pueda ni caminar dos metros sin la ayuda del oxígeno!
—Sleepy Girl ¿Quieres saber algo? Estoy a punto de secuestrarte porque me duele verte así. Me tienes trastornado, tanto que voy a cometer la locura de privarte de tu segura recuperación, así que tendrás que llamar a los de seguridad antes de que nadie pueda detenerme. Pero una vez que estés fuera de este lugar: dejo a tu voluntad que vayas donde desees ir aunque no sea conmigo.
—¡Oh no sería un secuestro, sería una fuga! —le interrumpió Nina muy emocionada y hasta con un brillo de ilusión en los ojos —Porque quiero ir a donde sea que sea, pero sólo si estás a mi lado e incluso regresar a la camilla estaría bien si te quedaras conmigo todo el tiempo, pero sé que no puedes, así como tengo más que claro que si no me recupero no saldré de aquí jamás —aceptó ella mientras buscaba refugio entre su pecho.
—Y aún no estoy lista para tomar ese examen —dijo señalando la máquina de resonancia magnética —Pero el día que lo esté, te buscaré y estarás conmigo antes, durante y después para leer los resultados.
A Darío Elba escuchar eso le desencadenó un doble pálpito y una serie de latidos alocados y no pudiendo controlar la euforia se puso de pie y levantando a Nina Cassiani del piso, la abrazó contra su cuerpo y mientras se regocijaba de la felicidad comenzó a girar y girar riendo a coro con ella y sólo se detuvo hasta que él se sintió mareado.
—¡Ay Dios Nina, perdón! —le dijo a la pelirroja mientras la depositaba suavemente en el piso —¡Debes de estar más que cansada de sentirte mareada y mira lo que yo acabo de hacer!
—¡Me gusta sentirme así, pero sólo si ésta sensación es provocada por vos Darío! —contestó Nina a quien el mundo entero le daba vueltas, pero por experimentar eso que nunca antes había sentido.
Ese extraño revoloteo perceptible hasta en los huesos y en cada rincón de su cabeza, esa sensación que le hacía olvidar todo y nada más querer ser como el aire: libre y sin ninguna atadura más allá de esos brazos que la sostenían, por Darío Elba ella había comenzado a sentir cosas extraordinarias que no conocía ni imaginaba que existieran.
—Me gustaría hacerte sentir así toda la vida Nina Cassiani —confesó Darío Elba muy cerca de su oído sin separarse de su lado y pidiéndole a señas con la mano a la enfermera tan sólo cinco minutos más, robando tiempo para la pelirroja en libertad de esas agujas y sondas —Porque justo así me siento desde que te conocí —concluyó poco antes de que Nina guardara su cabeza cerca de su cuello y le depositara un beso para después desprenderse de él e ir con esa persona que debía volver a apresarla con eso que ya parecían cadenas, pero que aceptaba para su propio bien.
De ese miércoles a finales de julio a una semana de los percances sucedidos en la salud de Nina y que la llevaron a permanecer hospitalizada por un período de veintiún días exactos, tanto ella al igual que Darío, Leandro y Reuben tenían mucho que recordar y que sentir.
Aunque de los cuatro; era el panadero el que estaba más que ofuscado por todo lo que podía recordar con un lamento que tampoco había vivido antes del segundo día que cambiaría su vida en definitiva.
—¿Por qué me rendí? ¿Por qué me negué? ¿POR QUÉ? —se preguntaba Reuben Costa con la cara enterrada entre sus manos la madrugada del día siguiente después de conocer a Leandro Hooper: razón exacta por la cual no pudo dormir ni media hora del gran enredo mental en el que estaba sumido por su causa.
Había repetido en su memoria, hasta perder la noción del tiempo una y otra vez su encuentro y con cada segundo que invertía en eso, se detestaba cada vez más porque tenía dos espinas metidas muy profundo que no conseguía sacarse con sus habituales métodos: ni con el estrepitoso ruido de la batidora industrial ni el de las bandejas para hornear siendo acomodadas a la brava y mucho menos las pasadas horas eran capaces de hacerle olvidar, su comportamiento.
