9. Colapso
Abrió los ojos, sobresaltado. Un escalofrío recorría cada centímetro de su cuerpo. A su alrededor todo era oscuro, ni siquiera el piso era visible, todo era un vacío total y absoluto. A pesar de ello, podía ver su mano, su brazo, su hombro, su torso, sus piernas, todo su cuerpo, al menos hasta donde su campo visual le permitía. Al mirar en todas direcciones sus ojos distinguieron algo, había una figura a lo lejos que contrastaba con la oscuridad imperante. Comandado por sus impulsos, comenzó a caminar hacia allá, hacia aquella anomalía visual en medio de la negrura absoluta. A medida que se acercaba, el elemento comenzaba a tomar forma.
Empezó a distinguir los detalles mientras se acercaba: un par de elementos alargados, dos piernas; un solo elemento más ancho de tamaño similar dispuesto encima, un torso de contextura delgada; dos elementos delgados saliendo de él, dos brazos, y un elemento esférico con múltiples filamentos desparramados alrededor, una cabeza femenina de cabellos lisos y cortos. Todo lo anterior reposaba sobre un lienzo de piel blanca recubierta de piezas de ropa. Este conjunto, que le parecía muy familiar, formaba un cuerpo de mujer inerte tendido en el suelo, y al ponerse junto a él distinguió por fin los rasgos faciales y se quedó de piedra.
—¡ALESSA! —Gritó con desesperación, se arrojó al suelo y levantó la cabeza de la chica— ¡ALESSA, DESPIERTA!
La muchacha abrió los ojos de golpe y miró en todas las direcciones, jadeando como quien acaba de salvarse de morir asfixiado. Luego de la agitación inicial lo vio a él y empezó a balbucear.
—Mm... Maa... Marko —dijo ella con voz entrecortada mientras ponía su mano en la mejilla de él—. Eres tú... Yo... Yo estaba...
Al decir esto se soltó de los brazos de Marko, miró sus manos y lo miró a él. Recordó ese espejo, ese cambio de color de sus ojos, Annelien inconsciente, su cuerpo cuando dejó de ser de ella y las pastillas dando vueltas en el remolino de agua del mármol blanco. Su reacción no fue otra sino aferrarse al pecho de Marko y romper a llorar desconsoladamente; un sollozo profundo y sentido.
Marko no entendía nada, pero se limitó a esperar, guardar silencio y abrazar intensamente a la afligida Alessa. Tras varios minutos en esa posición, pudo sentir cómo los espasmos del llanto de ella se iban poco a poco, hasta que se hubo tranquilizado por completo. Al sentirla más calmada, la separó con delicadeza de su torso y la miró a los ojos, los cuales seguían húmedos, haciendo brillar su color verde oliva.
«¿Verdes? ¿Por qué son verdes? ¿No deberían ser anaranjados?»
Esto, y el hecho de que ella derramase lágrimas le permitieron constatar que ninguno de los dos se encontraba en su forma espectral. Entonces recordó cómo había llegado hasta ahí. Un gran pesar le invadió y cuando se dispuso a hablar, su voz fue una tonada gruesa y lúgubre.
—Alessa, creo que estoy muerto —afirmó él de forma cortante, mirándola a los ojos.
La chica guardó silencio por un momento y miró a Marko con la cabeza de lado, confundida.
—¿Qué quieres decir? No entiendo —preguntó ella.
—Me dormí y salí de mi cuerpo para verte en el bosque, tal y como habíamos acordado. Empecé a sentir una extraña energía acercarse y a los pocos segundos se materializó frente a mí un ser con forma humana, imponente y luminoso. Me miró, me tocó la frente y entonces sentí una corriente eléctrica recorrer mi cuerpo; sentí dolor y agonía, sentí que estaba muriendo, sentí cómo me desvanecía en el aire, como si me partiera a pedazos, hasta que todo se volvió oscuridad. Abrí mis ojos y estaba aquí donde estamos ahora, te vi tendida en el suelo y aquí nos tienes... Simplemente no entiendo nada.
Alessa se llevó las manos a la boca y tuvo un espasmo como si fuese a llorar, pero contuvo la respiración, cerró sus ojos, pensó por unos segundos y su actitud se volvió firme de nuevo. Empezó a acercarse lentamente a Marko, sin dejar de mirar sus ojos marrones.
—No Marko, no has muerto. No sé qué te habrá hecho ese ser extraño que viste, pero definitivamente no estás muerto. Ni siquiera somos espíritus justo ahora. Mírame a mí, hasta hace poco estaba llorando. —En ese instante, tomó a Marko de su camisa, aferrándose nuevamente a su pecho—. Estamos vivos, puedo sentirlo. No sé donde estamos ni qué somos en este momento, pero estamos más vivos que nunca.
Luego de pronunciar esas palabras, vino un nuevo y silencioso cruce de miradas, uno tan profundo que parecía detenerse en el tiempo. Fuera de sus cuerpos, el raciocinio pasaba a segundo plano y las emociones e instintos tomaban el control casi absoluto; cada acción era ejecutada como un impulso incontenible. Así fue como el miedo y la incertidumbre de estar a la deriva en un lugar desconocido se fueron diluyendo poco a poco hasta desvanecerse.
Él se perdió en el verde oliva de unos ojos que a su vez se perdieron en el color parduzco de los suyos. Él reconoció esa mirada, la misma de la noche anterior, en la cúspide de la Torre Observatorio. De sus labios, brotó un suave susurro.
—Mi lugar entre las estrellas...
Ni Marko ni Alessa supieron cómo ocurrió. Un momento las palabras desaparecían, y al siguiente, ambos cerraban sus ojos y acercaban sus rostros, lo suficientemente despacio para que tuviesen tiempo de darse cuenta de que no había vuelta atrás, la colisión era inevitable, y finalmente sucedió.
Ya fuesen dos espíritus, dos personas de carne y hueso o dos entes cualquiera que almacenasen dentro de sí cada mínima sensación que ambos pudiesen sentir, sabían lo que estaba ocurriendo; lo sabían gracias al calor, la textura, la suavidad y el movimiento que experimentaban simultáneamente en la misma parte del cuerpo. Dos cúmulos de energía suspendidos en medio de la nada, dos corazones retumbando al unísono como truenos entre las nubes tormentosas, dos luces efímeras brillando en la oscuridad, dos pares de labios bailando al mismo ritmo, una misma sensación, un mismo instante. Un beso.
Al cesar la conexión, cuatro ojos separados en pares se abrieron, dos marrones y dos verdes. Cada par miró al otro con detenimiento hasta desembocar en otra conexión, otro beso, esta vez más breve y estático. Por último, ambos sellaron el trato en un cálido abrazo, el cual se prolongó el tiempo suficiente para que las palabras volvieran a tomar su lugar.
—Ya sé donde estamos, Marko —dijo Alessa en un suave susurro, como si ignorase lo que acababa de ocurrir.
—¿Dónde? —Él también susurró, saboreando todavía aquellos labios que apenas un instante atrás danzaban a la par con los suyos.
—En mi mente, estoy soñando.
Marko abrió bien los ojos y se apartó un poco de Alessa para ver su cara de nuevo.
—¿QUÉ? —Su expresión era totalmente incrédula—. ¿Cómo puedes saber eso?
—Simplemente lo sé, Marko, tenía muchísimo tiempo desde la última vez que soñé —dijo ella, con plena seguridad—, y créeme que anhelaba volver a hacerlo, no confundiría lo que se siente soñar con cualquier otra cosa, este es mi sueño y estás en él... Pero...
Sin previo aviso, la chica volvió a envolver a Marko con sus brazos.
—Pero ¿qué?
Alessa volvió a abrazar a Marko, apretándolo con fuerza mientras acunaba su cabeza en el pecho de él.
—Dime que en verdad eres tú. Dime que esto es real. —Esta vez, la voz de Alessandra se tornó rasposa, no lloraba pero sí había una gran melancolía en ella.
Fue entonces que Marko recordó la conversación de la noche anterior. Era cierto, él tenía poco más de tres días de haber conocido a la mujer que reposaba entre sus brazos, pero en ese punto el tiempo ya no importaba. Existía un vínculo con ella, una parte de él vivía en ella, ambos lo habían sentido y expresado la noche anterior, justo antes de que el amanecer les interrumpiera. La conexión era innegable y ninguno estaba dispuesto a romperla, ni en ese momento, ni en ningún otro. Miró a Alessa, la aferró aún más a él y suspiró a su oído.
—Soy real, Alessandra. En cuanto despiertes y me veas de nuevo no te quedarán dudas.
Toda ella se estremeció. Era algo difícil de creer, pero francamente, ¿para quién sería creíble? Ambos se separaron con lentitud para volver a quedar frente a frente.
—¿Y bien? —Preguntó Alessa— ¿Alguna idea de cómo terminamos los dos aquí?
—Sería atrevido sacar conclusiones —respondió Marko tímidamente—, pero de acuerdo a lo que sabemos hasta ahora, el ente extraño que me «atacó» me debe haber teletransportado aquí, es decir, yo debería ser mi espíritu. Sin embargo, eso no explica cómo puedo sentir todas estas sensaciones, que como alma fuera del cuerpo no debería ser capaz de sentir.
—PUES TRANQUILO MARKO, TE LO EXPLICO YO...
Para su horror, Alessa reconoció la voz que contestó a Marko, femenina, resonante y siniestra. La misma voz que escuchó antes de perder el control de su cuerpo. No cupo en sí misma del pánico cuando frente a ellos, envuelta en un intenso resplandor anaranjado, apareció su temible dueña.
No hubo reacción, ni gesticulación alguna por parte de Alessa. Sus rodillas cedieron hasta golpear el suelo y sus manos se dirigieron a su rostro casi involuntariamente, cubriendo sus ojos; comenzó a sollozar a gritos. Aquella figura infernal, aquella terrorífica mujer avanzaba meticulosamente hacia ellos. Marko, por su parte, se encontraba inmóvil, sin tener la mínima idea de qué hacer. Detalló la figura femenina que se aproximaba de forma amenazante: toda anaranjada, envuelta en llamas, flotando mientras se desplazaba hacia adelante. Por el contorno de su cuerpo se distinguía que era una mujer de mediana estatura, delgada, entre cuyos rasgos faciales se distinguía una sonrisa maliciosa y una mirada calma que emanaba de sus grandes ojos. A primera vista, la contextura era similar a la de Alessa. No pudo evitar relacionarla con el ser que le había atacado anteriormente, solo que esta entidad no parecía un dios sino un auténtico demonio.
Alessa estaba cundida en pánico, no hacía nada más que llorar mientras permanecía agazapada cubriéndose los ojos. Marko veía aquella figura cada vez más cerca, pero se percató de algo más: el color de la mujer estaba cambiando. Su piel fue tornándose blanca, piezas de ropa empezaron a cubrir parte de su cuerpo, su cabello pasó de ser una llamarada viviente a ser negro y abundante, sus pies se posaron en el suelo y empezó a caminar. Sin embargo, su aura y sus ojos anaranjados permanecieron iguales, junto con su perturbadora y cínica sonrisa.
—No fue por Alessa... No, fue por ti que tuve miedo en aquella «pesadilla» —se atrevió a decirle Marko.
Dos cosas no se podían negar: primero, la mujer era hermosa, y segundo, inspiraba mucha más confianza en la forma que acababa de adoptar. En respuesta a lo que Marko acababa de decirle, la mujer soltó una carcajada, y una vez puesta al frente de él se detuvo, se cruzó de brazos y empezó a hablar con una voz resonante pero mucho más humana.
—Debes admitirlo, Marko, te gusta lo que ves, te gusta esta forma humana que he escogido. Sí, creo que me quedaré con ella —dijo la mujer sin dejar de sonreír.
—¿Quién eres? ¿Qué le has hecho a Alessandra? —Marko adoptó un tono desafiante, aun a sabiendas de que si este ser era similar al que lo había atacado, no tendría la más mínima oportunidad de defenderse.
—Puedes llamarme Pyrea, y con respecto a Alessandra, eso no te incumbe hasta que yo hable con ella. —Tras decir esto, la cara de la mujer se volvió mucho más seria.
—Dijiste que me explicarías el por qué de todo esto, si es que no lo hiciste solo para llamar la atención.
A la mujer parecía hacerle gracia casi todo lo que Marko decía, pues volvió a reírse.
—No te confundas, Marko, a diferencia de ustedes, los humanos, los seres eternos no podemos mentir.
«¿Ha dicho "seres eternos"?», pensó Marko con gran asombro.
La sonrisa de Pyrea se hizo mucho más amplia.
—Sí, Marko, es lo que he dicho —dijo ella, riéndose ante la exaltada e incrédula mirada de Marko—. No te reserves nada, no estamos en la dimensión física, aquí el pensamiento y la palabra son la misma cosa. Puedo escuchar todos tus pensamientos.
—Aún no me has dado la explicación... —Marko se esforzaba por mantenerse calmado.
—Es simple Marko, si usaras tu propia lógica lo sabrías, pero igual te lo diré: estamos en una mente, así que tu calor, tu apariencia, tu peso, incluso tus sensaciones, son todos producto de esa misma mente, tal y como ella te idealiza. Mientras estés aquí dentro, todo será de acuerdo al designio de las ideas de Alessandra, y de las mías...
Por primera vez en toda la conversación, Marko se enfureció.
—¿QUÉ ESTÁS DICIENDO? ¿DESDE CUÁNDO ESTE LUGAR TE PERTENECE? —Fue reuniendo todo el coraje que pudo—. Ya lo entiendo todo, tú fuiste la que hizo que Alessa saliera de su cuerpo y tuviese una apariencia similar a la tuya. Por eso las personas despiertas podían verla y se asustaban, por eso ella acabó temiendo asustar a otros... No eres más que la invasora, la pieza que está de más...
Los ojos de la mujer brillaron, parecía haberse molestado por las palabras de Marko.
—Será mejor que te calmes y no hables sin saber, humano —dijo Pyrea en un tono despectivo—. En mi lugar, tampoco hubieses tenido elección... Ya no tengo más que hablar contigo por los momentos, así que si me disculpas, debo hablar con Alessandra...
La mujer intentó agacharse para ponerse al nivel de Alessa, pero Marko por instinto intentó detenerla tomándola del brazo. Ella lo miró con incredulidad.
—Marko, no seas idiota...
Lo siguiente que vio Marko fue los ojos de Pyrea emitiendo un destello fugaz que lo cegó por un instante, durante el cual sintió cómo su cuerpo se había despegado del suelo y aterrizaba de espaldas a varios metros de distancia. Por su parte, Pyrea vio a Marko volar con el impulso de energía que le había aplicado, pero antes de que éste tocase el suelo la visión en su ojo derecho se ennegreció de repente. Enseguida sintió un brusco impacto que le forzó a mover la cabeza, y al mirar de nuevo se percató de que Alessa acababa de ponerse de pie y propinarle un puñetazo en el rostro.
Los ojos de Alessa seguían empapados en lágrimas, pero no reflejaban miedo, sino furia, una furia absoluta e incontenible. En cuanto a Pyrea, enderezó el rostro, volvió a sonreír y se disponía a decir algo, cuando fue interrumpida por un empujón, luego por otro puñetazo, y luego otro, y otro más.
—¡NO TOQUES A MARKO! ¡DÉJALO EN PAZ! —Alessa gritaba desde lo más profundo de su entrecortada garganta, sin dejar de golpearla— ¡MALDITO DEMONIO! ¡ESTO ES ENTRE TÚ Y YO!
A Pyrea los golpes no le producían daño alguno, pero sin duda le estorbaban para hablar, aunado a que le impresionaba el repentino ataque de valentía de la chica solo para defender a Marko. Finalmente interceptó los golpes y le sostuvo fuertemente ambas muñecas, Alessa gruñía de frustración, quería golpearla por toda la eternidad.
—¡Alessandra, cálmate! —Al parecer, Pyrea se esforzaba por no arremeter contra Alessa—. No le he hecho nada a Marko, míralo.
La muchacha volteó y vio a Marko de pie, mudo ante lo que veía, no creyéndose tal reacción por parte de Alessa. Pyrea regresó a su cínica sonrisa.
—¿Ves, Alessandra? Aún podemos hablar tranquilamente, siempre y cuando Marko se mantenga ahí donde está...
—¡NO HAY NADA DE QUE HABLAR! ¡DÉJAME EN PAZ! —Alessa interrumpió— ¡NO HAS HECHO MÁS QUE SER UNA MALDICIÓN! ¡TOMASTE EL CONTROL SOBRE MÍ Y ME TRAJISTE HASTA ACÁ! ¡¿QUÉ FUE LO QUE LE HICISTE A ANN?!
Alessa sacudía sus inmóviles brazos atenazados por los de Pyrea, intentando golpearla. Pyrea, con fastidio, viró sus ojos de lado.
—¡Qué difícil es hablar contigo! Te aprovechas de que en tu mente puedes golpearme para descargar tu rabia ¡Quédate quieta de una vez! ¡No te voy a hacer daño ni a ti ni a Marko! ¡Tampoco le hice daño a Annelien, solo la puse a dormir!
—¿La «pusiste a dormir»? ¡¿LA MATASTE, MALDITA?!
—¡NO! ¡Literalmente la puse a dormir! ¡No soy capaz de mentir!
Alessa sabía que esto era cierto, la había oído en su conversación con Marko, así que dejó de forcejear y soltó un largo suspiro, mientras bajaba su cabeza.
—Está bien —dijo la chica justo antes que Pyrea la soltase.
Al tener sus manos libres, Alessa volvió a empujar a la mujer de ojos anaranjados, la cual retrocedió. Luego, en su frustración, se dio la vuelta, quedando frente a Marko, cruzando los brazos con la cabeza baja.
—Alessa, tranquila, estoy bien —dijo Marko caminando en dirección a ella, quien subía la cabeza para mirarlo.
Cuando Marko hubo llegado junto a ella, la chica no hizo sino recargarse sobre el pecho de él, abrazándolo con todas sus fuerzas.
—¿Por qué hiciste eso, Alessa? No somos nada comparados con ella, te pudo haber matado.
—No me importa, Marko. No iba a permitir que te hicieran daño.
—Sé cuidarme solo —dijo él, esbozando una media sonrisa—, aunque me gusta esto de cuidarnos mutuamente.
Al escuchar esto, la chica sonrió y miró nuevamente sus ojos, acercándose y dándole un beso en la mejilla. Hecho esto, lo soltó y se dio la vuelta hacia Pyrea, que miraba de lado, parecía confundida.
—Definitivamente, ustedes los humanos son difíciles de comprender —dijo Pyrea con un gesto de fastidio.
—Deja la clase de filosofía para después —dijo Alessa en un tono autoritario, con los brazos cruzados, desafiante—. Me debes una larga explicación. Quiero saberlo justo ahora: ¿QUÉ ERES TÚ?
Antes de que Pyrea pudiese responder, una voz masculina y poderosa respondió por ella.
—¿ELLA? PUES NO ES MÁS QUE UNA INTRUSA EN ESTE MUNDO, ALGO QUE DEBE SER DEVUELTO A SU SITIO.
De inmediato, una luz morada apareció entre Pyrea y Alessa, para luego estallar en un haz de luz púrpura que arrojó hacia atrás a Marko y Alessa, e hizo retroceder a la mujer llameante. En el lugar de la luz quedó un hombre alto, de piel blanca, con un aura púrpura rodeándolo. Marko se horrorizó al reconocerlo.
—¡TÚ! ¡INTENTASTE MATARME! ¿QUIÉN ERES TÚ? ¿QUÉ ES LO QUE QUIERES?
—Para empezar, Marko, no intenté matarte —dijo la imponente figura mirando a Marko de reojo—, simplemente te teletransporté aquí, tú mismo se lo dijiste a Alessandra. Puedes llamarme Lectros, soy un vigía, pero antes de explicártelo, hay normas que deben ser cumplidas...
Dijo aquello y miró directamente a Pyrea, quien se veía ahora cargada de furia.
—Eres un imbécil, no deberías estar aquí, mira lo que le haces a Alessandra —dijo ella señalando a Alessa, quien estaba en el suelo hecha un ovillo, sosteniendo su cabeza, retorciéndose de dolor—. Tu energía sumada a la mía es demasiada, vas a ocasionar un colapso en la mente de Alessa, y si eso ocurre...
—¡SILENCIO! —El grito de Lectros resonó en la inmensidad del vacío—. Antes de que eso ocurra, te enviaré de vuelta donde perteneces, al menos que quieras rendirte antes.
—¡No iré a ninguna parte! —gritó Pyrea mientras levitaba de nuevo y encendía todo su cuerpo con su destello anaranjado, llameante como un incendio forestal.
—Entonces prepárate para regresar por la fuerza —dijo Lectros, para luego encender todo su cuerpo con una intensa luz púrpura, con destellos eléctricos recorriéndole, brillando como un relámpago en medio de la tormenta.
—¡PAREN, POR FAVOR, DETÉNGANSE! —Marko gritaba, viendo como Alessa podía apenas respirar.
Pero era demasiado tarde. Una vez más, Lectros miró de reojo a Marko.
—Será mejor que se mantengan atrás —le dijo Lectros a Marko antes de lanzarse contra Pyrea, quien le imitó arremetiendo contra él.
Al impactar uno con el otro, la luz de ambos seres llenó el vacío. Aquello parecía un choque entre dos galaxias. Dos fuerzas cósmicas encontrándose. Dos energías desmesuradas intentando eliminarse entre sí. Una llamarada anaranjado, un relámpago púrpura. Un espectáculo cataclísmico. Un colapso.
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