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36. Ascenso

Marko dio dos pasos hacia atrás, colocando una expresión de estupefacción total mientras se llevaba ambas manos a la boca abierta. El dolor se apoderó una vez más de su mirada.

—No puedo creerlo —jadeó, con la humedad incipiente de sus ojos oculta tras el resplandor púrpura en los mismos—. Tu forma anterior... Su madre... Murió salvándola... ¡Por Dios, Alessandra! —gritó ahogadamente antes de terminar de cubrir su rostro con sus manos.

—La ha salvado una segunda vez, el alma de Cristine finalmente ha cesado su vínculo con este mundo, pero su energía ahora forma parte de Alessandra. Ya su forma no me pertenece, por eso ahora luzco igual a mi protegida.

Marko volvió a acercarse a ella, con ojos que por sí solos parecían sollozar a gritos. Con suavidad surcó el cabello de Alessa con ambas manos y depositó un tierno beso en la frente de ella.

—Nunca podré darle gracias por tanto —susurró antes de mirar nuevamente hacia los ojos anaranjados—. No se lo hubiese merecido, Pyrea, el morir de esa forma tras tanto sufrimiento. Esto es una bendición, venga de quien venga, no puedo estar más feliz de que ella esté aquí —concluyó, evocando toda la emoción que sentía en cada sílaba que pronunciaba, una que se esfumó en cuanto recordó un detalle muy importante, nada menos que la causa de la colosal explosión—. Espera un momento... ¿Dónde está Annelien?

Entonces, ella lo miró fijamente, con un repentino e inquietante brillo en sus ojos al escuchar esa pregunta, dejando en evidencia que había estado esperando a que él la hiciera.

—De hecho, es esa la razón por la que todavía seguimos aquí...



Podía sentirlo de nuevo. Sí, ella sabía perfectamente de qué se trataba. Una sensación inconfundible, pues se resumía en ninguna sensación. ¿Cómo no recordar lo que era encontrarse en medio de la nada?

Quizás por ser la segunda vez que esto ocurría, existía en ella menor confusión pero muchísimo mayor miedo, uno que tomaba el control de toda ella, disparando un revoltijo de falsas percepciones, todas ellas auto inducidas pues sabía muy bien que no había suelo, luz ni sonido a su alrededor.

Tal como haría una niña despertando de una pesadilla en mitad de la madrugada, imbuida de la idea absurda de utilizar sus sábanas como escudo ante el terror inimaginable que podría estar acechándola desde las tinieblas, de esa misma forma ella se negaba a abrir sus párpados, se negaba a que sus ojos se encontrasen con exactamente lo mismo que veían mientras permanecían cerrados: un negro absoluto, un vacío abismal, y muy probablemente, algo letal y aterrador que una vez más se encontraría ahora mirándola desde la oscuridad.

No quería recordar nada, deseaba con desesperación apagar su mente, que fuese tan negra como su campo visual, pero a diferencia de los movimientos de su cuerpo, sus pensamientos se encontraban en descontrol total. No podía evitar que las espeluznantes imágenes desbordasen su mente, no había forma de dejar de ver una y otra vez las luces de color verde esmeralda provenientes de ojos carentes de voluntad, ojos de un Richard que la acorralaba contra la puerta de su vivienda, ojos de una Alessandra que iba tras ella en aquel laberinto, ella misma atacando a Marko sin poder controlarse, profiriendo cosas horribles al hablar, hasta que la mano de Marko se colocase sobre su frente y la dejase inconsciente; sus recuerdos no avanzaban más allá de ese punto.

Sin embargo, tan pronto hubo recapitulado todo, sintió una extraña calma, un alivio repentino acompañado de una misteriosa calidez en su interior. Era cierto, si Marko y Alessandra habían combatido contra ella y habían vencido, ella debía de estar muerta, pero no, ella estaba consciente, podía controlar nuevamente sus propios movimientos. Sí, ella era libre, apenas en ese momento acababa de darse cuenta. En todo caso, por alguna razón había vuelto al sombrío lugar donde vio aquella luz verde por primera vez, lo cual le impedía tranquilizarse por completo, sin saber siquiera cómo saldría de ahí. Entonces la incertidumbre le hizo convencerse de abrir sus párpados, y donde esperaba encontrar más oscuridad, lo que vio a continuación fue completamente distinto, sobresaltándola por completo.

Vio una luz, sí, pero esta era distinta a todo cuanto había visto antes, pues no era verde, magenta, naranja ni púrpura, sino que ostentaba un deslumbrante color rojo escarlata. Un resplandor que no le transmitía presión alguna, solo un calor latente que recorría sus adentros, como si le resultase familiar, como si la protegiese de cualquier mal circundante. Todo pareció activarse en ella, pues sus pies comenzaron a sentir el suelo justo cuando fue capaz de distinguir nuevamente sus propios brazos, iluminados por aquel rojo intenso.

Ella estaba vestida igual que la última vez que recordaba haber estado consciente en el mundo real, pero a esas alturas la realidad era casi imposible de diferenciar, habiendo visto en tan solo cuestión de horas tantas cosas francamente imposibles de creer. De repente, la tranquilidad que recién había sobrevenido se vio interrumpida una vez más, cuando escuchó una voz, su propia voz, hablándole a sus espaldas.

—Qué complicado se ha vuelto todo...

Volteó rápidamente para encontrarse consigo misma, como un recordatorio escalofriante de los acontecimientos previos: su misma piel blanca, su misma figura esbelta, su mismo cabello anaranjado y abundante, incluso su misma vestimenta, pero sus ojos luminosos de color verde esmeralda marcaban la diferencia, estremeciendo todo en su interior, haciéndole odiarse a sí misma al recordar lo que había sido, un títere de aquel ser repugnante. Aquella visión le hubiese provocado un terror inequívoco de no haber sido por la mirada triste y melancólica que le devolvía aquella tenebrosa versión de sí misma.

—Tú —murmuró Annelien, mirando indignada a su extraña gemela, que se abrazaba a sí misma como si buscase calentarse ante un frío inexistente, o al menos uno que ella era incapaz de percibir—. Tú no eres yo ¿Quién eres?

—Tienes toda la razón, no soy tú... Tú sigues viva, tú eres libre —susurró la Annelien de ojos brillantes, con una voz entrecortada, como si contuviese el llanto—. Pero no importa, de igual forma morirás dentro de poco, y yo desapareceré junto contigo.

—¿Qué estás diciendo? —cuestionó Ann, incrédula y horrorizada ante aquellas palabras—. Ni siquiera me has dicho quién eres, ni dónde estoy.

—Esto es el abismo, y una mente humana no hará sino degradarse hasta morir en él. —Al escuchar esto, Annelien tensó sus puños, esforzándose duramente por no alterarse, buscando un posible error en lo que escuchaba, aferrada tercamente a la idea de poder salir de aquel lugar—. Yo no soy nadie, solo soy un fragmento que quedó en tu mente, un cúmulo de la energía de quien te controlaba. —Fue entonces cuando más se alarmó, al advertir una lágrima rodando por la mejilla de quien le hablaba—. Esto no debió ocurrir nunca, pero es demasiado tarde, ya no hay vuelta atrás...

Tras escuchar aquella lúgubre sentencia, la desolación pudo haberla invadido, pero en lugar del miedo fue el asco lo que hizo presencia en ella. Sí, Annelien sintió asco de aquella mirada desconsolada, de aquella copia suya cuyos ojos brillaban en aquel despreciable color, del pesimismo derrotista de las palabras que salían de la boca de aquella versión de suya, y finalmente, se asqueó de sí misma al recordar que de esa misma forma se debía haber visto ella al permitirse desmoronarse ante Alessandra en el laberinto donde fue ella misma por última vez. De esa forma, recordando cada error cometido, resuelta a no dejar escapar de nuevo el más mínimo lamento y tomando ejemplo de Marko y Alessandra, quienes a pesar de enfrentarse cara a cara con una inminente muerte se negaron a rendirse y finalmente vencieron, ella encaró a su versión de ojos verde esmeralda con una determinación que no había sido capaz de reunir hasta ese momento.

—No —murmuró ella, cargada de una inmensa furia, recordando que todavía tenía una promesa que cumplir—. Si esto ocurrió, fue porque debió ocurrir, y mientras yo viva nunca será demasiado tarde, mientras yo viva siempre tendré tiempo, y mientras tenga tiempo, seguiré intentando darle vuelta atrás, sin importar cuán imposible parezca, pues tú y todo lo que ahora ha sucedido alguna vez fue imposible... Fue imposible hasta que yo lo descubrí.

La voluntad intrínseca en las palabras de Annelien no parecía sino alimentar la melancolía en su copia de ojos color verde esmeralda, quien adoptó un tono aún más sombrío en su voz, como si estuviese constantemente a punto de quebrarse.

—De todas formas no debes preocuparte —dijo, evocando una sonrisa que no reflejaba otra cosa distinta de tristeza—, pues dentro de poco toda mente existente habrá muerto también.

—No me digas que todavía...—Se interrumpió a sí misma cuando la otra asintió, sabiendo a lo que se refería, a lo cual ella reaccionó apretando sus labios con ira antes de proseguir—. Maldita sea... ¿Qué estás queriendo decir? ¿Cómo pueden morir todas las mentes existentes?

Entonces, reaccionando de forma escalofriante a esa última pregunta, la Annelien falsa abrió sus ojos por completo, dejando escapar el brillo color esmeralda de los mismos con su máximo esplendor, mirando fijamente a la verdadera Ann con una expresión ausente y penetrante propia de la furia más absoluta, un rostro espectral destinado a causar pánico. Con ese semblante amenazador, profirió una frase corta y simple, haciendo eco en la totalidad del vacío.

Ser controlado por alguien más no puede considerarse estar vivo.

Annelien no pudo evitar retroceder, y mucho menos evitar gritar horrorizada, no por la repentina actitud amenazante de su otra versión, no por la voz de ultratumba que acababa de resonar a través de la inmensa negrura que la envolvía, sino por las dos figuras que acababan de aparecer a los lados de su falsa gemela, una anaranjada y la otra púrpura. Pero no, para su desgracia no eran Marko y Alessandra quienes aparecieron ante ella; su grito de horror tuvo su origen al distinguir entre el brillo púrpura de la figura a su izquierda al cuerpo inerte de Richard.

Sí, era él, su antiguo amante, completamente exánime, flotando en medio de la oscuridad con una corriente morada recorriendo el interior de su cuerpo, iluminando sus venas y arterias, haciendo brillar su piel, saliendo como dos faros a través de sus ojos sin vida. Sin embargo, ningún detalle más desgarrador que aquel horroroso agujero en medio de su pecho, señalando el paso de la descarga de energía que lo había atravesado de extremo a extremo, acabando con su vida.

Ante aquella devastadora imagen, cruel recordatorio de lo que sabía que sería inevitable, todo cuanto Annelien había estado intentando contener hasta ese momento no hallo más alternativa sino salir a borbotones por sus ojos, en forma de un llanto amargo, de lágrimas que se abrieron paso de forma indetenible a través de su rostro. Intentaba hablar, pero simplemente no podía, ya era

Mientras tanto, la otra Ann, la de los ojos color verde esmeralda, profirió nuevas y despiadadas palabras, con la misma expresión furibunda de antes.

—A este lo mató Marko, mira lo hermoso que lo dejó —afirmó, con una desmedida dosis de sarcasmo, señalando a Richard—. En cambio, a este otro... —Señaló ahora a la otra figura, ubicada a su derecha, e hizo una pausa.

Durante aquel breve silencio, en medio de su estupefacción, Annelien tuvo un arranque de efímera lucidez que le permitió reparar en la figura anaranjada, suspendida también en el aire, con ojos vacíos, despidiendo una luz del mismo color, con tal intensidad que casi podía distinguirse el vacío dentro de su cabeza, como una sádica lámpara antropomórfica. No tuvo que detallar demasiado para reconocer, con espanto de quién se trataba. Sus labios temblaron al intentar balbucear el nombre.

—F... Fi... Friedrich...

—A este otro lo acaba de matar su hermosa hija... Sí, la que tan duramente intentó mantener alejada del peligro aun encontrándose bajo la posesión de Imperos. —Esta vez la expresión en la mujer de ojos verdes brillantes era inequívoca, una sonrisa cínica y sarcástica, furia y más furia—. Todo eso antes de quedar suspendido aquí donde estamos ahora en aquella explosión durante aquella noche en la que Richard te llamó. Sí, toda una lástima que la muy estúpida no tomase en cuenta que al salvarte a ti en esa explosión titánica, no hizo sino terminar de destruir su mente, y ahora todo él se ha degradado por completo, tal y como nos pasará a nosotras dentro de poco...

—No —susurró Ann en un jadeo desesperado, bajando la mirada, no encontrando palabras para el revoltijo emocional que era su mente en ese preciso momento, desconsuelo total.

—¡Que sí! ¡Anda, mírame! ¡Quiero ver tu rostro recibiendo tu recetada dosis de realidad! —Al escuchar esto, Annelien hizo caso y subió la mirada, una que iba transformándose poco a poco— ¡Tus compañeros, Richard y Friedrich, se han ido para siempre, están malditamente muertos! ¡Tus preciados salvadores no son más que sus malditos asesinos! ¡Tu preciado trabajo, el mismo que con tanto recelo has ocultado al mundo, no ha servido sino para orquestar su inminente destrucción! —Al terminar de decir esto, su tono de voz fue disminuyéndose y ensombreciéndose aún más—. Anda, Annelien, mírame y responde, a mí que ahora soy parte de ti: ¿Qué razón nos queda para seguir adelante?

Fue entonces cuando la mujer de ojos luminosos se dio cuenta de que la mirada que la verdadera Annelien ahora le devolvía no era la mirada afligida y quebrada que esperaba, al contrario, era algo difícil de identificar, de describir con exactitud, lo único seguro era que si la devastación del universo entero hubiese podido materializarse en ese instante en una persona, sin dudas esa persona llevaría puesta la mirada iracunda que inesperadamente la pelirroja sostenía en ese instante.

Habiendo caído en cuenta del juego que su versión espectral verde le estaba jugando, uno que era propio de nadie más sino el repugnante ser del que se había originado aquel cúmulo de energía que ahora interactuaba con ella, su aflicción y dolor se convirtieron en toda la furia que ella misma había sentido cuando en aquel laberinto hizo una promesa, en la cual se encontraba la respuesta a todos los patéticos argumentos que aquella patética imitación suya acababa de esgrimir.

—No necesito razón alguna. No la necesito, despojo parlante —dijo Ann, raspando su garganta al hablar, sobrecargada de desprecio y rabia—. No necesito que me cuentes lo que yo misma vi suceder ante mis ojos sin poder hacer nada, por estar poseída por el mal nacido que te metió en mi mente. Sí, el mismo del que aprendiste a hacer esos malditos discursos trágicos —susurró con gran fuerza en cada una de las palabras—. Pero ¿sabes qué? Ahora eres parte de mí, lo cual significa que me perteneces y que te usaré para seguir adelante, porque no, yo no necesito ninguna razón para ello, solo tengo una promesa que cumplir...

Justo en ese instante, al sentenciar eso último y para su propia sorpresa, el cuerpo de su gemela de ojos verdes luminosos fue atravesado por un relámpago que la cegó por una fracción de segundo, mismo tiempo en el que el repentino rayo de luz se dividió y alcanzó a los cuerpos inertes de Richard y Friedrich. Lo siguiente que logró ver fue a su versión espectral mirándola con total asombro mientras era desintegrada juntos con las otras dos figuras por la descomunal descarga de energía en partículas luminosas que se volvieron completamente blancas y rápidamente orbitaron alrededor de ella, haciéndole sentir un ímpetu inexplicable en cuanto se metieron dentro de su piel.

Carente de la más remota idea de lo que acababa de ocurrir, no hizo sino mirar sus manos abiertas frente a su rostro, para luego mirar de nuevo al frente y conseguir una nueva figura que la dejó más perpleja todavía. Un hombre alto, envuelto en un aura púrpura, cuyos ojos despedían una intensa luz del mismo color, se encontraba ahora levitando frente a ella, impasible, como si hubiese sido invocado por ella al terminar de hablar. Pero lo impresionante para ella no residía en el aspecto sobrenatural de aquel ser, sino en la persona que ella reconoció al detallar su rostro. Sin embargo, cuando estuvo a punto de mencionar su nombre, el espectro la interrumpió.

—No, Annelien, no soy tu hermano...

—¿No? —murmuró, confundida— ¿Entonces...?

—Alguna vez supiste quién era yo... De hecho, el nombre al cual respondo me lo diste tú. Yo tampoco lo recordaba hasta hace tan solo instantes, que ambos caímos en este lugar...

Irremediablemente confundida, Annelien quiso formular preguntas, pero sus dudas la sobrepasaban, imposibilitándola de formularlas. Forzaba su mente, intentando recordar, darle sentido a las palabras de la entidad que recién había aparecido frente a él con la forma de su hermano. Pero no, tan pronto un recuerdo comenzaba a formarse, se desvanecía instantáneamente.

—Te he visto —afirmó, motivada por la misteriosa sensación de seguridad que sentía frente a aquel extraño ser—. Sin duda alguna no es la primera vez que te veo, pero entonces, ¿por qué no logro recordarte? ¿Quién eres?

—No es necesario que yo conteste a eso, pues en cuanto te reconozcas a ti misma recordarás absolutamente todo. —Hizo una breve pausa, dando tiempo a Ann de digerir las palabras, antes de proseguir—. Una vez recuerdes, tu mente estará lista para ascender desde el abismo.

—No entiendo nada —replicó ella, con voz temblorosa por la ansiedad—. ¿Cómo se supone que recuerde?

—La parte de ti que reposa aquí en el abismo, la misma que dejaste aquí años atrás, la necesitas de vuelta, necesitas reconocerte en ella. Solo así te serán devueltos los recuerdos junto con todo lo que fuiste en ellos. —Nuevamente el espectro hizo una pausa, tras la cual ella logró distinguir una sonrisa maliciosa dibujándose en su rostro, como si acabara de percatarse de algo más—. De hecho, ya ni siquiera tienes que buscarla, pues ya la has encontrado, solo necesitas mirar detrás de ti. —Señaló en dirección a las espaldas de ella.

Sin mediar alguna otra palabra, ella reunió valor para darse la vuelta, solo para volver a encontrarse con la misma luz roja escarlata, una que había olvidado por completo a causa de su tenebroso encuentro con su extraña gemela hecha de energía verde. Tan pronto enfocó su vista en aquella luz, sintió la misma calidez y tranquilidad que en un principio, y justo en ese momento, más lúcida que nunca, se dio cuenta de las formas que circundaban aquella luz, figuras que había pasado completamente por alto. Tras detallar un poco más, tras permitirse enfocar un poco más la mirada, logró distinguirlo, sintiendo como todo a su alrededor se detenía por un instante, simplemente no podía creer lo que veía. A los lados de la esfera luminosa, el contorno de dos hombros desembocaba en dos brazos delgados y estilizados, por encima de la misma, un cuello iluminado desde dentro que ascendía hasta formar una cabeza dotada de un abundante cabello ondulado, y justo abajo de la luz roja, podía ver perfectamente cómo se dibujaba un abdomen delgado, una cadera y finalmente dos piernas.

Todo ese conjunto conformaba un cuerpo de mujer que ella reconoció, un rostro, un cabello anaranjado y una postura que ella identificó a la perfección, por el simple hecho de que todo cuanto veía le pertenecía: se trataba de ella misma, lo que tenía enfrente no era más que un espejo, y la luz roja escarlata no venía desde otro lugar sino desde dentro de su pecho. Era ella, el resplandor rojo que alumbraba las tinieblas, la luz de un ser eterno que no requería de un vínculo con ningún mortal, porque no era otro ser distinto de ella misma, y tan pronto su mente hubo asimilado todo esto, los recuerdos la invadieron en un torrente indetenible.

Fue entonces que la euforia se apoderó de ella por completo. Eran tantas cosas las que echaba de menos sin siquiera saberlo, que ni siquiera lamentó haberlas recuperado a esas alturas. Repentinamente, lo entendía todo, sabía a la perfección lo que tendría que hacer a continuación, como si el universo entero hubiese convenido darle una segunda oportunidad. Entonces, habiendo reunido toda la determinación que había necesitado durante todo ese tiempo, volteó de nuevo a mirar donde hacía tan solo un momento se encontraba su antiguo protector. A pesar de no verlo, ella sabía que él la escucharía.

Gracias, Lectros.

Finalmente, una vez hubo dicho esto, ella ascendió.

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