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Nina Cassiani no sabía siquiera sentarse cuando el barítono de Jim Morrison acarició su oído de recién nacida y deleitó así sus infantes neuronas primitivas por vez primera.

Oneida, la hija de en medio del matrimonio de los Cassiani Almeida, fue quien en vez de cantarle canciones de cuna para que Nina dejara de llorar, le puso su disco de acid rock y rock psicodélico ante la desesperación de aquel llanto que únicamente hallaba consuelo en los brazos de Sandro y que por desgracia, esa noche no llegaría a casa por cumplir con un doble turno en el hospital.

Nina cesó finalmente su lloriqueo al escuchar las gotas de lluvia en Riders on the Storm y por más inverosímil que aquella vieja anécdota parezca era totalmente cierta.

Y es por ésta hermana de espíritu indomable y rockera de corazón, por quien la pelirroja aprendió a tenerle amor a la composición y al buen ritmo de la música, pues aún a regañadientes y a veces hasta a escondidas de Sandro y de su madre, Oneida le disciplinó el oído a Nina a tal grado que antes de saberse el himno nacional cantaba de memoria y a la perfección L.A. Woman.

El impacto y la influencia de Oneida sobre su hermana menor fue y era tan grande que ahora a Nina con dieciséis años, toda una adolescente de éstos tiempos modernos, le era muy difícil digerir la música de los artistas en boga y de su misma época; por más que hacía el intento no les encontraba contenido ni sentido a las canciones y que decir de las letras.

Al ser la menor de tres hermanos con edades demasiado distantes entre sí, su infancia y sus primeros conocimientos del mundo musical, el cine y las series de TV, estaban marcados por grandes figuras del siglo pasado.

Por eso desde muy pequeña y ya con uso de conciencia, luego de ver varios capitulos del Dr. Who: Nina Cassiani solía fantasear con que se colaba en el Tardis y así poder viajar en el tiempo para estar en algún concierto de The Doors, Queen, The Beatles, Nirvana, AC/DC, Led Zeppelin, Janis Joplin, The Rolling Stone, Fleetwood Mac y Pink Floyd entre otros.

No sólo quería viajar en el tiempo para estar en medio del griterío de las masas enardecidas, de poder viajar al pasado habían cosas que quería evitar en el destino de muchos: advertirle de la bala de John Lennon, seguir como su sombra a Kurt Cobain y librarlo así de que se hiciera lo que supuestamente se hizo. Quería también decirle a Joplin que era una mujer hermosa y única y que esa noche se no se estaba aplicando la usual sino de la pura y claro que deseaba con el alma ver a Freddy Mercury para llevarle medicina de este siglo.

Nina quería hacer muchas cosas qué, según ella, habrían cambiado el destino de la música del siglo XXI si los artistas de verdad hubieran seguido con vida.

Pero Nina no era una soñadora ilusa, estaba siempre al tanto de cada teoría que se planteaban los científicos actuales y por eso también pensaba en las paradojas, podía fantasear de lo que fuera y sin embargo, lo hacía consiente de los peligros que podía conllevar aquella aventura en el tiempo y en que si dejaba caer un solo cabello rojizo en un momento crucial de la linea espacio-tiempo todo se habría ido por el desagüe y quizás su presente estaría peor de como estaba.

Con su propio reflejo, en el cristal de la ventana del mismo asiento adentro del autobús de siempre, como su única compañía y sin ningún miedo de alterar su presente y futuro estaba segura de dos cosas:

A. Si pudiera ir algunas horas atrás de éste mismísimo día: se habría dejado una nota advirtiéndose sobre el error de Moira con los marcadores.

B. Habría reconsiderado quedarse después de clases a cumplir con un castigo que aunque no tenía pies ni cabeza, al menos le habría dado tiempo de explicar que aquello no era una broma pesada a la frágil tolerancia de su tutor ante una supuesta catástrofe.

Darío Elba no era una bestia rabiosa y Nina se lo había sacado de encima peor que si se tratase de una mosca: de manera brusca y sabionda.

Nina Cassiani se sentía mal, pero ya no por el castigo, la indiferencia ni los gritos de Darío, mas aún no sabía el porqué de sus pesares.

Tanta era su pena que aún después la psicodelia de Ligth my fire y Break on through (to the other side) aún no podía eliminar al bendito Darío de su cabeza y aquella espuma triste en el mar de sus pensamientos sólo se disolvió cuando un mensaje entrante apareció en la pantalla del teléfono de Nina:

Ven pronto a casa, tengo una sorpresa y espero que te guste.

El fin de semana ahora parecía prometedor, aquel mensaje de Rhú acabó de una vez por todas con el mal sabor que Nina llevaba en la boca y en el corazón. Las sorpresas que usualmente recibía de Reuben Costa eran siempre buenas y con ansias quería llegar lo más pronto a casa.

Para ser viernes no había mucho tráfico, el recorrido del autobús se hizo corto y corrió, aunque le dolía muchísimo la espalda, desde que se bajó del colectivo de la ruta 7-C hasta aparecer frente a su hogar.

Emocionada, abrió el portoncito blanco de la entrada y mientras sacudía sus zapatos en el tapete - al cual le había pintado a mano con spray blanco: "Don't open dead inside" - notó un par de zapatos curiosamente bonitos pero relativamente pequeños

—¿Quién será la visita? —se dijo extrañada de que quien fuera que estuviera adentro de su casa se hubiera quitado los zapatos pues esa no era una costumbre de nadie que conociera.

—A la de menos y alguien se embarró de una gracia de perro —se imaginó Nina haciendo mala cara mientras también hacia memoria de las amistades familiares que podían calzar esa diminuta talla y ponía llave de nuevo a la puerta ancha que la separaba del mundo exterior con su realidad.

—¡Llegué! —dijo anunciándose.

—Hija, ven al comedor por favor —le contestó su madre.

Nina dejó su pesado bolso de colegio en el sofá y escuchó la inconfundible voz de Rhú allá donde la habían mandado a llamar, él se apresuró a levantarse para que tomara asiento en la única silla que quedaba vacía en su comedor expansible de cuatro lugares.

Una mujer con rasgos asiáticos estaba sentada en el lugar donde Nina solía sentarse y un niño en brazos le acompañaba.

—Nina, quiero presentarte a la Dra. Hirose: ella es mi catedrática de Historia —dijo Reuben con emoción al saludar de beso y abrazo a la pelirroja.

—Mucho gusto, Nina Cassiani Almeida —dijo dando la mano.

—Mucho gusto Nina, hace mucho que quería conocerte —contestó muy amigable la Dr. Hirose.

Nina estaba sorprendida por que al ser la Dra. Hirose la primera persona de Oriente a quién conocía, ella hablaba español fluido y a la perfección —Él es mi hijo Bruno tiene dos años y cinco meses —añadió la Dra. Hirose mientras el infante le sonreía a Nina y ésta le hacía cosquillitas en sus redondas mejillas.

—La señora Hirose necesita que le cuiden a su bebe por unas horas —agregó sin más reparos la señora Cassiani —y Reuben le ha contado que eres muy buena con los niños —dijo muy orgullosa la madre de Nina, haciendo que su hija sonrojara un poco ante aquel comentario.

Con siete años cumplidos un día a Nina le dijeron que Oneida - que en ese entonces tenía dieciocho - "había metido la pata" con su novio Omán Barquero y de esa metida de pata había un bebé en la panza de Oneida y cuando ese bebe salió del estómago de su hermana descubrió que era su sobrino, bautizado también católico como: Egon Barquero Cassiani.

Nina nunca había visto un bebe hasta entonces, por lo que luego de examinarlo y estudiar cuidadosamente su comportamiento aprendió a cuidar de él: le cambiaba los pañales, le preparaba la fórmula de los biberones, lo dormía y más tarde lo haría su compañero de juegos por casi tres años; justo cuando Oneida y Omán pudieron hacerse, con mucho esfuerzo y ayuda sus progenitores, de una casa propia, dejando así a Nina sin compañía más que de su madre por varios años.

Nina sabía mucho o casi todo sobre infantes gracias a Egon y por eso había sido niñera ocasional con excelente calificación para varias familias que eran conocedores de su buena mano y trato con los pequeños y que solicitaban sus servicios de cuando en cuando. A Nina le iba muy bien en el negocio de las niñeras porque aparte de saber cuidarlos le encantan los niños.

Es por eso que cuando Reuben almorzaba en la cafetería de la universidad y mientras conversaba sobre una niñera calificada con la Dra. Hirose, éste no dudó en nombrarle a Nina, porque aparte de saber que era excelente en el cuido de niños estaba pensando siempre en ella y su nombre femenino fue lo primero que su boca logró pronunciar.

—Será un gusto cuidar de Bruno —aceptó Nina que ya se había levantado y estaba haciéndole muecas al bebe que emitía una risa muy sonora –¿Dónde y cuándo? —preguntó.

—El día de hoy y desde este momento, debo asistir a un cóctel a la Embajada de Japón —dijo y continúo —vivo a pocos kilómetros de aquí.

—Ella se mudó hace unos meses a vivir a Bleu Chapel —añadió Rhú refiriéndose con aquel nombre a una bonita residencia que estaba a diez kilómetros de la casa de Nina.

Bleu Chapel era una edificación muy antigua que había caído en descuido por abandono y que en sus años de gloria tuvo una capilla de un tono azul, el tiempo inclemente hizo de las suyas con aquel lugar de ensueño dejándolo casi en sus cimientos hasta que, por un rumor de vecinos, se supo que unos años atrás la había comprado un militar viudo de su primer matrimonio y con solo un hijo ya adulto como descendencia.

Aquel viudo radicaba en Ejército del Norte y se había empecinado en reconstruir aquellos escombros hasta dejarlos como eran originalmente - a excepción de la capilla que ahora la habían convertido en un invernadero - y dicha mansión fue finalmente habitable hasta inicios de año y era la Dra. Hirose la señora de aquella hermosa casa y su esposo era aquel que la había vuelto a poner en pie.

—Con mucho gusto –contestó Nina, quien ya estaba cargando al pequeño Bruno con una naturalidad que dejaría a cualquiera boquiabiertos, demostrando así a primera vista la empatía y su don de infantes con el que contaba.

Después de discutir algunos detalles sobre Bruno y sus costumbres con la Dra. Hirose, Nina se excusó para ir a su habitación y alistarse, Reuben le siguió para hablar con ella sobre su viernes mientras le esperaba sentado en el piso y recostado sobre la puerta que sellaba el desabrido cuarto.
Entre la plática amena recomendó usar botas altas por aquello de que lloviera, pues ya estaba muy entrado el mes de mayo y se suponía, según los pronósticos del clima y el comportamiento de la levadura en la panadería durante los últimos días, que en cualquier momento el invierno tardío aparecería por todo el país.

Al abrir la puerta de su habitación Nina se quejó con dolor llevándose una mano al cuello, por lo que le pidió a Reuben que le buscará algún analgésico en el basto botiquín que mantenía Sandro en casa. Rhú volvió con lo que Nina solicitaba más un vaso con agua y ella al tragarse las pastillas deseó que hicieran efecto rápido y prolongado para no tener ninguna dolencia al cuidar de Bruno Hirose.

Nina platicó un rato más con Rhú mientras cepillaba sus dientes y le contó lo del supuesto castigo y las circunstancias de aquel infortunio, Reuben se moría de la risa y tenía compasión de aquel pobre desdichado tutor que había probado un granito de la ira sapiencial de Nina: aquel hombre no tenía ni pizca de idea de quién era su Cabeza de Remolacha, pero tampoco Nina y Rhú sabían más allá de él y de quién era afuera de las paredes del colegio.

En aquella platica era tan suelta que parecía de dos seres que cohabitaban bajo el mismo techo, Nina pidió a Rhú que le recordara que mañana sábado tenía que comprar algunas cosas de uso personal entre ellas: desodorante, enjuague bucal y toallas sanitarias. Rhú tomaba nota mentalmente para luego dejarle el recado en un papel con dibujitos garabateados y sostenido por imanes en puerta de la nevera de los Cassiani.

Reuben le agradeció a la pelirroja por aceptar cuidar al hijo de su catedrática a lo que Nina respondió que ella era quien debía agradecer la recomendación, pues así podía obtener un poco más de dinero del cual disponer sin tener que recurrir a Sandro o a Oneida que cubrían sus gastos desde siempre. La pelirroja ya estaba haciendo planes de cómo invertir su próxima paga, rememorando todos los libros que había visto en Gato Pardo y Perro Azul durante su última incursión a las estanterías combas de aquel mágico lugar, mas aquella ilusión fue cortada de rabo cuando Rhú le recordó que también tenía y debía de pensar en ampliar un poco su guardarropa, porque aquel gastado jeans que estaba usando y que en su tiempo de gloria fue negro ya le marcaba demasiado la figura y la blusa holgada de color crema que enfundaba su torso ya estaba muy llena de bolitas de pelusa. Nina dio un suspiro:

—¿Porqué está mal visto no usar libros como prendas de vestir? —se quejaba Cabeza de Remolacha en voz alta y con las manos sobre su cintura frente al espejo de cuerpo entero que estaba en el pasillo de la primera planta, mientras Rhú la veía y a su vez sonrojaba por aquella imagen mental que estaba borrando con apuro de su memoria para mantenerse cuerdo tal y como lo había hecho en estas pasadas tres semanas.

Se guardó el cepillo de dientes junto con la pasta dental en el bolso que iba usar, se despidió de su madre, de su padre y de Reuben que la persignaba solemnemente antes de abordar el taxi para irse con la Dr. Hirose.

Diez kilómetros son muy pero muy cortos si se va platicando en el camino y escuchando de cómo es Japón de la boca de una Doctora en Historia.

—Definitivamente así el tiempo se va volando —pensaba Nina al encontrarse en un abrir y cerrar de ojos en Bleu Chapel que había quedado hermosa por adentro y por afuera, sin mencionar que tenía varios detalles de las viviendas japonesas en su interior con un contraste perfecto de la mano de la arquitectura occidental: piso de bambú, genkan y un espacio especial donde se encontraba el altar para el Obon.

Eran las 7: 45 p.m. cuando la Dra. Hirose muy guapa y elegante se despedía de su retoño y se iba en un sedán blanco muy bien cuidado al cóctel que debería empezar a las 8:30 p.m. Le indicó que sería relevada entre las 9:30 p.m y 10:00 p.m. por el hermano mayor de Bruno que se encontraba ejercitándose en un gimnasio no muy lejos de casa.

Nina se quedó en el cuarto del infante jugando con él y con el biberón listo para dormirle, notó que habían muchos libros de cuentos en japonés en un estante y se rebuscó por alguno que estuviera en español.

Encontró entonces: Cuentos maravillosos de la antigua China y luego de olerlo – costumbre insana que tenía desde siempre – comenzó a leerlo en voz alta, no sin antes pensar en que debería haber por allí alguno de cuentos japoneses y esperaba que estuviera en español para solicitarlo a la Dra. Hirose en calidad de préstamo.

Leer es igual que comer para Nina Cassiani, cuando iba por "el Tigre agradecido" - cuento situado en la página número 47 - notó que el pequeño Bruno ya cabeceaba y decidió acunarlo en sus brazos hasta que se quedó profundamente dormido. Lo recostó en su cuna y le encendió una lámpara de carrusel con la figura de un dragón que bañaba el cielo con fuego y mientras pensaba que ella también quería una de esas, su estómago comenzó a reclamar que no había probado bocado en horas y se le había pasado la cena.

Con el monitor en mano para no descuidar de Bruno ni un instante, fue hasta la cocina y comenzó a buscar algún bocadillo de lo que le había dicho la Dra. Hirose que podía servirse sin ningún compromiso.

Recordó que no se había tomado el café de la tarde ni su respectivo pan dulce así que optó por unas Senbei y café, pero quince minutos después de buscar café hasta en detrás de las ollas y en lo más alto de los estantes con la ayuda de un banco de la barra de desayuno, puesto que no había otra forma de alcanzarlos, no encontró ni café molido, instantáneo, ni mezcla de capuchino sólo cajas y cajas de té, té en lata, té embotellado y más té.

Té: aquella bebida que Darío Elba siempre consumía y a diario cargaba en mano.

Té, que ahora nuevamente le recordaba a su tutor luego de haberse olvidado casi por completo de él y de su castigo aplazado.

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