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Capítulo treinta y siete

-ˋˏ ༻ 37 ༺ ˎˊ-

Por los pasillos del tercer piso se atiborraban, en su mayoría, exhibicionistas. Al menos así les llamaba Martha, con un resquemor en la voz y censura en la mirada.

Por lo general la desnudez no era tabú entre muchos de nosotros. De hecho, lo consideraban el estado más natural y puro del cuerpo humano. Porque así, era cuando más cerca estaban del animal.

Yo todavía sentía que el calor me inundaba la cara cada vez que veía pechos o cualquier tipo de genitales. No podía evitarlo. Era extraño. Pero comprendía por qué a muchos realmente no les afectaba el cuerpo humano. Bash me llamaba mojigato cada vez que se percataba del escozor en mi rostro cuando una persona desnuda caminaba cerca de mí. Por suerte, eso no ocurría mucho. Los exhibicionistas tenían estrictamente prohibido andarse a sus anchas en otros pisos. De la misma manera, los niños tenían prohibido subir al tercer piso.

Martha se volvía una furia cada vez que atrapaba a alguien desnudo, porque aunque en el tercer piso eso estaba permitido, ella remarcaba que tampoco debían abusar de esa libertad.

Por suerte, los exhibicionistas no eran los únicos en el tercer piso. También estaban los metamorfos que disfrutaban andarse por sus anchas transformados. Les gustaba estar en su forma animal por días si así lo deseaban. Algunos, incluso, se ponían collares o accesorios. Jenna, una mujer, se transformaba en un pequeño mamífero —cuyo nombre desconocía, pero me imaginé que podría ser de algún lugar tropical— y se paseaba con un collar de piedras preciosas enroscado al cuello, aretes, y un delicado chal de seda color morado que procuraba estuviera bien atado a sus diminutos hombros.

Cada vez que Aleu veía a Jenna transformada, hacía el comentario de lo gracioso que le parecía, pero luego mencionaba sus viejos libros de texto, y cómo había estudiado sobre los metamorfos en la realeza, que solían ataviarse de ropa delicada incluso transformados, en su mayoría para los retratos.

Yo no podía evitar pensar en lo extraño y maravilloso que resultaba todavía poder ver los restos de algo que creí perdido en el tiempo.

Creí que era hermoso, y aterrador en partes iguales.

—Te perdiste la cena. De nuevo.

Bash entró como un misil al cuarto. Se quitó la chaqueta y la dejó sobre la silla. Lo miré, poco impresionado. Me enderecé un poco la cama, preparándome mentalmente para su impacto.

Siempre era lo mismo con él.

—No me apetecía comer.

—Claro que no. Nunca te apetece hacer nada.

Fruncí el ceño, irritado.

—¿Y a ti qué más te da? No tenía hambre. Punto final.

—Aleu preguntó por ti hoy. Joe también. Tony no dijo nada, pero lo vi mirarme de reojo como si fuera un cachorro apaleado. La única razón por la cual no están aquí conmigo ahora mismo, es porque tienen prohibido el tercer piso. Martha ya los atrapó tratando de infiltrarse una vez.

—Hablaré con ellos más tarde —prometí, esperando que eso apaciguara a Bash.

—Ellos quieren verte más, y no solo una vez cada dos días.

Respiré hondo, tratando de buscar paciencia. Últimamente carecía de ella. ¿Por qué no podían dejarme en paz? No creí que estuviera pidiendo mucho. Hablaría con ellos, cuando el momento fuera el adecuado.

Pronto.

—¿Por qué te importa tanto? —espeté con molestia, echando las sábanas sobre mi hombro con un movimiento brusco—. Déjalos en paz. Ellos están bien. Nunca han estado mejor. Deja que lo disfruten. Que no se preocupen.

—Pero se preocupan, James —rebatió Bash con los puños apretados, y me quedó claro que estaba haciendo lo posible por contener su enojo—. Ellos se preocupan. Se preocupan por ti, porque les importas aunque eso no te guste. No es su culpa que tú no hayas tenido a nadie que se preocupe por ti antes.

La rabia se apoderó de mí como una clase de monstruo que se ciñe a los huesos. Era pegajosa y de pronto estaba empapado en ella. Me enderecé y salí de la cama para poder estar a su altura. Bash ni siquiera se estremeció, de hecho, debió encontrar algo gracioso en todo esto, porque de pronto las comisuras de sus labios se torcieron levemente en una sonrisa sin humor.

Sentí otro ramalazo de furia, y me adelanté hasta darle un empujón. Bash retrocedió un par de pasos, y esta vez, una carcajada salió de sus labios.

—No ganarás esta, Jamie —advirtió, mientras que un destello peligroso acudía a su mirada—. No vamos a hacer esto. No hoy.

Volví a empujarlo. Ni siquiera sabía por qué lo hacía. Estaba enojado, pero no podía recordar por qué. No creí que importara ya, solo quería golpearlo. Pero entonces, Sebastian respondió con otro empujón que me envió de nuevo a mi catre. Mi nuca golpeó la pared y sentí un dolor agudo que me hizo ver puntos de colores en mis retinas por un segundo.

Siseé, mientras me llevaba una mano a la zona de impacto.

—No hagas que me arrepienta, Jamie —advirtió entonces, señalándome con un dedo—. No hagas que me arrepienta de seguirte.

Se hizo un silencio breve y tan tenso que creí que podría cortarse con un cuchillo. Quería golpear a Bash de nuevo, pero mi cabeza dolía, así que de muy mala gana, apreté mis dientes y contuve mis impulsos lo mejor que pude.

—¿Por qué lo hiciste? —susurré tiempo después, cuando Bash ya estaba por apagar el interruptor de la luz. Por el rabillo del ojo vi como se quedaba quieto, con su mano congelada en el aire. Me pareció que incluso contuvo la respiración—. ¿Por qué te quedaste conmigo hace tantos años? ¿Por qué...? ¿Por qué me seguiste?

Oí como tomaba aire. Llenó sus pulmones y luego dejó que todo saliera muy lentamente. Su mano bajó hasta quedar colgando a su costado, inerte.

El silencio se prolongó por minutos eternos. Pero finalmente, cuando creí que respondería, él tan solo apagó la luz, dejando el cuarto a oscuras.

Escuché sus pasos perezosos sobre la madera, hasta que sentí los resortes de su cama ceder bajo su peso con un chirrido.

Dejé salir un suspiro y volví a acomodarme para dormir.

Apoyé mi cabeza contra la almohada, y cerré los ojos, aunque estaba lejos de conciliar el sueño. Inevitablemente, traté de moverme por esos recuerdos borrosos que tenía de Vermont, e hice un esfuerzo para recordar un poco más al niño que me había acompañado durante ese poco tiempo. Al principio, creí que Bash era solo un niño grande, molesto e impetuoso; tal vez alguien que no se podía estar quieto. Un pequeño al que le gustaba presionar los botones adecuados para lograr que las personas se alteraran.

Pero, mientras más memoria hacía, más cambiaba aquél niño indicioso atrapado en mis recuerdos. De pronto, su imagen infantil dejaba de tener tanto color en su rostro, y el brillo pícaro en sus ojos se desvanecía, dejando en cambio una mirada sombría y determinada. La mano que recordaba empujándome desde mi espalda para molestarme, de pronto no era tan dura, tan mala. Me guiaba. Me acompañaba. Solo a veces. Me daba un apretón en el hombro cuando estaba triste, y me compartía su comida cuando no había suficiente en aquél cuarto de hotel.

Tomé una gran bocanada de aire y me aferré más a mi almohada.

—A los niños les importas —Su voz me tomó por sorpresa. Por un momento lo había creído dormido—. No la cagues, Jamie. No tú. No como...

No como Jane. 














































NOTA DE AUTORA

Sospecho que el próximo capítulo va a ser una especie de flashback ;)

Ya se acercan los capítulos largos, lo prometo 🙌🏽

Cuídense mucho 🫂💕✨

Nos leemos 💐

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