2. Infectado
El hecho de que estuvieran buscándome no me preocupó. Lidiaba con eso la mayoría del tiempo. Sin embargo, la confirmación de ese extraño virus logró inquietarme un poco. No tenía idea de lo que era, solo sabía que era un resfriado fuera de control. Mas no parecía tener ningún síntoma de ello, por lo que no le di demasiada importancia.
Luego de malgastar el día viendo mis programas favoritos y haciendo ejercicio, llegó la noche y me fui a la cama. En la comodidad de las sábanas, mientras intentaba conciliar el sueño, había algo en mi mente que no me permitía lograrlo...
Quizá era paranoia, pero algo en mi interior se sentía... diferente. No era un simple presentimiento, sino algo más. ¿Por qué estaba tan seguro? No lo sabía, solo podía intuirlo.
De todas formas, al final conseguí dormirme.
A la mañana siguiente empezó lo extraño. Desperté empapado en sudor y con un poco de cansancio. Supuse que se debía a todo el ejercicio que había hecho el día anterior. Aquello había fatigado mis músculos. No era la primera vez que me pasaba.
En cuanto a el sudor... Traté de convencerme de que era por el sofocante clima de la ciudad; no era novedad que la metrópolis de Zaphara ostentaba temperaturas entre los casi treinta grados o más. Aunque claro, apenas era de día, y la brisa que traían las corrientes de aire no eran exactamente cálidas a esa hora.
¿Pero entonces, qué otra razón podía tener? No me había infectado con ese extraño virus... ¿O sí?
De repente, empecé a sentir un ligero cosquilleo en el fondo de mi cavidad bucal. La sensación me obligó a producir un pequeño carraspeo. Pensé que era alguna alergia, pero aquella ronquera persistió en mi garganta, forzando el aire de mis pulmones hacia el exterior y obligándome a desplegar fuertes tosidos.
En ese punto empezaba a sospechar de que tal vez me había infectado.
Y ya que tenía un poco de curiosidad, empecé a investigar acerca de aquel virus. Luego de unas cuantas búsquedas en Internet, descubrí que los coronavirus habían sido descubiertos en la década de los sesenta. Eran una clase de virus cuyo origen verdadero aún se desconocía.
Perfecto...
Si la ciencia no lo sabía, ¿qué se podía esperar de mí entonces? La única información valiosa que encontré decía que habían varios tipos de coronavirus. Algunos podían desencadenar pequeños resfriados y otros un síndrome respiratorio grave como la neumonía; lo que eventualmente terminaba matando a las personas que contraían el nuevo COVID-13.
Según mi investigación, gran parte de los coronavirus no eran peligrosos; incluso podían tratarse de forma eficiente con antibióticos. Aquello apaciguó mi zozobra. Aunque no es que estuviera asustado de un estúpido virus ni mucho menos...
La mayoría de personas en algún punto de su existencia contraía uno de estos. Era muy recurrente, en especial en invierno. Y por lo general, estos eran transmitidos de animales a humanos. En este caso, se sospechaba que habían sido los murciélagos. Sin embargo, este nuevo coronavirus se transmitía de humanos a humanos también; de ahí que se hubiera esparcido tan fácilmente.
Desde mi punto de vista, no parecía ser un virus tan nocivo. Hasta se podría decir que inofensivo. Hasta el momento, apenas había infectado a unas ochocientas personas. Veinticinco habían muerto, sin embargo, otras treinta y tres se habían curado. Su índice de fatalidad ni siquiera rozaba el diez por cierto. Eso me generó algo de sosiego —lógicamente no estaba consternado, solo un poco... precavido—, pero no iba a quedarme sin hacer nada al respecto.
Ya que no podía ir a un hospital porque la policía me buscaba, me vi forzado a recurrir a la única persona confiable que tenía en mi lista; Ryan, un amigo médico.
—Necesito que me recetes algo, no sé, una medicina o lo que sea —le dije cuando vino.
Después de revisarme, sonrió y me miró directo a los ojos. Sus orbes eran grises, bastante peculiares. Una de las características que me habían llamado la atención cuando lo conocí.
—No te puedo dar ningún antibiótico —respondió—, eso solo es efectivo contra las bacterias. Y parece que tienes un cuadro viral. No es nada de qué preocuparse, solo mantente hidratado con esto y no hagas mucho esfuerzo. —Me entregó unas papeletas de suero y paracetamol.
Claro, la vieja confiable; si había una medicina milagrosa entre los doctores, esa era el bendito paracetamol. Ni siquiera Jesucristo había curado a tantos enfermos.
—Se curará en unos días. —Puso su mano en mi hombro—. Pero si no te sientes mejor en una semana, llámame. ¿Bueno?
—Está bien —respondí.
No le podía decir que tenía la sospecha de haber contraído el COVID-13. Ryan era el director del hospital San Nicolás; el principal centro médico de Zaphara. Me habría obligado a permanecer en cuarentena por mi propio bien.
Por suerte, le había avisado con antelación sobre mi condición. Él era muy precavido cuando revisaba a sus pacientes; siempre usaba tapabocas y guantes para protegerse de cualquier eventualidad.
Sin embargo, Ryan no sabía a lo que me dedicaba. Le había dicho que tenía una compañía de inversiones y que con eso había logrado comprar esta mansión. Una vil mentira que usé para protegerme de ser expuesto a la policía.
Él era una de las únicas personas que conocía dónde vivía. Teníamos sexo ocasionalmente, pero solo éramos amigos, nada más. No me interesaba crear un vínculo íntimo con las personas. Era más fácil pasar el rato con alguien sin preguntas estúpidas o tener que preocuparme por los sentimientos de esa persona; me daba asco el solo hecho de tener que seguir una melosa rutina como esas.
Si le hubiese contado acerca del coronavirus, su responsabilidad como médico lo habría obligado a reportarme como infectado. Y no habría querido tener que tomar medidas drásticas contra Ryan por eso...
Lo apreciaba, pero no iba a dejar que mi identidad quedara expuesta por él. Y cuando has vivido experiencias como las mías, adquieres la habilidad de desconectarte emocionalmente de las personas cuando lo necesitas.
De pequeño, mis padres me abandonaron y fui pasado de cuidador en cuidador hasta mi adolescencia. Así que tuve que hacer lo que fuera necesario para sobrevivir en aquellos lugares donde me maltrataban física y verbalmente.
—¡No eres nadie, maldito mocoso mugroso! —Me gritaba el imbécil que se hacía llamar mi representante legal. El último que tuve.
La mayoría de cuidadores me insultaban y trataban de quebrantar mi espíritu; evidenciando una vida miserable que reflejaban con las personas como yo. Pero algunos tenían la osadía de atreverse a pegarme; a estos últimos no les volvían a quedar ganas de hacerlo. Mi altura siempre fue un componente clave para defenderme de cualquier idiota.
Cuando tenía quince años, me liberé de una vez por todas de esos perdedores e incursioné en un nuevo mundo sin morales. Tuve que vivir en la calle por algún tiempo, pero no me importaba. Si tenía que robar, lo hacía. No era mi culpa, el mundo había sido cruel conmigo, así que no tenía por qué tener piedad.
Nadie jamás me volvería a humillar.
Y así fue, no permití que alguien lo volviera a hacer. Había conseguido una mansión y lujos que llenaban los vacíos de mis traumas. Solo necesitaba eso, nada ni nadie más.
Luego de que Ryan se fuera, hice lo que me recomendó. Preparé algo del suero que me trajo y me fui a la cama. Sin embargo, a la mañana siguiente me sentía peor. Y no solo esa mañana, con el transcurso de los días, mi situación continuaba empeorando.
La fiebre había llegado a un punto insostenible. Mi cabeza parecía ser atravesada por mil agujas y mis huesos se sentían debilitados, hasta el punto que ni siquiera tenía fuerzas para caminar. Llegué a sentirme tan devastado, que ya ni siquiera me importaba si tenía que llamar a una ambulancia.
Aquella noche, casi una semana después, mientras palidecía en mi habitación, recordé haber dejado el celular en la cocina. Mi único objetivo era llegar hasta él y marcar a Ryan o a una ambulancia, lo que sea que mis sentidos me permitieran primero.
Me levanté de la cama con dificultad, intentando no perder el aliento, y segundos después, mis rodillas hicieron contacto con las baldosas de la habitación. Ni siquiera podía sostenerme.
Maldita sea.
Empecé a desplazarme por el suelo, pero mis brazos a duras penas me permitían avanzar; la sensación de que estaban siendo calcinados se acrecentaba con cada violento ajetreo que producía al arrastrarme.
Jamás me había sentido tan mal en la vida.
Sin embargo, casi por arte de magia, y acompañado de quejumbrosas sacudidas en el camino, logré llegar a mi anhelado destino. Intenté levantarme para coger el celular que yacía sobre el gran comedor de cristal, pero las fibras de mis músculos parecían destrozarse mientras levantaban todo el peso de mi cuerpo.
No sé cómo lo hice, pero agarré el celular como pude.
Intenté digitar algunos números y mientras lo hacía, mi visión empezó a difuminarse. Casi no podía reconocer nada. Marqué a Ryan, o al menos eso pensé, porque ya ni siquiera podía confiar en las borrosas imágenes que percibía.
Nadie contestó.
La ansiedad comenzó a penetrar mi cabeza. Respiré profundo y traté de tranquilizarme, pero fue en vano. Empecé a hiperventilarme. Segundos después, una extraña sensación en mi pecho se hizo presente, y con ella, un carraspeó en mi garganta que me obligó a toser frenéticamente.
Estaba quedándome sin oxígeno. La desesperación era evidente. Mis ojos se vieron opacados por parches negros que me imbuían paulatinamente en tinieblas. Y entonces, de manera súbita, perdí el control de mi cuerpo y caí contra las baldosas.
Había perdido el conocimiento.
***
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¿Qué le habrá pasado a nuestro protagonista? :D
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