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Eran poco más de las nueve de la mañana cuando a Nina Cassiani, el sonido de un lápiz rasgando el papel y la melodía de una canción que provenía de una voz que no conocía, le provocó abrir sus párpados de par en par sólo para encontrarse con una persona que nunca antes había visto en su vida.
Se acomodó contra el respaldar de la camilla y se colocó los lentes para llevarse la sorpresa de que si reconocía ese rostro, pero con un cuerpo distinto al que estaba más que acostumbrada a ver.
—¡Hola Pelitos de Elote! ¿Cómo amaneces? —preguntó Leandro Hooper con amenidad, cerrando su libreta y levantándose del sofá la saludó con la mano a la pelirroja que lo veía un tanto extrañada y se acomodaba para cubrirse con el saco de Darío Elba que había sido casi terapéutico al dejarla descansar sin miedos.
—¿Se te hace familiar alguno de mis rasgos? —añadió al notar que ella no dejaba de verla la cara.
—Creo que si, pero no estoy segura, buenos días —contestó Nina un poco seria.
—Te echaré una mano —dijo llevándose la libreta para taparse y dejando sólo sus ojos descubiertos y le alzó las cejas con un movimiento único que solo había visto en una persona a la conocía desde hace diez años.
—¡Eres el hermano de mayor Gail! Eres ...
—Leandro, a tu servicio —terminó la oración quitándose el sombrero e inclinándose -Y se me ha encomendado la noble misión de cuidarte durante el tiempo que te encuentres hospitalizada.
—¿Darío te mantiene obligado a estar aquí? —cuestionó Nina al recordar las palabras que él le había dicho el viernes y aunque agradecía con el alma no pasar más tiempo sola en esa habitación: no veía justo que Leandro estuviera ahí como un deber, no quería ser el peso de nadie más que el de ella misma.
—No por obligación, heme aquí por amor —contestó con mucha convicción sin dejar de sonreír ni un instante —De lo que Darío me pide o pida hacer, todo es para mi un placer
—Gracias por gastar tu tiempo conmigo, de verdad te lo agradezco mucho, gracias —dijo Nina satisfecha de ver que a él no le desagradaba acompañarla.
—Ya verás que nos la vamos a pasar bien ¿Puedo acercarme para observar lo que cuelga de tu cuello? —preguntó curioso y cuando Nina asintió, éste al comprobar que era un objeto demasiado especial se llevó las manos a la boca para tapar su asombro
—¿Qué pasa? —preguntó Nina.
—Nada, sólo me hace feliz conocerte y hablarte, de verdad, dichosos los ojos que te miran Nina —aseveró mientras abría su libreta y sin apartar la mirada de la enferma comenzó a retratarla de nuevo.
—¿Estás dibujándome?
—Ajá ¿Por qué?
—No creo que mi rostro sea el más agradable en estos momentos para que te gastes tus lápices en mi. Estoy llena de brotes hasta encima de los brotes, aún no me baño ni me he peinado, en pocas palabras estás dibujando a una chica desaliñada.
—Yo estoy dibujando a Nina Cassiani Almeida y debes saber que yo dibujo más allá de lo que está en la piel y no hay seres humanos feos o desaliñados Nina, sólo almas tribuladas encerradas en esos recipientes que se llaman cuerpos; por eso de vez en cuando la gente se ve mal, porque sus envases y esencias lo están.
—¿Puedo ver? —dijo ella estirando el cuello intentando fisgonear.
—Hasta en eso te pareces a Darío —sonrió Leandro
—¿Hnm?
—No me hagas caso, dame unos minutos y te dejo ver —y con la mirada clavada en los ojos de aguas verdes esmeraldas en pocos trazos había terminado el retrato
—¡Listo! ¡Ah no! Espérame que le falta mi firma y ya, ahora si.
Y extendiendo su libreta mostró lo que acababa de hacer sólo para que la pelirroja quedara atónita y con la boca abierta: ahí estaba ella a detalle tal y como se veía en el espejo hasta con las marcas de la varicela, pero no con la expresión que conocía al verse, era como si de verdad Leandro hubiera sacado en un papel eso que ella sentía por dentro.
—¿Me pones la calificación máxima o me repruebas?
—No hay estándares para lo que haces Leandro, no sé ni que decir
—Oh no digas nada, sólo vive, respira y disfruta que para eso existe el arte, pero para que dejes de sentirte "mal" por como te ves por fuera iré a buscarte quien te baña y mientras te voy a dejar ver mi otra libreta, que ésta tiene un apartado de dibujos no aptos para menores de veintiún años y me pueden llevar a la cárcel por perversión de niñas bien —repuso guiñándole el ojo antes de salir de la habitación y Nina comenzó a reírse y sonrojarse.
Con otra libreta en sus manos, Nina Cassiani se quedó maravillada con cada página que hojeaba, Leandro Hooper no dibujaba sólo con habilidad: era capaz de capturar las emociones de las personas ya fueran niños, adultos, ancianos, hombres o mujeres y sin necesidad de que sus retratos tuvieran más color que el del grafito o la sanguina eran tan pero tan vívidos que superaban a las fotografías.
Hasta en los paisajes que había plasmado se podía sentir la brisa, la lluvia y el sol del desierto a través de un sencillo bosquejo; se podía sentir el olor de los infinitos campos de lavanda si se escudriñaba cada punto y cada línea hasta unirlas en un todo que se volvía glorioso y justo esa era la palabra más acorde para definir lo que él hacía con sus manos: alcanzar la gloria en un pedazo de papel.
Nina siguió deleitándose con cada página que pasaba por sus dedos y al llegar a la mitad de la libreta había una hoja en blanco, con un pequeño corazón dibujado con calidad de dibujo de enciclopedia de anatomía en una esquina y después de eso se encontró con unos ojos que conocía y que hicieron que ella cerrara la libreta de golpe: eran los iris grisáceos con matices azulados de Darío Elba que la miraban como si estuviera allí presente.
Abrió la libreta de nuevo, calculando la altura de donde recordaba que se había quedado y descubrió más y más dibujos de Darío: retratos enteros de él fumando con la mirada perdida en el humo del cigarro, otros con la mejilla reposada en su mano, durmiendo, comiendo, riendo, hablando.
Dibujos de sus expresiones faciales y corporales: la risa naciendo de sus labios, esas grandes manos jugando billar, cartas y preparando comida. Había mucho de Darío Elba que ella, por esos dibujos, estaba conociendo y al continuar para saciar su curiosidad, se llevó la sorpresa de unir uno de sus recuerdos personales con esa libreta: el torso y espalda de él con la piel desnuda y ver eso y casi volver a sentir lo que una vez sintió le hizo enrojecer y a sentirse acalorada.
—¡Pareces un tomate! Y la verdad no entiendo el por qué, si que yo recuerde allí no tengo ningún desnudo —dijo Leandro al entrar a la habitación y ver a Nina más roja que el pigmento color rojo de Marte
—Es ... que ... -balbuceó la pelirroja —Ahí ... está ... y ... yo ... y ... a mi ... él ...
Leandro arqueó las cejas y tomó la libreta y al ver donde Nina se había detenido no pudo evitar soltar sendas carcajadas.
—¡Pero si sólo es su escultórico torso y espalda! —siguió Leandro divirtiéndose de hacer pasar vergüenza a Nina qué, cuando recordaba a Darío empapado hasta donde no era posible imaginar en aquella noche de mayo, se paralizaba a más no poder y tenía sueños que prefería mejor olvidar.
—¿Por qué lo dibujas tanto? —preguntó ella intentado recomponerse, luego de toser un par de veces.
—Porque él me gusta y cuando lo dibujo me siento feliz.
—¿Te gusta? —preguntó sin asombro, porque algo le decía que Leandro estaba más que enamorado de Darío.
—No sólo me gusta: lo amo, pero mis sentimientos son unilaterales. A mi me basta con poder estar a su lado, con hablar y seguir conviviendo juntos sin prestar atención a lo que está demás.
—¿No te duele? —preguntó Nina, creyendo que había una similitud entre ella y él al recordar que Reuben la amaba, pero ella le hacía daño y la causa no era exactamente por no corresponderle: era su existencia lo que le hería.
—Define dolor -contestó Leandro
—¿Etimológicamente hablando? —contestó a modo de respuesta y estaba lista para dar una cátedra del origen de la palabra "dolor" cuando Leandro se echó a reír sin recato y de manera contagiosa, tanto que ella no pudo evitar hacer lo mismo.
—No me duele estar a su lado —dijo al dar un suspiro, pero era un de esos no de malestar: era de satisfacción —No me duele que no me corresponda con su cuerpo, sé bien que a él no le atrae mi género y nunca me ha importado, yo soy feliz de verlo feliz a él.
—¿No estás satisfecho con tu cuerpo? ¿Quisieras reemplazarlo? —interrumpió Nina
—¡Pero que locuras dices Nina! ¡Amo mi cuerpo y nunca lo cambiaría, mi cuerpo es único y versátil! —contestó muy enérgico
—Yo no me encasillo, sólo vivo y siento la belleza de la masculinidad y la fuerza de la feminidad y por ahí debe de existir algún ser que sin importar lo que tenga ella o él entre las piernas será capaz de ver lo que yo soy en realidad y seré feliz comiendo perdiz que come lombriz por lo siglos de los siglos aunque mi cuerpo terrenal se marchite ¡Amén! —gritó Leandro alzando el puño poco antes de que la enfermera entrara a la habitación para bañar a la pelirroja que sonreía y lo admiraba por su forma de ser y de ver el amor y cuando estuvo libre por un momento de los cables que no le permitían moverse a su antojo se le acercó y le dio un abrazo
—Gracias por compartir tu tiempo conmigo, no puedo quejarme ni desear mejor compañía que la tuya. Vuelvo en un rato y seguimos hablando —le dijo antes de darle un beso en la mejilla y cuando ella cerró la puerta del baño Leandro se tocó ahí donde Nina posó sus labios y volvió la vista al retrato que hace poco había dibujado
—Te manejas mejor con gestos que con palabras Pelitos de Elote, con tus gestos dices todo y nada en una simple acción y eso es lo que te hace más que especial: ese día que burlaste a la muerte le robaste el poder de transmitir tu propia vida con tus miradas y el más sencillo roce de tu piel. Pero para que seas un espíritu libre capaz de ver y sentir todo lo que no te permites: debes sanar por dentro al igual que por afuera —finalizó mientras revolvía en su bolso y sacaba otra libreta de dibujo, una que estaba forrada en cuero y que tenía el retrato de ese colocho que pensaba ir a buscar en esos momentos.
—No debes de haberme dejado semejante moretón por gusto, el universo te hizo colisionar conmigo y quiero saber por qué y si no te encuentro en éste lugar: ¡Juro que sacaré copias de tu retrato y forraré la ciudad entera con tu cara de mejillas sonrojadas para al menos saberte el nombre bendito chico de colochos maliciosos! ¡Odio no saber tu nombre! —se quejó con las manos en la sien —Por que eres muchísimo más que un hombre de sonrisa bonita, algo tienes que me incita quererte conocer de principio a fin por y debajo de tu piel.
Mientras a Nina Cassiani le ayudaban a darse una ducha, Leandro Hooper recorría el jardín y se detuvo justo debajo del árbol frondoso de raíces centenarias viendo a ver a cada persona que se topaba por el camino sin encontrar a la que buscaba.
No había tenido suerte, pero aun así no perdía las esperanzas: disfrutaba esa "ansiedad" de no saber cuando ni donde exactamente volvería a tropezar con él y luego de calcular el tiempo en que la recién bautizada Pelitos de Elote ya estaba aseada, subió de nuevo a la habitación y se dispuso a comer su respectivo almuerzo con ella y entre sollozos se quejaba de que esa comida no era la que su gustoso y refinado paladar estaba acostumbrado saborear: la comida que con mucho más que afecto le prepara Darío.
—Así que Darío sabe cocinar —dijo Nina al escuchar maravillas de ese talento de él con la estufa.
—¡Oh es más que saber cocinar! Te juro que todo lo que hace sabe delicioso, aunque sea un mísero crepe ¡Ay ahora tengo antojos de crepe con salsa de arándanos! —dijo mordiéndose el labio inferior y a Nina le dio mucha risa la forma en que él se frotaba el estómago.
—El día que pruebes la comida que prepara Darío también se te hará agua la boca como a mí —sentenció.
—¡Pero si te entiendo a la perfección! Mi mejor amigo es panadero y todo lo que con sus manos me hace: sabe a cielo. No hay mejor repostero que él —dijo la pelirroja muy orgullosa de Reuben Costa cerrando los ojos al recordar el sabor y el olor de todos aquellos manjares que él hacía a diario especialmente para su lengua.
—No lo dudo porque debe de ser porque todo te lo hace con amor, yo soy muy bueno haciendo postres. A Darío le encantan mis postres y hoy en la noche haré uno que es de sus preferidos y mañana te traigo una porción ... Hnm mejor haré dos porque Darío siempre come más de lo que le toca —reflexionó mientras se tragaba unos espárragos qué, según él, estaban recocidos y desabridos como para pintarlos en un anuncio de toxicidad.
—Leandro, esos paisajes de tu libreta ¿Me dirías de donde son? —pidió Nina al recordar un campo con unas espigas de trigo que se tostaban al sol que daban ganas de cosechar para convertirlas en pan.
—¡Con gusto! —dijo levantándose y hojeando lo que le pedían comenzó a describir el lugar y el momento de su vida en que los dibujó, pero Nina Cassiani se detuvo en uno por el cual tenía interés en particular.
—Ese es un campo de lavanda, ¿verdad? ¿Es Provenza?
—¡Jamás! Es Brihuega en España, esos de Provenza están sobrevalorados —afirmó y al ver a Nina perdida en el dibujo le preguntó —¿Puedo saber por qué te atrae tanto?
—Me gusta el olor de la lavanda y siempre he querido hacer algo en medio de un campo igual al que plasmaste en tu paisaje si tengo la oportunidad de visitar uno algún día: juro que no dudaré en hacerlo.
—¿Qué quieres hacer? —y Leandro vio a Nina volver a enrojecer y juntar las manos y sacudir los pies.
—¡OH! —exclamó abriendo sus bellísimos ojos hasta donde le daban el ancho de las cuencas oculares.
—¡Shhh! ¡Me haces pasar pena! —dijo dándole un leve empujón —Pero sí, me has descubierto, ahí ... eso —confesó en voz baja, esperando no ser escuchada.
—¿Pero por qué tener pena si eso lo más divino y magnífico en todo éste universo? Tener ... —pero Leandro ya no pudo continuar con lo que quería expresar al ver la mirada de la pelirroja entristecer en cuestión de segundos
—¿Qué sucede?
—Si no puedo ir más allá del baño ¿Cómo voy a llegar a España? Y por si fuera poco: mi cuerpo suele lastimar a la vista de otros —dijo al recordar que al menos a Reuben Costa sus cicatrices lo apabullaban y no quería ni pensar qué pasaría con cualquier otra persona que no le tuviera ni una pizca de afecto.
—Uno: ya te vas a sanar y si quieres ir a dar una vuelta yo te llevo en la silla —y al escuchar eso Nina volvió a ver ese objeto con desdén.
—No lo veas como otra limitación más, míralo como un medio —explicó y ejemplificó a la perfección —Yo amo el arte y vivo de eso: pero sin mis tubos de óleo y mis lápices no hay cuadros. Esa silla es un medio para ir, por el momento, más allá de éstas cuatro paredes y cuando te cures podrás salir de nuevo a caminar sobre tus piernas y sentir la tierra, las piedras y hasta embarrarte de una de que otra gracia de perro si no te fijas por donde vas —habló Leandro haciendo que la sonrisa de Nina comenzara a formarse por la comisura de sus labios.
—Y con lo otro: hay millones de mujeres por todos lados, muchas son pecosas, con ojos verdes y con la melena roja y aquí entre nos yo he estado con varias que no dejan de ser bonitas, pero sólo hay una Pelitos de Elote que tiene una cicatriz que decora su torso y dos en esa espalda que parece infinita y esa es hermosa tal y como está ¡Y el que le tenga miedo a tu cuerpo es porque tiene otros temores ocultos que no le dejan actuar a voluntad! —afirmó abrazándola.
—Pues entonces así como debe haber alguien para vos que te ame entero y sin distinción, así debe de existir alguien para mí que no le tema a los vestigios de mis equivocaciones.
—¡Esa es la Pelitos de Elote que quiero ver y conocer! —agregó —¡Y te juro por la memoria de mi abuela Aída que el hombre que te ama más allá de los límites de la piel y está más que enamorado de vos es ...
—Buenas tardes Rarito —dijo una voz muy grave que recién se había asomado a la puerta y que no sólo hizo que Leandro callara un pequeña imprudencia del tamaño del cosmos, si no qué, cambiara su actitud de manera repentina al escuchar cómo se referían a él.
—Buenas tardes Señor Tío —contestó al hombre de edad madura y gran porte que cargaba un maletín clásico de doctor.
—Pase adelante —continuó diciendo Leandro mientras se ponía de pie y carraspeaba la garganta.
—Le presento a Nina Cassiani, ella es el motivo por el cual le hice venir —dijo haciendo que la enferma pusiera cara de extraviada cuando ese señor le extendió la mano.
—Y Nina te presento al ilustre y más reconocido médico especialista en neumología de la región Lyon Uberti Cals hermano mayor de la mujer que se supone es mi mamá.
El Dr. Lyon Uberti levantó una ceja al ver a la enferma y sin decir nada más, cogió el expediente médico que se encontraba en la cabecera del respaldar de la camilla y comenzó a hojearlo detenidamente mientras se sentaba en el sofá.
—Tráeme café y busca los expedientes de radiología, necesito ver sus placas —le dijo a Leandro que no dudó ni un segundo en ir a hacer lo que le mandaban no sin antes hacerle señas a Nina desde afuera para que se quedara tranquila.
Sin más sonidos que el sus zapatos a dos tonos golpeando el piso y el de las hojas pasando a través de sus dedos, más una que otra mirada por sobre el marco de los lentes que usaba el Dr. Uberti y dirigida hacia Nina Cassiani, veía de reojo lo que leía una y otra vez desde la "a" a la "z".
—Estás bien jodida niña —dijo sin ninguna muestra de compasión pasándose una mano por su cana barbilla sonriendo de una manera extraña y moviendo el índice.
—Pero tienes la suerte de que me gusten los retos médicos —añadió poniéndose de pie —Te voy a sacar de aquí y me vas a quedar como nueva, ábrete la bata que voy a escuchar cómo andan lo que te queda de los pulmones.
Nina Cassiani tenía miedo la actitud de maniático que tenía ese doctor y aún más cuando se le acercó con el estetoscopio lo que la obligó, pudorosa, a guardarse con sus manos sus senos.
—¿Es en serio? —preguntó el Dr. con ironía y ella con la mirada al piso, se descubrió completa.
Cuando el Dr. Uberti le pidió inhalar, exhalar, toser y hablar él ponía cara de felicidad como si aquellos sonidos y rumores que provenían de sus bronquios y pulmones fueran un vals para sus oídos y después, cuando sacó una grabadora de voz antigua y comenzó a hablar y hablar del cuadro clínico y el tratamiento que pensaba aplicar, Nina ya no sabía ni que pensar.
—Veintiún días —dijo después de tomar un sorbo del café que le trajo Hooper, al ver las placas en la pantalla de luz ubicada en la habitación.
—¿DE VIDA? —preguntaron Nina y Leandro al unísono quedando más blancos que las témperas de blanco de titanio.
—¡Si no se murió con dos balazos una neumonía con derrame pleural no la matarán —dijo levantando la voz y llevándose la mano a la frente y haciéndoles ademanes de "tontos" con la otra.
—¡Que en veintiún días saldrá de aquí con los pulmones trabajando su capacidad total! —afirmó para después sacar su teléfono y llamar a las casas farmacéuticas en busca de medicamentos de nombres enredados desconocidos por ser nuevos en el país.
—¡ENFERMERA! —gritó desde donde estaba haciendo que Nina y Leandro pegaran un gran brinco y tres mujeres de blanco se asomaron a la misma vez en muy corto tiempo, pues habían escuchado que el famoso Dr. Uberti estaba en el hospital realizando una consulta a una paciente.
—Ya se puede remover la sonda pleural y cerrar la toracocentesis, traiga los implementos necesarios y prepáreme —dijo a la que estaba más cerca y dicho y hecho procedió a liberar a Nina de la sonda que le salía del costado derecho y de aquel tanque de drenado, lo cual hizo que la pelirroja se pusiera realmente satisfecha a pesar de estar sumamente adolorida.
—Ahora si debes guardar cama para evitar una infección, sufrimiento respiratorio o neumotórax —recomendó y re ajustó los niveles de oxígeno para después despedirse secamente, no sin antes decir que volvería pasadas las cinco para administrar personalmente el tratamiento que según su juicio era más indicado y de mejores resultados acorde a los ensayos y estudios clínicos recién realizados en el extranjero.
—Si el Señor Tío dice que en veintiún días podrás salir de aquí entonces así será. Puede que no sea el doctor más empático del mundo ni el más carismático, pero si es el mejor en su campo al menos de aquí a millas de kilómetros a la redonda. Ahí como lo ves a la edad que tiene nunca ha parado de estudiar sobre neumología y siempre está al tanto de las nuevas propuestas e innovaciones médicas de su campo —le dijo Leandro a Nina que estaba acostada y arropada de nuevo con el saco de Darío Elba.
—Y dejaremos el viaje en silla de ruedas tal vez para nunca porque así como van las cosas no lo necesitarás y cuando puedas salir de la habitación ya podrás hacerlo caminando —agregó desordenándole la melena.
—Creo que el "gracias" se queda corto para expresar lo que quiero, te debo una muy grande Leandro.
—No me debes más que sonrisas y alegría plena, ahora dime ¿Quieres dormir o echar un vistazo a mi libro de fotografías?
—Lo segundo —escogió Nina.
Leandro se puso de pie y nuevamente se fue a revolver su bolso hasta sacar un álbum de tamaño pequeño muy grueso y explicó en orden cronológico cada fotografía, desde la de recién nacido hasta la de su primer diente de leche.
—¿Ese señor es tu abuelito? —preguntó Nina al ver a una persona que siempre estaba presente en cada fotografía con vestuario muy excéntrico y que se notaba que adoraba a Leandro desde la primera toma en la que apareció.
—Es mi abuela Aída de Hooper, la mamá del Señor Papá —contestó Leandro sonriendo
—¡Ay lo siento! —se excusó la pelirroja.
—¡No te preocupes! A mi abuela le complacía cuando la gente no lograba determinar su género y en estos instantes está feliz y disfrutando de que la confundieras. Era una gran alma en el un cuerpo de señora llena de arrugas y fino cabello cenizo: de toda mi familia ella era la única que me entendía y apoyaba, me fue muy duro superar su pérdida —confesó besando los dedos índice y anular de su mano izquierda para después tocar la fotografía de ella donde estaba enseñándole a jugar matatenas.
Nina siguió viendo las fotografías y cuando llegó a la etapa escolar de Hooper: logró reconocer al pequeño Darío a su lado.
—Si, es él —confirmó señalándolo —Ese es el mismísimo Darío ¡Pero en miniatura y sin ese porte galán y los kilos de apetecible carne que tiene ahora!
La pelirroja sonrió a verlo y le encantó saber qué hoy, cuando él sonríe para ella, lo hace de la misma manera que en esos tiempos de antaño cuando sólo era un niño.
—¿Cómo se hicieron amigos? —preguntó y posó la mirada fija en Leandro para escuchar.
—Fue en el primer día que entramos al jardín de infantes: la maestra nos sacó a los dos del aula y nos mandó a la dirección porque creía que le estaban jugando una broma los del registro académico. En el caso de Darío era porque tiene apellido que a la vez es nombre de niña y yo pues porque parecía niña pero vestía con uniforme de niño y hasta la fecha me siguen confundiendo con una mujer. Recuerdo que yo me puse a llorar y Darío se sentó a mi lado y me dijo "somos dos y los dos estamos juntos en esto" y diecisiete años después seguimos "juntos en eso".
—¿Tampoco te molesta que te confundan como a tu abuela?
—¡Nunca! Me gusta pensar que soy una sorpresa —contestó dándose golpecitos en el pecho —Aunque dos que tres veces Darío ha salido en mi defensa y aquellos que han intentado lastimarme o humillarme han acabado con los huesos hechos polvo —aceptó recordando una vez en un viaje Alemania en la cual, por haberse pasado de tragos, casi le va muy mal y que Darío lo rescató sin escatimar ni reparar en los daños físicos de quienes le atacaron aún a costa de poder terminar en la cárcel.
Pasaban los años en las fotografías y Darío seguía al lado de Leandro: en los actos cívicos, en los encuentros deportivos, las ferias científicas y en las fiestas de cumpleaños. La vida de ambos estaba capturada en papel fotográfico y entre tantas etapas plasmadas, había una de Hooper lleno de moretones, un brazo enyesado, la nariz inflamada y labios reventados y Nina muy asustada le preguntó
—¿Te arrolló un auto o te caíste de algún quinto piso para acabar así?
—Si, mira: me arrolló éste auto modelo Elba Duarte con matricula del país del físico de Darío Maximiliano —dijo señalando al culpable que estaba a su lado y con una cara de congoja en la fotografía.
—¿Darío te hizo eso? ¿Por qué se pelearon?
—No, no fue una pelea entre nosotros y ni él ni yo fuimos los culpables ¡Pero no te vayas a crear un juicio errado de Darío porque él es un hombre bueno y te juro que es distinto y sigue cambiando para mejorar cada día que pasa!
—Yo no juzgo el pasado de las personas, no tengo las bases suficientes para hablar ni puedo dictar una sentencia si no tengo experiencia y yo también me he equivocado: casi mato a mi padre y casi me muero, entre eso y dejar a Bloise como trapeador escojo lo segundo —contestó Nina, viendo a los ojos a Leandro, con una honestidad que no era la común que se ve en otras personas.
—Tendrás cinco años menos que nosotros, pero eres definitivamente radical y sorprendente ¡Vales por oro la cantidad de tus pecas! -le dijo abrazándola y dejando a un lado el álbum le animó a quedarse dormida para que descansara como se lo habían ordenado hace un rato y Leandro al ver a Nina dormir plácidamente se le contagió el sueño y se quedó adormilado en la silla con la cabeza echada hasta atrás.
Las horas pasaron rápido y el Dr. Uberti cumplió su palabra al presentarse poco antes de las seis para aplicar la medicina a la enferma que seguía dormida junto a su sobrino, al cual intentó acomodar un par de veces para que no se fuera a desnucar.
Leandro Hooper era muy valioso para la dinastía de su clan al ser el único nacido hombre desde hace ya varios años para poder legar su apellido mediante su descendencia y por eso su madre Bianca, había hecho de todo para retenerlo por la fuerza metido en los asuntos que a él nada le interesaban y así fue como se cortaron las alas y lo enjaularon, forzándolo a ser lo que él no quería ser. Por eso Leandro no soportaba a ninguno de los de su familia, sólo a su hermana menor Gail quien, a pesar de las apariencias frívolas, si tenía un gran afecto por él.
La visita de Lyon Uberti no duró ni diez minutos y luego de dejar registro de los fármacos administrados se apresuró a salir del hospital chocando de frente con Darío Elba al cual el Dr. reconoció de inmediato como el valioso y único amiguito de infancia de su sobrino.
—Adiós Elba, envíale saludos a tu padre de mi parte y agradécele por los habanos que me mandó la navidad pasada —dijo sin dejar de caminar o detenerse.
—¿Lyon? —preguntó Darío sin poder cerciorarse que era esa persona pues ya iba lejos y sin perder más tiempo comenzó a dar zancadas cada vez más largas y rápidas hasta la habitación de Nina muy pero muy preocupado, porque sabía que el tío de Leandro era neumólogo y creyó que a lo mejor se había presentado una emergencia y empezó a sudar frío, pero al encontrarlos tranquilamente dormidos se desplomó sobre el sofá aliviado.
—Hooper, despierta —le susurró Darío a su amigo que tenía un inusual y leve zumbido al respirar cuando estaba dormido por culpa de la vez que él le quebró y desarmó el tabique nasal.
—Bienvenido a casa, bueno al hospital —contestó él luego de sacudir la cabeza un par de veces para espantarse el sueño rezagado que aún tenía.
—¿Mandaste a llamar a Lyon? ¿Qué sucede? Me encontré con él a la entrada y realmente me llevé un gran susto, creí que había pasado algo malo.
—Ah, si quedó de venir a ponerle una mejor medicina a tu Pelitos de Elote y ordenó que le quitaran el recipiente perturbador que tenía pegado a las costillas con la sonda ¡Mira que rico duerme sin ese tanque! —contempló Leandro a Nina y pensaba ponerse a dibujarla de nuevo.
—Hooper, te agradezco que lo contactaras, pero sé que no será de gratis su ayuda y no es dinero lo que quiere tu familia ¿Qué ofreciste a cambio? —preguntó angustiado.
Él protegía a Leandro de los malos sentimientos y maltratos que le daba su familia y no permitiría que lo desbastaran de nuevo como la vez en qué, de tanto que lo humillaron, decidió unirse al cosmos con el espíritu de su abuela Aída.
—Hacer el intento de meterme de nuevo en el negocio familiar —contestó decidido.
—¡Ay Hooper! ¿Pero por qué? Ese no es tu mundo y te afecta involucrarte con ellos y más si está tu mamá cerca —dijo Darío más que asustado.
—Porque Nina lo necesitaba —contestó saliendo de la habitación para hablar con más soltura en el pasillo.
—Y vos la necesitas a ella y yo quiero verte feliz y eso vale cualquier sacrificio que tenga que hacer. El Señor tío dijo que con el tratamiento que le aplicará podrá salir en veintiún días de aquí y creo que te imaginarás la cara que puso cuando escuchó esa noticia y la emoción de su rostro cuando le quitaron la sonda. Además quería compensarte con algo por todo lo que haces por mi, no sólo me cubriste tres años de mis estudios, también me das casa y complaces mis caprichos y lo más importante: crees en mí y me apoyas sin condiciones. Nadie hace eso, únicamente vos —logró decir antes de que Darío lo abrazara fuertemente y lo dejara sin más palabras que decir porque sólo debía sentir.
—Tonto —replicó Darío Elba chocando su cabeza con la de Leandro Hooper, justo como lo hacían cuando eran niños y lo abrazó de nuevo.
—Siempre estamos y seguiremos juntos en esto y haría mucho más porque me complace y me encanta verte feliz, es con lo menos que puedo corresponder por todo el amor que desde niño me das y si tu familia te vuelve a tratar mal: ésta vez me no voy a detener a pensármelo ni por un instante y tomaré todas las medidas necesarias sin importar las repercusiones, Hooper.
—No me va a pasar nada, ya no tengo quince años y ellos ya no pueden tocarme ni por fuera ni por dentro, he aprendido mucho con el tiempo que llevo viviendo sólo en Sorbona.
—¿Prometes que no volverás a dejar de pintar ni se te ocurrirá atentar otra vez contra tu vida?
—¡Promesa! Y te he dicho ya varias veces que esa vez no era yo. Fueron los alienígenas ancestrales que me secuestraron y me lavaron el cerebro para que yo quisiera cortarme las venas con el cuchillo para untar mantequilla —contestó Leandro Hooper haciendo reír a Darío Elba.
—No sé que haré si un día me llegaran faltan tus locuras Hooper.
—Ni yo tampoco Darío sé que hacer si un día me falta tu cordura —contestó viéndolo a los ojos
—¿Sabes? Tengo que prepararme para lanzarme a la jauría del mundo de las tiendas "Hoobert" y ya que llevas más tiempo que yo aquí en el país ¿Conoces de alguien que me sirva de tutor de Finanzas y economía?
—Hnm no que yo recuerde en este momento, pero le preguntaré a Hirose, en la Universidad donde ella trabaja imparten esa carrera y debe de sobrar quien pueda ayudarte —dijo Darío
—Reuben estudia Economía con énfasis en Finanzas y es más que sobresaliente en la carrera —afirmó Sandro que recién había llegado al hospital a visitar a su hermana antes de retomar su trabajo y había escuchado un poco de la charla.
—Le hace falta muy poco para graduarse. Buenas noches Darío, ¿Cómo está Leandro? —saludó muy ameno a ese par que se sobresaltaron al escucharlo hablar tan de repente a sus espaldas y más Darío que aún no se acostumbraba a las revisiones de las suturas aún presentes en su cabeza que Sandro cuidaba con mucha profesionalidad.
—¡Hola! ¿Quién es Reuben? —preguntó Hooper luego de extender la mano para corresponder el saludo.
—Así como lo veo, es el equivalente de lo que usted es de Darío —contestó Sandro señalando a Leandro de manera cordial y alegre —Reuben Costa es mi mejor amigo casi hermano y también es el mejor amigo de Nina, él le puede serle de mucha ayuda
—Oh entonces está resuelto, quiero a Reuben Costa de tutor y asesor de Economía y finanzas —pidió Leandro Hooper —¿Dónde puedo conocerlo?
—Mañana pasará por aquí como a las tres de la tarde, hoy no pudo venir porque me dijo que tiene una tarea que le precisa entregar.
A las afueras de ese pasillo que conducía a la habitación de Nina Cassiani, aquellos tres se quedaron platicando un rato de todo un poco y cuando Sandro escuchó que Leandro era sobrino del Dr. Uberti le agradeció con mucho afecto el haberlo contactado para Nina y el mayor de los Cassiani se sintió aliviado cuando supo que su hermana menor ya no tenía más la sonda pleural.
—Se irá al cielo con todo y zapatos Leandro Hooper! —le dijo Sandro después de abrazarlo.
—¡Ay que emoción porque estos zapatos son muy cómodos, tanto que tengo cinco pares iguales! Mañana traeré unas botas altas que también me encantan ¿No me las manda para el cielo a esas también? —preguntó realmente entusiasmado Leandro a Sandro.
—¡Con gusto! Le veo por aquí mañana al atardecer —contestó Sandro y luego se acomodaron los tres en aquel sofá frente a la camilla de Nina Cassiani que se despertó al rato de escuchar un parloteo de puras voces masculinas y Darío, que fue el primero en ponerse de pie, la saludó y al verla totalmente distinta de cómo la encontró en la madrugada se retiró con Leandro más que satisfecho por ver un cambio sustancial en la actitud de la pelirroja.
—Toma —le dijo Hooper a Darío adentro de un supermercado mientras se disponían a reabastecer el frigorífico y la despensa del apartamento.
—¿Desinfectante con olor a lavanda?
—Ajá —repuso con algo de malicia Leandro.
—¿Por qué haces esa cara por un simple desinfectante?
—Por que ese será tu aroma favorito de aquí en adelante —contestó sin pretender dar más detalles y se dispuso a caminar, pero Darío lo retuvo de los tirantes del pantalón.
—¡Hooper ven aquí y habla! ¿Qué sabes que yo no sé? —intuyó con el indicio de que él había descubierto algo sobre Nina.
—¡Nada! —intentó ocultar sin éxito.
—¿A Nina le gusta la lavanda? —preguntó con una curiosidad nerviosa —¿Nina quiere que le lleve ramos de lavanda? —volvió a cuestionar con demasiada emoción.
—¡Oh! ... ¡Nina! ... Mmm ... Nina ... ¡Nina quiere más que lavanda en su vida! —le dijo al zafarse por fin del agarre sin decir nunca la verdad detrás del querer hacer de Nina en un campo de lavanda y se echó a correr por el pasillo con Darío tras él y como si fueran un par de niños persiguiéndose por todo el lugar dejaron varada la carretilla del supermercado sin nadie más que vigilara las compras que tres mujeres que cuchicheaban prejuiciosas, desde lejos, que era una lástima que aquellos dos especímenes de hombres tan guapos, refinados y de fijo acaudalados "patearan para el otro lado de la cancha", ignorantes de saber que de los dos: uno era religiosa y doctrinalmente hetero y el otro pansexual.
Y aunque más tarde, a la hora de pagar en la caja, ellas les hicieran miradas insinuadoras, mi uno ni el otro las determinaron ni les prestaron importancia porque estaban con la cabeza y sus corazones completamente ocupados: el de Darío Elba en Nina Cassiani y el de Leandro Hooper empecinado por encontrar y conquistar a su bendito colocho de mejillas tostadas.
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