11. Fuego y carne
En medio de la negrura absoluta, Marko acababa de desvanecerse, dejando a Alessandra completamente sola. Ella estaba de pie, tocándose la frente con su mano derecha; al separarla, una figura anaranjada apareció frente a ella. Era aquella mujer llameante de nuevo.
—Pyrea...
—Gracias por confiar en mí, Alessa —respondió el espectro con tono maternal, mirándole fijamente—. Te gusta que te llamen así, ¿no es cierto?
Ella asintió con expresión seria.
—Sí, Alessa está bien. —Se encogió de hombros antes de continuar, resignada—. Supongo que no tenía otra opción, era esto o sino... ¿Morir de un colapso mental?
—Su energía sumada a la mía era mucho más de lo que tu mente es capaz de soportar, así que debíamos sacarlo de aquí.
—¿Y ahora qué? —Alessa adoptó una postura desafiante— ¿Qué piensas hacer conmigo?
La mujer de fuego negó con la cabeza y le sonrió.
—Ahora estamos vinculadas, Alessa, no puedo hacerte daño. Te necesito a ti para seguir en este mundo, así que todo mi poder te pertenece ahora.
—No lo entiendo, ¿qué sucederá ahora?
—Luego te lo explicaré todo con calma. —Pyrea tomó a Alessa de la mano—. Por ahora, necesitas despertar.
En ese instante, Alessa cerró sus ojos y desapareció en medio del vacío. Pyrea miró hacia otro lado, hacia los ojos atentos que observaban la escena desde el presente.
—Así que esto es lo que pasó anoche...
—De verdad me impresionas, Ann. —El majestuoso espectro llameante le dedicó una amplia sonrisa a Annelien, que se acercaba a paso firme—. Incluso con todo lo que acabas de ver, eres capaz de hablarme sin un solo ápice de temor.
—¿Qué tiene eso de impresionante? —La pelirroja habló con una voz muy dulce. Se detuvo a unos pasos de Pyrea y la miró con suma admiración, dibujando una sonrisa poco a poco. —¿Acaso debería tenerte miedo?
Para sorpresa del espectro, ella no estaba ni siquiera sorprendida, sino emocionada. Sonreía como una niña abriendo un regalo navideño. Era una sensación extraña para Pyrea, de alguna forma se sentía comprendida por aquella hermosa humana.
—Cualquier otro humano lo estaría. Está en su naturaleza... —La mujer de fuego se detuvo por un momento como si no encontrara las palabras—. Está en la naturaleza del ser humano, asustarse ante lo que desconoce, ante lo que no comprende, ante una verdad que jamás imaginó que podría s
—Si yo fuera como cualquier otro humano, ¿estaría aquí hablando contigo?
Pyrea negó con la cabeza, sin soltar su sonrisa.
—Estás aquí, hablando conmigo, gracias a todo lo que has hecho. Estás aquí, Ann, porque no existe otro ser humano como tú.
La bella pelirroja dejó escapar un emotivo suspiro.
—Todo este tiempo, todo lo que he hecho es buscar la verdad. Todo este tiempo he estado buscándote a ti... Pyrea... —Ann estiró su mano, con una mirada suplicante como la de una niña tímida— ¿Puedo tocarte?
La mujer espectral asintió y la mano de Annelien se deslizó entre las llamas en torno a su cabeza. Para Ann era una sensación extraña, se sentía tan caliente como brasas ardientes pero sin producirle ningún dolor, sin quemarla. Si alguna vez hubiese intentado imaginar cómo se sentiría tocar a Dios o a cualquier ser divino, de seguro se sentiría así.
—Esto es increíble. —Por mucho que intentaba reprimir su inmensa emoción, las palabras salían solas de la boca de Ann—. Es como si estuvieses hecha de fuego y de carne al mismo tiempo.
—No soy fuego, ni tampoco carne. Todo lo que ves y sientes es solo una imagen. Soy energía, y la energía puede ser cualquier cosa. Yo... Solo... Ann...
Esta vez, mientras la pelirroja seguía acariciándola, Pyrea sintió algo distinto. Su mente y todas sus sensaciones físicas estaban sincronizadas con las de Alessandra, así que empezó a sentir lo que su anfitriona hubiese sentido en su lugar al recibir las cálidas caricias de Annelien. Fue entonces que recordó lo que había sentido desde dentro del cuerpo de Alessandra justo antes de despertar a Ann, era el mismo estremecimiento pero mucho más fuerte, una tensión estrepitosa pero placentera. En todo el tiempo que llevaba dentro de la mente de Alessandra solo había experimentado algo similar cuando Marko estaba cerca, pero con él existían emociones de por medio; esto en cambio era más carnal, más salvaje. No deseaba que la pelirroja dejara de tocarla, deseaba tocarla de vuelta.
—¿Qué sucede Pyrea? —Por un momento, los nervios traicionaron a Ann y estuvo a punto de quitar su mano— ¿Te molesta que lo haga?
Pyrea se anticipó y sostuvo su mano con delicadeza (con deseo), apretándola con suavidad. Negó con la cabeza y su expresión empezó a cambiar. La malicia pícara empezaba a asomarse de nuevo en su sonrisa.
—No es eso, Ann. —Mantuvo su sonrisa de niña traviesa. Al sostener la mano de la pelirroja, su energía comenzaba a fluir a través de ella, quería que sintiera lo que ella estaba sintiendo— Solo hay una pequeña cosa que debes saber.
—¿Qué está pasando, Pyrea? —Los nervios comenzaron a crecer en Ann en cuanto sintió aquella excitación repentina en su cuerpo.
Los ojos de la mujer llameante brillaron y la forma de su cuerpo comenzó a cambiar. En cuestión de segundos ya no era Pyrea, sino Alessa quien estaba en frente de Annelien, sosteniéndole la mano con sus ojos brillando en luz anaranjada. Su expresión era confiada y pícara, como la de una niña traviesa a punto de cometer una fechoría. Antes que Ann pudiera decir nada, ella habló con su voz doble.
—Alessandra tiene un pequeño secreto, que hace que tus manos se sientan muy bien...
—Que... ¿Qué quieres decir? —Annelien sintió cómo el miedo crecía en sus adentros, pero al mismo tiempo, la sensación que Pyrea y Alessa le transmitían a través de su mano frenaba el impulso de removerla.
—No tengas miedo —suspiró la voz doble de Alessa y Pyrea—. Déjame mostrarte el secreto.
Con su mano libre. Alessa tomó con suavidad el cuello de Ann y empezó a bajar hacia su pecho. La mano se iluminó de anaranjado. Annelien sintió cómo un torrente de calor le invadía, la intensa sensación de antes se multiplicó hasta hacerse incontrolable. Miró fijamente aquellos ojos anaranjados y sintió sus instintos desbordándose, un impulso incontenible que no admitía ningún tipo de resistencia.
En ese momento, Alessandra sonrió complacida. La pelirroja ni siquiera pudo reaccionar, cuando se dio cuenta tenía los labios de la chica de cabello corto besando los suyos, con una mano le rodeaba la cintura y con la otra la tomaba del rostro. El deseo explotó en ella en un torrente indetenible. Annelien correspondió aquel beso apasionado y todo se volvió blanco en cuestión de segundos.
Lo siguiente que pudo ver fue el recibidor de su vivienda. Estaba de vuelta en la realidad, mientras Alessandra le separaba los dedos de la sien. La miró fijamente, Alessa la miró de vuelta y sus ojos volvieron a brillar en anaranjado. Sintió su cuerpo vibrar estrepitosamente, la excitación había regresado de golpe. Quiso decir algo pero Alessandra se abalanzó sobre ella salvajemente, la besó de forma voraz, con desesperación, y la acostó boca arriba sobre el sofá, subiéndose encima de ella.
Annelien quiso resistirse, intentar ser racional, pero la sensación de la lengua de Alessandra dentro de su boca la superó. Sus brazos reaccionaron sujetando a la chica; con una mano le agarró el cabello y con la otra le apretó la cintura contra su abdomen. Acto seguido, subió su torso y ambas quedaron sentadas frente a frente. Ann era mucho más alta así que su cabeza quedaba por encima de la de Alessa y su brazo derecho rodeaba completamente su espalda.
De repente, la pelirroja sintió cómo su compañera se detuvo con brusquedad. Alessa separó su rostro y miró a Ann muerta de miedo. Sus ojos habían vuelto a ser verde oliva.
—¡Dios mío, Ann! ¡Perdón! Yo no quería...
Alessandra intentó quitarse de encima, pero para su sorpresa la mano de Annelien la detuvo, asiéndola de la cintura y pegándola con fuerza a su torso.
—No, no, no. Vas a terminar lo que empezaste —susurró Ann con un tono dominante, reavivando el calor que Alessa sentía en sus entrañas.
Ella miró los ojos de su profesora, que ardían de deseo, mientras ambas bocas jadeaban a tan solo centímetros. Se le escapó un suave gemido, su cuerpo temblaba de la excitación.
—¿Qué pasa? —Ann habló con voz pícara, sin dejar de mirar a Alessa. Se dio cuenta que aún seguía nerviosa y esto la enterneció un poco— ¿Qué sucede? ¿Es tu primera vez con una mujer? —Alessandra se sonrojó y asintió con timidez, sonriendo como una niña inocente— Ya veo... No te preocupes, solo déjate llevar...
Alessandra asintió avergonzada al momento que Ann volvía a besarla con gran intensidad. Su cuerpo se relajó por completo y sus ojos se cerraron, no pensó en nada más que no fuera besar, acariciar, apretar y morder a la espectacular mujer que tenía enfrente. Los besos de Ann eran deliciosos, profundos y cálidos, sentía que podía volverse adicta a ellos, ya no eran salvajes y agresivos como al principio, sino más pausados y delicados, la envolvían poco a poco. El fuego que ardía en sus adentros no hacía más que crecer en cámara lenta.
De un momento a otro, empezó a sentir frío. Su blusa de botones ya no estaba, y breves instantes después tampoco estaba su sujetador. Las manos de la pelirroja se paseaban sobre su torso desnudo y sus jadeos se hacían cada vez más sonoros. Sus manos se movieron casi involuntariamente, levantando la blusa de Annelien y todo lo demás que llevaba debajo.
Alessa quedó sin aliento ante la visión que tenía enfrente: Ann era una auténtica diosa. Su cintura, sus hombros, sus brazos, su abdomen, su piel blanca y pulcra, su largo cabello color cobre desparramándose sobre ella, todo tenía la forma correcta, como si toda ella hubiese sido esculpida a mano; sus senos eran perfectos, mucho más grandes que los suyos pero perfectamente proporcionados a su esbelta figura. Así de perfectas eran también sus cálidas manos, que apretaban y acariciaban sus pequeños pezones, excitándola sobremanera. Por un instante se sintió pequeña, menuda e insignificante en comparación a aquella mujer divina, a lo que su excitación llegó a un pico y ella quiso contestarle.
Sus manos se posaron sobre el cuerpo de aquella diosa. Su mano derecha apretó uno de aquellos pechos perfectos y su boca le siguió. Sus labios masajearon lentamente como si degustaran un manjar de los dioses, en tanto sus dedos índice y medio de la mano izquierda se deslizaban dentro de la boca de Ann, quien mordía y chupaba con suavidad.
Así estuvieron, perdidas entre suculentos estímulos durante varios minutos, hasta que Annelien se detuvo un momento y se puso de pie, extendiéndole la mano a Alessa. Ella entendió de inmediato y se levantó del sofá.
Finalmente, la bellísima pelirroja condujo a la delgada chica de cabello corto hasta su habitación. Una vez ambas entraron, cerró la puerta tras de sí.
De un momento a otro se hizo el silencio. Los altavoces quedaron en ruido blanco, interrumpido por profundos jadeos. Mientras tanto él intentaba asimilar lo que acababa de escuchar. Estupefacto, cortó de inmediato la transmisión.
«Parece que no eres tan esencial, después de todo»
Escuchó de nuevo aquella voz distante y gutural, hablando entre siniestras carcajadas. Ya la había escuchado tantas veces que ni siquiera se sobresaltaba. Incluso su propia mente solía atenuar los susurros entre los ruidos de fondo, o al menos así había sido hasta hacía tan solo tres días, cuando volvió a verla a ella.
Acababa de escucharlas a través de la transmisión, a ella y a Alessandra; no había que ser muy inteligente para saber lo que acababa de pasar. En otro contexto, hubiese quedado de piedra sin saber cómo reaccionar, incluso hubiese ardido de celos, pero la preocupación por lo que ocurría en su interior era mucho más fuerte.
Frustrado, apretó sus puños con fuerza y golpeó el tablero que tenía enfrente. Se puso de pie y comenzó a caminar de un lado a otro del laboratorio. Cada vez era menos él y más el otro. El tiempo se agotaba, podía sentirlo en cada fibra de su ser.
Debía terminar de dar su testimonio, y debía hacerlo cuanto antes, así que tomó su celular y envió un mensaje. En ese momento, sus manos empezaron a temblar, sus rodillas flaquearon y cayó de bruces al suelo. Todo se volvió oscuridad.
Entretanto, un Marko recién levantado y todavía somnoliento revisaba su teléfono. Leyó el mensaje de Richard convocándolo a reunirse después de clases. Entre la jaqueca que le aquejaba y toda la confusión por lo ocurrido la noche anterior, solo alcanzó a contestar un lacónico «Ok».
La luz de la mañana se colaba a través de las cortinas entreabiertas. En medio del silencio de la habitación solo se escuchaban dos respiraciones profundas y acompasadas. Annelien estaba acostada sobre su costado, apoyando la cabeza sobre su mano, mientras miraba sonriente a Alessandra, que yacía acostada de bruces frente a ella, con su cabeza apoyada sobre la almohada. Aún podían sentir las pulsaciones aceleradas, el aroma mezclado de ambos perfumes y aquella sensación cálida dentro de sus cuerpos. Ambas se miraban expectantes, sin saber muy bien qué decir ante lo que acababa de pasar, hasta que la chica de cabello corto estiró su brazo izquierdo con timidez y comenzó a acariciar suavemente el rostro de la pelirroja, quien sonrió con dulzura.
—¿Por qué haces eso? —Ann habló con una voz sutil, como invitando a Alessa a continuar.
—Me gusta tu piel, es muy suave —respondió Alessandra, sonriendo tímidamente. Hizo un breve silencio y continuó—. Sé que debes haber escuchado esto muchas veces, pero... Demonios, eres hermosa.
Annelien le sonrió, tomó su mano y la besó tiernamente.
—No soy solo yo, tú estuviste increíble —dijo Ann, mirando a su compañera con picardía.
La pelirroja entrecerró los ojos y le sostuvo la mirada por varios segundos, guardando silencio.
—¿Qué pasa? —Alessa se rió con nerviosismo.
—Sé lo que hizo Pyrea...
Alessandra se puso roja.
—¡Dios mío, no! —Se tapó la cara con la almohada, muerta de vergüenza— Lo siento, Ann, no sé por qué lo hizo, yo solo...
—Shhh, ya, tranquila... —Le acarició el cabello a Alessa, como una madre a su hija pequeña— No te preocupes, estuvo muy bueno.
Alessandra volvió a asomar su cara, temerosa.
—¿De verdad?
—Nada mal para ser tu primera vez con una mujer —dijo Ann entre suaves risotadas, mirándola con complicidad mientras le revolvía el cabello.
Alessa mordió sus labios.
—Bueno, a mí también me encantó —dijo mientras negaba con la cabeza, aún avergonzada—, pero no creo que haya una segunda vez.
Su profesora se le quedó mirando con incredulidad por breves instantes hasta que reconoció el remordimiento en su expresión. Entonces echó a reír con dulzura.
—¡Oye, esto es cruel! ¡Míranos! ¡Estamos así y tú pensando en alguien más!
Alessandra no pudo soportar la pena y se tapó la cara con las manos.
—Perdona, Ann, de verdad —susurró a través de sus manos, volviendo a descubrir su rostro poco a poco—. ¿Podría esto quedar solo entre nosotras?
Annelien mantuvo su sonrisa y le acarició el rostro con delicadeza, mostrándose comprensiva.
—Tranquila. —Le besó la frente—. Será nuestro secreto. Solo lo sabrá quien tú quieras que lo sepa.
—Gracias Ann —susurró finalmente.
Hubo un nuevo silencio que se extendió por algunos segundos, tras lo cual la pelirroja se incorporó hasta quedar de rodillas sobre la cama. Los rayos del sol iluminaron su cabello, sus ojos y su torso desnudo, haciendo que toda ella brillara. Alessandra se permitió disfrutar de la vista.
—Vaya, parece se nos fue el tiempo —dijo Ann señalando su reloj de cabecera, que marcaba las 7:30 AM.
—Bueno, técnicamente no puedo llegar tarde porque mi única clase de hoy es contigo. A las diez en punto, si no me equivoco.
Ann se encogió de hombros.
—Tengo que dar otra clase antes, pero creo que nadie se va a morir por iniciarla un poco más tarde.
Transcurridos unos treinta minutos, la puerta del baño se abría para dejar salir a Alessa envuelta en una toalla, mientras Annelien esperaba sentada en la cama, ya bañada y vestida. Impecable y elegante, como solo ella podía ser.
—Gracias por prestarme la ducha, Ann —dijo Alessa, mientras se secaba el cabello con otra toalla.
—Está bien, eres bienvenida aquí cuando quieras. —Le guiñó el ojo en señal de confianza.
La chica hizo un amago de quitarse la toalla y sintió vergüenza de nuevo.
—Disculpa, Ann, pero ¿podrías darme un momento?
Su profesora volvió a mirarla con malicia, sonrió y le habló con fingida ingenuidad.
—¿Por qué? ¿Hay algún problema con que mire? —Se puso de pie y se acercó lentamente.
—Sí, lo sé —susurró Alessa, negando con la cabeza—. Es una estupidez, no te preocupes, yo...
Fue a quitarse la toalla del cuerpo y la mano de la pelirroja la detuvo.
—No te preocupes. —Volvió a sonreírle, confidente—. Si se te hace más cómodo, esperaré afuera.
Al cabo de unos minutos, Alessandra salió de la habitación. Tenía puesta la misma blusa de botones de la noche anterior.
—Esa ropa te luce —dijo Ann, esbozando una media sonrisa.
La chica de cabello corto negó con la cabeza, mirando hacia abajo. Le avergonzaba estar utilizando la misma ropa de la noche anterior.
—Iré a mi habitación a cambiarme, solo espero no encontrarme a nadie de la División de Astronomía.
Annelien negó de vuelta, confiada.
—No creo que te consigas a nadie, todavía es muy temprano.
Entonces Alessa escuchó algo. Era una voz distante, llamándola.
—¿Alessa? ¿Sucede algo? —La pelirroja frunció el ceño ante la mirada perdida de su compañera.
Ella volvió su mirada hacia su profesora y su expresión se tornó seria.
—Pyrea necesita hablar contigo, dice que es algo importante.
Annelien asintió y Alessandra le colocó sus dedos índice y medio en la sien. La energía fluyó y los ojos de ambas se iluminaron en color anaranjado. Para Annelien, el trance duró el tiempo necesario para sostener una extensa conversación con Pyrea; para Alessa, duró lo que dura un parpadeo.
Cuando ambas volvieron en sí, algo había cambiado. La expresión de Annelien ya no era la misma. Su mirada se había vuelto fría y sus movimientos eran rígidos, como si estuviese conteniéndose de hacer algo. Alessandra se dio cuenta enseguida, no tenía la más mínima idea de qué podría haber dicho Pyrea para que Ann se pusiera así. Un silencio sepulcral invadió la estancia y el ambiente se puso tenso. Alessandra, ya nerviosa, estuvo a punto de preguntar qué pasaba, pero su profesora se adelantó.
—Creo que es mejor que te vayas ya, Pyrea me dijo que quería mostrarte algo.
Alessa asintió insegura.
—Está bien, me iré, pero Ann...
—Yo me quedaré aquí un rato más. Debo hacer algunas cosas antes de ir a clases.
El tono de voz de la pelirroja sonaba tan imperativo que Alessandra no se atrevió a objetar, así que avanzó hasta la puerta de salida y al atravesar el umbral y la miró de vuelta.
—Te veo más tarde...
Annelien se limitó a asentir con la cabeza mientras cerraba la puerta.
«Maldición, Pyrea, ¿qué fue lo que le dijiste?»
La respuesta no tardó en llegar desde sus adentros.
«Te lo contaré, lo prometo. Sin embargo, antes de cualquier otra cosa, hay algo que debo mostrarte»
Tan pronto hubo cerrado la puerta, Annelien perdió la compostura. Dejó escapar un grito ahogado y comenzó a respirar agitada. Sus brazos comenzaron a temblar y toda ella se derrumbó de espaldas contra la puerta, deslizándose hasta quedar sentada en el suelo, encorvada, llevándose las manos a la frente. Entre sus frenéticas exhalaciones se escuchaba su voz gimiendo de la desesperación.
Su agitación iba en aumento. Sus respiraciones se hicieron cada vez más rápidas hasta que no pudo contenerse más. Tomó un cojín del sillón que estaba cerca de ella y cubrió su rostro. Acto seguido, gritó desaforada mientras el cojín ahogaba el ruido de su alarido. Cuando dejó de gritar, lanzó con violencia el cojín hacia un lado y recostó su cabeza a la puerta. Su respiración fue apaciguándose poco a poco mientras ella apretaba sus puños y endurecía la mandíbula.
El miedo y la desesperación fueron reemplazados por la rabia y la impotencia. Sus músculos se tensaron y su lenguaje corporal evidenciaba sus ganas incontenibles de golpear algo, o más bien a alguien.
—Maldito Richard... ¡MALDITO!
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