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39.

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Su nombre resonaba lento y dulce en su oreja, él la llamaba y ante esa voz tan conocida, la de ojos esmeralda descubría con lentitud la cortina de sus párpados dejando penetrar por ellos la luz amarilla del sol de la mañana.

Sonreías ­­—dijo el dueño de esa voz muy masculina y apartando con delicadeza un mechón extraviado por aquellas adormitadas mejillas: se dio cuenta de que ya no le temblaba la mano al abrirse campo por aquel rojo cabello alborotado, aunque también era capaz de reconocer que aún existía ese añejo deseo de perderse en él.

—Es porque lo primero que vi al despertar fue a vos —respondió ella al ver su silueta, esa silueta que si era capaz de reconocer sin ayuda de lentes y hasta en medio de su ceguera matutina.

—No, lo hacías mientras dormías, al entrar te encontré sonriendo —dijo él.

—Entonces de seguro te estaba soñando. ¡Buenos días Rhú! —saludó Nina Cassiani a Reuben Costa que estaba sentado a la orilla de su cama; él había arribado a su habitación a tempranas horas para visitarla y desayunar con ella en casa.

—¿Por qué estás al revés? —preguntó al panadero al notar que no lo estaba viendo como acostumbraba cuando a veces llegaba a despertarla.

—Quien está al revés no soy yo Cabeza de Remolacha y tal parece que estuviste soñando toda la noche. ¡Que buen desmadre te armaste con las sábanas! —dijo Reuben con referencia a que ella tenía más de la mitad del cuerpo descubierto y una pierna medio enroscada a la manta de dormir —¿Qué estabas soñando Nina? —preguntó con una gran sonrisa y levantando una ceja curiosa.

Sabía que Nina normalmente despertaba en la misma posición que cuando se acostaba: justo a la mitad de la cama, con los brazos hacia arriba metidos entre un hueco del respaldar y el colchón y con la almohada encima escondiendo por entero su rostro.

Y Nina Cassiani, ante esa pregunta, se quedó en silencio al recordar de inmediato un pedacito del sueño y de quién era partícipe en ellos y obligó a su cerebro a reemplazar aquel rostro con el de Reuben Costa.

—Hnm los sueños y las edades no se preguntan Reuben y a todo esto, aunque juro por Dios que no me disgusta tenerte aquí y me encantaría verte cada mañana al despertar; ¿No se supone que te vería en la panadería?. Si sigues aquí se te va a chamuscar el pan y vas a terminar quemando todo el negocio —dijo ella haciendo un espacio para que él se tumbara a su lado y ésta vez Reuben no se lo pensó dos veces, se acomodó boca abajo y se pegó a ella no sin antes terminar de cubrir un poco su cuerpo, previendo y espantando así futuras tentaciones.

—Si, pero eso fue hace varias horas, son casi las nueve Nina.

—¿Las nueve? —gritó muy asustada y perpleja. Nunca en su vida había dormido ni sólo sábado más allá de las seis treinta y de un brinco se sentó en la cama.

—¡Vamos Cabeza de Remolacha hoy es sábado y no es pecado levantarse tarde!. Yo nada más vine porque tenía muchas ganas de verte y como llegaste a plenas dos de la mañana no me extraña que te quedaras dormida —dijo él jalándola para que se acostara de nuevo y Nina no puso resistencia.

En medio de esos brazos a los que estaba más que acostumbrada y que hasta los sentía como suyos, recordó todo lo que le había pasado el día de ayer y no pensaba guardarse para ella toda la historia:

Reuben era su confidente y quería contarle todos los por menores sucedidos e iba a hacerlo. Pero pensándolo bien quizás exceptuaría decirle que había visto a Darío Elba sin camisa, no necesitaba hablar más de eso porque era un recuerdo que definitivamente le urgía borrar de su memoria con pronta eficacia.

—¿Sabes?, no creo volver a cuidar a Bruno de nuevo —comenzó a contar Nina viendo a los ojos a Rhú.

—¿Pero por qué no?. ¿No te cae bien la familia Hirose, Nina? —preguntó preocupado de que algo malo le hubiera pasado a su Cabeza de Remolacha mientras hacia de niñera.

—Es que Bruno no se apellida Hirose Rhú, se apellida Elba y es el hermano menor de mi tutor Darío Elba y eso ni vos ni yo no lo sabíamos —dijo Nina sin rodeos.

Reuben se quedó perdido en medio de la conversación, porque según él consideraba por los modos que describía Nina cuando hablaba de su tutor: Darío Elba era un viejito y la información recién recibida no le cuadraba. Su Catedrática tenía máximo unos treinta y cinco años y  Rhú creía que su hijo mayor tenía más o menos la edad de la pelirroja.

—¿Y cuantos años tiene tu tutor Nina y qué relación exacta tiene con la Dra.? —preguntó mitad alarmado y mitad asombrado.

—Me dijo que un poco menos que vos y no es hijo de la Dra. Hirose es su hijastro.

Reuben Costa se separó de ella y se puso boca arriba, se pasó las manos por la cara hasta hundir sus dedos en sus rizos cabellos y dejó salir un suspiro mientras apretaba los ojos. Se le notaba un poco de enojo porque las venas de sus fornidos brazos se marcaron mientras se reprochaba en sus adentros: —¿Por qué razón no se le ocurrió antes preguntar a la Dra. Hirose el nombre de su supuesto hijo mayor? —de haber sabido que tenía relación con el tutor de Nina ni loco la habría recomendado y ahora por las palabras que acababa de escuchar estaba armando conjeturas muy precipitadas en su cabeza.

—Si no quieres ir es porque te sientes incómoda y si te sientes así me veo obligado a preguntarte si ese tal Darío te hizo algo o intentó lastimarte Nina. ¿No es un hombre de confianza?.

Nina confiaba mucho en Darío, muchísimo para ser más exactos y si lo pensaba bien: anoche Darío había sido el lastimado; la pelirroja recordó con vergüenza ese pedacito de labio arrancado. Otro detalle que era mejor guardarse para si misma.

—No —se apresuró a decir —Darío no es así, es una buena persona. Tan bueno es que sin saberlo vos también pensaste eso de él ayer; cuando yo me quejé de que no se apuraba y si no quiero ir volver es porque no sé si es correcto. Se supone que no debo de verlo afuera del colegio y menos en su casa, aunque esa no sea precisamente su residencia y pensaba preguntarle a mamá qué hacer, pero ya que estás aquí pido tu opinión. Si me dices que no hay de qué preocuparme volveré a ser la niñera de Bruno si algún día me lo solicitan; pero si me dices que no: seguiré a pie de letra tu palabra.

Reuben se limitó a abrazarla de nuevo y a observarla con detenimiento. Nina siempre trataba de hacer todo lo que él, Sandro y su madre le pedían, pero ella también tenía derecho a decidir por sí misma.

Él más que nadie deseaba que ella se desenredara de las cadenas a las ella se amarraba.

Quería verla ser lo que era a su edad: una adolescente normal. Quería que no fuera tan calculadora y que se equivocara de cuando en cuando, caerse para aprender no está mal y a Nina definitivamente le faltaba "accidentarse" para experimentar.

—Quiero que escojas lo que deseas hacer Nina, sólo dime lo que te hace sentir más cómoda. Cuéntame ¿Te gustó cuidar a Bruno sin ponerle su verdadero apellido?

—Si, es un niño muy tierno y me recuerda mucho a Egon de bebé y claro que me encantaría volver a cuidarlo. Además que hay cientos de libros en su casa que me muero de ganas por leer —contestó muy sincera mientras se tapaba la cara con la sábana y dejaba únicamente sus grandes ojos descubiertos, sacudiendo a la vez sus piernas en señal de emoción.

Definitivamente le encantaría volver a esa casa con o sin Darío adentro. Siempre había tenido curiosidad por la cultura japonesa y qué mejor forma de conocerla si la Dra. Hirose ayer le dijo que encantada le contaba todo lo que gustara saber sobre su país natal y de sus tradiciones.

—Entonces vuelve a cuidar de Bruno Nina, entabla amistad con la Dra. Hirose. Ella es una gran persona y te vendría muy bien ser su amiga, su casa no está lejos y también es tiempo de que empieces a salir más, no me gusta verte aquí encerrada, te hace mal.

Nina cambió su semblante y también su tono de voz

—No es justo que papá esté tumbado en esa cama por mi culpa sin poder salir de aquí y yo me pase dando la gran vida en la calle. Tengo que estar aquí con él, yo se lo prometí

—Pero estoy seguro de que tu papá quiere que salgas Nina, quien sino él que te enseñó a manejarte por la calle y la ciudad, recuerda eso siempre y que lo que pasó no fue tu culpa.

Si Nina confiaba con entereza en Rhú no era sólo porque era su mejor amigo o la conociera desde mucho tiempo atras, sino porque era la voz de su conciencia, era quien más le hacía hincapié en volver a ser como antes.

Si a Nina un día le faltara Reuben Costa ella quedaría varada en el ayer y no sería capaz de avanzar a hacia delante.

—¿Sabes qué?. Tienes razón, si me vuelven a pedir cuidar de Bruno no dudaré en hacerlo. Gracias por confiar y creer en mi capacidad de tomar decisiones Rhú.

—Yo sé que sabes cuidarte y confío en vos Nina —le dijo antes de abrazarla y aspirar profundo para llenarse del olor de su cabello, pero se separó de golpe y muy ofendido

—¡Nina hueles a cigarro! —le dijo viéndola muy frío a los ojos.

—Ah, es que encontré a Darío fumando —contestó Nina con mucha tranquilidad, una tranquilidad impropia de ella en cuanto al tema de fumar.

—Es una falta de respeto fumar enfrente de una mujer y aún más si esa mujer es menor de edad —se quejó Reuben muy molesto.

—Es que no lo hizo exactamente frente a mí, fui yo quién lo descubrió fumando aislado en una parte de su casa. Pero no te preocupes que lo regañé como debía de ser —agregó Nina sin poder olvidar la cara de Darío sonriendo mientras ella, preocupada por hacerlo sangrar, le tocaba la boca con sus dedos sólo con un trozo de tela de por medio.

A Reuben Costa le dio mucha risa imaginar a ese hombre regañado por Nina porque de seguro no sabía de la lucha encarnizada que se tenía ella en contra del tabaco.
Egon y la Señora Cassiani eran asmáticos y a Nina le pesaban mucho las acciones de los fumadores que no cuidaban sus pulmones habiendo tantos enfermos necesitados de tanques de oxígeno para poder vivir.

—No dudo que le fue mal Cabeza de Remolacha, hasta siento pena por él. Hnm pero cambiando un poco de tema y a sabiendas de que podría pasar aquí todo el día o toda la vida, debo de reabrir la panadería antes de que Uvieta deje de querer tenerme como empleado. Ve a bañarte y luego desayunamos, acuérdate que debes de ir a comprar desodorante, toallas y enjuague bucal entre cosas —le recordó a Nina los planes que había hecho ayer.

—¡Había olvidado que tengo que salir! —dijo ella saltando de la cama y dándole un gran golpe con su rodilla a Reuben debajo de las costillas.

—¡Ay me vas a quebrar Nina! —dijo él haciendo bolita su cuerpo, aquel golpe había logrado sacarle el aire.

—¡Oh por Dios Rhú lo siento! —expresó con mucha pena e incorporándose a la cama de nuevo le abrazó de frente, pero ésta vez con el cuerpo entero enroscándose a él hasta con las piernas.

A Reuben el dolor se le olvidó al mínimo contacto de su piel y nada más deseaba quedarse así, como si fueran estatuas para toda la eternidad, se sentía en el cielo y todo sería perfecto sino hubiera sentido otra vez el olor del tabaco y también una veta de perfume de hombre atrapado en el inmaculado cabello de Nina Cassiani.

Odiaba sentir el aroma de Darío Elba impregnado en ella.

—¡Se me quedan así mientras voy por mi cámara sino los castigo!. ¿Me oyeron? —irrumpió una voz de mujer madura aquel instante.

Era la mamá de Nina que tenía la costumbre de tomarle fotos a ese par desde hace años y siempre lo hacía con una vieja Polaroid que guardaba con recelo. Tenía poco más de un centenar de cartuchos de instantáneas que logró comprar antes de que dejaran de venderlas en el mercado por eso, aquella reliquia, no había caído en la obsolescencia.

A ella de joven le gustaba la fotografía y esa vieja cámara fue el primer regalo que su esposo le hizo cuando eran novios y con ella había captado todos los momentos emblemáticos de sus hijos y de toda su familia: A Sandro usando por primera vez el baño, las etapas del embarazo de Oneida, la foto de cuando Egon abrió su primer regalo de Navidad y el primer abrazo oficial de Nina y Reuben Costa.

—¡ usted está igual o peor que Sandro! —chilló Nina con muchísima vergüenza, e intentó soltar a Reuben.

—¡Que si te sueltas te aviento un par de libros hija, no me arruines lo poco que me queda de bueno en la vida!. ¡Congelados de aquí a regrese sino me los fajo a los dos par de carajos! —dijo la señora Cassiani apuntándo con el dedo a esa pareja que se moría por ver como novios desde un buen tiempo atrás –Si por mi fuera los pegaría con cinta adhesiva o cola de zapato para que no se despeguen jamás, pero antes le arrancaría a ropa a Nina a ver si así ya dejas de verla como tu hermana Reuben, porque aunque sabes que te amo como si fueras mi hijo no recuerdo haberte parido así que ya deja de ver a mi hija como una hermanita y plántale un beso aunque sea de piquito por amor a Dios –logró decir antes de salir corriendo por toda la casa en busca de su amada cámara.

Nina se quedó muy roja riendo de la vergüenza y Reuben se escondió en su cuello.

Reuben Costa no necesitaba soñar con una suegra mejor que Doña Maho Cassiani.

—Perdóna a mi mamá Rhú, creo que ya perdió la rosca del último tornillo con la que sostenía su demencia.

—No digas eso ni de broma Nina —le reprochó el panadero a la pelirroja y luego se asió de ella con más que fuerza.

—¡Ah!. ¡Así que entonces si quieres que me quiten la ropa y me encierren en un cuarto a solas con vos picarón! —sentenció ella aprovechando el momento

—Yo no he dicho eso Nina —contestó él muy serio, pero volvió a verla a los ojos con amor —Antes de querer verte sin ropa primero me encantaría, aunque sea, robarte un beso —contestó muy gallardo.

No sabía si era por lo que la madre de Nina dijo, pero acaba de caer en cuenta de que de verdad Nina no era por ningún lado su hermana. Se sentía envalentonado y aunque estaba nervioso no negaría de que se moría de ganas desde hace años de querer comerse a besos a Nina y quizás si se atrevía a dejar correr todo ese amor que le desbocaba en las venas podría, al fin, hacerla su novia.

—Si no mal recuerdo yo ya te robé un beso en marzo y te quedaste quedito sin hacer más nada —le retó Nina y se puso frente a él. Con su nariz le acarició la frente haciéndose camino hasta su mentón y después hasta estar a escasos centímetros de su boca.

Desde la última vez que tuvieron aquel altercado de la cama y de la huída a plena madrugada: Nina Cassiani se había propuesto darle una oportunidad a Reuben Costa, pero quería que él diera el primer movimiento en el tablero de ajedrez, quería que de una vez por todas él deseara con todas sus fuerzas capturar a la reina y hacer con ella un jaque mate en su corazón.

Durante las últimas tres semanas de verlo a diario en su casa, Nina había ido recolectando de Rhú todo lo que le gustaba y llegó a la conclusión que de pasar más tiempo a menudo juntos podría enamorarse de él y quería, con todas sus ganas, hacerlo.

Pero por el contrario, Reuben en esas tres semanas había manipulado su corazón hasta asentar sus impulsos sobre Nina y aunque no había dejado de gustarle ni una pizca: al compatir tiempo con ella y Sandro se había sentido en familia e intentaba por todos los medios reemplazar ese amor insano por el amor fraternal que se tienen los hermanos.

Reuben había estudiado con exactitud el comportamiento de Sandro con Nina y trataba de imitarlo y de a poco: le estaba resultando.

Mas al estar tan cerca de ella sólo deseaba ahogarse de amor hasta morir a su lado. Quizás ese beso era el salto al vacío que necesitaba.

La señora Cassiani llevaba ratos con la cámara en la mano esperando que aquel par por fin se besara, ella se había propuesto capturar ese grandioso momento y sentía que esa mañana de sábado luego de la primera lluvia de mayo, era la que tanto había anhelado cuando sus ojos cansados le alertaban que por fin:

La boca temblorosa de Reuben Costa se acercaba triunfal a los labios de Nina Cassiani.

Pero el sonido del timbre de la casa interrumpió aquel sagrado momento haciendo que la señora Cassiani tomara la fotografía sin tener ese beso tan esperado.

—Lo siento, pero aún no puedo —se disculpó Reuben en voz baja cerca del oído de Nina y apretándose a ella —Quien esté llamando a la puerta quizás viene de parte del destino —dijo sin saber y tal vez sin equivocarse.

—¡Pero si solo faltaba menos de una micra! —se quejaba la mamá de Nina mientras esperaba que la imagen Polaroid apareciera en la instantánea

—Ve a bañarte Cabeza de remolacha —dijo Reuben separándose sonriente de Nina que estaba pálida con el estómago atiborrado de hiel al sentir la emoción de ser besada por primera vez.

Quién se atrevió a tocar el timbre privó a Nina de su primer beso de amor.

—Reuben me haces el favor de ver quien está a la puerta —pidió un tanto lamentosa la señora Cassiani con la cara embobada por aquella preciosa fotografía —Quizás si pido que la escaneen y retoquen para que me los junten un poquito más se vería como un beso de verdad —concluyó la señora Cassiani regresando al cuarto de su esposo para comentarle lo que casi pasaba y "enseñarle" la foto.

—Con mucho gusto —dijo él y mientras la pelirroja se iba caminando con lentitud y arrastraba hasta la ducha su toalla de baño con desgano; Reuben asomó la cara por la ventana de la habitación donde estaba y vio a un joven en motocicleta que tenía un pequeño sobre amarillo en una mano y sostenía un casco con la otra.

Reuben levantó una ceja porque ése lo miraba desde abajo muy serio y el pandero al notar que el de la moto no titubeaba al verle, se apresuró a bajar por las escaleras y muy decidido a saber quién era abrió aquella ancha puerta.

Esa fue la primera vez que la mirada de aquellos dos colisionó igual o peor que el Big Bang.

—Buenos días, ¿qué se le ofrece? –preguntó Reuben al encontrarse en frente de quien creía que era un mensajero, pero erró enseguida al fijarse en el atuendo que él vestía: demasiado fino para ser un simple reparte cartas o un hace mandados.

—Buenos días Reuben Costa, ¿Cómo está?. —saludó el inoportuno de la moto ofreciendo la mano y Reuben se asustó de que ese desconocido le supiera el nombre.

Reuben tomó aquella mano dudoso y sintió algo que nunca antes había vivido en su corazón: una punzada de rencor, un malestar natural hacia esa persona que muy amigable le saludaba.

Ni siquiera sabía quién era ni cómo se sabía su nombre y no se podía tragar su presencia como lo haría alguien normal.

—Muy bien gracias y ¿usted? —correspondió Reuben muy serio –Perdone, pero ¿De dónde lo conozco?.

—Hnm es que no me conoce, pero yo si que le conozco Reuben Costa. Usted y yo tenemos a dos personas en común: mi madrastra le da clases en la Universidad y Nina es mi alumna —y antes de que él pudiera presentarse, Reuben dijo con un poco de desagrado:

Darío Elba

Y al pronunciar ese nombre entendió por qué le reclamaba el corazón estrechar esa mano y sin querer comenzó a presionarla con más fuerza de la recomendada en un saludo formal y Darío por puro instinto reaccionó de igual manera demostrando en muy pocos segundos quién de los dos tenía una fuerza muy superior.

—Para servirle —contestó asintiendo—¿Está Nina? —preguntó Darío sin soltar aquella mano o quitar la mirada de aquellos ojos que destilaban repudio hacia él.

—¿Para qué quieres saber? —preguntó muy tajante Reuben omitiendo desde ese preciso instante y para siempre el "usted".

—Olvidé darle esto —respondió Darío, señalando con la mano que sostenía el casco ese sobre que se había guardado en el bolsillo izquierdo de la camisa situado justo donde estaba su corazón —Es su paga, Hirose me pidió que lo trajera.

—Está bañándose, no tardará más de un rato por si la quieres esperar —dijo intentando sacar un poco de la buena etiqueta que siempre había manejado.

Escuchar el apellido de su Catedrática le hizo bajar la guardia y por fin soltar aquella mano que era un poco más grande y robusta que la de él.

—Tome —le dijo Darío sonriente —Por favor entréguelo de mi parte. Que tenga un buen día y aunque Hirose ni yo sabíamos que usted estaba aquí, sé que a ella le gustará que le salude de su parte. Ha sido un gusto —concluyó antes de ponerse el casco y despidiéndose con la mano ya subido en su motocicleta, sin más preámbulos se fue.

—¿Quien era? —preguntó la señora Cassiani que llegó justo cuando Darío se iba.

—Entréguele esto a Nina por mí, se lo mandan los Hirose, es su paga por haber hecho de niñera de dos hombrecitos ayer —dijo Reuben con un poco de cólera en la voz.

—¿Dos?. ¡Pero si solo tenía que cuidar de Bruno!

—No me haga caso Doña Maho, son sólo mis celos sin motivos hablando de dientes para afuera sumado a mi espíritu protector hacia su hija —dijo intentando sonreír sin lograrlo y la señora Cassiani se acongojó de ver una cara de enojo que no conocía en Reuben Costa.

La señora Maho Cassiani se quedó viendo muy extrañada primero hacia el norte, en dirección donde el de la moto ya no se distinguía y luego hacia al sur, donde Reuben caminaba cabizbajo con las manos enfundadas en los bolsillos de sus pantalones.

Con cada paso que daba por ese amargo camino, Reuben Costa se deshacía los sesos preguntándose cómo diantres Darío Elba se había hecho esa cicatriz en el labio que se veía tan fresca que parecía de ayer e imaginando lo que probablemente podía ser, sufrió un ataque de pánico.

Pavor le daba pensar que, por ser un cobarde, la podía perder.

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