A Reuben Costa la actitud y el modo de Leandro Hooper le había calado hondo y ahora por eso se arrepentía: esa persona no se merecía que lo abandonara ni mucho menos que lo tratara como lo hizo mientras estaban juntos en la cafetería.
—¡Soy un imbécil ¿Por qué no acepté ayudarlo? —siguió cuestionándose sin obtener los respuestas esperadas.
Y como si en su cabeza alguien hubiera apretado el botón de repetición infinita y cíclica, podía recordar por completo lo sucedido; eso que lo tenía en esa condición de penuria.
—¿Me puedes decir por qué quieres aprender sobre economía y finanzas? —preguntó Reuben Costa ya más relajado adentro de la cafetería del hospital luego de beber un trago de café.
—Se supone que era lo que debía de haber estudiado desde que me gradué al salir del colegio, pero la verdad es que aparte de que no le encuentro la gracia no me interesa ni la fracción de un grano de azúcar saber sobre eso —contestó al sumergir la bolsa de té, que traía consigo y que sacó de su cigarrera, sobre la taza de agua caliente que ordenó como bebida.
—¿Y que te motiva ahora?
—Hice un trato con la señora mamá el cual debo asumir y es el de involucrarme en el negocio familiar —dijo Leandro ahorrándose la parte de que el trasfondo de todo era la felicidad de Darío mediante la salud de Nina.
—¿No te animas en aprender de la fuente directa porque no tienes una buena relación con ellos? —preguntó al escuchar que él antepuso la palabra "señora" en vez de decir sólo "mamá". Una palabra a la que él tampoco era asiduo, porque no había pronunciado desde que tuvo uso de conciencia.
—Acabas de decir la verdad, nunca han estado ni estarán conforme conmigo, para nada me va bien cuando me junto con ellos y no creas que no lo he intentado, pero ni siquiera me dejan vestir como a mi me gusta —contó.
—Es que eres una persona ...
—Puedes decirme como se te ocurra y lo que te venga en gana, pero por favor, no me digas "raro" —pidió Leandro interrumpiendo a Reuben sin permitirle terminar la oración.
—Iba a decir distinta y no me pareces raro, por lo tanto nunca te diría así ¿Qué clase de negocio es el de tu familia? ¿A qué se dedican? —contestó sonriendo Reuben al identificarse con Leandro por ese malestar con ciertas palabras, pues "renacuajo" era su talón de Aquiles a pesar de tener veintitrés años.
Leandro muy alegre por esa respuesta, sacó su billetera y buscó la única tarjeta de presentación que conservaba donde estaban sus datos y su posición dentro de la jerarquía de la empresa familiar y extendiéndola se la dio a Reuben y cuando éste la leyó, volvió a verlo atónito y no pudo contener preguntar lo que era más que obvio:
—¿Me estás diciendo que la cadena de tiendas por departamento "Hoobert" es tuya? ¿Las mismas donde se puede comprar una simple tarjeta de regalo en el área de cajas hasta un exclusivo juego de recámara completo?
—Eso dice el testamento machista de mi familia, aunque por mí Gail puede quedarse con todo ¿Sucede algo? —preguntó Leandro al ver un gesto de reserva en la cara de Reuben.
—No podré ayudarte, yo no tengo experiencia —dijo Reuben creyéndose pequeño e inservible para el trabajo que significaba el simple hecho de querer inducirlo a ese mundo tan perfectamente consolidado que era dantesco. Él pensaba que se trataba de un negocio pequeño no de un imperio de millones de dólares y por eso decidió ponerse de pie para retirarse —Lo siento, pero no puedo con algo de semejante magnitud.
—¡Pero yo creo que si puedes! Por favor, inténtalo conmigo —pidió Leandro.
—Hay miles de miles de personas que pueden asesorarte y mucho más que eso ¿Por qué tengo que ser yo?
—Porque eres una buena persona —aseguró el artista.
—¿Cómo puedes decir eso de mi si no me conoces? No soy más que un perfecto extraño.
—¿Alguna vez has creído que de cientos de personas allá afuera una que no te conoce, una de la que no te sabes ni el nombre puede ser la que necesitas a tu lado para cruzar un camino empinado sin importar que sea un completo extraño? —pregunto Leandro para hacerle reflexionar que en un inicio todas las personas son desconocidas entre sí, pero que es la oportunidad de creer y confiar en ese alguien lo que concibe las mejores amistades y alianzas.
