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20.

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Amaneció de nuevo el sol tras el cabello de Nina, el abrazo y el beso cotidiano; el aroma de los granos de café recién molidos, el pan aún en el horno a llamarada viva.

Suponía ser un día más de la rutina, pero ella tenía un brillo inusual en sus ojos que Rhú notó desde antes de que se cruzará la calle.

—Te ves más animada que de costumbre.

—¿Te acuerdas del incidente de la gabardina?.

—¿Cómo olvidarlo?. ¿Por favor no me digas que ahora tienes una colección de abrigos que no son tuyos escondidos bajo la cama?.

—Primero - y antes que nada - no ha caído ni una sola gota de lluvia desde ese día, llevo conmigo mi sombrilla a diario a veces hasta mi capa impermeable y sigue sin llover. Segundo no me he vuelto a dormir en ningún autobús y tercero: encontré a su dueño.

—¿Hiciste magia Cabeza de Remolacha?, ¿Pegaste carteles por toda la capital? —dijo Rhú para molestarla.

—Llámale magia, brujería o suerte. Son de un profesor del colegio.

—¡Que alivio! —dijo el chico panadero exagerando el gesto echándose hasta atrás del respaldar de la silla, Nina adoraba cuando él hacía eso, pues el largo cuello de Reuben junto a su afilada barbilla quedaban expuestos. Y ella conociendo el punto débil de éste se apuró a levantarse, para no perder la oportunidad, con un tanto de sigilo se posó frente a él pero del lado contrario, le tomó por la cara y le dijo:

—¿Ves que no me dormí encima de un loco?.

—¡No!, ¡Sólo encima de un viejito! —le dijo muerto de risa continuando con la broma, Nina tenía una debilidad por su armoniosa risa y le encantaba provocarlo hasta hacerlo reír a carcajadas y teniendo su cuello a su merced comenzó a hacerle cosquillas.

Rhú se retorcía sin poder librarse del agarre porque está vez no anticipo la travesura de la pelirroja y definitivamente él tenía una sensibilidad increíble en toda esa zona.

En medio del festín que se estaba dando Nina de hacerlo harapos y a su gusto hasta que llorara de la risa, Rhú intentó cobrarsela de la misma manera tomándola de las costillas, pero no calculó bien el movimiento y se fue para atrás con todo y silla, Nina terminó sentada en el piso y él piernas arriba y con la mesa tambaleando a punto de caerle encima.

Los dos parecían locos de maniatar: Rhú reía tanto que se le escapan las lágrimas y Nina se ahogaba a falta de aliento.

Cuando el panadero logró guardar la compostura se fue a gatas hasta donde ella estaba, limpió su rostro, se sentó a su lado y la abrazó

—Me haces falta Nina, me haces mucha falta, tanta falta que a veces quisiera dejar todo de lado y pasar todo el tiempo pegado a vos—se confesó y guardó su cabeza de roja melena en su cuello

—¿Por qué teníamos que crecer? —se quejó Nina.

Hacía unos años cuando Reuben aún no comenzaba sus estudios universitarios tenía más tiempo de sobra entre el colegio nocturno y el trabajo de medio tiempo en la panadería; en la casa de los Cassiani siempre fue recibido como a un miembro más, puesto qué, Sandro el hermano mayor de Nina, era muy amigo de él.

Ellos, después de su padre, eran sus dos hombres; ellos la cuidaban sin mesura. Sandro Cassiani confiaba tanto en él que sabía que si la vida de Nina dependiera de Reuben, éste la protegería sin lugar a dudas, incluso con su propia vida como escudo.

Cuando la Señora Cassiani debía asistir a sus controles médicos le pedía a Rhú que se diera una vuelta por la casa para chequearla, Nina ya había pasado demasiado tiempo sola mucho antes de que los Cassiani conocieran a Rhú y aunque Nina siempre se manejó de manera recta y sumamente responsable a edades donde eso no era lo no era lo normal - con excepción de una vez - todos sabían que era mejor que alguien de cuando en cuando le hiciera compañía pues la muerte ya había rondado su vida en una ocasión y perderla por un descuido sería imperdonable para todos: un Cassiani se cae, se levanta y sigue adelante sin volver a tropezar con la misma piedra donde ya sangró una vez.

Por eso, entre los diez y los trece años de Nina, cuando Rhú llegaba a su casa para hacerle compañía ella era más que feliz. De niña la cuidó al igual que lo hacia Sandro y esos momentos eran los que ella más atesoraba en el corazón pues él siempre, ya fuera por casualidad o cuestión del destino, estaba allí cuando más lo necesitaba.

—Tenemos que crecer —le contestó —no veo la hora en que me gradúe y disponga de más tiempo

—¿Qué tienes pensado luego de titularte?.

—Necesito descansar un rato, cambiar de trabajo también, ¿no lo crees?

Nina sabía que Reuben Costa había trabajado como panadero desde que tenía quince años porque le ayudaba a su abuela materna que lo había criado desde que nació y por eso, según ella sólo por eso, había mantenido ese trabajo.

Ahora él trabajaba jornadas completas, a las tres de la tarde se iba para poder tomar clases de su carrera de Economía lo que le restaba del día y entradas algunas horas de la noche, por eso ya casi no le quedaba tiempo de charlar y estar con ella más allá de la mañanas y ocasionalmente los domingos que acostumbraba almorzar con los Cassiani.

Ella lo admiraba mucho, no solo por su determinación sino porque veía un ejemplo de madurez y juventud en la medida exacta, Nina quería verlo progresar, Rhú se merecía mucho luego de tanto esfuerzo, pero cuando le dijo que debía de cambiar trabajo – realidad de la que estaba consciente – el corazón se le entumeció tanto hasta tenerlo contrito.

¡Maldito trabajo y maldito sea el crecimiento!.

—Cuando te vayas te voy a extrañar más —le dijo con una sombra de tristeza saliendo por sus lacrimales entregando así aquella chispa de vida que él había notado inusual esa misma mañana.

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