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Extra

LA LEYENDA DE LOS MUERTOS VIVIENTES

Entre las cosas que el fulgor del claro lunar alcanzaba, se encontraba una diminuta cabaña escondida en el espesor de un bosque; en esa casucha yacía un hombre a punto de morir.

Los pobladores de la zona se debatían entre llamarlo loco, brujo, hechicero e incluso el mismísimo demonio. A él no le podía importar menos; pronto su plan se pondría en marcha y todos se rendirían a sus pies.

Concurría el siglo XVII en aquella región de Haití. El incesante tráfico de esclavos hacia América había desencadenado un fuerte fenómeno de sincretismo entre la religión cristiana y las otras provenientes de África, junto con algunas sectas propias de la idiosincrasia haitiana. Todo esto había formado una nueva creencia entre los residentes de aquel lugar, una idea novedosa en la qué depositar su fe; El Vudú.

El hombre que vislumbraba sus últimos minutos de vida en aquel lecho de muerte era su mayor exponente; tenía seguidores fieles que lo esperaban con ansias. Ellos creían firmemente en que regresaría de la muerte tal como lo había prometido, y entonces, dichosos, podrían disfrutar de una vida eterna.

El «hechicero» no tenía miedo. Acariciar la muerte tan solo era el comienzo de su gran proyecto. Había pasado toda su existencia tratando de encontrar la inmortalidad, confiado en que funcionaría; macabros experimentos en animales muertos y cadáveres de personas respaldaban su teoría.

En poco tiempo comprobaría en carne propia lo que con años de práctica le costó obtener, pero primero tendría que dar el último paso.

Entre sus brazos guardaba con recelo una urna misteriosa. El pigmento marrón que la recubría le proporcionaba una opacidad intensa que no permitía entrever el mínimo detalle en su interior. Misteriosos garabatos ornamentaban su diseño; simbología cristiana fusionada con aquella traída del África se traducía en una nueva. Crucifijos asentados en pedestales y escaleras se explayaban a lo ancho de su figura. 

El hechicero puso las palmas encima de la funesta vasija y, rozando su tosca superficie, removió la cubierta para dejar en evidencia lo que contenía.

Un inquietante humo blanco se esparció con presteza por todos los rincones de la pequeña cabaña. La densa humareda se concentraba hermética en el interior de esas cuatro paredes. El gas se introdujo en su cuerpo, causándole asfixia mientras invadía cada célula de su organismo indiscriminadamente. 

Su gran creación se estaba poniendo en marcha.

Cuando el reloj de arena que representaba su vida llegó a cero, sus brazos y piernas se extendieron a lo largo de las sábanas. La muerte había tomado su lugar... 

O eso se creía. 

Sin embargo, como si fuera una burla al destino, algo ocurrió después de aquel inevitable proceso; su corazón produjo un pequeño sobresalto.

De repente, comenzó a ejercer latidos de nuevo, pero mucho más lentos de lo normal. Algo extraño estaba aconteciendo en su organismo; estaba cambiando. Su metabolismo había descendido como el de un oso al entrar en estado de hibernación.

¿Qué le sucedía?

A medida que los días transcurrían, el hombre todavía no despertaba de aquel misterioso trance. ¿Cómo podía ocurrir algo así? ¿Cómo seguía aferrándose a la vida?

Un mes tuvo que ocupar para que aquel embrujo surtiera efecto. 

Sus párpados le pesaban, pero lo logró; despertó. Abrió los ojos con delicadeza, y mientras lo hacía, intentaba reconocer el lugar. La penumbra acobijaba los alrededores, ennegreciendo el panorama. La noche reinaba como la primera vez que murió.  

¿Desde cuándo un humano podía sobrevivir un mes sin comer ni beber? Él lo sabía, pero eso no le afectaba. Ya no era un humano.

Entre leves empujones intentó levantarse de la cama, y con lentitud se incorporó en la estabilidad de sus pies. Por un momento pensó que había tenido un simple sueño, como esos que experimentaba tras una larga jornada de investigación en las que caía rendido por un día entero. Aquel recuerdo de haber muerto tenía más sentido en un plano onírico que en uno real. Pero cuando sus ojos asimilaron la oscuridad del entorno y se percataron de la urna expuesta que reposaba en el rugoso suelo, las dudas desaparecieron de su cabeza; la metamorfosis había funcionado.

La primera reacción que gesticuló ante la tan anhelada reivindicación de su teoría fue una sonrisa que se dibujó casi de manera inconsciente en su rostro. Lo había logrado, había escapado a las garras de la muerte.

Extendió sus brazos para apreciarlos minuciosamente y pudo notar que sus músculos se habían reducido en tamaño. Eso era una buena señal, como también la incesante hambre que lo carcomía por dentro.

Sus seguidores lo esperaban afuera de la casucha con vehemencia. Hoy era el día; antes de que el hechicero se introdujera en aquel raro coma, les había informado que lo buscaran en la primera luna llena del siguiente mes. 

Incluso los acólitos menos devotos desbordaban alegría por sus poros; la incertidumbre que aún conservaban se había desvanecido por completo cuando vieron al hechicero regresar de entre los muertos.

Con gloriosos pasos abandonó la cabaña y se reencontró con sus fieles adeptos. La luna le agregaba misticismo a la escena, bañando con su luminiscencia el claro del bosque. Todos aguardaban con velas en mano mientras adornaban con sus figuras la humilde morada en una circunferencia perfecta.

