El dolor del alma
*Presente*
—Si entiendo bien, eres "la" Jacomelo y también "la Coronel Mamá" —dice el militante de la NAP.
—Se supone que sí —dice Jacomelo.
El militante de la NAP sacude la cabeza. Se levanta de su silla para servirse un vaso de agua. Jacomelo o mejor dicho Coronel Mamá observa sus gestos al igual que Ochora el pájaro azúl, amarillo y negro silencioso observa la escena entre ella y el militar.
—¿Puedo tener una silla también? —pregunta la mujer negra.
El militante lo fulmina con una mirada, los prisioneros no tienen derecho a sentarse. Como todo prisionero, Coronel Mamá está atada con pulseras de hierros cun puntas para evitar que se torcen y intentan salvarse. Los pies de Coronel Mamá están heridos y sus manos también, ella no intentó salvarse sino cuando se desmayó no pudo sostenerse y fueron las puntas de hierro de las pulseras de hierros que la sostuvieron.
—¿Te duelen los pies? —pregunta el militante con tono burlón.
Coronel Mamá toma un minuto antes de responder. El dolor de sus pies no es nada comparable al dolor de contar esa parte de la historia donde todos perdieron a un ser querido, donde los soldados que ya consideraba como sus hijos no pudieron soportar más las olas picantes de los ojos y que el Coronel se cerraba en su tienda maldiciendose por haber llevado tantos soldados a la muerte. No, sus pies no pueden dolerle más que su corazón en aquél instante.
—Todavía no... pero hay cosas cuando los explicas necesitas una silla.
Coronel Mamá no se espera que el militante de la NAP responde a su pedida, pero se dice que no puede perder nada más pidiéndolo. Lo habían maltratado con latigazos y con objetos que ella creía que ya no existía. Su cuerpo ha sido cortado en línea con cuchillo ardiente y en su cara, los tatuajes de las grandes manos del militante con su anillo se exhiben como un tatuaje hecho corriendo y que el tiempo intenta borrar.
—¿Y después qué? ¿¡Después me vas a decir de liberarte!? —Las carcajadas del militante entran en los oídos de Coronel Mamá como una bruma de viento caliente llevando hormigas rojas.
Coronel Mamá cierra los ojos implorando a su calma de no abandonarla y a su furia de esperar que su cuerpo no esté al alcance de sus adversarios porque sus enemigos no son ni militantes ni militares y aún menos cazadores. Sus enemigos están en la cabeza de Las Alturas.
—No es una orden. ¿Quién soy para darle una orden? Es solo una petición, con su permiso.
El militante parece satisfecho con la respuesta. Aún así no le lleva ninguna silla, toma un cigarrillo y lo enciende. El humo no teniendo lugar para salir se hace dueño del espacio, Coronel Mamá empezó a toser. El militante llega a su altura, su tos aumenta y su respiración empieza a ser anormal, pero el militante no se da cuenta.
Detrás de la ventana, Ochora pega gritos y toca con su pico sobre la ventana, el militante la abre para empujar el pájaro con los gritos aburridos. Ochora carga sobre él con sus pequeñas alas desplegadas y pasa sus patas por los ojos del militante. Queriendo pasar las manos en los ojos y empujar lejos de él al pájaro, el militante dejá caer a su cigarrillo. Ochora lo dejá en paz y se va a instalarse sobre la rama de un árbol no lejano preparándose para volver a escuchar lo que sigue en la historia.
El militante cierra furiosamente la ventana y vuelve a la altura de Coronel Mamá. Pone su mano bajó su cuello asfixiandola y la levanta la cabeza.
—Escúchame pequeña negra del infierno, si tú pajarito no cierra el pico y me ataca otra vez, lo mataré cortándole las patas y las alas uno detrás del otro, ¿entendido?
Coronel Mamá no puede responder, intenta respirar por los labios ya qué el olor de cigarrillo que sale de la boca del militante impide a su nariz respirar un aire sano. El militante quita su mano de su cuello y vuelve donde antes estaba sentado. Toma una de las sillas, lo pone con brutalidad detrás de Coronel Mamá y la empuja con una patada.
Coronel Mamá pega un grito asfixiado cuando su espalda y sus nalgas doloridas se tocan sin ningún esfuerzo a la madera dura de la silla. Siente como el líquido rojo que todos llaman sangre se abre un espacio en sus heridas y se desliza por su espalda.
—Ahora tienes tu silla, Jacomelo… o... General Mamá…
—No… no soy General Mamá. El grado que me dieron mis hijos es "Coronel Mamá", pero solo ellos y Ochora tienen derecho de llamarme así.
—¿Y cómo tienen que llamarte los otros?
—Para los militantes soy la viuda negra, para los cazadores soy la zorra, para los militares soy la mujer negra fugitiva y para el Coronel soy la plaga —Después de decir eso, Coronel Mamá se ríe en carcajadas, Ochora quien había vuelto se pone a imitar el mismo sonido, los dos se están burlándose del militante.
Cuando ése último se da cuenta, levanta su mano y la baja con una bofetada en la cara de Coronel Mamá que pega un grito similar a la que pega Ochora.
—Da igual como te llaman, termina esta maldita historia…¿Y por qué no contaste lo qué pasó con los cazadores que te capturaron? ¿Por qué en tu historia, eres siempre fuerte y nunca débil?
—¿Me hubieras respondido si te hago la misma pregunta? —pregunta Coronel Mamá a su vez.
—Al contrario de tí, no soy un esclavo y no soy atada con pulseras de hierro. Respóndeme o te doy de comer por mis hombres —dice el militante con una sonrisa diabólica—. Imagínate, atada en la cama con esas lindas pulseras atadas una a la otra por esos lindos collares y tu cuerpo recibiendo en todos los agujeros posibles los miembros de cada uno de los hombres de aquí. Yo no te tocaría, eres sucia, tu color es sucio, pero mis hombres si te tocarán con tanta fuerza que pedirás a tu Díos de cambiarte de cuerpo.
Coronel Mamá no dice nada, se queda en silencio pensando las palabras del militante. Su peor miedo aún antes de ser fugitiva y aún antes de que empecé la guerra siempre fue de ser violada. Que sea por blancos o por negros, no quiere ser violada. Cada vez que lo capturan, ella juega el papel de niña rebelde que sabe que su importancia es a nivel mil. Se deja maltratar, pero cada vez que entiende o que se da cuenta que ellos la van a violar, o se salva o hace la muerte o la desmayada.
Aquí no puede hacer ninguno, ellos tienen órdenes directo del general de Las Alturas, ellos son cazadores, militantes y militares reunidos. Ellos son los militantes de la nueva América poderosa, la NAP. Ella abre la boca e intenta su última carta, rezando a la cruz que tiene colgado en el cuello, la única cosa después de sus pantalones y su sujetador con la cual lo dejaron.
—Si me violan, estaré emocionalmente agitada y no podré pensar en nada más. La última cosa de mi historia que te acordaras es que mis hijos y Ochora me llaman Coronel Mamá y que los mordidos por los lobos no se convierten en hombres-lobos pero en lobos.
El militante se queda pensativo un momento. Se sienta en la silla sobre cual estaba sentada antes.
—¿Quién te dijo que es antes de que tú acabes la historia que te daré de comer a mis hombres?
Coronel Mamá sonríe con malicia.
—Claramente no fué tú… solo digo que Ochora está esperando el fin de la historia… —responde Coronel Mamá con una sonrisa de lado.
Ochora pega un grito de carcajadas, salta sobre las barras de la ventana que ya no esconden el pasaje, levanta sus alas como si estuviera bailando.
A veces hay historias que no tenemos fuerza para contar, hay un capítulo de nuestra vida que no es fácil para escribir.
Hola queridos amilectores, gracias por seguir leyendo mi historia y gracias por seguir apoyándome. Ya estamos casi al final de la historia....
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