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5. Un lugar entre las estrellas

La luna creciente hacía de reflector sobre las copas de los árboles, y esta vez no estaba sola, pues el cielo despejado abría paso a una multitud de estrellas que llenaban de luz el firmamento. Mirando allá arriba, sus ojos color fuego brillaban sumergidos en aquel espectáculo silencioso que, a galaxias de distancia, la transportaba a un lugar mejor, a ese lugar que siempre soñó encontrar, donde podía estar tranquila y segura, donde solamente existía ella y aquel universo infinito.

Así estaba ella, ensimismada, soñando despierta (o casi) mientras recorría el mismo sendero boscoso, recordando la misma fantasía que la acompañaba desde niña y que hasta entonces nunca la había abandonado. Así continuó, hasta que el sendero se convirtió en un claro y una voz conocida la sacó de sus ensoñaciones.

—¿Y bien? —Su vista bajó de las alturas hacia el claro y ahí lo encontró a él, frente a ella, esbozando su media sonrisa—. Ahora que me tuviste esperando un buen rato, ¿podré escuchar esa historia?

A pesar de la interrupción, su voz no desentonaba en absoluto. Era suave, gruesa y agradable, se mezclaba con el crujir de las hojas caídas y con el tenue susurro del viento entre la vegetación; para ella era como una dulce melodía, y en menos tiempo de lo que jamás hubiese imaginado, ya se había acostumbrado a escucharla.

—Sí, definitivamente sí —dijo, mientras asentía, sin hacer el más mínimo esfuerzo en disimular su sonrisa de labios juntos—. Sé que me demoré preparando todo, pero creo que valdrá la pena.

Él no hizo más que asentir, expectante. Ella se acercó sin mayor apuro, tomándolo de las manos.

—¿Adónde iremos?

—Ya lo verás.

En ese momento, Marko vio de nuevo las líneas negras alrededor de Alessandra, las mismas que había visto en su habitación la noche anterior. Las líneas lo rodearon y enseguida se sintió flotar por los aires.

El claro boscoso volvió a quedar vacío y en silencio. Sin embargo, entre la trémula maraña de ramas mecida por la suave brisa, una intensa luz insistía en quebrar la oscuridad, una mirada se negaba a abandonar el punto exacto donde la chica de ojos anaranjados y su acompañante estaban hasta hacía unos segundos. Eran aquellos mismos ojos de la noche anterior, y dentro de ellos, el mismo resplandor púrpura eléctrico, como relámpagos partiendo el cielo, anunciando la tormenta que se avecina...



Al fondo de las instalaciones principales del Nova Institute se hallaba un conjunto residencial. En ese lugar, los profesores permanecían mientras no estaban dictando clases o realizando cualquier otra actividad académica. Por lo tanto, el sitio era de afluencia mayormente nocturna. Los miembros fundadores tenían las viviendas principales, una de ellas era de Richard Porter, una amplia casa de una sola planta bastante apartada del resto de las estructuras.

Dentro de la vivienda había una sala central que servía también como sala de recepción, que daba a un pasillo que comunicaba con el área de las habitaciones, dos puertas a cada lado del pasillo y una más en el medio, detrás de la cual unas escaleras descendían hasta una sala con diferentes pantallas y computadoras, un laboratorio. En el laboratorio, frente a una de las pantallas, el profesor Richard observaba atento, la imagen que veía lo intrigaba sobremanera. Era un mapa del instituto, con una ampliación en un sector del bosque circundante.

«No lo entiendo...»

Algo imprevisto había ocurrido. Su sistema de rastreo de energía hasta entonces solo detectaba dos enormes fuentes, pero ahora las estas habían cambiado de ubicación y una tercera señal había aparecido. Él sabía muy bien a quiénes pertenecían las dos primeras marcas de energía, pero si quería averiguar qué o quién producía la tercera, tendría que buscarla por su propia cuenta.

«No hay elección, usaré el Corpus Spectrum»

Sin más dilaciones, se dirigió a una especie de cápsula donde cabía cómodamente una persona acostada. Se tumbó boca arriba y un sistema automatizado conectó una serie de electrodos a su cabeza, y estuvo a punto de dar la orden verbal de inducir sueño cuando uno de los equipos emitió un pitido de notificación. Alguien tocaba la puerta fuera de su vivienda. Se salió de la cabina y miró la pantalla.

«¿Qué hace ella aquí?»

Indignado por haber sido interrumpido, Richard subió las escaleras de su laboratorio, abrió la compuerta, selló la pared con el mecanismo oculto, dejando fuera de la vista la compuerta, se dirigió hasta la puerta de entrada y la abrió.

—Buenas noches, Annelien, ¿se te ofrece algo?



Entre las numerosas estructuras que conformaban el Nova Institute había una en particular que resaltaba por su altura. Ubicada al extremo oeste del complejo, la Torre Observatorio se alzaba unos treinta metros por encima del resto de los edificios del campus. En medio del paisaje nocturno, las luces exteriores de la torre remarcaban su forma cilíndrica, en cuya mitad superior reposaban dos grandes anillos estructurales con cuatro esferas equidistantes sobre cada uno de ellos; cada una de esas esferas era una sala de observación, cada una con su respectivo telescopio y compuerta plegable.

A su vez, en la cúspide de la torre se sostenía una esfera mucho más grande que las otras: la sala de observación principal, dotada con unos de los telescopios más avanzados del planeta Tierra. El momento más idóneo para dar un vistazo más allá de la estratosfera era durante la noche, y esto lo sabía muy bien el personal de la División de Astronomía, por lo que era normal que la mayoría de las salas se encontrasen abiertas al exterior e incluso iluminadas desde adentro a esas horas; no así con la sala de observación principal, que regularmente se reservaba para usos especiales.

Sin embargo, esa noche la compuerta de aquella enorme cúpula se encontraba abierta en plena madrugaba, con una misteriosa luz anaranjada brillando desde su interior.

Justo ahí, dentro de aquella estructura redondeada, frente al impresionante telescopio de la gran sala, estaba la figura fantasmal de Alessandra, con sus ojos brillando en color fuego. Quien la viera en ese instante, pensaría que hablaba sola, pero lo cierto es que solo ella era capaz de ver a su interlocutor.

De pie sobre la plataforma sobre la que se erigía el enorme armatoste metálico, un impresionado Marko alternaba la vista entre la gran máquina y la imponente vista que ofrecía el techo abierto del observatorio. El cielo despejado, a esa altura, invitaba a imaginarse en mitad del Cosmos, vislumbrando desde un solo punto cada recóndito lugar del universo.

—Es casi una crueldad —dijo Marko, más para sí mismo que para Alessandra—. Es injusto que un lugar como este tenga restringidas las visitas. —Volvió a mirarla a ella—. Juro que podría pasarme la vida entera aquí.

—Los equipos de observación son bastante delicados y complejos de manejar, no es recomendable dejar pasar a cualquiera —explicó Alessa, mirando el telescopio como quien observa una reliquia invaluable.

—Entonces, ¿trabajas en la División de Astronomía?

Ella sonrió con timidez, acercándose poco a poco.

—Podría decirse que sí, fui admitida como practicante aquí. —Hizo una pausa, mirando a su alrededor—. Sin embargo, ni siquiera los practicantes tenemos libre acceso a esta sala. Generalmente estamos en los pisos inferiores, en los observatorios más pequeños. Este lugar, en cambio, está reservado para investigación, solo se puede entrar con una autorización especial. Por eso... —Adoptó una expresión pícara antes de continuar—. Por eso tuve que arreglármelas...

Marko sonrió con curiosidad.

—¿Arreglártelas? ¿Para qué?

Una expresión de complicidad se dibujó en su rostro, al momento que volvía a tomar a Marko de la mano, conduciéndolo hacia el telescopio.

—Ven...

Con mucha calma, Marko se dejó guiar hasta que ambos estuvieron sentados junto al descomunal aparato, con el visor al alcance de la mano. Ambos se sentaron frente a frente y quedaron separados por un espacio sumamente reducido.

—¿No crees que alguien podría verte si entrara aquí? —preguntó Marko, mirando con cautela hacia la puerta de entrada.

Ella negó con la cabeza, mostrándose segura y relajada.

—Tranquilo, nadie vendrá aquí a estas horas. Además, la puerta tiene el cerrojo puesto, yo misma me aseguré de eso. Tuve que esperar hasta última hora para poder entrar aquí sin ser vista, por eso tardé tanto en llegar al bosque.

Entonces, él miró hacia arriba y lo entendió todo: en condiciones normales, el techo retráctil de aquella sala no estaría abierto ni el telescopio activado.

—Tú preparaste todo esto, tú habilitaste la sala para observación, pero esto es básicamente una instalación de exploración espacial —hizo un breve silencio, por su propia sorpresa—, ¿cómo aprendiste a manejar todo esto?

Como si hubiese estado esperando esa pregunta durante toda la noche, Alessa asintió emocionada.

—De eso se trata la pequeña historia que quiero contarte...

Acto seguido, la chica alzó la vista al cielo y el fuego de sus ojos volvió a danzar en medio de aquel festival de luminarias.



—Tengo muchas preguntas y muy pocas respuestas, quiero que me ayudes a responderlas. —El tono de la pelirroja sonaba bastante decidido—. Creo que sabes con respecto a qué.

—Lo único que yo creo es que tú, Annelien, ya has hecho suficiente por esta investigación. Tú misma te saliste de ella, ¿recuerdas? Además, dadas las circunstancias, mientras menos sepas, mejor.

—¿Eso fue lo que le dijiste a Alessandra? —La voz de Annelien sonaba ahora indignada— ¿«Mientras menos sepas, mejor»?

«Esto está mal. No puedo arriesgarme a que alguien más escuche»

—¿Sabes? Mejor discutámoslo dentro, pasa adelante —le invitó Richard.

La pelirroja tomó asiento sobre un sofá de la sala principal y él, tras ofrecerle un vaso de agua, que ella aceptó, se sentó en el sillón de enfrente.

—Debo decir, Annelien, que no te comprendo. —Intentaba Richard sonar lo más cordial que podía—. Ya te he dicho lo que pasó con Friedrich, te envié el informe que me pediste, te hablé sobre la situación de Alessandra, te envié todo el registro de la investigación antes del accidente. De todo eso, hace ya más de un año, ¿qué más quieres? ¿Qué vienes a buscar ahora?

—Una explicación, tan simple como eso —dijo Annelien en un tono desafiante—. Es inaudito que quieras mantener a Alessa al margen cuando ella es víctima del accidente, uno que se podría haber evitado si tú...

—¿Realmente piensas culparme? —le interrumpió Richard, sin alzar la voz—. Solo me gustaría aclarar que si yo no hubiese estado ahí, el resultado hubiese sido todavía peor. Lo que le ocurre a Alessandra es, a fines prácticos, lo mismo que me ocurre a mí. Que la causa sea distinta es irrelevante; ella y yo somos meros daños colaterales.

Annelien se puso de pie, aún más indignada.

—¡¿Daño colateral?! ¿Es en serio? ¡No puedes comparar tu caso con el de ella! Tú simplemente adquiriste la capacidad de salir de tu cuerpo al dormir. Ella, en cambio... Lo que tiene dentro de su cuerpo...

—No soy estúpido, Annelien, sé que revisaste los archivos de mi oficina. —Al escuchar esto, ella quedó de piedra, como una estatua temblorosa frente a él—. Te conozco, lo suficiente para saber que nada puede detenerte cuando te propones algo. Solo digo, que no era necesario...

—Oh, es decir que si te lo pedía, ¿ibas a dármelos? —replicó ella irónicamente, levantando una ceja.

Tú eres muy inteligente, Annelien. —Por muy tajantes que fuesen sus contestaciones, Richard nunca alzaba la voz ni cambiaba su lenguaje corporal—. Sé que aún eres joven, pero no permitas que eso te quite el profesionalismo, no tienes que ponerte de pie, no pretendo pelear contigo.

«Solamente eliminarla si hace que sea necesario»

Annelien bajó la guardia y volvió a tomar asiento.

—Richard, no sabemos lo que podría pasar con Alessa a largo plazo, no quiero imaginar lo que le podría ocurrir si no la ayudamos.

—«Si no la ayudamos», has dicho —dijo Richard en medio de risas en voz baja—. ¿No has entendido que ya no formas parte de esta investigación? ¿No recuerdas que por voluntad propia fuiste tú quien abandonó el proyecto? Pues recuérdalo, pues al decidir renunciar, decidiste mantenerte fuera de los límites de todo esto, así que lo que suceda con Alessandra no te incumbe, crees tener una idea de lo que haces al intervenir en esto, pero créeme, no la tienes.

La frustración hizo a Annelien llevarse las manos a la cara mientras la bajaba.

—¿Que no me incumbe? Por favor, Richard, yo diseñé la máquina que le causó esto, a ella, a Friedrich y a ti. Si no quieres que haga nada por ti, como ya me has demostrado, pues es tu problema, pero Alessandra necesita ayuda, y ni hablar de Friedrich. No es cuestión de formar parte o no de una investigación, ya esto escapa a los límites de ello. Tienes que reconocer que lo que has hecho por ella es mínimo, y encima, la quieres tener al margen. Si no la ayudas tú, lo haré yo por mi cuenta, puedes estar seguro de que encontraré la manera.

Richard se veía desesperantemente tranquilo, se reclinó en su asiento y prosiguió, sin perder la calma en lo más mínimo.

«Si no se aparta del camino, lo lamentará»

—Lo que tú hagas es tu decisión, pero debes entender dos cosas: la primera es que Alessandra no es mi prioridad porque nunca me he hecho responsable por ella ni he tenido la disposición de hacerlo, ya que mi objetivo principal es hacer despertar a Friedrich y que él se encargue de la hija que él mismo dejó sola; la segunda es que si intervienes puedes perjudicarla más de lo que podrías ayudarla. No comprendes, no tienes la mínima idea, de lo delicado que es lo que hemos descubierto.

—¿Cómo puedes hablar de esa forma? ¡Se trata de la hija de tu mejor amigo! —dijo Annelien sin poder evitar exaltarse—. Y aun si Friedrich fuese tu prioridad, claramente necesitas ayuda, porque lleva ya 18 meses dormido sin señal alguna de despertar. No puedes señalarme por estar fuera cuando la única persona que queda en la investigación eres tú. Me cuesta creer que te niegues a recibir mi colaboración cuando fueron los defectos de diseño de mi sistema los que causaron todo esto. Solo yo, Richard, solo yo conozco el mecanismo lo suficiente.

«Así que de eso se trata...»

Richard hizo un gesto de pausa con la mano.

—¿Hasta cuándo vas a seguir con eso? ¿No has entendido que ni tú ni yo somos responsables de lo que pasó? —Por primera vez, el rostro de Richard presentaba ligeros cambios, denotando molestia—. Es cierto que Friedrich fue mi compañero y amigo, pero también es cierto que el error fue completamente suyo, la culpa de lo que le sucede a su hija es completamente suya. Iniciar el proceso revertido era algo que no tenía precedentes, y lo hizo sin que yo estuviese ahí para supervisar el arranque.

Annelien se reclinó y se quedó callada por unos instantes, para luego adoptar una actitud más calmada y responder ante la fría y estática mirada fija de Richard.

—Está bien, Richard, ¿sabes qué? Tienes razón, tú estuviste en el accidente, yo no, sé que sabes tanto o más que yo con respecto a las causas y consecuencias del accidente. Aun así, nuestros puntos de vista son distintos y creo que podría ayudarte a solucionarlo en menos tiempo. Antes, la distancia geográfica, mis diferencias con Friedrich, mi renuncia manifiesta, todo eso era un problema, pero ahora estamos juntos, en el mismo lugar.

»¿Acaso no lo ves? Viajé cientos de kilómetros para venir a este instituto por una sola razón. Yo solo quiero... —Se contuvo por un momento, antes de despojarse de su propio orgullo y continuar, mirándolo con ojos completamente distintos, mordiéndose los labios de forma inconsciente—. Quiero intentar arreglar las cosas, y no hablo solamente de la investigación. —Apretó los puños fuertemente en cuanto pronunció esas palabras—. Por favor, déjame ayudar en lo que esté a mi alcance, y aun si ya no hay nada que arreglar, al menos déjame ayudar a Alessandra.

Finalmente Richard, con una expresión risueña y jovial, pareció comprender a Annelien.

«Mostrar la voluntad de ayudar, bajar la guardia, cambiar su forma de mirar. Sí, toda una estrategia instintiva de seducción, todo para sentir que podrá limpiar su conciencia. Mira cómo funciona, sí, puedo sentir cuán complacido estás de verla así. Ilusiones que no van a ninguna parte, conductas absurdas del ser humano»

—Bueno, Annelien, supongo que te comprendo, así que te propondré algo...

—Te escucho... —La expresión de la pelirroja denotaba un repentino alivio, uno que le hizo emitir un suspiro.

—Primero que todo, déjame a mí encargarme de Friedrich, al menos por los momentos, y en segundo lugar, encárgate tú de ganarte la confianza de Alessandra y mantenla vigilada y, si es posible, protegida.

—Bueno, creo que tenemos un trato —dijo ella, asintiendo mientras se ponía de pie—. Por ahora, creo que ya debería irme.

—Y otra cosa más —le interrumpió Richard mientras le entregaba un resumen curricular con una foto adjunta—. Si puedes, investiga y hazle seguimiento a este estudiante.

A Annelien le costó disimular su asombro al ver la foto y leer el nombre: Marko Bozanovic.

«Es el muchacho que vi hablando con Alessandra», pensó Annelien para sí misma mientras recibía aquel documento con la cara más neutra que logró mostrar.

—Debes saber que existe la posibilidad que el estado que en nuestra investigación denominamos Corpus Spectrum, en el que el alma sale del cuerpo, puede ser natural en algunas personas. Está en una de mis clases y mi lector de energía registró lecturas irregulares estando cerca de él. También sé que conoce a Alessandra. No sabemos sus intenciones, así que ten cuidado, podría ser... Un problema —sentenció finalmente Richard.

Con la misma expresión neutra, Annelien asintió.

—Está bien, Richard, me encargaré de ello. Gracias por tu tiempo.

Se dirigió hasta la puerta, donde se despidió de Richard, quien esperó que ella se alejase para luego cerrar la puerta tras de sí.

«Maldición, Richard ¿Cuándo te volviste tan peligroso? —pensaba para sí misma, sobrecogida por un dolor impregnado a cada uno de los recuerdos que comenzaban a acudir a su mente— Los tienes vigilados a ambos, a Alessandra y a aquel chico, sabes más de lo que estás diciendo. Te conozco, me conoces, sabes que yo lo sé, maldita sea. No tienes la más mínima buena intención, lo que realmente sé, no debes saberlo. Sea lo que sea que planees, lo averiguaré, no importa cómo. —Al comenzar a caminar hacia su propia vivienda, se volvió a mirar hacia la puerta cerrada, con furia reflejada en la mirada—. Por supuesto que mantendré a Alessandra protegida. Sí, protegida de ti»

Una vez hubo cerrado la puerta, Richard caminó por el pasillo de entrada y revisó el vaso donde había servido el agua que le había ofrecido a Annelien. Estaba vacío. Su estrategia había funcionado. Había logrado quitársela de encima por los momentos. El chip nanométrico que había metido en el agua ya se encontraba dentro del cuerpo de su ex compañera, con el cual podría saber su ubicación y escucharla hablar en cualquier momento, donde sea que estuviese. Esbozó una sonrisa triunfal y soltó una leve carcajada.

«En su mente está la clave. Luego me encargaré de ella»

Sin más, caminó hasta su laboratorio, pulsó el botón oculto, revelándose a continuación la puerta metálica, la cual parecía una suerte de caja fuerte por el panel numérico ubicado a un costado de la misma. Introdujo la combinación, el lector corporal le hizo un escaneo de cuerpo completo, la puerta se abrió, ingresó y cerró la puerta tras de sí.



—Cuando tenía diez años, mi padre instaló en casa un cuarto de observación. —Alessandra hablaba en voz baja, sin apartar la vista del cielo estrellado—. Se parecía a este observatorio, solo que más pequeño y acogedor. —Una discreta sonrisa se dibujó en su rostro al mencionar esto último, como quien recuerda tiempos mejores—. Recuerdo que no me permitía entrar si no era en compañía suya, algo lógico si no deseas que una niña traviesa estropee algo tan delicado como un telescopio de última generación...

Al decir esto, Alessa sonrió nuevamente, y Marko lo hizo al mismo tiempo. Casi sin querer, intercambiaron miradas con marcada timidez. Se hizo un silencio plácido, una pausa involuntaria en la que ambos no hicieron sino mirarse el uno al otro. Él no se había dado cuenta de lo nervioso que estaba, hasta que asintió levemente para que ella continuara con su relato. Con ese mismo nerviosismo, ella apartó la mirada, intentando encontrar las palabras.

—A mis doce, se me ocurrió mi primera rebeldía adolescente —prosiguió, mirando una vez más el firmamento—: descubrí dónde guardaba mi padre la copia de las llaves del observatorio, y un día, mientras él no estaba en casa, las tomé y las utilicé para entrar. Con el tiempo aprendí a ser bastante sigilosa, incluso entraba mientras él dormía por las noches o se encontraba en uno de los tantos viajes que solía hacer, solo para mirar a través del lente lo que fuera que mi padre hubiese dejado enfocado en su última observación.

»Al cabo de unos meses, luego de haber estudiado noche tras noche los apuntes de mi padre, ya sabía manejar el telescopio, calibrarlo, direccionarlo y enfocarlo. Fue entonces que pude empezar a utilizarlo por mí misma cada vez que entraba a aquella habitación. Enfocaba objetivos sencillos de localizar y luego lo dejaba exactamente como estaba antes de irme. Sin embargo, ninguna primera rebeldía termina bien, y la mía no fue la excepción.

—¿Te descubrió? —intervino él en un susurro, sin apartarle la mirada, como quien observa una obra de arte.

Aquella pregunta iluminó su expresión, devolviéndola a un momento que ella atesoraba como muy pocos.

—Mira esto. —Hizo un gesto de invitación para que se acercase a aquel telescopio, que él acató sin chistar—. Esto fue lo que vi entonces...

Al observar a través del lente, pudo distinguir una fulgurante estela anaranjada atravesando de un extremo a otro una formación de numerosas estrellas azuladas.

—¿Qué es? —preguntó Marko, sin dejar de mirar aquella formación cósmica— Sé que lo he visto antes, pero...

—Es el lazo de fuego de Orión —aclaró finalmente, despejando toda duda—. En pocas palabras, es el centro de la constelación de Orión visto muy de cerca. Fue descubierto hace apenas un par de décadas, y solo un telescopio potente con una calibración muy específica es capaz de captarlo.

—Y tú lo captaste ese día...

—No fue a propósito. Solo aprendí a visualizar la constelación de Orión por el telescopio, y al igual que muchas veces anteriores esa noche lo hice. El asunto es que se me ocurrió intentar un acercamiento de toma, con el que terminé enfocando de lleno lo que ves justo ahora. No hubiese sido un problema de no ser porque a esa edad sufría de episodios de pirofobia, y tan pronto vi aquella imagen sufrí un fuerte ataque de ansiedad.

—¿Pirofobia? —preguntó Marko, extrañado— ¿Tenías miedo del fuego?

—No me pasaba siempre, pero sí, a veces me ponía ansiosa e hiperventilaba cuando veía cualquier cosa parecida a las llamas. —Al recordar esto, Alessa se mostró un poco avergonzada. Hizo una breve pausa antes de seguir—. El punto es que me quebré, empecé a respirar agitadamente y comencé a sentir un miedo irracional, de ese que te hace sentir asustado solo porque sí. Al final, fui corriendo a mi habitación y me encerré durante horas. Más allá del miedo, estaba enojada conmigo misma, me frustraba muchísimo no poder controlarme...

—¿Por qué sonríes al contar todo esto? —Incluso Marko se sorprendió al hacer esa pregunta, y entonces se dio cuenta que no había dejado de contemplar su rostro.

Alessa, lejos de incomodarse, pronunció aún más su sonrisa.

—Es por lo que sucedió justo después —En ese momento, ella miró hacia abajo y dio otra pausa—. Mi padre entró en la habitación y me encontró así como estaba, llorando, metida entre las sábanas. Él y yo no hablábamos mucho, por lo general yo lo acompañaba cuando se quedaba trabajando en casa, pero lo cierto es que no solíamos conversar. Por eso, ese día, me asusté al verlo. Pensé que estaría enojado conmigo por haber manipulado su telescopio.

—Y en lugar de eso, ¿qué ocurrió? —complementó Marko.

Ella dio un largo suspiro. Conectar con ese recuerdo, dado el presente, le traía una sensación ambigua, agridulce, pero al mismo tiempo, le recordaba por qué estaba en ese lugar, en ese momento, contándole todo aquello a Marko.

—Se sentó en la cama, a mi lado, y antes de que yo pudiera reaccionar, me abrazó. Me tomó por sorpresa, el jamás hacía eso. Sin embargo, ahí estaba, abrazándome, diciéndome que todo estaba bien, que no era necesario usar su observatorio a escondidas, que él mismo me enseñaría a usar el telescopio. —En ese momento, ella miró hacia arriba, buscando entre sus memorias—. Me cuesta encontrar recuerdos así con mi padre, ni antes ni después de aquel día, quizás por eso lo atesoro tanto. Quizás por eso, cada vez que veo lo que acabo de mostrarte, o incluso, cada vez que miro a través de un telescopio, en lugar de sentir miedo, vuelvo a ese momento...

—¿Recuerdas a tu padre abrazándote? —preguntó él, visiblemente conmovido.

Ella mordió sus labios.

—Recuerdo uno de los momentos más hermosos de mi vida, una de las muy pocas veces que me he sentido realmente amada.

Hubo silencio de nuevo, uno que se prolongó durante largos instantes.

Entonces, sin poder reprimir sus impulsos, él tomó la mano de ella con suavidad, cubriéndola entre las suyas. Su voz fue un susurro cálido.

—Tenías razón, ha valido la pena.

Sorprendida por el gesto repentino de Marko, si ella hubiese estado en su cuerpo de carne y hueso, de seguro se habría sonrojado del todo.

—¿Qué ha valido la pena? —cuestionó, en extremo nerviosa.

—Venir hasta aquí y escuchar tu historia.

Intercambiaron miradas una vez más. Hasta ese momento, ella no se había dado cuenta de lo tranquila que se sentía al mirarlo.

—¿Te gustaría ver algo más?

Él no hizo más que asentir, a lo que ella puso su otra mano junto con las de él e hizo aparecer las líneas negras a su alrededor. Acto seguido, ambos aparecieron del lado de afuera del techo de la sala de observación.

Marko respiró hondo. Estaban sobre el tejado de una estructura redondeada a unos cincuenta metros del suelo. Desde ahí, daba la impresión que nada los separaba del espectacular cielo estrellado. Aun así, para él lo más impresionante era no sentir el más mínimo vértigo o temor de caer, como si tuviera la certeza de que aunque cayera, no sufriría daño alguno.

De pronto, volvió la vista a Alessandra, quien parecía evaluar su reacción.

—¿Cómo aprendiste a hacer esto? —preguntó, preso de la intriga.

—Marko, somos espíritus fuera de un cuerpo —contestó ella con paciencia, soltando sus manos con delicadeza—. Piénsalo bien, tu mente es el límite. Estoy muy segura de que con la concentración suficiente puedes hacer lo mismo.

Volvió a asentir, al momento que la invitaba a sentarse sobre el altísimo tejado.

—Sí, te entiendo. Supongo que soy nuevo en esto. —Mientras hablaba, miró a su alrededor, dejándose atrapar por el imponente panorama. Sin embargo, al no obtener respuesta por parte de Alessandra, se volvió a mirarla y la encontró mirando hacia un lado, como si reflexionara— ¿En qué piensas?

—Hay una fantasía muy infantil que he tenido desde niña, desde que vi a través de un telescopio por primera vez —se animó ella a contarle, tras una breve pausa.

Él notó cómo el semblante de ella iba cambiando, como si se sumergiera en un mar profundo dentro de sus propios pensamientos.

—Desde que tengo memoria, nunca he tenido una vida fácil. —Ella soltó su mano de las de Marko con delicadeza y miró una vez más hacia el cielo nocturno—. Ser una astrónoma aficionada ha sido, entre muchas otras cosas, una forma de apartarme, de desprenderme de todo.

»Desde muy niña lo entendí así: la mejor manera de escapar del sufrimiento era disfrutando tanto como pudiera, y en esos ratos de disfrute, viendo planetas y constelaciones, surgía aquella fantasía, y hoy en día, a veces, casi sin querer, vuelve a aparecer.

—¿En qué consiste esa fantasía?

—Entre todos los lugares allá arriba, fuera del alcance del ser humano, siempre soñé con alcanzar alguno de ellos. Un lugar donde pueda ser feliz, donde nada pueda hacerme daño, donde solo exista la paz que jamás he logrado encontrar en este mundo. Un lugar entre las estrellas, donde el universo me permita ser yo misma. —Alessa rió con cierta ternura al escucharse a sí misma—. Tan solo imagina, una niña pequeña creciendo con la idea de conquistar su propio planeta.

Volvió la vista hacia Marko. Ella disfrutaba trayendo de vuelta aquellos recuerdos. Luego de muchísimo tiempo, podía volver a compartirlos con alguien más. Él, por su parte, estaba embelesado por todo lo que percibía en ella: su tono de voz al hablar, su actitud desinhibida, su marcado carácter y su temperamento cálido, tan cálido como la luz anaranjada de sus ojos, que lejos de asustarlo como la primera vez que los vio, ahora lo cautivaban, distrayéndolo de a ratos de lo que ella contaba.

En ese momento, sin que él pudiese controlarlo, sus labios se movieron por sí solos.

—Eres tan hermosa —pronunció en un suspiro, para luego llevarse sus manos a la boca a toda prisa y abrir por completo sus ojos, deseando que la tierra se lo tragase y lo triturase en sus entrañas.

—¿Qué? —replicó ella en una suave risotada, confundida y divertida a la vez.

—Yo... Lo siento... Yo solo... Pensé en algo y... No quise decir...

Al ver su reacción, ella no hizo sino sonreír y desviar su mirada, apenada. Parecía saber con exactitud lo que ocurría.

—Ten cuidado con lo que piensas —susurró ella con una expresión risueña y nerviosa—. Estando así, fuera de nuestro cuerpo, no somos más que nuestras mentes proyectadas fuera de nuestros cuerpos, no podemos evitar pronunciar aquello que pensemos.

Lo miró nuevamente, sin borrar su sonrisa y su semblante cálido. La luz anaranjada de sus ojos iluminaba toda la oscuridad circundante, como dos preciosas velas ardiendo.

Él frunció el ceño, contrariado, sin poder ocultar su vergüenza.

—Cuánto lo siento —espetó, con voz temblorosa—. Yo no quise decir... No quiero que pienses que...

—Tranquilo —susurró ella, poniéndole una mano en la mejilla, mirándolo directo a los ojos, poniéndose la otra mano sobre el pecho—. Yo siento esta conexión también...

No lo vio venir, aquello lo superaba por completo.

—Tú... Yo... Se siente... No sé cómo explicarlo...

—Yo también siento como si ya nos conociéramos, Marko —lo volvió a interrumpir ella, dejándolo completamente desarmado—, como si todo esto hubiese tenido que ocurrir desde siempre...

En ese preciso instante, él tomó una decisión: sin importar lo que ocurriera, ya no iba a contenerse más.

—¿Puedo confesarte algo más? —Tomó la mano con que ella le sostenía la mejilla, mirándola fijamente a los ojos, perdiéndose entre su resplandor anaranjado. Acto seguido, cerró la mano de ella en un puño y la besó con dulzura.

—Puedes contarme lo que tú quieras —dijo, más con un suspiro que con su voz—. Creo que ya yo he hablado bastante.

Él soltó su mano. De repente, todos sus nervios se habían esfumado, y al parecer, también los de ella. Ella tenía razón, su propia mente era el límite. Solo bastaba pensarlo para poder sentir y percibir como si estuviera en su cuerpo de carne y hueso.

—No es la gran cosa, es solo que... —Vio como ella abría su boca poco a poco, conociendo a la perfección sus intenciones, negada a resistirse—. Lo encontré...

Ella volvió a suspirar desde lo más profundo de su ser.

—¿Qué es lo que encontraste?

A continuación, él se acercó con sus manos y la tomó suavemente por la nuca, ascendiendo hasta rodear su cabello por detrás de su cabeza.

—Mi lugar entre las estrellas...

Ella dejó escapar un jadeo desesperado, como si se quedara sin aliento. Él acercó su cabeza con cautela y ella le correspondió dejándose llevar. Ella cerró sus ojos, sin oponer resistencia alguna, él hizo lo mismo y siguió acercándose con lentitud. La colisión era inevitable...

Y entonces, ocurrió...

Ambos abrieron sus ojos de golpe y se dieron cuenta de la extrema cercanía de sus rostros, pero algo les había hecho frenar en seco, algo que venía desde dentro de ellos mismos. Escasos segundos les tomó percatarse de que el cielo estaba aclarándose desde el Este.

—No —suspiró ella con frustración, al entender lo que estaba ocurriendo—. No puede ser...

—Tiene que ser una broma —jadeó él con fastidio, sin poder creer su mala suerte.

Esa interrupción espontánea, ese tirón repentino, no era otra cosa sino sus propios cuerpos llamándolos a volver para despertar. Por mucho que desearan culminar aquel acercamiento, por mucho que desearan colisionar el uno con el otro, era como si todas sus fuerzas los hubiesen abandonado de golpe.

—Por favor —musitó ella, con sus últimas fuerzas—, tan pronto salgas de tu habitación, ve a buscarme...

No pudo escuchar respuesta alguna, pues apenas hubo terminado de hablar, ambas figuras espectrales se desvanecieron del tejado de aquel observatorio.

Al cabo de una hora, ese mismo día, en la misma isla artificial, en el mismo instituto, en el mismo módulo principal, en la misma cafetería, ellos volverían a encontrarse. En medio de la paz que ambos sentían estando cerca del otro, ninguno de los dos hubiese podido imaginar lo que se avecinaba. Suele decirse que luego de la calma viene la tormenta, pero lo cierto es que una tormenta parecería minúscula en comparación a aquella tempestad en ciernes.

En aquel apacible paraje rodeado de forestación, una siniestra danza entre el caos y el orden estaba a punto de comenzar.

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