El nuevo mesías —como se hacía llamar— observaba a sus inferiores con altivez. No los estimaba como algo más que objetos sin valor para sus oscuros propósitos. 

Justo como lo había planeado, todo se reproducía con extrema precisión. Sus súbditos reunidos esperaban ansiosos la siguiente fase; la vida eterna. Y sabían muy bien de qué manera la obtendrían.

Ahí, explayados como un gran banquete, el hombre no dudó un segundo en abalanzarse sobre ellos y devorarlos uno por uno. Sus fieles adeptos no opusieron resistencia, creían ciegamente en su veredicto. Incluso cuando este desplegaba mordiscos a diestra y siniestra, manchando la tierra del liquido escarlata que escurría de sus cuerpos, nadie se atrevía a interferir. 

Cuando por fin sació su hambruna, no hubo persona alguna que sobreviviera a su implacable ferocidad. Los cadáveres reposaban en la fértil tierra mientras las gélidas olas de aire resoplaban contra sus cuerpos.

Acto seguido, el contenido de otra de sus urnas se despilfarró por los aires, envolviendo en un manto de humo a sus nuevas víctimas. Los árboles atestiguaban con apatía el surgimiento de una leyenda que se perdería en los siglos póstumos a su creación.

La labor estaba casi completada.

El hombre esperó pacientemente por horas, y después, en la madrugada, cuando el día apenas abría sus ojos, los inanimados cadáveres comenzaron a retorcerse en el suelo. Con leves estrujones movían sus extremidades de un lado a otro arrastrándose por el piso, y, con lentitud, se fueron incorporando de entre la mixtura de barro sangriento que se había formado tras sus violentas muertes.

El grupo de acólitos se había convertido en una horda de criaturas sin control sobre sus cuerpos, sedientas de sangre y vísceras. Todos bajo su dominio.

Los días pasaron y con ellos, inquietantes rumores sobre monstruos caníbales se hicieron escuchar. ¿De dónde habían salido? Nadie lo sabía. Pero la mayoría culpaba a la nueva secta, aquella que se autoproclamaba como El Vudú. 

A estos demonios los llamaron zombies.

Pronto, toda la región sería azotada por aquellas abominaciones. Muchas personas morirían y se transformarían en almas en pena dispuestas al servicio del hechicero. 

Cuando esto comenzó a suceder, los lugareños esparcieron historias terroríficas en la inmensidad de la isla; algunos decían que eran engendros inmortales vaticinando el apocalipsis; otros hablaban de esperpentos caníbales creados por algún tipo de ritual de alguna religión pagana; y algunos pocos, escépticos, no se inmutaron a reaccionar ante tales aseveraciones; la indiferencia de estos últimos fue fatal, pues les costó la vida. 

El hechicero estaba triunfando con su cometido. Se haría con el poder de la isla y también del mundo entero. Todos se convertirían en sus viles marionetas. Pero los colonizadores de la isla no se quedarían de brazos cruzados. Con armas de fuego en mano, se prepararon para reducir al ejército de zombies a cenizas. Mas se llevaron una sorpresa al enterarse que eran inmunes a sus proyectiles. 

Algunos zombies parecían regenerar partes del cuerpo incluso después de «muertos». Con una regeneración sobrenatural, se volvían a parar mientras sus heridas sanaban a la vista de los más incrédulos. Sin embargo, otros morían cuando el impacto de sus fusiles traspasaba los pútridos cráneos hasta dejarlos casi decapitados; y, percatándose de aquello, los colonizadores lograron descubrir su punto débil.

El hechicero se vio entonces acorralado, su ejército cada vez perdía más unidades.

En un intento desesperado por huir, regresó de nuevo a la pequeña cabaña del bosque para refugiarse y planear su próxima estrategia, pero ya era tarde. Los colonizadores le estaban pisando los talones.

Murió por segunda vez en la pequeña choza que dio origen a su experimento. Sin embargo, sus estudios quedaron al descubierto. Cuando los colonizadores rebuscaron entre las cosas que había dejado, descubrieron varias urnas completamente selladas que reposaban en estanterías de madera.

Y entre el revoltijo de papeles y planos que se extendían por todos los rincones del lugar, hallaron los datos de la ardua investigación que el hechicero había acumulado con el paso de los años. Se dieron cuenta de que la extraña maldición provenía de las urnas, y que por ninguna razón del mundo podían volver a ser abiertas.

Así que, intentando evitar otra masacre, la mayoría fueron destruidas. Pero unas cuantas fueron conservadas a lo largo de los siglos por familias adineradas que buscaban lo que aquel tirano, hombre o demonio, genio o demente, había logrado. 

Generación en generación se utilizaron hasta que solo quedó una. Una que desataría el caos de nuevo en el mundo y haría que los vivos volvieran a temerle a los monstruos caníbales que habían creído sepultar como leyendas urbanas.


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Este extra está inspirado en el verdadero origen de la palabra "zombi". Que, según san google, proviene de Haití, específicamente del vudú -que se creó en el siglo XVII por una combinación entre el cristianismo y las religiones que trajeron los esclavos de Africa- , en el que se hablan de criaturas sin voluntad propia controladas por un hechicero.

¿Quién sabe? Puede que la historia de este extra sea real y la hayan sepultado en el pasado como muchas otras cosas que nos ocultan en el mundo. c:

Si te ha gustado el extra, apreciaría que votaras para que más personas pudieran conocer la historia c:

Otra cosita: Este solía ser el prólogo de la historia, pero muchos me dijeron que el primer capítulo era más emocionante. Así que este prólogo quedó convertido en un extra mejor c:

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