35. Madre, hija y protectora
De ser testigo del mayor espectáculo de luces que en vida jamás imaginó presenciar, pasó a ver absolutamente nada. Tan negro se había vuelto todo a su alrededor que se preguntaba si realmente tenía sus ojos abiertos, tan silencioso que se preguntaba si su audición realmente estaba funcionando, tan vacío que se preguntaba si realmente se encontraba consciente. En medio de aquella absoluta oscuridad, en la que sus pies no tocaban suelo, sus oídos no percibían ni su propia respiración y sus ojos no distinguían el más mínimo indicio de luz, comenzó a preguntarse si todavía vivía, pues lo último que había presenciado era una desmesurada explosión durante aquella batalla, y lo último que había sentido era la euforia incontenible de tenerla a ella de vuelta.
Entonces intentó recordar, pues a falta de sus sentidos su mente le servía para sentir que todavía existía en algún lugar, rebobinando cada detalle previo a esa penumbra uniforme, hasta llegar a una respuesta tentativa: «Una laguna oscura, delimitada por un semicírculo de terreno, delimitado a su vez por una niebla negra y espesa, convirtiendo todo lo visible en un espacio circular iluminado en medio de las tinieblas». Eso era, la niebla negra y espesa, hacia donde no se alcanzaba a ver, este lugar debía ser similar, pero entonces recordó algo más, ya esto se lo habían explicado: «El universo físico no es infinito, contrario a lo que la humanidad ha creído por largo tiempo, sino que flota en un vacío transdimensional que sí lo es. Ese vacío es...»
—El abismo —completó Marko la frase de la voz que se reproducía en sus pensamientos, una que identificó en seguida, cayendo en cuenta de que no debía de encontrarse solo—. Lectros... ¿Puedes escucharme?
—Tardaste menos de lo que esperaba en recordar —pronunció, desde sus adentros, la gruesa voz del hombre púrpura, sobresaltando a Marko.
—¿Acaso pensabas mantenerme en las sombras hasta que lo hiciera?
—¿Acaso querías que activase de nuevo mi energía dentro de tu mente sin que todavía fuese capaz de recordar siquiera?
Sonrió tan pronto escuchó estas palabras, mientras la luz púrpura volvió a encenderse en sus ojos, iluminando la palma de su mano puesta frente a su rostro.
—Bien, supongo que en eso tienes razón pero... —Hizo una pausa, intentando infructuosamente rememorar lo sucedido tras la explosión— ¿Qué ocurrió, Lectros? Alessandra tuvo un plan, lo llevamos a cabo, tú estabas ahí conmigo, hubo una explosión y luego de eso... Nada. —Al verse solo, de nuevo sin ella, comenzó a sentirse ansioso, desesperado—. Estábamos en medio de una batalla, ¿cuál fue el resultado? ¿Qué pasó con Imperos? Annelien, Alessa, Pyrea ¡¿Dónde quedaron?! ¡¿Por qué no logro recordarlo?! No me digas que...
—Ganamos, Marko. —Aquella voz femenina le interrumpió justo en el momento en que divisó dos luminarias anaranjadas en medio de la oscuridad.
La voluntad, que en aquel punto se le estaba escapando en cada palabra que profería, comenzó a regresar a él de manera instantánea. Era ella, estaba justo ahí, frente a él.
—¡Alessandra! —exclamó sin disimular su emoción por estar con ella de nuevo, sin poder evitar sonreír, sin importar que la oscuridad no le permitiese verla todavía, pues sabía que estaba ahí, esa luz provenía de sus ojos.
—No, Marko, no soy ella —replicó ella, provocando que él frunciese el ceño—, solo hablo con su misma voz, pero no te preocupes, ella también se encuentra aquí.
—¿Pyrea?
Por respuesta a la pregunta, Marko obtuvo un rápido parpadeo de luz anaranjada que iluminó una suerte de cristal debajo de él, ubicado justo bajo sus pies, haciéndole sentir que pisaba suelo nuevamente. Sin embargo, al mirar hacia el frente, se encontró con una visión inesperada, una que le hizo abrir sus ojos completamente: la figura de Alessa de ojos anaranjados, con la misma ropa que tenía puesta antes, se dibujó frente a él de inmediato, pero en sus brazos traía a alguien más, a otra Alessa que se encontraba hecha casi un ovillo, completamente exánime, inconsciente, una que no tardó en reconocer como la verdadera Alessandra.
—Pero... ¿Pero qué...? —balbuceó Marko, horrorizado, imaginando lo peor.
—Tranquilo, ella se encuentra bien, solo necesita descansar —se adelantó a responder Pyrea, con una voz cálida y sobria, mientras terminaba la distancia entre ella y Marko.
Él se mordió los labios, con un revoltijo de emociones dentro, justo antes de dirigir su mano hacia el oscuro cabello corto de la adormecida Alessa. Detalló su piel blanca e inmaculada, su delgada figura que si bien carecía de prominencia alguna, a él le resultaba fascinante en todo sentido. Se fijó en la posición de sus brazos, cubriendo su pecho, como si se abrazara a sí misma, mientras una mano de su figura gemela de ojos naranja sostenía su nuca y el otro brazo la sujetaba detrás de las rodillas. Más que cualquier otra cosa, la imagen que presenciaba no le transmitía sino un regocijo total.
—No puedo creerlo, de verdad es ella, de verdad está viva —suspiró él, sintiendo que podría incluso llorar de la felicidad—. Pero no lo entiendo, ¿cómo fue posible? ¿Cómo es que...?
—Pon tu mano sobre su frente y te haré saber por qué regresamos contigo, sabrás por qué ella sigue viva aun cuando cumpliste tu promesa. Pero te advierto, no te agradará en absoluto, es tu decisión —le explicó Pyrea.
Él le dedicó una mirada vacilante, esbozando una sonrisa.
—Puedes jurar que sea lo que sea que veré no será peor que haberla visto morir —espetó, desvaneciendo momentáneamente su sonrisa.
Acto seguido, Marko obedeció sin chistar la instrucción. Al colocar su mano sobre la frente de Alessandra, un flujo luminoso de energía anaranjada comenzó a recorrer su mano, subiendo por su brazo hasta alcanzar su cabeza, iluminando sus ojos en el mismo color por un breve instante...
Tan pronto el dolor cesó, sobrevino el silencio. Morir era distinto a como ella lo había imaginado, no era quedar inconsciente para despertar en un lugar más allá del mundo que conocía, no había cielo, infierno ni purgatorio, ni un sonido, ni una forma distinguible, ni una mínima sensación, ni siquiera un atisbo de alguna cosa, no, en cambio todo era negro, todo era nada.
Nada a su alrededor, nada en sus pensamientos, como ser una falsa consciencia, como estar ahí, en medio de la nada, sin estarlo realmente. No alcanzaba ver su mano frente a su cara, ni a sentir un suelo bajo sus pies, lo único que le indicaba que seguía siendo ella era lo que había en sus adentros, lo que involuntariamente su mente comenzaba a reproducir: sus recuerdos. Rememoró todo en un solo instante, de forma tan clara y vívida que sintió nostalgia, pues había dejado todo eso atrás, pues sentía que su misión en vida había quedado incompleta, pues aquel resultado final era muy distinto del que ella hubiese querido. La tristeza que le había embargado instantes antes de dejar el mundo de los vivos, antes de aparecer en aquella absoluta oscuridad, se hizo presente de nuevo.
Quería volver, para terminar lo que empezó, para concretar su deseo de finalmente hallar en vida una paz que nunca pudo tener, para mirarlo a él nuevamente y corresponder las dos últimas palabras que escuchó de su voz, para mantener la esperanza de recuperar a un padre que había perdido incluso antes de que se transformase en «una mente vacía», para salvar a una realidad que poco a poco se aproximaba a ser manejada por un ente enfermo de poder. Pero todos esos deseos carecían de algún valor, se quedarían en solo eso, meros deseos, pues su hora había llegado, ella había aceptado la muerte y ahora formaba parte de ella.
Pensándolo bien, ¿por qué tener tantas preocupaciones al respecto? ¿Qué acaso no era problema de los vivos lo que sucediera con el mundo? ¿No era la muerte la forma más segura de hallar la paz? Pues al parecer no, ya que el silencio y la oscuridad no se asemejaban a lo que ella entendía por «paz», pues por muy vacío que todo estuviese a su alrededor, su mente se encontraba atiborrada, gritándole por medio de sus memorias, haciéndole sentir todavía aferrada a un mundo al que ya no pertenecía, como si eso último no fuese cierto, como si todavía estuviese viva. Pero no, eso no era verdad, pues ella había sentido como la vida se despegaba de su ser, como él se encargaba de liberarla, por medio de la muerte, del control de aquella entidad verde esmeralda, algo que le agradecería eternamente, algo que le hacía recordar que él se había quedado solo contra aquella fuerza sobrenatural que acababa de ponerle fin a ella, multiplicando sus deseos de volver, de vivir de nuevo, de poder ayudarlo de alguna manera, multiplicando su aflicción, su impotencia, su apego hacia ese mundo terrenal.
Sin embargo, ya era tarde, la negrura circundante era un recordatorio innegable de que todo había acabado, de que tarde o temprano todos esos pensamientos acabarían por desaparecer, así como toda ella lo haría eventualmente. Al final de cuentas, los más descreídos entre los humanos tenían la razón: luego de la muerte no existe nada, solo oscuridad total. Aun así, aun llegando a esa conclusión, había algo que le impedía terminar de creérselo. ¿Qué sentido tenían entonces ellos, la humanidad, para los seres eternos? ¿De verdad la muerte era así de vacía, así de falta de sentido, solo una mera fundición con la nada? No, era inconcebible, no podía ser cierto. Pero nuevamente una interrogante, una ínfima posibilidad, surgió dentro de ella: si ese vacío en medio del cual ella se encontraba no era realmente la muerte. ¿Dónde más podría estar?
Finalmente, como si sus cavilaciones pudiesen ser escuchadas por lo que sea que pululara entre las sombras a su alrededor, una luz quebró la oscuridad de manera rotunda, como si de la luna llena en una noche sin estrellas se tratase, un punto luminoso en medio del firmamento, solo que este era de un color extrañamente familiar para ella: magenta. Sí, una luz magenta que parecía intensificarse a cada segundo que transcurría, pero no esparciéndose por los alrededores, sino iluminándola directamente a ella, enfocándola como si de una linterna se tratase, deslumbrándola por momentos. Pudo ver entonces, gracias a aquel intenso brillo y para su propia sorpresa, sus manos, luego sus brazos y sus hombros, y al bajar la mirada, su torso desnudo, su vientre y su piel blanquecina, mientras era iluminada enteramente. Sus piernas parecían volver a existir cuando sus pies descalzos sintieron un piso sobre el cual apoyarse, como un milagro luego de tanta desolación. Entonces, la luz se alargó y apuntó un poco más abajo, para reflejarse en un camino aparentemente hecho de cristal, reflejando la luz, marcando un sendero en línea recta entre ella y aquella luminaria.
Sin pensarlo un solo segundo, imbuida de una emoción incontenible, ella empezó a caminar sobre el suelo de vidrio, percatándose de que la luz tenía su origen a su misma altura. Avanzó sin pausa, hasta lograr distinguir una forma, algo que la dejaba totalmente consternada e incrédula: era una nube, sí, la misma nube de pensamiento de la mente de Marko, la misma que la acompañó en el laberinto de Imperos, sí, esa misma nube flotaba ahí enfrente de ella, y en medio de tanta oscuridad le devolvía una esperanza que ella creía muertas junto con ella.
Una vez tuvo aquella peculiar figura sin forma definida enfrente, tal y como la recordaba, se sintió tentada a tocarla, pero una duda la detuvo en seco, o mejor dicho, una sensación repentina, como un escalofrío recorriéndola, una impresión de estar siendo observada, una incertidumbre repentina que también se esfumó tan pronto escuchó una voz a sus espaldas.
—Puedes tocarla, Alessandra, todo estará bien.
Ella se volteó, completamente sobresaltada al oír esas palabras, solo para petrificarse en el instante que vio detrás de ella el mismo cabello abundante y oscuro, la misma piel blanca y los mismos ojos que brillaban en anaranjado fuego, una visión que le hizo caer de rodillas al suelo, llevándose las manos alrededor de la boca, mientras pronunciaba su nombre.
—Pyrea —susurró con un hilo en la voz, mientras la mujer de ojos de fuego se acercaba rápidamente y se arrodillaba junto a ella, quien la abrazó con fuerza, rodeando su cuello— ¡Eres tú! ¡No puedo creerlo, de verdad estás aquí! —exclamó entre gritos ahogados, con la voz temblándole de la emoción.
—Esto es una sorpresa incluso para mí, Alessandra —dijo Pyrea, correspondiendo de lleno el abrazo, dejándole sentir su intenso calor sobre su piel.
¿Cómo era eso posible? ¿Cómo, si acababa de morir, podía sentirse tan viva? ¿Qué podría haber sucedido con ella para que un ser eterno como Pyrea no se esperara aquello que estaba ocurriendo? Necesitó reunir valor para deshacer el abrazo y separarse de su protectora, para entonces mirarla a la cara y preguntarle aquello que tanto temía.
—¿Tienes alguna idea de donde estamos? —preguntó temerosa, titubeando antes de formular la siguiente interrogante— ¿De verdad estoy muerta?
Tan pronto terminó de decir eso último, lo que vio en el rostro de Pyrea la desconcertó totalmente: ella no se estaba guardando nada, ella no sabía qué contestar, ella dudaba. Sí, por primera vez desde que habían comenzado a interactuar, Alessa logró distinguir la incertidumbre total en la expresión de la mujer de ojos anaranjados, la cual de inmediato no hizo sino incorporarse y mirar sus manos con extrañeza, luego miró el entorno, hasta que por fin pudo esbozar alguna respuesta.
—No fui yo quien te trajo aquí, Alessandra. Sin embargo, sí sé dónde estamos, y también sé otra cosa: no es aquí a donde viene las almas al morir —explicó rápidamente, dando una breve pausa al ver a Alessa abrir sus ojos por completo, justo antes de proseguir—. Esto es el abismo, es decir, el vacío sobre el cual flota el universo físico, y eso —dijo, señalando a la nube magenta—, no es un pensamiento de Marko, es un alma humana. —En ese momento, ella también se puso de pie, incrédula, volteando a mirar hacia la nube—. Lo he visto, ella también me trajo hasta acá, y también me mostró quién es.
Alessa sintió un nudo en la garganta, uno tan apretado que apenas y le permitió hablar, pues no sabía qué esperar como respuesta a lo que estaba a punto de preguntar.
—¿Q... ¿Quién es ella? —preguntó con voz temblorosa.
La tensión creció aún más cuando Pyrea reaccionó a la pregunta, llevándose ambas manos a la cabeza, como quien se sabe a punto de decir algo de lo cual se arrepentirá.
—Alguien... —Tuvo que reunir valor para terminar la frase—. Alguien a quien yo te quité, Alessandra —espetó antes de acercarse a ella de nuevo, quien no cabía en sí misma de la confusión, tomándola de los hombros— ¡Solo mírame! ¡Yo no debería tener forma! ¡Soy un simple fragmento de la Energía del Caos! ¡Esta forma no es mía, yo se la quité a ella cuando me vinculé contigo! ¡La borré de tu memoria, por eso no la reconoces!
Completamente horrorizada ante lo que estaba escuchando, Alessandra simplemente miró fijamente a Pyrea y se soltó de ella, separándose, intentando asimilar todo cuanto acababan de escupirle en la cara, pero al fijarse en la expresión y actitud de la mujer frente a ella, se dio cuenta de lo evidente: estaba arrepentida, por eso la miraba a ella con preocupación, quería implorarle perdón, pero no sabía cómo. Sin embargo, ella no sentía rencor, pues todo lo malo que podría encontrar en su protectora ya había sido compensado con creces, así que simplemente se le acercó, colocándole sus manos sobre las mejillas y pegando frente con frente.
—Tranquila, Pyrea... Ni tú eres el mismo ente que entró a mi cuerpo hace más de un año, ni yo soy la misma chica —le susurró cálidamente mientras la miraba nuevamente a los ojos—. Solo dime de quién se trata, por favor, necesito saber quién es ella.
—Es la persona que te enseñó a hacer esto —respondió rápidamente, refiriéndose al gesto cariñoso que estaba haciendo Alessa con ella de poner sus frentes juntas con sus manos sobre sus mejillas—. Ella lo hacía cuando tenías miedo.
Aquella respuesta descompensó a Alessandra, la hizo comenzar a buscar entre su memoria, ahí a la distancia, pues sí, lo que estaba haciendo era una conducta aprendida, y entonces recordó el momento en el que hizo lo mismo con Annelien, justo al reencontrarse con ella antes del laberinto, sí, ahí estaba la respuesta...
—No puede ser —jadeó Alessa, como si se le escapara el aire, llevándose las manos a la boca, tensando todos los músculos, quedando completamente muda de la impresión—. Ella es... Pero... ¿Cómo es posible...?
En ese momento, antes que siquiera Alessandra fuese capaz de formular la pregunta con claridad en su mente, Pyrea generó una esfera de energía anaranjada.
—Quiero que lo veas por ti misma —suspiró Pyrea al momento en que introdujo la esfera anaranjada en la frente de ella sin darle oportunidad de reaccionar.
A partir de ese instante, todo regresaba a su mente en un tempestuoso vendaval de memorias perdidas.
A sus escasos ocho años de edad, ya había conocido el miedo. Ya sabía lo que era despertar en medio de la noche, sobresaltada por las horrendas imágenes que alguna pesadilla ocasional arrojaba en su mente, escondiéndose entre las sábanas como si le brindasen protección contra cualquier monstruo que estuviese acechando desde la oscuridad. Eso era el miedo para ella, uno que se esfumaba tan pronto ella aparecía. Ella era su cobijo incondicional, su universo entero, el calor de sus brazos le bastaba para llenarse de valor, para ser fuerte y lograr volver a dormir plácidamente. Solo una persona lo lograba, solo ella, a quien su padre conocía como Cristine, pero para ella solo había una denominación posible: «Mamá». Sin embargo, aquella noche, todo estaba por cambiar.
Un sonoro pitido la despertó en medio de la noche, repiqueteando incesantemente sin que ella comprendiera bien el motivo. Buscando el origen de aquel sonido, sus ojos encontraron el dispositivo instalado en el techo de su habitación, el cual pudo vislumbrar gracias a la extraña luz anaranjada que ingresaba a través de los bordes de su puerta. El ambiente se sentía misteriosamente caliente y un olor extraño comenzaba a distinguirse, haciéndola toser sin control al inhalarlo. Algo no marchaba bien, algo dentro de ella se lo decía a gritos, provocando que el miedo invadiera progresivamente su cuerpo.
De repente, su corazón dio un vuelco cuando la puerta fue abierta de golpe.
—¡Alessandra! —Era su madre, entrando apresuradamente a su cuarto, la cual comenzó a llenarse de un humo denso y oscuro, rodeándola entre sus brazos— ¡Oh, por Dios! ¿Te encuentras bien?
—Mamá —murmuró, mirando a su madre a los ojos, detectando en ellos el mismo miedo que ella sentía— ¿Qué está pasando?
Su propia tos la interrumpió al ingresar el humo por sus vías respiratorias. Pensando rápidamente, Cristine sacó una almohada de su funda, y con esta última le cubrió la boca y la nariz a su hija.
—Toma, sostén esto sobre tu cara y respira —le dijo, sin poder evitar conmoverse al ver su asustada mirada—. Cariño, tenemos que salir de aquí rápido, la casa se está quemando. Ven, agárrate de mí —le indicó con la voz más calmada que pudo para que se abrazara a ella mientras la cargaba.
Ella obedeció sin chistar, pues a pesar del miedo, su madre estaba ahí para protegerla, sabía perfectamente que no permitiría que nada le sucediera, así que con toda la fuerza que su mano libre le permitió se aferró de su cuello mientras la cargaba, en tanto sujetaba sobre su rostro la delgada tela de la funda, sintiendo los apresurados pasos de su madre saliendo de su habitación.
Desde su perspectiva, veía lo que iba quedando atrás de ellas, su habitación, la de sus padres y el resto del piso superior de su casa, todo lleno del mismo humo. A continuación las escaleras, que se hacían cada vez más largas, y el humo cada vez más denso, sintiendo un intenso ardor en sus ojos. Entonces lo vio, voraz y espeluznante, naranja y resplandeciente, el fuego devoraba las paredes y los maderos de lo que hasta esa noche había sido su hogar, trepando estrepitosamente hacia el piso de arriba, justo donde ellas se encontraban hacía cuestión de escasos minutos. Ella pudo sentir como su madre aminoraba el paso hasta detenerse, y luego sintió como era bajada hasta el suelo con suavidad. El calor era insoportable, el humo volvía casi imposible la tarea de respirar, aun con la rudimentaria protección de la tela sentía que comenzaba a asfixiarse.
Echó un vistazo rápido a su entorno y se encontró con la cocina, la cual parecía el mismísimo infierno, totalmente prendida en llamas, de seguro de ahí se habría originado el fuego, luego buscó a su madre y la consiguió visiblemente alterada, mirando hacia la entrada de la casa, la cual estaba totalmente bloqueada por restos llameantes del techo y las paredes aledañas que se habían derrumbado precisamente en ese punto. De pronto la vio correr hasta el comedor, al cual comenzaba a alcanzar el fuego, tomando con rapidez una de las sillas, regresando en carrera hacia donde ella estaba, arremetiendo mientras gritaba desesperadamente contra una de las ventanas que daban hacia el exterior, volando el cristal en pedazos, destrozando a su vez la silla. Acto seguido, se agazapó junto a su hija, mirándola fijamente.
—Alessa, necesito que saltes por ahí —dijo, señalando al orificio cuadrado que había quedado en la pared en lugar de la ventana.
—Pero mamá, ¿qué va a pasar con...?
—¡No te preocupes por mí! ¡Ya buscaré otra salida! —gritó Cristine con voz aguda, fallando en el intento de detener las lágrimas que salieron de sus ojos, con sus labios temblando descontroladamente— ¡Debes salir tú primero! ¡Salta y aléjate de aquí lo más que puedas!
Alessandra, quizás por su inocencia, quizás por su propio miedo, no comprendía bien por qué su madre hacía lo que estaba haciendo, no comprendía qué era lo que se veía en su mirada, ni el motivo de sus lágrimas, ni el tono con el que le hablaba, pues jamás la había visto así. Sin embargo, su confianza en ella era tan ciega, que simplemente asintió a su orden y se encaramó sobre el marco vacío de la ventana, por el cual apenas y cabía a lo ancho aun siendo delgada y pequeña. Justo antes de saltar, devolvió la vista a su madre, quien se acercó una vez más a ella, con lágrimas todavía desbordándose de sus ojos.
—Te amo, Alessandra —suspiró mientras le plantaba un beso en la frente de su hija ante su confundida mirada, para luego empujarla con suavidad, ayudándola a saltar hacia el exterior.
La caída dolió un poco, pero logró incorporarse de inmediato. Una vez fuera, las indicaciones de su madre resonaron con mayor fuerza que nunca en su cabeza, así que arrancó a correr precipitadamente hasta quedar en la acera opuesta a su casa.
De repente, un estruendoso crujido la hizo volverse, solo para ver rápidamente una escena que transcurrió en una fracción de segundo, pero que a sus ojos pareció una eternidad: un primer instante vio su casa envuelta completamente en llamas, al siguiente alcanzó a ver a su madre, sin moverse de la pequeña ventana por la cual ella acababa de saltar, y por último, la edificación entera se desplomó por completo a mayor velocidad de la que su mente fue capaz de procesar, sepultando instantáneamente todo lo que había dentro, sepultándola a ella para siempre.
Todo se oscureció por completo, hasta que el resplandor anaranjado la devolvió al presente...
Su garganta quería emitir tan siquiera algún jadeo, pero era imposible, todos sus músculos estaban entumecidos. Sus pensamientos se habían desactivado por completo, pues en su mente solo se reproducía la misma secuencia que acababa de ocurrir ante sus ojos, sintiéndola tan vívida en cada corrida como si le fuese insertada debajo de cada rincón de su piel. Tras múltiples repeticiones, todo cuanto recordaba de su madre pasó por su mente, solo que ella volvía a tener un rostro en esos recuerdos, un rostro que ella había estado viendo en Pyrea durante los últimos tres días sin haberlo reconocido. Finalmente, aquel torrente infernal de recuerdos, manchado de una tristeza trágica que volvía a ser parte de ella, le provocó una reacción similar a la que tuvo aquella noche, once años atrás, en cuanto vio a su antiguo hogar derrumbarse frente a sus ojos.
Como dos pilares imposibilitados de sostenerse, sus rodillas flaquearon y cayeron al suelo, mientras sus manos se dirigían a cubrir su rostro casi por inercia, sintiendo el líquido salir sin control de sus ojos, empapando sus dedos y sus mejillas profusamente, a la vez que un llanto descontrolado comenzó a asomarse desde adentro, encorvando su torso hasta tocar sus muslos con sus codos. Así lloró amargamente, durante varios minutos, lloró como nunca lo había hecho, o mejor dicho, como solo aquella noche lo hizo, dejando que cada gemido y cada grito ahogado que conformaba su lamento salieran de ella sin contención alguna, pues habían tantos motivos para hacerlo que contenerse sonaba a locura.
Finalmente, cuando su llanto comenzó a amainar, las emociones desbordadas comenzaron a ser sustituidas por pensamientos, hasta que reparó en las circunstancias en las que se encontraba, hallando una incongruencia bastante notoria, algo que no tenía sentido, pero que igual estaba ocurriendo.
—Estoy llorando —dijo para sí misma en un suspiro, mirando sus manos mojadas por el torrente de lágrimas, dándose cuenta de que su piel ya no se encontraba del todo expuesta, ahora estaba vestida tal y como se encontraba antes de quedar inconsciente en la habitación de Annelien— ¿Por qué estoy llorando? ¿Acaso no estoy...?
—Lloras por lo que te he devuelto —escuchó aquella voz frente a ella, femenina y resonante, hablarle con calma—. Al remover ese recuerdo y esa imagen de tu mente, te quité una parte de tu energía, una parte que acabas de recobrar, razón por la cual se ha reconstruido tu imagen mental, la imagen que conservas cuando sales de tu cuerpo, por eso lloras, porque en este momento tu mente lo concibe como la forma en la que desahogas todo eso que sientes.
Levantó la vista para encontrarse con Pyrea, envuelta en llamas anaranjadas, tal y como la había visto por primera vez. Mientras ella hablaba, Alessa se incorporaba lentamente, hasta que estuvo completamente de pie y se dirigió a ella con una voz afligida, mezclando dolor e indignación en su mirada.
—¿Por qué lo hiciste...? —suspiró ella con la voz quebrada, recordando con rencor que la entidad que tenía enfrente era quien le había hecho olvidar a su propia progenitora, apretando sus puños justo antes de preguntar nuevamente, diciendo entre dientes cada palabra— ¿Por qué me la quitaste?
—Es su naturaleza —interrumpió una voz a espaldas de Alessandra, una que ella reconoció inmediatamente, helándole la sangre, provocando que sus ojos se abrieran por completo, todavía sin volverse, completamente petrificada.
—Le he devuelto su forma —le dijo Pyrea, quien todavía la miraba de frente.
Totalmente incrédula, Alessandra volteó lentamente, quedando sin palabras al verla. Cómo no reconocer su rostro si acababa de rememorar el momento en el cual dejó de existir, cómo no reconocer su voz si acababa de reproducir sus últimas palabras. Era ella, después de once años, mirándola a los ojos nuevamente, era Cristine, o como mejor la conocía...
—¡Mamá! —gritó Alessa, precipitándose a abrazarla, un abrazo que ella correspondió inmediatamente.
Intentó decir algo más, pero sentir las manos de ella envolviéndola de nuevo le quitó por completo el habla, sustituyendo sus palabras por nuevos sollozos generados a partir de tanta emoción contenida en sus adentros, una emoción que no hizo sino dispararse aún más al escucharla hablar de nuevo.
—Soy yo, Alessandra —escuchó la voz de su madre susurrándole tiernamente al oído—. Todo este tiempo pensé que nunca volvería a hacer esto —dijo Cristine, al momento en que se separaba con suavidad de su hija para mirarla frente a frente, cruzando sus ojos azules con los ojos verdes de ella, dibujándose en su rostro una sonrisa—, tan solo mírate, ya eres más alta que yo.
—¿De verdad fuiste tú todo este tiempo? —le preguntó Alessa, con un revoltijo de emociones reflejado en sus ojos—. Cuando estuve en la mente de Marko, cuando desperté en aquel laberinto... La nube magenta... Eras tú, estabas conmigo...
—Fue ella quien evitó que la mente de Marko colapsara y nos erradicara a ambas. —Volvió a hablar Pyrea, haciendo que Alessa voltease a verla—, así como fue ella quien evitó que Imperos te lanzara aquí, al abismo, cuando nos separó en el núcleo mental de Marko.
—¿Por qué no me lo dijiste? —La indignación regresó al rostro de Alessandra— ¿No fue suficiente con quitarla de mi mente? ¡¿No te bastó con eso?! —gruñó mientras comenzaba a apretar los dientes, hasta que finalmente gritó— ¡¿Qué más, Pyrea?! ¡Yo confié en ti, maldición! ¡¿Qué otra mierda me has ocultado?! ¡Dímelo!
—No le hables, así, Alessa —replicó Cristine, sorprendiéndola al tomarla del brazo. Ella se calmó inmediatamente.
—Mamá, pero ella te...
—Ella hizo lo que su naturaleza le dictó en aquel momento en que se vinculó contigo, pero ahora es tu protectora, así que escúchala. —La tomó del rostro con ambas manos—. Es gracias a ella que podemos hablar justo ahora.
Alessa respiró hondo ante aquellas palabras, volteando nuevamente hacia Pyrea, mordiendo sus labios, con una mirada ahora confundida en la cual la aflicción persistía.
—Pero... ¿Entonces por qué...? ¿Entonces cómo...?
—Porque no lo sabía, Alessandra —respondió Pyrea con voz serena—. Se comportó como un pensamiento más, pero tan pronto la vi fusionada con nosotros pude sentir lo superior que era su energía a la de cualquier pensamiento. Sin embargo, no fue hasta ahora que me hizo saber que se trataba de ella, es un alma que quedó ligada a este mundo, dejando en él la mayoría de su energía, pero solo hay una explicación para que esa energía sea tan desmesurada —dijo al mismo tiempo que señaló a Cristine con su dedo encendido en llamas—: ella era como Marko, poseía el Corpus Spectrum.
Escuchar eso último la dejó muda. Todo se paralizó en ella, sin darse cuenta se había llevado las manos a la boca mientras se volvía hacia su madre, pero cuando movió la boca para hablarle, ella se adelantó.
—Es cierto, así como también lo son muchas cosas —le dijo mientras se volvía a acercar a ella—. La verdad es que no tenía idea de que era esto, siempre pensé que eran sueños extraños y recurrentes, pero luego de morir te seguí viendo. Tu padre no estaba en casa esa noche, ni tampoco lo estuvo con mucha frecuencia luego, viviste una vida solitaria de tu adolescencia en adelante, tus relaciones personales fueron inestables, pero siempre estuve ahí, velando por ti, esa misteriosa motivación que sentías para seguir adelante a pesar de todo, era yo, siempre estuve ahí cerca. —Alessa la miró conmovida, como si por fin entendiera todo.
»Cuando tu padre fue poseído por Imperos, te alejé de él tanto como pude. Yo no podía controlarlo, pero luego apareció ella. —Señaló a Pyrea—. Ella hizo algo que yo jamás logré: removió de ti la pirofobia que te causó aquella experiencia —explicó, refiriéndose a la noche en que murió—, te quitó el miedo, te llenó de un valor que nunca habías tenido, fue aprendiendo de ti, yo observé cómo lo hacía, ni siquiera me importó que me quitara de tu memoria, fue un precio que estuve dispuesta a pagar, no puedo sino estar agradecida por todo lo que ha hecho por ti.
Alessandra se volvió a Pyrea, mirándola con ojos de arrepentimiento tras haberle hablado de forma agresiva.
—Perdóname... Al mismo tiempo, gracias, Pyrea, pero todavía me pregunto, ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué quitarme mi mayor sufrimiento, mi mayor miedo?
—Me alimenté de él, Alessa, soy parte de la Energía del Caos, y no hay nada más caótico en una mente humana que el dolor y el miedo. Yo también lo lamento, por mi culpa fuiste repudiada y temida sin saber por qué, prácticamente te condené a pasar todas tus noches alejada del mundo entero, en la oscuridad.
—¿Qué importancia tiene eso, Pyrea? Justo ahora, ninguna, solo me gustaría que te hubieses dado a conocer antes, solo quisiera... —Hizo una pausa, tras la cual comenzó a morder sus labios, temblando—. Solo quisiera poder regresar... Poder... Tener otra oportunidad...
Sin poder controlarse, imbuida nuevamente en los recuerdos de los tres días anteriores, los cuales la habían llevado a donde se encontraba, en medio de la nada, comenzó a sollozar de nuevo.
—Ya no te corresponde a ti detener a quien te causó esto, Alessa. Yo también lamento no haber podido hacer nada más cuando Imperos te poseyó, pero él me bloqueaba, era superior a mí, lo único que pude hacer fue traerte hacia acá en cuanto tu energía fue fragmentada, solo para que supieras la verdad. Tú, Alessandra, tú eras lo que me mantenía atada al mundo físico, yo solo quería hacer esto de nuevo: hablarte, abrazarte, decirte que estoy orgullosa de la mujer en la que te convertiste, pero ahora que lo he hecho, yo...
—Tuve que morir para hacerlo, y créeme, yo también ansiaba poder hacerlo —replicó Alessa, interrumpiéndola, con la aflicción de vuelta en sus expresiones—. Sin embargo, por más que debo aceptarlo, no lo entiendo. Si el vínculo entre Pyrea y yo se deshacía con la muerte, ¿por qué seguimos juntas aquí, en el abismo?
Como si tanto Pyrea como Cristine hubiesen estado esperando una pregunta como esa, la miraron fijamente, una sin expresión alguna, la otra con un deje nostálgico en sus ojos, confundiéndola aún más, temerosa por una respuesta que no llegaba por parte de ninguna de las dos, hasta que vio a su madre reaccionar, encendiendo un aura magenta, igual a la de su forma nubosa.
—Es momento de partir, Alessandra —suspiró, tomándola de las manos.
La poca firmeza que quedaba en ella terminó de resquebrajarse, para dar paso a una súplica, con la garganta entrecortada y su voz en un hilo casi completamente roto.
—Por favor, no quiero dejarlo todavía, no quiero que él muera también.
—Yo también quisiera —susurró Pyrea, objetando la petición de Alessa.
—Y yo... Yo solo deseaba esto —afirmó Cristine, interrumpiendo a la mujer llameante.
Tras cerrar sus ojos, resignándose con pesar a su inminente destino, hizo una última y necia pregunta.
—¿Voy a desaparecer? ¿Fue todo lo que me faltaba para dejar este mundo?
De pronto, en medio del silencio, su madre puso su mano sobre el pecho de ella, tomándola por sorpresa, para luego iniciar una descarga de energía sobre ella, una que la envolvió instantáneamente, haciéndola sentir cada vez más ligera, cada vez más tenue, cada vez más fuera de toda consciencia. Todo lo que sintió Alessandra fue el calor de las llamas de Pyrea abrazarla a su espalda mientras aquel torrente magenta la atravesaba, todo lo que vio fue el negro volverse claro, y todo lo que escuchó al final fueron las últimas palabras que escucharía de la voz de su madre.
—Para que pudieras vivir, te dediqué mis últimos esfuerzos, y si pudiera volver a hacerlo, lo haría sin dudar, con tal de que vivieras.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro