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El olor de la marisma oprimió la esencia del tabaco dulce hasta borrarla y la sal cauterizó como fuego las heridas que habían más allá de la piel en sus labios.

La marea brava olvidó la misericordia y con olas salvajes resquebrajó su cuerpo acostumbrado a las pasiones. No hubo tregua de parte del mar hasta embestir con furia el alma de Darío Elba, recordándole así que llevaba años anidando su propio destierro en los terrenos baldíos del dolor por el recuerdo.

La espuma de Venus lavó las penas que tenía grabadas en la fibra de la carne y entre las grietas de los huesos; se dejó llevar por las corrientes, no para morir: para resurgir.

Y aceptando que estaba a punto de fecundar un sentimiento al que debía nombrar: amor; emergió de las profundas aguas oceánicas en las dormitaba desde hace tanto.

Despojado de dos de sus más grandes miedos, flotó a la deriva con la cara puesta al cielo; vagó hasta reconocer su propia existencia con la de ella y decidido a recorrer lo que hubiera que caminar y en calidad de lo que tuviera que aceptar dentro de la vida de Nina Cassiani: descendió del infierno donde había caído en desamparo.

La tenue estela rojiza de un cigarro mal acabado que bailaba entre los dedos de su amigo le sirvió de guía para redescubrir la playa que hace varías horas había dejado atrás.

—La has encontrado —aseguró Leandro Hooper cuando sin necesidad de más brillo que el de la luna y el de las estrellas pudo distinguir en el rostro de Darío Elba algo que nunca antes había dilucidado y sin dejar de amarlo nació en él, en ese momento, la felicidad.

Había deseado desde los diez años que Darío tuviera un bien querer y en sus charlas existenciales que entablaba con el universo, siempre le preguntó al destino en qué planeta tenía que buscar para capturar a ese ser que fuera capaz de compensar lo que él, por las barreras limítrofes de su anatomía, no podía darle a su amado Elba.

Amaba a Darío por voluntad propia y no le disgustaba en nada no ser correspondido, había apaciguado sus desvaríos con hombres y mujeres por igual sin desvirtuar nunca el amor inmaculado que le tenía.

Leandro Hooper Uberti era una persona distinta, con la que jamás se tendría la suerte de coincidir dos veces en una misma era.

De naturaleza mansa, frágil y contemplativa fue objetivo de burlas y maltratos en sus años de flaqueza escolar por la delicadeza de sus rasgos andróginos, siendo Darío el único que le entendía, le salvaba y protegía de las críticas de otros por la forma de expresar sus emociones: la transgresión de su imagen a su antojo.

—¿La estuve buscando? —preguntó Darío estrechando la mano de aquel mismo niño que un día le prometió que volvería a sentir amor como antaño.

—Estás hecho un desastre —contestó Leandro a Darío quién nunca se dejaba ver desordenado, mas entendía que frente a él tenía a un hombre distinto y le llenaba de satisfacción, que en el tiempo que tardó en llegar a ese lugar exacto donde su amigo había encallado, él por su cuenta pudo hallarse así mismo sin necesidad de un hombro más en el que apoyarse.

Darío era fuerte, no sólo porque el día que su madre expiró se lo había encomendado, era también porque había nacido fuerte. Pero como todo ser vivo que respira y tiene uso de conciencia sobre la faz de la Tierra a veces también urgía de alguien que se sirviera de bastón para volver a ponerse en pie. Pero hoy en su ofuscamiento lo consiguió por su cuenta y ahí estaba caminando, luego de una intensa lucha contra sus propios males y defectos

—Si por dentro ya te arreglaste es tiempo de ir a casa y a la vez se te agradece que te vistas —añadió Leandro al notarlo sin más ropa que con la que tapaba su hombría.

—No, no quiero ir a casa —contestó Darío con firmeza mientras recogía lo que quedaba de sus prendas desperdigadas por toda la arena.

Leandro se llevó las manos al rostro y no pudo evitar las carcajadas, definitivamente: Darío se había enamorado.

—Entonces déjame llevarte a con ella —alcanzó a decir luego de que el otro le lanzara uno de sus zapatos para callarlo —Pero promete que no harás ninguna tontera, no sé si mi humanidad aguantaría otra paliza de aquellas que bien sabes dar.

—Te juro que sé lo que debo de hacer y desde que la conozco me ha valido un pepino con dos mangos si se queda con él, yo me conformo con saberla viva y con la conciencia plena de que sonreirá para toda la eternidad.

—¿Un pepino con dos mangos? ¿Qué mierda es esa forma de referirse así a un falo?

—Ella me lo enseñó de entre otras cosas —le cortó, cayendo en cuenta de lo ridículo que se escuchaban esas palabra en su boca, pero Nina se las había compartido y él las atesoraba y sintiéndose en cercanía de ella al usarlas —¡Y ya deja de mofarte de mí carajo! —repuso Darío ahogado en risas, sintiéndose nuevo con cada paso que daba alejándose sin pensarlo dos veces de ese lugar a donde el lecho marino se había tragado todo lo que era antes de esa noche y antes de Nina Cassiani —Pero sí necesito de tu ayuda —pidió —Debemos ir al jardín de mamá.

Leandro Hooper agradecía en esos instantes a todos los dioses a los que le rezaba, pues poder ver a su amigo completamente diferente de lo que conocía lo justificaba como un milagro y como él respiraba y vivía arte, buscó la forma de inmortalizar ese recuerdo y por eso sacó su navaja, aquella misma navaja con la que una vez casi drena su sangre y que de no ser por Darío que le retuvo, ya no estaría vivo para contarlo.

—¿Confías en mí? —preguntó

—Desde que éramos críos — contestó Darío deteniéndose al ver las intenciones de Leandro cuando le tomó por el cabello que destilaba mar y él, cerrando sus ojos, dio su consentimiento de cortarlo de un tajo.

El agudo filo de la hoja se encargó de llevarse los últimos vestigios de su pasado, cumpliendo con aquella acción un pacto que desde hace tiempos había entre ambos.

—Ahora con algo de ropa estarás listo, más tarde terminaré de arreglarlo —dijo guardando los mechones de cabello en su pañuelo y dándole forma con sus dedos al corte irregular que no había quedado tan mal.

Con Leandro al volante del auto del aquel que ya no estaba roto, entre risas y anécdotas ese par de hombres rememoraron por todo el camino los siete meses que llevaban sin verse, a pesar de que mantenían comunicación constante, eso jamás compensaba contarse de frente lo que les acontecía en sus vidas como estudiantes universitarios y las novedades en los días cotidianos de ambos.

Se conocieron el jardín de infantes del colegio y se separaron el día que se graduaron del bachillerato por los rumbos distintos que eligieron para volverse profesionales: Darío se marchó a Inglaterra y Hooper a Francia decidido por hacer algo sumamente distinto a lo que sus padres tenían planeado con su vida.

A pesar de quedar sin un cinco por unos años, al ser desheredado por rebelarse a escoger Finanzas o Economía para asumir así su papel como primogénito del imperio de tiendas de su familia, no desistió de lo que quería: se envolvió completo en el mundo del arte y se mudó con ayuda económica de su amigo a París para estudiar en Sorbona.

No erró en su decisión pues le iba muy bien, no sólo como estudiante también como artista emergente logrando colocar varias de sus obras en galerías de peso donde ya se le conocía por su nombre y durante los últimos meses había trabajado muy arduo en sus proyectos y aprovechando que Darío estaba en el país planeó tomarse un descanso, sin saber nada de nada hasta este momento en el que charlaban lo que le ocurría a Darío y a sus sentimientos.

—El amor es desinteresado —dijo Leandro luego de escuchar un breve resumen de lo que a su amigo lo había llevado a tal estado y de la decisión que había tomado sumergido en el océano.

—He amado antes, pues yo ...

—Oh si me amas Darío —completó la oración Leandro sin dudar —Pero amas lo que está adentro de mi, no lo que yo encarno. Nacer con éste "traje" impuesto es una maldición que bendigo: de no ser porque ambos somos hombres quizás nunca habríamos coincidido en este espacio y tiempo. Es mi envase lo que no te deja amarme completo, aunque mis sentires sean más femeninos que los de una mujer fue mi fragilidad, sin lugar a dudas, lo que me permitió hacernos amigos.

—No te trates así —pidió Darío Elba que nunca había vacilado ni titubeado en hablar abiertamente de los sentimientos unilaterales que Leandro Hooper tenía hacia él, ya que su orientación estaba demasiado definida para con las de su sexo opuesto —Sólo hasta ahora entiendo a qué te refieres con que nunca encontrarás a alguien que me reemplace, pero estoy seguro de ...

—Que así como El Conquistador cayó, así también puede que caiga yo por otra persona que no seas vos —le interrumpió sonriendo, continuando con su maña de completar las frases que Darío decía con suma certeza y le guiñó el ojo.

Regresando la vista al camino cuando el sol ya rayaba en el horizonte y la ciudad se dejaba ver entre el cielo violáceo de ese jueves en el que Nina ya descansaba a salvo en una cómoda y cálida habitación de Hospital, mas seguía dormida por las dosis de anestésicos que hubo que aplicarle para que su cuerpo no resintiera los procesos a los que fue sometida para tratarla.

Y en esa amplia habitación sobre un sofá descansaban agotados por el cansancio Oneida, Mercedes y Reuben pero no Sandro, él había montado guardia frente a la camilla viendo a detalle los picos del monitor cardíaco que se manifestaban como los de un corazón normal y lloraba en silencio, agradecido de que Nina tuviera tanta fortaleza para mantenerse viva más allá de las enfermedades y sus penurias.

Amaba a Nina y sin necesidad de ser su padre no dudaría en usar su cuerpo como escudo para protegerla de cualquier daño, pero reconocía en esos momentos que ya no era la pequeña que cargaba sobre sus hombros, esa a la que correteaba despavorida por toda la casa porque él la molestaba diciéndole que iba a lanzarle una de esas arañas de patas largas a las que le temía sin causas.

Dieciséis años habían pasado como nada desde que palpó en el estómago de su madre el primer movimiento de Nina y a pesar de que su vida no había sido común, ella había subsistido a su manera y por eso era digno de admirarle.

Se levantó de la silla donde estaba y mirando que ya casi eran las ocho de la mañana se recompuso de sus lágrimas y se encaminó a la puerta para despejarse su mente y en el pasillo que colindaba con la habitación de su hermana estaba, cuando se topó con Darío Elba que se veía totalmente diferente de hace un rato; no sólo porque se recortó la melena, había algo que ayer no tenía y acompañándolo venía un joven de apariencia extraña casi indefinida y entre los dos cargaban varios ramos de flores en cada mano.

—¡Regresó! —dijo Sandro admirado. No le conocía más allá de la charla que tuvieron mientras le hacía la sutura, pero con verlo tal y como se había marchado no pensó en que se asomaría a ver a Nina de nuevo.

—Soy explícito y cuando dije: "ya vuelvo" me refería a eso —dijo mientras estrechaba su mano —Muy buenos días, ¿cómo sigue Nina? Me explicaron en la recepción que la habían trasladado hasta aquí y que estaba fuera de peligro.

—Aún bajo los efectos de los sedantes, pero pase a verla. ¿O no se siente listo aún? —preguntó comprensivo al ver un leve temblor en la quijada de Darío cuando mencionó la palabra "sedante" e hizo un ademán para invitarlo al cuarto, pero su teléfono le avisó de una llamada y Sandro apretó los ojos cuando revisó que era su madre.

Darío se quedó de pie a su lado porque el hermano mayor de Nina se notaba nervioso.

—Sandro ¿porqué Nina no me ha llamado desde ayer ni contesta mis mensajes? ¿Por qué ninguno de los tres me ha contactado desde ayer en la noche? —dijo Doña Maho Cassiani del otro lado de la línea sin saludar

—Buenos días mamá hnm ¡Nina no contesta porque está dormida! —dijo Sandro viendo con cara de angustia a Darío y a él le dio un poco de intriga que estuviera mintiendo.

—¡Nina no duerme más allá de las seis y hoy es día de colegio! —sentenció la Señora Cassiani —¿Ella está bien? —preguntó mientras repasaba las cuentas de su rosario entre los dedos.

En la familia Cassiani Almeida había un código que los tres hijos seguían a pie de letra: nunca aflijas a mamá de no ser necesario.

Doña Maho Cassiani era asmática desde hacía más de una década y las emociones fuertes o el estrés le desencadenaban sus crisis y ataques. Por eso sus hijos le comunicaban únicamente eventos como la enfermedad de Nina ya cuando todo estaba bajo control, no cuando se daban para que ella no se enfermara de más. Y por eso ayer nadie le dijo que la pelirroja había ido a parar al hospital.

—Si, si está bien nada más tiene gripe y sarpullido, pero ya la trajimos a pasar consulta —contestó Sandro tapándose la cara de Darío porque tenía mucha pena al ser un viejo mintiéndole de manera tan patética a su madre.

—¡Ajá! ¿Y adonde están? —preguntó la matriarca de la familia sin creerle pero ni una sola palabra a su hijo mayor. Tenía cuarenta años de conocerlo y "se lo podía la derecho y al revés y hasta en frijoles" como bien decía ella cuando Sandro intentaba darle alguna mentira.

La experta de la familia en eso era Oneida, pero estaba más que dormida e intentar despertarla era casi igual que meterse con un escorpión enojado.

—En la casa —repuso Sandro

—¿Y si están en la casa por qué nadie se digna en levantar el teléfono? Sé que me estás mintiendo y aunque lo hacen por mi bien, me disgusta que no me avisen si Nina está mal. Ella es mi hija y necesita de su mamá si está enferma —Se quejó usando sus palabras efectivas de madre —Y pretendo regañarte más, pero no ahora: necesito que vengas al hospital y me ayudes con Reuben a llevar a papá a casa porque no vendrá el especialista que iba a realizar los exámenes de hoy y mañana y el respirador ha comenzado a fallar de nuevo —dijo con pesadumbre volviendo la mirada a Don César y a esos horribles pitidos que daba la máquina que la desesperaban.

A Sandro Cassiani la cara de pena se le esfumó en un instante y la de pavor se le asomó, pero controlándose lo más que pudo le dijo a su madre que en media hora estaría ahí.

—¿Qué sucede? —preguntó Darío mientras Sandro le pedía las flores que cargaban él y Leandro para llevárselas a la habitación de Nina.

—El respirador de papá está fallando de nuevo y debo ir a traerlo del Hospital-Universidad para llevarlo a casa y revisar si se puede arreglar —contestó serio —Tres veces al año lo llevamos a que le monitoreen mediante exámenes la actividad cerebral y buscamos opciones viables para ver si presenta mejoría y atrevernos a operarle de nuevo —contestó —Me da mucha pena con Reuben, pero a pesar de que está cansado tendré que despertarlo, yo solo no me aguanto ni puedo meter a papá de nuevo a casa.

—¿Puedo ir yo y ayudar? —añadió Darío pidiéndole a Sandro que se detuviera cuando se apresuraba a entrar a la habitación para despertar al panadero.

—Está bien, veremos si así como es bueno para romper brasieres es efectivo para levantar cosas pesadas y también comprobaremos de qué están hechos esos músculos que de seguro tienen impresionada a mi hermana —dijo entre risas —¡Lo siento! ¡Vi la oportunidad y no podía dejarla escapar! A medida que se acople a nosotros verá que hacemos un festín de bromas de las que nadie queda exento aún a mitad de las catástrofes familiares. ¡Ese es el toque Cassiani Almeida! Y si su amigo o amiga quiere venir también es bienvenido —añadió finalmente refiriéndose a Leandro que estaba llorando por la risa al ver la cara de Darío enrojecer como nunca lo había visto antes.

—¡Muchas gracias por la invitación! —dijo Leandro —Pero prefiero quedarme, yo no soy tan fuerte y además vi un hermoso árbol hace un rato por el jardín y quiero ir a preguntarle cómo se siente y dibujarlo si me da permiso de hacerlo. Oh y si que te volviste un bandido Darío, te guardaste lo mejor: no me contaste del brasier roto a sabiendas que esa es tu marca —le dijo echándole más leña al fuego de las bromas a Sandro.

—¡Cállate que no me estás ayudando en nada! —le gritó Darío a su amigo no encontrando donde esconder la cara de la vergüenza, pues había dicho una verdad: deshacerse de la ropas íntimas femeninas rompiéndolas con sus manos era una de las costumbres que recién había dejado atrás —Y por favor no le haga caso, suele decir cosas sin sentido por andar oliendo los pigmentos y disolventes con los que pinta —le dijo a Sandro mientras caminaban los tres para llegar a la salida y Leandro seguía riéndose cuando se perdió por el jardín en busca del árbol con el que pretendía hablar.

—¿En serio habla con los árboles? —preguntó Sandro —Mi madre habla con las plantas del jardín, creí que era algo que solo la gente de su edad hacía

—Oh no, eso de hablar con las plantas hasta yo lo hago, mi madre nos lo enseñó a los dos cuando éramos niños y sí Leandro nació hombre, pero su orientación es la Pansexualidad —contestó Darío con orgullo, nunca le había causado bochorno referirse a su amigo en público como lo que él era —Y si suena raro lo de hablar con las plantas, pero es algo muy mío que hago con mucho recelo —agregó al subirse a su auto e invitando a pasar a Sandro.

—No se preocupe, yo respeto eso y más si fue su madre quien le inculcó ese gesto. ¿Qué tal está ella? —preguntó.

Darío puso en marcha su auto y por segunda vez en la vida tuvo la seguridad necesaria para contar su historia y ya no sentía aquel nudo aflorar de su pecho al recordar sus últimos días con ella.

Sandro comprendió de inmediato la reacción que había visto ayer en él y sintió confianza en Darío más de la que ya le tenía al haber cruzado un par de palabras y lo siguiente que dijo cuando le ofreció ayuda con algo que no esperaba, hizo que le añadiera una virtud de gran peso: bondad.

—Tenemos tiempo de ir a la casa donde me crié —aseguró Darío —Ahí están todos los artefactos médicos que le dieron a mamá más días de vida y si la memoria no me falla hay un respirador entre otras cosas. Nadie las usa y si están en esa casa es porque antes no tenía el valor suficiente para desprenderme de ellas, pero su padre las necesita, no creo que tengan defectos pues se les ha dado mantenimiento todo éste tiempo.

—Algún día juro que tendré cómo pagarle por todo lo que hace, creo que puedo cubrir dos horas más por día para hacer veinte en total en el Hospital

—¿Trabaja dieciocho horas diarias? —interrumpió asustado Darío a Sandro encontrando así la justificación a esas sendas ojeras que le invadían la piel alrededor de los ojos.

—Si y lo hago con gusto. Así es como puedo pagar los gastos extras de tener a papá como está y mantener a mamá y a Nina a flote. Oneida también hace lo suyo para ayudar, tiene dos trabajos y a diferencia mía ella si tiene un hijo por quien velar.

—¿Qué debo de hacer para que se olvide que me debe algo? De verdad le digo que no necesito que me reponga nada. Me hace feliz saber que en algo puedo ayudar —dijo poco antes de abrir unos inmensos portones y al estacionarse frente a la que había sido su casa familiar once años atrás y donde había estado hace un rato cortando las flores que le llevaba a Nina y que sobrevivían gracias a los conocimientos que le infundo su madre.

Sandro comprendió al ver aquella "casa" porque Darío no quería que le pagaran ni un quinto y la razón de ese apellido tan poco común que se le hacía conocido desde que lo escuchó: estaba frente al último de la dinastía de los Elba, esos famosos militares que habían amasado dinero jugándose su vidas en tierras ajenas por largas generaciones y del cual Darío era el único que no se había enrolado en el ejército.

Entraron a la amplia casa y hasta ayer Darío no hubiera tenía el valor de cruzar ni la puerta de la habitación en la cual había fallecido Amira y donde compartió con ella el tiempo que le fue otorgado para disfrutar a su lado.

Pero ahora con el paso firme avanzó sin flaquear y corrió las cortinas para dejar entrar la luz y si necesidad de cerrar los ojos únicamente los recuerdos buenos le llenaron la mente: su madre corriendo tras él jugando a las escondidas, ellos contando estrellas por esa gigantesca ventana y las competencias de quién hacía la bomba de goma de mascar más grande sin falta cada semana.

Removió las cubiertas de los aparatos que su padre compró para tener a su amada esposa en casa para que el pequeño Darío no sufriera más porque no lo dejaban entrar a verla al hospital y pasó la mano por la camilla donde la abrazó por última vez antes de que aquellas máquinas hicieran el pitido infernal que anunció que Amira ya no pertenecía a los vivos en cuerpo sólo en espíritu.

—Entiendo por qué tiene empatía con mi hermana, pero ella no es su mamá –dijo Sandro sin estar anticipar jamás la respuesta de Darío

—No, no lo es, ella es Nina y el día en que muera será de vieja ya cuando las canas le retoñen por todo el cabello y yo me voy a encargar de eso aunque no sea yo quien esté a su lado. Yo no tengo idea de qué pretenda Reuben Costa, pero yo pretendo lo inmortal y no voy a interponerme en su camino. Y ya no solo siento empatía por ella, me gusta y tengo que aceptar que siento otro montón de cosas más y está en todo su derecho de exponerme ante Garita si es que yo no lo hago primero.

—Si usted abre la boca con Garita lo único que se va a ganar es que no le de permiso de visitar a mi hermana en casa y yo sería un desalmado si llegara a quejarme. Reuben es casi mi hermano, nada más le falta que corra mi propia sangre por sus venas y aunque sueño que algún día él supere sus propios traumas y por fin se anime aceptar a Nina como mujer y no como su hermana yo no estoy loco como para no ver lo que a usted le pasa —dijo Sandro Cassiani limpiándose una lágrima y estrechando la mano de Darío Elba.

Desde el día en que nació Nina juro que nunca se involucraría en sus relaciones sentimentales, prometió que respetaría cual fuera su decisión y lo único que esperaba del que fuera su novio o esposo era que la respetara no solo su cuerpo si no también a sus afectos.

—Sepa Dios que le hizo mi hermana a usted para que volcara su cariño hacia ella y nada más me resta decir que luego de salir de este lugar se me olvidará lo que acabamos de hablar hasta que un día

—Hasta que un día Nina sea feliz con quien ella decida estar —dijeron los dos al unísono finalizando así aquel apretón de manos y apurándose a mover el pesado respirador que les urgía tanto y acomodándolo en la parte de atrás del vehículo de Darío donde a penas cabía.

El trayecto del camino hacia el Hospital-Universidad se dio entre charlas de hombres sobre motores de autos y refacciones mecánicas, de consejos de cómo hacer que el arroz común reviente más suave hasta hacerlo rissotto y uno que otro truco para la paella de mariscos que al parecer les gustaba a ambos.

—¿Está listo para decirle a la Señora Cassiani sobre la salud de Nina? —preguntó Darío al entrar con Sandro al Hospital y notarlo un poco ansioso.

—Justo eso estaba pensando, pero creo que antes iré a dar una vuelta por Archivos para ver en el expediente cómo salió papá esta vez. Venga, es por aquí —dijo al subir al ascensor e indicar el tercer piso.

—Poco antes de que me llevara a Nina al Hospital ella me habló sobre unos papeles —dijo recordando una de las tres palabras que le había dicho ella a duras penas.

—Se refería a su expediente médico, todos tenemos una copia y Nina tiene la suya en su habitación. Sabe que si se enferma debe de llevarlos consigo para que vean la epicrisis de su caso médico —contestó Sandro —Y se supone que usted debería de tener una, pero veo que no sabía nada.

—Me falta esa información en su carpeta estudiantil y le agradeceré que me brinde una copia

—Con gusto se la doy al llegar a casa —dijo Sandro al bajarse del ascensor y dirigirse a la Unidad de Archivos y Registros Médicos del lugar.

Identificándose le dieron el permiso de pasar, el expediente de César Cassiani aún estaba en la bandeja de acomodo y tomándolo comenzó a sacar los resultados que arrojaron los exámenes del día de ayer y a ratos hacía expresiones de alegría y otras tantas de desconsuelo.

—Papá sigue en grado III de coma o coma moderado según la escala que consulte, pero al menos sus demás órganos se mantienen estables —concluyó al mostrar a Darío los exámenes.

—¿Puede despertar?

—Si tiene la misma fe que Nina y mi esposa todo puede pasar. Mientras no existan más complicaciones de las que ya hay es más que una luz a medio túnel —añadió Sandro cerrando el expediente luego de sacarle las respectivas copias para después guárdalo.

—Vamos, no hay que hacer esperar más a mi mamá y que Dios me ampare —dijo Sandro al apresurarse a buscar de nuevo el ascensor para ir al piso donde estaba su madre y al abrirse la puerta se encontró de golpe con ella.

—Buenos días mamá ¿Cómo está —saludó Sandro a su progenitora.

—Buenos días hijo, pensé en salir por un poco de aire porque ese "beep beep" me pone mal ¿Dónde está Reuben? ¿Por qué andas con el uniforme de ayer? ¿Por qué Oneida tampoco responde mis llamadas?

—Muchas preguntas para responder de una vez madre —contestó Sandro y viendo a Darío soltó sin más la verdad —Pero todas terminan en la misma causa: Reuben, Oneida y Mercedes están dormidos en un sofá en el cuarto de Hospital donde está Nina ingresada, por fin le dio varicela y se le complicó con neumonía. Le hicieron una toracotomía entre otras cosas para ponerle una sonda pleural y drenarle el pulmón y por eso visto con el mismo uniforme de mis rondas de ayer y tampoco me he bañado. Siento la mentira, pero no quiero que se preocupe demás y le presento a Darío Elba: es él quién salvó a Nina llevándola a tiempo para que la atendieran y también nos acaba de "prestadonar" un respirador para mandar a reparar el de papá así que mínimo lo abraza que sin él no estaríamos hablando en este momento y de paso se ofreció ayudarme a llevar a pá de regreso a casa.

Pero para ese momento la Señora Cassiani ya se había abalanzado a los brazos de Darío porque entre todo lo que escuchó le bastó con "es él quién salvó a Nina" para correr a agradecerle.

Y otra vez el rubor de apoderó de las mejillas de Darío al escuchar todo lo que la Señora Cassiani le dijo además de cien veces "gracias" y le causó mucha risa que ella al igual que Oneida le dijera que se "iría al cielo con todo y zapatos".

Platicando de Nina y su estado llegaron los tres a la habitación 1108 donde estaba el Señor Cassiani y Darío Elba fue presentado por su esposa, que le explicó de buenas a primeras que esa era la costumbre de la familia: saludar a César y hablarle aunque sonara tonto por su estado de inconciencia y luego de entender sus razones Darío le habló con soltura como si estuviera despierto y pudo ver por fin el origen de ese extraño color rojizo y de las pecas que nadie más tenía en esa familia sólo Nina y ese gran señor que estaba postrado y de no ser por el respirador si parecería que estaba dormido y no perdido más allá en las fronteras de su mente.

Luego de revisar lo que pasaba con el respirador, Sandro comunicó que al parecer si podía enviarse a reparar y volvió a decirle a Darío que estaba demasiado agradecido por prestarles el que antes fue de su madre y éste una vez más dijo que no había nada que devolver y que le dieran el uso correspondiente para un paciente como Don César y después de firmar los documentos de salida, la camilla donde yacía su padre junto con el respirador defectuoso fue movilizado hasta la salida donde una ambulancia esperaba por él y Sandro le preguntó a su madre si quería irse en con Darío y ella dijo que sí.

Darío no negaría que se sintió nervioso cuando Doña Maho encontró las manchas de sangre que Nina había dejado por todo el asiento de atrás y más cuando logró reconocer unos cuantos botones de la camisa de su hija y apretándolos fuerte entre sus manos contra su regazo a la Señora Cassiani se nublaron los ojos de lágrimas y él logró distinguir una respiración cansada en ella típica de los enfermos de asma, pero guardando la calma la tranquilizó al jurarle por su vida que Nina estaba más que bien y en recuperación en el Hospital donde estaba y logró distraerla hablándole de las distintas tonalidades de hortensias y de peonías que tenía en el jardín de su casa.

Abriéndose campo por la calle tras la ambulancia que transportaba a Don César al poco tiempo pudieron llegar a la casa de Nina y sólo hasta bajar al paciente comatoso a media calle Darío pudo descifrar al fin el significado de aquella curiosa puerta ancha: con esa modificación inusual se podía pasar entre dos personas con más facilidad la camilla más el respirador artificial.

Recordando sus estudios teologales recitó en su mente aquel versículo de la Biblia que hablaba sobre el paralítico que fue llevado ante Jesús para ser sanado y al no ser posible pasar por la puerta lo introdujeron a la casa donde estaba el Mesías mediante un hueco en el techo y definitivamente los Cassiani eran la representación viva de esa escena de hace dos mil años, porque no se dejaban vencer ante la adversidad y con sus esfuerzos sobrehumanos por hacer más de lo que una persona común haría en esos casos de situaciones extremas siempre salían adelante y conocerles más a fondo le provocaba más ganas de no alejarse de ellos y mucho menos de la pelirroja.

Cuando Sandro colocó el respirador, que a pesar de tener once años de desuso funcionaba mucho mejor que habían comprado con demasiado esfuerzo ellos, le pidió a Darío que por favor subiera a la habitación de Nina por la carpeta que contenía su registro médico e indicó donde podía encontrarlo.

Obedeciendo subió los escalones y estando frente a la puerta del cuarto de ella se sorprendió que las paredes fueran tan blancas y que no tuviera ningún afecto personal a la vista: si esa era la alcoba de Nina estaba más vacía que los cuartos de los hostales donde los huéspedes barrían con todo lo que podían cargar.

Junto a la ventana estaba su cama arrinconada en una esquina contra la pared y al lado una mesita de noche con una lámpara y frente a eso un escritorio más un closet y después de eso no había nada más.

Solo pensaba hacer lo que le habían pedido y buscando en la gaveta de la mesa del escritorio de Nina al lado de su carpeta médica encontró una bolsa sellada de evidencias policiales con fecha de entrega reciente que la cual se distinguía que contenía un libro empapado de sangre seca. "Moby-Dick" el libro que su padre tenía en sus manos el día que pasó lo del tiroteo y con eso entendía otra de las cosas que Nina le había dicho:

"De los grandes clásicos el único que me niego a leer, y no porque no lo considere bueno sino porque me pesa casi o igual que una ballena blanca, es Moby-Dick"

A dos años de la tragedia que casi hunde a los Cassiani: Nina seguía juntando pedacitos de historia para seguir al lado de su padre más allá de esa camilla donde permanecía postrado y mirando a su alrededor entendió el significado de ese desabrido cuarto cuando nadie más pudo hacerlo y se llevó consigo ese descubrimiento de la pelirroja dejando en su sitio aquel pesado libro, como ella solía llamarlo y cerró la puerta de su habitación para apresurarse en abrir aquella del hospital donde para todos la crían despierta por el simple hecho de abrir los ojos.

Mas Darío sabía que Nina continuaba dormida desde hacía mucho y él, en esa batalla marina contra sus males y temores, juró que iba a despertarla ya no por acciones casuales al azar, sino con alevosía e iba a empezar ese mismo día sin darle descanso hasta saberla plena pues Nina Cassiani Almeida vivía presa del pasado y no avanzaba como debía ni quería enfrentar sus miedos porque se había gastado un buen tiempo enfrascada en una lucha sin salida de correr para crecer por alcanzar a Reuben Costa y a lo que César Cassiani algún día fue.

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