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27.

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Darío Elba, que había sido invitado como oyente a hurgar ese recuerdo fresco, había estado en silencio en todo el momento, tenía mucho en la cabeza: empezando por unas inmensas ganas de lavarse con una alambrina de acero el cerebro por haber pensado en Nina teniendo sexo. Había acertado: aquellas palabras de la pelirroja eran una metáfora de lo que realmente le acongojaba.

A Nina el sexo no le da risa porque ella aún no sabe qué es.

Y había descubierto también, que ese brillo que emanan sus ojos y del que estaba fascinado, es el brillo de la inocencia en un estado tan puro y a la vez tan salvaje que Darío nunca había conocido en el iris de ninguna otra mujer y menos en una que se hallara casta.

Ahora sabía, de la boca de Nina, que el "Chico Pan" se llamaba Reuben Costa, que es su mejor amigo casi hermano sin parentesco ni consanguinidad alguna, que está enamorado de ella casi rayando la demencia, pero que no era capaz de amarla como mujer porque quizás le enferma la idea de que, al ser siete años mayor y al conocerla desde niña, fuera interpretado aquello como un acto de aberración que incluso era penado por la ley. Una condena que Darío Elba no dudaría en pagar dos veces por tan sólo conocer lo que es realmente el amor.

Nina había dejado escapar unas cuantas lágrimas en el autobús, llevaba la mirada fija hacia el frente y todavía no había terminado de desahogarse. Había más en aquel recuerdo que estaba dispuesta a escupir porque le envenenaba seguirlo teniendo en cautiverio. Nunca soltó, sino que apretaba más fuerte, la mano de Darío Elba y por vez primera no estaba nerviosa por el roce de aquella piel que mas bien sentía benévola y comprensiva; como si pudiera contar con esa mano por el resto de sus días, o hasta que el oxígeno de la Tierra se acabase.

Darío siguió atento escuchando, con una extraña sensación sin sentido cavilando en lo más profundo de su cabeza. 

Luego de que Rhú se fuera de su casa a mitad de la noche, Nina lloró porque quería que todo fuera como antes. Ella solo quería que Rhú estuviera para ella sin tener una erección de por medio que se lo impidiera. Definitivamente Nina Cassiani no tenía ni la más mínima idea de lo difícil que también era ser hombre y sentir atracción física hacia una mujer.

La señora Cassiani se percató cuando Rhú se marchó de su casa, fue a ver a su hija a su dormitorio y la encontró a punto de hundirse en un sollozo sin consuelo.

—¿Qué pasa hija, porqué lloras?.

—Yo no quiero a Rhú de la misma forma que él me quiere —confesó con un ardor en su garganta que venía directamente desde su pecho, le quemaba decir aquellas palabras que las sabía existentes y se las guardaba para ella sola como espinas enroscadas que le apretaban más que la carne cuando estaba cerca de Reuben Costa.

—¿Le amas? —preguntó la madre con cariño y con una lágrima asomando por aquellos cansinos ojos verdosos.

—N-no, él lleva ratos sintiendo cosas por mí, pero yo no siento lo mismo por él. Yo sólo quiero que todo sea como antes, pero tampoco quiero que me trate como a una niña.

—Eso no es posible y no será posible jamás Nina, él es todo un hombre y vos te estas haciendo mujer muy rápido, no puedes pretender que él tenga los mismos sentimientos que tenía cuando eras una nena de diez años, no es justo, es muy cruel Nina. Eso es realmente cruel para Reuben y para cualquier persona que tenga la quinta parte de bondad que hay en ese muchacho —dijo la señora Cassiani sin pensárselo dos veces, sabía que su hija menor respondía mejor ante las verdades crudas que a las mentiras adobadas de palabras dulces y decoradas.

—¿Entonces que debo hacer?, ¿dejar de hablarle?, ¿intentar algo con él y si no resulta lastimarlo?. ¿Qué hago yo si en vez de construir amor lo destruyo?.

—Esa respuesta sólo la tiene tu cabeza y tu corazón Nina, no puedes dejar de hablarle, yo no te crié así de ingrata, me duele pensar que pudieras llegar a ser así. Pero tampoco voy a recomendarte iniciar algo con él sino lo sientes, si no lo quieres. Creo que lo prudencial es hacer una pequeña pausa, lleguen a un acuerdo: dale y date un respiro —dijo aquellas palabras sinceras como madre, pero si se hubiera tratado de una telenovela de la pantalla chica, habría gritado a los cuatro vientos que saliera corriendo tras Rhú para darle, aunque fuera un mísero beso.

Nina le contó a Darío Elba que siguió llorando hasta quedarse dormida, que despertó a la misma hora de siempre viendo el fluorescente que colgaba del techo, que tardó más de lo normal al bañarse y que al salir para vestirse con el uniforme se encontró con un mensaje de Rhú:

—Ya vienes, ¿verdad?.

Ella había determinado en el baño que muy probablemente seguiría el consejo de su madre, pero aún así fue a consultarlo con su padre.

—¿Qué dijo tu papá? —preguntó Darío, queriendo descifrar así la naturaleza del carácter del señor César Cassiani.

Papá de un tiempo acá nada más me escucha, pero ésta vez dijo que siga mis instintos, pero creo que mis instintos están más que errados —contestó con otro tipo de tristeza aún más profunda que se notaba incluso en la forma en que movía los labios.

Nina respondió aquel mensaje excusándose, escribió que iba a desayunar en su casa y que su mamá llegaría pasadas las siete por el pan del día.

—¿Huiste? —le preguntó Darío, que estaba listo para decir lo que le parecía correcto y lo que no. No iba a guardarse su juicio sobre aquella situación, que para nada era fácil de aconsejar y menos con el simple hecho de pensar que Reuben podría llegar a ser eso que él ya se había imaginado antes que era para Nina.

— Si, huí y sigo huyendo y créame que no estoy orgullosa de eso —le contestó mientras le indicaba que todo el día había pasado ignorando mensajes y llamadas de Rhú —¿Sabe que es la primera vez que no voy a desayunar a la panadería?, salvo por un tiempo en que estuve enferma y apetito era lo que menos tenía por aquellos días.

—No es correcto que huyas, dile la verdad: que necesitas pensar que hacer. Ese Reuben no es santo de mi devoción aquí entre nos —confesó Darío Elba con toda la sinceridad hacia aquel tipo —pero no se merece que lo evadas, yo no seré el mejor consejero en cuestiones del amor, mas sé reconocer, en otros, donde lo hay y dichosamente, Nina Cassiani a quien le gusta el azul y muy oscuro si lo tiene y en sus manos está el dejarlo morir o volar con libertad —dijo con la mirada comprensiva, aceptando con envidia en el panadero, aquel sentimiento que a él nunca le había surcado por la cabeza y mucho menos en el corazón.

Agradecía, hasta cierto punto, la inmunidad que había desarrollado a enamorarse gracias al adiestramiento continuo que recibió de Debra Ponce. No sabía qué haría él estando en la posición del panadero, quien le parecía un enfermo casi trastornado, pero no sabía que aquella enfermedad a él también le atacaría hasta hacerlo y rehacerlo un sin numero de veces, era nada más cuestión de tiempo para que las paredes del fuerte, donde él había escondido su amor, cayeran bajo un asedio sin cuartel no planeado ni pensado, ni siquiera por la inteligencia o la razón más astuta que él, mediante la experiencia, había desarrollado.

Nina, que ya no estaba llorando, se dio cuenta de lo bien que le hacía hablar con Darío y le agradeció, no solo por prestar oído; sino por que había conocido la palabras más sinceras - que hasta la fecha - un adulto, como Darío, se había atrevido a darle.

Él por su parte comprendió que, Nina Cassiani no estaba lista para una relación, pero que ella misma tenía que descifrarlo aunque le doliera aprenderlo, que lo que le faltaban eran más amigos para sobrevivir el golpe de la adolescencia y le instó a no abandonar a sus amistades del colegio, le recordó a Moira y a Bloise preocupados por ella.

—Antes Bloise solía venir a mi casa para las maratones de películas los sábados —le dijo Nina a Darío, pero explicó que por cuestiones de la vida social de los Bloise, él se había ausentado en los últimos años. Moira por su parte, no es que no fuera una buena amiga, pero reconoció que a veces era difícil pasar tiempo con ella por que se ponía muy extraña cuando estaban mucho rato a solas.

Darío se preguntaba que significaba "extraña" para Nina, de haberlo visto venir le hubiera advertido para prepararla, pero solo hasta varios meses después se sabría con exactitud el significado de aquella palabra. Tenía mucho que aprender en lo que restaba del año y en tiempos venideros sobre sus quince alumnas sin dejar de lado, ni por una milésima de segundo, a ninguna de ellas.

Darío Elba le agradeció la charla/confesión a Nina Cassiani, si antes tenía curiosidad por ella ahora tenía aún más; estaba extrañado por que pudo sentir que su ritmo cardíaco se había asentado hasta latir al unísono con el de Nina. Si aquel corazón se agolpaba, el suyo también lo hacía y si se calmaba el de él también se amansaba. Algo raro le sucedía y por más que escudriñaba en ese momento no hallaba respuesta lógica, ni científica alguna que pudiera explicar aquel fenómeno que ni en las mañas del amor de sábanas expertas había sentido hasta ese preciso momento: donde mientras ella hablaba y sostenía fuertemente su mano sus pulsos se coordinaban.

Se despidió de ella con un beso en la mejilla y dicha mejilla le quedo ardiendo a Nina Cassiani mucho rato después, al igual que una sensación de vacío cuando él se bajó del autobús justo donde lo había hecho en medio de un aguacero la vez pasada, pero hoy nadie lo esperaba en aquel apartamento del último piso con el tragaluz caprichoso donde cada noche, a solas, Darío catalogaba estrellas en busca de la que nunca había tenido sin saber que estaba más cerca de donde él se lo esperaba.

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