22.
-22-
Darío Elba sintió que aquellas palabras le servían de combustible para correr y empezó a caminar a zancadas cada vez más largas y más rápidas, le hubiera gustado lavarse los oídos con alcohol para no haber escuchado aquello, prefería que se le quemaran y quedarse sordo que seguir con aquella tortura.
En una mano llevaba los quince sobres amarillos y la otra la había cerrado y hecho puño, tal era la fuerza con la que la apretaba que le dolían los dedos de tanta presión.
Iba a cruzarse el semáforo de la esquina pero éste le jugó la mala pasada de cambiar de rojo a verde y tuvo que aguantarse hasta el próximo intercambio de luces.
La pareja que había dejado atrás con facilidad, estaba de nuevo a sus espaldas.
Le hervía la sangre, el celular de nuevo lo salvó de aquel suplicio del que no hallaba salida.
—¿Puedes?.
—Si, voy para allá —contestó golpeando demasiado fuerte la pantalla con sus dedos.
No quiso llegar al parabús sino que se apresuró a solicitar un taxi allí mismo en el semáforo, por fortuna uno que estaba vacío lo recogió, se subió con prisa y dijo:
—Hágame el inmenso favor de sacarme de aquí.
Como si aquel chofer fuera un psíquico para leer con la mente la situación de su pasajero, arrancó sin demoras el sedán amarillo y cambiando el letrero a ocupado se alejó disimuladamente de aquel doloroso lugar.
Darío Elba se limitó a ver por el parabrisas trasero sólo para terminar de mutilarse el corazón:
Él llevaba su bolso y ella sonreía, tal y como Darío lo había intuido, si esos dos no eran novios oficialmente era porque no hacía falta decirlo.
Darío tuvo tiempo de sobra para enfriar su cabeza y ajustar sus pensamientos hasta ser aquella carismática y encantadora persona que realmente era.
Puso a un lado aquellos quince sobres amarillos, acomodó las palmas de sus manos sobre las rodillas no sin antes emitir un leve quejido de dolor por aquella donde había dejado marcadas sus propias uñas, relajó los hombros y cerró los ojos.
Hizo memoria de sus años colegio: antes de los dieciséis él había sucumbido ante el amor prematuro de una compañera dos años mayor que él.
Recordó cada beso fortuito en los pasillos que lo dejaba con esa "horrible" sensación de ser más leve que el mismísimo aire, aquellas miradas indiscretas, las exploraciones continuas de su mano en aquel glorioso cuerpo, las calenturas que lo enfermaban cada noche, los celos bestiales que conoció por culpa de ella y hasta la vez que tuvo mal de amores que coincidió también cuando descubrió su increíble tolerancia a la bebida.
Recordó que ella le había adiestrado el corazón y lo había hecho quién era hoy.
*
Darío Elba venía saliendo de las duchas del colegio luego de su entrenamiento en el cuadrilátero de boxeo del colegio.
Desde los cinco años le había gustado saltar en el ring, le gustaba esa euforia que sentía en cada puñetazo que salía de sus nudillos, tan bueno era que estaba invicto, agarrarse a golpes podía dejarle más de alguna marca en su bien cuidado rostro y por eso también se aseguraba de acabar en menos de cinco minutos de sus oponentes. Lo cual le había llevado en ese año de estudios a representar a su colegio en las finales.
Una chica morocha de piel acanelada se había apostado en la entrada de las regaderas y no le quitaba la vista de su bien formado cuerpo.
—Oye, niño, quiero hacerte hombre —le dijo ésta sin un ápice de pudor en ninguna sílaba.
Darío no pudo evitar sonrojarse, él era Darío "El Conquistador" como le llamaban desde hacía un tiempo en el colegio, no había chica que no pusiera sus ojos en él.
Era, a sus escasos catorce años, todo lo que una adolescente desearía: guapo, atlético, galante, inteligente y un genio de las palabras dulces y apasionadas. A él le bastaba con respirar para enamorar a cualquiera que se le cruzar en el camino, tenía ese encanto y una empatía tan natural que no era fácil de encontrar en este mundo.
Increíblemente nunca había tenido novia: ninguna muchachita había logrado despertar el suficiente interés en él.
Había besado y había dejado en aguas a más de una chica pero de allí no había pasado.
Hasta ese fatídico y santo día en que se encontró con Debra Ponce.
Darío caminó sin temor alguno hacia aquella morena desvergonzada que no dejaba de verle la entrepierna, nada más llevaba la toalla de baño ajustada a la cintura y a él se le ocurrió bajarle los sumos confrontándola.
—Palabras fuertes las que dice señorita, cuidado y el borrego se come a la loba —le dijo mientras la veía a la cara muy de cerca y la tomaba por la quijada.
— El borrego saldrá trasquilado y por voluntad se meterá a la boca de la loba, suplicará que se lo coman, que lo formen y desarmen una y otra vez hasta que también se transforme en lobo —le dijo mientras mordisqueaba el labio inferior de Darío Elba: a quien por primera vez una especie de corriente eléctrica le atravesaba cada músculo y hueso de su cuerpo.
Él no retrocedió y se la comió en un escandaloso beso, pero fue ella quien lo dejó deseando más. Sin mostrar ni un signo de debilidad, Darío Elba le regaló una sonrisa maliciosa, se relamió los labios y se apresuró a los casilleros para cambiarse, se arrancó la toalla aún con Debra Ponce como espectadora, quien nada más se mordía sugerente un dedo de su mano izquierda.
Aquel juego comenzó ese día y continúo así por meses, ella lo atracaba en cualquier esquina o rincón del colegio, a veces ella lo dejaba desesperado y en otras él la dejaba rogando por un infinito segundo de más.
Un día Darío iba con Leandro Hooper a la biblioteca por un libro de ciencias, literalmente no había nadie más allí que Mr. "O" el bibliotecario que siempre estaba escuchando música para meditar y quemando incienso a riesgo de chamuscar la colección entera de libros del colegio.
En uno de los vacíos pasillos, entre la sección de química y fisica, Leandro y Darío comenzaron a escuchar unas respiraciones entrecortadas, gemidos y uno que otro grito acallado. Decidieron asomarse por mera curiosidad sólo para encontrarse a Debra cabalgando en el piso a Fabio Duran.
Ese día a Darío se le retorció el corazón.
No dijo nada, solo se quedó allí de pie hasta que aquello se terminó con el éxtasis de Debra dejando a aquel desdichado en el piso y agotado.
Ella volvió la mirada a Darío, se limitó a sonreirle mientras se colocaba las bragas y se anudaba el alborotado cabello sin ninguna prisa. Paso a su lado como si nada hubiera pasado, puso una mano en el pecho de Darío justo allí donde su corazón bramaba de celos y le dijo:
—Esto es lo que tendrás conmigo, no esperes más ni menos, sabes donde encontrarme.
Leandro Hooper tuvo que lidiar con un Darío enceguecido por la ira, que lanzaba patadas y puñetazos por todos lados e intentaba matar a Fabio, quien ni siquiera podía ponerse en pie luego de haber sido drenado por Debra Ponce.
La amistad de aquellos dos ese día se afirmó más cuando Leandro le ofreció que se descargara con él y Darío - que urgía sacarse la cólera - aceptó sin ningún pero hasta molerlo a golpes que casi dejan a su mejor amigo con varios huesos quebrados.
La biblioteca ese día tuvo pérdidas cuantiosas, libros llenos de pisadas con sangre y la sección de física y química perdió tres estanterías de la batalla digna de coliseo que aquellos dos disputaron.
Darío debió ser expulsado, pero como tenía un récord intachable y Leandro Hooper dijo que no le guardaba rencor y que él le había pedido una lucha "amistosa" al invicto de boxeo, únicamente le suspendieron por un mes, mes que se gastó con su mejor amigo que estaba incapacitado, jugando vídeo juegos hasta que ambos terminaban con dolor de cabeza y los ojos secos y enrojecidos.
Cuando el mes se hubo cumplido "El Conquistador" gozaba de más fama de la que ya tenía y muchas más chicas se morían porque él las volviera a ver.
Pero Darío estaba cambiado, no dejó botado su encanto ni su galantería, mas no volvió a besar a ninguna otra chica.
Hasta que Debra nuevamente lo asaltó sin descanso hasta llevarse consigo el trofeo de su virginidad.
Fueron amantes hasta el día en que Debra se graduó y él se convirtió en el lobo que ella armó a su antojo.
*
El sexo era normal, una necesidad básica - como a él le gustaba llamarlo - era igual que respirar, dormir, comer y bañarse. Los años que compartió al lado de Debra Ponce se habían encargado de mostrarle que no era necesario un compromiso previo llamado noviazgo para disfrutar como tal de éstos placeres carnales, que bastaba una simple empatía, un consentimiento mutuo para disfrutar del sexo mejor aún de como lo haría cualquier enamorado.
Que el sexo se volvía un arte sublime entre más y más se practicaba y Darío Elba se había convertido en un amante de grueso calibre desde mucho antes de que llegara a los dieciocho.
Ella, a fuerza de sufrimiento y dolor, fue quién le enseñó a no mezclar el corazón con la pasión.
Entonces: ¿Por qué encontraba inesperado y doloroso que Nina tuviera sexo con el Chico Pan?, si era consensuado por ambos aunque no fueran novios bastaba con respetarse mutuamente, pero ellos no denotaban eso, sino que más bien parecían tan compenetrados uno con el otro que imaginarlos separados era mucho más doloroso que verlos juntos.
Darío abrió la ventana del taxi y sin preguntar si podía o no, sacó una cajilla metálica, un encendedor y se fumó a Nina a bocanadas lentas en un sólo cigarro hasta sacarla de su cabeza recordando que en su apartamento a él también alguien lo esperaba en la cama.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro