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El día de ayer había sido un día un completo sube y baja para Nina Cassiani.

Pensar en que cada vez el tiempo que compartía con Rhú se acortaba con cada segundo que transcurría la tenía sumida en la tristeza, odiaba tener que aceptar que pronto tendría que dejar de verle y se odiaba aún más por ser tan egoísta y dejar que la nostalgia del pasado le obligara a querer que todo fuera como ayer. Era infantil estancarse en lo que fue y no querer crecer.

Luego de haber pasado melancólica la mayor parte del día, cuando vio a la causa de su pena y tribulación esperándola afuera del colegio, todo a su alrededor comenzó a resplandecer con más intensidad que el sol del verano. Estaba feliz de que él la hubiera ido a recoger, se sentía dichosa que se tomara la molestia de pedir permiso para ausentarse del trabajo y más aún de sus clases para pasar el rato con ella, pues sabía que con mucho afán y empeño, Reuben Costa era muy disciplinado con su vida, su trabajo y sus estudios y por eso hacía muchos meses que no salían juntos y no platicaban más allá que en el desayuno diario.

Rhú, por su parte, se planteó gastar el día entero con Cabeza de Remolacha desde el momento en que la vio cruzar la calle cabizbaja, se sintió culpable de haberle arrebatado aquel brillo y la alegría con la que había arribado en esa mañana. Sin ocultar que él también había entristecido de pensar que también dejaría de verla esos escasos minutos mientras desayunaban, al extremo de que hasta la levadura se había resentido en la panadería con él esa mañana. Entre quemar tandas de pan y que éste no creciera era mejor solventar esa necesidad de estar con ella. Y con más razón aún cuando recibió aquel mensaje desesperado de Moira.

Nina quería ir a todos lados con su mejor amigo, incluso al cementerio - una costumbre rara que aquel par tenía -  para apreciar las obras de los maestros italianos del siglo pasado en los mausoleos de los pudientes de antaño, dejar flores robadas en las tumbas olvidadas, asustar a hurtadillas al sepulturero sonaba de maravilla, pero eligió la que, de todas, más extrañaba hacer con él: holgazanear juntos hasta quedar dormidos en aquel sofá de su casa.

Reuben quiso complacerla, aunque tenía un pequeño presentimiento de que aquel acto, hasta hace algunos años inocente, podría acabar mal.

También la señora Cassiani estaba muy complacida de verlo con su hija, porque sabía que Reuben era un flotador para Nina, él estuvo cuando más le necesitó y seguía estando sin pensarlo dos veces, aún atareado hasta el cuello con sus estudios y su trabajo jamás le restó importancia a la pelirroja.
Y era por eso que todos los Cassiani Almeida no sólo apreciaban a Reuben Costa como uno más de ellos: sino que esperaban, en un secreto a voces, que algún día también se sumara formalmente a la familia.

La señora Cassiani les preparó unas empanadas y refresco casero a los chicos. Luego de gustosamente comerlas, Nina se cambió el uniforme y se ponía pijama cuando sólo eran las cinco con treinta de la tarde; Rhú, mientras tanto, fue a saludar al señor "C" y platicó con él un rato.

Reuben Costa sabía lo muy importante que era visitar y "conversar" con el señor César Cassiani; Rhú lo hacía no sólo por que le tenía mucho respeto, sino porque era un ritual diario de Nina que ella cumplía sin falta y agradecía con el alma que otros también lo hicieran con su muy enfermo padre.

La tarde transcurrió como aquellas de hacía muchos años, Nina se acomodó en el sofá de la sala y Rhú dispuso su cuerpo para recibir a su "dormilona", encendieron el tv y comenzaron a buscar que ver. Se detuvieron en el canal de series detectivescas y luego en el canal de historia, pero el panadero que conocía a Nina a perfección, cambió al cabo de un rato al canal de vídeos clásicos y para su suerte estaban pasando baladas de los 60's a los 80's: exactamente la música que ella solía escuchar cuando quería apaciguarse.

A veces Nina cantaba, a veces Rhú le cantaba a ella y aquello era una serenata mutua a capela hasta que él le soltó la coleta y comenzó a cepillar el cabello de rojas espigas con sus dedos. Nina estaba tan acostumbrada a las manos de Rhú que al poco tiempo empezó a cerrar los ojos. Suspiró, dejando salir todo el dolor que retenía adentro justo antes de entregarse entera sobre el regazo del panadero.
Reuben sonrió desde el alma al ver qué, aunque los años pasaban, el rostro de Nina al querdarse dormida seguía siendo el mismo que él atesoraba en su memoria: la de una niña ajena al exterior dándole rienda suelta a los sueños donde no había ni una pizca de tristeza, de dolor, sufrimiento y mucho menos enfermedades. Le bajó el volumen al tv y no dejó  de acariciar a la Bella Durmiente, aunque le dolierán las piernas y los brazos por la posición tan incomoda en la que había terminado.

La señora Cassiani se asomó a la sala y les tomó una fotografía, que luego colgaría en la nevera junto a todas las otras que ella guardaba con orgullo donde estaban sus hijos y demás familia.  Les pasó una manta para cubrirse, bajó la intensidad de las luces y se marchó al cuarto de su esposo para cuidar de él como hacía desde que había caído en cama.

Rhú estaba quedándose dormido, los parpados el pesaban, su cabeza se rendía ante el cansancio de horas y horas de trabajo, sin mencionar que el placer y la tranquilidad que sentía de por fin estar a solas con Nina lo invitaba a soñar a su lado, pero el engorro de aquel añejo sofá comenzó a molestarle demasiado y en un intento por arreglarse, ella entre abrió los ojos y logró murmurar:

—¿Me llevas a la cama?

—¡Nina ya no te aguanto, pesas más que los costales de azúcar y harina de la panadería! —dijo él lo más bajo que pudo.

—Haz el intento —suplicó ya más dormida que despierta.

Rhú, incapaz de decirle que no a Nina, se levantó y se la colgó del cuello como antes lo hacía, pero no logró cargarla con la facilidad de antes como cuando era más niña por tener el cuerpo de la cintura para abajo adormecido, sin mencionar que también pesaba un poco más de lo que aparentaba, así que empleando todas las fuerzas que tenía se la llevó hasta su cuarto.

Subir los escalones de la segunda planta probablemente le causaron un inicio de hernia, pero si por él fuera la cargaría hasta el fin del mundo y por el tiempo que fuese necesario.

Llegando a la habitación impersonal de Nina, Rhú sintió un piquete en el corazón al ver aquel desabrido cuarto que antes recordaba abarrotado de cosas de chicas, Nina no se había recuperado y ya casi se cumplían dos años de aquel doloroso día.

Queriendo obviar la situación y la agonía que le causaba lo que tenía a simple vista y negándose a ver la realidad en la que vivía Nina, con cariño y mucha delicadeza la depositó en su cama, la arropó no sin contenerse las ganas de robarle un beso y estaba echándole la "persignación" por pura costumbre cuando ella lo tomó de la mano jalándolo hasta obligarlo a acostarse con ella a su lado.

—Quédate un rato más, solo un rato más —le suplicó revolviéndose entre las sabanas recién acomodadas haciéndole espacio para que él se acomodara.

Rhú se lo pensó dos veces, antes él había dormido con ella, antes no habría dudado en acurrucarse a su lado hasta que les amaneciera el siguiente día, pero ahora no podía solo hacerlo.

Armándose de más que valor se zafó los zapatos, colgó la camisa manga larga que andaba, se quedó en la camiseta blanca interior, dio un último suspiro y se metió a la cama con Nina.

¡Ayúdame Señor! —suplicó desesperado con el corazón totalmente expuesto y comprometido.

Rhú no quería sucumbir ante la tentación de tener a la persona a la que más amaba en este mundo a su disposición, porque él amaba a Nina, realmente la amaba hasta la última y más recóndita partícula de su cuerpo, pero no era correcto - al menos era lo que él pensaba - porque estaba convencido de que detrás de aquel amor sin frenos ella era igual a una hermana menor.

Él tenía veintitrés años y ella sólo dieciséis. A medida que Nina había ido creciendo, él extrañaba estar más y más con ella y ya siendo una adolescente comenzó a desearla a reprimendas. Odiándose casi a diario por no poder seguirla amando como a una niña, sino por amarla como se ama a mujer.

Rhú intentó dormirse, lo intentó una y otra vez, apretando fuertemente los ojos para no ver que la tenía tan cerca y a la vez tan lejos y lo logró luego de rezar no sé cuantas Aves Marías y Padres Nuestros. Para ese entonces Nina yacía sublime dormida sobre su brazo izquierdo y lo abrazaba con una fuerza desmedida como si su vida entera dependiera de ello.

Nina tenía un sueño sin sueños, solo dormía, algo que no hacía desde hace mucho tiempo.

Eran pasadas las once de la noche, cuando Rhú de un sobresalto se despertó al sentirla demasiado cerca: respiraba el aire que Nina le regalaba de su aliento, los mechones rojos de su cabello caían como una cascada sobre sus mejillas, su pecho se mecía en un vaivén sublime al compás de su manso corazón y su mano izquierda levitaba sobre su vientre.

Definitivamente ya no pudo más y comenzó nuevamente a desesperarse y a sentirla cada vez más y más, acumulando deseos que él mismo se tenía prohibidos hacia ella.

Tenía que salir de esa cama en ese preciso instante, porque ya no estaba seguro de poder refrenarse y temía perder a Nina por un impulso que le hacía hervir la sangre y le llenaba de fuego los pulmones. Reemplazó su brazo con una almohada y su cuerpo con el edredón, se deslizó hasta el borde de la cama y ya estaba por calzar sus zapatos cuando la voz de Nina le resonó hasta en los lugares que no conocía ni sabía que existían en su propio cuerpo:

—Juro que no voy a sentirme ofendida, ve al baño, lo solventas, pero por favor no te vayas, te extraño.

—Es que ya no se me quita con ir al baño, yo te quiero a vos, te quiero y te quiero entera, te quiero infinita para mí y solo para mí, te quiero, pero no puedo. Y en este preciso momento estoy fuera de mis cabales, ya no puedo controlarme más Nina y aunque me esté muriendo por dentro soy incapaz de tocarte. Si hay algo tan sagrado como Dios en esta tierra, eso sagrado para mí tiene tu nombre y no sólo es tu cuerpo, sino que lleva adentro tu corazón.

Fue lo que dijo Reuben Costa mientras la voz se le quebraba y abandonaba la habitación a oscuras aún llevando los zapatos y la camisa en las manos.

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