19. El plan
—Podrían tenerlo en el bar —dijo Jhonny.
Brown y yo habíamos vuelto a la sala de interrogatorio después de que Jhonny accediera a socorrer en la causa. Era el espía de Las Águilas Negras, seguramente tenía información valiosa entre manos.
—¿El bar? —cuestioné.
—Sí —rectificó—. No creo que seas tan ingenuo como para pensar que el bar es un simple bar; también es una zona de distribución de drogas.
—Eso lo sé —contesté—. ¿Pero qué con ello? Prácticamente en cada esquina de esos barrios venden drogas, el bar solo es una fachada barata.
—Pues tal vez no lo sepas, pero El Suplicio le pertenece al señor Gibson. ¿Por qué crees que todos sus esbirros van allá?
—No lo sé. ¿Porque es un lugar agradable? —teoricé.
—Ay, por favor. ¿Acaso no recuerdas quién te llevó a ese lugar por primera vez?
—Tú.
—Y fue por órdenes del jefe, porque ahí se reunían todos sus lacayos. Él quería que tú también te incorporaras con el grupo.
—Bueno, como sea. Pero eso no explica por qué lo tendrían en el bar. ¿Acaso no sería muy obvio? ¿O es que tienen un sótano secreto en donde torturan gente?
Jhonny me miró sorprendido, como si la declaración que había dicho fuera cierta. Y después atisbó a Brown. ¿Acaso...?
—Conozco esa mirada —intervino el detective—. ¿Es en serio? —preguntó con suma curiosidad.
—Es verdad —respondió Jhonny—. Justamente lo que acabas de decir. —Dirigió sus ojos a mí de nuevo—. Tienen una sala de torturas.
—¿Qué?
Aunque lo había dicho en tono de broma, siempre tuve mis sospechas de que algo extraño acontecía en ese lugar. Sin embargo, nunca escuché acerca de una sala de torturas; rumores sobre drogas estrafalarias, pero no de aquello.
—Son pocas las personas que lo saben, y muchas menos las que pueden acceder a ese lugar —continuó Jhonny—. Solo dejan pasar a los asesinos del jefe; ellos se encargan de las torturas.
¿Entonces eso es lo que esconde la puerta detrás de la barra que atiende el bartender? Siempre supe que no era una cocina, no podía ser. Roxana entraba y salía de ese lugar como perro por su casa. Supuse que era algún punto de reunión en el que discutían temas como asesinatos y robos, pero nunca pensé que, en efecto, ahí mismo se encargaban de asesinar personas.
—¿Y cómo es que tú sabes eso? —pregunté—. No eres un sicario.
—Soy un espía, le he salvado el pellejo a más de uno. Sé cosas que nadie más sabe, aunque en realidad no estoy seguro sobre eso. Simplemente es un gran rumor que escuché.
Si eso era cierto, Jhonny sería la pieza clave para encontrar a Ryan. Teníamos que dejar que nos ayudara, después de todo, era el único que podía conseguir información útil.
—Brown. —Giré en su dirección, encarándolo—. ¿Puedes dejar que llame a sus contactos y averigüe el paradero de Ryan?
—Sí —respondió sin vacilar.
Vaya, eso fue más fácil de lo que esperaba. Su colaboración empezaba a preocuparme. ¿Qué le había pasado de un día para otro? Aún podía sentir la determinación que rebosaban sus ojos.
El detective consiguió el celular decomisado de su ex-asistente y se lo pasó, aunque claro, Brown vigilaría con cuidado la llamada, no lo dejaría hacer lo que quisiese. Lo último que queríamos es que Jhonny le avisara a Las Águilas Negras sobre nuestro plan. Yo mismo lo detendría si se le ocurría revelar detalles.
Jhonny marcó algunos números y habló con algunas personas. Todas las llamadas fueron interceptadas, pero ninguna exponía de manera relevante la fachada del bar.
—¿Qué conseguiste? —le pregunté cuando finalizó la última conversación en su teléfono.
—Al parecer el lugar ha estado funcionando con normalidad. De hecho, Krayn me dijo que mañana harían una fiesta en el bar y habría licor gratis.
Krayn era el dueño del establecimiento, o hasta donde todos sabían, se supone que él lo era. Un tipo corpulento y gigante, nadie se atrevía a enfrentarlo. Incluso yo en mi condición de zombie me lo pensaría dos veces antes de atacarlo; y su presencia también era el motivo por el que nunca habían peleas en el bar.
Frecuentemente se encontraba en la barra atendiendo clientes o custodiando la misteriosa puerta que al parecer conectaba con la sala de torturas. Y algo característico de su personalidad era la fascinación que tenía por los rubios de ojos azules; cada vez que entraba uno en el bar, sus labores como bartender culminaban y el seductor que llevaba adentro emergía.
—¿Una fiesta? —pregunté.
—Sí... —contestó Jhonny—. Tampoco lo entiendo
—¿Acaso no estamos en cuarentena? —Mi interrogante iba dirigida a Brown.
—Estamos en una fase de aislamiento preventivo voluntario —dijo este—. Es aconsejable mantener distanciamiento social, pero aún no está prohibido. Así que los establecimientos pueden funcionar con normalidad.
—Nunca había escuchado sobre una fiesta en el bar antes —comenté—. A veces celebrábamos cumpleaños, ¿pero una fiesta con alcohol gratis? Krayn nunca permitiría algo así.
—Lo sé, también me da mala espina —intuyó Jhonny.
—Raro o no, es nuestra oportunidad para conseguir información —habló Brown—. Sin pruebas, no podremos hacer nada.
—¿De qué hablas? —pronuncié.
—No tenemos la facultad para entrar al bar y requisar cada rincón solo porque tenemos «la sospecha» de que algo pasa ahí dentro —explicó el detective—. Lastimosamente así no es como se mueve la justicia. Primero tendremos que infiltrarnos, conseguir información, y después intervenir.
—Además —interfirió Jhonny—, la gente del bar es muy cuidadosa distribuyendo drogas. Nunca se les ha culpado de tráfico, aunque se sospeche. Y peor aún de secuestros; hasta donde todos saben, solo es un simple bar.
—Pero tenemos tu declaración —objeté—. Acabaste de reconocer que tienen una sala de torturas. ¿Acaso eso no es suficiente?
—Honestamente no me consta que tengan algo así —confesó—. En realidad solo son rumores, pero no me sorprendería que tuvieran una.
—Maldita sea... —mascullé.
La puerta del cuarto de interrogatorio se abrió en ese momento. El detective Williams entraba con dos vasos de café, ofreciéndole uno a Brown.
—¿De qué me perdí? —dijo.
Y entonces tuve una idea.
—Tú te infiltrarás. —Lo señalé.
—¿Ah? —Su rostro denotaba una mixtura de intriga y desconcierto.
Le explicamos la situación, pero su confusión persistía.
—¿Pero yo por qué? —cuestionó—. ¿Por qué no tú?
Jhonny y yo cruzamos miradas. Las comisuras de nuestros labios formaron unas furtivas sonrisas. Tanto él como yo sabíamos por qué había elegido a ese rubio de ojos azules; Krayn.
—Eres joven y atractivo. Te resultará fácil obtener información —mentí, o bueno, no realmente—. Además, yo no puedo. Maté a todos en la fábrica, ¿recuerdas? Me odian.
—Es cierto —secundó Brown—. Recuerda: un detective siempre debe hacer lo que esté en sus manos para resolver el caso.
El detective Williams suspiró, derrotado.
—Empiezo a odiar mi trabajo... —Tomó café—. Está bien, lo haré.
Perfecto.
—Pero no iré solo, quiero que otra persona nos ayude también —dijo.
—¿Quién? —preguntó Brown.
—Ya lo verás.
—¿Y de cuánto dinero estamos hablando? —preguntó la mujer que Joe sugirió para la misión—. Porque si mal no recuerdo, aún me debes el dinero por las pruebas que te di en contra de este sujeto. —Me señaló.
Era Vicky. Sabía su nombre, los detectives habían hablado de ella antes. Aunque claro, ellos desconocían mis habilidades auditivas, así que nunca se dieron cuenta de todo lo que escuché.
—Primero que todo —respondió el agente Williams—, eso fue ilegal. Deberías estar agradecida con el solo hecho de no haberte metido a la cárcel. Y segundo, sí, esta vez te pagaremos. Pero solo si haces lo que se supone que tienes que hacer.
—¿Entonces esta es la mujer que se infiltró en mi casa y robó los documentos? —comenté. El detective Joe me miró sorprendido; se supone que nadie poseía aquella información. Vicky también volteó en mi dirección, intrigada—. ¡Perfecto! Es la mujer que necesitamos.
—¿Qué clase de detectives son? —soltó ella—. ¿Acaso no me prometieron discreción?
—¡No le dijimos a nadie! —dijo Joe, dirigiendo sus ojos a mí—. No sabemos cómo se entera de las cosas.
—Bueno, como sea. Pero me tendrán que pagar el doble por eso.
El rubio me dedicó un mohín de odio y yo tan solo solté una carcajada. La oficial Jennifer también estaba en la escena, nos habíamos reunido en la sala de control para discutir lo que haríamos. El detective Brown ni siquiera se inmutó en reaccionar a mi comentario, pero sí nos contó los detalles del plan:
—Vicky y Joe, ustedes se infiltrarán, cada uno por separado, y tratarán de conseguir la mayor cantidad de información posible. Yo estaré afuera del bar, a una distancia considerable. Si se meten en problemas, entraré para socorrerlos.
—Yo quiero ir —intervine.
—No irás a ninguna parte —declaró Jennifer, imponente—. Te quedarás aquí conmigo y ayudaremos desde la sala de control.
¿Quién se creía esa mujer para impedirme salir?
—Es mejor así —concluyó Brown—. Se supone que Las Águilas Negras te odian. Y si interfieres en el plan, puedes poner en peligro a Ryan.
El detective tenía razón. En realidad, ni siquiera era seguro que Ryan estuviera en el bar. Primero tenía que dejarlos hacer su trabajo, y si confirmaban las declaraciones de Jhonny, iría a rescatarlo sin dudar. No podía estropear la operación.
Nadie me impediría salir una vez lo encontraran, mucho menos esa mujer. Puede que midiera casi dos metros, pero no era rival para mi condición de zombie. No ahora que me sentía más completo que nunca.
—Está bien —acepté.
Después de ultimar cada ápice de la misión, teníamos todo preparado para el siguiente día. Hubiéramos aceptado ayuda de otros agentes, pero Brown no confiaba en nadie. La traición de Jhonny lo había convertido en alguien suspicaz; solo su compañero, la oficial Jennifer y yo, éramos dignos de su confianza.
Vicky fue aceptada en el grupo porque no pertenecía a ninguna agencia o departamento policial. Y ya que solo le interesaba el dinero, fue fácil convencerla. Además, alguien con su perfil era ideal para no levantar sospechas en un bar de mala muerte.
La noche llegó y todos dejaron la sala de control; algunos para descansar, otros como la oficial Jennifer y el detective Brown para sopesar a profundidad el plan, y yo, tan solo me limité a regresar a mi celda escoltado por una docena de policías que aún me custodiaban.
Adentro me esperaba Joseph; ahora llevaba ropa decente encima, no los harapos destrozados y sucios de antes. Habían dos camas, él estaba sentado en una. Cuando entré, sus ojos buscaron mi figura.
Me senté en la cama contigua y lo observé; no era normal que me mirara, generalmente sus pupilas se encontraban inertes y perdidas en ninguna dirección en particular. Pero ahí estaba él, escaneándome de arriba a bajo.
Qué curioso...
«¿D-dónde es... Ryan?», preguntó telepáticamente.
Era la primera vez que me mandaba un mensaje tan claro. Lo usual eran palabras como «hija» o «esposa», pero nunca lograba conectarlas en una oración.
«Está secuestrado, mañana lo rescataremos», le respondí.
Joseph movía sus labios y expulsaba un poco de aire por su garganta, mas no conseguía emitir sonido alguno, solo leves guturales.
«Mi... extrañarlo», comentó.
Sus extremidades se movieron en forma de abrazo, así que me acerqué y le di uno. Era la única persona con la que tenía contacto en ese lugar, y le había cogido algo de cariño.
«Yo también lo extraño».
Y en serio lo hacía; añoraba abrazarlo, besarlo, tenerlo entre mis brazos...
Rescataría a Ryan costara lo que costara; mataría a cualquier persona que se interpusiera en mi camino, y haría lo que fuera necesario, incluso si eso significaba morir en el intento.
****
Nota de autor: Sí, buenas. ¿Cómo están?
Yo ya estoy mejor, al menos físicamente. c:
Acá les traje un nuevo capítulo, no creo que haya sido muy interesante pero pues en el próximo volveremos con Ryan y Ricky, así que prepárense. Agárrense las pelucas c:
En realidad, lo más icónico de este capítulo fue Joseph. El resto vale verga, ¿estoy en lo correcto? xD
Ajá bueno, hasta luego. La verdad es que todo este libro es un borrador y estoy experimentando con ustedes, así que... Nos vemos la próxima semana (?) xD
¡Por cierto! Ya casi llegamos a 4k de lecturas, no mamen D:
Gracias a todos los que leen esta cosa fea y mal hecha xD
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