Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo trece

-ˋˏ ༻ 13 ༺ ˎˊ-

La vida tendía a dejarme en situaciones desfavorables. Hace mucho tiempo me había resignado a mi mala suerte. En base a esto, mi mente se había acostumbrado a asumir los peores escenarios posibles. Es por eso que cuando me lancé para tratar de seguir a Elena, imaginé mi muerte de mil maneras diferentes. Por extensión, también imaginé la de Aleu.

Me sentí enfermo de un momento a otro.

Traté de sacar esas ideas de mi cabeza y me concentré en alcanzar a Elena. Llegué a avistarla a la distancia, justo cuando desapareció detrás de un enorme grupo de zarzas esqueléticas y enterradas en nieve.

Contuve el aliento cuando empecé a escuchar las voces, los ladridos, los gritos y el forcejeo. Y cuando llegué, las cosas ya parecían haber escalado a un nivel catastrófico. Lo primero que distinguí fue a Elena, quien mantenía un reñido forcejeo con un hombre de bigote que sostenía una ballesta entre las manos. También vi a Joe, a horcajadas del otro cazador desarmado, mientras hacía lo posible por retenerlo en el suelo. Más atrás de ellos había un trineo que era sostenido por dos perros de tamaño mediano y ladraban furiosamente hacia nosotros.

Y finalmente, mis ojos encontraron el fusil tirado en la nieve, a solo un par de metros de mí. Dudé por un segundo antes de apresurarme a levantarlo.

El arma era más pesada de lo que alguna vez me imaginé.. Temblequeó en mis manos por unos segundos eternos antes de que pudiera afianzar mi agarre y estabilizar mi pulso lo mejor posible.

—¡Ya basta! —grité, apuntando al hombre que todavía batallaba contra Elena.

Él abrió los ojos con sorpresa, soltó la ballesta y retrocedió, farfullando. Elena quitó el seguro a su arma y la levantó en el aire también, sin dudas con mucha más soltura y eficacia que yo. Su pulso ni siquiera temblaba. Ella tenía en la mira al hombre que Joe sostenía por el suelo.

—Escuchen, no queremos... —balbuceó el hombre del bigote, esbozando una sonrisa tonta al mismo tiempo que daba unos cuantos traspiés— ¿Podrían...? ¿P-podrían bajar esas armas?

—No son parte de La Rosa —dije. Volví a mirar de arriba a abajo al tipo de bigotes; iba vestido con una amplia chaqueta de cuero marrón, pantalones de invierno y una boina inglesa sobre su cabeza—. Son aficionados —Desvié mi mirada al trineo, donde había unas cuantas botellas vacías de whisky—, y van borrachos.

—¿Cómo lo sabes? —reclamó Joe entre jadeos, mientras aprovechaba para alejarse del hombre en el suelo.

Hice un gesto con la cabeza, señalando sus vestimentas.

—La Rosa usa uniformes de caza verdes —dije—. Y esos perros no son los que suelen adiestrar.

Por un instante, me llegó el flash de una memoria sobre un perro braco francés que que estuvo a punto de morderme los tobillos cuando era niño. Por lo general, los perros de La Rosa solían ser rastreadores únicamente; no les gustaba que estos interfirieran en su caza.

—Además —intervino Elena—, en La Rosa solo hay estirados con cara de imbéciles.

Hice una mueca. Ella tenía un punto. Aquellos que pertenecían a ese amplio club solo eran gente muy adinerada. Parecían una aristocracia. Y estos dos de aquí... Tenían pinta de ser unos pueblerinos comunes.

—Solo queríamos un poco de diversión, hombre... —El del bigote, que iba con toda la cara sonrojada por el alcohol, trató de acercarse y volví a redirigir el fusil hasta él.

—Quieto —advertí entre dientes. Él regresó a su lugar en cuestión de un parpadeo. Entonces miré a Joe, que todavía parecía tratar de recuperar el aliento—. Joe, ¿dónde está Tony?

Recordaba que ellos habían elegido ir juntos por su cuenta. Pero no veía ningún rastro de él por allí.

—¡Le dispararon! —se lamentó con un jadeo—. Él está... ¡Corrió! N-no sé a dónde se escondió, pero logré... Logré atraer la atención de sus perros y...Ellos atraparon a... Nos acercamos porque íbamos a ayudar a alguien...

