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Capítulo treinta y cinco

-ˋˏ ༻ 35 ༺ ˎˊ-

Sentí que estaba cayendo al vacío cuando desperté. Me sobresalté y me enderecé en mi asiento, con el sentimiento de vértigo persistiendo hasta que mi vista se acomodó al brillo natural de ese día.

Puse una mano en mi pecho, sintiendo el agujero como una herida; fresca, sangrante. Dolía. Hice una mueca. Volví a mirar sobre mi hombro para confirmar que el resto dormía. Aleu, Joe, Tony, Sam. Tomé aire. El auto se había detenido. Cuando giré mi cara, vi que Bash miraba al frente con una mirada indescifrable. Sus ojos demostraban que él estaba perdido en algún lugar de su mente, un lugar muy lejos de aquí.

—¿Por qué nos detuvimos? —murmuré, y mi tono de voz se arrastró entre el silencio como una especie de lamento. Lo odié. Me odié.

Pero estaba tan cansado, que pensé en volver y echarme a dormir al menos por un rato más. Aunque no creía que eso fuese a ayudar a que mi cuerpo dejara de sentirse como plomo. De lo único de lo que dormir me salvaba, era de pensar. Pensar en Elijah. En Jane. Elena.

Los ojos se me llenaron de lágrimas que limpié con mi hombro. Sorbí mi nariz.

—Lo logramos —dijo Bash tras un momento. Su voz casi me tomó de sorpresa. Había tardado tanto tiempo en responder que creí que simplemente no lo haría. Me quedé mirando cómo parpadeaba con parasomnia. Estábamos estacionados en una calle poco transitada, entre edificios que no permitían la entrada directa de la luz solar. No era un panorama muy diferente de cuando estábamos en Nueva York—. Hemos llegado.

¿Debería sentirme feliz? ¿Aliviado? Ya no estaba seguro.

¿Debería preocuparme porque no podía sentir nada?

Bash se inclinó y dejó caer su frente sobre el volante.

—¿Sabes dónde podríamos empezar a buscar el refugio? —dijo.

De hecho, no. No lo sabía. Y cuando se lo dije, Bash no pareció muy impresionado. Supongo que lo veía venir. Dejó salir un resoplido y ladeó ligeramente su cara para poder verme.

—Está bien —me dijo—. Pero no podemos ir preguntando a la gente si sabe algo de un refugio de metamorfos, ¿no? Sería poco discreto, sobre todo con ese hijo de puta pisandonos los talones. Podríamos recurrir a algo más simple, ¿tal vez Aleu podría darnos una mano? Tendríamos que seguir a pie, pero tal vez transformada podría dar con algún rastro que nos sea de ayuda. Además, ella sería la que menos llame la atención.

Aleu tenía un excelente olfato en su otra forma. Podría funcionar, así que no lo contradije.

Nos volvimos a quedar en silencio. Bash continuó mirando la ciudad a través del cristal delantero con las cejas hundidas en un gesto contrariado. Me pregunté, muy vagamente, qué cosa podría estar maquinando su cabeza.

—James... —comenzó tras un largo momento de cavilación. Me fijé con algo de pereza en la manera que volvía a presionar sus manos alrededor del volante, y cómo sus ojos iban y venían nerviosamente, como si estuviera debatiendo algo muy importante en su interior.

Me enderecé un poco.

—¿Qué es? —dije.

Al final, debió arrepentirse, porque resopló y meneó la cabeza.

—Nada, olvidalo.

Así que eso hice.

Entrada bien la tarde, tras descansar todo lo que pudimos, nos vimos obligados a dejar el auto atrás. Bash le pidió a Aleu si se atrevía a ser la cabeza del grupo, y buscar algún rastro que nos pudiera ayudar como un cachorro.

—No sé qué debo buscar —le dijo ella, apretando sus manos entre sí, jugando nerviosamente con sus dedos.

Bash le explicó que cualquier cosa era de ayuda, ya fuese otro metamorfo, o un aroma que le resultara familiar.

Antes de tomar una decisión, Aleu me miró un instante, y finalmente, accedió.

—Está bien.

Luego, caminamos hasta dar con un callejón en el que no parecía haber nadie. Ella aprovechó entonces para ir y esconderse tras un gigantesco contenedor de basura. Un momento después, una joven cachorra de pelaje espeso brotó, con una muda de ropa sostenida entre sus colmillos. Dejó la ropa a nuestros pies para que se la guardasemos, y no dudó en tomar la delantera. Me di cuenta de que su animal había crecido bastante desde la última vez; las patas estaban más largas, y no faltaba mucho para que tomara la altura adecuada de un perro adulto.

Luego pensé, con un sentimiento feo en mi pecho, que en realidad Aleu había crecido mucho también.

Pasamos un par de horas caminando sin sentido, siguiendo al intrépido perro por las calles de Boston mientras nos esforzabamos para se viera como algo normal. Aún así, cuando la gente pasaba por nuestro costado, nos miraban de reojo, con curiosidad, rechazo, o sorpresa.

Al rato, Bash me cubrió con una de sus gabardinas y me exhortó que me tapara bien.

—Hace treinta grados —gruñí.

—Hay sangre en tu ropa, imbécil. Tápate y cállate.

A regañadientes, le obedecí.

Nos tomó por sorpresa cuando el ladrido estridente del perro resonó entre las calles ruidosas de Boston. Un segundo después, Aleu echó a correr. Había captado algo.

Compartimos entre todos una mirada insegura, antes de impulsarnos hacia donde fuese que ella se dirigía.

—¡Alue, más despacio!

Pero Aleu no hizo caso. La cachorra nos llevó por varias calles dentro de la ciudad, hasta un barrio de calles estrechas y empedradas, lleno de charcos de agua sucia, edificios clausurados o en venta que parecían a nada de venirse abajo. También se volvía evidente como las personas sin techo, acurrucados en las estradas, o las esquinas, cubiertos por mantas raídas o varios periódicos. Al pasar junto a ellos, alcancé a advertir algunas miradas hostiles.

Sentí una opresión que me cerró la garganta.

—¡Aleu! —grité, pero aún así ella no me hizo caso.

—Es una mala idea —dijo Joe a mis espaldas, sonando miserable y cansado.

Entonces, en un abrupto, Aleu por fin se detuvo. Estuve a punto de gritarle que no podía lanzarse a correr de esa manera, que era peligroso, que no sabíamos quiénes estaban mirando, que teníamos que mantener una apariencia para no llamar la atención, pero ni siquiera pude evocar una palabra. Ya fuese por el disgusto o el cansancio, o todo junto. Me doblé sobre mis rodillas mientras me esforzaba por tomar aire. La cachorra nos miró a todos con la lengua afuera. Parecía demasiado satisfecha consigo misma, lo que solo logró enojarme más.

Frente a nosotros, se alzaba un enorme edificio —al menos doce plantas— de aspecto austero. No era muy diferente a los que llevaba viendo. La fachada de ladrillos rojos y agrietados, la marquesina oxidada al frente con un cartel colgado con letras pintadas a mano que decían COMEDOR COMUNITARIO. Me quedé mirando la entrada abierta, de donde salió un grupo de personas que charlaban entre sí. Por su ropa de segunda mano, hecha jirones en ciertos lugares, supuse que también era gente sin hogar.

Mi nariz, no tan desarrollada como la que Aleu podía presumir ahora mismo, atrapó el aroma a comida casera. Tal vez caldo, verduras, un guiso. Mi estómago rugió y araño mis entrañas ante la imagen de un plato de comida.

Ni siquiera me había dado cuenta de que tenía hambre hasta entonces.

Bash se puso al lado de Aleu y la miró con total seriedad. La cachorra también le clavó la mirada con la misma intensidad.

—¿Estás segura? —dijo.

Los ojos sagaz del perro resplandecieron y, con mucha sutileza, movió la cabeza en una afirmativa. Para Bash, eso fue suficiente. La levantó entre brazos y con un gesto nos indicó que lo siguiéramos.

Me quedé en mi lugar, absorto, mientras veía a Joe y Tony seguirlos. Samuel iba a espaldas de Tony, con los brazos alrededor de su cuello y las piernas bien afianzadas a su cadera. Ninguno de ellos se detuvo a pensar si en realidad esto era seguro.

¿Acaso se darían cuenta de que hasta hace poco, éramos un grupo de siete, y ahora simplemente éramos seis? ¿Voltearían atrás si no los seguía? ¿Notarían si de pronto, se volvían sólo cinco?

En parte, deseé que no lo hicieran. No me resultó difícil imaginarme a cada uno de ellos con una vida hecha. Una vida donde yo no participaba. Una buena vida. Se me infló el pecho de orgullo al imaginar y saber que todos podrían lograrlo. Que podrían seguir adelante. Alguna vez, pensé que yo también podía, pero cada golpe es más fuerte que el anterior.

De cualquier manera, se sentía mal seguir adelante sin ella. Se suponía que estaría aquí, con nosotros. Avanzando a nuestra par. Respiré hondo y miré por sobre mi hombro, como si alguien fuera estar a mis espaldas mirándome.

No había nadie.

Obligué a mis piernas a moverse y así seguir al resto.

Lo primero que noté al entrar fueron varios bancos y mesas de madera alineadas a lo largo para ahorrar lugar. En un esquina, estaba el mostrador de servicio donde estaban las bandejas de comida apiladas y listas para su uso. Del otro extremo, había un tablero lleno de volantes o recortes de diario que mis ojos no alcanzaban a leer.

En su mayoría, las mesas estaban casi vacías a excepción de dos hombres de avanzada edad sentados a una considerable distancia el uno del otro.

Supuse que ya era muy tarde para el almuerzo, pero muy temprano para la cena.

Hallé a Bash, Tony, Joe y Sam en una mesa, cerca del tablero con recortes. Caminé hasta ellos y me senté al lado de Bash, que sostenía la forma canina de Aleu en su regazo, con cuidado de cubrirla con su brazo para que su presencia no fuera tan distinguible.

Pasamos varios minutos así, en silencio, contemplando únicamente la mesa de madera frente a nosotros, llena de rayas y marcas de desgaste debido al uso tan frecuente.

—¿Estás segura, Aleu? —dijo Joe de pronto.

No me había dado cuenta de que el pobre lucía tan asustado que parecía dispuesto a saltar de su silla y salir corriendo. Sus moretones ya tenían un color muy intenso y llamativo. Tony igualmente tenía una mirada sombría, pero menos golpes. De todos, era quien mejor parado había salido.

Aleu le respondió con un gimoteo disconforme.

Chist, que si te ve, puede que nos echen —azuzó Bash y Aleu le mordisqueó los dedos con enfado.

Al mismo tiempo, una figura salida de la nada se elevó sobre nosotros.

Me congelé en mi sitio.

—Bueno, les comento que están fuera de horario —dijo la intrusa con una voz cantarina—, pero al igual que ya le dije a los dos de la mesa de atrás, tienen suerte de que hayan quedado algunas sobras de hoy. Aquí tienen. Recuerden que la cena es a las seis.El desayuno a las ocho. El almuerzo a las once.

Frente a mí, apareció una bandeja llena de sopa de verduras y pollo.

—¿Martha? —Ese fue Joe.

Levanté la cabeza de mi plato ipso facto.

—¿Sí? —dijo Martha casualmente, con lentes nuevos, la misma expresión inflexible, y con un delantal de cocina atado a la cintura y cuello.

Tenía las cejas levantadas, lucía confundida, pero ni bien nos echó una buena mirada, se le drenó la sangre de las mejillas, hasta quedar pálida como un fantasma.

—¡Dios santo! —chilló, derramando parte de la sopa al piso. Ella se apresuró a dejar todos las bandejas que le quedaban en sus brazos sobre la mesa—. No puedo creerlo, ¿Joe, Tony? ¿Sammy? ¿James, Aleu?

Con los ojos empañados, Martha se abalanzó principalmente sobre Tony, Joe y Sam en un enorme abrazo de oso. Los niños la recibieron como pudieron, pero lucían aliviados como nunca los había visto antes.

Miré todo con los ojos abiertos de par en par, sin estar seguro de cómo sentirme. Aleu empezó a ladrar con alegría.

—¡Oh, creí que los habíamos perdido para siempre en ese condenado bosque! —exclamó a toda voz, y me di cuenta que desde aquello había pasado un buen tiempo. Se sentía como algo de otra vida completamente diferente—. ¡Qué bueno verlos, ver qué están todos bien!

De pronto, algo oscuro y pesado se instaló en mi pecho. Me di cuenta de que solo era el agujero de siempre, volviéndose un poco más grande. Agrietandose.

Se alzó un silencio tenso, pero Martha no quiso o no pudo notarlo. Ella continuó moviéndose y haciendo ademanes.

—¡Vengan, por favor, vengan! Síganme, aquí, aquí. ¡Los llevaré arriba! Mirense, están todos sucios. Necesitan descansar, tomar un baño. Comer algo. Los llevaré con Arabella. Vengan, vengan. Qué bueno verlos, sí, claro que sí...

Ella continuó rumiando para sí misma, con las mejillas hinchadas de felicidad. La seguimos sin pensarlo dos veces.

—Estamos complicados con las plazas, los cuartos no dan abasto, pero ya veremos cómo arreglamos esto —dijo animadamente—. El edificio está dividido en tres partes con distintos usos, pero supongo que Arabella logrará hacerles un hueco si se lo pido.

Seguimos a Martha por unas escaleras amplias que nos llevaron al segundo piso. Por un momento, me recordó mucho al 10 de Midwood Street, en Brooklyn. Igual de inhospito. Oscuro. Aunque el piso aquí era alfombrado, tenía una pared desgastada y varias manchas de humedad.

—La oficina de Arabella está al fondo. Siempre se pone hasta la cabeza de problemas y papeles, que son lo mismo.

—¿Dónde están todos? —dijo Tony.

—¿Cuándo llegaron? —Esta vez, el que habló fue Joe.

—Llegamos en Marzo aquí. Y los demás están más arriba. Este piso está destinado a la gente sin hogar, ella tiene un trato con la comunidad pero es un lío de explicar, así que no se preocupen. Vamos, vamos.

Martha se nos adelantó y abrió la puerta de la oficina sin ni siquiera tocar, aunque no era del todo una oficina, sino un departamento. Había una mesa redonda a pocos pies, donde se sentaba una mujer de cara alargada y severa. Tenía el cabello negro atado en un tirante moño, y estaba ataviada en un poco veraniego vestido bermejo. En la mesa frente a ella había varios cuadernos y cartas abiertas, la mayoría lucían como facturas.

—Arabella, hola. —Ahora, Martha sonaba mucho más centrada, calmada y recatada—. Mira, este... ¿Te acuerdas que una vez te hablamos de los que perdimos en nuestro camino hasta aquí, allá cerca de la frontera entre Canadá?

La mujer de mediana edad, Arabella, levantó la mirada de sus papeles con una cara poco impresionada. Parpadeó lentamente, y dejó su bolígrafo en la mesa con cuidado.

—Lo recuerdo —dijo.

—Bueno —Martha lanzó una risita nerviosa al aire, antes de señalarnos con un brazo—, pues aquí están. Lograron llegar aquí de manera milagrosa después de tanto tiempo, ¿te lo puedes creer? Entonces, me estaba preguntando... ¿Podrías hacerles espacio en algún lado?

Arabella nos contempló cuidadosamente, sin detenerse en ninguno por mucho más tiempo del necesario. Acto seguido, volvió a centrar su atención en Martha.

—Estoy teniendo un día horrible —dijo Arabella, arrastrando sus palabras en un tono hosco.

Martha asintió, complaciente. Fruncí el ceño. No recordaba que Martha fuera complaciente con nadie. En todo caso, Martha y su energía habían sido algo de temer durante nuestro tiempo en Alaska.

—Lo sé.

—Estoy hasta arriba de asuntos pendientes.

—Lo sé, lo sé.

—Así que será mejor que tú te encargues de ver dónde piensas ubicarlos —dijo finalmente, acariciando el puente de su nariz—. De todos modos, ya de por sí me resulta difícil decirte que no.

La sonrisa de Martha solo se ensanchó.

—Lo sé —dijo, pero esta vez, sonó mucho más engreída.

Al rostro adusto de Arabella acudió lo que, desde la distancia que nos separaba, me pareció una pequeña sonrisa. Bien me lo podría haber imaginado.

—Largo de aquí —rumió finalmente la mujer, devolviendo su atención al cuaderno.

Martha nos azuzó para quitarnos del departamento con prisa. Retrocedimos sobre nuestros propios pasos a trompicones. Una vez afuera, Martha nos miró uno a uno, murmurando algo para sí misma.

—... Tres, cuatro, cinco, seis. —Pareció caer en cuenta de algo, porque su ceño se frunció considerablemente—. ¿Dónde está Elena?

Nadie tuvo que decir nada. No hizo falta. Martha lo comprendió de inmediato.

—Oh... Ay, cómo lo siento —Y de verdad lo hacía. Puso una mano sobre su pecho, como si la hubiera invadido una sensación horrible—. ¿Saben qué? Vamos a ubicarlos. Luego les explicaré mejor todo, ¿sí? Primero, quiero asegurarme de que puedan limpiarse, comer y descansar apropiadamente. Sé que esto puede resultar abrumador la primera vez.

Así que eso hicimos.

Martha ya nos había dicho que los cuartos escaseaban. La mayoría de los departamentos eran habitaciones compartidas. Tony y Joe fueron a parar a un departamento atiborrado de niños que rondaban edades similares, o así dijo Martha.

—Ahora mismo no hay nadie, me parece. La mayoría está dando vueltas por la ciudad. Es lo mejor, así podrán acomodarse. Creo que Annie dirige el orden en esta habitación, así que apenas la vea le dejaré saber que tiene dos nuevos compañeros.

Luego, fue turno de Samuel y Aleu. Su habitación, en cambio, sí estaba habitada. En el departamento, los recibió una niña de casi once años, con trenzas en el pelo y cara de estar a cargo. Al fondo, podía hacerse oír el eco de varias voces infantiles hablando entre sí.

—Espero que puedas hacerle un hueco a estos dos chiquillos, Hannah. Recién llegados. Procura que todos sean amables, ¿sí?

—Claro que sí —respondió la niña, Hannah, como si la idea de que en realidad ella no pudiera hacer algo fuera estúpida—. Vengan, pasen, ¿cuales son sus nombres?

Antes de entrar, Aleu, el cachorro de pelaje chocolate, me lanzó una mirada indecisa por sobre su hombro. Tarde un segundo en comprender que me estaba preguntando si en realidad podía ir. Asentí con una sonrisa.

—Ve, después nos vemos.

El perro agitó la cola y desapareció en el interior.

—¿Podrías fijarte de que reciban ropa limpia y un baño? Yo enviaré a alguien a que les traiga comida pronto. Algo mejor que la sopa de abajo.

—Claro, Martha —contestó Hannah con educación.

Y la puerta se cerró.

¿Por qué me sentía como si me estuvieran arrancando partes de mi cuerpo?

Martha, más satisfecha, nos miró a mí y a Bash, y toda su expresión se arrugó, como si de pronto fuéramos uno de los enigmas más grandes.

—Ahora, con ustedes todo es un poco más complicado. Los cuartos de los adultos están, oficialmente, rebalsados. Pero supongo que... Sí, podría ser, aunque... —Martha se llevó un dedo a la barbilla, pensativa—. Sí, no creo que importe. Vengan, vengan. Creo que puedo dejarlos aquí.

Martha nos llevó hasta el segundo piso. El mismo donde se encontraba la oficina de Arabella, y donde estaban los apartamentos donde hospedaban a la gente de la calle.

—Hay un apartamento aquí que está momentáneamente clausurado, por así decirlo. Dejamos de usarlo porque un huésped rompió una de las ventanas, y el techo tiene varias goteras, seguramente una tubería rota, pero... Es lo mejor que se me ocurre ahora. Lo siento. Insistiré a Arabella para que llame a alguien a arreglarlo en cuanto pueda.

—Cualquier cosa servirá —admitió Bash.

Ella inclinó la cabeza a un costado.

—No recuerdo haberte visto antes, ¿puede ser?

—Yo me los crucé poco después de que se separaran de su grupo, me imagino. Así que no, no nos conocemos. Soy Bash.

Martha tomó su mano con ánimo.

—Un gusto, Bash. Yo soy Martha. Bueno, entonces, los dejaré para que se acomoden, hay camas y en seguida enviaré a alguien para que les alcance ropa y toallas.

—Gracias —dije, honestamente.

Cuando Martha me miró a los ojos, sentí su calidez. Puso una mano en mi hombro y dio un ligero apretón.

—Me alegra verte, James.

˗ˏˋ ♕ ˎˊ˗

Durante la noche, sentí que no estaba realmente en mi cuerpo. Bash había salido del cuarto, dijo algo sobre conocer el lugar y desapareció. Me dejó solo.

Nada más ingresar al lugar, lo primero que atiné a hacer fue echarme sobre uno de los viejos catres y dormir. Ni bien mi cara tocó ese colchón, todo desapareció, y yo también. Solo me desperté bien entrada la noche, cuando Bash me sacudió del hombro para levantarme.

—Te perdiste la cena —dijo. Me di cuenta de que estaba usando una muda de ropa nueva, y su pelo estaba peinado hacia atrás—. Hay ducha, hay shampoo, perfume... ¡Y el lugar, James! Fui con Martha, me dio un breve tour, ¡es impresionante! ¡Jamás había visto tantos metamorfos antes!

Por más que quisiera, no me hallé con la fuerza suficiente para corresponder a su buen humor. Cuando él se dio cuenta, su mirada se suavizó. Tomó un lugar para sentarse en la cama y me miró de arriba a abajo con una mueca.

—Deberías ir y ducharte —dijo tranquilamente—. Créeme, te hará sentir mejor.

Me enderecé sintiendo un dolor terrible de cabeza, decidido a seguir su consejo. Tomé una de las toallas que seguramente él o Martha habían dejado sobre una cajonera, y me dirigí al baño que tenía el cuarto, que era un espacio pequeño. Los azulejos blancos de las paredes estaban empañados con el vapor que seguramente había dejado Bash tras ducharse él mismo.

Me incliné y puse todo mi peso en el lavado de porcelana, oxidado en el desague. Mi cabeza se sentía pesada.

Tomé una bocanada de aire, levanté mi mano y limpié el espejo de marco oxidado que había más arriba. Fue extraño cuando apenas pude reconocer a la persona que me devolvió la mirada desde el otro lado, especialmente cuando lo hacía con tanto odio.

Parpadeé y toqué mi cara sucia. Tenía un par de bolsas profundas redondeando mis ojos, y mi pelo grasiento estaba en todas direcciones. Mi camisa, tal como Bash había señalado temprano, todavía tenía algo de sangre. Su sangre.

De pronto, quise gritar. Ni siquiera sabía por qué. Solo quería. Quería gritarle a todo el mundo. Quería pelear en una lucha sin rivales. Quería librar una guerra, arremeter entre en medio de un fuego cruzado.

La sangre me hervía. Ni siquiera podía explicarlo. Era como si algo espeso me recorriera de pies a cabeza, haciéndome arder. Era una ira desagradable, que me generaba arcadas. ¿O era solo yo y la manera en la que no podía mirarme a mí mismo sin querer arrancarme la piel?

Alcé mi barbilla y mis dedos afianzaron su agarre al lavabo, hasta que mis nudillos se tornaron blancos. Y a medida que mi pecho subía y bajaba con más intensidad, no lo aguanté más.

Antes de siquiera poder darme cuenta, mi puño voló hasta el cristal que estalló contra mis nudillos en un estruendo. La imagen se tornó borrosa entre las lágrimas, y quise detenerlas, pero no pude.

La sangre se escurrió entre mis dedos, cálida y espesa, hasta llegar al suelo. Entre sollozos, me llevé la mano hasta el pecho, y la sostuve ahí, como si eso pudiera llenar el vacío. Mis rodillas cedieron ante mi propio peso y lo siguiente que sentí fue la cerámica del suelo frío contra mi mejilla.

Abracé mi cuerpo, encogiéndome sobre mi mismo, y presioné, buscando poner las piezas que me componían en su lugar. Y mientras que con cada sacudida de mi cuerpo la distancia entre el dolor y la nada se volvía más pequeña, hallé, finalmente, el silencio.

—Carajo.

Unas manos me tomaron con mucha fuerza, obligándome a levantarme de mi sitio, hasta llevarme al cuarto. No necesitaba ver para saber que solo era Bash, recogiendo los pedazos. Odié pensar que esto podría volverse algo habitual. Me sentó en la cama y desapareció por un rato. No vi donde. No pude evitar quedarme absorto, entretenido con el piso astillado de madera. Y en lo que mi mente se debatía entre lo que soy, lo que era, lo que sería, la vida, la muerte, la culpa y la ira, unas manos —esta vez, más pequeñas—, se deslizaron por mi rostro. Y eran cálidas, y reconfortantes, pero lo más importante, me dieron paz.

Aleu se me abalanzó, enredando sus delgados brazos alrededor de mi cuello con mucha fuerza. Ni siquiera la había oído entrar. Un momento después, otro par de brazos me atraparon, solo que sus movimientos fueron más inquietos. Joe dijo algo como:

—Idiota de mierda.

Dejé que maldijera. Solo por hoy.

Y cuando por fin tuve la fuerza para levantar la mirada del suelo, distinguí a Tony no muy lejos, con una mirada conciliadora, y Samuel colgado de una mano.

—Martha dijo que estaría bien si dormíamos aquí, por lo menos esta noche —dijo Joe, con la voz ronca.

—Pero Bash dijo que nos podíamos quedar de todas formas —susurró Aleu—, incluso si luego Martha no nos deja.

Alcancé a ver a Bash salir del baño, limpiando sus manos con una toalla. Seguramente había estado encargándose del desastre que dejé. Su rostro, nublado por la inquietud, adquirió un tono más cálido. Esbozó una sonrisa breve, casi culpable, cuando me atrapó mirándolo.

—Yo los dejé pasar —admitió levantando las manos en el aire.

Me encogí de hombros, sin fuerzas para lucir molesto. En todo caso, solo sería una mentira.

—Está bien —murmuré.

—Lo cierto es que no se sentía correcto ir a dormir con otras personas —Tony dio un paso al frente. Pero yo no lo miré a él, sino al niño que se apoyaba sobre su pierna con cara de pocos amigos.

Volví a sentirme enfermo.

Samuel, que me miraba como una criatura indómita desde la distancia, tan o más salvaje que Elena, soltó la mano de Tony, se dio la media vuelta, y dejó el cuarto tan silenciosamente, que el resto apenas se dio cuenta. 











































NOTA DE AUTORA

Bueno, hola, ¿cómo comenzaron la semana? Yo les traigo, finalmente, la conclusión de verano, un poquito triste de que haya acabado, porque vamos a empezar con la última parte, otoño, la conclusión de esta historia 💔

No sé si estoy lista 🥲

En cualquier caso, les dije que más adelante hablaría de la muerte de Elena, así que eso voy a hacer.

Este será mi pequeño deshogo(? Es que llevo mucho tiempo queriendo hablar de esto con alguien, necesito un descargo🥹

En principio, me gustaría señalar que, tristemente, Elena siempre estuvo destinada a la muerte. De hecho, cuando escribí una primera versión de esta historia, que se desarrollaba en la actualidad, donde James era más adulto y Aleu (más adolescente) era la protagonista, Elena tenía un destino igual de trágico (puede que peor, si no recuerdo mal 💀), aunque era un personaje menos importante en ese entonces.

Cuando destrocé ese borrador y volví a empezar de cero, tomé varias partes de su personaje, eliminé ciertas cosas y otras dejé que se quedaran. Su muerte se quedó, porque simplemente tenía sentido para mí, como autora. A medida que conocí a esta nueva Elena mientras avanzaba con Corona de Oro, el hecho de saber que su personaje estaba destinado a este final trágico, su muerte me empezó a doler más y más.

Otro dato interesante, que dejé libre a la interpretación, por ende nunca más hice hincapié en eso, es que debido a su pasado (del que James de hecho sabe muy poco) y su manera de afrontarlos, Elena llevaba contemplando la muerte desde un principio, en aquél capítulo donde se encuentra a James por accidente, ella había planeado dejar a Samuel a salvo con el grupo, e irse por su cuenta. Creo que se lo dice a James brevemente. Para entonces, llevaba tres días en la nieve transformanda en  una leona, sabiendo lo difícil que iba a ser sobrevivir a esos climas tan fríos en aquella forma 😭

En fin, también quería aprovechar a aclarar algo, para que no se preocupen, y es que soy consciente de que, desde el capítulo anterior y la muerte de Elena, los capítulos son muy ambiguos, esto en su mayoría es porque el pov de James me limita mucho, y en estos últimos dos capítulos está tan centrado en sí mismo y su dolor que difícilmente ve el dolor y el duelo de otros.

De hecho, #funfact: una de las razones por las que Samuel aparece tan poco, o tiene escasa presencia, es por culpa de James. A él no le agrada mucho la idea de Sam desde un principio (para él, Sam es como un espejo) y en base a ese rechazo interno que él siente, evita a toda costa estrechar un lazo emocional con él, por ende, lo ve e interacciona muy poco con él.

Con esto aclarado, espero que estén preparados para otoño, porque va a ser otro viajecito más intenso 🥲

Nos leemos 💞💐✨

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