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—Cuando Nina nació la relación de mamá y papá no estaba en las mejores condiciones —dijo Sandro Cassiani —Yo soy el primer hijo de su matrimonio, nací del vientre de mi madre cuando ella tenía a penas quince años y papá tenía catorce.

—Fueron nuestros abuelos quienes les echaron la mano y no los dejaron desprotegidos a pesar de que no era responsabilidad de ellos ayudarles, fueron ellos quienes compraron la casa familiar —continuó hablando Oneida —Mamá y papá se amaban

—Mamá y papá se aman —corrigió Sandro a su hermana —Si algún día quiere ver un referente de amor verdadero ahí están ellos dos, que a pesar de ser unos chiquillos se esforzaron para criarme a mí lo mejor que pudieron y sin descuidarme no dejaron de estudiar: terminaron el colegio y luego se turnaban para ir a la Universidad. Papá luego de muchos sacrificios logró titularse con honores como Ingeniero Civil aún siendo jefe de hogar y mamá tardó un poco más, pero también logró graduarse como Chef.

—Nací cuando Sandro tenía diez años —dijo Oneida —Y por aquellos años éramos una familia feliz, teníamos lo necesario sin necesidad de lujos y lo más importante: no nos faltó amor y cariño. Pero con el correr del tiempo papá se fijó en otra mujer un tanto más joven que mamá.

—Poco a poco fue cambiando con nosotros, pero Oneida y yo ya estábamos grandes y aunque nos dolía escuchar sus gritos y reclamos nos quedábamos callados. Teníamos la esperanza de que papá se quitara la venda de los ojos y de que todo volviera a ser como antes. De todos modos seguía llegando con regularidad a casa, esa mujer era nada más su amante por ese entonces —añadió Sandro.

—Mamá tenía treinta y nueve años cuando salió embarazada de Nina y no creas que fue planeado o que era alguna táctica de ella para retener a papá. Nina nació de esas noches a donde papá le renacía el amor por mamá —aseveró Oneida viendo a Darío —Pero cuando papá supo que mamá estaba embarazada se fue del todo de la casa y se mudó con su amante.

—Fue el golpe más bajo que mamá como mujer recibió —dijo Sandro —Lloraba a diario, se negaba a comer y al fin de cuentas se deprimió —añadió con tristeza —Papá ni siquiera se asomó cuando llegó la hora del parto, fui yo quien recibió a Nina y entre Oné y yo le pusimos sus nombres. Mamá estaba tan mal que no lo pudo hacer y papá se acercó sólo a firmar para darle los apellidos y luego de eso no le vimos más por un buen tiempo.

—No vayas a juzgar a mamá como una mala madre —dijo Oneida a Darío —Sólo una mujer que carga vida en su vientre sabe por lo que ella pasó y no cualquiera resurge de las cenizas como mamá pudo hacerlo. Basta con saber que aunque papá le fue infiel ella nunca le traicionó con ningún otro hombre a pesar de que a veces nosotros le animábamos a hacer vida amorosa más allá de papá.

—Con el tiempo papá comenzó a visitar de nuevo la casa, de todos nosotros sólo Nina sacó su cabello rojizo y las pecas características de él y quizás eso fue lo primero que le ablandó la conciencia, pero para ese tiempo Nina creía que yo era su papá y me llamaba como tal. A sabiendas de que papá literalmente la abandonó, Nina fue incapaz de sentir rencor u odio y él también a pesar de sus errores es una persona virtuosa y a su modo logró acercarse a Nina hasta ganar su confianza —añadió Sandro.

—Fueron los libros lo que los acercaron Sandro —dijo Reuben —Nina pasaba mucho rato sola cuando era pequeña y cuando aprendió a leer se refugió en la lectura y la mayoría de libros que habían por esa época en su casa pertenecían al Señor Cassiani. Ella sentía a su papá a través de esas gastadas páginas amarillas y con las anotaciones que él había dejado al margen y entre párrafos fue como lo conoció, a medida que leía esos libros comenzó a pensar de manera más critica justo como él.

—Papá le daba un libro nuevo cada semana y los sábados y domingos le hacía preguntas y le asombraba el intelecto de Nina por sus análisis a pensar de no tener ni diez años —agregó Oneida con una sonrisa dibujándose en la comisura de la boca —Cuando yo salí embarazada nadie tuvo que explicarle cómo había llegado hasta ahí mi hijo Egon, ella lo dijo con las palabras específicas y lo entendió sin que nadie le dijera nada y eso con sólo siete años.

—Era un niña feliz, pero comenzó a cambiar a medida que nosotros nos fuimos de casa, ya éramos adultos. Fui yo el que se fue primero —dijo Sandro —Luego Oneida y al final se quedaron solas mamá y Nina en esa casa.

—La dejamos sola justo cuando más nos necesitaba, más cuando a mamá la ingresaban hasta un mes en Hospital cuando le daban sus crisis asmáticas. Y como sus crisis no avisaban a veces no nos daban tiempo de llegar para ayudar: tuve que enseñarle a poner vías intravenosas y a inyectar entre otras cosas. En medio de todo eso ella nunca se quejaba, entendía que cada uno de nosotros ya teníamos familia aparte que atender y nos animaba a confiar en ella para que no nos preocupáramos de más. Papá fue su salvavidas en esos tiempos porque llegaba a cuidarla, no faltaba los fines de semana en casa e iba por ella al colegio y le daba unas vueltas por la capital para enseñarle a manejarse sola por la calle. Él le enseño a valerse por sí misma en los autobuses y en las intrincadas ramificaciones escondidas del centro para llegar más rápido a casa. Compartían mucho en esas salidas: desde los lugares de valor histórico por su arquitectura hasta donde papá se reunía con sus amigos a jugar cartas y ajedrez —dijo Oneida.

—A fin de cuentas éramos una familia unida a nuestra manera, aunque no estuviéramos bajo el mismo techo y cuando Nina conoció a Reuben de nuevo volvió a vérsele sonreír como antes —dijo Sandro dándole unas palmaditas a su amigo en la espalda y sentándose en el piso a su lado.

—Así creció Nina, entre el colegio sus libros y anécdotas que le contaba papá, así comenzó su adolescencia e iba todo bien pero cuando tenía trece años las cosas cambiaron para no retornar a ser iguales jamás. Un día papá llegó a la casa y no había nadie, mamá no estaba y Nina seguía en el colegio, él me llamó a la oficina y me dijo que no veía muy bien y que si yo podía llevarle al oftalmólogo para que le revisaran. Nina y yo somos miopes por él y a causa de eso papá pensaba que quizás necesitaba una nueva graduación en los lentes —dijo Oneida cerrando los ojos —Ese fue el primer día de nuestro calvario.

—Fue Nina quién llegó primero a la casa ese día, saludó a papá y él no le contestó. Creyó que se había quedado dormido sentado en el sofá y luego de cambiarse el uniforme ella se le acerco y al verle los ojos abiertos le habló con normalidad y le sirvió un refresco y en ese momento se dio cuenta de que papá se había paralizado y que no podía mover la parte derecha de su cuerpo. Me llamó desesperada diciéndome todos los síntomas en medio del llanto —dijo Sandro y la intuición nos decía que tal vez a papá le había dado un derrame parcial.

—Y sin esperar más ese mismo día entre los cinco nos lo llevamos al Hospital y el primer diagnostico que arrojaron los exámenes básicos fue que a mi suegro le había dado un accidente cerebro vascular —dijo Mercedes —Confirmar nuestros presagios nos golpeó fuerte y a medio consultorio nos quebramos todos y rompimos en llanto. De buenas a primeras nos dijeron que no se le veía futuro de recuperación motriz ni con fisioterapia intensa y como si fuera poco, ojalá hubiera parado ahí la desgracia.

—Por órdenes del neurólogo se tenían que hacer más exámenes para encontrar la causa exacta de lo que padecía y dar un dictamen médico concluyente. Tuvimos que hacerle una serie de estudios que no los cubría su cuota de asegurado social y sin dudarlo un segundo Sandy y yo pagamos sin pensar en los números. Nos llegaban a las manos sobres y sobres llenos de análisis y de entre todos había uno que no queríamos abrir: la resonancia magnética, porque quizás en el fondo ya sabíamos que había algo mucho peor —dijo Oneida —Y al abrirlo encontramos de donde venían todos los problemas de papá: un tumor con metástasis en medio de su cerebro con probabilidades de vida para meses inexactos, pero no pasaría de un año.

—Papá es un hombre robusto que jamás se enfermó ni de gripe y nunca creímos verlo demacrarse como sucedió, poco a poco fue perdiendo sus funciones: perdió el habla, la movilidad, el oído y un día nos dijo que no recordaba cómo se llamaba ni cómo se leía —dijo Sandro dejando salir rabia y dolor entre dientes —Papá es de aquellas personas que agarra un periódico y lo lee de principio a fin, amaba leer y aunque ya le molestaba no poder ser independiente para ir al baño para él eso fue demasiado y se frustró cayendo en una profunda depresión, negándose a ir más al médico y se resignó a morir.

—En medio de todo eso él se alegraba cuando tenía momentos de lucidez en los que parecía que no tenía nada, pero tan poco duraba su entusiasmo porque empeoraba cada vez más y más. Se hastió cuando apareció el dolor y para eso lo único que podíamos darle era opiáceos y antiinflamatorios para bajar la presión en el cerebro porque nos decía que sentía que algo desde adentro de la cabeza le iba a explotar. A escondidas nosotros seguimos viendo opciones y nos llenaba de tristeza que las puertas se cerraban para su futuro: por la forma y ubicación del tumor en una cirugía las probabilidades de salir con éxito de la operación era escasas; así como bien podría removerse el tumor de un único proceso quirúrgico así también podía quedar una raíz y crecer rápido en cuestión de semanas o terminar en estado de coma. Luego de consultar con varios neurólogos tuvimos que decirle la verdad a mi suegro, que resignado eligió pasar sus últimos días en casa con su verdadera familia.

—Mamá no dudó en acogerlo como si nada hubiera pasado, nunca lo vio mal y lo trataba con el mismo amor que nosotros conocíamos, hasta dejó su trabajo y se dedicó a cuidarlo y en todo ese tiempo Nina se había abstraído al extremo no de hablar más que lo necesario, pero con la llegada de papá a casa cambió un poco: se desvivió por él, en hacer juntos las cosas que le gustaban, en leer. Pero por las noches lloraba a diario y cuando papá empeoraba ella se negaba a comer. Sólo se sentía esperanzada cuando papá pasaba consiente más de un día y después de todo se enfrascó en que todo volvería a ser como antes y se empecinó en creerlo —dijo Oneida ya con lágrimas.

—A papá le descubrimos el tumor en marzo y para agosto de ese mismo año la enfermedad había hecho estragos en todo su cuerpo y en Nina también: había dejado de dormir, mal comía y aún así iba al colegio, pero estaba ausente de sus acciones sino reprobó las materias es porque como usted ya sabrá: tiene una memoria tan buena que nunca ha necesitado estudiar —dijo Sandro a Darío.

—Ese mismo agosto papá tuvo un período de quince días sin atrofias de ningún tipo y eso a Nina eso le convenció de que podía sanarse, que no eran sus últimos días y por desgracia se aferró a eso y le escribió una carta a papá. Una carta que de la sólo ella sabía y que suponemos que papá encontró —contó Oneida intentando mantener la calma y hablar con soltura pero le era imposible. Reuben la abrazó y siguió hablando por ella.

—Fue un viernes que las cosas se complicaron para mal, ese día no estaba la señora Cassiani cuidando de Don César porque tenía una cita por su tratamiento de asma y yo no estaba en la panadería por que tenía clases en la Universidad. Y Nina después de llegar de clases al llegar a su casa me llamó al teléfono diciendo que su papá se había marchado, que le ayudara a encontrarlo. Estaba afligida porque él le había dejado una nota diciendo "que iba a hacer lo correcto". Nina estaba muy asustada, creyó que quizás él se suicidaría y yo no necesitaba verla para saber por el pánico por el que pasaba. Le dije que tratara de calmarse que no saliera de casa, que me esperara para ir con ella, pero no lo hizo: se fue sola a buscarlo. El primer lugar donde lo buscó fue el Hospital y en la recepción le dijeron que si había estado ahí y que había firmado el consentimiento de operación para el siguiente día —dijo Reuben.

—Nina tenía miedo y felicidad, ella misma me lo dijo cuando me llamó a mí para contarme y claro que también salí en busca de ambos de inmediato —continuó Sandro.

—Pero a pesar de que nosotros dos éramos los hijos mayores no conocíamos todos los lugares que papá frecuentaba, sólo Nina había compartido todo eso con él y por eso ni Sandy ni yo dimos pudimos ubicarlos —dijo Oneida —Tan afligidos estábamos que dimos aviso a la policía de que si daban con Nina en la calle, la retuvieran porque caía la noche y no era bueno que anduviera sola en el centro.

—Nina me llamó pasadas las siete de la noche y me dijo que ya sabía donde estaba su papá, pero habría sido mejor que no diera con él. Don César frecuentaba un bar en sus tiempos de salud y fue ahí donde ella logró encontrarlo, él había ido a comentarle a sus amigos que había tomado la decisión de operarse por su hijita menor y que iba a salir adelante y no se iba a dejar vencer por un tumor. Cuando yo supe donde estaba ese bar corrí para alcanzarlos, pero llegué tarde —dijo Reuben bajando la mirada —Llegué quince minutos tarde.

—No fue culpa de nadie, las cosas que pasaron tenían que pasar tal y cual sucedieron —interrumpió Mercedes.

—No era un bar de mala fama, era un bar de señores pensionados que se reunían por las noches para contar sus memorias acompañados de un trago. Pero ese día había un hombre entre ellos muy ebrio al que no conocían que pregonaba que andaba despechado por una pelirroja y al ver a Nina entrar con su cabello al aire la confundió y de la nada sacó un arma y comenzó a lanzar disparos a diestra y siniestra —dijo Oneida –Cuentan que embrutecido gritaba que iba a matar a todos los que estaban ahí para que nadie se quedara con la maldita pelirroja que había jugado con él.

—Las personas que salieron ilesas o que quedaron vivas del tiroteo dieron testimonio de que Nina cayó poco antes de llegar al lado de papá. La bala le rozó el brazo izquierdo, pero no le hirió muy profundo sólo hizo que se cayera del impacto. También nos contaron que papá sostenía unos globos con helio y un libro que creemos pensaba darle a Nina y a lo mejor ella pensó que los disparos eran algún globo estallándose y por eso volvió a levantarse aún cuando quienes estaba cerca de ellos afirman que papá le ordenó que no se levantara, pero dicen que ella le gritó: "Usted me enseñó que cuando un Cassiani se cae siempre se levanta y si usted no tiene miedo yo tampoco lo tendré" y ni bien se había puesto en pie cuando una bala se le incrustó por atrás en la espalda —dijo Sandro limpiándose las lágrimas que ya no podía retener más

—Cualquiera diría que una niña de trece años tendría suficiente con eso para no continuar, pero ella se puso en pie y trató de llegar hasta donde estaba él sólo para que otra bala le diera ésta vez atravesándole el pecho e incrustándose finalmente en el pulmón izquierdo de papá —añadió Oneida llorando.

—Cuando llegué al bar la gente corría en todas direcciones y vi caer a muchos frente a mis narices. Los gritos desgarradores de la gente que quedaba adentro suplicaban entre aullidos ayuda y todo terminó cuando el ebrio se suicidó de un balazo al caer en cuenta de lo que había hecho. Odio tener que reconocer que fue con el rojo del cabello de Nina como logré reconocerla en medio de tantos cuerpos a su lado. Ella yacía en el piso en un charco de sangre tomada de la mano de su papá que convulsionaba —dijo Reuben con la voz temblorosa —Las sirenas de las ambulancias se escuchaban por doquier y aunque no tardaron en llegar para mi pasaron siglos mientras la sostenía en mi regazo. Yo le pedía que no cerrara los ojos y ella aún asfixiándose con su misma sangre me pedía que cuidara de su papá, que la dejara ahí y que fuera a revisarlo a él. A Nina le brotaba la sangre no solo del pecho y la espalda sino también por la boca y la nariz y yo ya no sabía que más hacer cuando empezó a temblar y sólo se me ocurrió abrazarla y ni cuenta me di cuando llegaron las ambulancias y se la llevaron para intentar salvarla.

—Como Nina aún tenía trece años fue remitida al Hospital de Infantes donde ambos trabajamos y llegó inestable con shok hemorrágico. Había perdido tanta sangre que no nos estaba resultando efectiva la autotransfusión y sí Sandro y yo no hubiéramos estado con ella la habrían dejado morir, en nuestro medio cuando los demás ven a alguien así no se esfuerzan, pocos nos arriesgamos a dar tanto y no pensábamos dejarla ir. Eso que vio en su pecho es una esternotomía, tuvimos que operarla a cielo abierto para poder hacer todo lo posible por mantenerla viva. Sandro sostuvo su corazón con sus manos mientras intentábamos por todos los medios reconstruir las vasos y las arterias, también tuvimos que reparar parte de su pulmón derecho que fue donde tenía incrustada la otra bala y limpiar pedacitos de huesos de una costilla que se había astillado —dijo Mercedes —Habían más de diez personas atendiéndola y todos los que estábamos ahí ese día dimos más que lo mejor de nosotros y a pesar de que tuvimos que reanimarla cuando la cerramos sólo nos quedaba esperar. La ciencia es ciencia, pero nosotros todavía creemos en Dios.

—Papá corrió la misma suerte de Nina, aunque su lesión no era tan grave por ese tumor las cosas se complicaron demasiado. Esa misma noche ingresó al quirófano por un paro respiratorio y se le había inflamado tanto el cerebro por la falta de oxígeno y también sufrió un anerurisma. No quedaba otra que operar para sacarle el tumor y así liberar presión. Lograron removerlo de raíz, pero a medio proceso le colapsó el pulmón y finalmente quedó en coma dependiendo de un respirador artificial y por todo el cuadro general no soportaba una operación más o quedaría en estado vegetativo total —contó Sandro agobiado como si estuviera pasando de nuevo por ese preciso momento.

—Una semana tardó en despertar Nina después pasar por todo lo que pasó y como imaginarás lo primero que hizo fue preguntar por su papá —dijo Reuben con amargura —Nina estaba en estado delicado y no podía ni moverse centímetros y lloraba porque quería verlo, quería estar con él. Tuvieron que ponerla a dormir varias veces porque al estar reciente la operación le hacían daño las emociones fuertes.

—Peleamos con el Hospital donde estaba papá porque después de quince días los médicos recomendaron desconectarlo, no iban a hacer más y no podían mantenerlo ocupando una camilla y equipo que otros necesitaban. No podíamos dejarlo partir sin despedirse de Nina y por eso alquilamos un respirador y nos lo llevamos a casa. Al mes Nina ya estaba lista para ser dada de alta, pero Nina al verlo se negó a dejarlo ir. Nos suplicó hacer lo que pudiéramos para mantenerlo vivo y no queríamos verla pasar por más dolor del que ya había tenido, se culpaba desde que recuperó la conciencia de que todo era su culpa, que si ella no hubiera escrito aquella carta y si no hubiera cometido la imprudencia de salirlo a buscar nada habría pasado —siguió diciendo Sandro —Y por eso con la pensión de desahucio de papá más dinero que prestamos y de bienes que vendimos compramos un respirador artificial y al día de hoy básicamente lo que antes era el lecho nupcial de nuestros padres ahora es un cuarto privado de Hospital —añadió limpiándose las lágrimas.

—Y a pesar de que tres meses de recuperación intensiva la dejaron casi como nueva pasó dos sumida en depresión, teníamos que bañarla porque no tenía voluntad para nada. Pasaba en el cuarto con papá hablándole como si estuviera consiente y tuvimos que traer a un psiquiatra que nos dijo que sólo Nina saldría de ese estado si ella lo quería. No estaba insana mentalmente, pero se enajenó para protegerse creando su propio mundo y nos aíslo a todos menos a Reuben —dijo Oneida.

—Fue duro verla así e hice de todo para hacerle volver a la realidad, en ocasiones tuve que hablarle fuerte y ponerla frente al espejo para que se viera quién era ella, no podía negar lo que había vivido y tenía que aprender a crecer con eso —añadió Reuben —Y un día así como si nada se levantó temprano y se vistió con el uniforme del colegio y se fue a clases, como si hubiera despertado de un sueño y se incorporó poco a poco al mundo.

—Volvimos a consultar con el psiquiatra y nos dijo que nada más la vigiláramos, que no la dejaráramos sola tanto tiempo y que la apoyáramos —añadió Mercedes —Que habláramos con ella con soltura y evitáramos hablar de lo sucedido. Con el tiempo accedió a hacerse los estudios psiquiátricos para ver cómo estaba y todos los psiquiatras se asustaron de que estuviera totalmente sana. Si bien recibió ayuda nuestra fue ella misma quién se empujó a salir de la bruma en la que se había sumergido, aunque también tiene sus días malos: padece de terrores nocturnos, antes se despertaba a media noche gritando, pero ha logrado controlarlo. Creo que es una misma pesadilla la que la atormenta y a veces por eso le cuesta conciliar el sueño. 

Darío Elba estaba atónito de todo lo que había escuchado y aún estaba asimilando la información recibida y arreglando sus pensamientos cuando Oneida hizo una pregunta a su hermano mayor

—Hablando de exámenes ¿No deberíamos de aprovechar que está como está para hacerle el que tenemos pendiente?

Y Darío vio la raiz en medio de todas las ramas espinosas donde estaba Nina porque recordó algo que ella misma le pidió antes de que la ingresaran:

"No dejes que mis hermanos se metan con mi cabeza"

—¡No! —dijo contundente —Prometí no dejar que ustedes le hagan algo en contra de su voluntad —agregó muy serio, con esa seriedad que pocos conocían porque le disgustaba usar, pero que bastaba para que le prestaran la razón suficiente.

—¿Al menos tiene una idea de lo que estamos hablando? —contestó Sandro un tanto a la defensiva y esperaba recibir apoyo de Reuben y de su esposa pero ambos apoyaron a Darío.

—Yo tampoco dejaré que se lo hagan sin tener el permiso de ella Sandro, no puedes ir en contra de su voluntad —respondió muy seguro Reuben.

—Y aunque Darío no sepa de que hablamos: yo escuché a Nina pidiendo su palabra y creo que te conviene más tenerlo de tu lado a él porque tu hermana le tiene igual confianza que a Reuben —le dijo a Sandro su esposa.

Y Oneida junto con Sandro viendo el lado hacia donde se inclinaba la balanza desistieron, pero no sin antes contar la razón de su necedad:

—Cuando le extirparon el tumor a papá lo mandamos a analizar afuera del país para encontrar la fuente de aparición pues antes de eso no encontramos la causa aparente: sólo sabíamos que era grande y que había pasado bastante tiempo desarrollándose. Casi nueve meses después nos llegaron los resultados y nos dijeron que era degenerativo. Tanto Oneida, su hijo, Nina o yo tenemos probabilidad de desarrollarlo en cualquier etapa de nuestra vida y sin darnos cuenta. ¿Quién cree que se niega hasta la fecha a hacerse una resonancia magnética?

Con aquella incógnita en su pecho Darío Elba sintió que ya no podía más, jamás rompería la promesa que le hizo a Nina Cassiani, pero no podía vivir con esa incertidumbre a cuestas y lo único que pudo hacer en esos momentos fue decir "ya vuelvo" y se apresuró a atravesarse los pasillos del Hospital buscando la salida.

Se abalanzó al parqueo en busca de su carro y le temblaba la mano a tal grado de que no encontraba la cerradura de la puerta para insertar la llave y cuando por fin pudo entrar y encender a toda prisa el motor y estaba justo de meter la marcha: Reuben Costa se le atravesó por el capo

—¿Huyes? ¿Eso es lo que vas a hacer? ¿Huir? —le dijo con enojo por la ventana y Darío cerró los ojos porque no pensaba dejarse ver caer enfrente de él.

—No todos nos ahogamos en alcohol para enfrentar nuestros miedos Reuben —dijo sin verlo —Ve con ella que te necesita yo volveré cuando me haya arreglado y quítate por favor, que Nina me importa demasiado como para darle una pena más arroyándote —agregó ya viéndolo a los ojos y obviando de su parte y para siempre el "usted" al tratarlo.

Reuben Costa sonrió con amargura al quitarse para que el endemoniado saliera de las instalaciones del Hospital y se empalmará con la autopista que lo conectaba con los destinos más oscuros y desolados de la ciudad.

Darío Elba condujo y condujo lo más lejos de ese lugar, quería desaparecer:

Dejar atrás a Nina Cassiani y olvidarla, pero su sonrisa lo perseguía hasta en el negro cielo estrellado de esa media noche de miércoles de julio.

Nunca había sido imprudente en la carretera ni excedido el límite de velocidad hasta ese día que no notó ni cuando llegó cerca del Océano Pacífico, hasta que la sal comenzó a arderle en los labios junto con las lágrimas que se le habían desatado y que no las creía reales por más que se las apartaba de la cara poque no lo dejaban ver con claridad.

No había llorado desde que sepultó a su madre y lo hizo escondido detrás de un árbol de amáte que todavía existe en el cementerio porque se creía solo. Pero una mano pequeña se acercó a la suya y le dio desde entonces el valor suficiente para continuar por la vida.

Aparcó el carro a orillas de la carretera y se aventó a la baranda que separaba el asfalto con la arena de la playa y poco a poco se fue despojando de todo lo que cargaba. Sin camisa y sintiendo las piedrecillas con sus pies descalzos hiriéndole se acercó al mar y lloró lo que no había llorado en once años.

Lloró el dolor de Nina Cassiani y cada una de sus balas y sus suturas, lloró su tristeza de inculparse por algo que no debía, lloró a César Cassiani y a su gen maldito de la miopía, las pecas y los cabellos rojos y su posible herencia tumorosa. Lloro cada una de las marcas de varicela que quedarían en el cuerpo de Nina y lloró su neumonía.

El agua de mar se cargó de más sal mientras el alma de Darío Elba se desecaba y se habría ahogado con la marea alta y su impotencia si en su celular una tonada única de un ser a quien él apreciaba al igual que a la vida misma no lo hubiera salvado.

—Se suponía que debías de irme a traer al aeropuerto, pero luego de no verte y de conocer tu puntualidad precisa pensé que estaba ocupado. Así qué me vine hasta tu casa y aquí llevo ratos y no estás. Según mi calendario no es noche de juerga y ya me ganó la curiosidad de saber a donde estás Darío —preguntó una voz masculina a travez de la línea.

Estoy roto, estoy roto y enfermo de lo que creí que nunca me iba a enfermar y ya no puedo más —se confesó Darío Elba con su mejor y único amigo Leandro Hooper que no dudó ni un segundo en localizarlo por medios tecnológicos a su también mejor amigo.

Leandro continuó hablándole y diciéndole que sin importar a donde estaba él iría a buscarlo para repararlo como lo había hecho aquel día abajo del árbol de amáte cuando de niños Darío creía que con la muerte de su madre ya no había nadie más que le diera amor, pero Leandro no sólo limpió sus lágrimas sino que le dijo que él lo amaba y que lo amaría por toda la vida.

Y a la edad de veintiún años y en medio de sus apetencias sexuales y su libertinaje Leandro Hooper nunca había dejado de amar a Darío Elba, pero ya no con amor de niños sino de hombres, mas su amor seguía y continuaría sin ser correspondido porque la orientación de su amado Darío era hacia las féminas y no con los que poseían la anatomía similar a la de su mismo cuerpo.

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