51.
-51-
Se había despertado quince minutos atrás, exactamente, antes de que el reloj marcara las tres de la mañana y con precisión mecánica; estiró el brazo para desactivar el sonido de la alarma.
Y a las tres con diez aún no se había tomado la molestia de abandonar la cama: tendido boca arriba, sonreía extasiado por tener fresco el recuerdo de lo que recién había soñado.
Un sueño que se repetía desde hace tres noches y que se volvería más y más vívido hasta convertirse en realidad.
—El artesonado del techo debe de ser muy bonito para que le sonrías de esa manera —interrumpió la voz de Leandro Hooper, la fascinación de Darío Elba.
Él se había asomado hace poco a la puerta y al ver a su amigo sonriendo atolondrado con la mirada perdida, se quedó contemplándolo hasta grabarse esa imagen en su memoria.
Darío era distinto, estaba cambiando justo frente a sus ojos, no quería perderse ni un detalle y por eso cuando lo veía suspirar y reírse de repente se quedaba en silencio disfrutándolo, porque curiosamente, entre los sucesos más inesperados que nunca creyó poder presenciar; su amigo había disfrutado de uno de los fines de semana más sencillos y memorables en un lugar donde jamás imaginó que él llegaría apreciar: un hospital.
—Buenos días Hooper —saludó —¿Cuánto llevas ahí? —preguntó sin sorprenderse ya que estaba más que acostumbrado a esas charlas repentinas entre ellos sin horarios fijos.
—Lo suficiente como para saber que te traen a rastras —le contestó sin poder reprimir la risa.
Ante esa respuesta Darío no pudo evitar soltar una carcajada muy sonora y queriendo tapar la evidencia de sus sentimientos, se llevó una almohada a la cara y desde ahí trató no quedar más expuesto —Ya para, no hagas casa con el roble caído.
—Te ha pegado de la fuerte, de la buena y eso me hace feliz, por eso sonrío —añadió Hooper sincero al sentarse en la orilla de la cama.
—El amor no tiene condiciones de tiempo ni horas fijas pero ¿Por qué te levantas tan temprano un lunes? —cuestionó, al percatarse de que Darío se iba del apartamento muy de madrugada.
La razón era por placer más de allá de ser un compromiso adquirido, Darío Elba había agregado a su rutina diaria el recolectar las flores más frescas del jardín de su madre para obsequiar a Nina Cassiani y por eso, entre otras cosas, llevaba ya tres días continuos levantándose a horas inusuales.
—Debo ir a casa por más flores y pasar al hospital antes de irme a trabajar —contestó estirándose, pensando en la nueva expresión de Nina al ver lo que pensaba llevarle, pues se deleitaba de verla apreciando las flores, de jugar con los pétalos y de tratar de adivinar sin atinar, de donde salían aquellos maravillosos ramos de ensueño con las florescencias más exóticas que sólo había visto en los libros de botánica de su biblioteca.
Mantenía en secreto que él las regalaba porque aparecía de madrugada cuando ella y su acompañante aún dormían y había solicitado, mediante una complicidad extraña a Oneida y a Sandro, que no le dijeran a la agraciada quien las obsequiaba.
Se colaba en la habitación sin más ruido que el de su corazón de niño travieso agitado y depositaba los ramilletes frescos en intrincados jarrones y se llevaba los del día anterior, pero no los desechaba, pues tenía pensado darles un uso más adelante.
Por las tardes cuando ya eran poco más de las cinco, luego de cumplir con sus obligaciones, la visitaba y a pesar de que no había vuelto a coincidir con la pelirroja en privacía, Darío atesoraba cada gesto de ella y por eso sonreía al despertar cada mañana, porque para él Nina era inacabable, infinita y eso le gustaba por más escaso que fuera el tiempo que compartiera a su lado.
Como ese momento único en que ella peleó por la revancha, al perder el invicto de quién se bebía más rápido aquel delicioso vaso de jugo de verduras mixtas que preparó sin falta Oneida y de ese reto Darío fue el que resultó ganador. El puchero de Nina Cassiani al perder, lo había dejado trastornado y se bebería todos los jugos que tuviera que tomarse sólo para poder volverlo a ver.
De esa manera y con cada segundo que pasaba, a su lado o a distancia, haciendo de todo y nada; a Darío Elba Nina Cassiani lo tenía contra la espada a la pared.
Pero de ese par no sólo Darío tenía el espíritu inquieto, Leandro Hooper también llevaba tres días actuando un poco extraño.
