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47.

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La sangre de su padre galopó inclemente hasta alcanzarla e inhumana, laceró su ingenuidad y sofocó su cuerpo como la espesa brea del averno.

Ardían las cicatrices tras su espalda y aquella que tenía en su pecho: amenazaba con descoserse y arrancar de entre sus huesos las venas con las que se enraíza ese valioso órgano que supone contiene sus sentimientos.

De sus ojos abiertos las lágrimas brotaban desordenadas, sin poder ver más allá del horror repetitivo en su pasado y el sonido de las máquinas a las que una vez estuvo amarrada, le lastimaba.

Era la misma pesadilla, pero más real que de costumbre y desesperada por zafarse del engaño de su memoria, quiso arrancarse las agujas de los brazos y la cánula que tenía pegada a la nariz que transportaba el oxígeno que tanto necesitaba.

Luchó para liberarse, tenía que hacerlo para no ahogarse en sus propios sueños, pero en el intento sintió que se hundía completa. El sudor helado la invadía y la quemaba por dentro; conocía las consecuencias de dejarse arrastrar hasta el fondo: caer de nuevo.

—No, no, no Nina tranquila, es sólo un sueño, sólo un sueño —le decía Reuben Costa a Nina Cassiani sujetándola de las manos e inmovilizándola sin lograr hacerla reaccionar.

Sabía de esa pesadilla que la hostigaba porque ella se la había contado a pedazos, pero en todo ese tiempo nunca la vio manifestarlo con el cuerpo en la vida real.

Aún seguía dormido entre Oneida y Mercedes cuando el monitor cardíaco comenzó a enloquecer y ésta última fue la primera en levantarse alarmada para revisar por qué los aparatos advertían esa anomalía y al fijarse que los ojos de Nina estaban abiertos y con las pupilas dilatadas descubrió que no estaba despierta si no en medio de una parasomnia.

—No Reuben, suéltala —dijo Oneida quién había visto ya varias veces ese fenómeno y más o menos sabía qué hacer y qué no para que ella distinguiera la realidad de la pesadillas —No la apreses que ella sabe regresar sola —agregó pasando la mano sobre la frente de su hermana menor, transmitiéndole la seguridad necesaria para tranquilizarse.

—Necesito que respire normal —dijo Mercedes al revisar el nivel de oxigenación que registraba el medidor —La ajustaré casi a noventa —dispuso, refiriéndose a la camilla y comenzó a manipularla con el control remoto hasta dejar a su cuñada como si estuviera sentada.

Aquel mal sueño siempre duraba entre quince y treinta minutos y Nina Cassiani había batallado constante, desde tuvo conocimiento de lo que era, por hacerlo desaparecer lo más rápido posible y en medio de todo lo que atravesaba en esos momentos, pudo sentir que se movía y unas voces la trajeron poco a poco al tiempo actual.

Se le hacían tan conocidas y la llamaban por su nombre, igual que cuando su hermano y su cuñada la invitaron a "quedarse con ellos" por cada puntada que penetraba su carne ese día en que otros ya la daban por muerta.

Comenzó a distinguir siluetas y con eso ya no se sintió sola, aunque el río de sangre de sus pesadillas la reclamaba, había un punto sin retorno al que le temía demasiado y del que rehuía con todas su fuerzas usando diferentes recursos que había aprendido con la más dura experiencia, pero no estaba en su cuarto y no había ningún fluorescente colgando de su cabeza que la socorriera sin embargo, fueron las vibrantes manchas de colores que tenía al frente las que la hicieron salir del trance en el que estaba y levantando la mano quiso tocar "eso" que desprendía e irradiaba un abanico de colores y tonos y comenzó a sonreír aún llorando.

Ni Reuben ni Mercedes entendían las acciones de Nina, pero si Oneida y se apresuró a darle lo que pedía: las flores que Darío Elba había llevado más temprano y que Sandro acomodó sin que nadie se diera cuenta en un estante a media habitación.

Al tenerlas cerca, Nina pudo tocarlas con movimientos torpes y las apretujó hasta sentir la fragilidad de los pistilos y estambres escondidos entre los pétalos con sus dedos.

Soltó un apretado suspiro desprendiéndose así de las flores un tanto estrujadas, ladeó la cabeza y parpadeó un par de veces hasta espantarse las lágrimas que aún le quedaban y sintiendo que le colocaban los lentes, al cabo de unos segundos, aclaró la vista hasta caer en cuenta de quienes le acompañaban.

Apenada de por la cara de pánico que había en ellos y percatándose dónde y en qué condiciones estaba dijo:

—Perdón, no quería asustarlos, yo lo siento —repuso bajando la mirada —Perdónenme.

Para a ellos no había nada que perdonar, verla despertar era más que suficiente y con eso les bastó para soltar el puñado de emociones en las que estaban enfrascados y una que otra sonrisa de alivio les borró la zozobra que tenían desde hace horas.

—¿Te duele algo? —preguntó Reuben apartándole uno que otro mechón de la cara, pero ella no le contestó sólo tomó su mano —¡Vamos Nina no me dejes de hablar! —pidió con desespero.

Nina veía las ojeras de Reuben y le dolían, no quería ni imaginar desde donde había corrido ni cómo hizo para llegar a su lado. Miró a su hermana mayor con el maquillaje cortado y a su cuñada con más cara de desvelo de la normal; ahí estaban ellos otra vez desgastados por ella y se sintió incapaz de hablarles con normalidad, pero al ver la ansiedad asomarse en sus rostros hizo el esfuerzo de apartar ese sentimiento que la carcomía y que no la dejaba en paz.

—No me duele nada, sólo me pica todo por todos lados —contestó rascándose de manera incompetente los muslos y cuando asomó la mano por su costado derecho palpó una cosa que le salía de entre la piel de las costillas y de nuevo el monitor cardíaco registró su sobresalto.

—¿Qué me hicieron? ¿Qué tengo? ¿Qué es esto? —preguntó asustada al seguir tocando con su mano y ver que era una sonda que conducía a una especie de "cajita" con graduaciones a los lados y que estaba casi llena de un líquido sanguinolento.

—Es una sonda pleural y eso es un sistema de drenado torácico —contestó Mercedes —Tienes varicela, neumonía y un derrame en la pleura del pulmón derecho —y al ver la mirada de aflicción en los ojos verdes de su cuñada se apuró a decirle —Pero ni le prestes atención que estás fuera de peligro y no te alarmes que en cuanto tu pulmón esté libre de ese líquido y la abertura esté sana y sin riesgo de infección te llevaremos a casa —añadió sin reparos.

—¿Puedo ver mi expediente? ¿Cómo está mi cabeza? —preguntó resignada queriendo descifrar si por fin habían explorado su cerebro a su antojo.

—No te hemos hecho la resonancia magnética, aunque Sandy y yo lo sugerimos no tuvimos el apoyo de éste par y además tu amigo saltó como tigre en defensa de tus voluntades —dijo Oneida.

Y Nina Cassiani de entre la culpa que ya tenía, sumó otra más a su maltrecho saco.

Hasta adonde se acordaba en ese momento no sólo su familia estaba preocupada por ella, ayer Darío Elba penó su enfermedad a su lado.

—¿Dónde está él? —preguntó refiriéndose a Darío —¿Y dónde está Sandro? —continuó al no ver tampoco a su hermano por ningún lado.

—Se fue —contestó Rhú —Aunque dijo que volvería, dudo mucho que lo haga —añadió repasando con su mente la cara de desesperanzada que vio en Darío Elba ayer en la noche cuando lo confrontó y vio que con sus palabras, Nina no pudo esconder más la tristeza.

Ella a pesar de que entendía el por qué Darío no estaba allí al recordar el miedo en su siempre alegre rostro y en lo que se transformó cuando vio su cicatriz: quería volver a verlo, quería demostrarle que había cumplido con su promesa de no abandonarlo —Pero lo que soy le asusta y tiene razón para no querer acercarse más —pensó, torturándose al pasar su mano derecha justo ahí donde lo obligó a tocarla.

—Va a volver, dijo que lo haría y se ve que es una persona de palabra —afirmó Mercedes dándole un codazo a Reuben haciendo que se callara —Sandro estaba aquí hasta hace un rato, iré a buscarlo y no te sigas rascando que te quedarán marcas —agregó al ver a Nina de reojo mientras buscaba en su bolso el teléfono para comunicarse con su esposo y notó que eran pasadas las nueve de la mañana.

Nina siguió en lo suyo sin darse cuenta de lo que hacía, pero el coro de un reclamo la sacó de sus pensamientos.

—¡Que no te rasques más! —dieron los tres que estaban con ella al unísono justo cuando un personero del hospital irrumpía en la habitación con una carretilla que transportaba comida.

—¡Buenos días! —saludó el hombre muy atento —Traigo el desayuno de la paciente Cassiani y el de sus familiares

—¿Los de nosotros? —dijo Oneida extrañada

—Así es —Hay tres desayunos extras para los acompañantes de la ocupante de ésta habitación e imagino que son ustedes.

—¡Pero nosotros no ordenamos comida! —dijo Mercedes — ¡Y dudo que sea una cortesía del hospital por el precio que vi que cobran en la factura por una bolita de algodón!

—Hay una cuenta abierta y la persona que la está cancelando nos ordenó en la mañana antes de retirarse que se sirviera desayunos a quienes estaban aquí, así que buen provecho y si necesitan algo me llaman —dijo  el hombre luego de servirle a Nina su desayuno en el dispositivo pegado a la pared que servía de mesa y dejando la carretilla al lado del sofá para que los otros se sirvieran.

—Más tarde le sumo una centena al ábaco por todo lo que tenemos que pagar y con su permiso yo me siento a comer porque el hambre está perra y no espera —rompió el silencio Oneida y sin más hizo lo que dijo.

Reuben Costa se rehusaba a probar bocado, porque sabía de parte de quién venía la comida y su orgullo no le permitía tragar algo por lo que hubiera pagado Darío Elba, pero entre Mercedes y Oneida se encargaron de meterle la comida casi a la fuerza y no le quedó más opción que masticar.

Nina comía porque sabía que tenía que comer y mientras lo hacía pensaba en Darío y le acongojaba el hecho de que regresó al hospital y se fue otra vez sin visitarla y luego de darle mil vueltas al asunto, resolvió que quizás si la vio estando dormida y le pareció muy "descompuesta" por fuera ya no sólo por donde la ropa ocultaba sus cicatrices y huyó despavorido.

—¿Alguien tiene un espejo que me preste? —preguntó interrumpiendo la charla de aquel trío sobre la comida sabor a plástico de los hospitales públicos y lo bien que sabía ésta que era de hospital privado y la relación precio-producto-atención que se les brindaba.

Oneida empezó a revolver su cartera sin encontrar la polvera y recordó que nada más ayer la había destartalado para hacer un experimento de escuela para Egon. Mercedes dijo de una vez que había corrido al hospital con lo necesario y que su bolsita de cosméticos seguía en el casillero y la mirada de las tres mujeres se centró en Rhú que tenía una tocineta a medio morder entre los labios y que buscaba en su mochila lo que pedía Nina y que él si tenía: un espejo redondo de bolsillo con una cara normal y otra de aumento.

—¿Qué? —dijo tapándose la boca con la servilleta al sentirse invadido por los ojos de Oneida por tener un espejo en su posesión.

—¡Y después te quejas del por qué te digo "Rubí"! ¿No andarás pinzas y encrespador de pestañas de casualidad? ¡Y dame tu tocineta que te van mejor las salchichas! —añadió Oneida con una carcajada exagerada robando una tira de tocino del plato del panadero y colocando una salchicha a medio comer que le pertenecía a ella.

—Lo uso porque me despeino al cambiarme el uniforme —agregó para no quedar mal —Además que Nina me lo regaló cuando cumplí la mayoría de edad.

—Yo no veo eso como algo raro porque Sandro también tiene un espejo —dijo Mercedes alzando los hombros.

—¡Y por eso mismo le digo "Sandy" a Sandro! —cantó Oneida de nuevo —¿Quién de ustedes tres lo conoce mejor? ¡Yo! ¿Qué par de señoritos pasaban antes como uña y carne? ¡Sandy y la Rubí! ¡Punto para la hermana de en medio! —dijo alzando los puños al aire victoriosa.

—¡Rhú no le hagas caso ya sabes como es ella! —solicitó Nina a su mejor amigo que si se ponía un poquito más rojo sangraría por los poros —Y vos Oné ya deja de ver arcoíris en todos lados, que atinas con Bloise no te hace pitonisa del BL.

Y Oneida pensaba seguir molestando como siempre lo hacía, pero se detuvo cuando notó la cara de su hermana palidecer cuando vio su imagen en el objeto de la discordia.

—¿Qué te pasa? —preguntó.

—Pasa que tengo más varicela que pecas y que parezco espantapájaros —se quejó con desanimo de ver su cara invadida de brotes y su melena más que desordenada.

Si Darío la vio así tenía una buena causa para no volver: se veía totalmente demacrada, con los labios resecos y en su piel no había un espacio libre de esos puntos rojos que le causaban una terrible comezón.

Nina no era vanidosa, pero siempre se veía aseada y al menos se peinaba, mas ahora parecía un león flaco de circo apaleado.

—Por eso te decimos que no te rasques, si te rascas a parte de que te saldrán más ampollas y te las reventarás haciendo que te queden marcas —agregó Mercedes.

—¿Me ayudarían a bañarme después de que desayunemos? —le dijo Nina a cualquiera de las dos mujeres que estaban con ella.

—¡Rubí aprovecha y salva tu masculinidad que te están llamando! —siguió molestando Oneida al pobre panadero que casi se atraganta con trago de zumo de uvas que se bebía.

—Era con alguna de ustedes, pero mejor lo hago sola o que me asista Mercedes, parece que a la comida le pusieron payaso y te está afectando demasiado —le dijo Nina a su hermana muy seria, siempre le había sacado de quicio que Oné bromeara en exceso.

—¡Está bien mechita corta! Ya no te digo más y después de tomarme mi café me voy —dijo Oneida con algo de desaire sobreactuado.

—¡No, no te vayas! —suplicó Nina —Perdón por lo que dije, pero a veces se te pasa la mano con Rhú.

—¡Sé bien que me quieres y sabes que adoro al quema pan aquí presente! Pero me tengo que ir Cabeza de Remolacha, mira que ya casi son las once y Omán no puede ir hoy por Egon y ni he llamado a la oficina para decir donde estoy y me van a despedir sino llego después del medio día. Prometo que regresaré después de las cinco.

—¿Lo prometes?

—Si, ahí te traigo algo de contrabando —dijo alzando las cejas con malicia al dar el último sorbo de café y se acercó para quitar la bandeja de comida medio vacía de Nina para poder darle un abrazo gigante y decirle al oído:

—Uno: no te rasques, dos: no te rasques, tres: báñate que hueles como a medicina y ya quita esa cara y deja de preocuparte. En la madrugada hablamos con los doctores y vas a estar bien sólo necesitas descansar —repuso luego de soltarla y con un guiño se despidió de su hermana no sin antes decirle a Rubí que se le encargaba y que la mantuviera al tanto por si se presentaba alguna emergencia.

—¿También te vas? —preguntó Nina a su amigo al ver que se ponía de pie.

—No, yo tengo libre lo que resta de la semana por haber trabajado extra así que me quedo pegado a vos aunque no quieras y te seguiré a donde sea —contestó el panadero jalando uno de los tirantes de la bata hospitalaria que usaba la pelirroja y la enroscó a su dedo.

—¿Me sigues a la ducha y me bañas entonces? —preguntó Nina aprovechando la oportunidad para robarle una risa de esas que se daban entre ellos y que le debía por haberlo preocupado tanto.

—¡Y luego te quejas de Oné! —respondió Rhú revolviéndole el cabello de la manera en que sabía que a ella le desagradaba y le extrañó que no se quejara

—¿Y eso que no digas ni pio de que te despeine?

—Nada más sigue y si no es mucho pedir mueve tus dedos un poco más a la derecha —dijo Nina cerrando los ojos y frotando su cabeza contra la mano de Rhú como si fuera un gato marcando a su dueño.

—Se queda quieta porque tiene ampollas también el cuero cabelludo y con lo que haces la estás rascando Reuben —agregó Mercedes al ver las intenciones de su cuñada.

—¡Mañosa! —logró decir antes de que Nina lo agarrara de las manos y lo obligara a seguir en lo que estaba.

—Si lo dejas de hacer me voy a enojar —amenazó la pelirroja.

—Si lo sigo haciendo te vas a arrepentir después —sentenció Rhú.

—Si lo sigues haciendo te juro que no me voy a arrepentir —insistió Nina y si seguía conseguiría que lo pedía pero su cuñada no permitió que continuara.

—Nina al baño, Reuben al baño después de Nina y para mientras intenta localizar a Sandro que no me responde la llamada —dijo Mercedes para sacar al par de chiquillos de la discusión sin fin —Ven Nina, yo te ayudo a bañarte a menos que ...

—No yo ya me fui, vengo en un rato que estoy medio tullido y necesito estirar las piernas —contestó Rhú ya de camino por el pasillo anticipando lo que Mercedes iba a decir y las dos mujeres se quedaron muertas de risa.

—¡Todo sea por el medio ambiente y es más barato si la ducha es en pareja! ¡Sale al dos por uno en el gasto de agua! —logró escuchar Reuben Costa que le decía Mercedes de Cassiani enrojeciendo de nuevo cuando caminaba buscando la salida, pero mal guiado por la señalética del hospital terminó en el jardín.

Se sentó en una banca bajo unos altísimos robles y echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos. Estaba sumamente cansado pero satisfecho de que el tratamiento que recibía Nina la mantuviera fuera de peligro y luego de reconocer que si Darío no hubiera actuado de manera rápida, la historia de ese jueves sería distinta a la de esa precisa mañana.

De alguna forma tenía que darle las gracias si es que lo volvía a ver de nuevo.

Intentó contactar a Sandro tal cual lo había solicitado Mercedes y cuando al fin lo consiguió no le agradó saber que a quién pensaba darle las gracias estaba con él y mucho menos que iban camino a la casa a dejar a Don César y mejor se apresuró a contarle a su amigo que Nina ya había despertado y después de colgar le comunicó a Mercedes lo sucedido y le pidió de que por favor le avisara cuando la pelirroja saliera de la ducha y estuviera vestida para poder subir a la habitación.

Como aquello del baño iba para largo rato porque la pelirroja tenía que asearse casi al estilo pieza de museo ya que no podía quitarse ninguna de las sondas que tenía pegadas al cuerpo ni la cánula nasal, Reuben decidió dar unas vueltas por el jardín que era lo bastante amplio para distraerse y por andar viendo al cielo y no al suelo, al acercarse a un árbol gigantesco se tropezó con una "raíz" y poco le faltó para caer de cuatro patas.

Sacado de golpe de sus pensamientos, regresó la vista al lugar y se dio cuenta de que no era una raíz a lo que le había dado semejante puntapié: eran las piernas de una persona que vestía totalmente de negro y que estaba sentada contra el tronco del susodicho árbol.

—¡Disculpe! —dijo Reuben y se apenó al distinguir que era una "mujer" con la que se había tropezado —¡Perdón señorita! ¿Está bien? —Pero la "señorita" se limitó a asentir con la cabeza y se llevó un cuadernillo de tapa de cuero a la boca que tenía entre las manos para tapar su risa.

A Reuben se le subió de nuevo el color al rostro y tuvo en extremo vergüenza, por lo que luego de decir adiós con la mano prefirió seguir caminando con las manos enfundadas en los pantalones.

No tenía pena por lo que hizo, a fin de cuentas fue un accidente y aunque estaba seguro de que mínimo le había dejado un morete a esa "mujer", su rubor era porque cuando "ella" se llevó el cuadernillo a la cara se le enmarcaron aún más los hermosos ojos de color avellana que ya se acentuaban por el delineador negro que los perfilaba y ese rasgo le pareció sumamente atractivo; pues al sonreír también lo hizo con la mirada y había algo que la hacía parecer dulce de buenas a primeras.

Eso fue lo que hizo que sus mejillas se encendieran, sin obviar el otro hecho de que la blusa de mangas largas de encaje negro que usaba y que se ajustaba al cuello como un collarín, le sentaba muy bien.

La "mujer" al ver alejarse al de los "colochos maliciosos" que acababa de magullarle la extremidad inferior derecha, se apresuró en abrir su cuaderno y bosquejó con suma precisión el rostro que había visto por escasos minutos y luego dibujó su pierna justo en la posición en la que estaba y señaló ese lugar a donde le había quedado doliendo por el golpe para inmortalizar ese momento.

Al terminar y firmar su trabajo con sus iniciales L.H. y anotar los nombres de los tonos que necesitaría para más tarde pues pintaría ese rostro en gran formato, cerró los ojos y siguió hablando con el árbol y le agradeció la oportunidad de literalmente: tropezar con un joven tan guapo.

Durante su baño, Nina Cassiani caviló todo el tiempo en Darío Elba y su cuñada la descubrió cabizbaja 

—Regresará —dijo Mercedes para animarla cuando acabó de medio cepillarle el cabello para no pasarse llevando las erupciones de varicela.

—Si sólo dijo que iba a estirar las piernas —contestó Nina sin pensar.

—No me refiero a Reuben, me refiero a Darío —la corrigieron.

Y Nina no dijo nada, fue el monitor cardíaco el que se disparó de nuevo y que habló por ella sacando a la luz el revoluto de emociones que sentía al escuchar ese nombre y estando sentada sobre la camilla, guardándose las manos en el regazo juntó sus piernas contra su cuerpo.

—¿Voy a estar bien verdad? Yo le prometí ...

—Le prometiste que no lo dejarías sólo, te escuché por el teléfono y vas a cumplir tu promesa Nina así cómo él cumplió la suya y no se despegó de la puerta hasta que llegamos nosotros

—¿Estuvo ahí? —preguntó con gran ilusión.

—Por horas y de pie junto a la Sala de Urgencias. Por eso sé que volverá —afirmó Mercedes a su cuñada y cuando ella por fin esbozaba una sonrisa real la puerta se abrió dejando pasar a la Señora Cassiani que traía una cara de tragedia que se hizo más grave al ver a Nina llena de cables de nuevo al igual que la vez cuando por fin le dejaron verla después de tres días de su operación y no pudo evitar las lágrimas que fueron malinterpretadas por Nina que pensó que eran por otra razón: su padre.

—¿Dónde está papá? ¿Por qué lo dejó sólo? —decía asustada al ser abrazada por su madre sabiendo que debía estar con él y no con ella —¿Le pasó algo? —interrogó ya con la voz quebrada y Doña Maho que quería guardase a su hija entre sus entrañas y protegerla, respiró hondo y le dijo

—Déjame sentir que estás viva y entera al menos un rato y luego te explico, mientras te diré que ahí está tu papá en la casa en el mismo estado y lo dejé en compañía de Sandro —

Al escuchar eso, Nina se deslizó por la camilla aliviada con los hombros desanudados.

—Acabo de hablar con tus doctores y si que te admiro porque eres muy fuerte y valiente hija —dijo la madre de Nina luego de limpiarse las lágrimas y de aplicarse una dosis de su inhalador para el asma —En dos semanas podremos llevarte a casa y nos turnaremos para que no pases mucho rato sola.

—¿Quince días? ¿Pero por qué tanto? —interrumpió la enferma, nadie le había dicho que iba a pasar recluida tanto tiempo.

—Porque hay que esperar que los antibióticos para la neumonía funcionen, revisar que no queda ni una gota de líquido en el pulmón y comprobar que la incisión está sanando y libre de bacterias Nina —agregó Mercedes

—Ah y súmale unos cuarenta días más en la casa hasta que no te quede ni una marca en la piel y no te rasques.

—¡Má eso parece cuarentena de las de antes y me pica mucho y quiero rascarme! —se quejó Nina y madre le atajó las manos.

—Que no te rasques y ya casi te traen medicina para que se te calme la comezón, no había en la bodega del Hospital por eso no se te administró y el proveedor viene hasta el lunes pero ya te la fueron a comprar —dijo pellizcando una mejilla de su hija.

—¡Qué efectividad la de este lugar! —alabó Mercedes —Allá si no hay medicina ¡Pues no hay y ya! —añadió refiriéndose a su lugar de trabajo.

—No, no son los del hospital

—¿Y entonces madre? —preguntó Mercedes a su suegra

—Oh fue —dijo Doña Maho y pensaba contar quién había ido a buscar la bendita medicina para bajar la comezón cuando vio los ramos de flores en el estante, ella tenía una debilidad con las plantas y las flores y al verlas todo lo demás se le olvidaba —¡Ay yo no tengo de éste color! ¡Y pobrecitas éstas tres que están todas apachurradas! ¿Quién se ensañó con las pobres peonías?

Y Nina levantó la mano

—En mi defensa: no estaba muy consiente de mis actos, me pasa un ramo mamá, ese que tiene esas flores azules no he podido verlas con detenimiento —pidió Nina —¿Quién las trajo?

Mercedes movió la cabeza indicando no saber el origen y cogiendo otro de los ramos aspiró el olor de unos jacintos —Es extraño porque no es temporada de ninguna de éstas flores y hay unas que ni las conozco —comentó

—Ah hija eso depende la mano que las cuida y el amor que les dé, yo seguiré tratando de enseñarles a las tres hasta que aprendan en especial a vos Nina

—A mi hasta los cactus se me secan, soy un caso perdido má —dijo Nina al recordar aquellos que Oneida le regaló una vez y que en cuestión de meses sólo eran macetitas sin vida.

Y entre pláticas de plantas, riegos, abonos y floraciones pasó casi una hora en la que Nina acarició cada variante de flor que alguien había dejado para ella y se preguntaba si era cierto lo que su madre decía de que sólo las manos de un corazón cuidadoso lograban cultivar con ese esplendor hasta en las tierras más áridas y vacías del planeta.

—En mi alma lo único que florece son espinas y cardos, pues mis manos sólo siembran heridas y malos recuerdos —pensó Nina Casianni con la mirada puesta dentro de su memoria, repasando uno a uno el rostro adolorido de todos los que la querían y lamentó el sufrimiento que traía de nuevo a su familia sin poder hacer nada más que levantarse de ésta como se obligó a hacerlo aquel día en que sin fuerzas tomó su bolso y salió a la calle decidida a continuar su camino aún estando desarmada.

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