Me permití mirarlo un instante, con poca paciencia para sus balbuceos que se quedaban a mitad de camino.

—¿A quién?

—¡Al ciervo!

Me congelé por un instante, porque creí que podría estar refiriéndose a mí, pero eso era imposible.

—¿Qué ciervo?

—Debemos encontrarlo ahora —decidió Elena al mismo tiempo—. James, ¿crees que...?

—¿Qué haremos con ellos? —irrumpió Joe—. Si los matamos...

¿Matarlos?

—Por favor... No tomen decisiones tan... Apresuradas —parloteó el hombre que todavía permanecía en el suelo, medio sentado, arrastrando las palabras con mucha dificultad, pero en realidad no parecía estar tomándose nada de lo que estaba pasando en serio. Sin dudas, él era quién más había bebido de los dos.

—Me sorprende que hayan podido disparar a algo y acertar —argumentó Elena, relajando un poco su postura. Ella se volteó hasta Joe y le hizo una seña con la cabeza—. Joe, ven aquí.

El niño se levantó como pudo y se acercó sin dudarlo hasta ella. Al pasar por mi costado, me di cuenta de que Joe sí que había estado dando una buena lucha con ese hombre, porque su rostro estaba todavía más magullado que antes. Incluso borracho, el cazador aficionado seguía siendo más grande que él.

Elena le entregó la ballesta y con cuidado le indicó cómo debía apuntarla y de repente, un tono rojizo comenzó a apoderarse de Joe, subiéndole por el cuello hasta la cabeza.

Alcé las cejas. Vaya.

—No se te ocurra dejarla caer, Joe —murmuré.

—No lo haré —replicó con los dientes apretados, y todavía más rojo de ser posible. Encontré cierto regocijo en molestarlo.

Elena suspiró y se acercó hasta el trineo, evitó a los perros y tomó dos de las botellas vacías de cerveza.

—Esto debería ser fácil —musitó para sí misma antes de aferrarse a ellas con decisión y acercarse a paso apresurado hasta el hombre de bigotes.

—Espera, Elena, ¿qué vas a...? —Pero ella pasó por completo de mí y estrelló la primera botella sin piedad sobre la cabeza del hombre, quién soltó un gemido de dolor y se llevó las manos a la zona del golpe, cayendo sobre sus rodillas en rendición. El vidrio voló en todas direcciones y se repartió por la nieve a sus pies.

—¡¿Acaso pretendías dejarlo inconsciente solo con una botella?! —exclamé, escandalizado por tal estupidez.

Ella no parecía tan avergonzada, sino más bien decepcionada por el resultado. Contempló al hombre con consternación, antes de levantar la cabeza para mirarme con total seriedad.

—¿Piensas que debería darle con la otra también? —Quiso saber.

No me lo podía creer.

—¡Elena!

—¡¿Qué?! —dijo en cambio con el mismo tono—. ¿Qué quieres que hagamos con ellos entonces? Podemos matarlos, pero honestamente, hoy no me apetece tanto, por si te lo estabas preguntando.

Abrí la boca y la cerré.

—Yo jamás esperaría que... No te haría hacer eso, yo... —Intenté decir, pero las palabras se arraigaron en mi garganta.

—¿Y por qué no? —dijo Joe. A sus ojos había acudido un gesto sombrío—. Ellos iban a matarnos, y aquí en el medio de la nada... Tardarían en encontrarlos; incluso tal vez nunca lo hagan. Quiero decir, míralos, seguro que nadie los espera de donde sea que hayan salido.

—Malditos metamorfos —gruñó de pronto el hombre de bigote, que todavía se retorcía del dolor. Había levantado la mirada y nos miraba con desprecio a través de sus pequeños ojos—. Después de todos esos años de opresión... ¡Se merecen morir como los despreciables animales que son!

Tragué saliva. Retrocedí. Miré a mi alrededor en busca de una respuesta que no pude hallar. No estaba acostumbrado a esto. Por lo general, yo sólo tendía a ser la presa que huía. Jamás me había enfrentado cara a cara con mi depredador, mucho menos mientras las posiciones permanecían invertidas. E incluso si matarlos era una opción con mucho sentido y bastante tentadora mientras más lo consideraba, pensar en la acción de hacerlo, en la sangre, en la fuerza violenta y en la muerte... Me revolvía el estómago y me generaba un inexplicable pánico.

