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37.

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De la tempestad de la primera lluvia de mayo aún existían gotas dispersas, que débiles y arrítmicas añadían sosiego al ambiente. Hacía un viento helado y todavía resonaba uno que otro rugido distante de los relámpagos reprimidos que partían el despejado cielo que cobijaba la primera hora del sábado.

En la mesa sólo quedaban los platos vacíos: testigos mudos de su charla, en cambio, el aire indiscreto estaba repleto de sonrisas que deambulaban sueltas; aquel par había terminado la cena en silencio porque con sus gestos se decían mucho más que con palabras.

Nina Cassiani no recordaba haberse sentido nunca tan satisfecha como en esa noche, tenía más que el estómago lleno. Era como si hubiera añadido un pedazo de algo qué, sin saberlo, a ella entera le faltaba y el calmo olor que despedía aquel líquido que contenía la tetera que se volvía más aromático cuando Darío Elba decantaba agua hirviendo sobre el colador cargado con finas hojas té, sólo la hacía sentirse más que completa.

Agradeció la atención con una sonrisa sin reparar en qué le habían servido hasta que quiso probar un sorbo, frente a ella tenía una pieza tradicional de origen oriental: una taza sin asa.

Para ahorrarse más pena de la que ya tenía, ella comenzó a  escudriñar con ingenio la forma de tomar aquel cuenco apropiadamente para evitar en el acto un bochorno y se quedó viéndolo fijamente por un momento.

Mientras que sentado del otro lado de la mesa, Darío bebía pausado, con delicadeza y cerrando los ojos degustaba la reconfortante bebida y Nina quiso seguir su ejemplo copiando exactamente el mismo movimiento que hacía él al llevarse su cuenco a la boca, pero en el primer intento casi lo dejar caer y por evitar un accidente mayor se quemó la mano izquierda.

—Lo siento —se apuró a decir Darío levantándose de inmediato para asistirla —Cuando bebo té en casa lo hago en cuencos y siempre estoy sólo y cuando no, Hirose me acompaña y ella está más que acostumbrada a beber en estos —añadió señalando los cuencos y secando la mano de Nina con una servilleta de tela.

—Aparte de no tener café, imagino que tampoco tienen tazas comunes y corrientes —dijo Nina Cassiani bajando la mirada.

—Al paso al que voy te irás decepcionada de aquí —dijo, afirmando como una realidad esa sentencia de Nina: hasta donde supiera no tenían tazas como la que ella usaba —Y ya doy casi por un hecho que no quieras volver a poner un solo pie en ésta casa, pero como quiero que regreses a cuidar de Bruno cuando se dé la oportunidad, déjame ver si encuentro algo en lo que te sea más cómodo beber sin preocuparte. Éste té es mejor tomarlo caliente para que se disfrute completamente —respondió con un poco de pena, no sin antes comprobar de manera exhaustiva que no había nada grave en la mano de la pelirroja y se fue tras dar una leve caricia sobre aquella palma enrojecida y cerrándola hasta hacerla puño con mucha ternura.

"Regresar", Nina no había caído en cuenta del lugar donde estaba hasta en ese momento y comenzó a preguntarse, sin dejar de ver su mano, si estaba haciendo lo correcto. No es que ella estuviera allí porque se lo propuso, ni siquiera Reuben sabía que su Catedrática era la madrastra de su tutor. Consideraba que tenía edad suficiente para poder actuar y tomar una que otra decisión por sí misma, pero en ésta situación en particular: prefería tener la palabra y el consejo de su madre como aval.

—En todo caso Darío, literalmente hablando, no vive explícitamente aquí —pensó, recordando las reglas de la institución donde estudiaba y luego de servirse otro poco de té se dedicó con afán a tratar de conseguir beber sin quemarse a la vez.

Quizás no hoy, pero se había empecinado en aprender a usar un cuenco e iba a lograrlo a como diera lugar.

Sus pensamientos e intentos eran interrumpidos constantemente porque hasta en el comedor se escuchaba cómo Darío abría y cerraba estantes, revolvía cajones y en su frustración el sonido del chasquido de su lengua era más fuerte que el de los rayos. En medio de la búsqueda de una miserable taza con asa, cuya misión ya se parecía la caza del Santo Grial, él pensaba que definitivamente también tenía que hacerse con urgencia aunque fuera de una caja con sobres de mezcla para café.

Por Nina Cassiani era capaz de comprar café, aunque el olor de esa bebida le ofendiera casi en igual medida que ver a diario Illías Alcott.

Tardó un rato en dejar de hacer su escándalo, cuando por fin encontró algo que desde un inicio tenía a primera vista y le causó demasiada gracia pensar en Nina usando eso para beber. Aliviado, pero ansioso de ver como resultaba su propuesta justo antes de aparecer de nuevo por completo en el comedor; primero asomó la cabeza por la esquina de una pared, Nina sintió su presencia y volvió a verlo para notar que tenía una gran sonrisa que intentaba ocultar a toda costa con una mano y al acercarse a ella dejando más partes visibles de su cuerpo, se fijó que él tenía la otra mano escondida detrás su espalda.

Nina curiosa lo miró fijamente y entrecerró los ojos

—¿Qué estás tramando Darío —preguntó para ver si averiguaba por qué él tenía esa cara de niño travieso.

—¡Lo siento, no tenemos nada con asas que soporte líquidos calientes, sólo encontré esto! —dijo Darío Elba estallando en risas y mostrando un vasito entrenador propiedad del pequeño Bruno, que de paso sea dicho: era tan mono como su dueño pues tenía el estampado de un mapache regordete de mejillas rosadas.

A Nina Cassiani se le caía la cara de vergüenza, si sus hermanos o Reuben Costa supieran que estaba a punto de usar un beberito a su edad: se encargarían con empeño de recordárselo por toda la eternidad.

Pero por dicha ninguno de ellos estaba ahí y como no había de otra y con aquel té tan apetecible esperándola, aceptó de buena gana usarlo. Vertieron el líquido todavía humeante que contenía la tetera y ella saboreó con el primer trago lo delicioso que era, Nina pudo separar al menos tres sabores que se agolpaban en su paladar dejándole una sensación de confort que definitivamente el café no brindaba.

—¿Te gusta? —preguntó muy atento Darío, muriendo de ganas por que la pelirroja admitiera que ese té era mucho mejor que el café. Antes de elegir lo que le serviría había seleccionado con experticia uno de los mejores y más finos tés que tenía.

—No es café, pero no te negaré que me sabe muy bien —contestó Nina mientras se quitaba sus lentes empañados por el vapor. Una de las cosas que más detestaba de usarlos de manera permanente es que estos no eran a prueba de lluvia o del agua en estado gaseoso y antes de ponérselos nuevamente Darío buscó encontrarse con sus ojos.

Casi nunca la veía sin lentes y aunque estaba complacido de ver aquellas diáfanas pupilas de aguas esmeraldas, recordó de inmediato las lágrimas tempranas de ese día en el colegio, lo cual le hizo volver a pensar en sus acciones con los otros catorce pares de ojos afectados también por su falta de tacto.

—¿Les hablé muy fuerte? —preguntó Darío un tanto temeroso, aunque las lágrimas de Nina Cassiani le tenían traumado; no había olvidado a sus demás alumnas y el pavor que había por su culpa los minutos restantes en la tutoría de esa tarde.

—Nunca había visto la cara de Moira tal cual estaba, aunque sabes algo: hiere más tu indiferencia que tus gritos —dijo Nina un tanto sonrojada.

Al menos en ella, luego de pensárselo tanto, descubrió que lo que le mortificó fue que no la determinara ni con la mirada.

"Indiferencia", pensó Darío con mucho detenimiento en esa única palabra. Él solía esconderse en el desinterés y la insensibilidad cuando algo le afectaba y aunque Nina no lo supiera en ese preciso instante: él estaba jurando que nunca más volvería a restarle ni una pizca de atención a ella o al aire que la rodeaba.

—Espero que con el tiempo y luego de muchas pruebas fehacientes de que realmente erré en mi comportamiento, me acepten como antes —añadió decidido pero también con resignación. Esas niñas eran para él otra especie de familia con la cual tenía mucho apego y se sentía en la obligación, no solo profesional sino moral, de disculparse con cada una de ellas y pedirles con humildad que les diera la oportunidad de corregir ese error tan grande cometido de su parte.

—Nosotras también lo echamos a perder —repuso Nina, pesando nuevamente en que si pudiera regresar en el tiempo nada de nada habría pasado.

Darío se acordó entonces de algo que desde hacía horas quería preguntar

—Y a todo esto: ¿Hay alguna razón para que estuvieras tendida en el piso?. Sigo sin entender que fue lo que pasó, porque esa escena era digna de efectos especiales de TV. ¡Mira que hasta Garita se creyó lo del simulacro y en especial a él es muy difícil engañarlo! —dijo al recordar la congoja real sufrida por su parte en aquel momento.

—Tengo dolor de cuello desde hace varios días y como no llegaste a la hora no podía pedir tu permiso para bajar a la enfermería y se me ocurrió la idea de tirarme al piso para ver si así se me quitaba. Moira propuso jugar a la escena del crimen y yo no creí que eso se convirtiera en un caos porque de haberlo sabido la hubiera detenido, pero tampoco fue su culpa —añadió puntual.

Moira Proust con todas sus locuras y arrebatos pocas veces se detenía a pensar con pleno uso del buen juicio en las consecuencias próximas de lo que hacía, ella se limitaba a actuar según se lo dictaban sus impulsos, aunque eso ya le pesara bastante en su expediente estudiantil.

—Se le rebalsó uno de los marcadores con los que delineaba mi silueta y además se equivocó pues en vez de usar los lavables usó los permanentes y lo demás ya te lo conoces —terminó de contar Nina escondiendo la cara tras el vasito, definitivamente si hubieran querido jugarle una broma de ese tipo a Darío no les habría resultado, pero como todo sucedió sin planearlo; ocurrió en una total espontaneidad que de verdad nadie esperaba.

—Definitivamente tengo que pedirles perdón el lunes, si es que antes y entre todas no me cuelgan —repuso luego hacer la mímica de un hombre ahorcado para después dejar ir otro suspiro. Pensaba en cómo hacer las paces y que todo fuera como antes mientras repasaba los bordes de su cuenco vacío con su dedo índice con un movimiento circular

—Yo me preocuparía más porque la Dra. Hirose te cuelgue y no nos deje nada de vos a nosotras para el lunes —dijo ella con una sonrisa y un guiño, sabía que sus compañeras también estaban pensando en como arreglar ese asunto y estaba segura de que nadie querría lastimarle porque todas ellas le querían y sentían un aprecio único por Darío Elba —¿Dónde está el trapeador?. Iré a limpiar tus huellas antes de sea imposible sacarlas a la primera —añadió Nina mientras hacía el intento de levantarse, pero Darío acudió a su silla para ayudarla

—Que no voy a dejarte mover un dedo Sleepy Girl —contestó Darío —eres mi invitada así que no insistas.

—Me haces sentir como muñequita de trapo y no me gusta sentirme así, o me dejas limpiar o lavar los platos —dijo muy decidida, en su casa la criaron para ayudar y servir no para ser servida y ya llevaba mucho rato sin hacer nada.

—Acepto que intentes salvar el preciado piso de bambú de Hirose, pero sólo te dejo hacerlo porque detesto hacerte sentir mal —respondió él, no quedándole más que dar su brazo a torcer.

Le dio la mano para ayudarla a ponerse de pie y él se llevó los platos al fregadero para luego ir por el trapeador que Nina solicitaba, pero antes entregárselo y de que ella se marchara le preguntó:

—¿Y por qué te dolía el cuello?, claro si es que puedo saber.

—He leído mucho y en posiciones no recomendables en los últimos días, tengo varias lecturas retrasadas por habérmela pasado jugando con Rhú y mi hermano las noches anteriores y hablando de dolor aún no se me quita —dijo pasando su mano por el cuello haciendo una mueca de incomodidad, el efecto de aquel analgésico se había agotado.

—Hnm ya veo, antes de que te vayas, respóndeme una última cosa Nina: ¿Confías en mí? —preguntó muy firme Darío.

—Depende —dijo sólo por decir la pelirroja, pensando en que la verdadera respuesta era más que obvia: si no confiara en él habría salido corriendo a mitad del aguacero antes que estar a solas y a su total disposición a esas horas de la noche.

—¡Respuesta cerrada Nina!. ¿Si o no? —insistió Darío muy enfático arqueando una ceja.

—Si confío plenamente en vos Darío Elba —contestó mientras se daba la vuelta para irse a trapear.

Darío sonrió y se apresuró para alcanzarla, le arrebató el trapeador de las manos y lo dejó caer:

En fracción de segundos había formado una prisión con sus brazos alrededor de Nina y desde atrás, con una pirueta muy extraña, la envolvió en una clase de "apretón" hasta que todos los huesos de su columna, incluidos los de la base del cuello con cada una de sus vértebras, le tronaron al unísono por completo y él al sentir la liberación de tensión en el cuerpo de la pelirroja y sabiendo que con eso no tendría más dolor la depositó suavemente en el piso.

Después de aquella maniobra, Nina se sentía más ligera que una pluma, era como si estuviera estrenando un cuerpo nuevo y sin malestar en ningún lado.

Ya se sentía alegre, pero ahora estaba que se desbordaba de felicidad y por eso se volvió hacia él y dándole las gracias con un sonoro beso en la mejilla, lo abrazó con una fuerza que Darío no conocía que Nina tenía.

Las muestras de gratitud de Nina Cassiani solían ser muy sinceras y espontáneas en ella y nunca se extralimitaba cuando le nacía darlas y con Darío Elba tenía mucho por que estar agradecida.

Él se quedó con los brazos sin reacción alguna por un rato y luego de sentir la calidez del aliento de Nina colándose sin clemencia por una de las aberturas de la bata de su pijama hasta su pecho; decidió darle unas palmaditas en los hombros separándose muy despacio y le sonrió para dejarla ir.

Darío Elba se quedó inerte porque estaba asustado y no recordaba si, a excepción de los abrazos que suele darle Leandro, alguna vez había recibido ese tipo de muestras de cariño tan sencillas y verdaderas.

Nina Cassiani estaba lejos de ser la primera persona del sexo opuesto que lo abrazaba, pero su abrazo y lo que le provocaba no lo había experimentado hasta ese glorioso instante: era una mezcla de saciedad y desesperación por no querer soltarla y como no hallaba qué hacer con ese sentimiento salió corriendo a la cocina y comenzó a revolver los estantes más elevados de la despensa.

Encontró lo que buscaba y con el chispero grosero de llamas alocadas que se usa para encender el carbón en la parrilla fue a refugiarse al cuarto de lavado, le temblaban las manos al punto de casi quemarse una ceja mientras prendía su cigarro.

El cigarro siempre lo regresaba a la Tierra, la nicotina lo hacía pensar con la cabeza fría y por eso necesitaba ver el humo danzante del tabaco para calmarse.

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