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38.

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—¿Te he decepcionado Sleepy Girl? —preguntó muy atento Darío Elba y esperaba escuchar la respuesta verdadera de las emociones de Nina Cassiani, quien lo veía con estupor y aunque había tanta confusión en su rostro si se podía distinguir el enojo y algo muy parecido al desencanto en su única palabra

—¡Fumas! —exclamó ella sin poder maquillar ni una pizca de asombro en su tono de voz: acababa de descubrir a Darío recostado contra la lavadora despidiendo humo como si fuera una chimenea en pleno trabajo a la mitad del más crudo invierno.

—Desde los quince —confesó él con tranquilidad, cruzado de brazos y con el cigarro todavía pegado a la boca; tantos años lo habían vuelto hábil en el vicio y podía sostenerlo y conversar sin necesidad de usar las manos.

Ella había coincidido con su rostro en varias ocasiones, había estado muy cerca de él lo suficiente como para tragar su aliento y aunque su olfato era demasiado bueno nunca había percibido la inconfundible pestilencia de la nicotina; en cambio sólo había saboreado un embriagante aroma a bergamota en su hálito cada vez que hablaban.

Darío Elba no tenía la facha de ser un fumador empedernido aunque el placer en su actitud de no inmutarse para nada, reflejaba lo contrario y Nina Cassiani nunca imaginó que él sucumbiera ante un vicio tan destructivo y eso le causaba un tanto de rabia

—¿Al menos estás consiente de lo que te estás haciendo?. ¿Te has tomado siquiera el tiempo necesario para sacar una placa de tus pulmones y revisarlos? —preguntó Nina con mucha propiedad como si fuera partícipe de la sentencia en un juicio.

—Estoy bien —dijo con desgano.

Era la primera vez que alguien le reclamaba por su hábito, antes de conocer a la pelirroja nadie le había reprochado fumar ni siquiera su papá.

—¿Cuánto gastas por día?. ¿Una cajetilla? —continuó bombardeando Nina en su investigación. Ahora que había descubierto ese problema de Darío no pensaba abandonar el tema hasta hacerlo reaccionar por su propio bien y no iba a tener compasión y le daría la reprimenda que se merecía.

—Relleno mi cigarrera cada mañana, a veces le caben doce a veces menos, depende de la marca —contó, obviando el número exacto.

La verdad es que "a veces" se le pasaba la mano y perdía la cuenta; en sus días buenos quizás sólo consumía tres cigarros, uno después de cada comida como si fuera un postre.

Pero cuando le pasaban cosas como las del día de hoy no pensaba en los números sólo en calmarse.

—¡No estás contestando mi pregunta Darío nada más estás rodeando la manzana y ya deja de fumar mientras te hablo!. —reprochó ella con más severidad porque Darío seguía fumando y como Nina no vio intención en él por dejar de hacerlo le arrancó sin lástima el cigarro de la boca y lo partió en dos.

Darío se quejó sin sonidos sólo con una mueca, pero no se quejó por ver su fino cigarrillo en el piso, sino porque junto al filtro estaba pegado un buen trozo de su labio inferior y la sangre acudió puntual a la herida. Nunca había visto molesta a Nina y era tanta la atención que le había prestado que se le secó la boca y olvidó usar su lengua para remojarla.

Nina palideció y asustada por el daño cometido en su arrebato se tapó su boca con ambas manos, pero al ver la gota de sangre a punto de convertirse en un chorrito se apresuró a detenerla envolviendo el dedo índice de su mano derecha con un extremo de su blusa.

Por los muchos cigarros que había consumido, Darío Elba ya tenía sus cinco sentidos amarrados a la Tierra y estaba muy relajado y no iba a enojarse con ella por su falta de tacto. Ese pedacito de labio perdido para él era una simple herida más acumulada encima de otro montón, pero si tenía un gran significado: por que Nina Cassiani era la primera mujer, además de su madre y de Hirose, que habían mostrado tenacidad para con él y sus acciones.

Y aparte de eso nunca nadie había tenido la intención de querer de curar sus heridas ni las internas o las externas y menos alguien que también se las hubiera provocado y por eso no negaría que se sentía de alguna manera "especial" y halagado. Estaba añadiendo un valioso recuerdo a su memoria porque la pelirroja se estaba tomando la molestia de ensuciar su nívea blusa con el carmesí de sus pecados.

Por su experiencia, eso que estaba sintiendo podría conllevar a que otros le tildaran desde iluso hasta infantil, pero a él eso no le importaba por que Nina Cassiani estaba demostrándole lo mucho que le apreciaba aunque fuera con rudeza y eso le provocó una tierna sonrisa de verdadera gratitud y si Nina fuera capaz de leer la mente habría descubierto que con sus actos sólo estaba haciendo que Darío se despedazara ante ella.

Es una pena que para poder nombrar las emociones se tenga que abrir la boca y no sean suficientes los pequeños gestos, que son tantos y tan breves, que a veces pasan de largo.

—¿Qué acaso no te duele?. ¿Cuál es la gracia? —preguntó ella quitando la mano con brusquedad dejando que la sangre corriera libre, le indignaba la frescura con la que Darío se tomaba las cosas y por eso malinterpretó su sonrisa. Él tenía en gran parte la culpa por tapar con galantería su enternecimiento y lo demostró diciendo lo siguiente

—Hnm digamos que acabas de darme un beso indirecto en los labios Nina, pero como soy muy discreto no diré nada —dijo él, ahorrándose para sí sus lastimeros sentimientos y con un poco de picardía se relamió y presionó la herida abierta tragando su propia sangre.

Nina se enrojeció y bajó la mirada, tenía que aprender a manejarse en medio de sus ímpetus sino de que otra manera sobrevivía a la adolescencia.

—No pasa nada Nina, no moriré desangrado, en todo caso: ¡Gracias por preocuparte por mí! —le dijo mientras se agachaba para estar a su nivel y encontrarse así con sus ojos penosos.

—L–lo siento —titubeó ella avergonzada, no entendía como Darío podía darle tanta comprensión por su torpeza —Espero no causarte problemas por que eso se verá muy mal mañana —continuó pesarosa.

—¡Nah!. No es nada Sleepy Girl —contestó sonriente y despreocupado —Si me llegan a preguntar les diré que mi novia me marcó como suyo agarrándome a mordidas —dijo y le guiñó un ojo para ver cómo reaccionaba porque le gustaba verla sonreír, le gustaba verla molesta, le gustaba verla de todos los estados de ánimo, pero menos cohibida o triste.

Le gustaba picar con ingenio la curiosidad de Nina Cassiani.

—¿Y a tu novia que vas a decirle? —inquirió Nina con preocupación, imaginando a la enamorada celosa de Darío Elba lanzándole lo primero que tuviera a la mano si llegaba a pensar que eso, de verdad, era un intromisión de otra boca femenina a los labios de su novio.

—¡Oh!. Esa si que es una buena pregunta, pero aquí entre nos: no tengo novia, estoy libre de compromiso alguno, no tengo a nadie más a quien rendirle cuentas más que mi mismo —contestó Darío diciendo la verdad y ahora era él quien se sorprendía de ver a Nina realmente acongojada, pero recuperando el brío de su afable carácter la tomó de la mano y la encaminó hasta adentro.

Hacía frío y la lluvia por fin había cesado, pero ya eran casi las dos de la mañana.

—Iré a vestirme, Bruno está por despertarse, siempre va al baño a la misma hora y aprovecharé para poder llevarte a tu casa. También quiero sacarme de encima el vestigio del olor que tanto te disgusta, aunque no lo creas no me acerco a mi hermano o a quienes me importan cuando he fumado, por eso me vine a exiliar aquí y la verdad no creí que me encontraras.

—Mis hermanos dicen que tengo el olfato de un sabueso, por eso te descubrí y no es el olor lo que me disgusta Darío, me disgusta que no quieras ver que te estás echando a perder. ¿Dejarías de fumar? —preguntó Nina Cassiani. Sin querer le había tomado cariño a Darío Elba y pensar en un posible enfermo más en su vida la entristecía así como también la amargaba.

—¿Sabes Nina? Me gusta cumplir mis promesas, es uno de mis códigos de vida y la verdad nunca he pensado en dejar de hacerlo. Disfruto de fumar así como de beber té y de otras cosas, pero tampoco nadie me lo había pedido antes. No prometo nada que no pueda o no quiera cumplir, aunque si quisiera hacerlo: estoy seguro de que lo haría —contestó con mucha convicción mientras caminaban lado a lado dirigiéndose hasta la amplia sala.

—Inténtalo entonces ­—solicitó decidida antes de que Darío se perdiera por las escaleras que conducían al segundo piso y ella se adentrara al pasillo donde se encontraba el pequeño Bruno aún en su cuna frotando sus ojos y haciendo el intento de fugarse del sueño mágico que Nina le había causado.

Ella con amor lo abrazó y le ayudo a llegar al baño y respetó el tiempo que al pequeño le tomaría hacer lo suyo y mientras lo esperaba paciente frente a la puerta Darío la veía de lejos preguntándose qué poder era el que tenía Nina porque de repente se había convencido de que ya no necesitaba fumar.

¿Para qué seguir rellenado con humo el vacío si ahora lo que menos tengo es soledad? —se preguntaba en silencio mientras se inclinaba para abrazar con fuerza a su hermano que lo tenía repleto de besos y caricias y le decía en su idioma que creía haber visto a una "divinidad" al despertar y él le susurraba al oído que la Divinidad era real porque la tenían justo allí frente a sus ojos.

Nina Cassiani veía aquel par de cómplices en sus confesiones y queriendo descifrar lo que se decían, sin éxito alguno, se le escapó un bostezo que hizo que Darío Elba volviera a ver la hora de su reloj de puño y cayera en cuenta de que se le había pasado el tiempo en desmedida y se apresurara en alistar todo lo necesario para llevarla hasta su casa.

Por la negra calle asfaltada a la que nada más le faltaban las estrellas para parecerse al universo, Darío Elba conducía con suma prudencia; aunque no hubiesen más almas despiertas en kilómetros a la redonda, debía estar más que alerta, pues llevaba consigo dos cargas valiosas sin las que no imaginaba un futuro y pensando en un futuro recordó el pasado al hacérsele un tanto familiar la zona donde se había adentrado.

—¿Por aquí cerca hay más personas que estudien en el colegio?. ¿O alguien más que use un uniforme similar al nuestro? —preguntó Darío Elba con ansiedad viendo a Nina Cassiani por el espejo retrovisor pues ella muy dedicada cuidaba de Bruno en el asiento de atrás.

—No, no lo hay. Sólo yo vivo por aquí y por eso viajo en autobús público por que el escolar me quiere cobrar una millonada por venir hasta acá.

—¿Siempre has vivido aquí? —preguntó tratando de atar un cabo suelto que desde hace meses le carcomía la cabeza.

—Si, la casa donde vivo fue comprada por mis padres desde que se casaron y de eso ya hace muchos años y allí nos criaron a mí y a mis hermanos. ¿Por qué?.

—No, por nada en específico, pero debe de ser muy cansado viajar tan lejos —contestó con apuro, el corazón de Darío otra vez quería salírsele del pecho de la inquietud por saber si era Nina Cassiani realmente alguien a quién a falta de un nombre sólo podía decirle "ella".

—Estoy acostumbrada, creo que de no hacerlo enloquecería, ya sabes, cada loco con sus manías sino mírate vos con tu cigarro y tu té y hablando de distancias falta poco para llegar a mi casa —contestó, viendo hacia su derecha emerger el hogar perteneciente a los Cassiani Almeida.

Señaló la edificación y Darío se parqueó cuidadoso y lo primero que le llamó la atención de la casa de Nina fue el ancho de la puerta principal, pero no quiso preguntar el porqué de su singularidad pues aún tenía una última pregunta que hacer esa madrugada

—Dices que a diario vas a desayunar a una panadería con tu amigo Reuben Costa. ¿Esa panadería adonde está?.

—Así es cada mañana voy a desayunar al mismo lugar y queda de éste punto exacto a doscientos cincuenta metros sur. Está justo en la tercera de las cinco esquinas que segmenta la residencial y como Reuben es muy responsable ya las luces deben estar encendidas porque a ésta hora comienza a trabajar. ¿Por qué?. ¿Se te antojó pan?. La primera tanda sale como a las tres treinta falta bastante todavía y si andas a Bruno mucho tiempo afuera se va a resfriar.

—Curiosidad nada más y aunque suena tentador lo del pan recién hecho todavía no tengo hambre, pero usted Señorita se me guarda ya tras esa puerta que no me iré hasta que mis oídos escuchen que pone todas las trancas y los candados así que ve a descansar Nina, hazle honor a tu mote de Sleepy Girl, que sueñes bien —dijo Darío sonriente abriéndole la puerta del carro y diciéndole adiós con la mano.

Le habría gustado despedirse al menos con un abrazo, pero estaba realmente urgido de que ella se escondiera tras esa puerta porque necesitaba salir de una duda que ya mucho tiempo había dejado sin responder.

Nina muy obediente se encaminó hasta el portoncito blanco y sacó su llave para abrir la puerta y adentrarse a su realidad y decirle hasta mañana al mundo exterior.

Darío no encendió el motor hasta ver una tenue luz encendida por la ventana de la habitación que estaba en la segunda planta y aunque tenía mucho espacio para dar marcha atrás, girar y regresar así hasta su casa continuó hacia delante ya muy baja velocidad.

Repasó, en la negrura de la noche y sólo con la luz de las lámparas amarillas, el trayecto y centró la mirada en la acera de su lado izquierdo y recordó con una sonrisa de alivio y emoción una experiencia que le había sucedido por el mes de enero de ese mismo año mientras estaba supervisando los últimos detalles de la reconstrucción de Bleu Chapel.

Una mañana salió a correr y se dejó guiar por el camino que dictaba la acera, según su podómetro había avanzado desde Bleu Chapel quizás más de siete kilómetros y poco a poco unas casas comenzaron a aparecer por los alrededores.

No conocía ese lugar ni lo había explorado jamás y le agradó lo pintoresco que le parecía todo a su alrededor: la anciana que barría la acera a plena madrugada, la rama tronchada en un árbol del jardín de alguna vecina, una fila muy pulcra de hormigas, pero al levantar la mirada más atención le llamó una jovencita que caminaba muy dueña de sí con el cabello suelto y rojo como las flamas.

Usaba un uniforme a medias: una falda de paletones a rayas, una camisa interior y largas calcetas blancas, el viento rezagado del invierno hacía de las suyas esa mañana y le robó a Darío un poco de la estela del perfume que usaba haciendo que su presencia se notara al colarse por la nariz de la pelirroja y ésta al beberse su esencia masculina aceleró el paso.

Darío Elba era intruso en ese territorio y no quería incomodarla por lo que a varios metros de distancia le dijo muy amistoso:

—¡Ey no corras que no muerdo!.

Y lo que ella le respondió sin titubeos le arrebató el aliento y le robó el habla. Por primera vez en su vida a él una mujer lo dejaba sin palabras eso hizo que le dieran ganas de alcanzarla para conocerla, le hubiera bastado con al menos saberle el nombre pero cuando casi se encuentra con su rostro ella se lo negó imperiosa y lo dejó atrás con mucha ventaja.

Darío entonces intentó recobrar el paso y como premio a su esfuerzo alcanzó a verla mientras entraba a una panadería de la mano de un tipo a quien le adjudicó el titulo de su enamorado.

Ese enamorado, al cual estaba viendo en este preciso momento tras la ventana de ese negocio, tenía por nombre Reuben Costa y la bonita pelirroja de la acera a inicios de enero se llamaba Nina Cassiani Almeida y aunque aquellos dos ya tenían nombre a lo que ya no podía llamarse coincidencia era a que ella también fuera su Sleepy Girl y para bendición o desgracia también es su alumna: la miope a la que un día ayudó sin ningún interés en particular al final de las escaleras.

Darío Elba tenía una felicidad que no podía describirse así como una angustia que no le cabía en el pecho: había visto los estragos en Reuben Costa por dejar entrar a su vida a Nina Cassiani y ahora él no estaba muy seguro de poder salir ileso, pues sin permiso y sin saberlo la pelirroja ya se le había colado hasta muy adentro.

—Lo siento Bruno, la Divinidad ya tiene un altar y no veo ni sé cómo hacer para que un niño y yo logremos que nos brinde su gracia sólo a nosotros dos —le dijo Darío a su pequeño acompañante que lo escuchaba atento y aunque nada más tenía dos años y cinco meses había logrado leer el por qué la mirada triste en los ojos de su siempre solitario hermano mayor.

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