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18. Tempestad en espiral

El caos se había desatado. Los pensamientos similares a nubes se dispersaban por todo el espacio, sacudidos por una tormenta descomunal, golpeados por el flujo de energía inmenso de aquel lugar. En el punto de origen de aquella tempestad, dos resplandores convergían, uno púrpura y otro anaranjado. Eran Lectros y Alessandra, disputando un combate sin tregua.

Luchaban separados del suelo. Un relámpago envolvía el puño de Lectros, quien golpeaba con él sin cesar contra la mujer llameante. Ella desaparecía antes de recibir cada impacto, para volver a aparecer de inmediato fuera de su alcance. El puño eléctrico falló una vez, luego otra, pero al tercer embate, Lectros desapareció, para aparecer justo enfrente de ella, listo para asestarle el golpe. Sin embargo, Alessa juntó sus dos manos envueltas en llamas y las interpuso en la trayectoria del puño, produciendo un estallido que simplemente la envió hacia atrás, contrarrestando el ataque.

El hombre volvió a desaparecer, pero esta vez ella se anticipó al lugar donde aparecería, y con su puño envuelto en llamas lanzó un golpe rápido, el cual acertó contra Lectros, que apareció justo en ese momento, siendo lanzado a una gran distancia mientras daba vueltas en el aire sin control. Antes de tocar el suelo, logró estabilizarse, volviendo a desaparecer para aparecer más arriba, a la misma altura que Alessa, cargando sus extremidades de energía para luego lanzar cuatro enormes relámpagos en dirección a ella.

Sin inmutarse, Alessandra hizo aparecer cuatro esferas llameantes frente a ella, señaló hacia adelante y estas salieron disparadas. Los relámpagos fueron interceptados por las cuatro esferas. El choque de fuerzas provocó una explosión que hizo retroceder a Alessa y la cegó por unos instantes. Había tenido éxito bloqueando el ataque, pero el alivio le duró poco, ya que un rayo púrpura, que no pudo ver sino hasta que ya fue muy tarde, la alcanzó. Sintió cómo el dolor la invadía y la electricidad intentaba paralizarla, pero no iba a ser tan fácil detenerla, ni ahora ni nunca.

—Pyrea —dijo, forzando la voz en medio de la electrocución—. No podemos rendirnos...

Sus ojos emitieron un brillo fulgurante y su cuerpo se cargó de energía, eliminando el flujo eléctrico de inmediato. Acto seguido, ella desapareció justo antes de que Lectros le acertara un segundo rayo. Al aparecer, lo hizo justo delante del hombre eléctrico, quien previó esto y ya tenía preparado su puño cargado, el cual impactó contra el abdomen de Alessa, quien lanzó su puño llameante al mismo tiempo, directo a la cara de Lectros.

Ambos salieron despedidos en direcciones opuestas, sufriendo las respectivas consecuencias de cada impacto. Rodaron por el suelo y se incorporaron a duras penas, mirándose a la distancia. Alessandra, luchando contra la parálisis, se dirigió a Lectros, quien sufría por las llamas que cubrían parte de su cuerpo.

—¡Este combate no tiene sentido! ¡Tú lo sabes! ¡Lo que no sabes es manejar tus emociones! ¡Estás dejando que éstas te manejen a ti! —le gritó ella al hombre púrpura—. Lectros, debes ignorarlas, o solo ocasionarás más problemas y le habrás fallado a Marko.

—¿Puedes culparme por eso? —replicó Lectros— ¿Acaso sabes lo que es sentir este impulso incontenible sin haberlo sentido jamás? Lo siento, Alessandra —dijo con voz gutural, con sus ojos encendidos en luz púrpura, como el mismísimo Diablo en persona—, pero si quieres que me detenga, deberás hacerlo tú, porque yo no lo haré.

Al decir esto, sus manos concentraron energía proveniente de todo su cuerpo, hasta brillar intensamente.

—Eres como un niño, actuando sin objetivo —dijo Alessa, hablando en un tono más bajo, para luego levantar la mirada con determinación—. Bueno, es verdad, no puedo culparte... Ni tampoco puedo perder.

Alessa separó sus puños a ambos lados de su cuerpo y estos se encendieron en llamas. Al unir ambas llamaradas frente a ella, una gran llama circular surgió, disparando una descarga flamígera descomunal en dirección a Lectros, quien al mismo tiempo disparó desde sus manos una monumental descarga eléctrica, encontrándose ambas descargas de energía a medio camino.

La furia impactó contra la voluntad y se generó otro gran estallido, que se dejó sentir entre el inmenso mar de pensamientos.

Una luz incandescente se esparció, llenando todo el espacio en un instante, volviéndolo todo blanco por unos segundos, mientras una energía de colosales magnitudes se sentía fluir descontroladamente. Cuando el blanco se difuminó, en el origen de toda esa energía había una figura extraña, un término medio entre una flor gigante y una espiral, debatiéndose entre tonos anaranjados y púrpuras, alimentada por la colisión entre los relámpagos de Lectros y las llamaradas de Alessandra. Ninguno de los dos cesaba sus ataques.

Aquella especie de explosión contenida parecía girar sobre sí misma, y aquellas nubes de pensamiento que expectaban la batalla, a pesar de haber sido lanzadas a lo lejos por el estallido inicial, estaban ahora siendo arrastradas por la inmensa figura, que brillaba con cada vez más intensidad, como si fuese a colapsar en cualquier momento.

Tanto Lectros como Alessa sintieron la magnitud de esta energía como si se les estuviese metiendo en el cuerpo. Temiendo que la mente de Marko fuese a colapsar, Alessandra cesó en su descarga de energía, al igual que Lectros, pero la gigantesca espiral seguía ahí, halando todo hacia ella, como un huracán que al tocar tierra se volvía imparable y devastador. Entonces empezó a sentirlo, aquella energía estaba intentando arrastrarla a ella también. Ella intentaba resistirse, pero no sabía cuánto más podría hacerlo.

«Alessandra»

La voz de Pyrea se oyó en un suave susurro.

«Debes parar esto... La mente de Marko no es como la tuya...»

—¿Qué quieres decir? —le respondió Alessa— ¿Qué se supone que es todo esto?

«La capacidad energética de la mente de Marko es superior a la tuya, por mucho. No va a colapsar fácilmente, pero no es solo eso... Su mente se defiende... No va a permitir que sigan dañando a sus pensamientos... Esa gran espiral es su respuesta... Si no detenemos esto, nos eliminará como a un simple pensamiento desechado»

Alessa razonó fríamente esas palabras. La culpa era de Lectros por no haber evitado el enfrentamiento llevado por su rabia. Sin embargo, la culpabilidad no importaba en ese momento. Lo prioritario era detener todo ese cataclismo que habían desatado.

—¡LECTROS! —El hombre púrpura escuchó aquella doble voz llamándolo. Aún confundido por lo que ocurría, simplemente miró en dirección a Alessa— ¡Debemos detener esto, o desapareceremos! ¡Tú debes saber eso mejor que yo! —Dio un titubeo, buscando una forma de convencerlo—. Tienes que ignorar la rabia, mucho menos si esta te llevará a tu destrucción, debemos pararlo, se nos acaba el tiempo... ¡LECTROS, RESPONDE!

Él se enfrentaba a una lucha interna, como si dentro de él hubiese dos mentes con intereses diametralmente opuestos. Si desaparecía de la mente de Marko, quedaría inerte en un punto medio entre ambas dimensiones, del cual no podría salir pronto. Lo mismo le pasaría a Pyrea, y en cuanto a Alessandra, su alma quedaría perdida en ese mismo espacio, degradándose lentamente hasta fundirse con la nada, su muerte sería inminente.

No podía permitir que aquello ocurriese, eso era lo que pensaba una de las dos mentes. En cambio, la otra mente, la que lo estaba forzando a luchar contra Alessandra, le decía que esta era su oportunidad para demostrar que la ayuda era innecesaria, para desquitar toda esa frustración y eliminar de una vez a su contrincante. Era una oferta tentadora, librarse de aquel terrible malestar, consumar aquel instinto asesino que le invadía. Sin embargo, sabía que ello solo traería el desastre que la primera mente le describía, no podía dejar que la segunda ganase.

Él era un protector, debía cumplir su papel, para eso había sido creado, pero ¿qué era todo eso? ¿Por qué ahora se permitía a sí mismo elegir entre dos alternativas? ¿Por qué no elegir de una vez la más lógica y útil? ¿Era acaso eso a lo que los humanos llamaban «voluntad»?

Esta vez la frustración se dirigió al hecho de no poder asimilar y comprender algo que de inicio le parecía tan simple como las emociones humanas, de las cuales él había carecido hasta entonces... El tiempo se agotaba... Su voluntad estaba ahí, inamovible... Finalmente decidió dejar que esta se impusiera, tomando así su decisión...

Sus ojos, sus extremidades, su torso y a continuación, todo su cuerpo comenzó a brillar de una forma pura e incandescente. Alessandra cubrió con su brazo sus ojos, encandilada por la luz, más intensa que la de la propia espiral gigantesca que ahora había comenzado a ascender, dejándola cara a cara con Lectros.

—Pero qué... ¿QUÉ ESTÁS HACIENDO? —gritó Alessa, desesperada, sintiéndose indefensa al no estar preparada para evadir o recibir un nuevo ataque de Lectros.

—Esta es mi voluntad...

Su voz sonó sumamente grave, como si se hubiese distorsionado. En una de sus manos, con la palma abierta, materializó una esfera de energía de colores cambiantes; eran las nubes de pensamiento que había absorbido antes. Al hacer esto, el brillo de su cuerpo disminuyó notablemente. Miró a Alessa de forma amenazante, haciendo brillar fugazmente sus ojos antes de desaparecer.

Alessandra sintió miedo, no estaba segura de poder soportar el ataque descomunal que se avecinaba y que no tendría oportunidad de evadir por haber bajado la guardia. Solo le quedaba intentar cubrirse y esperar poder seguir en pie tras el impacto. Todo esto lo pensó en menos de un segundo. A continuación, todo lo que vio fue una luz. Pero esa luz no estaba ahí con ella. Al mirar de nuevo, vio la espiral y encima de ella a Lectros con la esfera de nubes sobre su mano extendida. Seguía mirándola desafiante.

—Si quieres ayudar a Marko, actúa ahora —dijo mientras colocaba la esfera en el centro de la espiral, la cual empezó a iluminar cada rincón del espacio.

A pesar de sentir un gran alivio al escuchar las palabras de Lectros, no entendía qué estaba haciendo él, mucho menos qué debía hacer ella. Tras pensar unos segundos, colocó su mano sobre su pecho.

—Pyrea, te necesito...

«Debemos devolverle a la mente de Marko la energía hecha pensamiento, lo que tomamos de ella»

—Solo tomé la nube que se acercó a mí. Dijiste que no era parte de la mente de Marko.

«Estaba aquí cuando llegamos, Alessa, su energía ayudará a estabilizar la espiral»

Ella asintió, se colocó la mano sobre el pecho y la fue separando poco a poco de su cuerpo, extrayendo aquella esfera color magenta. Su cuerpo volvió a recobrar su aspecto humano: su piel blanca y su cabello corto y oscuro volvieron; en cambio, sus ojos anaranjados y su aura, resultados de su fusión con Pyrea, permanecieron iguales. Una vez hubo extraído por completo la energía adicional, desapareció para aparecer de inmediato frente a Lectros. Acto seguido, introdujo la esfera en el centro de la espiral, que seguía dando vueltas, arrastrándolo todo hasta su punto de origen.

Ambos cúmulos de energía iluminaron todo el espacio visible. Todo comenzó a vibrar con gran fuerza. Lectros y Alessandra, sosteniendo todavía las esferas, sintieron como el giro de la espiral se hacía más lento, hasta detenerse por completo y empezar a deformarse. Los pensamientos que habían sido absorbidos por aquella especie de vórtice ahora estaban siendo expulsados y lanzados lejos.

Una vez las esferas que ambos sostenían se unieron por completo al enorme cúmulo de energía, la espiral se transformó en una enorme bola de luz, alternándose entre naranja y púrpura. Ya los pensamientos no formaban parte de ella, solo estaba la energía que antes había sido descargada por Lectros y Alessa. Cuando sintió el inmenso y aplastante flujo energético, un gran estrépito la sacudió. De haberse encontrado en su cuerpo de carne y hueso, ella hubiese temblado de miedo.

«Es una explosión contenida, Alessandra... Si se desata nos enfrentamos a un riesgo incalculable de fragmentarnos... Debe ser absorbida... Debemos intentar detenerla...»

A pesar de escuchar con claridad las palabras de Pyrea, Alessa no hacía más que mirar hacia abajo, dudando ante el peligro al cual se enfrentaba, temía por no lograrlo, y peor aún, por su propia vida. Sin embargo, al mirar de nuevo hacia el frente, se encontró con los ojos púrpura de Lectros devolviéndole la mirada.

—Fue tu decisión, Alessandra —dijo Lectros mientras su aura púrpura parecía intensificarse—. No importa cuáles hayan sido las circunstancias. Al final la decisión de inmiscuirte en asuntos que trascienden no solo a ti, sino a toda la humanidad, fue tuya y nada más que tuya. Estás aquí porque decidiste que así fuera y ya no hay vuelta atrás, así que ahora el miedo es inútil. Lo importante es lo que decidas, si quedarte ahí dudando hasta que la explosión se desate y tu alma se fragmente, o ayudarme a detener esto que hemos provocado.

A ella le indignó escuchar eso último («¿cómo que "hemos provocado"?»). Si Lectros no hubiese insistido en luchar, nada de eso estuviese ocurriendo, pero, de igual forma, ¿qué importancia tenía pensar en ello? Ya estaba ocurriendo y todo lo que importaba era pararlo.

Aquellas palabras tenían algo de cierto, todo cuanto había hecho era su decisión, y se conocía a sí misma lo suficiente para saber que no tenía pensado rendirse, no ahora, no mientras siguiera viva. Con gran determinación, miró a Lectros.

—Está bien, detengamos esto de una vez, solo dime qué debemos hacer.

—Debes cargar toda la energía que puedas y, en cuanto lo hayas hecho, introducirte al mismo tiempo que yo en la colisión. Una vez dentro, debes concentrarla de nuevo, pues el objetivo es que ambos absorbamos la explosión hasta que se extinga. Comienza justo ahora.

Tras un breve suspiro, Alessandra habló para consigo misma.

—Cuento contigo, Pyrea...

«Cuenta conmigo, Alessandra...»

Dicho esto, apretó sus puños con fuerza y el brillo de su cuerpo comenzó a incrementarse. Sentía su cabeza vibrar de manera incesante, sentía cómo su cuerpo ardía en llamas, como si toda ella estuviese incendiándose, pero sin dolor alguno, pues todo ese calor era energía, poder, fortaleza; así lo sentía ella.

—Estoy lista —dijo ella, sonriendo mientras subía la vista hacia Lectros, sorprendiéndose un poco al verlo brillar en color púrpura, como una gran constelación vista desde un telescopio.

—¡ENTRA AHORA! —gritó Lectros.

A continuación, ambos se introdujeron en la gran esfera, y el calvario dio por comenzado. Lectros se incendiaba, y por más que intentase contrarrestarlo con su propia energía, las llamas no cedían, y si bien lograba absorber la energía eléctrica presente, no podía evadir el fuego, que no paraba de asediarlo. Alessandra, por su parte, absorbía las llamas, pero la electricidad la paralizaba por completo, la entumecía y le causaba un dolor agudo en cada rincón de su cuerpo.

No sabía qué tanto podría soportar Lectros, pero ella sentía como si estuviese a punto de reventar, nunca había sentido, ni tan siquiera imaginado, un dolor tan fuerte como el que estaba sintiendo, ¿acaso así se sentía morir?

Cada segundo que transcurría, sentía cómo se debilitaba, cómo iba perdiendo el sentido, cómo la inmensa cantidad de energía que había absorbido y generado por sí misma no era suficiente para protegerla. El dolor iba en aumento, no pensaba en nada más que en el fin de aquella tortura descarnada. Ya sin fuerzas que respaldasen su voluntad, cerró sus ojos, esperando sin más el final de todo ese sufrimiento.

De repente, sintió un cambio, un sorpresivo alivio, su cuerpo se llenaba de energía, el dolor amainaba. Abrió sus ojos, Lectros la sujetaba por sus hombros, traspasando para él la energía eléctrica que tanto daño le hacía a ella. Como si de inmediato lo hubiese comprendido, mientras lo miraba a los ojos, los cuales brillaban con más intensidad que nunca, le tomó también de los hombros, y las llamas que lo cubrían pasaron a ella, haciéndola sentir que se incendiaba de nuevo. El dolor disminuía, su cuerpo se cargaba, la gran esfera empezaba a destellar intermitentemente, lo estaban logrando. El calor se incrementaba en ella, y junto con su cuerpo, su voluntad también parecía cargarse.

No había llegado hasta ese momento para fracasar, saldría de ahí, llegaría hasta la memoria de Marko, buscaría la forma de traerlo de vuelta, detendría a Richard, o a quien sea que estuviese dentro de él, cualesquiera que fuesen sus pretensiones. No se rendiría, no, jamás y nunca lo haría. Sin embargo, ocurrió algo inesperado.

La inmensa esfera se volvió blanca, para luego contraerse de golpe, hasta volverse una pequeña bola blanca entre Lectros y Alessandra. Él le soltó los hombros y ella hizo lo mismo, viendo sorprendida a la pequeña luminaria. De repente, la misma bola blanca emitió un brillo intenso y, acto seguido, un descomunal estallido envió a ambos a extremos opuestos del espacio.

Por un segundo, Alessandra sintió como si fuese el fin, pero no tardó en darse cuenta de que podía desacelerar. Al hacerlo, vio la estela de la explosión, completamente blanca, pasar a través de ella. Al mirar al frente, vio a Lectros absorbiendo la estela con su mano, ella estiró la suya y la parte del estallido que había pasado a través de ella se devolvía hasta introducirse en su mano.

Quedaron así, uno frente al otro, con una gran distancia de por medio y las nubes de pensamiento volviendo a revolotear en la lejanía del inmenso espacio. Lo habían logrado, todo había terminado, o tal vez no...

Sin previo aviso, Lectros desapareció de manera instantánea. Algo se encendió dentro de Alessandra, algo que hasta ese momento había estado conteniéndose. Sin pensarlo dos veces, lanzó su brazo hacia delante, y Lectros apareció siendo tomado del cuello por la mano de ella; se había anticipado a la perfección a dónde aparecería.

En ese momento, sin chance alguno de contraatacar, él alcanzó a ver sus ojos. Era como ver a la personificación humana de la furia. Brillaban como brasas ardientes, completamente abiertos. Lo siguiente que vio fue a ella girando sobre su propio cuerpo. De una patada lo lanzó hacia abajo. En menos de un segundo se estrelló contra el suelo, y otro segundo después, ella, ardiendo en llamas, se estrelló sobre él.

No le perdonaría ese intento de ataque a traición, no iba a permitir que la siguiera retrasando por su capricho ridículo de descargar su rabia, esta vez era el turno de ella, y en lo que a ella respectaba deseaba golpearlo hasta volverlo pequeñas partículas. Había estado a punto de morir por culpa de él dos veces, y no le iba a dejar tener una tercera oportunidad. Con sus puños encendidos en llamas, sin darle opción a reacción alguna, lo golpeó incansablemente en el rostro, soltando pequeños estallidos de energía a cada impacto.

Uno, luego otro, y otro más, cada uno más fuerte que el anterior.

Lectros parecía ya estar fuera de combate tras incesantes e incontables puñetazos, pero no era suficiente, quería pulverizarlo. Su asedio continuaba, y sin control alguno, ella empezó a gritar. Su aura resplandecía, inundada de ira; sus gritos a doble voz resonaron en la inmensidad de aquella penumbra.

Sin embargo, algo la hizo parar en seco.

«Detente Alessandra, ya lo vencimos, ya no es una amenaza»

Alessandra cuestionaba a Pyrea, ella tenía razón, pero ella no deseaba parar. Le asestó otro puñetazo.

«Déjalo, Alessandra, aunque lamente admitirlo, Marko lo necesita a él...»

—¿Por qué? ¿POR QUÉ? —gritó Alessandra, en medio de una lucha interna entre su razón y su rabia— ¡Él va a eliminarnos a la menor oportunidad! ¡Podemos arreglárnoslas solas sin él!

«La rabia no es una emoción, Alessandra, es un estado mental, él jamás lo ha experimentado y por ello no sabe cómo salir de ahí, pero tú eres humana, sabes controlarlo, demuéstralo justo ahora. No alargues un combate en el que ya venciste. Alessandra, sabes que todo lo que te digo es cierto»

Aún con su aura despidiendo una luz incandescente, paró su ataque y vio de nuevo a Lectros. Su aura púrpura se había reducido a una débil luz intermitente. Sus ojos mostraban por primera vez debilidad, ¿acaso era capaz de sentir miedo? Brillaban tenuemente entre movimientos espasmódicos de todo su cuerpo. Era como si aquel ser hubiese adquirido un lado humano de pronto. Su piel era blanca, sus rasgos eran ahora más definidos. Era algo semejante a la forma humanizada de Pyrea, solo que masculina y con distinto color de ojos.

Alessandra se levantó, entre pensativa por aquella nueva visión de Lectros y todavía furiosa con él. Un rápido recordatorio de esto último le hizo querer descargar su frustración.

—¡AAAAARRRRGHHH! —gruñó ella con fuerza antes de patearlo con violencia y hacerlo rodar varios metros por el suelo, para luego sonreír y hablarle de nuevo—. Te lo mereces, maldito imbécil.

«¿Te has dado cuenta de lo mucho que usas esa palabra, Alessandra?»

—Pues por lo que he visto dominas bien su significado —dijo Alessandra sonriendo—. Creo que por ahora ya no necesitamos estar unidas, ¿no crees?

«Pon tu mano en tu frente, Alessandra»

Ella hizo caso, y sintió cómo el calor de su cuerpo disminuía drásticamente, hasta que vio frente a ella a la forma «humana» de Pyrea, con una extraña sonrisa, una distinta, una con la que realmente parecía estar feliz. Era raro, se sentía como ver a alguien familiar.

—¿Y si nos acercamos? —dijo Pyrea señalando a Lectros con su cabeza.

Para cuando llegaron al lado del hombre ya no tan púrpura, este apenas lograba incorporarse.

—¿Por qué la detuviste? Cada vez me cuesta más entenderte, Pyrea —dijo Lectros en un tono que claramente denotaba confusión—. Yo no hubiese dejado pasar la oportunidad de romperte en pedazos.

A Alessandra le irritaron estas palabras, casi arrepintiéndose de haberlo dejado entero. Sin embargo, Pyrea se le adelantó y respondió con total seguridad.

—Eso es porque todavía te falta comprender muchas cosas... Solo te diré que la palabra más aproximada en el vocabulario humano para los entes que actúan como tú, o como actuaba yo antes, obedeciendo simples designios del ente que los creó, es «máquina»... —Lectros la miró confundido, antes de que ella prosiguiera—. Pero eso ya no importa, ya conoces lo que es sentir voluntad, emociones, rabia y miedo, no hay vuelta atrás, Lectros. Es la consecuencia de infiltrarse en una mente humana. No volverás a ser lo que fuiste antes.

—Si esto, Lectros, no te sirve como prueba de que nos necesitas para proteger a Marko, no sé qué te servirá —interrumpió Alessa, notablemente calmada—. Lo último que quiero es tener que volver a enfrentarme contigo. Si contigo fuese suficiente, Marko no estaría en este estado.

Lectros estuvo unos segundos, como razonando lo que estaba escuchando, como hablando consigo mismo, con la mirada baja. Tras varios segundos se dispuso a hablarle a Alessa, mirándola así, de forma siniestra, desde abajo.

—En eso te equivocas, Alessandra... —dijo Lectros, esbozando una sonrisa—. De hecho yo soy la razón por la cual fue forzado a estar ausente. —Alessa lo miró, incrédula.

—Qué quieres d... —A Alessa no le dio tiempo de terminar su pregunta.

Con una rapidez inesperada, sin que Pyrea ni Alessandra pudiesen siquiera inmutarse, Lectros se había desplazado hasta estar frente a Alessa, en cuya frente colocó, con su mano izquierda, una pequeña esfera luminosa, aparentemente formada con lo poco que le quedaba de energía. La esfera se introdujo dentro de su cabeza, haciendo que sus ojos brillaran en color púrpura.

La visión que se mostró ante ella fue espeluznante...

Cuando sus ojos volvieron a la normalidad, para Lectros y Pyrea habían transcurrido tan solo unos segundos; para Alessa, en cambio, había sido una eternidad. Tan pronto volvió a ver a los dos espectros en medio de aquel lugar surrealista, su mirada denotaba aversión total, furia, miedo, impotencia, todo eso combinado en una sola expresión.

—¿Por qué hiciste eso? —dijo Alessandra, viendo a Lectros todavía horrorizada por lo que acababa de ver.

—Para que entiendas a qué nos estamos enfrentando. Ustedes dos —dijo señalando a Pyrea y Alessa—, deben detenerlo antes de que Marko vuelva a su cuerpo.

—¿Y tú qué vas hacer? —Pyrea intervino en la conversación.

—Debo quedarme aquí hasta que me reponga por completo. Cuando Marko despierte, necesitará toda la energía disponible.

Alessandra se dirigió a Pyrea con determinación.

—Vamos a detener a ese malnacido. —La mujer llameante asintió.

Sin más dilaciones, el espectro de fuego concentró toda su energía y abrió un nuevo portal. Tomó a la chica de la mano y ambas desaparecieron al instante.

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