Capítulo veinticuatro
TRIGGER WARNING: Descripción gráfica de heridas y mención a métodos de tortura.
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Pasamos el resto de la hora platicando, o algo así. En realidad, Aleu se la pasó hablando y yo me limité a escuchar. Encontré algo fascinante la manera en la que ella podía recitar datos históricos como si los estuviera leyendo directamente de un libro. También me pareció divertido la manera en la que ella podía hacer que una conversación de dos personas fuera, de hecho, solo de una. Admiraba su amplio vocabulario, conocimiento y sagacidad a tan corta edad. Supuse que en realidad no debería sorprenderme tanto, puesto que había sido criada toda su vida para ser de esa forma.
—Me gustaría poder hablar francés —me dijo luego, mirándome con una vaga preocupación—. Apenas sé un par de palabras.
—Aprenderás —respondí con tranquilidad—. Eres lista, sabrás desenvolverte.
—¿De verdad?
—De verdad.
Ella inclinó la cabeza con una mueca.
—Pero no me siento muy inteligente.
—Sabes hacer un montón de cosas que yo no. —Me encogí de hombros—. Esas canastas que tú tejes son algo que yo nunca podría hacer, carezco de la paciencia necesaria. También sabes qué bayas y nueces podemos comer y cuáles no. Y sabes mucho de Historia.
Ella lo pensó con cuidado.
—Tú también sabes muchas cosas que yo no —dijo—. Sabes curar, y escuchar. Aunque la parte de hablar se te da fatal. Pero te quejas muy bien.
Resoplé.
—Ja, ja, ja. Me muero de la risa, Aleu.
Ella sonrió ampliamente.
—Tú también eres inteligente, entonces —concluyó.
—Hay cosas que te enseña la vida, y otras cosas las aprendes en lugares como en escuelas, con profesores de por medio para guiarte.
—¿Qué quieres decir?
—A mí me faltaron profesores, pero no la vida. Tú tendrás profesores, y la vida también. Serás más inteligente que yo cuando crezcas.
—¿De verdad?
—De verdad —repetí—. Serás adulta y harás cosas importantes, bailarás, y probablemente serás exitosa.
Aleu volvió a sonreír mucho más aliviada, pero entonces su rostro se contrajo de nuevo en preocupación, y se giró para poder mirarme.
—James —dijo despacio—. Cuando estemos allá, y yo estudie y baile, y sea exitosa, ¿tú qué harás?
—Encontraré un trabajo. —Me incliné, apoyando los codos sobre mi rodilla—. Probablemente no me acepten en lugares donde necesite usar mucha fuerza, pero... Conseguiré algo. No te preocupes.
Ella se mordió el labio inferior.
—Me refiero a qué te gustaría ser —aclaró, dando un paso más cerca de mí—. Cuando seas mucho más grande, ¿qué te gustaría ser?
Abrí la boca para responder pero no logré emitir ni una sola palabra.
Nunca me lo había preguntado.
Reflexioné que en su tiempo, aquél sueño de «ser algo» que uno tendía a tener de más pequeño me parecía demasiado tonto incluso entonces.
Ser algo, así como Aleu quería ser una bailarina de ballet había dejado de estar dentro de mis posibilidades mucho tiempo atrás. La ambición no era mi cualidad más destacada, no podía soñar en grande, aunque sí podía hacer promesas y podía cumplirlas. Podía adaptarme al sueño de Aleu y trabajar duro para que ella llegara a donde se lo propusiera.
Podía hacer sacrificios en nombre de algo bueno.
—Aquí están —resopló la voz de Elena a la distancia, lo que me sacó abruptamente de mis cavilaciones. Ella estaba asomando la cabeza por la trampilla, pareciendo aliviada de por fin haber dado con nosotros—. ¡Están aquí! —Gritó, antes de devolver su mirada hasta nosotros—. James, te necesito abajo.
Me levanté de mi sitio, extrañado por el tono urgente. Aleu se aferró a mi mano casi de inmediato, como si pudiera sentir mi inquietud.
—¿Qué ocurre?
—Joe estaba pescando junto al río con Tony, cuando se les acercó esta... Cosa. —Hizo una mueca, como si ni siquiera estuviera segura de cómo describirlo—. Dijeron que se trataba de un oso y que venía nadando en el río, pero... Creo que deberíamos ir a echar un vistazo.
Asentí y nos apresuramos a descender por las escaleras. Al bajar a la habitación, nos encontramos con Tony, Joe, Sam y Sebastian, quienes ya estaban allí, esperando. Sus miradas ansiosas me apresaron de inmediato, como si esperaran que tuviera una solución divina a algo que ni siquiera estábamos seguros de que fuera realmente un problema.
Me acomodé frente a ellos y crucé los brazos sobre mi pecho.
—¿Qué vieron? —pregunté, alternando mi mirada entre el dúo dinámico que Tony y Joe conformaban.
Ambos compartieron una mirada insegura; claramente ninguno tenía certeza de lo que habían visto.
—Era como una bestia enorme que venía por el río. —Joe dio un paso al frente, con sus ojos ansiosos todavía pegados a Tony, como si estuviera esperando su aprobación—. Tony creyó que era un oso.
Tony se limitó a guardar silencio así que, por el bien de calmar los ánimos, traté de interceder a favor de esa idea.
—Hay osos por esta zona —contemplé, llevando una mano hasta mi barbilla—, es raro que no nos hubiéramos cruzado uno antes. Probablemente se estén movilizando por el comienzo de la primavera y...
—Tony creé que puede ser como nosotros —prorrumpió Joe entonces, ahora mirándome a mí—. Un metamorfo.
Mi cuerpo se tensó inevitablemente y dirigí mi atención hasta el chico que todavía permanecía quieto, sumido en un silencio reticente y obstinado. Tony no rehuyó mi mirada.
—¿Por qué piensas eso? —pregunté.
—Estaba cubierto de sangre —respondió con brusquedad—, y tan lastimado que apenas se estaba moviendo cuando lo vimos. El agua lo estaba arrastrando.
Asentí. Que un metamorfo estuviera aquí, tan lejos de cualquier civilización, era un problema por donde se lo viese. Especialmente si estaba tan herido como Tony lo describió. No era una buena señal; podría significar que venía de tener un encuentro con cazadores y, por ende, esos mismos cazadores no deberían de estar muy lejos de nosotros.
Comprendí que no podríamos quedarnos en esa casa por mucho más tiempo de ser así.
Elena capturó mi mirada al otro lado del cuarto y por alguna razón me sentí pequeño frente a ella. Era una reacción que llegaba fácilmente a mí; Elena poseía una presencia imponente en varios sentidos. Sobre todo cuando me miraba como lo estaba haciendo ahora: con la espalda erguida, la barbilla en alto y la mandíbula tensa, mientras que sus ojos destilaban una resolución inquebrantable que me retaban a llevarle la contraria.
—Es muy arriesgado tomarse el tiempo de hacer todo esto, Elena —dije, solo porque quería darle el gusto. Tirar de un lado mientras ella tira del otro. Ver a dónde nos llevaba, quién era más fuerte.
—Podría necesitar nuestra ayuda —argumentó ella.
—Podría ser solamente un oso salvaje y ya —discutí yo.
—Podría ser uno de nosotros. Tony así lo cree.
—Sigue siendo arriesgado, incluso más —insistí, porque si ella podía ser terca, entonces yo también—. Si ellos le hicieron eso, puede que no estén muy lejos.
—De cualquier manera, tenemos que saber qué es, Bambi —dijo empleando un tono de voz más bajo, mientras su expresión decidida se resquebrajaba un poco—. No podemos darnos el gusto de quedarnos con la duda ahora, ¿me equivoco?
Odiaba cuando usaba ese tono de sabionda. Elena disfrutaba mucho llevar la razón. Lo encontré, al igual que en otras ocasiones, bastante detestable.
Eché la cabeza hacia atrás.
—Elena... —Me quejé con un resoplido, declarando de forma oficial mi señal de rendición. Ella trató de reprimir su sonrisa de victoria, pero falló. Volví a resoplar con falso desagrado.
Joe aclaró su garganta.
—Entonces... —comenzó, balanceándose sobre sus pies con cuidado—. ¿Eso quiere decir que nos vamos?
Yo asentí y hubo una respuesta desanimada del resto. Me di cuenta de que al parecer, yo no había sido el único que se había hecho ideas tontas con la casa. Todos habíamos soñado con el mismo hogar.
—Ve con Tony y los niños a juntar las cosas y todo lo que piensen llevar con ustedes —murmuré—. No les recomiendo viajar pesado esta vez. Caminar en primavera y verano no es lo mismo que hacerlo en invierno.
Elena asintió y le dio un empujón amistoso a Sam para redirigirlo hacia Joe y Tony.
—Anda, ve con ellos. Nosotros iremos afuera un rato y volveremos.
—¿De verdad no podemos quedarnos aquí? —dijo Samuel en voz baja, mirando a Elena con ojos lastimeros—. Me agrada aquí.
—Es peligroso —dijo sin más—. Tenemos que seguir, Sammy.
Yo bajé la mirada hasta Aleu, que había vuelto a aferrarse a mi mano derecha. Ella levantó la cabeza y su mirada preocupada encontró la mía. Me obligué a sonreír y le di un suave apretón de manos para tranquilizarla. Ella solo suspiró, me soltó y se adelantó hasta Sam para poder tomarlo por la mano y guiarlo hasta el piso de abajo, donde Joe y Tony los esperaban.
—Vamos, Sam —dijo ella—. A mí me parece que es mejor seguir hasta el refugio que quedarnos aquí, ¿a tí no? Ah, y a que no sabes qué.
—¿Qué?
—James me dijo que puedo ser una bailarina y que iremos a París.
Samuel jadeó, sorprendido.
—¿De verdad?
Y poco a poco, sus voces se fueron desvaneciendo.
Respiré hondo y negué con la cabeza.
—¿Y ahora qué? —Resopló Bash de repente, que había estado observando las cosas desde una esquina, alejado del resto, cruzado de brazos con tranquilidad.
Elena entornó la mirada.
—Tú vas a tomar ese revólver con el que tanto te gusta jugar y vendrás con nosotros —espetó mientras se daba la vuelta y salía del cuarto a paso firme.
Sebastian levantó una ceja, mirándome con esa mueca burlona tan suya.
—¿Por qué debería hacer eso, Jamie? Sé bueno y recuérdamelo.
—Porque de lo contrario, puedes tomar tus cosas e irte por tu cuenta —respondí tajante, dándome la vuelta para salir también, y mientras bajaba las escaleras hasta la planta baja, oí los pasos de Bash siguiendome.
Cuando Elena se adelantó fuera de la casa, nosotros la seguimos desde atrás, armados con lo poco que teníamos. Un rifle y un revólver.
Nos abrimos paso a través de los árboles, arbustos y matorrales, siguiendo el murmullo del río. El terreno estaba bastante húmedo por una llovizna que había caído durante la noche anterior, así que todavía podía advertirse el aroma crudo a tierra húmeda que la tormenta dejó atrás.
Apretamos el paso cuando el río empezó a escucharse más fuerte. Arribamos en la orilla cuando cruzamos por un muro de vegetación. Traté de seguir el camino del cauce con la mirada mientras que las corrientes del Yukón fluían con ferocidad a través de él, serpenteando a lo largo del paisaje. Intenté ignorar los destellos molestos del sol que se reflejaban en el agua, y busqué alguna señal de algo extraño o inusual.
Lo hallé solo un segundo después, en la orilla que había cruzando el río. En efecto, se trataba de un oso pardo y no de alguna bestia rara como los chicos lo habían hecho parecer. Aunque algo era cierto, y es que no lucía su mejor estado de salud. Apenas respiraba.
—¿Qué opinan? —murmuró Elena.
—Es un oso —respondió Bash, irónico.
—Podría ser un animal común —asentí yo también.
Elena no pareció conforme con nuestra respuesta. Ella frunció el ceño y dio un paso al frente.
—Hay que ir a ver más de cerca —decidió entonces.
—No seas imprudente —intervine, tomándola por la muñeca—. Puede ser peligroso.
Ella se zafó de mi agarre.
—Apenas se mueve —replicó, rodando los ojos con insolencia—. Es mejor sacarnos la duda de una vez.
Entonces se asomó hasta la orilla y utilizó el camino de rocas que Joe habnía estado usando para poder pescar, en la zona donde el río era más bajo y gentil. Resoplé con desagrado y la seguí, con Bash pisándome los talones.
Cuando estuvimos del otro lado, aminoramos la marcha y tratamos de proceder con más cautela. Me di cuenta de que ahora se podía escuchar perfectamente la respiración pesada y dificultosa del animal, pero...
—Oh, Dios.
Mis pies se detuvieron y miré al animal con la boca entreabierta. Definitivamente se trataba de un oso muy herido, se lo notaba desnutrido, tenía el pelaje opaco y erizado, sin brillo, enredado en la sangre seca proveniente de múltiples heridas antiguas y mugre envuelta en su pelaje. Hojas y barro en su mayoría.
Un instante después, me di cuenta de que en realidad, aquel manto de hojas secas no era suciedad enredada en su pelaje, sino su pelaje en sí. Las hojas secas que lo cubrían eran, en realidad, parte de él, como las astas de oro lo eran de mí. Cada una de las hojas que se entrelazaban con destellos dorados y marrones, formaban en él un abrigo natural.
—Es un bendecido, James —musitó Elena, igual de impactada.
Él era como yo. Era un metamorfo.
Era un bendecido.
Y estaba casi muerto.
Sus ojos negros apenas estaban abiertos; parecía estar teniendo dificultad para poder mantenerse despierto.
Elena se adelantó con un paso imprudente, demasiado cerca, y todas mis alarmas se dispararon casi de inmediato.
—¡Elena! —susurré con premura, pero ella me ignoró.
Elena se acuclilló junto al oso y extendió una mano sobre él. Sólo vaciló por un segundo, antes de hundir sus dedos entre el pelaje espeso que crujió bajo su tacto.
—Hola —dijo ella por lo bajo—. ¿Acaso...? ¿Tienes un nombre?
Hubo un eterno silencio luego, donde Elena esperó pacientemente a una respuesta que tal vez jamás llegaría, pero entonces, de repente, el oso pardo se removió en su lugar con un gruñido, antes de emitir un sonido gutural que sacudió las rocas a nuestros pies. Bash levantó el revólver y apuntó casi de inmediato, sus ojos se fijaron en los míos con intensidad.
Negué con la cabeza sutilmente para hacerle saber que eso no era necesario. Bash mantuvo el arma en lo alto de igual forma.
El oso levantó su enorme cabeza y cuando nos vio, un destello de reconocimiento brilló en su mirada. Entonces él se contrajo sobre sí mismo, retorciendo sus extremidades hasta hacerse más pequeñas y delgadas. El pelaje de hojas fue cediendo, revelando piel humana, carne y sangre. Los huesos chasquearon un instante y lo que al principio comenzó como un rugido, terminó en el grito desgarrador de un hombre.
Incluso en su peor momento, me fue fácil reconocer a la persona que se escondía detrás. Mi corazón dio un salto y sentí como la sangre abandonaba mi rostro.
—Clarence.
Clarence Jacobsen.
Elena, todavía con una mano sobre el hombro de Clarence, se giró para poder verme mejor con una expresión que me resultó difícil de interpretar.
—¿Lo conoces también?
Di un paso al frente y me incliné para así poder inspeccionarlo también.
—Solo de nombre, pero fue quien me ayudó a mí y Aleu a encontrarlos —murmuré, sintiendo la temperatura extremadamente elevada de Clarence contra mi palma fría—. Está ardiendo.
Miré con detenimiento las heridas en su cuerpo sintiendo una pesadez en mi corazón.
—Llevenme al campamento, no me dejen aquí —susurró Clarence para sí mismo, con la mirada perdida en algún lugar oscuro dentro de su mente—. Soldado, por favor. Por favor, no me dejes morir.
—Está delirando. Hay que llevarlo adentro.
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Dejamos a Clarence Jacobsen sobre el suelo de la sala principal y, mientras Elena corría a buscar quién sabe qué, yo me precipité hasta el bolso con los utensilios y medicinas que el doctor Andrews me había obsequiado.
—James —La voz de Aleu desde la distancia me llegó por atrás, y logré imaginarmelos a todos parados debajo del umbral de la cocina, con sus ojos fijos sobre nosotros.
—Joe, llévatelos de aquí —gruñí.
—¿Quién es ese? —dijo Joe como toda respuesta, absorto.
—Bash —imploré, sin la paciencia para lidiar con esto ahora.
—En seguida, soldado —dijo con un suspiro que podría haber sido irónico, antes de retroceder y redirigir a los niños lejos de aquella escena.
Me sentí descompuesto una vez que pude ver bien lo malherido que estaba. Extendí mis manos hasta él pero me detuve a medio camino cuando me percaté del temblor que me poseía. Cerré mis ojos e inhalé profundamente, tratando de calmarme. Pero me resultaba imposible no sentirme abrumado por condiciones tan adversas y para las que no poseía el conocimiento suficiente.
El cuerpo mostraba diversas señales de deshidratación, además de marcas como mordidas —probablemente de perros—, y cortes estratégicamente realizados para no dañar ningún órgano o vaso sanguíneo vital. Había quemaduras y laceraciones, golpes, huesos rotos y moretones. Incluso sus manos poseían abrasiones crueles y profundas que parecían atravesar toda la palma de su mano, donde la piel erosionada y en carne viva revelaba lo que, a mi parecer, era una clara resistencia.
En la zona de la caja torácica, se extendían enormes cardenales que iban desde el morado intenso, a un color verdoso amarillento, que se mezclaba con enversados hilos de sangre seca y mugre, y las infecciones que parecían llevar días y... Negué con la cabeza.
—Clarence —grazné con una voz temblorosa, tratando de traer algo de conciencia en él. Moví un poco su cuerpo para tratar de divisar todos los cortes que iban a precisar sutura y el gimió de dolor—. ¿Me oyes, Clarence? ¿Sabes quién soy? ¿Me recuerdas?
El hombre balbuceó entre el dolor y creí que por un instante pudo verme de reojo.
—James —borboteó al final, a duras penas —. Eres James.
Estaba enteramente cubierto de sudor y temblaba de pies a cabeza con mucha violencia.
—Eso es —asentí—. Voy a darte algo que te aliviará, ¿está bien? Bajaré la infección y voy a desinfectar tus heridas. Te pondré compresas, ¿sí? Luego, cuando la fiebre baje, veré cómo proceder.
No debió haberme escuchado, pero me obligué a continuar el procedimiento.
Cuando presioné las compresas húmedas contra su abdomen —donde había una herida especialmente fea que me preocupaba más que el resto—, Clarence se retorció y sollozó.
—¡Para, por favor! —gritó y en sus ojos vislumbré un terror que, por un momento, me dejó perplejo. Un segundo más tarde comprendí que la fiebre lo tenía confundido y ya no podía verme a mí, sino a quien fuera que le hizo daño.
—Estoy aquí para ayudarte, Clarence, ¿sí? —murmuré mientras intentaba acercarme una vez más—. Te proporcionaré...
—Piedad —clamó él, dejando una mano sobre las mías—. Piedad, James.
Abrí los ojos y me quedé tieso en mi lugar, sintiendo como la boca se me secaba de repente. Tragué saliva.
—James —La repentina voz de Elena me llamó desde atrás y sentí una corriente de alivio recorrerme entero.
—Elena —suspiré—. ¿Crees que podrías ayudarme a...? —Asomé mi cabeza por sobre mi hombro para poder verla mejor, y mis palabras se quedaron atascadas en la garganta. Ella estaba bajo el umbral, con una botella de vino, que seguramente había sobrado de la otra noche, entre sus manos. Y no me habría preocupado si de hecho su rostro no se hubiera contraído en una expresión sobrecogedora, con los ojos vidriosos y la boca entreabierta—. Elena, ¿estás... bien?
—Lo torturaron.
Asentí muy despacio. Ella parpadeó como si la hubieran arrancado lejos de un trance y sacudió la cabeza. Sorbió su nariz y cerró la distancia entre nosotro y se acuclilló a mi costado, abriendo la botella.
—Esto le ayudará con el dolor —aclaró con voz trémula, inclinándose sobre Clarence y vertiendo así el contenido sobre sus labios.
El hombre bebió todo lo que pudo y cuando quise darme cuenta, él ya había perdido la conciencia.
Elena se inclinó y lo tomó por una mano, con la mirada fija sobre la herida que apenas comenzaba a cicatrizar.
—Lo han estacado al suelo —dijo, como si fuera una respuesta obvia, incluso cuando yo no había preguntado nada—. Solían hacerlo con varios metamorfos. Los estacaban en el suelo de las manos y a veces de los pies también. Ellos... Usaban estacas de madera y podían dejarte en la intemperie por días si era necesario, era parte de la tortura.
Me quedé quieto por un momento y tragué saliva, sintiendo un nudo formándose en la base de mi garganta. Al igual que todos, conocía las crueles tendencias de La Rosa y sus diversos metodos de tortura; después de todo, era aquello lo que los había vuelto famosos. Cuando era niño y no sabía portarme, los adultos que me acompañaban tendían a amenazarme. Decir que me "estacarían" era una de las amenazas más recurrentes. Sin embargo, se suponía que habían dejado de hacer cosas como esas varios años atrás, cuando eso comenzó a traerles problemas con la gente común. Y aún así... La prueba de que continuaba haciéndolo estaba justo aquí, frente a mis narices.
—¿Cuál es el punto de hacerlo? —murmuré y entonces Elena me miró con una mueca, como si no pudiera creer que yo fuera tan tonto.
—Lo hacen para obligarte a transformarte —gruñó, ladeando su rostro para evitar tener que mirarme—. Para quedarse con tu piel y así, tenerte como una linda alfombra que decore sus salones. Si no haces esto, entonces haremos esto. De cualquier forma ellos te matarán, pero puedes elegir si hacerlo de forma rápida o... —Ella presionó los labios en una fina línea y desvió sus ojos lejos de los míos, antes de resoplar algo similar a una risa—. La primera opción es demasiado fácil, y con la segunda al menos puedes conservar algo de dignidad. Darles pelea.
—¿Cómo...? ¿Cómo lo sabes? —inquirí, pero enseguida me arrepentí, puesto que esa no era más que una pregunta estúpida.
Yo ya sabía la respuesta.
Pese a esto, ella extendió una mano en mi dirección, enseñándome la palma donde se divisaba una prominente y enversada cicatriz. Tragué saliva e inconscientemente extendí mi mano para tocarla, tener un mejor vistazo, pero ella me rehuyó de inmediato, presionando la mano contra su pecho.
Contuve el aliento pero no presioné más el tema. En cambio, volví a dirigir mi atención a Clarence. Continué limpiando sus heridas con las compresas, teniendo cuidado en las zonas más delicadas y expuestas. Mientras tanto, el hombre se debatió entre sueños y quejas ocasionales.
Cuando finalicé, no pude no mirarlo con compasión.
—¿Podrás curarlo? —Quiso saber Elena entonces.
Presioné mis labios entre sí, sin saber qué decir.
—Solo sé limpiar heridas, suturar y desinfectar —murmuré con acidez, encogiéndome de hombros—. Si él vive o no, no depende de mí. No soy lo suficientemente bueno para ello, y... No puedo, Elena.
Nada de lo que yo hiciera sería suficiente. Yo no era suficiente y él iba a morir eventualmente.
—Lo trajiste aquí incluso cuando sabías que no lo lograría —murmuró ella, incrédula—. ¿Por qué?
—Quería ayudar —musité.
Me enderecé, sacudiendo mis manos y guardando todos los utensilios y compresas sobrantes en mi bolso. Cuando terminé, me volteé de nuevo a Clarence. Elena lo había cubierto con una sábana y ahora él ya no temblaba tanto. Antes de retirarme para ir a ver al resto, busqué a Elena por última vez.
—Supongo que Clarence no los dejó ganar —consideré.
Ella negó con la cabeza.
—No, ellos no han ganado. —Estuvo de acuerdo—. Pero ciertamente él tampoco.
NOTA DE AUTORA
Holiss, ¿cómo andan? ¡Perdón por tardar tanto en actualizar, pero estas últimas semanas se me dificultó mucho poder sentarme a escribir por el estudio y los horarios, además, este capítulo me dio mucho dolor de cabeza, tuve muy poca inspiración y me costaba encontrar un buen punto de enfoque para abordarlo.
Aún así, por suerte pude resolverlo.
Ahora, ¿qué les pareció? Creo que es la primera vez que vemos otro metamorfo bendecido con unas características tan inusuales como las de James y, además, se trata de Clarence (personaje que, por si no recuerdan, apareció en los primeros capítulos).
La verdad tenía intención de traerlo devuelta mucho antes, pero no tuve oportunidad.
Por cierto, pido disculpas si sienten que hay cosas raras o que no cuadran, quiero que tengan en mente que este sigue siendo un primer borrador sin corrección, apenas termino de escribir yo trato de publicar el capítulo 😅
Aún así, muchas gracias por la paciencia 💕💕
Sin nada más que agregar, me despido.
Nos leemos💖
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