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27. El hechicero de Haití

Los enfermeros terminaron de ponerle una venda a mi ex-jefe tras curar su herida. Se había puesto pálido después de la puñalada, pero no había sido tan grave. Al menos no estaba muerto...

Una vez fue tratado por los médicos del lugar, nos acercamos a su camilla, rodeándolo, y escuchamos lo que tenía por decir. 

—Habla —ordenó la oficial Jennifer—. ¿O quieres perder toda la pierna la próxima vez?

El anciano se removió incómodo, aún con evidente miedo, y después comentó:

—No sé mucho acerca del virus. En realidad, ni siquiera pensé que fuera real. Creí que era una de esas viejas leyendas que los pueblerinos inventaban... —Hizo una pausa e instaló sus ojos en mí—. Fue cuando vi a George aquella vez, luego de haberle disparado en el corazón, que todo cobró sentido y se volvió realidad.

Su cara adquirió un gesto de dolor; la pierna aún le dolía. Llevó la mano a ella para sobarse, intentando menguar el dolor. Ryan dio la orden a uno de los enfermeros para que le aplicaran un analgésico. Luego de eso, fui yo el que hizo una pregunta.

—¿A qué te refieres con una «vieja leyenda»?

—Estoy envejeciendo... —respondió—. Y no quiero morir. Necesitaba encontrar una forma de postergar mi muerte. Por lo que empecé a investigar sobre posibles «elixires de la vida». Al comienzo, opté por algo realista. Pero según la ciencia, todavía no han descubierto la inmortalidad.

»Así que recurrí a otras opciones. Y un día, después de cenar con mi familia, uno de mis investigadores privados me habló acerca de un extraño mito proveniente de Haití. De acuerdo a lo que me dijo, en el siglo XVII existió un hechicero que creó un ejército de «muertos vivientes».

»En ese entonces se usaba la palabra «zombie» para referirse a personas que habían muerto y, por medio de un ritual hecho por el hechicero, vuelto a la vida sin voluntad, completamente a su servicio.

»Según se especuló, aquel hechicero intentó acabar con la humanidad a través de su ejército. Pero los colonizadores no lo permitieron. Fue una dura batalla, incluso tuvieron que traer refuerzos de Francia, pero al final lo derrotaron.

—Pero, ¿quién era ese hechicero? —preguntó Ryan.

—Yo también me pregunté lo mismo —dijo el anciano—. Mi espía era cuidadoso con la información que me proporcionaba, y jamás revelaba sus fuentes. Pero cuando se lo mencioné, lo único que me respondió fue que se había tratado de un científico francés. Aunque por la manera en que me lo contó, sospecho que ni siquiera estaba seguro y tan solo lo estaba deduciendo.

—Tiene sentido —comentó Ryan—. España colonizó a Haití primero, pero fueron los franceses quienes se apoderaron del lugar después, así que concuerda con las fechas. Sin embargo, debió tratarse de un científico muy adelantado a su época.

—Exacto —continuó el viejo—, mi espía llegó a la misma conclusión. En la historia de la humanidad han habido personas adelantadas a su tiempo, y en este caso en particular, podría haberse presentado la misma situación.

»Y aunque sonaba fascinante todo eso, tan solo lo tomaba como una de las muchas historias fantasiosas de la época. Siempre han existido los mitos y leyendas en cada religión y pueblo, especialmente en uno tan variado como la cultura haitiana; que no solo tomaba referentes africanos, sino también cristianos, de los europeos, e idiosincráticos.

»Además, no había ningún registro de que aquello hubiese ocurrido. Ni siquiera en internet, un lugar tan inmenso, se encontraba información al respecto. Hasta el día de hoy no sé de dónde mi espía obtuvo esos datos, pero definitivamente hizo bien su trabajo.

»El misterioso hechicero usaba unas extrañas urnas para transformar a sus súbditos en zombies. Aunque se desconocía qué método usaba, pero la versión más perturbadora narra que el hechicero asesinaba a todos sus seguidores a sangre fría.

—Pero, ¿por qué hizo todo eso en Haití? —cuestionó el detective Williams.

—¿Y cuándo? —secundó la jefa de policía—. Ni siquiera nosotros los policías contamos con registros como esos. He leído casos clasificados, pero nunca escuché sobre una historia así.

—La primera pregunta es sencilla de responder —dijo el señor Gibson—. Haití era un buen lugar para que no sospecharan del supuesto científico. Y estaba lleno de esclavos, así que sería fácil experimentar con ellos. —El anciano miró a la oficial Jennifer—. En cuanto a la segunda, no lo sé. Ya dije que mi espía jamás me habló sobre sus fuentes. 

—¿Qué pasó luego? —pregunté—. ¿Por qué decidiste creerle y mandarme a robar la urna? Tú mismo dijiste que no le creías.

—Ah, la urna, sí... —siguió el anciano—. Resulta que fue pura casualidad; necesitaba un anillo de compromiso para mi esposa, y mi espía había conseguido nueva información sobre el hechicero.

»De acuerdo a él, había una pareja de millonarios que poseían una de las últimas urnas —o probablemente la última— que existían en el mundo. Para su infortunio, murieron en un accidente aéreo en su jet privado. Pero le dejaron la herencia a su hijo.

»El muchacho, según lo que me dijo, era un fiestero empedernido y solo le importaba la diversión. Cuando recibió las riquezas de sus padres, también encontró la vieja urna entre sus pertenencias junto a una carta que decía que la cuidara.

»Al parecer la carta también hablaba acerca de la inmortalidad, porque días después, en una fiesta con sus amigos, el muchacho les comentó sobre ello y todos se burlaron. Pensaban que estaba drogado, lo cual hacía con frecuencia.

»Mi espía logró recibir esa información de sus fuentes, y decidió ahondar en el asunto. Así que viajó por un tiempo para recolectar más datos y cuando volvió, me contó que el joven había mandado la urna a China, con una de esas compañías que garantizan la protección de tus tesoros.

—Me dijiste que era una compañía que sintetizaba diamantes —le refuté.

—Sí, bueno, te mentí —confesó—. Obviamente no iba a revelar datos importantes a los esbirros inferiores como tú. Sólo te dije lo justo y necesario.

Lo miré con desprecio.

—La susodicha empresa —continuó el anciano decrépito— tenía una sección en la que guardaba obras de arte como esculturas, pinturas y objetos similares. Ahí se encontraba la urna misteriosa. Mas para mi buena suerte, también custodiaban un anillo de diamante. Y en aquel entonces quería casarme con mi nueva mujer, así que aproveché el momento para enviar un infiltrado y preparar la misión.

»Si tenía suerte, conseguiría la inmortalidad y un anillo de diamante. Si no, al menos obtendría el anillo de diamante. De cualquier manera iba a terminar favoreciéndome. Pero cuando George volvió de la misión, supuse que todo era un estúpido mito y lo di por olvidado.

—¿Y tu espía no consiguió más información sobre las urnas? —preguntó Ryan—. Puede que hayan más, ¿no?

—Quizá sí, quizá no, nadie lo sabe. Mi espía tuvo suerte de que aquel muchacho descuidado reveló información de la urna en público, de no ser así, jamás habría obtenido una pista. Y luego del fracaso, supuse que solo se trataba de un mito, así que prescindí de los servicios de mi espía en ese aspecto y le encargué otros asuntos.

—¿Cómo se llama el muchacho que mencionaste? —cuestionó la oficial.

—Jackson, Oliver Jackson. Si quieren averiguar más sobre las urnas, deberían visitarlo a él. Yo ya les dije todo lo que sé.

—Lo haremos. —La jefa de policía lo enunció con contundencia—. Necesitamos encontrar la cura para Michael y también detener el inminente peligro que representa Ricky.




****



Nota: :o

Nos aproximamos a la recta final de esta pinche novela :D

Por fin, después de siglos, nos acercamos coñooooooooooooooooooooooooooooooooo

Aún hay mucho misterio respecto al hechicero de Haití, ¿no? jijijijijijiji Pero esto es todo lo que les contaré de él. Tal vez en el futuro escriba una pequeña historia sobre lo que realmente ocurrió c:

TAL VEZ.

v:

Y bueno, con esto me despido, cositos lindos hermosos. Cuídense. c:

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