29. Ricky: El Rey de los Muertos
Ricky logró escapar con otros tres zombies, pero no ileso. Un disparo le hizo volar su oído derecho, y otros tres impactaron en su brazo. Ahora se encontraba escondido en uno de los edificios de Las calles del infierno que habían cerca del bar.
—¡Maldito, George! ¡Hijo de puta! ¡Siempre lo arruina todo! ¡LO VOY A MATAR!
Los gritos fueron tan intensos, que retumbaron en la habitación, chocando contra las paredes, y volvieron hacia él en forma de imágenes. Había descubierto una extraña habilidad de ecolocalización.
—¿Pero qué mierda fue es...? —Sus palabras fueron interrumpidas por una ligera carraspera proveniente de su garganta.
Empezó a toser violentamente. Los carraspeos venían acompañados de sangre. Ricky sintió que algo se movía dentro de su organismo, como si anhelara salir con desespero. Tras unos segundos de incesantes carraspeos, tres balas salieron disparadas de su boca y cayeron al sucio suelo.
Ricky observó las municiones en el piso y luego echo un vistazo a su brazo; las heridas estaban sanando. Después miró a sus esbirros, los únicos tres zombies que habían sobrevivido de su ejército. Uno de ellos no tenía una mano. Los otros estaban intactos.
Según lo que Ryan le había contado mientras lo tenía cautivo, los zombies necesitaban alimentarse para regenerar partes de su cuerpo. Tenía que encontrar comida pronto, pero el día podría jugar en su contra, así que mejor esperaría la noche.
Mientras las horas transcurrían, Ricky cavilaba sobre sus posibles opciones. Ya no podía contar con la fachada de El Suplicio para sus macabros planes. Ahora tendría que atacar fiestas clandestinas e intentar no ser detectado.
Cuando las tinieblas se apoderaron de la metrópoli, Ricky salió a la caza junto a sus esbirros. Las calles del infierno eran un buen lugar para empezar; algunos vagabundos usaban los rascacielos abandonados como refugio.
Usando su sentido auditivo para guiarse, Ricky se movía de un lugar a otro con pasos furtivos, evitando ser expuesto por los vehículos policíacos que patrullaban la zona. Lo más seguro es que lo estuvieran buscando. Si quería asesinar personas, tendría que hacerlo rápido y sin llamar la atención.
La esperanza parecía acabarse en aquellos inhóspitos callejones. Ricky sabía muy bien que tras el famosísimo caso del Asesino Infernal, la mayoría de vagabundos habían decidido trasladarse a otras partes de la urbe, pues Las calles del infierno eran el lugar predilecto en el que incineraba a sus víctimas.
Sin embargo, sus oídos captaron algo en uno de los edificios. Escuchó latidos de corazón, lentos, pero constantes. Al acercarse con sutileza y entrar por una ventana rota, pudo percatarse que había un anciano durmiendo en un desgastado y maloliente colchón.
Ricky no lo dudo ni un segundo, ordenó el ataque a los zombies y estos actuaron sin vacilar. El anciano se despertó de sopetón, con los nervios de punta, solo para darse cuenta que una bestia caníbal había instalado los dientes en su vientre. El viejo gritó de dolor e intentó luchar por su vida, pero los otros dos zombies también se precipitaron sobre él y lo tomaron de los brazos.
Después de que todos saciaran su apetito, Ricky supo que aquello no sería suficiente. Tendría que arriesgarse e ir a otros lugares si quería crear un ejército nuevo. La venganza era su motor, no podía seguir escondiéndose.
Al siguiente día, como lo tenía planeado, visitó otro sector de la ciudad. Las terrazas de los rascacielos funcionaban para camuflarlo con la oscuridad de la penumbra, justo como lo hacía George cuando decidió atacarlo aquella noche fuera del bar.
Mientras se encontraba en la cima de un edificio, vio a una patrulla de policía pasar cerca. El oficial que había en el vehículo sacó una bocina y comenzó a hablar a través de ella:
—Se les recuerda a todos los ciudadanos que a partir de mañana se implementará la cuarentena obligatoria. Nadie podrá salir de sus casas. El que lo haga, será amonestado.
«¡¿Una cuarentena?!»
Ricky no podía darse el lujo de perder el tiempo. Esperó hasta que la patrulla desapareciera en las lejanías y entró al edificio en el que planeaba llevar a cabo su masacre. Apenas habían unas ocho personas reunidas alrededor de una mesa, celebrando un cumpleaños.
Ricky y sus esbirros fueron rápidos. Mientras él protegía la salida, los otros atacaron sin piedad a la multitud. Una emboscada coordinada a la perfección. Ninguno tuvo la oportunidad de avisarle a la policía.
El amanecer de un nuevo día abría sus ojos horas después, y los cadáveres le acompañaban. El ejército de Ricky volvía a recuperar fuerzas. Sin embargo, las oportunidades escaseaban. La cuarentena había sido implementada y la soledad era evidente.
Tenía que arriesgarse, no había otra forma. Cuando la noche acarició el firmamento, intentó adentrarse en otro sector de la ciudad; aquel donde las fiestas en los bares nunca cesaban. Un lugar de reuniones clandestinas que Ricky a veces visitaba.
El Sepulcro.
No existía mejor forma de realizar fiestas clandestinas que en el sótano de un edificio con fachada de hotel. Y El Sepulcro se especializaba en ello. Ricky conocía la entrada, y tenía como objetivo irrumpir sin avisar con su ejército de zombies.
El plan era sencillo: entrar, asesinar a unas cuantas personas y llevárselas a otro lugar antes de que llegara la policía. Ricky había escogido un edificio de Las calles del infierno como su guarida. Ahí custodiaría a los cadáveres y esperaría hasta que se transformaran.
Ni siquiera se tomó la molestia de tocar la puerta. Ricky y sus esbirros demolieron la entrada a patadas y se introdujeron con presteza por los corredores del establecimiento. El primero en morir fue el guarda que protegía la entrada. Un zombie le propinó una implacable mordida en el cuello y lo mató al instante.
La música de la discoteca jugaba a su favor; nadie en el piso inferior se había dado cuenta de lo que estaba aconteciendo. Ricky le ordenó a uno de sus lacayos que se encargara del guarda. El zombie que lo asesinó cargó el cuerpo en sus hombros y se lo llevó a la guarida, mientras el resto continuaba con la operación.
Luego, Ricky dirigió al grupo hacia la puerta del sótano que conectaba con el bar subterráneo. Tampoco se molestaron en tocar, una vez más, la tumbaron a patadas. Al entrar, Ricky pudo divisar fácilmente más de treinta personas. Estaba seguro que con tantos presentes, alguno alcanzaría a advertir a la policía. Así que tenía que actuar rápido.
«¡Ataquen!», indicó Ricky a sus esbirros mentalmente. Había aprendido a comunicarse con ellos de esa manera.
El asalto fue rápido, los diez zombies no dudaron en abalanzarse hacia las personas que disfrutaban del baile y las bebidas. Ricky también participó. Puso sus ojos en un chico que parecía menor de edad y pensó que sería una presa fácil, así que tensó los músculos de sus piernas, preparándose para saltar, y brincó con ferocidad hacia él.
«Te estaba esperando», escuchó Ricky en su mente mientras se encontraba suspendido en el aire, a pocos metros antes de alcanzar al chico.
De repente, Ricky sintió que alguien lo embestía. Miró a la izquierda y vio a George abalanzándose sobre él. Al caer al suelo, George había quedado encima suyo, listo para asesinarlo. Sin embargo, cuando George apretaba el puño y lo dirigía hacia el rostro de Ricky, uno de los zombies intervino y empujó a George lejos de él.
Ricky observó cómo George, lleno de ira, destrozó el cráneo del zombie que se sacrificó para socorrerlo. Ricky aprovechó el momento para ponerse de pie y adquirir una actitud defensiva.
—¡Maldito, hijo de puta! —le gritó—. ¡Siempre lo arruinas todo! ¡¿En serio crees que tienes una oportunidad contra mí y mi ejército?!
—Seguramente no —contestó George, esbozando una sonrisa—. Pero la policía sí.
Ricky escuchó el ruido de las patrullas de policía que se acercaban desde las lejanías.
—¿Pensaste que eras el único que conocía este lugar? —habló George—. Eres demasiado estúpido y predecible.
Tenía que fugarse ya mismo. Sus zombies habían conseguido asesinar a algunas víctimas y podrían escapar con ellas. Las personas que aún quedaban con vida en el bar corrían como hormigas torpes intentando escapar. El único problema sería George. Ricky le ordenó a dos de sus zombies que lo atacaran, justo como lo había hecho en El Suplicio para distraerlo y fugarse.
George se ocupó de ambos, pero eso fue suficiente para que Ricky ganara tiempo y saliera de aquel lugar. Los otros siete zombies que lo acompañaban cargaban cadáveres en sus espaldas. Cuando iban llegando a la salida, Ricky pudo escuchar a los carros de policía esperándolos afuera.
Decidió evadir la puerta principal y mejor subió por las escaleras; tenía una mejor idea. Al encontrarse en el último piso, los zombies se prepararon para saltar a la terraza del edificio colindante. Sin embargo, era una trampa. También habían policías ahí.
«¡Maldita sea!»
Empezaron a dispararles, pero Ricky usó los cadáveres que habían traído con ellos como escudos. Cuando los policías se quedaron sin municiones y trataron de recargar sus armas, los zombies atacaron sin piedad y los aniquilaron. Ricky había ganado esta vez.
No perdió más tiempo y ordenó a todos los zombies a cruzar con celeridad al rascacielos aledaño. Él también lo hizo, pero después de hacerlo, miró atrás; sentía una extraña presencia.
Era George.
Lo había seguido y se preparaba para saltar hasta su ubicación. Ricky podría haberse ido, pero esperó hasta que George brincara. Frente a frente, Ricky fue el que habló:
—¿Este era tu plan? —Soltó una carcajada—. Qué patético eres. Sabes que no tienes ninguna oportunidad tú solo contra todos nosotros a la vez. Así que, ¿a qué vienes?
—No tienes que hacer esto, Ricky —dijo—. Detente y podrás volver a ver a tu padre.
—¿A mi padre? —Ricky no podía parar de reírse—. ¡Que se muera ese anciano! ¡Me da igual! Solo quería liberarlo para que me dijera dónde tenía guardado el dinero. Pero ya no importa. Con estas nuevas habilidades puedo hacer lo que se me plazca. ¡Y nadie podrá detenerme! ¡Ni siquiera tú, infeliz!
—Tenemos la cura del virus. No vas a llegar muy lejos.
—¿La cura? —Ricky sintió un ligero escalofrío. ¿Acaso podría perder sus poderes sobrenaturales? —. No te creo. Ryan jamás habló de una posible cura.
Ricky intentó indagar en los pensamientos de George, así como hacía con sus esbirros para leerles la mente, pero no pudo; su cabeza estaba completamente hermética, imposible de penetrar. No sabía si le estaba mintiendo o no.
—En realidad no la tenemos todavía —respondió. El tono que George usaba era cuidadoso, Ricky sentía que tramaba algo—. Pero estamos trabajando en ella. Un grupo de científicos ya se dio en la tarea. Y según nuestros cálculos, en una semana estará lista.
¿Por qué le estaba diciendo eso? ¿Quería destruir su confianza y hacerle creer que no tenía posibilidades? No podía permitir que esa cura se desarrollara. Tenía que detenerla costara lo que le costara. Si la cura se hacía realidad, sería su perdición.
—¿Ah, sí? —comentó Ricky, despreocupado—. ¿Y en dónde están desarrollando la supuesta vacuna?
—En Nedevi. Me imagino que conoces a qué me refiero.
¿Nedevi? Sí... Ricky lo recordaba. Aquel lugar era el laboratorio en donde Ryan trabajaba como jefe de investigaciones en virus y enfermedades neurodegenerativas. Ricky no conocía cómo funcionaba todo eso de las vacunas, pero sabía que Ryan era uno de los científicos más prestigiosos del mundo. Y con la tecnología actual, a lo mejor podrían crear la susodicha vacuna.
—No tienes oportunidad contra nosotros —siguió George—. Y sé lo que estás pensando, pero ni siquiera pienses en ir a destruir el laboratorio. Está protegido por la policía. Estás perdido. Eres un fracasado.
—¡Cállate, imbécil! —espetó—. ¡No me conoces! ¡Los destruiré a todos! ¡Y cuando termine, también mataré a tu querido Ryan en frente de tus narices!
George sonrió, triunfante.
Ricky no se molestó en seguir la conversación. Más oficiales podrían llegar en cualquier momento y mejor se retiró de la escena. Pero esta vez, con una determinación en sus ojos que jamás había sentido en la vida; los asesinaría a todos, no importaba lo que costara, lo haría.
Tan solo tenía menos de una semana para crear un ejército enorme. La policía vigilaba las calles con más fervor que nunca. Los nuevos cadáveres que había recolectado en El Sepulcro despertaron al día siguiente y llenaron las nuevas filas de su manada. Sin embargo, necesitaba más, mucho más.
Al comienzo, intentó ser cuidadoso. Asaltó pequeñas casas o conjuntos residenciales un poco alejadas de las demás. La policía llegaba minutos después, pero los zombies ya se habían ido. A duras penas conseguían dos o tres nuevos cadáveres para sus filas, pero los ataques eran múltiples cada día y lograban adquirir varios más.
Primero pasaron de una docena a veinte zombies, y luego, a cuarenta y seis; el ejército fue adquiriendo mayor concentración. Faltaba poco para que la semana acabara. Tenían que ser rápidos o la vacuna amenazaba con erradicarlos.
De vez en cuando la policía alcanzaba a presentarse con antelación y Ricky perdía a algunos de los suyos. Sin embargo, aquello era poco a comparación de todo lo que conseguían.
Al final de la semana, horas antes del ataque, su grupo contaba con trescientos muertos vivientes. Ricky estaba confiado en que sería pan comido acabar con los policías; las habilidades sobrehumanas que tenía eran incomparables.
Conseguir la ubicación del laboratorio fue fácil. Ricky secuestró a algunos humanos y los hizo trabajar para él, con la vaga idea de perdonarles la vida en el proceso. Algo que ni él mismo se lo creía. Tras utilizarlos para sus fines, los asesinaba a sangre fría y los incorporaba a sus filas.
La noche llegó y Ricky marchó con sus esbirros hacia el centro de investigaciones Nedevi. Trescientos zombies asediarían las instalaciones de aquel lugar. Ricky sabía muy bien que la oscuridad de la noche jugaría a su favor. Nadie los vería llegar.
—El apocalipsis zombie ha empezado. —Sonrió Ricky—. ¡Y yo soy el rey de los muertos!
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Nota: ESTO SE VA A DESCONTROLAAAAAAR xD
Faltan 3 capítulos para el final, y después habrá un epílogo. Por fin nos acercamos. Ya lo puedo oler, ya lo puedo sentir. POR FIN, COÑO, POR FIIIIIIIIIIIN :D
Terminemos con este sufrimiento rápido v:
Gracias por leer xD
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