Abrí mi boca para poder negarme, más el estruendo de una bala fracturando el aire acalló cualquier cosa que pudiera llegar a decir. Mi corazón dio un brinco, y yo también. El hombre del bigote cayó de cara a la nieve, sin emitir ni un solo sonido. Y su ropa comenzó a empaparse con el reguero de sangre que comenzó a emanar.

Parpadeé, atónito. Mis ojos saltaron de Elena, a Joe, y al cazador que todavía permanecía en el suelo, ahora medio dormido como un efecto secundario del alcohol. Todos parecían igual de sorprendidos que yo.

Tragué saliva y regresé hasta el hombre que ya no era del todo un hombre, porque estaba muerto. Ahora no era nada.

Miré el arma en mis manos temblorosas, pensando que tal vez se había disparado sola. Pero al mismo tiempo estaba seguro de que el disparo no había salido de mi arma.

—Creeme, James, está mejor así —dijo una voz a mis espaldas.

Rápidamente giré sobre mis talones.

Había un muchacho recargado contra el tronco de un pino y estaba mirándome como quien se encuentra a un viejo amigo. Su pelo era negro y caía hecho una maraña hasta rozar sus hombros. Estaba apenas vestido, el pantalón iba desabrochado y los tirantes le caían por el costado de sus piernas. La camisa blanca igualemente permanecía desabotonada y sobre ella llevaba un enorme saco de color negro que se le resbalaba por los hombros. Estaba demacrado. Sus ojos azules tenían ojeras tan grandes que parecía un mapache y no tanto una persona; además, a lo largo de su cara crecía una barba de pocos días.

Él me ofreció una sonrisa pintoresca a pesar de sus condiciones, como un gesto nacido de la más pura insolencia. Y mientras que una mano sostenía una aparente herida cerca de sus costillas, la otra cargaba con un revólver humeante.

—No luzco como en mis mejores días, ¿verdad, Jamie? —enunció, expulsando una carcajada ronca que pareció doler en lo más profundo de su alma.

Él me dijo Jamie.

Jamie.

Me paralice, porque de repente yo estaba en una habitación de hotel barato que encontramos en Stowe. Tenía seis años y había otro niño conmigo en el cuarto que trataba de provocarme una vez más. Él me dijo:

—¡Anda, Jamie! —Y se estaba burlando de mi nombre, haciendo morisquetas, sacando la lengua y agudizando su voz a un tono de niña, queriendo imitar a mi hermana—. ¡Ay, Jamie, Jamie! ¡No toques eso, no hagas eso, Jamie, Jamie Jamie! ¡Tu hermana te trata como a un bebé, James! ¿Eres un bebé?

Mi sangre hirvió y dejé mi libro de lado; un libro que había encontrado inesperadamente en el armario del cuarto. Entonces una sonrisa acudió al rostro del niño, pues esa reacción era lo que él había estado buscando de mí todo este tiempo. Otra riña.

—¡Cierra tu maldita boca, Bash! —bramé y mi voz, que sonó más fuerte de lo que nunca la había escuchado, me arrancó lejos de esa memoria que olía a viejo y humedad de una primavera entrante.

La mirada de Sebastian resplandeció ante mi respuesta osada. Era como si incluso ahora, con tantos años sin vernos la cara, sacarme de mis casillas todavía fuese la razón de su existencia.

Por mi lado, continuaba sin poder creerlo del todo. En mi mente, Bash había muerto en el mismo momento que nuestros caminos se separaron. Fue lo más lógico que pude asumir en ese entonces, pero ahora ahí estaba él, justo frente a mí. En mi cabeza, volvió a sonar la voz de Joe cuando nos habló de "un ciervo" y entonces su presencia cobró aún más sentido.

—Es como ver un fantasma, ¿verdad? —ofreció con un aire jocoso al contemplar mi cara de estupor, como si lo comprendiera en sentimiento—. Luces como la mierda, Jamie.

—¿Lo conoces, James? —La voz de Elena llamó mi atención y me giré a verla, sin saber qué decir.

¿Lo conocía? Bueno, no, probablemente no. Creo que nadie jamás podría realmente conocer a una persona como Sebastian. Me regresé hacia él, y mis ojos bajaron inevitablemente hasta el arma que llevaba en la mano.

—Lo... Lo mataste

—Él estuvo a punto de matarme primero —argumentó en cambio—. La verdad es que si no hubiese sido por estos pequeños de aquí... —Y entonces me percaté de que Samuel y Aleu iban con él, aferrados los unos del otro, como si no estuvieran muy seguros de moverse—, probablemente habría seguido mi camino y no habría tenido la suerte de volver a ver tu cara de alelado.

Se me escapó un suspiro de alivio.

Extendí una mano hacia Aleu, y ella se apresuró hacia mí. Samuel en cambio corrió hasta su hermana.

Su pequeño cuerpo se estampó contra el mío y me percaté de que llevaba lo que parecía una flecha en su mano derecha.

—¿De dónde sacaste eso? —pregunté.

Ella levantó sus ojos hacia mí y señaló a Bash con un dedo acusador.

—Me pidió que le sacara la flecha de la panza —expresó, más no distinguí ningún tipo de emoción en su voz que delatara cómo se sentía ella respecto a eso—. Lo vimos con Sammy y entonces nos pidió ayuda.

—Fue muy valiente de su parte —acotó Bash.

Lo miré con los ojos entrecerrados, dispuesto a mandarlo a callar, pero Aleu me interrumpió cuando dejó la flecha ensangrentada en mi mano como si fuera nada. Yo la tomé y la lancé lejos en la nieve.

—La próxima vez que alguien se te acerque así, corres para otro lado, Aleu —murmuré, mirando a Bash con resentimiento, después me volví hasta ella. Sentí como mi cuerpo perdía cierta tensión. Respiré hondo—. Supongo que me alegra que estés bien.

Ella hizo caso omiso a mis palabras e inclinó la cabeza. Tardé más de un segundo en darme cuenta de que su curiosidad le había ganado y estaba tratando de tener un mejor vistazo del hombre muerto a mis espaldas. Me apresuré a tomarla desde los hombros y redirigir su atención hasta mí. Sus ojos atraparon los míos. Negué con la cabeza muy despacio.

—No vale la pena —dije—. Realmente no lo hace. A la larga se convertirá en una pesadilla que no te dejará tranquila.

Aleu no dijo nada. Tan solo tragó saliva y asintió.

—Necesitamos encontrar a Tony —La voz lastimera de Joe me sorprendió—. Está herido...

Elena asintió repetidas veces, como si por un momento lo hubiera olvidado por completo. Samuel se había escondido detrás de sus piernas y sus manos se empeñaban en no dejarla ir.

—Entonces vámonos —murmuró.

—Esperen —Bash dio otro paso hacia adelante—. Quítenle la ropa al de ahí, al que está vivo. Las municiones y el trineo serán de utilidad también. Tomenlos.

Elena le dio un vistazo de arriba a abajo; su expresión era difícil de interpretar.

—Eres como nosotros, ¿verdad? —preguntó.

—¿Por qué otra razón habrían tenido que sacarme una flecha del abdomen?

Elena hizo una fingida mueca de ingenuidad y se encogió de hombros.

—Algo me dice que simplemente generas que la gente quiera dispararte con cosas —admitió en la misma medida, y luego exhibió una sonrisa poco convincente—. Todo es posible, ¿no es así?

Él presionó con más fuerza la herida en su costado y forzó una sonrisa igual de irónica, pero sorpresivamente, Bash decidió guardar silencio. Eso era poco común en él.

Exhalé lentamente el aire dentro de mis pulmones y entonces la abrasadora mirada de la leona me atrapó de imprevisto. Parecía estar esperando algo de mí y no supe identificar el qué.

—¿Confías en él, Bambi? —preguntó.

Consideré la pregunta solo un momento. Incluso si Sebastian podía llegar a ser una persona de las más irritantes en el mundo, nunca fue alguien presuntamente peligroso ni nada parecido. Incluso guardaba en mi memoria que Bash Vigotsky podía llegar a ser mucho más severo y precavido que yo.

Me encogí de hombros.

—Solo es otro de los condenados, como tú y como yo.

Fue suficiente para ella. Por alguna razón, ella confiaba en mí, pero no podía descifrar por qué.





































Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro