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43.

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Había reprimido en su memoria el recuerdo de su madre cayendo sobre las Hydrangeas a mitad del jardín de su casa. Se había olvidado los tallos tronchados y de los pétalos de azul muy obscuro entintados de sangre.

"Solo es sangre hijo, es amor: había sangre cuando te traje al mundo. La sangre es vida y por eso sangro antes de decirte adiós."

Había desconocido la frustración de no tener la fuerza suficiente para ayudar a levantarse.

"No importa si te duele hasta la carne debajo de las uñas Darío, debes de ser fuerte. Levántate sin siquiera contar las veces que te caigas."

Había negado aquellas ganas de gritar para pedir ayuda y que ni un solo sonido era capaz de salir de su boca.

—¿Sabes a qué es alérgica Elba? Elba te estoy hablando, ¿ELBA? ¡Darío, mírame! —pidió el Profesor Eustacio Meza a Darío Elba que tenía entre sus brazos el cuerpo de Nina Cassiani y no daba explicación alguna de lo acontecido porque no podía pronunciar una palabra.

Se había perdido en el ayer y por eso no estaba presente en el ahora.

En aquella época era sólo un niño y una madre con cáncer a la cual estaba destinado a ver morir y a pesar de que lo había comprendido desde que tenía uso de razón todavía le dolía, a sus veintiún años, haberla perdido de manera tan despiadada. En el ahora: entre el boxeo, el cigarro, el ejercicio y el sexo poco a poco había ocultado esa frágil parte de su vida y ya fuera para bien o para mal sólo Nina Cassiani tenía el poder de traer todos aquellos recuerdos y sus sentimientos a flote.

—No te me vayas a desmayar vos también Conquistador. ¿Qué hago yo con un hombre de tu tamaño y una pelirroja si solo tengo dos manos? —añadió el profesor Meza para hacerle reaccionar.

Pero en Darío Elba las palabras sonaban lejanas.

—Ve y fúmate un par de cigarros —pidió muy comprensivo Meza, poniendo una mano sobre su hombro.

Nina, esa pelirroja a la que no quería soltar: sólo ella le había reprendido por fumar.

—No necesito eso, la necesito ... yo la necesito ... a ella. Haré lo que me pidas y sino me la llevaré al hospital —contestó con firmeza Darío Elba regresando así su mente a la Tierra y depositó suavemente a Nina sobre la camilla y se la confió a su colega sin dudar más.

Al Profesor Eustacio Meza le preocupaba Nina Cassiani, porque según lo indicaba el tensiómetro ella tenía una caída de más de 20 mm en su presión arterial y su ritmo cardíaco iba en picada. Meza estaba alarmado, pero se guardó su preocupación con disimulo y se apresuró con urgencia a aplicar el medicamento indicado mediante una inyección y mientras hacía eso siguió hablándole a Darío que estaba absorto

—Yo tampoco quiero verla como está, pero recuerda el protocolo Elba: no la puedes sacar del colegio a menos que la enfermera diga que aquí no se le puede atender. Ve y busca a esa mujer Darío —pero él negó con la cabeza y se aferró aún más a la mano de Nina

—Quédate entonces y yo iré a buscarla, pero quédate para que aprendas a superar tus miedos —le dijo Meza antes de marcharse no sin comprobar primero que la presión de Nina comenzaba a estabilizarse.

Quizás no habían pasado ni diez minutos desde que ella se había desmayado, pero en soledad y sumido en la angustia a Darío el tiempo se le hizo eterno y ver su cuerpo languidecer frente a él lo tenía totalmente aterrorizado.

La fe de Darío Elba no era ciega, pero sí fundamental y por eso se arrodilló frente a su camilla y recostó su cabeza al lado de la cintura de Nina y comenzó a rezar la oración que su madre le había enseñado hace tanto tiempo y que le daba valor cuando sentía miedo.

Sostenía su mano contra la suya, no tenía pensado soltarla jamás porque sentir su ritmo cardíaco cada vez más fuerte le daba esperanzas y cuando notó un leve espasmo seguido de un apretón en su mano: en ese glorioso segundo sintió más que alivio, sintió regocijo.

—Me asustaste Sleepy Girl —dijo él poniendose de pie e intentando amarrar todos sus sentimientos en uno solo: gratitud.

Gratitud por el simple hecho de su existencia, de verla despertar y abrir los ojos.

Nina Cassiani sin sus lentes y aún con la vista abotagada pudo ver la cara de emociones desordenadas en Darío Elba y desde ese instante ella entera se fracciono en dos.

—¿Estás bien? —le preguntó Nina con pena.

Darío había sufrido en exceso y aún así le sonreía, pero sus expresiones faciales le delataban: estaba hecho un manojo de nervios, a kilómetros se podía ver el gran calvario por el que había pasado.

—¡Pero si quién se desmayó no fui yo! —le contestó Darío con risa de mueca torcida —¿Hay algo que te duela en específico? ¿Hay alguna medicina que tomes en especial?

—Me duele la cabeza, la siento magullada ¿Me golpee muy feo? —dijo con malestar la pelirroja —¿Adónde me caí?

—Aquí —señaló y llevándose la mano a su pecho, agregó —Aquí te resguardé de tus fragilidades y nunca te dejaría caer porque me importas demasiado —contestó dejándose llevar por un sentimiento desconocido al que ya no podía ni quería ponerle pausas.

Nina Cassiani quería pedirle perdón y también darle las gracias, pero sentía que ya no le bastaba las palabras. Hablar ya no era suficiente para tanto que ansiaba decirle y por eso se abrazó contra su pecho hasta sentir que con ese acto tan sencillo compensaba la pena y el dolor que ella le había causado.

—Me robaste mi brújula y mi mapa Sleepy Girl, si me faltas no sé ni a donde ir y me basta con saberte viva para poder seguir mi camino ya sea a tu lado o a distancia —se confesó Darío Elba mientras correspondía ese abrazo y por él podría gastarse la vida así de no ser porque, aún en medio del placer de sentirse querido, aún era capaz de dilucidar sus obligaciones de sus intereses personales.

—Tengo que notificar a tu familia tu estado de salud —dijo, tomando de la bolsa de su pantalón su celular y a punto de llamar a la Señora Cassiani estaba cuando ella le cogió del traje con mucha fuerza e hizo que Darío se detuviera.

—No los llames, no los aflijas más de la cuenta, no les digas nada por favor —suplicó Nina.

Darío Elba no lo sabía, pero en esos momentos tanto su madre al igual que Sandro y Oneida estaban en el hospital con su papá y ya tenían suficiente porque estresarse como para ponerles una sola carga de más en que pensar.

—Me pones entre la espada y la pared Nina, es mi obligación comunicarle a tus encargados lo que te acaba de suceder —le contestó Darío serio pero con cariño.

—¿Confías en mí? —preguntó Nina Cassiani a Darío Elba sin soltarle la ropa.

—Sabes que lo hago ciegamente, aunque algo me dice que ésta vez te estas aprovechando de eso. Eres cruel Sleepy Girl —dijo Darío tomándole de la mano —Pero tu crueldad a mí me sienta bien —añadió.

Quería confiar en esos motivos ocultos que sólo ella conocía.

—Entonces no digas nada a nadie —solicitó viéndole a los ojos.

—¿Ni a Reuben? —le preguntó al recordar la cadena de responsables de Nina, Reuben también podía y debía responder por ella.

Para ese momento Nina estaba lista para decirle a Darío que se estaba quedando sola en casa desde el lunes, que Reuben estaba lejísimos y que aunque lograra contactarle no había diferencia en hacerlo o no, pero se detuvo: no quería afligirlo más.

—Sólo a él y se lo diré yo —repuso Nina y Darío habría descubierto su mentira de no ser porque una tercera persona interrumpió el momento cuando corrió con rabia la cortina que cubría ese cubículo donde ambos estaban.

—¡Buenos días! —dijo la tan ansiada enfermera con una risita estúpida entre los dientes, a Meza le había costado dar con ella y estaba más que indignado cuando la
halló.

La buscó por todo el colegio y cuando la encontró coqueteando con Illías Alcott le ganó la cólera y la regañó amenazándola de acusarla ante el consejo por abandono de trabajo. Ella al ver la única fuente de sus ingresos en peligro acudió en mala gana.

—Buenos días —contestó Darío con desdén, la repudiaba por no estar donde y cuando más se le necesitaba.

—Vamos a ver que tiene la "enfermita" —dijo haciendo el ademán de las comillas con las manos y sentenció —Porque estás embarazada, por eso estás como estás y no nos quieres contar para que no te expulsen ¿Verdad pecosita? Mira que las panzas no se pueden ocultar nueve meses —continúo con sarcasmo esa mujer a la que el título le quedaba grande y ofendía a los de su gremio según opinaría Sandro Cassiani.

—¡A menos que sea por obra del Espíritu Santo y ella sea la mismísima María! —dijeron muy molestos al unísono Darío y Meza, pero Meza iracundo agregó

—Y si estuviera esperando más razón de peso para atenderla con eficacia ¿Qué no aprendiste ni una pizca de ética o estabas muy ocupada tirándole cuento a los catedráticos para que te pasaran las materias? Tu incompetencia es tan enorme como tu falta de humanidad —le recriminó para finalizar.

—No, no estoy embarazada —dijo Nina, para que la cosa no siguiera a más porque aunque si se había sentido ofendida, no quería armar un bochinche con esa señora —Tengo gripe y me suele pegar fuerte.

—¡Tsk! Uno no se desmaya por una gripe, habla ¿Por qué te descompensaste? —le contestó tajante y ya con la voz turbada la mujer de blanco por la reprimenda pública que acaba de recibir y de la que pretendía desquitarse más tarde.

—Me duele la garganta, me cuesta tragar y ésta mañana al querer desayunar vomité –confesó Nina diciendo la verdad.

Ante esa respuesta Darío Elba se cruzó de brazos y le alzó una ceja a Nina Cassiani en señal de descontento, sabía que no comer le hacía daño porque tenía un metabolismo muy rápido, era de las cosas que ella misma le había contado.

—Me salen ustedes dos de aquí mientras yo reviso a ver qué pasa —dijo a los profesores la enfermera —Voy a ver qué se supone que tiene —y arreándolos, a ellos dos no les quedó de otra más que esperar a fuera tras recibir recibir un muy mal educado portazo.

Al cerrarse esa puerta comenzó el dictamen médico más escueto de la historia de ese colegio, no tardó ni tres minutos la auscultación y cuando Nina comenzó a quitarse el chaleco del uniforme para que le revisaran el tórax la mujer le dijo que no hacía falta la muestra de exhibicionismo de su escultórico cuerpo y con esa indiferencia marcada de envidia, esa mal llamada enfermera cometió un error muy grave que ese mismo día por la noche tendría sus consecuencias en la salud de Nina Cassiani, porque sus síntomas eran sólo el disfraz de una enfermedad que tendría sus complicaciones.

Después le echó un ojeada a los exámenes de rutina de la pelirroja que correspondían a ese semestre y descartó anemia u otra deficiencia en la química sanguínea y su diagnóstico se resumió a fin de cuentas en que Nina tenía una leve infección en la garganta por eso la fiebre, hipoglicemia por falta de desayuno y con eso justificó el desmayo, el dolor de cabeza y la presión baja.

Pero como Nina estaba más pálida que una hoja de papel, decidió ponerle una intravenosa de suero para que recuperara el tono y se notara que al menos en algo había ayudado y le dijo a los dos profesores que con eso ella estaría de perlas y que no había necesidad de darle incapacidad médica.

Meza estuvo dudoso de aquel dictamen, mas no podía debatirlo porque él era Dr. En Química y Farmacia. Sabía de todo sobre fármacos y de su aplicación médica, pero no de enfermedades; así que luego de desearle una pronta recuperación a Fahrenheit y de darle una serie de palmaditas a Darío se fue al laboratorio a cumplir con sus obligaciones.

La enfermera desapareció en un dos por tres y Darío no tenía pensado alejarse de la pelirroja hasta saberla estable, se sentó a su lado en la camilla y se dispuso a platicar con ella ya más calmado

—A ver señorita, ¿Usted no me desayunó hoy con Reuben Costa?

—Si desayuné, pero lo regresé y no pude comer ni la mitad —mintió Nina sin mucho esfuerzo porque no le veía a los ojos pues estaba arreglándose el esparadrapo mal pegado que tenía en el brazo.

—Iré por algo para que comas. ¿Qué se te antoja? —preguntó muy atento Darío Elba.

—Sopa, creo que eso si me lo puedo tragar —contestó ella mientras se tocaba la garganta porque la sentía inflamada y adolorida.

—¿Alguna en especial?

Y Nina sonrió al recordar aquella rica sopa que había comido en la casa de Darío la vez que cuidó de Bruno, le gustaría volver a sentirse como esa vez y así olvidar sus males.

Pero no iba a pedir eso, se conformaba con una que hubiera en la cafetería del colegio, pero Darío la sorprendió

—Sé lo que estás pensando, en seguida regreso y te traeré también algo que te ayudará a sentirte mejor —y con una gran sonrisa se encaminó hacia la puerta.

—¿Saldrías del colegio a traer una sopa sólo por mí? —preguntó Nina Cassiani con mucha admiración.

—Hasta puedo ir a traerte al panadero si eso hace que nunca vuelvas a enfermarte —repuso Darío antes de irse y viendo que con lo que le dijo el rubor poco a poco se asomaba por aquellas pálidas mejillas, se sintió feliz.

Con los ojos cerrados a causa de la molestia que le provocaba la luz natural que se colaba por la ventana, Nina intentaba descansar y pocos minutos habían pasado desde que Darío Elba se había retirado cuando de repente la voz de Moira Proust y de Javier Bloise comenzó a resonar  por el pasillo que conducía a la enfermería.

—¡Ninaaa dime que estás viva Ninaaa! —gritaba Moira y Bloise la callaba con un "Shhh" más sonoro que los gritos de la silenciada.

—¡Moira no seas tan ilógica! ¿Como coños te va a contestar si estuviera muerta? —le decía Bloise a su amiga con un susurro que se escuchaba fuertísimo —Y ya cállate que no ves que aquí hay que guardar silencio al igual que en los hospitales —agregó al llegar a la puerta.

–Aunque me hubiera muerto por ustedes dos resucito, son mejores que un desfibrilador —dijo Nina a sus dos amigos que corrieron hacia ella para abrazarla y casi la botan porque la camilla era muy angosta.

—¡Te nos despapayaste mujer! —dijo Bloise mientras la puyaba en las mejillas con el dedo índice como si fuera un bicho raro o espécimen de observación —¿Qué te pasó?

—¡Ay Nina a mi se me bajó y subió el azúcar en dos toques! ¡Me puse de todos los colores cuando supe que te habías desmayado! —añadió Moira mientras la abrazaba apretujándole las costillas —Y Hooper me dijo que me iba a proponer como mascota para la liga LGBT o al menos eso fue lo que le entendí.

Bloise soltó una risotada y Nina tuvo que reprimir la suya.

—Lo siento, lamento mucho preocuparlos, pero estoy bien. Nada más es gripe y no comí en el desayuno por eso me descompensé —se disculpó la pelirroja con sus dos amigos que demostraban su aflicción por ella de manera distinta pero en iguales cantidades —¿Y cómo es que están aquí? ¿Se escaparon?

—No nos hemos escapado, el Profe Darío nos fue a traer a los dos y nos mandó a cuidarte, aunque no sé Bloise, pero yo si tenía planeado escapar —dijo Moira llevándose las manos a la cintura con mucho más que orgullo.

Entre risas y ocurrencias aquel par se encargó de mejorar el estado anímico de la pelirroja, que agradecía tener tan buenos amigos aunque fueran un poco traviesos: Bloise estuvo a punto de desconectarle la sonda del catéter y Moira dejó caer el porta suero haciendo un gran escándalo que se confundió con el sonido de la campana que les llamaba a la hora del almuerzo y Nina, que también se preocupaba por el bienestar de sus compinches, les recordó entonces que debían de comer por lo que luego de un par de tonterías más se fueron y de nuevo la pelirroja se quedó sola.

Al cabo de un rato Darío había regresado y entró a la enfermería con mucho sigilo, porque Nina tenía los ojos cerrados y la creía dormida; dejó la bolsa que traía sobre el banco que estaba al lado de camilla.

A ella le embargó la felicidad de saberlo ahí, se sentía segura con él a su lado y sin necesidad de verlo le extendió la mano y le dijo:

—Quédate conmigo

Él sonrió al escucharle pedir su presencia, se sintió más que útil un tanto enloquecido y con sus dos manos tomó la suya con delicadeza.

El lenguaje oculto de sus gestos complementaba lo que no se decían con la boca.

—No quiero dejarte sola, pero en éste momento no me puedo quedar aquí. Promete que comerás —le dijo y entregándole una copia de la llave de su oficina continuó —Cuando el suero se acabe, vas y descansas mientras dan las cinco, yo te llevaré a casa —repuso.

De camino al restaurante donde preparaban aquella sopa decidió no posponer más la entrevista a la familia Cassiani Almeida ya que necesitaba de una explicación del estado de salud de Nina. Quería verla sana y ayudarla, pero antes quería comprender cuál era su condición médica, había algo a Darío le desconcertaba de Nina y de su padre y quería averiguarlo lo más pronto posible.

Se quedó con ella mientras le servía la sopa y se sintió complacido de verla disfrutar de las primeras cucharadas y al marcharse, muy obediente, la pelirroja hizo lo que le pidieron y aunque saboreó su comida y casi logró recrear en su memoria aquella noche de mayo: no pudo evitar devolver hasta por la nariz todo lo que había comido.

Le dolió ver el esfuerzo de Darío Elba en el basurero de la enfermería así como también le dolía toda la caja torácica. Se había agazapado junto al lavabo, tenía demasiado dolor y mucha debilidad cuando escuchó una desagradable voz

—¿Qué haces levantada? —preguntó malhumorada la enfermera que había regresado a "revisarla" —Si ya te curaste puedes irte por donde viniste.

—Vomité de nuevo —contestó Nina —Y ya me voy solo deme algo para el dolor, no aguanto las costillas y no puedo ponerme recta —se quejó la pelirroja con una mano en el estómago.

—Con sólo el olor es más que obvio lo que acabas de hacer—dijo la mujer y tapándose la nariz siguió —Lo otro es por las arcadas, te daré un antiemético y un analgésico —respondió antes de agarrarla bruscamente de la mano y obligarla a sentarse —¿Sabes de lo que estoy hablando verdad? ¿O es sólo por tu cabecita roja y sin cerebro que te dan trato especial?

—Va a ponerme Metroclopromida porque es lo que hay en el colegio y Ketorolaco para que se me quite el dolor y así me largue de aquí —contestó ya molesta Nina.

Química no era por gusto su materia predilecta y Sandro le había enseñado incluso a suturarse así misma y si esa mujer pretendía ofenderla, aunque le dolieran hasta las cuencas de los ojos no le iba a permitir que la mancillara más.

Pero la enfermera aprovechó para sacarse el clavo de ser regañada por culpa de ella y no sólo siguió retándola, sino que le puso un antiemético que era de su uso personal y que no formaba parte del registro de fármacos de la institución y que producía una muy pesada somnolencia y le duplicó la dosis en ambas medicinas.

Creía que no le causaría gran daño y que sólo "la dejaría sentada" literalmente hablando.

Nina sintió que el medicamento le helaba cada arteria y un golpe le abatió cada órgano de su cuerpo, no había la cantidad de suero necesaria para diluir ambos fármacos en la bolsa y la medicina le entró directamente por el torrente sanguíneo, pero no se quejó.

Y cuando la mujer se fue de la enfermería otra vez, Nina agarró la bolsa de suero y se encaminó a la oficina de Darío.

La medicina surtió efecto muy rápido y se le habían agudizado los sentidos tanto que escuchaba con un eco amplificado sus latidos por los desolados pasillos del colegio.

Ya no sentía vértigo sino una excitación extraña y la boca seca a pesar de que hacía un rato estaba salivando demasiado y por eso saludó con más entusiasmo de lo normal a las asistentes docentes que al saberla enferma no le prestaron mayor atención.

Al abrir la puerta de la oficina de Darío, Nina se sentó en el sofá y al recostar la cabeza se quedó dormida de repente. Los efectos secundarios de la medicina mal administrada habían comenzado a pasarle factura.

Para Darío Elba esa sería la primera de varias tutorías en la 2-4 sin Nina Cassiani, pero a pesar de que tenía la cabeza en otro lugar y quizás también los sentimientos comprometidos; él era profesional e hizo de todo para llevar a cabo los objetivos propuestos para esas tres horas que se le hicieron larguísimas.

Cuando la tutoría terminó Darío debía llenar un formulario para obtener la autorización de sacar a Nina Cassiani en su vehículo particular y poder así llevarla hasta su casa, algo que ya había hecho una vez por Camille Sauterre que padecía de severos problemas menstruales y de esa ocasión le había quedado de recuerdo una gran mancha roja en el asiento de atrás, pero él muy discreto nunca se lo dijo a nadie más que a Hirose porque fue quién le ayudó a limpiar ese desastre.

Con la firma de Garita en esa hoja y hasta su bendición, Darío se dirigió a su oficina y pensaba encontrar a Nina leyendo los libros que él tenía en su estantería y al tocar la puerta para anunciarse le pareció raro que no le contestara.

Al abrir se la encontró dormida con la bolsa de suero vacía aún puesta.

—Definitivamente cuando duermes, duermes con un leño —le dijo Darío al notar de que ella no se percató en lo más mínimo de su presencia ni cuando la cubrió con su saco porque hacía frío; tampoco se despertó al retirarle el catéter del brazo, algo que él sabía hacer por que le ayudaba a quitárselos a su mamá cuando todavía estaba viva.

Sintió pena por despertarla, así que dejó que pasaran unos minutos más y se dedicó a redactar unos informes en los que tenía que avanzar al llegar a su apartamento y cuando eran ya las seis decidió que era hora de que se fueran, ya no había nadie en el colegio más que los guardas de seguridad.

—Nina despierta que debemos irnos —le dijo Darío Elba muy suavemente al oído a la pelirroja que comenzó a mover los parpados sin poder abrirlos del todo —Sleepy Girl tengo que llevarte a tu casa —le volvió a insistir nuevamente un poco más fuerte y Nina sólo le sonrió —A mi no me molesta llevarte hasta mi carro en brazos, así que pido tu consentimiento: una sonrisa más y te llevo.

A Nina Cassiani la melódica voz de Darío Elba siempre le hacía cosquillas en todo el cuerpo cuando soñaba con él y por eso siguió sonriendo.

—Esas sonrisas son para mí un sí —y sin más que decir Darío Elba se acomodó su portafolios de cuero en el hombro, el bolso que ella que pesaba quintales y se inclinó para tomar a Nina entre sus brazos y con pasos firmes salió de su oficina cargándola, pero comenzó a extrañarle sentir el cuerpo de Nina muy flojo.

—¿Nina estás bien? —le preguntó mientras bajaba las gradas que conducían al parqueo donde estaba su auto, pero ella no le respondió.

A Darío se le puso la piel de gallina y se detuvo en seco, forzó todo lo que pudo su espalda hasta casi formar un signo de interrogación para sentir de cerca su respiración y su corazón y al escucharlo latir con fuerza dejó salir un gran suspiro.

—Insisto que me gusta verte dormir, pero no así Sleepy Girl ¿Qué rayos te puso la enfermera esa? —preguntó Darío al notar el estado de inconsciencia de Nina Cassiani, mientras hacia una maniobra extraña para sacarse las llaves y abrir su carro.

Luego de reclinar lo más que pudo el asiento de atrás de su auto hatchback y de acomodarla, le colocó los cinturones de seguridad y se quedó un buen rato contemplándola hasta convencerse de que estaba bien y de que sólo dormía.

Se puso en marcha y ajustó el espejo retrovisor para no perderse ni un detalle de ella ni descuidarla. Nina nunca lo sabría pero Darío tuvo que detenerse como cinco veces a media carretera para revisar que estaba bien y por eso terminó enfrascado en un caótico embotellamiento que hizo que desistiera de su idea de entrevistar a la familia de la pelirroja porque consideró que ya no eran horas para poder hacerlo y sería demasiado inusual estar ahí pasadas las siete de la noche.

Fue el sonido de las bocinas de los otros vehículos más una comezón que le dio en la espalda lo que obligó a Nina a medio despertar de su letargo y lograr distinguir que estaba adentro del auto de Darío y al no saber cómo había llegado ahí hizo que su mente despertara un poquito más.

—Voy de mal en peor y te causo únicamente molestias —dijo aclarándose la voz y tratando de pronunciar bien porque no lograba coordinar lo que pensaba.

—Oh Nina si supieras cuan lejos estás de ser una molestia para mí, pero dime por favor ¿Cómo te sientes? —preguntó Darío viéndola por el espejo y notándola muy perdida.

—Desubicada —contestó con sinceridad, le gustaba estar con Darío en uso pleno de sus facultades y también en el estado de ensoñación en el que estaba porque confiaba en él y sabía que sólo le procuraba su bienestar y que nunca la lastimaría —Creo que tengo alergia —logró decir mientras se rascaba la espalda y nuevamente, luego de batallar unos minutos en contra del sueño, cabeceando se quedó profundamente dormida.

No faltaba mucho para llegar a la residencia de Nina por lo que Darío redujo la velocidad y poco antes de llegar cerca de donde ella vivía aparcó su auto y comenzó a despertarla y cuando al fin pudo mantenerla consciente volvió a poner en marcha el vehículo y se parqueó frente a la casa de Nina.

—Gracias por traerme —le dijo la pelirroja intentando abrir la puerta sin éxito porque las imágenes en su cabeza eran borrosas y todo se movía de nuevo a su alrededor, a Nina le flaqueaban las extremidades.

Darío se bajó y corrió el pasador del portoncito blanco de su casa para ayudarla y cuando la tomó de las manos para bajarla del carro notó que su temperatura había subido demasiado.

—¡Nina estás hirviendo! —le dijo y sacándola pudo ver que ella a duras penas se mantenía en pie.

Nina luchaba en sus adentros por hacer las cosas correctamente, pero su cuerpo no le respondía.

Al pie de las escaleras frente de su casa Nina Cassiani se desplomó de nuevo contra el cuerpo de Darío Elba derribándolo en el acto, pero él cumpliendo su promesa de no dejarla caer la envolvió con sus brazos.

—¡No, no, no, no, nooo! Nina háblame, vamos despierta —le decía al tenerla encima suyo mientras intentaba ponerse en pie.

Nina escuchaba su voz, pero esa voz ya no era melódica, era una voz de aflicción y de agonía y no quería ver a Darío así.

Ella quería verlo feliz y por eso sacando fuerza de su voluntad y no de su cuerpo le dijo

—Mi hermano ... casa ... papeles —balbuceó la pelirroja señalando con la mano llena temblores esa puerta tras la espalda de Darío que ya se había logrado poner en pie y la volvió a poner adentro de su carro para luego de dos zancadas estar frente a la puerta ancha dando golpes sin obtener respuesta y comprendió que ahí no había nadie por lo que se regresó a ver a Nina que postrada en el asiento de atrás se estaba ahogando.

Le faltaba el aire y un sonido horrible le salía del pecho cuando intentaba respirar y después de toser varias veces la sangre se le agolpó en la boca.

—Hirose ayúdame —le pidió Darío Elba a su madrastra por teléfono después de no lograr comunicarse con la madre de Nina o alguno de sus hermanos y al llamar a Reuben Costa todos su intentos terminaron en el buzón de voz —Nina se me está muriendo —le dijo mientras conducía como loco por toda la calle.

Pedía ayuda así como se la pidió a Meza temprano, pero no lo recordaba porque cuando veía a alguien en las mismas condiciones en las que vio a su madre no lograba usar la cordura y le costaba distinguir sus acciones pues le ganaba la impotencia y la incapacidad aún siendo un hombre adulto muy responsable.

Se encontró a su madrastra en pijama y con su hermanito en brazos junto al portón de Bleu Chapel y Hirose, al verlo descontrolado, lo sacó del auto y lo envió para atrás; acomodó a Bruno sin su silla en el asiento del copiloto y con prudencia y eficacia se dirigió al hospital que tenía más cerca.

Darío Elba tenía a Nina Cassiani entre su regazo y la había puesto de lado mientras le masajeaba la espalda, débilmente ella respiraba y había dejado de toser.

Estaba en una especie de trance y por eso no le prestaba atención a su teléfono donde había una llamada que sería la que libraría a Nina de fallecer.

—Darío te están llamando, contesta —le urgió Hirose haciendo que reaccionara.

—Buenas noches, tengo una llamada perdida de éste número —le dijo una voz femenina del otro lado de la línea

—¿Oneida Cassiani? —preguntó Darío por puro instinto deseando con el alma no equivocarse.

—No soy Oneida, pero soy su cuñada: la esposa de Sandro Cassiani ¿Con quién hablo?

—Nina está muy enferma, tiene fiebre, casi no respira, está tosiendo sangre, tiene comezón y la llevo al Hospital —contestó Darío apresurado.

Mercedes de Cassiani, la esposa de Sandro estaba en un receso de diez minutos mientras asistía junto a su marido una operación en el quirófano del Hospital de Infantes donde ambos trabajaban.

Fue por eso que Sandro Cassiani no atendió la llamada de Darío Elba porque tenía las manos ocupadas ayudando a salvar la vida de una pequeña que se había accidentado y tras la ventana que a Mercedes de Cassiani separaba de esa escena donde la muerte ya rondaba, ella intentó guardar la calma ante la mirada de duda que le dirigió su esposo al verla hablar por su teléfono.

—Todo va a estar bien si haces lo que te pido, pon el altavoz y escúchame con atención —le dijo Mercedes a modo de calmarlo porque sin saber con quién hablaba en su voz se notaba el pánico y la desesperación por querer ayudar a Nina —¿Ella está consciente? ¿Tiene algún tipo de sarpullido? —preguntó

—No lo está de todo, se desmayó temprano en el colegio y tenía la presión baja. Dijo que se sentía con gripe, también vomitó en el desayuno —contestó Darío y comenzó a buscar con impaciencia en los brazos de Nina alguna señal de erupción en su piel y encontró pequeñas vejigas a las reconoció de inmediato —Tiene varicela —dijo muy seguro, él y Leandro habían padecido de eso cuando tenían siete años.

—¿Puedo confiar en ti hijo? Perdona que te llame así, pero no conozco tu nombre —agregó con mucha calma Mercedes y según se lo dictó su experiencia reconoció los síntomas de la otra enfermedad que estaba aquejando a Nina: neumonía.

—Si y mi nombre es Darío Maximiliano Elba Duarte —contestó

—Bueno Darío necesito que le despejes a Nina de cualquier prenda que le impida respirar —pidió la esposa de Sandro —¿Qué lleva puesto?

—Todavía tiene el uniforme del colegio —contestó y Darío no dudó en quitarle la corbata y el chaleco mientras hablaba.

Rompió la camisa blanca y los botones volaron en todas las direcciones y le arrancó el brasier.

Tenía a Nina sentada sobre sus piernas y estar tan cerca su torso desnudo y de sus pezones florecidos como botones de rosas no fue lo que le llamó la atención: fue una gigante cicatriz justo en la mitad de su cuerpo lo que le apabulló y le hizo sentirse insignificante.

A Nina ver el estado de Darío le causaba más dolor que la enfermedad que la estaba atacando y en medio de su sofoco tomó la mano de Darío y la acercó a su desnudez.

Lo guió a través de los diecinueve puntos de su cicatriz e hizo que los repasara de principio a fin y se detuvo ahí donde estaba su corazón.

—Sólo cierra los ojos, no me tengas miedo —le pidió Nina Cassiani a Darío Elba entre sollozos —Soy de carne y hueso, pero ya nada más puede lastimarme porque he sobrevivido a esto y no pretendo irme de tu lado, nunca te dejaré sólo Darío. Siénteme: yo jamás voy a abandonarte.

Darío Elba se había derrumbado y armado en cuestión de segundos, por ella él estaba dispuesto a entregar hasta su vida de ser necesario para salvarla y en medio del pánico recobró la esperanza al ver las luces rojas y azules del rótulo que anunciaba habían llegado al Hospital.

Abrió la puerta del auto y aferrado a esa niña de dieciséis años que le había prometido no dejarlo sólo, él se había jurado arrebatársela a la muerte así tuviera que descender al mismo infierno. Darío Elba pelearía a su lado con motivos de sobra, porque nada más le alcanzaba con uno, convencerse de que eso que tanto sentía, era esa segunda cosa a la que le temía: amor.

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