—¿Y por qué crees que esa persona soy yo? —preguntó Reuben un tanto perturbado, claro que conocía a un "extraño" que tenía por nombre Sandro Cassiani sin el que ahora no estaría ni siquiera hablando. Pero él no se consideraba tener ni un tercio de lo buena persona que era su mejor amigo.
—Porque lo presiento y además me lo dijo una margarita.
—Estás muy equivocado si crees que el azar, la intuición y el ingrediente secreto del amor te van ayudar a sobrevivir en la realidad Leandro Hooper —sentenció frívolo Reuben Costa mientras sacaba un billete para pagar la cuenta y lo dejaba en la mesa listo para marcharse y por mera costumbre se guardó la tarjeta de presentación que tenía en las manos.
—Por eso también necesito de alguien que me haga ver que mis aciertos también pueden ser erróneos, alguien que sepa lo que se vive allá afuera donde no valen los afectos ni presagios.
—¡Esto es muy complejo Leandro, no son sólo aciertos o errores! Te buscaré al mejor de mis catedráticos o a todos si así lo deseas, ellos si sabrán como ayudarte y mejor lo que podría hacer yo.
—No quiero que nadie más me explique porque estoy cansado de que se burlen de mi sólo por no saber el precio de las acciones del día de hoy ni la conversión de euros a la moneda local. No soporto que me digan "iluso" y esa es la segunda palabra que más he escuchado en mi vida después de "raro" —manifestó Leandro y así una persona más, descontado a Darío, conocía sus debilidades.
—¡Oh mira que casualmente yo también tengo una historia triste y podemos compartirla un día si quieres! ¡Pero no mezcles eso con mi carrera ni con lo que pretendo ser como profesional! Son dos cosas totalmente distantes y sin comparación. Lo siento, pero no creo que la persona necesites pueda ser yo, devuelve esto a tu amigo de mi parte —finalizó enojado poniendo los sobres que contenían el dinero sobre la mesa y se fue.
Leandro Hooper se quedó sentado un tanto decepcionado con la cabeza ladeada reposando sobre su mejilla y viendo su reflejo sobre el cristal de la ventana.
—¡Las margaritas nunca se equivocan Reuben Costa! ¡Y aprenderás eso de mi y conmigo así sea que me tome una eternidad! —se convenció retomando la sonrisa en su rostro sacando otra pequeña libreta del tamaño de su bolsillo y se dedicó a recrear todas las expresiones faciales que recordaba haber visto en esa persona que se alejaba, sin volver a ver hacia atrás, de la cafetería con las manos enfundadas en los bolsillos.
Y justo ese era el pesar más grande que tenía atascado en su conciencia Reuben Costa todavía a las tres de la mañana del día siguiente: el haberse rendido sin antes dar la batalla, pero en el fondo; haber dejado desamparado a Leandro Hooper de esa manera.
—¿Qué carajos me cuesta intentarlo? ¿De verdad es porque meterse con él es entrar a las grandes ligas o porque me agrada su compañía? —se cuestionó sin tapujos mientras sacaba su móvil para llamarlo, aunque sea debía de disculparse por irse de manera tan brusca.
Pero al no encontrarlo entre sus contactos, recordó que no se tomó la molestia de tan siquiera pedirle el número telefónico y con las manos atrás de su cuello, comenzó a caminar en círculos por todo el local de la panadería, quería hacer lo correcto y sentirse tranquilo con sus decisiones y necesitaba decirle dos cosas que tal vez eran más fáciles de expresar si no lo veía al rostro.
—¿Será muy raro si llamo a Darío y le pido que me comunique con él? Hnm puede que esté molesto conmigo, mejor no —recapacitó Reuben que lo que menos quería era que más personas se involucraran en su asunto pendiente —¡La tarjeta debe de tener su número para localizarlo! —dijo con emoción y la buscó casi desesperado en su billetera
—Tengo que dejar de llamar a las personas de madrugada —dijo Reuben en voz alta mientras veía la hora sin percatarse de que, del otro lado de la línea, alguien le escuchaba con atención.
—Pero es lindo recibir llamadas a esta hora, son fuera de lo común y a mi me gusta lo inusual —dijo a modo de respuesta Leandro Hooper —¡Buenos días Reuben Costa!
—¿Puedo saber que hacen ustedes dos despiertos tan temprano? —preguntó Reuben al darse cuenta de que tampoco en Leandro había un indicio en su tono de voz de que estuviera durmiendo al igual que en Darío el día de ayer por la madrugada.
—Eso es secreto de Estado —dijo Leandro riendo —¡Es broma! —continuó —Por la hora que es, creo que Darío debe de estar preguntándose dónde está su auto el cual yo estoy conduciendo porque tenía algo que hacer que no podía esperar más tiempo.
—¿Qué tienes que hacer no puede esperar hasta que salga el sol?
—Ya lo verás, pero mejor cuéntame si hay algo en especial que quisieras decirme.
—Si, quiero decirte que ... ¿Me dijiste que ya lo veré? ¿Qué voy a ver? —preguntó asustado Reuben Costa y no tuvo necesidad de respuesta porque se encontró con Leandro Hooper en la entrada de la puerta principal de la panadería sosteniendo el teléfono contra su hombro porque en las manos traía dos bandejas de pequeños Coulant de Chocolate y tenerlo de nuevo frente a él solo con el vidrio de separación hizo que un escalofrío le gobernara el cuerpo.
Él estaba listo para hablarle, pero no para verlo de nuevo.
—¿Me harías el favor de abrir la puerta? —pidió Leandro aún por el teléfono.
—No .. abrimos ... hasta las cuatro de la mañana —repuso Reuben sin poder ocultar más el nerviosismo que lo desbordaba.
—¡Mentira, el letrero dice abierto! —contestó Leandro con una sonrisa —Pero está bien, no te preocupes que yo sólo venía a dejar esto como muestra de disculpa por hacerte sentir presionado, ese no era mi objetivo. Te gustaron mucho ¿O me equivoco? —dijo sacudiendo levemente las bandejas.
—¿Sabes que es mejor enseñar a pescar que regalar un pescado, verdad? Y no te equivocas, si me gustan mucho e iba a pedirte la receta.
—¡Oh me gustan mucho los frutos del mar, pero no sé pescar! ¡Pero tampoco creo que sea tarde para aprender y claro que te daré la receta! ¿Eso era lo que me ibas a decir?
—No, no era eso, iba a decirte que quiero enseñarte a ser el mejor pescador en el mar de los negocios de tu familia, tan bueno serás que nadie nunca volverá a verte de menos o a restarte credibilidad sólo por no vestir de traje y corbata como ellos y no dejaré que nadie más se burle de tus capacidades. Creo que puedes hacerlo y si llegaras a dudar o si tus margaritas algún día se equivocan, ahí estaré para que sigas adelante —le dijo muy decidido Reuben Costa a Leandro Hooper al abrir la puerta de la panadería, invitándolo a pasar a ese lugar donde los dos aprenderían de sí mutuamente más allá que números estadísticos y medidas exactas.
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米^-^米
Gracias a todos/as por los 25K de lecturas, de "gift" les dejo dos GIF uno de Reeve Carney/Leandro Hooper y otro de Aaron Taylor Jonhson/Reuben Costa.
Hm ... Ese par y sus miradas, esas miradas ... Me pregunto ¿Qué se estarán diciendo sin palabras?
Por eso les propongo algo: comenten, según su punto de vista en cada GIF ¿Qué creen ustedes que se dicen con esos gestos? A la respuesta más creativa ... Le dedico el siguiente capítulo.
( ͡° ͜ʖ ͡°)
米^-^米
No olviden reproducir la canción del media, sé que les gustará además de que su letra es perfecta para éste capítulo y tiene un significado especial para mí.
Arigato a Dano harrytakeacat por modificarme el GIF de Reeve y millones de gracias a todos/as quienes me brindan su apoyo por mi estado de salud sin importar las barreras del tiempo ni la distancia.
¡Gracias!
Con más que afecto: Emme.
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