5. Coartada
El claro lunar acobijaba las verdes praderas que rodeaban mi propiedad cuando el rechinante sonido de un motor interrumpió la tranquilidad de la noche. Azulados y rojos destellos se colaron en mi vestíbulo a medida que el vehículo se acercaba a la mansión.
La policía.
Al escuchar el auto aproximarse, salí preparado con la mentalidad de enfrentarlos. Así que esperé en la entrada, junto a la puerta. Dos oficiales surgieron de él y dirigieron sus pasos hasta mi ubicación.
—Buenas noches —pronunció uno de ellos, el más alto de los dos. Posteriormente, me ofreció un apretón de manos como gesto de formalidad. Llevaba una ligera sombra de barba que se extendía por gran parte de su rostro; desde donde empezaban sus orejas, hasta su mentón. Sus ojos, difíciles de apreciar en la oscuridad, parecían llevar un pigmento celeste. Era el típico rubio de ojos azules—. Soy el oficial Joe Williams y él es mi compañero, el detective Michael Brown.
—Mucho gusto. Soy Jack Miller. —Les mostré mi identificación falsa—. ¿Los puedo ayudar en algo? —Me comporté tranquilo y sorprendido, como si no supiera por qué estaban ahí.
—Sí —respondió Michael, el otro oficial. Era más bajo que Joe, pero mucho más robusto. De tez oscura y rasgos pronunciados—. ¿Conoce o ha visto a este hombre? —Me mostró una fotografía en el que se veía a un joven sonriendo con la que parecía ser su pequeña hija y esposa.
Una sensación escalofriante recorrió mi columna al ver el rostro de aquel muchacho. Evoqué cada fragmento de la perturbadora escena que había acontecido en mi hogar. Mis entrañas se retorcieron, pero pude controlar mi respiración lo suficiente como para no alarmar a las autoridades.
—No... —murmuré, a la par que atisbaba la imagen de manera reflexiva—. No tengo idea de quién es. ¿Por qué?
—Se llama Joseph —comentó el rubio—. Esta mañana usted hizo un pedido en la pizzería donde él trabaja.
—¿Ah, sí? —Actué despreocupado—. Recuerdo haber pedido una. Pero nunca llegó, así que tuve que llamar a otro lugar.
El otro detective me estudió de arriba a bajo, intentando leer mi lenguaje corporal para hallar indicios que le generaran desconfianza. Y aunque no le estaba dando motivos, era obvio que no creía en mi palabra.
—Su esposa nos contactó —continuó el moreno—. Hablamos con el dueño de la pizzería y nos proporcionó esta dirección. Dijo que había sido el último paradero al que le había ordenado dirigirse. Mírelo bien —insistió—. ¿Está seguro que no lo ha visto, señor?
Tomé la foto y le eché un vistazo de cerca para cooperar con ellos y difuminar sus dudas. Pero ver el rostro de Joseph me producía náuseas. Náuseas que tenía que contener para disimular mi inquietud.
—No, ni siquiera se me hace familiar —manifesté.
—Está bien... —El detective Brown giró su cuerpo, dándome la espalda. Creí que había terminado con su labor y se retiraría, pero justo después, levantó su brazo y señaló hacia la carretera—. Hemos notado que hay marcas de neumáticos pertenecientes a una motocicleta en el asfalto. ¿Está completamente seguro que no ha visto al hombre de la foto? —Volvió a darme la cara.
—Estoy bastante seguro, oficial —contesté con autoridad, aunque intimidado por dentro—. Como les dije, esta mañana pedí una pizza. Y al ver que no llegaba, tuve que llamar a otro lugar. Esas marcas tiene que ser del repartidor de pizza que sí hizo bien su trabajo —enfaticé en lo último—. ¿Por qué? ¿Acaso trata de insinuar algo? Sea directo, oficial.
—Tranquilo, señor Miller —respondió el oficial Williams—. Solo queríamos pasar a preguntar y recolectar información. Pensamos que usted podría ayudarnos a dar con el paradero de Joseph.
—Pues lamento decepcionarlos. No sé nada. —Me crucé de brazos—. ¿Hay algo más que pueda hacer por ustedes?
—Supongo que no...
—Disculpe, señor Miller —interfirió Brown—. ¿Le molestaría decirnos a qué otra pizzería llamó luego de que su primera opción no llegara?
Mierda.
En realidad no había llamado a otra. No pensé que fueran a preguntarme algo así. ¿Ahora qué coño haría?
—Eh... —titubeé—. La verdad es que no recuerdo. No le di mucha importancia. Simplemente tenía hambre y llamé a otro lugar...
Si me hubiera molestado por aquella pregunta, les habría dado motivos para sospechar de mí. Era mejor actuar como si no lo recordaba que enojarme y llamar la atención.
—Está bien, señor —comentó el oficial Williams—. Gracias por su colaboración. Ha sido de mucha ayuda. ¿Podría facilitarnos un número celular para contactarlo en caso de necesitar más información?
—Claro —dije.
Les di uno que no usaba. Necesitaba que se fueran rápido, la ansiedad empezaba a alterarme. Y entre más colaborativo me mostrara, menos intrigas cosecharía.
—Gracias por su tiempo, señor Miller. —Ambos se despidieron de mí—. Que tenga una buena noche.
—Igualmente, oficiales.
Horas antes de la visita policíaca, me encontraba llamando a la pizzería para avisarles con una molesta actitud que mi pedido nunca había llegado; fue lo primero que se me ocurrió tras haber pensado en una posible solución a corto plazo.
—¡Ya no quiero nada! —vociferé al asistente que contestó la llamada para después colgar abruptamente.
Sabía lo que se aproximaba, o al menos eso era lo que pensaba.
El próximo paso sería destruir la evidencia, o sea, desaparecer el cuerpo. Envolví el cadáver en una sábana para arrastrarlo hasta mi sótano y empecé a cavar un pequeño agujero que me tomó al menos una larga hora debido a mi inexperiencia. Lo podría haber enterrado afuera, pero me arriesgaría a ser visto si alguien decidía visitarme de manera inesperada, y tal vez solo era paranoia, pero era mejor no correr ningún riesgo.
Sin embargo, no planeaba dejarlo ahí por mucho tiempo. Quizá uno o dos días para no levantar sospechas si algún policía decidía investigar dentro o en los alrededores. Le echaría cal al cuerpo para eliminar el hedor que pudiera desprender. Y luego, lo trasladaría a otro lugar. Tenía pensado usar ácido sulfúrico después para desintegrarlo con mayor rapidez y no dejar rastro alguno.
Cuando terminé de enterrarlo, me dispuse a limpiar las manchas de sangre que había en el suelo. Usé abundante agua y cloro. Me tomó algunas horas, pero logré deshacerme de aquel río escarlata que había comenzado en el vestíbulo y desembocaba en el baño de mi mansión. Como resultado, un fuerte olor a químicos había quedado impregnado en el ambiente.
«Hoy era día de limpieza», tenía planeado responderle a los oficiales. «¿Y por qué tanto cloro», imaginé que alguno me preguntaba. «Tengo un trastorno obsesivo compulsivo con la limpieza», sería mi respuesta.
No era la mejor excusa, pero al menos tenía una. Además, había limpiado el resto de las habitaciones para hacerlo más creíble. Y de todas formas, el olor no era perceptible desde el exterior. Y los detectives no estaban autorizados a entrar a menos que tuvieran una orden extrajudicial o evidencia que me vinculara estrechamente con el asesinato.
Cuando finalicé lo concerniente a la disipación del cadáver y las manchas de sangre, ya eran las tres de la tarde. Sin embargo, aún tenía una última tarea: ocultar la motocicleta que había usado el repartidor.
Si llegaban a encontrarla, estaría en problemas. Por lo que planeé destruirla en un lugar apartado de la ciudad y quemarla hasta dejarla irreconocible. Pero algo fuera de lo previsto interfirió en mi plan.
Cuando subí a la motocicleta y empecé a manejarla fuera de mi propiedad, mi visión comenzó a ponerse borrosa. No podía divisar bien el camino. Pensé que la tierra de las montañas o alguna basura de la carretera se había colado en mis ojos, pero no sentía nada en ellos.
¿Quizá estaba yendo muy rápido?
No, eso no podía ser. Apenas estaba corriendo a unos cuarenta kilómetros por hora, una velocidad bastante normal e incluso lenta para algunos. De todas formas, decidí bajar aún más la velocidad, pero el problema persistía. Ya empezaba a preocuparme. Y no era para menos, pues la colina dibujaba un zigzagueante camino que era difícil de anticipar incluso con optimas condiciones visuales.
Sin embargo, tenía que continuar. Tenía que deshacerme de la motocicleta. Así que seguí como pude. Pero mientras intentaba concentrarme, una bifurcación apareció de la nada y mi instinto de supervivencia se activó, obligándome a saltar del vehículo y evitando un catastrófico destino.
Di varias vueltas en la carretera antes de que la inercia dejara de ejercer su presión en mí. Me detuve a pocos metros del precipicio, pero la motocicleta no corrió con la misma suerte y descendió hasta el oscuro y sombrío acantilado.
Al incorporarme de pie, noté ligeros raspones en mis brazos. Por suerte, iba a poca velocidad, lo cual ayudó a amortiguar el impacto. Si hubiera ido más rápido, lo más probable es que no hubiese anticipado la caída y habría acompañado a la motocicleta en su recorrido por los confines de ese barranco.
No era el modo en que lo tenía planeado, pero al final había cumplido mi propósito. Estaba seguro que después de eso, la moto había quedado completamente destrozada. Así que ya no tenía más evidencia qué ocultar. Lo único relevante era volver a casa y preparar un monólogo para los detectives.
Para mi fortuna, el trayecto devuelta a casa no fue tan largo. Cuando llegué, decidí cambiarme la ropa y limpiarme un poco. También me puse un suéter para ocultar los raspones. No podía levantar sospechas.
Los detectives llegaron después, en la noche. Pero para entonces ya tenía la coartada perfecta. Y no les había dado un buen motivo como para que regresaran. Así que estaba relativamente a salvo.
Había sido un día eterno y complicado... Estaba demasiado agotado, por lo que decidí ir a la cama a dormir. No es que me sintiera feliz por lo que había hecho. El tal Joseph tenía una pequeña hija esperándolo en casa y me hacía sentir como una mierda. Pero no sabía qué coño había ocurrido conmigo en ese momento. Todo fue producto de un frenesí caníbal incontrolable.
De cualquier manera, pensaba compensar a su familia de por vida. Eso arreglaría el karma a mi favor. O al menos saldaría mi cuenta. Quería sonar optimista, pero estaba muy equivocado si pensaba que ese sería el fin de mis problemas.
A la mañana siguiente, tras despertarme, me dirigí al baño a lavarme la cara. Cuando me quité la ropa para darme una ducha, noté que mis brazos ya no tenían raspones. No habían cicatrices, nada.
¿Cómo me había curado tan rápido?
No es que me estuviera quejando, era una buena noticia. Pero no entendía cómo algo así podía ocurrir de la noche a la mañana. Normalmente me tomaría varios días recuperarme de una caída como esas.
¿Acaso...?
¡Sí! ¡Puede que sí! Tenía la esperanza de que, tal vez, en efecto, todo había sido un sueño. Un gran y abrumador sueño. De que esta vez sí había despertado. De que todo había sido una simple pesadilla.
Di un enorme suspiro, aliviado. Y terminé de ducharme. Quería llorar de la felicidad. Era una increíble noticia. ¡Una maravillosa noticia!
Pero... ¿Acaso me estaba engañando a mí mismo? Un vacío en mi pecho me hizo sentir mal. Ya no sabía ni qué pensar. ¿Qué era real y qué no? Solo había una forma de averiguarlo...
Dirigí mis pasos hacia la puerta del sótano. Cuando puse mi mano sobre la perilla, esta estaba suelta; como si alguien la hubiera abierto antes. Era como estar en una película de terror. No quería entrar, pero tenía que hacerlo. No podía vivir con la incertidumbre.
Escalón por escalón descendí mientras mi cabeza se debatía entre mil cosas. Estaba preparado para lo peor... O eso creía. Mas cuando llegué a donde había «enterrado» al cadáver, me llevé una sorpresa que ni siquiera yo mismo pude prever. El agujero que había cavado estaba ahí, confirmando que la pesadilla era real. Pero no solo eso...
Estaba completamente vacío.
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¿A dónde se fue? D:
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