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Los celos del Coronel

El Coronel se sorprende a sí mismo al decir esto. Nunca había aceptado que Jacomelo hiciera parte del ejército aunque ella había aportado muchas cosas.

—Nos escuchó a los tenientes y a mí hablar de los nombres raros que encontremos y nos dijo que no eran nombres raros, sino nombres de armas y armaduras de un videojuego llamado A.V.O.N…

—¿Por qué los americanos hubieran hecho similar tontería? —pregunta el general. 

—Púes... porque estas armas son mortales… re…

—¿Y cómo? —quiere saber el general, pensando que el Coronel tiene más detalles. 

—Eso no lo sabemos todavía —contesta el Coronel un poco frustrado. 

—Averigualo. Y libera Manhattan de los militares de Las Alturas, necesitamos la antigua ciudad como alojamiento para las personas que ya no tienen hogar a causa de la guerra —ordena el general. 

—¡Mi General! —dice el Coronel para asentir. 

El general sale de la tienda seguido del Coronel. Los hombres del Coronel le regalan dos caballos, un macho y una hembra para el camino de vuelta y también para que en al menos un año, tengan monturas. El general los agradece, sube sobre uno y coge las cuerdas del otro. Seguido de sus hombres, desaparece en la esquina del bosque.

—¡Soldados y tenientes! —grita el Coronel de pie delante de su tienda. 

—¡Mi Coronel! —contestan a gritos los soldados poniéndose en posición recta. 

—¡Mañana iremos a invadir Manhattan y a limpiar la ciudad de todos los miserables que se creen rey de la ciudad! —grita otra vez el Coronel.

—¡Sí Coronel!

—¡Les vamos a enseñar que nuestra América no tiene lugar por tantos desprecios y que esta tierra también nos pertenece!

—¡Sí Coronel!
—¡Mataremos a todos los militares y militantes que asaltaron la ciudad y capturaron a los hijos de Manhattan!

—¡Sí Coronel!

—¿¡Están todos conmigo!?

—¡Sí Coronel!

—¿¡Están todos preparados para luchar por la liberación de América!?

—¡Sí Coronel!

—¿¡Qué habéis dicho!?

—¡¡Sí Coronel!!

Se escuchan unos aplausos dentro de los gritos de los soldados del ejército del Coronel, seguido de los gritos melancólicos de Ochora.

—Sííí Coro-nel.

Los soldados en posición recto hacían todo para no reír. Ochora y Jacomelo son los más chistosos del ejército. Una vez hicieron un chiste qué salió mal, el Coronel se había enfadado y había castigado a todos los que participaron con una limpieza total del campo militar y tuvieron que saltar el desayuno y la comida. Gracias a Díos, tienen a Jacomelo. Ella les hizo a comer y comieron más rico que los otros soldados, desde entonces cada día, aunque sea en secreto, a la espalda del Coronel, ella les hace de comer aunque no sea su turno. 

Esta vez, Jacomelo está detrás del Coronel, sonriendo, con Ochora saltando, bailando, sobre la cabeza y pegando gritos de carcajadas. El Coronel no gira su cabeza, se queda fijando cada uno de sus soldados para ver quién de ellos se atrevería a reír. Los que están detrás llegan a sonreír un poco porque aunque el Coronel tenía ojos de águila, nunca hubiera podido verlos.

—¡Tú te quedás aquí! No te queremos en las patas.

—Yo tampoco quiero estar "en-tre" tus "pa-tas" Coronel, seguro que no hay nada de… —El Coronel se da la vuelta y la toma por el cuello. 

Jacomelo hacia referencia a su entrepierna. Pasaron en muchas ciudades, encontraron muchas personas,  tanto mujeres como hombres pero el Coronel nunca se dejó llevar por las llamadas de carne fresca bailando delante de él o invitándolo a un partido de placer. 

El cuerpo de Jacomelo tiembla, sus ojos se desorbitan y su lengua sale tirada de su boca, el Coronel retira su mano de su garganta y Jacomelo cae en el suelo. Los soldados se quedaron silenciosos, sorprendidos de ver que el Coronel mató a Jacomelo. El Coronel también se queda sorprendido un instante, no era su intención matarla, solo quería que ella cierre sus labios picantes. 

—Jacomelo...Jac… —Antes de que pueda terminar de llamarla por segunda vez, los pies de la mujer entornan los del Coronel y le hace caer al suelo. Sube sobre él y le quita su cuchillo— ¡Maldita mujer!

—Sííí Coro-nel, soy una maldita mujer...negra —La voz de Jacomelo se hace dulce y suave, una dulzura tan falsa que hace reír a carcajadas a Ochora, su pajarito silencioso. 

Esta vez los soldados no pueden soportar más, no pueden resistir más, se dejan llevar por la risa y las carcajadas. En realidad, Jacomelo había jugado el rol del hombre asfixiado… o mejor dicho, de la mujer asfixiada y lo había jugado tan perfectamente bien que hasta el Coronel cayó en la broma. 

Ella sigue sentada sobre el Coronel con su cuchillo debajo de su garganta, mirándolo fijamente, pero de esa manera que ya es rara de ver que una mujer mira a un hombre. Sus respiraciones son tan similares que parece que sus dos corazones están latiendo al unísono. El Coronel tiene la misma mirada, los dos tienen los labios entreabiertos y se miran… ¿Con amor? ¿Es posible?. El teniente Adlof se rasca la garganta intentando sin llegar al cien por cien a esconder su risa y los dos se separan como si están picados por avispas furiosas.

—Te quedás aquí. ¡Y es una orden! —Después de decir eso, gira los pies y la deja plantada. 

Los soldados vuelven a sus ocupaciones, no sin animar a Jacomelo con un abrazo o tocándole el hombro. El teniente Vladįč toca el hombro de Jacomelo, ladea la cabeza y después levanta su barbilla.

—No te enfades con el Coronel. No te enfades por lo que dijo. Solo no quiere que te hagas mal o…

—¿!En serio Vladįč!? ¿Creés que necesito un baby-sitter ? ¡Mírame! —Cada vez que habla, hace gestos con sus manos. Parece aún más a una niña pero es más peligrosa que un tigre hambriento. Parece enfadada y nerviosa a la vez.

—No es lo qué quiero decir… —Se apresura a decir Vladįč. 

—¿Creés que necesito una capa roja para afrontar los lobos? ¿Acaso piensas que soy Caperucita? —Imita una capa, enseña el bosque. 

El teniente Vladįč mirá su entorno antes de hablar.

—Lo que pasa es que… el Coronel… ya… ya perdió a alguien… ósea… su familia… —susurra Vladįč para que solamente Jacomelo puede escuchar. 

Las palabras que iban a salir de la boca abierta de Jacomelo se quedaron sin batería para recargar su estanque de sonido. Ella se queda en silencio durante un momento, fijando un punto lejano.

—¡Ah! No lo sabía —dice Jacomelo antes de hacer una mueca—, pero eso no significa que pueda impedirme a mí de luchar con vosotros. 

—Él no te permitirá irte —Vladįč no sabía como convencer a la mujer negra—. Él no habla de eso y tampoco permite que los soldados lo hagan. Si te lo digo es para que entiendes. Por favor no lo repites.

—Entiendo… ¡Qué crees! ¿No tienes confianza en mi?

—Síi... claro… ¿Por qué no?

Vladįč es uno de los raros soldados que conoce aquel lado tan dulce de Jacomelo, la Haitiana. Aún así, sabe que su furia es tan intensa que puede matar a un campo militar, lo qué ya hizo meses antes, exactamente él día que tuvieron esas tiendas. Su método utilizado fué rápido y eficaz, aunque tres de ellos sobrevivieron hasta que llegaron. 

El Coronel ha tomado su decisión y deben respetarla. Adlof y Karel por sus partes, siguieron al Coronel en su tienda, entraron después de obtener permiso y se sentaron cada uno en el lugar donde siempre se sentaban. Ellos tampoco estaban de acuerdo por dejar sola a Jacomelo. Muchas personas la buscan; militantes, militares, cazadores y otros grupos sin nombres que intentan hacerse la riqueza prometida por la captura de Jacomelo, la Haitiana propietaria del Môle Saint Nicolas. 

Aunque después del terremoto, ya no existen fronteras entre los continentes destacando a África, ella sigue siendo la más rebelde de los fugitivos, aún más, ya que es una mujer. Los derechos de las mujeres fueron pisadas por los machos y volvieron a ser esclavas de la sociedad y tener restricciones, así que saber que Jacomelo sigue en libertad no es una buena noticia para impedir que las mujeres vuelvan a ser rebeldes. 

Karel hace un gesto con los ojos a Adlof para que pueda poner sobre la mesa la razón por la cual siguieron dentro de la tienda al Coronel.

—Coronel, sabemos por qué no quieres que ella nos siga, pero tampoco podemos dejarla sola —dice Adlof.

El Coronel no ignora que todos sus soldados están enamorados de ella. Para él es algo normal, ella es la única mujer de la banda y les cuida a todos dándoles el amor que no pueden obtener por ser soldados de un ejército nómada. Algunos ya intentaron seducirla, pero ella les respondió: "Hasta los lobos para tener una compañera luchan por ella, luchan y ganan para mi y seré siempre suya.".

Es claramente una mentira porque ganaron muchas batallas y no perdieron muchos hombres, pero ella nunca aceptó tener una relación que no sea amistad con los hombres. Él que pasa más tiempo con ella es el teniente Vladįč, él la aprendió a mejorar sus ataques con la katana que le habían regalado los japoneses, le enseñó algunos movimientos más de Kárate y también a pasar desapercibido entre hombres blancos. 

Los otros soldados están celosos de él y siempre le piden como hace para que ella se quede más rato con él. A estas preguntas, responde lo que siempre respondía cuando contaba sus historias con las chicas: "Nadie resiste a unos ojos tan lindos". Y algunos soldados que tenían ojos de otros colores empezaron a pedir a Jacomelo si le gustaba sus ojos y ella tan astuta respondía siempre: "Tan mágicos que me gustaría verlos brillar cada día con más vida y orgullo."

—Teniente Adlof, te doy el permiso de elegir cinco soldados para que se queden con ella —El Coronel no ignora que cinco soldados no podrían defender a Jacomelo, pero serán suficientes para ayudarle a salvarse.

—¿Puedo ser uno de ellos Coronel?

Los tres hombres de la tienda giraron la cabeza para mirar al hombre que entró en la tienda. El Coronel fulmina Vladįč con su mirada, saber que él prefiere quedarse con ella en vez de ir a combatir a su lado no le hace ninguna gracia. El juramento que hicieron pasando de soldados a tenientes no fue de abandonarlo sino combatir a su lado en cualquier momento. Y hoy, en esta tarde que algo se despertó en su pecho cuando estaba tan cerca de Jacomelo por primera vez, siente subirse esa ira que no sentía desde hace siglos, cuando la guerra no era más que un sueño y la libertad el pan cotidiano.

—Teniente Vladįč... no sé lo qué está pasando entre vosotros dos, pero no quiero que te dejes salir del camino de la realidad.

—¡Coronel! —Vladįč estaba dispuesto a protestar para poder quedarse con Jacomelo. 

El Coronel sí quiere que la protegen, pero no quiere pensar en lo que pasaría si la dejaba en compañía de Vladįč. Vladįč es, seguramente, más fiable para su protección, pero algo dentro de él le forza a guardarlo lejos de ella.

—Ya he tomado mi decisión, mañana atacaremos Manhattan y cinco soldados de este ejército que "yo" soy el Coronel se quedarán con Jacomelo y nadie más. Quiero… no... ordeno a mis tres tenientes de estar a mi lado para ganar esta batalla —Es la primera vez que hace sentir a los demás que él es el jefe, ósea, que ellos no son más que soldados de rango inferior y que le deben obedecer. Los tenientes se miran entre sí,pero no dicen nada. Está claro que algo está pasando— ¿Entendido?

Resignados, se levantan y responden al uniso:

—"¡Sí Coronel!"


¡Hola amilectores! Gracias por leerme y apoyarme.

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