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Capítulo treinta y cuatro


-ˋˏ ༻ 34 ༺ ˎˊ-

Estaba corriendo. Era mi primer impulso, siempre. Usualmente, lo hacía para salir del camino, para huír. Salvarme. Usualmente, no tenía un destino. Era extraño tener un destino. No siempre ocurría. No existía hogar al que pudiera refugiarme, así que yo solo corría hasta que me sintiera a salvo.

Ahora, sin embargo, sí tenía un destino, y temía lo que estuviera esperándome ahí. No quería saberlo, pero tenía que. Tenía que seguir, incluso si todo mi cuerpo temblaba de anticipación, de miedo. Porque aunque no lo quisiera admitir, muy en el fondo, yo ya sabía.

Sabía lo que hallaría.

Corrí a través de las calles que nos distanciaba del edificio donde nos refugiamos. El camino que al principio me pareció corto, ahora era largo, casi interminable. Tortuoso. Quería gritar, pero no lo hice. Me limité a continuar, incluso si dejaba todo atrás. Bash y Aleu me seguían.

¿Lo hacían?

Creí dejarlos atrás.

Pero estaban ahí.

Me seguían.

Escuché sus pasos.

Sus voces.

Me estaban llamando.

Mi corazón dio un vuelco ni bien divisé el edificio en construcción un par de calles más adelante. De pronto, me sentí mareado. Mis manos empezaron a temblar sin control. Las presioné hasta que se volvieron puños.

—¡James, espera!

Sentí los dedos de Bash rozando mi codo, pero me alejé de su tacto casi por instinto. No pudo detenerme. Continué corriendo.

No podían... Tenían que estar bien, tenían que estar bien, por favor, por favorporfavorporfavor.

Me arrastré por debajo del cercado. El alambre me arañó y rasgó parte de mi camisa, dejando un dolor lacerante en mi espalda. Ingresé a la obra, atravesé el lobby y subí por las escaleras a toda prisa. Mis pasos, de dos en dos, hacían un eco escalofriante. No podía oír nada. No podía oír sus voces. Solo mis pasos, mi respiración, y la voz incesante de Bash, que me decía: James espera, espera, espérame, no sigas subiendo, detente, detente, para.

Aleu no decía nada, no realmente. Sus pasos eran solo un eco de los míos.

—¡Joe, Elena! ¡Tony, Sam! —grité.

Doblé la curva de la escalera. Solo me faltaba un piso cuando vi a Joe tendido al final de estas. Tenía un ojo morado, y un labio partido. Su pómulo derecho estaba cortado, y de su nariz todavía descendía un hilo de sangre. Pero estaba vivo. Me di cuenta por la manera en que su pecho subía y bajaba. Me acerqué a toda prisa y me incliné a su lado. Sus brazos tenían varios moretones. Probablemente estaba inconsciente por una contusión en la cabeza, alguno de los tantos golpes debió dejarlo fuera de juego.

Joe era muy estúpido. Buscaba defender a todos, como si no midiera menos de un metro sesenta.

—Joe, Joe, ¿me escuchas? ¿Puedes...?

—¡James, espéranos!

Me enderece, porque Joe no me escuchaba y no tenía caso. Así que subí el último tramo de escalones, y lo que atrapó mi atención incluso antes de que me diera cuenta, fue ella. Me robó el aliento incluso entonces.

Abrí la boca y traté de... Ni siquiera sabía lo que trataba de hacer. ¿Respirar, gritar?

No podía moverme, ni aunque quisiera.

En el fondo, sabía que tenía que acabar con la distancia que nos separaba, pero no podía. Había echado raíces en el concreto, donde su sangre se esparcía. Elena se sostenía a flote entre aquél charco que había manado de su cuerpo. Su blusa favorita se había manchado, su pelo permanecía empapado de rojo, y su mirada ámbar buscaba desesperadamente algo en el cielo raso. Estaba pálida y sudorosa. Temblaba.

Debí hacer un ruido, porque de pronto pareció notarme. Sus ojos atraparon los míos. Su mirada se llenó de lágrimas. Ella abrió la boca, pero en vez de su voz, lo único que se derramó de sus labios fue más sangre.

Y fue como un golpe de realidad.

Me enderecé y acabé la distancia que nos separaba en menos de un segundo. Me arrodillé a su lado y me arrastré más cerca de ella. Había una herida (la única a simple vista) en su estómago. Le habían disparado con una flecha, la misma que ahora ella sostenía en su mano. La sangre no paraba de brotar, y el olor metálico me sacudió los sentidos.

No debería haber sacado la flecha. La flecha tendría que haberse quedado en su lugar, porque así no habría tanta sangre.

Extendí mis manos y traté de ponerlas sobre la herida, pero en el momento en que rocé su estómago, Elena se retorció y chilló de dolor. Levantó una mano y me empujó.

—Elena.

Volví a intentarlo. Ella lloró más fuerte.

—Déjame ayudar... —Y ella se quejó (no un grito desde el pulmón, sino uno ahogado, amortiguado)—. Elena, por favor, p-or favor, déjame... Vas a ponerte bien, ¿sí?

Ella no habló, pero quiso hacerlo, y cuando abrió la boca, empezó a ahogarse con su propia sangre. Traté de acercarme, y volvió a quejarse, llena de frustración. Levantó una mano y me golpeó de nuevo. Y de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, y de nuevo.

La miré sin entender.

—Por favor, déjame... —susurré, con lágrimas involuntarias descendiendo por mi cara, y nublando parcialmente mi visión.

Ella cerró los ojos con mucha fuerza. Volvió a levantar el brazo, solo que esta vez, puso su puño en mi pecho. Me golpeó despacio, con gentileza.

Culpa —escupió finalmente tras mucho esfuerzo, y entonces me miró, con los ojos cristalizados. Su mano en mi pecho se aferró a mi camisa, como si en ese acto pudiera anclarse a la vida, aunque sea un poco más—. No es. No es... tu culpa.

Negué con la cabeza.

Nonononononononono...

Levanté la mirada tratando de buscar ayuda, y advertí a Bash parado todavía a los pies de la escalera, inclinado sobre Joe. Aleu estaba un poco más adelante, mirándolo todo entre temblores.

—Tenemos que hacer algo —exclamé, pero ninguno pareció oírme, porque no se movieron ni un poco.

¿Acaso no se daban cuenta? Se estaba muriendo. Teníamos que hacer algo. Por favor...

—Elena —dije, pero cuando volví a verla, su agarre había perdido fuerza, y apenas alcancé a ver cuando la vida se drenó de sus ojos. Pasó tan rápido que su último aliento quedó atrapado entre sus dientes como un anhelo jamás cumplido.

La mano cayó al suelo, pero me apresuré a tomarla. Levanté su cuerpo entre mis brazos. Le quité el pelo de la cara, pero ella no se movió. Ni siquiera se estremeció. Parpadeé a través de las lágrimas.

Cerré los ojos.

—No. No, no, por favor, no me hagas esto. No tú.

Su cuerpo era pesado, y mis brazos estaban tan entumecidos que se me resbalaba. Me aferré con más fuerza a medida que mis pulmones se cerraban.

¿Era así como todo acabaría? No podía serlo. No era justo. No era justo que ocurriera otra vez. No así, por favor. No otra vez.

Todavía tenemos que llegar a Boston. El ferry se irá pronto. Hay que alcanzarlo. Dijiste que me acompañarías.

Alguien estaba llorando. ¿Era Aleu?

Oí algunas voces a mi alrededor, pero era como si llegaran de otro mundo. Lejos de mí. Tan lejos. El sonido de un par de pasos moviéndose a mi alrededor. Alguien dijo mi nombre, y alguien continuaba llorando.

—Jamie...

Elena.

Lo único que podía sentir con certeza era ella, pero su peso contra el mío ya no era igual que anoche, su aliento no me hacía cosquillas en el cuello, su tacto no dejaba calidez a su paso, y todo lo que la volvía ella, había desaparecido. La muerte se sentaba en su rostro, una muerte solemne. Jamás había pensado verla en ella. Elena rebosaba de vida, ¿cómo era posible que ahora yaciera de esta manera?

La pensé, y la vi en aquél prado donde le gustaba echarse y dormir, o en la casa del bosque, echada sobre el sillón lleno de moho, riéndose de mí. Pensé en ella cuando encontramos a Clarence.

«Ellos no ganaron. Pero ciertamente él tampoco».

Me di cuenta de que la persona que lloraba era yo.

Lloré tan fuerte que creí que algo en mi pecho terminaría por desgarrarse. Lloré, igual como lo haría un niño, al grito de: no es justo.

˗ˏˋ ♕ ˎˊ˗

No sabía a dónde habían ido todos. Tampoco me importaba. Era de noche, y hacía frío. ¿Por qué hacía tanto frío en verano? Puede que fuera su piel, tan pálida como el pergamino. Ya no lucía como ella. Mi mente trataba de pensar en su voz, porque me negaba a olvidarla. Y mientras tanto, contemplaba su rostro gentil, porque temía que algún día se desvaneciera de mi memoria también. Pero con el correr de las horas, la poca sangre que quedaba en sus mejillas se había ido enfriando, así que Elena ya no parecía tanto a Elena. Estaba muerta.

Tuve que cerrar mis ojos para poder preservar la imagen y que así no se estropeara. La forma de sus ojos, de su nariz, la curva de sus labios, las manchas sutiles como pecas en sus pómulos, consecuencia del sol. Tenía unas pestañas no muy largas, y unos ojos del color de la arena.

—Tienes que soltarla.

Tomé una bocanada de aire. No podía.

—Le pedí que viniera a París con nosotros —dije.

Hubo una pausa de un segundo, un minuto, una hora. No lo sé.

Bash suspiró.

—¿Qué te dijo?

—Anoche. Se lo pregunté anoche. Robamos tu vino. Estábamos algo borrachos.

—¿Qué te dijo? —insistió.

Sentí una mano en mi hombro, que me movía suavemente. No quería suavidad. Quería que alguien me golpeara hasta dejarme inconsciente. Necesitaba que cada parte de mi cuerpo doliera tanto, que incluso me fuera difícil respirar.

—Dijo que sí.

La mano volvió a intentar sujetarme. Me alejé.

—Jamie, suéltala. Por favor.

—No puedo.

¿Qué pasaría si lo hacía? ¿Qué seguía? ¿Seguíamos moviéndonos? No se sentía correcto continuar sin ella. Este viaje era tan suyo como mío, y como de Joe, de Aleu, de Bash y Tony. Nos pertenecía a todos.

Bash no se rindió. Continuó tratando de quitarme el peso de encima. Primero, puso una mano bajo su espalda, y la otra en su cintura. Empezó a alejarla muy despacio, como si temiera que yo fuera a saltarle encima. Lo habría hecho si tuviera fuerzas, pero lo poco que tenía se alejaba con ella.

Continuó así, hasta que su cuerpo se desenredó de mi agarre y fui libre.

Miré cómo la dejaba en el suelo de nuevo con un aire reverencial. Aparté los ojos. Lo que fuera que tenía en sus brazos ya no era ella. No se acercaba ni un poco. Bash guardó silencio.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunté.

—Nada —dijo Bash. Tenía el ceño fruncido y una mirada imperiosa—. No tenemos tiempo, tenemos que seguir moviéndonos, Jamie. Elijah vendrá, más que seguro por la mañana. Tenemos que seguir.

Respiré hondo y me levanté, incluso si la mitad de mi cuerpo estaba entumecido por haber permanecido quieto por tanto tiempo.

Me tambaleé hasta las escaleras y las subí hasta llegar al último piso.

No había viento de verano, ni la sensación burbujeante que experimenté anoche. Me acerqué al sitio donde nos habíamos sentado a hablar. Contemplé el vacío. Tomé una bocanada de aire, pero ni siquiera ahí el aire parecía suficiente. Volví a tomar otra bocanada. Mis pulmones no parecían poder acaparar el aire que necesitaban para funcionar correctamente.

Me llevé la mano al pecho, donde el vacío que creí cerrado volvía a abrirse.

Me pregunté si no sería más fácil ceder. Estaba cansado. ¿Qué había de malo en dar un paso al costado? La carga era pesada, me aplastaba con cada día que pasaba. ¿Sería malo, si dejaba que por fin me aplastara? Puede que lo único que estuviera haciendo todo este tiempo fuera retrasar lo inevitable.

Empecé a caminar en círculos.

—No vas a hacer esto ahora. —La voz de Bash no me sorprendió, casi lo había sentido seguirme. Lo que sí me sorprendió fue el tono amenazante que había empleado—. Lo que sea que crees que sientes... Simplemente no. Lo digo en serio, James.

Lo miré brevemente. Respondí como pude.

—Vete a la mierda.

—Hay que salir de aquí antes de que amanezca. Volverá, él te lo dijo.

—No me importa.

Oí sus pasos raudos y de pronto él estuvo frente a mí, con un gesto sombrío y las cejas inyectadas en sus ojos. Me tomó de los brazos con violencia y me sacudió.

—No voy a permitir que te sientes en ese pozo de miseria y autocompadecimiento, ¿me oyes? Al final terminaría matándote yo mismo —espetó—. Así que voy a recordarte que todavía tienes a cuatro niños contigo que necesitan llegar a ese estúpido refugio, antes de que Elijah decida volver para terminar lo que empezó.

—Tú puedes llevarlos.

Él se rio brevemente, sin una pizca de humor.

—¿De repente vas a confiar en mí para cuidarlos? Ni siquiera te atrevas a pensarlo. No. Te vas a aguantar lo que sea que estés sintiendo ahora, y dar lo mejor de ti aquí.

Sorbí mi nariz.

—¿Por qué debería?

—Porque ellos te necesitan —hizo una pausa, y después dijo:—Te necesitamos.

Negué con la cabeza, y Bash comenzó a tirarse del pelo con desesperación. Comenzó a dar vueltas sobre el lugar, mientras se debatía algo que yo desconocía. Estuvo así por un rato, y lo único que yo pude hacer fue quedarme ahí mirando, como si no fuera nada más que un fantasma. Tal vez lo era.

—Se llevaron nuestro dinero —dijo más sombrío, tras haberse calmado—. Joe me dijo lo que pasó mientras no estábamos. Él y Tony están bien, por si te lo preguntabas. Tony se había escondido en el piso de arriba con Sam, pero igual terminó muy magullado. El vagabundo que nos sorprendió anoche estaba con Elijah; puede que trabajara para él, o nos vendiera, no lo sé. Joe dijo que lo sorprendieron a él primero y trató de detenerlos, pero ya te imaginas cómo acabó eso. El único que estuvo en sus cinco sentidos mientras todo ocurría fue Samuel, y él... Elijah lo marcó. El niño está bastante perturbado.

Me volteé.

—¿Qué? —susurré.

Bash, que al parecer había estado esperando atrapar mi atención con eso, volvió a caminar hacia mí.

—Escucha ahora, Jamie —dijo con firmeza, de manera que no hubiera lugar para replicas—, yo puedo conseguir dinero y un auto para que nos lleve más rápido. Sabes que puedo. Puedo conseguirlo antes de la madrugada. Puedo sacarnos de aquí, pero después de que lo haga, no quiero que me preguntes por ello. Ni mañana, ni nunca. Porque no te gustará saber lo que hice para conseguirlo.

Pero en realidad ya no me interesaba lo que Bash hiciera. Ni ahora, ni nunca.

—¿Qué vamos a hacer con Elena?

Su mirada se suavizó.

—-Una vez que estemos todos seguros, volveré a buscarla. La enterraré. Te lo prometo.

—Que sea en la pradera. Ahí donde acampamos.

Bash asintió con sequedad.

—Está bien.

Tomé aire. Había vuelto a empezar a temblar. O quizás nunca me detuve. Presioné las manos contra los costados de mi cuerpo.

—Que el sol toque la tierra. Por favor.

˗ˏˋ ♕ ˎˊ˗

Era casi la mañana cuando Bash regresó al edificio con un auto robado, dinero, un aspecto sombrío y sangre debajo de las uñas. Si alguien más lo notó, entonces decidió no mencionarlo. Joe y Tony, abatidos, iban acurrucados en el asiento trasero. Aleu dormía entre medio de ambos, y Samuel estaba sentado en las piernas de Joe, con la cara apoyada en su hombro. Por el espejo retrovisor me di cuenta de que tenía el brazo derecho vendado, y comprendí que ahí era donde Elijah había dejado la marca.

Sentí que se me revolvía el estómago y aparté la mirada, preso de un disgusto que no me pude explicar.

Estábamos cruzando por el puente Whitestone cuando el sol comenzó a salir por el horizonte, y mientras empezaba a quedarme dormido, sentí sus primeros rayos acariciar mi cara con la misma delicadeza con la que alguien da un beso.




















































































































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