—¿Qué te mantiene despierto a vos? —preguntó Darío al caer en cuenta de que su amigo raras veces se levantaba tan temprano.
—Las pinceladas que tampoco cuentan los segundos, no me permiten pegar un ojo —respondió obviando un pequeño detalle de la información que se guardó para sí mismo.
—Y sumado a eso tengo hambre, por eso vine a ver si estabas despierto ¿Me haces desayuno antes de irte? —pidió el pintor recostando medio cuerpo en la cama de Darío —Tengo antojos de un desayuno portugués
—Primero fue Saltimbocca que te bajaste con Irish Car Bomb, después Pollo tandori, ayer Kasseller y hoy un desayuno portugués, empiezas a preocuparme ¿Estás embarazado Hooper? —preguntó Darío moviendo las cejas una manera especial para molestarlo y así sacarle la verdad que él sabía y Leandro aún no quería aceptar.
—Hnm no que yo sepa —contestó el acusado muy serio mientras se llevaba la mano al vientre —¡Ingrato sólo tengo hambre dame de comer! —concluyó en medio de risas empujando a Darío fuera de la cama hasta sacarlo.
—¡Gracias por hacerme besar el piso! —dijo Darío todavía con una pierna colgando del colchón y la otra en el suelo.
—Ya te complaceré tus apetencias alimenticias con tu desayuno portugués ¿Algo más que se le ofrezca al buen Señor? —preguntó al ponerse de pie haciéndole una reverencia
—¿Me llevas al hospital?
—¿A éstas horas? ¿Te sientes enfermo? ¡Te he dicho un millar de veces que dejes de pintar de madrugada sin camisa! —sentenció Darío preocupado lanzándole una almohada que tenía a la mano.
—No, que si me llevas desde ya al hospital donde está Nina y bien sabes que éste es mi uniforme de pintor, me gusta pintar así; me hace sentir cómodo —afirmó refiriéndose a su peculiar forma de vestir a la hora de hacer lo suyo: sin camisa y nada más que los tirantes con los que se sostiene su pantalón cubriendo su torso y su icónico sombrero.
—Tenía planeado llevarte en la tarde, pero veo que de verdad estas urgido por volver a tropezar con el tipo al que estás pintando, te gustó demasiado ¿O me equivoco? —preguntó encontrando así la respuesta a los antojos de comida que se le despertaban a Leandro Hooper cuando se alistaba para emprender una nueva conquista —No me contestes, ya sé la respuesta de sólo ver tu cara —se respondió lanzándole la otra almohada.
—Es que ... él ... ¡En mi defensa tiene algo que no sé cómo explicarlo! —se justificó Leandro cruzándose de brazos con cara de ofendido.
—¿Es en serio? Tengo que ver ese retrato —dijo Darío para tratar de entender así la conducta que notó todo el fin de semana en Leandro al pintar ese cuadro que no le había permitido mirar.
—¡Ya conoces las reglas: no lo puedes ver hasta que esté completo!
—Está bien artista, ve y alístate que además de hacerte el desayuno te llevaré al hospital y te deseo la mejor de las suertes con tu nueva conquista —repuso Darío.
—¡Gracias! —contestó muy agradecido Hooper —Iré a desentrañar prendas acorde a la ocasión de las maletas ¿Acomodarías más tarde mis cosas? En pago te haré el postre que me pidas.
—Eso no es un trato, porque de todos modos pensaba poner un poco de orden en tu cuarto ¡En tres días la convertiste en una madriguera! —logró decir Darío a Leandro antes de que éste abandona su habitación.
—¡Pero igual quiero mi postre y que no le falte amor porque tengo pensado llevarle a Nina! —le gritó mientras buscaba en su basto closet la ropa que usaría el día de hoy para luego dirigirse a tomar su ducha diaria y después preparar y tomar los alimentos de la mañana.
Mientras que en ese apartamento al transcurrir las primeras horas del día reinaba la calidez y la paz, en el Hospital, Nina Cassiani había pasado la primera noche sola desde su ingreso y para ella las cosas eran distintas.
El domingo, cuando el sol se apagó y sus amigos y familiares se retiraron, se quedó en la compañía de las inquietantes luces rojas y azules que se colaban por la ventana que tenía tras el respaldar de su camilla y aunque había hecho una promesa que de verdad quería cumplir: no pudo continuar sonriendo.
Tampoco consiguió dormir y por eso se gastó la madrugada entera viendo por una pequeña celosía que le quedaba cerca, con varias mantas sobre el cuerpo abrazaba resignada el tanque de drenado que no le quisieron remover hasta próximo aviso y sus dos nuevos amigos eran los porta sueros que en vez de echarle ánimos, le incitaban a perder la mirada en el horizonte y a zambullirse en sus no tan gratos recuerdos y terminó hundiéndose cada vez más y más en ellos por cada ambulancia que veía entrar a toda velocidad al parqueo del nosocomio.
—Hace dos años esa fui yo —se dijo así misma al ver desde donde estaba la escena de un moribundo al que intentaban trasladar al interior del hospital de prisa para ser atendido y al ver correr como hormigas alborotadas a los médicos y enfermeras sintió angustia y se acrecentó más cuando vio que le pusieron una sábana blanca encima y enseguida le dio un piquete en el estómago.
—Y dos años después sigo aquí —agregó al bajar la mirada sobre su pecho tomando entre sus dedos el corazoncito de madera y luego apretando, hasta lastimarse la mano, la cruz de plata.
—Aún sigo aquí —volvió a decir viendo a su alrededor y enroscándose las sondas a sus manos, desesperada por querer arrancárselas y huir de su captura y en ese momento recordó que ella al menos se podía poner de pie y esa persona a la que amaba no y con eso comenzó a despeñarse pedazo a pedazo.
—Papá sigue aquí también aunque ninguno de los dos somos lo que éramos ayer —concluyó para quedarse en silencio dando leves golpecitos contra la ventana con su cabeza al ver a los familiares del recién fallecido abalanzarse sobre el cuerpo todavía tibio que ya había partido lejísimos de éste planeta.
—No es fácil ser feliz Darío —dijo después de un rato rompiendo su promesa de no dejar de sonreír al sentir la tristeza oprimir su pecho, esa misma tristeza que le jugaba malas pasadas de cuando en cuando, esa que se iba y siempre regresaba en especial cuando estaba solitaria.
Nina Cassiani, para ella sola, se sabía frágil y aceptaba que el día que retomó su bolso de colegio y regresó a transitar aquellas calles se empujó antes de tiempo, porque no había superado nada de lo acontecido, sólo le había puesto una manta encima a todo eso que se rehusaba a ver.
Era enfrentar a su padre en esa cama lo que la hacía sentir insignificante y viva a la vez, como si dos voluntades se pelearan la mayoría del espacio en su ser, Nina estaba fraccionada y no conocía ninguna argamasa para volverse a unir que resistiera a todo lo que se le venía encima cuando recibía estímulos que le detonaban esa parte suya que quería desistir y dejarse caer para no levantarse más.
Intentó recordar el aroma de la panadería, el aire no viciado de las mañanas, las voces y las bromas de sus amigos y lo corta y hermosa que fue su inestable infancia, pero al final eso no era nada en contra de la realidad que la acechaba: esas luces y las sirenas de las ambulancias que escuchaba a sus espaldas, las gráficas del monitor cardíaco, las sondas y los cables que de nuevo la retenían y no la dejaban escapar porque de nuevo, con o sin compañía en esa habitación, estaba enferma y para variar en un hospital.
Sin salida y como última instancia, buscó refugio en su mente, en ese paraíso donde una vez se perdió por dos meses y arrinconada al borde del abismo estaba a punto de abandonarse, iba a apagar el destello verde de sus pupilas, estaba lista para hacerlo de nuevo; pero con la mirada perdida a través de aquella ventana al pasado se asomó un trozo de su presente y quizás vio una grieta rasgarse que le permitió detenerse sólo para continuar con su futuro.
Por unos segundos Nina Cassiani empezó a dar vueltas en el mismo metro cuadrado en el que estaba, quería salir corriendo y no sabía exactamente por qué, pero su corazón latió con más y más fuerza hasta casi explotar y después todo su cuerpo se quedó inmóvil, a la espera penitente de ver esa silueta aparecer por la puerta y al escuchar los pasos acercarse a la habitación sintió algo que nunca antes en su vida había experimentado, era una fuerza que desconocía y ella estaba segura que no tenía dentro suyo, pero que vapuleaba a la tristeza y peleaba por arrancarla de raíz y ahí en ese hueco que rellenaba con más vacío algo comenzó a nacer.
A Nina Cassiani Almeida le escaseaban las palabras, pero su lengua se aflojó en el instante en que vio a Darío Elba con las manos repletas de las flores que ahora ya tenían más que una dirección remitente.
—Te atrapé —dijo Nina cuando él puso el primer pie al nomás abrir la puerta.
—No sólo me atrapaste: me tienes, a tu antojo, entre tus manos —respondió Darío al encontrarse descubierto sin poder ocultar más aquel juego del cortejo secreto y entregando la muestra de sus desvelos recientes, se acercó firme y sin saber cómo, todavía en la penumbra sin poder ver más allá de la obviedad, algo le dijo que ella estaba mal y con tacto se apresuró efectivo para indagar.
—Vas a acabarte toda las flores del mundo si sigues así —añadió Nina después de recibir los ramilletes y quitándose la cánula que le impedía aspirar los aromas, hundió su nariz hasta secuestrar el alma de las florescencias.
Darío cortó unos botoncillos y removiendo la cobija que con la que ella se guardaba la cabeza del frío, los colocó en la roja melena
—No me culpes a mí, son las flores que ruegan por estar a tu lado —contestó después de formar un caminito de margaritas sin reventar que se perdía cerca de sus orejas.
Era un gesto muy sencillo el de rodearla de flores, algo que cualquier otro hombre haría por una mujer, pero el significado detrás de eso era muy valioso. Darío Elba estaba obsequiándole a Nina Cassiani un estímulo tangible del cual podía asirle para regresarla de la oscuridad, le regalaba color para quitar el sinsabor en el lienzo blanco de su mente con el que arropaba sus malos recuerdos.
—No puedo dormir —confesó sincera sin necesidad de que le preguntaran.
—¿Pesadillas? —preguntó Darío preocupado mirando a través de esos lentes aquellos ojos cansados y desabrochándose su saco, se lo colocó a Nina sobre los hombros y ésta, al enfundarse en esa prenda que le quedaba grande, se llevó con disimulo las manos al rostro cubiertas de tela para tragarse ese olor que creía inalcanzable que también había comenzado a robarle suspiros.
—Extraño a mi papá, llevo mucho sin verlo y entre tanto que tengo aquí adentro —dijo tocando su cabeza —Me es difícil conciliar el sueño, no puedo dormir aunque lo intento, no me gusta estar aquí quisiera salir aunque sea más allá de donde éstas cuerdas me dejar llegar —respondió Nina y apretujando las flores buscó el hombro de Darío para recostarse y él se quedó quieto.
No sabía como actuar ante la proximidad de ella aún conociendo lo que tenía que hacer no se lo permitía sin antes tener su consentimiento y fue por eso que pidió permiso
—¿Puedo abrazarte? —preguntó y cuando ella asintió, se la guardó cerca de su pecho
—Pronto estarás en casa, no te desesperes sólo debes descansar —repuso al hundir sus dedos en la roja melena —¿Quieres salir por ahí a dar una vuelta aunque sea al pasillo?
Y los ojos de Nina se iluminaron al escuchar esa propuesta, llevaba tres días enclaustrada, maniatada sin poder ir más lejos del baño que estaba en la misma habitación, ni siquiera cuando era llevada a que le tomaran placas salía de la cama porque la transportaban en ella y aunque los médicos y todo el personal le daban un excelente trato: extrañaba poder moverse a su antojo.
—Pero no puedo — recordó, no podía librarse de esas tres cosas que estaban a punto de desquiciarla y dirigió la mirada a las sondas y los cables.
—Hagamos el intento, espérame que ya regreso —le dijo ayudándola a sentarse sobre el sofá estirando al máximo lo que daban esas cuerdas y salió de la habitación en busca del médico de planta y de Leandro que se había quedado dormido adentro del auto durante el camino que seguía todavía sentado y con la cabeza pegada al vidrio de la ventana.
—Hooper despierta
—¿Hnm? —se quejó el adormitado —¿Ya llegamos? —preguntó fregándose los ojos y aclarándose la voz.
—Hace rato —contestó Darío ofreciéndole una mano para salir del vehículo y éste la aceptó incorporándose luego de estirarse y tomó su pesado bolso de cuero en el que cargaba varias cosas.
—Antes de ir a la habitación necesito ir a pedir permiso para algo, vamos —le dijo Darío al acercarse a la recepción del hospital y pidió hablar con el galeno a cargo de Nina y lo que éste le dijo no le agradó en lo absoluto cuando solicitó permiso para sacar a la pelirroja a dar aunque fuera una vuelta ahí cerca de donde estaba.
—¿Por qué no puede salir a caminar? —cuestionó Darío
—Por la neumonía, presenta deficiencia respiratoria y tras de eso padece una cardiopatía por el percance que tuvo en el pasado, es leve pero su órgano podría llegar a resentirse ante un esfuerzo físico tan sencillo como caminar. Si ella no mejora con el tratamiento debemos aplicar uno más agresivo y no se le dará de alta hasta que esté recuperada y aún cuando salga deberá portar un monitor Holter y un tanque de oxígeno —explicó el doctor
—Éstas son las últimas placas que le tomamos, aunque está fuera de peligro, sus pulmones siguen inflamados y debe reposar, es imperativo para su total recuperación —agregó después de que Darío pidiera que le mostrara las pruebas de las mejorías de Nina a tres días de estar hospitalizada.
—Entiendo la situación Señor Elba, hemos notado que a ella no le gusta estar postrada y queda una opción viable para ayudarle a que no se deprima y salga por ahí a ventilarse: una silla de ruedas —propuso al ver la cara del que preguntaba con mucha angustia.
Darío se sentó súbitamente sobre la silla donde antes se negó a reposar y se llevó las manos al rostro mientras Leandro depositó las suyas en los hombros cargados de tensión de su amigo.
—En otras palabras, también me está diciendo que no saldrá en doce días ¿Verdad? —preguntó Darío Elba que llevaba la cuenta de los días que le restaban a la pelirroja en ese lugar.
—Es correcto, su condición aún es de cuidado y para serle honesto y totalmente transparente, después de leer su archivo médico: no tenemos idea de cómo sobrevivió a todo el trauma cardíaco por el que pasó. Literalmente esa jovencita entró muerta al quirófano y salió postoperatoria en estado crítico y totalmente inestable; sus probabilidades de vida eran casi nulas y dos años después sigue aquí y si eso no la doblegó lo que padece ahora es del tamaño de un alfiler, pero no debemos olvidar qué los filos, por más insignificantes que sean: también cortan —repuso cuando ya Darío se había puesto de pie para salir del consultorio.
—¡Ey! ¿A donde se fue esa cara que vi hace pocas horas? —preguntó Leandro cuando Darío se refugió en su hombro —¡Vamos hombre junta tus cosas y levántate! No me gusta verte triste
—No es eso Hooper, no es eso —contestó respirando profundamente mientras caminaba por ese pasillo que llevaba al calabozo del fondo donde Nina seguía y seguiría en cautiverio por largo rato y llevar esa silla en sus manos, fue más difícil que empujar una roca cuesta arriba de una empinada montaña.
—Quédate afuera mientras hablo con ella, necesito decirle algo —pidió a Leandro y éste asintió sentándose en el piso.
—Vas a recuperarte —se apresuró a decirle Darío cuando la cara de Nina se tornó verdaderamente humillada al ver esa silla, tanto que se podía notar en el aire no sólo en la expresión de su rostro.
—Sólo quiero salir de aquí —exclamó Nina entre dientes —Quiero mi vida de regreso, detesto estar amarrada a este montón de cables y aparetejos.
—Y la tendrás, pero antes debes de aliviarte Nina y sé que lo harás porque eres muy fuerte. Yo te traje hasta aquí y yo voy a sacarte y llevarte a donde desees. Haré lo que sea para que te sanes ¿Confías en mí? —preguntó sentándose a su lado.
—¿Cómo no hacerlo? Si cada cosa que me prometes la cumples —respondió con la mirada clavada en esos iris de azul grisáceo que se habían vuelto cristalinos u que prestaban oído pleno a lo que ella decía.
—Antes de que vinieras estaba mal —confesó —Me hace mal estar aquí, siento que me ahogo y con sólo verte de lejos por esa ventana al llegar en tu auto me alegraste y con lo que me trajiste: me ahorraste un viaje a ese rincón de mi memoria que detesto visitar. Sí cumpliste con tu promesa, soy yo la que no puede con lo pactado.
Darío entendió el malestar de Nina a la perfección y la razón por la cual la encontró de pie junto a esa ventana: Nina Cassiani quería salir de ahí, pero no sólo de ese lugar físico de donde se encontraba; quería salir de ese atolladero en el que se había hundido desde hace mucho, quería cortar esos cables invisibles que la encadenaban al pasado y que la manejaban cual marioneta cuando se entristecía.
—Nunca te dejaré caer y tampoco permitiré que una enfermedad te robe las ganas de seguir adelante, sé que puedes llegar hasta donde quieras y mucho más lejos de eso si lo deseas —le dijo al conducirla resignado hasta esa camilla antes de que ella, en silencio, se abandonara en sus brazos hasta quedarse dormida.
—Cuídala por favor —pidió humildemente Darío a Leandro luego de acomodarla y arroparla.
—Ve a trabajar en paz y no te preocupes —aceptó Hooper el encargo y lo despidió de la habitación con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla.
En las afueras del hospital, Darío Elba echó un vistazo al edificio del cual se alejaba por el retrovisor de su vehículo ya tranquilo, sabiendo de que dejaba a la pelirroja en las manos a las que él confiaría su propia vida: las de Leandro Hooper que sentado sobre ese mismo sofá cama donde Reuben Costa había dormido anoche, dibujaba a lápiz a Nina Cassiani con esa expresión única que no le había visto a nadie más que era esa de cuando dormía sin sueños y después de firmar aquel retrato se deslizó hasta acostarse por completo.
Se acomodó su sombrero y luego de meditar unos instantes, decidido, sacó su teléfono celular y salió a las afueras de la habitación.
Leandro Hooper no quería volver a ver nunca más triste a Darío Elba y por eso tenía algo que aportar con una simple llamada que sellaría, a futuro, también su destino
—Hasta que por fin apareces Leandro —contestó una voz femenina del otro lado de la línea.
—¡Buenos días Señora mamá! ¿Cómo está, que tal le va en su mundo de los negocios? —preguntó con el tono más irónico y sarcástico que tenía, uno que sólo usaba con ella.
—A todos no iría mejor si aceptaras tus responsabilidades —dijo sin reparos la señora Bianca Uberti de Hooper, madre de Leandro y Gail Hooper.
—De eso quería hablar
—Escupe sin rodeos entonces
—Estoy dispuesto a regresar, pero tengo condiciones
—Sé que dinero no quieres, porque las noticias y las revistas me han dicho que te has armado de tu propio capital con tus pinturitas y garabatos sin mencionar que Darío sigue alcahueteándote cada que puede.
—Acertó Señora madre, estoy dispuesto a volver con tres condiciones y la que más me urge es que me contacte ya con su hermano Lyon.
—¿Con Lyon? ¿Acaso estás enfermo de algún mal respiratorio?
—No, no soy yo ni tampoco Darío, es para una amiga
—Y si cumplo con mi parte ¿Qué ofreces a cambio?
—Hacer el intento de entrar en su reinado de la avaricia y donde todo tiene un precio de venta exclusivo.
—¡Vaya! Con sólo hacer el intento ya haces mucho ¿Cuándo iniciarás? —preguntó ansiosa, casi como lo haría un ave de rapiña en espera de que el animal fallezca para deprenderle la carne y dejar sólo los huesos.
—Deme lo que resta del año, no voy a aparecer por las tiendas sin saber ni una papa de lo que me están hablando, ya suficiente me doblegaron la única vez que lo intenté
—Vamos mandarte un asesor o tutor en Economía y finanzas
—Gracias, pero buscaré uno propio por mi cuenta ¿Acepta mi petición?
—Sin lugar a dudas, enviaré a tu tío ésta misma tarde para que atienda a tu amiguita que de seguro está más allá que acá para que necesites un neumólogo de su calibre —confirmó Doña Bianca antes de colgar.
—¡Ay madre! —dijo Leandro Hooper mientras caminaba alegre y satisfecho de regreso a la habitación con las manos atrás de la cabeza
—Si algún día usted fuera capaz de ver lo que abuela Aída y yo podemos apreciar, vería que a diferencia suya ésta pelirroja reboza en vida porque ella si desea con todas sus ansias sentir de verdad y usted nació muerta por culpa de una corona de oro que le succionó el amor y la bondad —finalizó retomando su libreta y dibujando a Nina Cassiani justo como él la imaginaba sonriendo, comprendió por qué Darío se prendaba de ella con cada milésima de segundo que pasaba y pensar que con un pequeño sacrificio él podía ver siempre feliz a Darío al recuperar de salud a la pecosa, le saciaba.
Aunque sabía de antemano que volver a involucrarse con su familia, podría llegarle a corroer peor que un ácido y amargarle la dulzura en la que habitaba y protegía la fragilidad de su alma.
[Un gif o un video fue añadido aquí en una versión más nueva de Wattpad. Actualiza ahora para verlo.]
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro