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En memoria de Jacomelo

En la mañana siguiente, no es el silbido de Ochora que levanta los soldados del ejército del Coronel ni el sol pasando por la abertura de la tienda después que Jacomelo levántese la entrada.

El teniente Adlof, siguiendo el orden del Coronel empezó a pegar sobre la piel de vaca con la cuál hicieron un pequeño tambor portátil, el sonido desgraciado despierta a la mayoría de los soldados. El teniente Vladįč se levanta y inspecta su tienda, como siempre está bien ordenada y sobre su uniforme hay un plato, pero para su mayor sorpresa, el plato está vacío. Se levanta y sale corriendo de la tienda. Una vez afuera, se da cuenta que todos los soldados tuvieron la misma desgracia. 

Como de costumbre, Jacomelo se levantaba temprano para hacerles de comer y antes pasaba en sus tiendas para verificar que lo tienen bien ordenadas, pero hoy, no es la misma cosa, hoy nadie tuvo comida, hoy no escucharon cantar la voz de Ochora ni la de Jacomelo, hoy no escucharon su risa burlándose de uno de los soldados o del Coronel. Todos se reunieron delante de su tienda cerrada pegando sobre los platos pero no tuvieron ninguna respuesta. 

El teniente Karel y el teniente Adlof se abren una entrada entre el grupo de soldados para poder estar en primera posición, al lado del teniente Vladįč. La tristeza se había hecho emperatriz de la cara del teniente Vladįč. En la mente de todos la misma pregunta estaba haciendo su camino del cerebro hasta el corazón: "¿Por qué no responde Jacomelo?". 

Algunos se dicen que puede que está enfadada, otros se dicen que puede que está dormida con pegaorejas en las orejas y otros aún más negativos pensaron que puede que por la desgracia de todos que se suicidio después de lo que le dijó el Coronel o qué un enemigo pasó en la noche y la mató, muchos son los enemigos de Jacomelo. Los tenientes hacen tres pasos delante, el teniente Vladįč pasa la mano sobre la abertura y la abre y todos se quedan pasmados.

—Jacomelo no está en la tienda…¡Jacomelo no está en la tienda! —grita uno de los soldados que estaba más cerca de la tienda para todos.

El teniente Vladįč cae de rodillas, los tenientes Adlof y Karel entran en la tienda para saber lo qué pasó. Bien ordenada, sin ningún fallo, la tienda de Jacomelo no parece a un lugar donde hubo combate, las ropas de Jacomelo siguen en el mismo sitio y su plato encima del uniforme que el teniente Vladįč le había regalado.

—No podemos decir que se fué… —observa Karel.

—No teniente Karel, no se fué... Están sus vestidos aquí y todas sus cosas —observa Adlof. 

—No todas… —El teniente Vladįč entra en la tienda secándose sus lágrimas.

Acordándose de todos los momentos que pasaron juntos, no ha podido guardar sus lágrimas. Se había levantado cuando escuchó que todas las cosas de Jacomelo están dentro y entró para verificar. A su sorpresa, faltaban cosas, cosas que Jacomelo siempre lleva en el día pero nunca de noche.

—¿Qué piensas que faltan teniente Vladįč? —pregunta Karel.

—Mirá bien… Ayer, Jacomelo llevaba un pantalón negro, una camiseta gris y su cintura de cowboy... ninguno de esos están aquí.

—El teniente Vladįč tiene razón teniente Karel, tampoco está su Katana, su arco y sus flechas…

—¿Pensáis que se fué sin decirnos adiós? No creo que sea el tipo de Jacomelo —dice Karel.

El teniente Vladįč y el teniente Adlof miran al teniente Karel, tiene razón, Jacomelo nunca les hubiera abandonado sin decirles adiós aunque estuviera enfadada con el Coronel. Pero, ¿cómo explicar su desaparición? 

Afuera los soldados están impacientes de saber lo qué llegó a Jacomelo. Cada uno de ellos le tienen mucha simpatía y otros están totalmente enamorados de su persona. Los tres tenientes salieron uno detrás del otro. El teniente Karel, sale en primero, con una mirada triste, el teniente Adlof sale con una mina preguntona y se destaca de sus dos compañeros tenientes. El teniente Vladįč es el último en aparecer, su expresión es tanto furia que miedo, mira a su alrededor y deja solo al teniente Karel delante de los soldados que esperan una respuesta.

—Jacomelo no está en la tienda… —dice Karel a los soldados. 

—Eso ya lo sabemos teniente Karel —dice el que había estado cerca de la tienda. 

—Hay dos probabilidades. La primera es que se fué sin decirnos adiós… —Los soldados hacen saber al teniente Karel lo que sienten, empiezan a susurrar entre ellos, Jacomelo nunca los abandonaría sin un adiós. El teniente Karel les mira furioso, él tampoco cree que Jacomelo les hubiera abandonado así pero es una probabilidad y ellos fueron los que le pidieron explicarles lo qué encontraron en la tienda— La otra probabilidad...es que...ha sido... capturada.

Los soldados se miran el uno al otro, ¿capturada en el campo? ¿Cómo es posible que no escucharon nada? Y uno de los soldados dice lo que todos están pensando cuando escucharon que Jacomelo ha sido capturada.

—¿Y si es el Coronel quien le hizo capturar? —pregunta el soldado. 

El teniente Karel no responde, no había pensado en aquel posibilidad y tampoco cree que el Coronel hubiera hecho algo semejante, ya que la había reclamado suya, delante de Osanky y sus cazadores y que había ordenado dejar cinco soldados con ella cuando ellos fueran a asaltar Manhattan. 

Siguiendo el soldado que había dicho semejante tontería, los soldados se pusieron a pegar gritos delante de la tienda del Coronel. Éste último sale furioso, vestido de su uniforme ya preparado para atacar a Manhattan. Todos los soldados presentes hacen silencio, ellos también están vestidos, pero ninguno lleva sus cinturas de armas. El Coronel sacó su revólver y le apuntó en la frente del soldado que está delante del grupo.

—¿Me pueden decir porqué no están ninguno preparado para levantar el campo? —vocifera el Coronel. 

Un silencio de cementerio se instala entre todos. El Coronel miró detrás de él, buscando a alguien.

—¿Dónde están el teniente Vladįč y el teniente Adlof?

—No sabemos Coronel —contesta el soldado. 

—Teniente Karel…

—Sí Coronel —contesta Karel.

—Ve a buscarme a Jacomelo —ordena.

Los soldados se miran entre sí aún más sorprendidos. Si creen lo que dice el Coronel, él todavía no sabe si Jacomelo no está presente.

–Coronel... Jacomelo está… —empieza a decir Karel cuando le interrumpe Adlof. 

—Ogou está con los otros… solo queda una sola probabilidad —dice Adlof. 

El Coronel miró sin entender al teniente Adlof que apenas estaba llegando. El teniente Vladįč le sigue con la cabeza al suelo sosteniendo las cartas con las cuales Jacomelo les decía que iba a enseñarles a jugar al famoso juego que le hizo ganar la propiedad del Môle Saint Nicolas.

—Encontré las cartas al lado de la piedra donde teníamos costumbre de sentarnos y charlar de cosas que no tienen nada que ver con la guerra —Todos se quedan atentos a las palabras que salen de los labios temblorosos del teniente Vladįč—... Estaban tirados al suelo, las pequeñas piedras con las cuales hacíamos fuego estaban desordenadas como si el pie de alguien hubiera pasado en ellas. Y…

Las lágrimas salieron de los ojos del teniente Vladįč y caen sobre sus mejillas rosas de tanto llorar, el teniente Vladįč se pone de rodillas y llora como un hombre llora la pérdida de un ser querido. El teniente Adlof le toca su hombro para calmarle y darle ánimo, pero las lágrimas salieron aún más de sus ojos rojos y convierten en charco el suelo lleno de polvo delante de él. Viendo que el teniente Vladįč no podrá seguir, el teniente Adlof se resigna a decir el resto de la frase.

—Hay sangre sobre las pierdas… mucha sangre. Si es suya, probablemente está —El teniente Adlof coge un minuto de silencio antes de acabar su frase; mirá al teniente Vladįč que había bajado su cabeza sobre sus piernas—... Problabemente está… muerta.

—Nooo… —El grito que salió de la garganta del teniente Vladįč es tan fuerte que los pájaros del bosque salieron volando de sus nidos y de las ramas sobre cuáles estaban. 

Los soldados sienten lo mismo aunque ninguno de ellos estaba más cercano de Jacomelo que el teniente Vladįč que ella llamaba: "Pitanm" que traducido del Créole, la lengua materna de Jacomelo significa "Mi hijo". 

El Coronel no habla, mira a sus hombres y sin decir nada entra en su tienda. Una vez dentro, empezó a tirar sus cosas por todos lados. Después de haber interdicto a Jacomelo de seguirles, se había pasado la noche sin poder cerrar los ojos, pero él tampoco no escuchó cuando pasó todo esto. Se pone furioso con sí mismo, sale de la tienda y reúne a los soldados.

—¡Soldados!

—Sí Coronel —En la voz de los soldados, no resuena ningún tipo de ánimo. 

Es cierto que luchaban para liberar América de las manos de los de Las Alturas, pero desde un tiempo, cada batalla es una competición entre ellos para saber quién mata a más militante o militar o cazador para después compararlo delante de Jacomelo. El Coronel nunca participó en eso, pero sabe a que punto una costumbre puede ser pegada en la mente humana.

—Sé que ella les hace falta, pero tenemos que hacer nuestro la ciudad de Manhattan para que puedan quedarse ésas personas que están siendo demasiados en las otras ciudades. Es momento de mostrarle a Jacomelo que podéis matar aún más a vuestros enemigos. Ella no estará lejos, estará en vuestro corazón, su espíritu estará con vosotros. ¡Soldados! —Como de costumbre, el Coronel llega a animar a sus tropas antes del combate, no fué fácil pero tampoco imposible.

—¡Sí Coronel!

—¿¡Están preparados para llenar el estanque del orgullo de Jacomelo!?

—¡Sí Coronel!

—¿¡Están preparados para hacer temblar los militares de Las Alturas!?

—¡Sí Coronel!

—¡Para América!

—¡Para América!

—¡Liberación para Manhattan!

—¡Liberación para Manhattan!

—¡En honor a Jacomelo, ¡Liberación!!

—¡En honor a Jacomelo, ¡Liberación!!

—¡Soldados!

—¡Sí Coronel!

—¡Fuerza a vosotros!

—¡Fuerza a vos Coronel!

—¡Furia a vosotros!

—¡Furia a vos Coronel!

—¡Adelante!

—¡Uwaaaaaa uwaaaa uwaaa!


Antes de todo, quiero decir que no tengo la culpa de lo que pasó a Jacomelo. Si quieren culpar a alguien, pueden culpar al Coronel.

Hola amilectores, espero que han disfrutado de este capítulo. Gracias por seguir leyendo y apoyando mi historia.

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