40. Reinicio
Podía sentir en cada fibra de su cuerpo la calidez que emanaba aquella espectacular manifestación de poder, aquella aura roja que envolvía a una mujer que si ya en condiciones normales se veía hermosa, en ese estado no parecía sino un ser divino, una auténtica diosa escarlata. Él no se explicaba cómo Alessandra había tenido la fuerza para pronunciar su nombre, cuando la incredulidad que a él le embargaba era tan grande que no le permitía evocar tan siquiera un mínimo balbuceo. No se percibía ninguna otra presencia, no había ningún ser eterno dentro de ella. No, solamente estaba ella, acompañada de aquella fuerza incontenible que irradiaba su aura, una que podía sentirse en cada poro de la piel como un intenso calor latente.
Su mirada estaba completamente perdida en ella, que caminaba con paso determinado hasta llegar junto a ellos, y entonces pudo ver cómo aquella mirada fría y distante, misma que tenía cuando conversaron en el auditorio, se tornaba de repente cálida y preocupada cuando miró hacia la izquierda de él. Entonces se percató de lo que sucedía: él estaba tan absorto mirándola a ella que no se había dado cuenta de que Alessa acababa de desplomarse en el suelo junto a él, sacudiéndose espasmódicamente, intentando respirar inútilmente. Alessa estaba muriendo.
Él quiso gritar desesperado, pero no pudo, ya no tenía fuerzas, apenas y podía moverse. En cambio vio cómo Annelien se agazapaba con una inexplicable calma y rodeaba lentamente a Alessa con sus brazos, sosteniendo su cabeza como quien acuna a un bebé.
—A... Ann —jadeó Alessandra débilmente utilizando sus últimas fuerzas, sonriendo al ver a su amiga de nuevo, aun sabiendo que todo había acabado para ella, que en cualquier momento todo se volvería negro—. Tú... Estás viva...
—Alessa, perdóname —replicó Ann, mirando a la chica a los ojos, con una voz dulce que solo podía pertenecerle a ella, pero que hacía eco en todo el lugar, como si fuese la voz de un ángel.
—N... No... No hay nada que...
—Ya, deja de esforzarte en hablar —dijo sin ningún ápice de temor en la voz—. Te han hecho esto por mi culpa, por tardarme tanto en llegar, pero ahora... —Cerró sus ojos e hizo una breve pausa—. Ahora que estoy aquí, te lo compensaré...
Dicho esto, la pelirroja abrió sus ojos y dejó que la luz roja en ellos se intensificara. Acto seguido, todo su cuerpo brilló energizado, transmitiendo esa energía a sus brazos, que todavía sostenían a Alessandra. La energía roja pasó desde ellos al cuerpo de Alessa, recorriéndola por debajo de su piel hasta hacer sus ojos verdes brillar en rojo por un breve instante, tras el cual Alessa se sobresaltó y dio una enorme bocanada de aire mientras levantaba su torso del suelo, logrando respirar nuevamente.
Jadeando con fuerza, Alessa miró sorprendida sus manos y sintió su cuerpo ligero nuevamente, ya no había dolor alguno, la totalidad del daño en su cuerpo había desaparecido. Miró a Annelien nuevamente, casi llorando de la emoción.
—¡Annelien! Tú... —No pudo contener la emoción, no podía creer que al final viviría gracias a ella— ¡Tú me salvaste!
—Tú me salvaste a mí más de una vez —respondió la pelirroja, esbozando una sonrisa discreta—, así que estamos a mano.
A continuación, Ann miró hacia Marko, cuyo agotamiento extremo le impedía moverse, y sobre su mano cargó una esfera de energía roja que introdujo en su pecho. Al igual que con Alessa, los ojos de él brillaron en rojo por un instante y luego sintió como la totalidad de sus fuerzas volvían de golpe. Se levantó con sobresalto, incrédulo ante lo que acababa de suceder.
Sin mediar palabra alguna, Marko, se puso de pie con rapidez, seguido por las dos mujeres, y sin más preámbulos se dirigió a Annelien, todavía evidenciando su sorpresa.
—Así que esto fue lo que sentí cuando despertaste allá en el laboratorio —afirmó Marko, evocando un gesto similar a una sonrisa—. Yo... Pude sentirlo... Había algo especial en ti, pero ¿cómo fue que...?
—Esto es gracias a tu guardián, a Lectros —contestó ella, viendo como él fruncía el ceño, confundido—. Él me salvó del abismo y me ayudó a encontrar esta energía, una que me perteneció mucho tiempo atrás, pues yo... Pues yo una vez fui como tú, Marko. —La cara de sorpresa, tanto de Marko como de Alessa, no tuvo ningún parangón—. Sin embargo, quise volver a ser normal y logré extraer esta energía de mi mente, lanzándola al abismo junto con todos los recuerdos acerca de ella, pero justo ahora he recuperado todo lo que fui alguna vez —explicó finalmente, sin decir nada más, aun sabiendo que les acababa de contarles una verdad incompleta.
—Y nosotros pensamos... Él nos dijo que habías muerto —suspiró Alessandra, refiriéndose a Imperos, llevándose las manos a la boca al recordar todo cuanto había ocurrido.
—Él es un error, Alessa, un catastrófico error que yo cometí —contestó Annelien, dejando ver ahora la furia contenida en el rojo de sus ojos—. Un error que he venido a reparar de una vez por todas...
Habiendo dicho eso, Ann volteó sin previo aviso hacia Imperos, que a la distancia comenzaba a formar de nuevo su colosal cúmulo de energía verde. Hizo brillar su aura en rojo escarlata mientras se elevaba nuevamente del suelo ante la mirada atónita de Marko y Alessandra.
—¡Annelien, espera! —gritó Marko desde abajo—. Si atacamos juntos, podemos...
Ella volteó de reojo a mirarlos nuevamente y su respuesta fue rotunda.
—No —susurró, haciendo eco con su voz vibrante—. Ya se los dije antes: nadie debió formar parte de esto nunca. Casi mueren los dos, librando una batalla que no era suya, una batalla que desde el principio ha sido solamente mía. Les pido perdón, y al mismo tiempo, les pido que me dejen resarcir todo el daño que he causado, pues solamente yo puedo hacerlo.
Ambos quedaron mudos ante aquellas palabras, había infinidad de cosas que no comprendían, pero aquel no era el momento para dar explicaciones, así que Marko y Alessandra solo se limitaron a mirar como una espectacular Annelien envuelta en una intensa aura color rojo escarlata volaba hasta posicionarse a la misma altura de Imperos, a una distancia desde donde él pudiese escucharla, pero lo primero que se oyó fue la estruendosa voz de aquel ser repugnante.
—NO DEJAS DE SORPRENDERME, ANNELIEN, INCLUSO YO MISMO PENSÉ QUE TE HABÍAS DESINTEGRADO EN CUANTO SALÍ A ESTA DIMENSIÓN.
Ella no se inmutó en lo más mínimo, y con su voz calma y vibrante le dio una tajante respuesta.
—Es una triste ilusión la tuya, que aspiras a ser el dios que salve a la humanidad entera, y no has sido capaz de anticiparte a la mente de una simple humana.
—YA ME HA QUEDADO CLARO QUE NO LO ERES, PERO YO, Y SOLAMENTE YO, SOY LA CLAVE PARA SALVAR A ESTA REALIDAD DECADENTE.
Ya ella no soportaba escuchar ese discurso megalómano, creado a partir de los más básicos instintos humanos de dominación, así que apretó sus puños con fuerza, mientras su aura comenzaba a moverse frenéticamente mientras respondía por última vez.
—Pues sí, no eres un dios, solamente quieres jugar a ser un dios, pero mi juego ha sido muy distinto... —Hizo una breve pausa y cerró sus ojos, cerrando a la vez sus brazos sobre su pecho, atenuando poco a poco su aura, justo antes de concluir—. Mientras tú has estado jugando a ser dios yo también he estado jugando... Sí, he estado jugando a ser humana...
Apenas sentenció su última frase, abrió de nuevo sus ojos y sus brazos con gran rapidez y un monumental torrente de energía roja salió disparado hacia Imperos, cubriendo toda la masa verde, haciéndola vibrar, y haciéndolo bramar a él de dolor.
Decenas de tentáculos verdes se desplegaron rápidamente en dirección a ella, pero ella desapareció instantáneamente, y en cuanto volvió a aparecer no había una, sino cientas de Annelien frente a él, que no eran sino la misma Ann teletransportándose a tal velocidad que hacía ver como si se hubiese multiplicado, provocando que las extensiones del espectro se detuvieran en el aire, confundidas.
A continuación, ella apareció en un único punto y los tentáculos arremetieron contra ella, pero estos no pudieron siquiera tocarla, simplemente pasaron a través de ella. Incluso el propio Imperos no pudo creer aquello que estaba sucediendo: el poder de ella era tan descomunal que podía volverse intocable incluso para la propia energía. Acto seguido, ella recobró su densidad y desató un nuevo estallido rojo que desintegró en un parpadeo la totalidad de los tentáculos, atrayendo hacia ella las partículas. Sus ojos se tornaron verdes por un instante y luego nuevamente rojos; había absorbido por completo el ataque, fortaleciéndose aún más.
Imperos, frustrado, perdió el control a causa de su propia furia. Deshizo la enorme masa de energía y salió disparado a toda velocidad contra ella, dando un grito ensordecedor. Annelien ni siquiera titubeó, no hizo sino estirar su mano izquierda hacia adelante y con ella detuvo bruscamente el puño del espectro verde, quien quedó suspendido en el aire frente a ella, todavía sin poder creer lo que estaba pasando.
Ella lo tomó violentamente del brazo, lo atrajo hacia su cuerpo y con su mano libre le asestó un puñetazo de arriba hacia abajo cargado de energía roja, que lo envió a estrellarse contra el piso en una fracción de segundo. Hubo un estallido, luego ella se sobrecargó y se precipitó encima de él como un relámpago, provocando una segunda explosión. Postrado en el suelo, lo agarró por el cuello con una mano y comenzó a molerlo a golpes con la otra. Un puñetazo cargado, luego otro y otro más, hasta que perdió la cuenta y el ente de ojos esmeralda dejó de ofrecer resistencia. Ella se detuvo un momento.
—Da igual lo que hagas, da igual tu maldito poder —jadeaba forzadamente Imperos, empotrado en el suelo—. Hagas lo que hagas, siempre volveré... Soy un ser eterno... No puedes matarme...
—Tal y como cuando pensaste que me habías matado, nuevamente te equivocas —dijo ella con un tono desentendido y frío, pues ya todo estaba calculado para ella, el resultado era más que inminente—. No volverás, porque a partir de ahora no habrá sucedido nada de lo que has hecho.
Al escuchar esas palabras, Imperos finalmente entendió las intenciones de Annelien, disparando dentro de él una sensación que jamás se imaginó sentir alguna vez: miedo.
Fue ese miedo el que lo hizo soltarse del agarre de Annelien y salir disparado volando a toda velocidad fuera de su alcance. Sí, Imperos estaba intentando escapar, pero tan pronto se alejó de ella se estrelló en pleno vuelo contra algo más; un muro de electricidad le cortaba el paso, y tras ese muro estaba Marko, con sus ojos y su aura brillando en color púrpura.
—¿Vas a algún lado, mal nacido? —espetó Marko con ironía, sonriendo complacido.
Desde detrás de él se dejó escuchar algo más, y tan pronto volteó recibió el embate directo de una descarga llameante, gritando nuevamente al recibirla de lleno y ser aprisionado contra aquel muro eléctrico. Alessa cesó en su disparo solamente para apreciar su rostro desesperado.
—¿Me extrañaste, maldito? —preguntó Alessa, con el tono más cínico que alcanzó a emular.
No hubo posibilidad de respuesta alguna, pues al instante siguiente Annelien había aparecido junto a él tomándolo del cuello, contrarrestando la poca energía que le quedaba.
—¿Qué están haciendo aquí?
—Mil disculpas, Ann, no pudimos resistirnos —replicó Marko, deshaciendo su campo de energía.
—La tentación de ayudarte a darle fin a este infeliz fue demasiado grande —agregó Alessandra, acercándose a ellos.
—No, no lo entienden —dijo Annelien, poniendo un tono melancólico en su voz—. Solamente hay una forma de acabar con él definitivamente... Por eso... Por eso esta es mi despedida... Adiós Marko, adiós Alessa, me siento honrada de haberlos conocido...
—¿Pero qué...? Ann, ¿qué es lo que vas a...? —Alessa no logró terminar la pregunta, pues ya Annelien no se encontraba ahí— ¿Ann? ¡ANN!
Para cuando se dieron cuenta Annelien había vuelto a aparecer a una gran distancia de ellos, todavía sosteniendo al cuerpo deforme que quedaba de Imperos, quien solo alcanzó a emitir una última e inútil alocución.
—¿Qué se supone que haces? Te destruirás a ti misma.
—Pues que así sea, me llevaré mi mayor error conmigo...
Una esfera de energía roja los rodeó a ambos, y enseguida la pelirroja comenzó a cargarse completamente de energía, hasta alcanzar poco a poco su límite. El rojo se volvió cada vez más claro y más voluminoso, mientras Marko y Alessa observaban, con total impotencia, como aquella esfera seguía creciendo y aclarándose hasta convertirse en una gigantesca esfera blanca. Fue entonces que Marko, rememorando las palabras de ella, entendió lo que ella intentaba explicarle antes de que todo aquello comenzara: «Nos imaginé trascendiendo a lo físico... Hasta el punto de vislumbrar con precisión el futuro, rompiendo entonces la más grande de nuestras limitaciones: el tiempo».
Era eso, ella era eso, el próximo paso, la evolución, la trascendencia al tiempo, el futuro de las mentes humanas personificado en un nuevo ser eterno, uno más poderoso que Lectros, que Pyrea, que Imperos y que todos ellos juntos. Ella era eso: la verdadera energía de una mente humana.
Mientras tanto, ahí dentro, en aquellos últimos instantes, la energía interna terminaba de desintegrar a Imperos, cuya energía pasaba a formar parte del cuerpo de Annelien, mientras que ella dejaba pasar todo por su mente de nuevo. Ya había tenido tiempo de pensar en los motivos que tenía para el sacrificio que estaba llevando a cabo, y no había en ella una sola pizca de arrepentimiento ante la ironía del panorama que se dibujaba ante ella: no habría vuelta atrás para aquella vuelta atrás.
Finalmente, aquel gigantesco cúmulo de energía dio un último pálpito y lo último que vieron Marko y Alessa fue el inicio de una explosión de luz blanca que arrasó con todo a su paso, y sobrevino la destrucción de toda su realidad, dando paso al pasado, desde el cual se sacrificaría el presente para crear un nuevo futuro.
Blanco fue lo último que ambos vieron cuando el espacio quedó vacío y el cataclismo desatado produjo una ruptura temporal.
Todo se reinició...
«Fue solo un sueño »
Aquella frase vino atropellada en su mente, pues sentía que su cabeza pesaba toneladas, como si todos sus pensamientos se arremolinaran y se mezclasen unos con otros, como si despertase de uno de esos sueños tremendamente agitados de los cuales no se recordaba absolutamente nada al despertar. Pero no, esta sensación era muy distinta, mucho más intensa. No fue sino hasta que abrió sus ojos que su frenética agitación cesó, sobreviniendo una calma repentina. Respiraba agitadamente, mientras intentaba mirar a su alrededor y cerciorarse de que todo estaba en orden.
La cama, las sábanas revueltas, la almohada echada a un lado, la tenue luz de los primeros reflejos del sol colándose por la ventana, esa era la realidad. Casi sin creer que todo hubiese estado en su mente, se incorporó, mirando con sigilo a su alrededor. Caminó hasta su espejo, ubicado en la pared aledaña a la cabecera de su cama tamaño doble, y en su rostro vio... Algo extraño, algo que no se veía, algo que más bien se sentía en sus adentros.
¿Qué era eso que sentía al ver su rostro? Era como un «deja vú», uno demasiado vívido y extraño, uno que comenzaba a traerle extrañas visiones, una tras otra, haciendo ruido, escuchando claramente el contenido de cada una de ellas, como relámpagos en medio de una tormenta... Relámpagos... Sí, relámpagos púrpura salían de sus manos, arrasando con todo a su paso. Sentía sus ojos vibrar y su cuerpo entero temblar ante aquel brusco torrente de memorias, su cabeza dolía y sentía que en cualquier momento se desmayaría, cayendo sentado sobre el suelo, tomándose con fuerza la cabeza, dando gritos ahogados.
Sentía que había enloquecido de pronto, escuchando voces y viendo luces de colores aparecer y desaparecer, entre ellas un par de luceros en particular se quedaron grabados entre las imágenes de sus pensamientos: un par de ojos anaranjados como el interior de un volcán junto con el rostro de ella, pero ¿quién era ella? ¿Quién era esa chica de cabello corto que la miraba de tantas formas distintas en tantas imágenes simultáneas que llegaban a su mente? ¿Por qué sentía que la conocía? ¿Cómo podía resultarle familiar algo tan descabellado como lo que pasaba por su mente?
Sin poder tan siquiera aventurarse a formular alguna respuesta, intentó incorporarse hasta que consiguió ponerse de pie, tambaleándose con torpeza. Las imágenes cesaron por un momento y aquella violenta agitación cesó nuevamente. Hizo un esfuerzo sobrehumano por mantener la calma y miró hacia su reloj de cabecera; marcaba las 5:30AM junto con la fecha, doce de marzo del año dos mil treinta y cinco.
La sensación de «deja vú» persistía, y temiendo volver a tener que soportar las extrañas visiones, aferrado a la idea de que solo se trataba de su subconsciente jugándole malas pasadas con fragmentos de aquel sueño que no lograba recordar con claridad, resolvió darse una ducha y con un poco de suerte lograría despejar su mente. Sin embargo, tan pronto ingresó al baño y se preparó para entrar a la ducha, miró hacia el espejo del lavamanos y en su reflejo vio sus ojos de un color distinto, pero solo por un instante antes de mirar bien y verlos en su acostumbrado color marrón oscuro. Otro juego de su propia mente... Sí, tenía que ser eso...
No contaba con que cuando abriera la ducha y el agua cayera sobre él todo comenzaría de nuevo. Sin embargo, algo lo hizo permanecer calmado, como si las gotas que se precipitaban sobre él ayudasen a que su mente trabajase mejor; las voces comenzaban a tener un rostro, y cada rostro comenzaba a tener un nombre. Las visiones volvían a su mente una tras otra, tan reales y tan tangibles que lo hicieron cuestionarse a sí mismo. De repente, de recordar voces y sucesos comenzó a recordar sensaciones y finalmente emociones, y fue entonces que se dio cuenta de que todo cuanto estaba presenciando no eran visiones, sino recuerdos, y esos recuerdos desembocaron una vez más en alguien en especial, en ella, en la chica de ojos anaranjados, cuya imagen regresó a su mente, trayendo consigo una vorágine descomunal de memorias, despertando de golpe todo lo que estaba dormido en su interior, incluyendo sus sentimientos hacia ella.
La imagen en su mente cambió, mostrándola tal y como ella era: su cuerpo delgado, su cabello corto que apenas cubría su nuca y caía a los lados por su cabeza y su mirada determinada y penetrante evocada por sus grandes ojos verde oliva. Aquella imagen volvía a tener nombre para él, y sus labios lo pronunciaron en voz baja.
—Alessandra...
Salió del baño tan pronto estuvo vestido, sin poder terminar de creer que por un momento se había olvidado de absolutamente todo, incluyéndola a ella.
Sintió un vacío en el pecho, un abismo en su interior, un dolor en lo más profundo de su ser, pues finalmente cayó en cuenta de lo que estaba sucediendo: había despertado el mismo día en que todo comenzó, la misma fecha que la conoció a ella, en una realidad distinta en la que los acontecimientos que los llevaron a conocerse no habían existido. Estuvo a punto de romper en llanto ante lo que todo lo anterior implicaba, horrorizado ante las posibilidades. El dolor se alojaba en su interior y crecía a cada segundo que transcurría, impulsándolo a sentarse sobre el suelo, de espaldas a la pared, sosteniéndose la cabeza con las manos desesperado durante varios minutos, hasta que por fin decidió dejar sus emociones a un lado e intentó pensar con claridad.
Miró a su alrededor y reconoció el lugar. Estaba nuevamente en el instituto, el cual había sido fundado por el padre de ella, de modo que si había un posible lugar en donde ella pudiese estar, era en ese, sin duda alguna. Una pequeña esperanza se alojó en él, y estuvo a punto de comenzar a trazar algún tipo de plan para encontrarla entre tanta gente y pensar lo que le diría, en la posibilidad de que ella también pudiese recordarlo. Sí, estuvo a punto de hacer todo eso, pero algo lo interrumpió de sus pensamientos, un ruido: alguien llamaba a su puerta...
Se puso de pie, confundido, sintiendo una sensación extraña, un raro presentimiento que resonaba en sus adentros mientras caminaba a abrir la puerta. Colocó su mano derecha sobre la manilla de la puerta y la abrió con lentitud. Entonces sucedió, su corazón dio un vuelco estrepitoso en cuanto sus ojos identificaron a la persona que esperaba ahí afuera, quien al verlo se llevó las manos a la boca, retrocediendo con las piernas temblándole.
Él quedó completamente petrificado, con sus ojos completamente abiertos. Era ella. Sí, era Alessandra, y tan solo le bastó ver su reacción para corroborar como ciertas sus esperanzas: ella lo había reconocido.
—T... Tú... M... Me... ¿Me recuerdas? —balbuceó ella, con su voz temblorosa, presa de sus incontenibles nervios al ver la escasa reacción física en él, esperando lo peor.
—Alessa —susurró él, casi sin voz, acercándose a ella con total incredulidad, sintiendo una incomparable calidez cuando ella no hizo sino abalanzarse sobre él, rodeándolo con sus brazos eufóricamente.
Lo siguiente que sintió fue la profunda exhalación de ella, y se percató de su propia respiración acelerada. Ninguno de los dos terminaba de creérselo, realmente habían vuelto a encontrarse, realmente vivirían luego de creerse continuamente a un solo paso del final.
—¿Cómo supiste dónde encontrarme? —susurró él a su oído, sin querer soltarla un solo segundo.
—Tú número de vivienda —respondió ella, jadeando débilmente a causa del nudo en su garganta—. Es el mismo, la 17...
Fue entonces que ambos se separaron por un momento, solo para mirar cada uno al rostro del otro, y antes de que alguno pudiese decir nada más, la sorpresa se hizo aún mayor cuando al cruzar sus miradas los ojos de ella brillaron en color anaranjado al mismo tiempo que los de él brillaron en color púrpura. No estaban solos, había una razón por la que sus recuerdos todavía les acompañaban, y lo supieron al ver los ojos del otro y al sentir como algo se encendía desde dentro en ambos. Sus poderes seguían con ellos.
—Lectros —dijo Marko.
—Pyrea —suspiró Alessa.
Ambos escucharon la respuesta en sus adentros, y sonrieron al mirarse uno al otro nuevamente, el eje del tiempo se había roto, pero el vínculo con sus protectores seguía intacto, ellos estaban ahí, dentro de cada uno. Ella y él no lo pensaron un segundo más y volvieron a acercarse para finalmente unir sus labios una vez más, algo que ambos necesitaban con desesperación, el primer recuerdo que compartirían en aquel nuevo presente, aquella nueva realidad forjada a partir del sacrificio de la mente más poderosa que el universo conocería alguna vez.
Una vez terminase aquel maremoto de sentimientos encontrados, vendría la fría melancolía a hacerles recordar a aquella hermosa mujer de aura color rojo escarlata que dio su vida por crear aquella segunda oportunidad, tanto para ellos como para el mundo al que ambos pertenecían, un mundo al que ellos jamás volverían a ver de la misma forma.
FIN
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