2. Alessandra
A su alrededor, decenas de personas circulaban, produciendo los ruidos propios de una muchedumbre en movimiento. Sin embargo, todo lo que Marko escuchaba era un aplastante silencio, y todo lo que veía era la imagen estática de la chica frente a él, como si el tiempo se hubiese detenido ante aquella pregunta. Era como verla de nuevo en aquel claro boscoso, como ver una vez más ese resplandor anaranjado en sus ojos.
El miedo y la sorpresa pesaban toneladas sobre sus hombros. Él estaba inmóvil, literalmente paralizado, con su corazón martillando su pecho a toda marcha. Intentaba pensar en algo, en alguna posible respuesta, en alguna forma de escapar de aquella confrontación, pero su mente estaba en blanco, la situación lo superaba por completo.
—Sí, te estoy hablando a ti —dijo ella, al ver la nula reacción en él, como si le hablara a una estatua—. Sé que me reconoces...
Fue en ese momento que a Marko se le heló la sangre. No había coincidencia alguna, no había creaciones de su mente, no existía ninguna pesadilla; esto era la realidad dándole una bofetada, gritándole a viva voz que aquella escena aterradora que había vivido la noche anterior había sido completamente real.
La voz de Marko se tornó temblorosa y entrecortada al intentar dar una respuesta coherente.
—No... No puede ser... Digo... Tú... Debes estar confundiéndome con alguien más. —A pesar de la evidencia, la negación seguía ahí como único mecanismo de defensa ante una verdad innegable—. Yo... Yo jamás te he visto antes.
—¿Seguro? —contestó ella con ironía, manteniendo su actitud desafiante— ¿Entonces por qué me miraste de esa forma al entrar al salón? ¿Por qué me miras así justo ahora?
Acorralado del todo, Marko intentó por todos los medios controlar sus nervios. Respiró profundo y soltó un suspiro para aclarar su mente, y solo entonces fue consciente de la situación lógica: esa era la realidad, no su pesadilla, y hasta los momentos, ella no era más que una persona de carne y hueso, al igual que él. Finalmente, al reparar en la actitud retadora de su interlocutora, no hizo sino sentirse indignado, y fue la indignación la que le otorgó un arranque de coraje.
—Espera, mejor detente ahí. —Armado de valor, Marko dio el paso que le faltaba para bajar las escaleras, y cuando hubo quedado justo frente a ella, endureció su tono de voz—. No tengo ni idea de lo que estás hablando. ¿Mirarte de qué forma? Lo siento, pero no entiendo nada. Ni siquiera —dijo, haciendo una breve pausa, buscando las palabras, con una tensa expresión en su rostro—. Ni siquiera me has dicho tu nombre.
Ella se mostró intimidada ante el cambio brusco en él. Recién acababa de darse cuenta de la pronunciada diferencia de altura entre ambos. Era una sensación extraña, de pronto se sentía pequeña y disminuida.
Tomada por sorpresa, ella frunció el ceño por un momento, bajó la guardia y cambió su tono de voz.
—Está bien, tienes razón, me disculpo. —Por unos instantes bajó la mirada, con vergüenza—. Mi nombre es Alessandra, pero puedes llamarme Alessa.
—Muy bien, Alessa, me llamo Marko —respondió con tanta firmeza como pudo, intentando disimular los nervios, que se negaban a desaparecer—. Ahora bien, comencemos de nuevo, ¿qué te hace pensar que te reconozco?
—Me miras con miedo —suspiró ella, cuya voz comenzaba a entrecortarse—. Me miras con los mismos ojos llenos de miedo con los que me miraste anoche, allá en el bosque.
Al escuchar eso, Marko quedó de piedra, sin poder evitar abrir sus ojos como platos, como si la sola mención de la noche anterior bastara para entrar en pánico. Volvió a sentir miedo, Alessa volvió a percibirlo y su mirada se ensombreció, como si algo se quebrase dentro de ella.
Sin previo aviso, ella eliminó la distancia entre ambos, tomándolo de su camisa con brusquedad.
—¡Deja de mirarme así! —Ella ahogó un grito, su voz sonaba suplicante mientras miraba a Marko directo a los ojos— ¡No soy un monstruo! Soy una persona, al igual que tú. Tengo miedo, al igual que tú...
El corazón de Marko dio un vuelco. Aquello lo tomó desprevenido, mucho más al darse cuenta que los ojos de Alessa se habían humedecido, ella estaba a punto de llorar. Sin embargo, verla ahora de esa forma, sumado a escuchar sus palabras, provocó una sensación extraña en él, como si toda la tensión se esfumara en un instante.
—Espera, cálmate, ¿sí? —dijo él, tomándola de los hombros, apartándola con suavidad— Está bien. Lo admito, te reconozco y eso me asusta, no puedo negarlo. —Hizo una breve pausa, sin dejar de mirarla a los ojos—. Lo siento. Es que todo es tan confuso, se supone que...
—No, yo soy la que lo siente —replicó ella, avergonzada, negando con la cabeza, llevándose las manos a la cara, intentando recomponerse mientras gruñía de frustración—. No fue la mejor manera de abordarte, de verdad lo siento. —Ella volvió a mirarlo, suavizando su voz tanto como pudo—. Solo quiero saber si eres como yo...
En ese momento, Marko lamentó no tener una respuesta, lamentó que su monumental confusión lo dejase desarmado del todo. Por un momento, lo lamentó incluso por ella, pues en sus ojos podía percibir el mismo miedo, el mismo nerviosismo y la misma confusión que él sentía. Quizás por eso le provocaba un extraño alivio el mirarla a los ojos, se sentía comprendido.
—Lo lamento, quisiera poder decírtelo —explicó, negando con su cabeza—, pero lo cierto es que no tengo idea de lo que tú eres, ni mucho menos sé lo que yo soy. Se suponía que todo eran meras pesadillas. Sí, se suponía hasta que tú apareciste...
Al escuchar eso último, ella entrecerró sus ojos y dio un suspiro, frustrada.
—Créeme cuando te digo que nadie desearía más que yo que fuesen solo pesadillas —murmuró entre dientes, con su voz carcomida por la impotencia.
Acto seguido, ella se apartó con rapidez, dio media vuelta y se dispuso a alejarse. Aún confundido, Marko intentó retenerla.
—¡¿Me culpas por eso?! —exclamó él, a lo que ella frenó en seco y volteó a mirarlo— ¡¿Me culpas por no entender algo que no tiene sentido?!
Ella se limitó a responder con suma frialdad, mirándolo de reojo.
—Cuando vuelvas a dormir, ve a donde me encontraste por primera vez. Solo así vas a entender todo esto.
Así sin más, Alessa volvió la vista al frente y siguió caminando a paso rápido hasta perderse de vista, dejando a un Marko confundido y estupefacto parado frente a la entrada del edificio.
Mientras tanto, ojos atentos observaban aquella escena...
Justo ahí, en aquel salón a oscuras, la luz solar que ingresaba por la ventana enmarcaba un rostro de rasgos finos y un abundante cabello cobrizo, desparramado en ondas sobre una elegante silueta femenina. Ella analizaba lo que acababa de presenciar, y con ello decidiría el siguiente movimiento de su investigación personal.
«Alessandra Weiss...»
Reconocía a la chica de cabello corto, a quien hasta entonces solo había podido ver en fotos, consciente de que en ella podía reposar gran parte de las respuestas a sus preguntas. Al muchacho, en cambio, jamás lo había visto, ni siquiera le resultaba familiar, pero sin duda alguna lo tendría vigilado a partir de ahora. Era imposible escuchar la conversación, pero el extraño comportamiento de ambos participantes y lo poco que alcanzó a entender por lectura de labios confirmaban el misterio descomunal ante el que se encontraba.
De repente, una inquietante sensación de no estar sola la invadió, a lo que ella volteó de inmediato. No logró ver a nadie, pero sí advirtió la puerta entreabierta. Sí, había alguien ahí con ella, pero justo antes de abrir la boca para preguntar quién estaba ahí, las luces del aula se encendieron, y una figura masculina se mostró ante ella, una que ella no tardó en reconocer.
—Así que eras tú —pronunció ella, cordial, esbozando una media sonrisa.
Sin embargo la respuesta que obtuvo no pudo ser más dispar. La mirada fría de aquellos ojos azules inexpresivos acompañó a una voz profunda e indignada.
—¿Se puede saber qué haces aquí, Annelien?
La puerta se abrió con lentitud, dejando a la intensa luz del mediodía colarse entre la oscuridad de la habitación. Sin encender las luces, cerró la puerta tras de sí, y su estilizada silueta se encaminó hasta el otro lado del estrecho recinto, dejando sobre una mesa todo lo que traía encima. Llegó hasta la cama y se sentó sobre ella, cerró sus ojos y recargó su espalda a la pared, rememorando todo lo que acababa de pasar.
Nada la había preparado para algo así, para un encuentro con alguien semejante a ella, ni siquiera había concebido tal posibilidad. Hasta ese momento, ella era un accidente, el daño colateral de un experimento fallido, pero todo lo que creía saber comenzaba a desmoronarse desde el momento en que lo vio a él.
—Marko...
Repitió su nombre en voz baja para recordárselo a sí misma, no iba a olvidarlo con facilidad, no con todos los pensamientos que caían en avalancha al reproducir de nuevo aquella escena en el bosque. Recordar su mirada asustada al verla le sentaba muy mal, sus nudillos se tensaban cada vez que aquella imagen retornaba a su mente.
Con el pasar de los minutos, ante sus ojos revivía una vez más la recién ocurrida conversación entre ellos. No dejaba de reprocharse a sí misma, pues hubiese deseado no dejarse llevar por sus impulsos, no lanzarse de la forma en que lo hizo para hablar con él. Luego de muchísimo tiempo, volvía a importarle lo que alguien más pensara de ella; sí, lo que un perfecto desconocido pensara de ella.
«Se suponía que todo eran meras pesadillas». Las palabras de él se repetían sin cesar en su mente.
Así se mantuvo durante varios minutos, cabeceando al respecto, hasta que dio un breve suspiro, con la certeza de que no tenía otra alternativa que permanecer tranquila y esperar que él hiciera caso a su última petición. Con el resto de la tarde libre, resolvió salir a caminar, como tantas veces solía hacerlo, para así despejar sus tormentosos pensamientos y abstraerse de su perpetua sensación de soledad, mientras esperaba el anochecer.
Mientras atravesaba el umbral de la puerta, volvió a hablar para sí misma.
—Afortunado aquel cuyas pesadillas terminan al despertar.
Negada a cambiar su expresión cálida y jovial, ella tomó la credencial que colgaba a la altura de su pecho y la puso al frente, como si fuera un crucifico para espantar demonios.
—El reglamento dice que esto me autoriza a estar aquí, así que tuve que arreglármelas para obtenerlo —dijo ella, insistiendo en su tono cordial y despreocupado—. Por supuesto, no fue fácil, pues he debido madrugar para reunirme con el consejo académico justo antes de iniciar las clases...
—Lo cual significa que ahora trabajas aquí y que en tus ratos libres intentarás meterte en donde no deberías —la interrumpió él de forma tajante, con evidente desprecio.
Ella tensó sus labios y frunció el ceño. Por más que pretendiese lo contrario, no podía evitar sentirse contrariada por aquellas actitudes de quien antes fuese, en todo sentido, su compañero. No terminaba de creer en lo que se había convertido.
—Mira, Richard, no vine hasta acá para discutir contigo otra vez. Los problemas del pasado, que se queden en el pasado. —No pudo evitar mostrar su indignación al pronunciar esas palabras. Su actitud se tornó retadora—. Te hablaré claro: si no deseas tener ninguna interacción conmigo, por mí está bien. Ya he pasado más de un año investigando por cuenta propia desde la noche del accidente, justo desde que cortaste comunicaciones conmigo, así que no te preocupes, ni siquiera notarás mi presencia.
Toda la impotencia y frustración en ella acababan de hacerse presentes, algo que ella misma odiaba, no soportaba la sola idea de sentirse vulnerable.
—No te desgastes en esas ideas, solo pierdes tu tiempo. —Él no se inmutó, ni siquiera varió su tono de voz frío e impersonal, mostrando apenas expresiones en su rostro—. Si no deseara interactuar contigo, no estaríamos hablando justo ahora, solo quiero que tomes en cuenta que si durante más de un año he hecho todo lo posible por mantenerte apartada de esto, por algo ha sido.
Ella se disponía a responder cuando él la interrumpió una vez más.
—Ahora, si me disculpas, tengo asuntos que atender.
Sin decir nada más, él apartó su mirada y se retiró, dejándola con las palabras en la boca. Annelien apretó sus puños y se dio vuelta, pegó la frente a la ventana y dio un profundo suspiro.
—¿Quién eres? —Habló para sí, susurrando con voz afligida— ¿Qué es lo que has hecho con él?
Antes de hablar con ella, Marko tenía dudas, pero tras aquel inesperado encuentro, no solo las dudas se habían multiplicado, sino que todo había adquirido un matiz oscuro y misterioso. Era una sensación extraña, menos parecida al miedo y más parecida a la confusión, justo lo que él sentía al no saber qué hacer ni qué pensar ante un escenario completamente nuevo, completamente desconocido.
En su mente, pensamientos inconclusos daban vueltas sin cesar, e incluso todo su cuerpo reaccionaba en un estado de total alerta, como quien tiene la certeza de que algo va a ocurrir, pero sin saber el qué ni el cuándo. La misma secuencia, la misma conversación era reproducida una y otra vez en su cabeza, pero él seguía sin hallarle el más mínimo sentido lógico.
Pasaron los minutos, hasta que optó por no seguir ahí parado dándole vueltas a su cabeza y se encaminó hacia su residencia. En el camino se encontró de nuevo con la entrada a aquel sendero boscoso; fue inevitable pasarle por enfrente y quedarse parado justo ahí, mirando de reojo la espesura vegetal, dejando que las tétricas imágenes inundaran sus recuerdos una vez más, en medio de una cascada de dudas.
Si se precipitaba, perdería, y si se demoraba, también perdería. Cuidar hasta el más mínimo detalle sería lo único que le garantizaría conseguir lo que buscaba.
Tan pronto Richard la dejó hablando sola en aquella aula a oscuras, Annelien lo siguió discretamente, guardando una distancia prudencial para evitar que él se percatase. Una vez lo vio adentrarse a un salón lleno de gente, concluyó que él dictaría clases como mínimo durante los siguientes cincuenta minutos, así que tendría hasta entonces para hacer lo que haría a continuación. El fin justificaba los medios.
Había repasado y memorizado cada espacio, cada ubicación y cada atajo de las instalaciones de aquel instituto antes de llegar ahí, así que no le tomó mucho tiempo llegar hasta el ala de despachos del edificio principal. Una vez allí, recorrió puerta a puerta cada una de las oficinas, así hasta que encontró la que buscaba. «Dr. Richard Porter», decía el texto que tenía grabado aquella puerta de vidrio. Intentó abrirla empujando hacia abajo la manija metálica, pero no hubo éxito, la cerradura estaba trancada.
Dio un breve bufido, frustrada, pero de inmediato dio un paso atrás y se quedó pensando breves instantes. Miró a ambos lados con detenimiento y, en cuanto se hubo cerciorado que no había nadie cerca, echó hacia atrás la manga izquierda de su camisa y desenganchó su reloj. Una vez lo tuvo en su mano, le dio vuelta; había una pequeña ranura en la tapa metálica, con un pequeño botón junto a ella. Al pulsarlo, un pequeño objeto metálico aplanado salió de la hendidura.
Miró por un momento aquella barrita dentada que ahora sostenía entre sus dedos y, acto seguido, lo introdujo a través de la cerradura. Le dio vuelta y lo siguiente que se escuchó fue un «clic». Ella sonrió, había logrado abrir la puerta.
Finalmente, en medio del más furtivo silencio, Annelien se coló en el despacho de Richard.
Apenas y reparó en el tiempo que anduvo fuera, divagando, rememorando, pensando, hasta que hubo entrado de vuelta a su habitación.
Una vez allí, miró su reloj y él mismo se sorprendió de lo avanzada que estaba la tarde; el caos en su mente, generado por todo cuanto había visto y escuchado desde que despertó ese día le había hecho perder por completo la noción del tiempo. Estaba extenuado, con su cabeza ausente de todo cuanto le rodeaba, así que dejó sobre la mesa el pequeño maletín que traía, sacó el teléfono celular de su bolsillo y lo puso a cargar sobre la mesa de noche mientras se sentaba sobre la cama.
Ensimismado, miró a su alrededor y vio, entre otras cosas, la cabecera de su cama, la ventana por cuya cortina todavía se colaba la agonizante luz solar, la puerta de entrada, la puerta del baño y el armario donde guardaba sus pertenencias, pero era como si ninguno de esos elementos estuviese ahí, pues prácticamente allá donde miraba volvía a verla. Sí, a ella, a sus penetrantes ojos mirando directo a los suyos, y muy a pesar de sus intentos por convencerse de que había silencio, no dejaba de escuchar su voz, su mente no dejaba de reproducir en un bucle infinito la conversación de hacía horas atrás.
Agobiado, se recostó boca arriba y su campo visual se volvió el techo de la habitación.
—Alessandra...
Repitió su nombre en voz baja, y su sola mención generó un efecto extraño en él, algo que contrastaba con su confusión y su sensación de incertidumbre. Era una tranquilidad repentina, como si al nombrarla todo el miedo latente se esfumara. Él mismo lo tenía claro, no olvidaría ese nombre jamás.
Sus pensamientos dejaban de ser un remolino sin control para empezar a fluir con más calma. De repente, lo que era desconocido dejaba de serlo al llevar ahora el nombre de ella, y lo que le hacía temer dejaba de hacerlo al recordar aquellos ojos verdes suplicantes a punto de derramar lágrimas.
«Soy una persona, al igual que tú. Tengo miedo, al igual que tú...». En su mente, no cesaba de escucharle decir esas palabras.
Fue entonces que cayó en cuenta de lo más importante: aquella chica, fuera como fuera, era una persona de carne y hueso, con miedos y confusiones iguales o mayores que los suyos. Había muchas dudas que aclarar, sí, pero no había nada que temer, pues al final ella era tan humana como él; pocas cosas existían más humanas que el miedo. Analizando cada uno de esos aspectos, la tranquilidad terminó de hacerse presente y todo lo que veía pasó a ser lo que realmente estaba ahí: el techo de su habitación. Allá afuera, ya no había luz que se colara por la ventana, pues acababa de caer la noche.
Luego de superar aquella tormenta de pensamientos que lo asolaba hacía apenas unos minutos, cerró sus ojos y reflexionó en voz alta.
—A partir de este momento, todo lo que creía saber de este mundo ha cambiado.
Su respiración se hizo más lenta, sus músculos se relajaron y en cuanto volvió a abrir los ojos, estos se llenaron de imágenes.
Pudo ver un cielo nocturno gobernado por la luz de la luna, así como los árboles agitándose por la intensa brisa. También pudo escuchar el viento rompiendo el silencio y sentir el frío del exterior. Su cuerpo se sentía ligero, su vista se perdía entre los claroscuros a su alrededor, y al volverse, logró divisar tenues luminarias que brillaban a la distancia.
Tan pronto reconoció lo que estaba viendo, un escalofrío le recorrió el cuerpo entero; eran las luces artificiales de las instalaciones del campus y las residencias estudiantiles.
—Pero ¿qué carajo? —dijo para sí mismo.
Volvió a mirar hacia el bosque y el miedo regresó súbitamente; de un momento a otro se encontraba fuera de su habitación, justo a la entrada de aquel infame sendero boscoso.
—No. No otra vez, no otra...
Se interrumpió a sí mismo en cuanto los recuerdos inmediatos volvieron todos de golpe. La visión escalofriante de la noche anterior, aquel cruce inesperado, la conversación con Alessa...
«Cuando vuelvas a dormir, ve a donde me encontraste por primera vez»
Lo último que ella le había dicho resonó en sus pensamientos una vez más y en ese preciso instante comprendió todo.
—¿Será posible? —suspiró, sin terminar de creer lo que estaba sucediendo.
En efecto, se había quedado dormido sobre su cama. De alguna manera, eso lo había hecho aparecer justo ahí, en la entrada de aquel sendero boscoso, más consciente que nunca, aun bajo la premisa de que estaba soñando. Si todo aquello era un sueño, era el más lúcido que había tenido en su vida.
Por pura intuición, ya sabía lo que le esperaba una vez se adentrase por aquel camino, y de tan solo pensarlo, era inevitable sentir temor, sentir esa intranquilidad general que le producía el recuerdo de la noche anterior. Sin embargo, él muy bien lo sabía, que si quería aclarar sus dudas debía empezar por enfrentar esos miedos, por convencerse a sí mismo de dejarlos atrás.
Tomó unos minutos reunir todo el valor necesario. Entonces, dio un paso al frente y se encaminó hacia la profundidad del bosque. Su andar era pausado, su cuerpo se sentía extremadamente ligero y su mente reparaba en cada detalle que sus ojos eran capaces de captar, apenas y lograba distinguir la diferencia entre aquel estado y estar despierto. Así caminó, sin variar el ritmo de sus pasos, hasta que a lo lejos pudo distinguirlo.
Sí, ahí estaba de nuevo, aquel claro iluminado donde todo había comenzado.
No cesó en su andar, por más que su instinto de supervivencia se lo gritara, por más que los nervios lo carcomieran, por más que nada de lo que ocurría tuviera sentido. No cesó en su andar porque sentía que debía seguir, porque sabía que cada paso que se acercaba a aquel lugar, se acercaba a las respuestas que buscaba.
Una vez puso un pie sobre aquel punto de terreno, que parecía tener a la luna llena como reflector exclusivo, miró con cautela a su alrededor, expectante. No veía a nadie, ni siquiera llegaba a escuchar nada, pues incluso el viento había dejado de soplar. La frustración estuvo a punto de invadirlo ante la sola idea de haber llegado hasta ahí en vano, pero el silencio no duraría mucho más.
—¿Aún crees que esto es un sueño? —Al escuchar esa voz a sus espaldas, un violento estrépito lo sacudió desde dentro. Era ella, una vez más, justo detrás de él.
Sabía que debía reaccionar rápido, no podía dejar que el pánico se apoderase de él, no podía dejar que el miedo le paralizara, debía darse vuelta, enfrentarla cuanto antes, y eso hizo, se dio vuelta...
Se dio vuelta, y se encontró de nuevo con aquellos ojos color fuego...
Como brasas ardientes, como un incendio devastador, como el infierno mismo contenido en una sola mirada; así podrían ser descritos aquellos ojos anaranjados, cuya intensa luz, en medio de la oscuridad, teñía del mismo color todo el espectro visible.
Marko no pudo evitar estremecerse, un escalofrío recorría toda su espalda una y otra vez mientras miraba ese par de faros ardientes, quebrantando toda la confianza que había reunido hasta entonces. Era como si Alessandra, que permanecía impasible frente a él, fuese una cosa y sus brillantes ojos fuesen otra.
—Aún tienes miedo —susurró ella, con resignación.
Había una extraña distorsión en la voz de la chica, como si otra voz vibrante y más gruesa hablara al mismo tiempo que la suya. Por mucho que lo intentaba, él era incapaz de articular palabra alguna, su propio nerviosismo se lo impedía. De repente, la chica dio un paso al frente, acercándose a él, quien apenas pudo contener el impulso de retroceder. No se había dado cuenta hasta entonces de lo cerca que estaban uno del otro.
—Ven, tómala —dijo Alessa de nuevo, levantando su mano derecha, colocándola a medio camino entre ambos.
—Que... —Logró apenas balbucear Marko— ¿Qué es lo que...?
—Solo hazlo.
La extrema calma con que ella le hablaba le hacía sentir extraño, le hacía confiar lo suficiente como para acceder a su petición. Con miedo, pero con decisión, estiró su mano izquierda hasta alcanzar la de Alessa, quien con sutileza entrelazó sus dedos con los de él. Marko respiró profundo, reparando en la sensación que recorría todo su cuerpo: una calidez repentina, que iniciaba por la mano de ella y se esparcía por todo su cuerpo, trayéndole de nuevo la calma. De forma inesperada, sintió cómo el miedo poco a poco desaparecía.
—Te lo suplico, no huyas esta vez. —Volvió a hablar Alessandra, sin apartar la mirada, con un tono suave, que correspondía con la delicadeza con que lo tomaba de la mano—. No voy a hacerte daño, ni siquiera estoy segura de si puedo hacerlo... No hay nada que temer, lo prometo.
Al escuchar eso último, Marko suspiró aliviado, confirmando todo lo que se había dicho a sí mismo antes de quedarse dormido.
—Está bien, ya no te preocupes —replicó Marko, invitándola con un gesto a mirarlo a los ojos de nuevo—. No pienso ir a ninguna parte.
Ella subió la mirada y la luz color fuego volvió a apuntar hacia él. Al final, detrás de aquellos ojos espectrales había una persona, un ser humano con ideas, miedos, confusiones e incertidumbre, justo como él.
—Ya te lo dije antes —afirmó Alessa, sin soltarle la mano, presionando suavemente, reflejando un profundo pesar en su rostro—: lo que más desearía en el mundo es que todo esto se tratase de una simple pesadilla.
Fue ahí que él cayó en cuenta de todo. Al igual que él, ella también formaba parte de todo ese colosal sinsentido que ahora estaba viviendo en carne propia, y es que todo carecía de lógica alguna, era una locura de tan solo intentar analizarlo. Solo le bastó pensarlo por un momento para bajar la cabeza y tensar sus labios por la frustración.
—¿Qué está pasando? —Comenzó a negar con la cabeza, desesperado, sin poder creer que todo aquello realmente estaba ocurriendo—. Si aplico la lógica, tanto tú como todo lo que estoy viendo y escuchando es una simple creación de mi mente.
Alessa se limitó a guardar silencio y esperar a que él la mirara de nuevo. Una vez lo hizo, ella le ofreció su otra mano para que él la tomara también. Entrelazaron sus dedos y él volvió a calmarse casi de inmediato.
—Tranquilo —contestó ella e hizo una breve pausa para asentir con la cabeza, mostrando que lo comprendía a la perfección—, tú mismo podrás comprobar que todo esto es real. No puedo culparte, yo también pasé por todo esto, tampoco le hallaba sentido alguno, pero créeme, esto es real, completamente real.
Agobiado por sus propios pensamientos, Marko soltó las manos de Alessa y bajó las suyas con lentitud a la vez que cerró sus ojos, como intentando razonar.
—Lo último que recuerdo es estar acostado en mi cama, justo antes de aparecer a la entrada de este sendero. —Abrió sus ojos de nuevo antes de continuar—. Aun así, si tú dices que no se trata de un sueño, entonces, ¿qué es todo esto?
—En palabras simples, lo que tú percibes como yo y como tú mismo, son nuestras almas —respondió Alessa, que al ver el ceño fruncido de Marko, intentó explicarse mejor—, es decir, cada vez que duermes, tu alma sale de tu cuerpo.
Todo quedó en silencio tras esa explicación. Pudo ser horas, minutos o tan solo segundos el tiempo que Marko estuvo así, como petrificado, sin emitir respuesta alguna, pero lo cierto es que a ella se le hicieron eternos. Sin embargo, hizo un gran esfuerzo por no inmutarse y esperó hasta que él dijera algo.
—Quieres decir que... —No le salían las palabras, sus pensamientos caían en avalancha y se atropellaban entre ellos, era demasiado para asimilar de golpe—. Durante todos estos años, las pesadillas, las visiones extrañas... —Mientras más palabras decía, más abría sus ojos, más sorpresa e incredulidad expresaba su rostro—. Ninguna de ellas era un sueño, yo... —Cerró sus ojos, respiró profundo y volvió a mirar al frente—. Las situaciones que presencié, las personas que vi, los lugares en los que estuve... Todo eso fue real.
—Tan horrible o tan interesante como quieras verlo —reflexionó Alessa, tan pronto como él hubo acabado de hablar—, debo decir que sí. Nada de lo que ves al dormir es un sueño, por muy difícil que sea de creer. Sí, Marko, al final era cierto, tú eres como yo. No sé por qué, no sé cómo, pensé que era imposible que alguien lo fuera, pero tú lo eres.
—¿Por qué a nosotros? —Cuestionó Marko, en cuanto un pensamiento inquietante le llegó de imprevisto—. Espera... Yo... Mis ojos... ¿Son como los tuyos?
—No. —La respuesta de Alessandra fue seca y tajante, claramente le había afectado la pregunta—. Tus ojos son normales, te ves normal, y puedo apostar lo que sea a que las personas despiertas no pueden verte, todo lo contrario a mí. —Dicho eso último, esbozó una sonrisa que, de alguna forma, no expresaba sino tristeza—. Si estuvieras despierto, igual podrías verme, tal y como me estás viendo. Ahora, tan solo imagina la reacción de una persona que se encontrase conmigo durante la noche...
No hizo falta ninguna respuesta, la cara de Marko al escuchar esas palabras lo dijo todo.
—Sí, así es —continuó ella—. Esa ha sido mi maldición durante más de año y medio, desde que esto comenzó a ocurrir: tener que venir a lugares como este todas las noches, para evitar que cualquier incauto se cruce conmigo y corra despavorido al verme. —Mientras terminaba su explicación, su voz había comenzado a entrecortarse, el dolor empezaba a dejarse escuchar entre sus palabras—. No sé qué te ocurrió para que fueses así, pero te juro que hubiese preferido que me sucediera lo mismo...
En ese momento, Marko comenzó a sentirse culpable, por sentir miedo también, porque hasta ese momento no había terminado de comprender cuánto le afectaba a ella el miedo que podía generar en otros. Sin embargo, tras pensarlo un momento, optó por darle espacio para que ella misma contara su historia.
—¿Qué te pasó, Alessa? —preguntó él, ante la mirada atenta de aquel par de ojos anaranjados— ¿Cómo terminaste así?
Ella pensó por un momento, dudaba si continuar o no.
—¿Creerás lo que tenga para decirte? ¿Sin importar cuán imposible suene?
Para sorpresa de ella, Marko sonrió ampliamente. Por alguna extraña razón, sintió como si esa sonrisa se le contagiase.
—¿Qué puede sonar más imposible que esta conversación entre dos fantasmas? —ironizó Marko, riéndose sutilmente mientras hablaba—. Justo como esta, quiero decir.
Un cambio notable se produjo en el rostro de la chica. Algo tan sutil como una broma pequeña y una sonrisa habían sido suficientes para cambiar su semblante. Sus labios dibujaron una sonrisa discreta y sus ojos anaranjados brillaron con mayor intensidad.
Así fue como Alessa extendió su mano hacia Marko una vez más y volvió a hablarle, ahora con una voz mucho más dulce y confidente.
—Ven conmigo...
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