Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo siete

-ˋˏ ༻ 7 ༺ ˎˊ-


Decliné aquella vaga descripción que Elena nos había dado antes. Fort Davis no era un pueblo fantasma. Fort Davis era un lugar donde ni siquiera los fantasmas se atrevían a habitar. De hecho, Fort Davis apenas lograba ser un recuerdo, igual de pequeño que una mota de polvo que cae sobre la blanca e infinita superficie.

Me costó bastante poder ajustar mis ojos a la indefinida llanura de la tundra y así divisar una única luz anaranjada que hacía todo su esfuerzo por sobresalir entre aquella intimidante negrura.

Fort Davis era tan minúsculo que, en realidad, solo tenía siete casas en total; la mayoría ruinas que cedían ante el lúgubre lamento de la ventisca con pesadumbres.

Tanta soledad me hizo querer ceder también.

Elena, que caminaba a mi costado, emitió un resoplido y se lamió los colmillos en un gesto de desagrado. Supuse que, tal vez los dos encontrábamos deprimente aquel panorama.

A medida que nos fuimos acercando más, la casa dejó de parecerse tanto a una estrella solitaria y pasó a ser la llamarada de una vela cuya luz dorada temblequeaba al más mínimo soplo de aire. Estaba en un mejor estado que cualquiera de sus vecinas incluso si sus ventanas estaban rotas, o si el techo superior tenía agujeros prominentes. Por uno de ellos sobresalía una torre maltrecha, probablemente el conducto de una estufa a leña.

Aleu había caminado la mitad del trayecto, y la otra mitad me había tocado cargarla en mi espalda. Llevaba dormida casi una hora, así que sacudí un poco mis hombros para poder despertarla. Ella murmuró algo y se removió.

—Ya estamos llegando —dije—, y si no te despiertas te tiraré a la nieve.

Mi espalda dolía y mis brazos no podrían soportar por mucho más tiempo.

—¡Estoy cansada! —pataleó ella.

—Descansarás apenas lleguemos —aseguré, y entonces la solté.

La figura de Aleu desapareció en un pozo de nieve, pero ella volvió a aflorar un segundo después. Tenía el ceño fruncido y una ira palpable.

—¡Eres una persona detestable! —despotricó, levantándose con dificultad.

—Ve a llorar a otro lado, Aleu —murmuré con cansancio, estirando mis brazos sobre mi cabeza—. De todos modos, no es bueno que estuvieras tan quieta por tanto tiempo, mucho menos con este frío. Te he hecho un favor.

Entonces la tomé de la mano y la insté a seguir caminando, pero ella se soltó, me sacó la lengua, y empezó a aflojarse las capas de ropa que la cubrían. Se quitó las botas con enfado y, cuando la ropa le quedó suelta, ella se transformó. Observé aquél cachorro deslizarse lejos de las prendas y echar a andar sobre la nieve con mucha más facilidad con la que la niña podría haberse movido.

La miré tomar la delantera con el ceño fruncido, y me apresuré a juntar la ropa abandonada. Cuando volví a levantar la mirada, me di cuenta de que la leona, Elena, me miraba.

—¿Estás segura de que estar en esa forma es seguro? —le pregunté—. Ellos podrían estar cerca, y los perros nos encontrarían.

Elena tan solo se dio la media vuelta y continuó caminando. Rodé los ojos.

Traté de pensar en otra cosa, como por ejemplo: en las personas. Ya me las estaba imaginando; metamorfos apiñados alrededor del fuego en ese mismo instante. Me imaginé tratando de presentarme ante ellos, y lo que tendría que hacer para convencerlos de que me llevaran hasta la frontera de Alaska. Aunque, por más tonto que sonara, ese no era mi único miedo. También temía a las personas en sí. No estaba en mi naturaleza los encuentros y presentaciones agradables; conocer gente nueva y hablar... sobre todo la parte de hablar. De repente, me invadió una sensación similar al vértigo. Me pregunté si era muy tarde para darme la media vuelta e irme. Todo esto sería en vano si no lograba generar una buena impresión, y yo nunca era una buena impresión.

Jamás tuve intenciones de ir haciendo buenas migas con cada persona que se cruzaba por mi camino, lo que explicaba mucho mi encuentro con Elena e incluso Aleu. Pero... Conseguir un buen ambiente era vital para lograr mi objetivo, y yo contaba con la desarrollada habilidad de incomodar a toda una multitud sin siquiera tener que mover un músculo. Tragué saliva y volví a relamer mis labios resentidos.

No me di cuenta de que había detenido mi andar hasta que Elena se detuvo también. Aleu continuo correteando en dirección a la luz.

No, pensó una voz en mi cabeza. Muchos la reconocerán como Conciencia, pero yo tenía otros apelativos menos amables. Hoy no. No seas cobarde, James.

Inconscientemente mi mano libre se deslizó hasta el bolsillo derecho de mi abrigo y se aferró al reloj de oro tan fuerte que dolió.

No seas cobarde, repitió.

Inhalé aire de manera abrupta, lo retuve y continué avanzando como si no hubiera pasado nada, con los ojos ambarinos de Elena siguiéndome cuidadosamente.

Cuando estuvimos a tan solo un par de metros, la puerta se abrió y azotó la pared con brutalidad. Una mujer joven, tal vez cerca de sus 30, salió hecha una ola de furia abrumadora.

—¡Hasta que por fin te dignas a aparecer! —bramó, con los cachetes rojos de puro coraje. No alcancé a ver a Elena directamente, pero podía jurar que había rodado sus ojos con desinterés—. ¡Dijimos que sería por un día, Elena! ¡Uno, no tres! ¡Creímos que te habían atrapado, y si no fuese por Sammy, ten por seguro que te habríamos dejado atrás! ¡A saber qué harías luego sin nosotros!

Elena metamorfoseó su cuerpo y se levantó del suelo con resolución. Tiró su andrajoso pelo hacia atrás y, tomando por sorpresa a todos, se rió.

—Pues seguro que los habría terminado hallando. —Entonces atrapó la cara redonda de la mujer y plantó un efusivo beso en su mejilla—. No te agobies tanto, Martha —aconsejó—. Te arrugas más rápido.

La mujer llamada Martha se ahogó con su propia saliva y trató de decir algo; balbuceó y tartamudeó repetidas veces, buscando su voz o tal vez solo un pensamiento coherente. No tuvo éxito. Sus enormes ojos parecían no creer los niveles de imprudencia que, al parecer, Elena manejaba. Elena, por otro lado, trató de seguir avanzando hasta la casa, pero fue brutalmente derribada mucho antes de llegar a dar más de cinco pasos. Un niño barrió el umbral cual misil y se estampó contra ella.

Aleu y yo nos habíamos convertido en simples espectadores hasta entonces. Espectadores intrusos. El cachorro se me acercó con sigilo y se resguardó entre mis piernas.

—¡Elena! —llamó, haciendo uso de todo el aire en sus pulmones. Elena lo atrapó en un fuerte abrazo de oso.

—Oh, ¿me extrañaste? —le preguntó con sus labios presionados sobre su coronilla, y no vi rastro de burla, sino pura honestidad, como si en su cabeza esa idea fuera imposible.

Él niño se mordió el labio inferior y asintió fervientemente, luciendo furioso. Los ojos se le habían llenado de lágrimas que se esforzaba por contener.

—Creí que no te volvería a ver nunca —farfulló, con toda la cara congestionada.

Ella volvió a atraparlo en sus brazos. El niño enterró la cara en su hombro desnudo. Después, la mirada del niño revoloteó a su alrededor y fue cuando nos vio a nosotros. Él se separó de Elena.

—¿Quienes son? —preguntó en voz baja.

Martha parpadeó con lentitud, como si saliera de un sueño y recién hubiese sido capaz de notarnos.

—¿Y tú quién...?

—¡Ah, estos de aquí son James y Aleu! —voceó Elena, interrumpiendola—. Irá con nosotros desde ahora.

—James —repitió Martha muy lentamente, evaluándome de arriba a abajo. La intensa concentración reflejada en esos enormes ojos eran tan intimidantes que me hicieron retroceder.

Ya me había imaginado que me mirarían con ojos críticos, después de todo, yo no era un niño, como lo era Aleu. Aunque si íbamos al caso, Elena tampoco lo era.

Pasé saliva y aclaré mi garganta.

—No causaré ningún problema —prometí, tropezando un poco con mis propias palabras—. Solo quiero que podamos dejar Alaska a salvo.

Cuando Martha trató de ver a Aleu, el cachorro simplemente se hundió más entre la nieve, y me entraron ganas de darle un puntapié para que se dejara ver. De esa forma, tal vez se apiadaba de nosotros.

Hubo un silencio tenso y contemplativo. Martha, de vibrante piel broncínea y profundos ojos negros ocultos tras un par de lentes rotos, asintió. No parecía contenta con la situación, pero tampoco parecía dispuesta a hacer un escándalo sobre eso.

—Solo llevan niños. No sé cuántas veces he de repetirlo.

Respiré hondo.

—¿No hay excepciones?

—Estoy bastante segura de que no —dijo Martha—. Pero, como ya le dije a Elena también, supongo que no perderán nada al intentar hablar con la gente que mueve este negocio.

Entorné la mirada.

—¿Ellos no están con ustedes? —Quise saber.

Martha hizo caso omiso a mi pregunta. Se volteó hacia Elena y le dedicó un gesto de hastío.

—Ahora tú, ve adentro y búscate algo de ropa, siento frío de tan solo verte. Sé decente.

—A la orden, madame. —Ella levantó al niño en brazos y se apresuró al interior de la casa.

Nosotros la seguimos desde atrás. Aleu igualó mi paso, moviéndose con cautela y el rabo entre las patas. Las orejas puntiagudas las tenía pegadas al cráneo, y miraba todo como con miedo.

Adentro, nos esperaban demasiados metamorfos para mi gusto. Jamás pensé que trasladarían a tanta gente. Llegué a contar al menos ocho metamorfos, ocho niños. Esto sin tener en cuenta a Elena, Martha y el otro niño pequeño. Había algunos niños de rostros famélicos y quemados por el frío, vestidos con toneladas de ropas andrajosas, y luego había algunos animales. En la esquina, había un coyote que se estiraba sobre un montón de trapos viejos. Luego, más cerca del fuego donde se calentaban un par de latas de comida, había un gato lleno de manchas rojizas, negras y naranjas, cuyo lomo se erizó nada más vernos. Aleu se puso alerta también, pero pequeña como era, no intimidaba ni al animalejo más inofensivo.

Sentí una rigidez que me impulsó a enderezar mi postura, e hice lo mejor para no parecer intimidado por un puñado de niños y adolescentes. Por suerte, Elena logró llamar la atención de todos solo con un saludo de mano. Ella les dio una enigmática sonrisa y se llevó un dedo a sus labios, como pidiendo silencio

Los niños compartieron miradas dubitativas.

—¿Elena...? —vaciló alguien, un muchacho de corte rapado y rasgos indígenas.

Elena inhaló profundamente.

—Es bueno verlos otra vez, chicos —aseguró, pero no me pareció una actuación tan convincente—. Excepto a ti. —Señaló al gato junto al fuego—. A ti no te extrañe.

El pequeño felino siseó.

—¿En dónde te habías metido? —preguntó otra niña.

Ella no respondió, en cambio dijo:

—Hoy estoy especialmente exhausta, así que, si pueden donarme un poco de ropa, yo junto a Sammy nos retiraremos a tomar una larga y bien merecida siesta.

El niño que apenas era capaz de sostener en brazos se aferró un poco más a su cuello, y me resultó imposible no notar el parecido que los dos compartían. El mismo pelo ondulado sucio y dorado, los mismos ojos amarillos y la misma nariz aguileña.

—Pero... hablaremos, ¿no? —dijo el chico, aunque su resquebrajada voz se distorsionó en inseguridad. Parecía querer establecer un acuerdo.

Tal vez era su amigo.

—No creo que tenga de otra.

Elena recolectó unas cuantas prendas que entre todos le ofrecieron muy silenciosamente, acomodó un poco al niño en su cintura y pronto estuvo subiendo las escaleritas de madera hasta la planta superior de la casa.

Cuando ella estuvo lejos de los ojos del resto, ellos se concentraron en nosotros. Por suerte, Martha vino a nuestro rescate.

—Chicos, este es James y esta pequeña cosita de aquí, Aleu, ¿no es así? —exclamó, inclinándose para poder acariciar la cabeza del cachorro con ánimo, e impulsarlo más cerca del fuego—. Ellos... Bueno, viajarán con nosotros también a partir de ahora, ¿verdad? Así dijo Elena.

Asentí con fervor. Si Harold hubiese estado allí, seguro que me habría hecho escupir las palabras con una colleja.

—Eso nos gustaría.

—Eso... Eso está bien. —Martha no parecía estar hablando con nadie en realidad, solo con ella misma—. Pónganse cómodos, James y Aleu. Duerman un rato. En unas horas nos estaremos yendo hacia Nome y tengan por seguro que el camino no será piadoso con nosotros.

Tensé mi mandíbula y volví a asentir. Eché una mirada ansiosa a mi alrededor, tratando de encontrar algún recoveco donde pudiéramos resguardarnos. Algo que nos refugiara de los ojos curiosos.

Finalmente encontré el lugar perfecto por debajo de las escaleras, oscuro, seguro, y no muy lejos del calor que irradiaba la sala, por lo que no moriríamos de frío durante las horas de descanso.

Me acerqué hasta allí con Aleu saltando entre mis pies. Acomodé nuestras cosas de forma que quedaran como almohadas y preparé nuestros anoraks para cubrirnos.

—Todas estas personas son como nosotros —le dije después—, ¿lo has notado? —El cachorro me miró con ojos demasiado inteligentes para ser de un animal cualquiera—. ¿Puedes sentirlo? ¿Olerlo?

Aleu se lamió la nariz y bajó la cabeza. Me animé a suponer que era una respuesta afirmativa.

Pensé en cometarle lo raro que había sido todo con el grupo y Elena, la tensión inusual, pero luego lo descarté porque asumí que Aleu ni siquiera habría reparado en eso. Las cosas de adultos usualmente era un tema muy desconocido para los niños. Así qur seguí dándole vueltas en mi mente, hasta que, un momento después y con brusquedad, concluí que nada de lo que ahí ocurriera era de mi incumbencia.

—¿Qué demonios hicieron ustedes dos? —La voz nos tomó por sorpresa a ambos.

Provenía del joven de antes que había intercambiado algunas palabras con Elena.

—¿Disculpa? —Me obligé a decir.

—Ajá, sí —dijo él, con tono acusador—. ¿Cómo demonios hicieron que Elena regresara? ¿Eh?

—No entiendo a qué te refieres —admití—, y para ser honesto, creo que tampoco me importa.

No estaba con los ánimos para socializar. Solo deseaba dormir, nada más.

—¿Ella los encontró a ustedes o ustedes a ella?

—¿Qué?

Él nos inspeccionó de arriba a abajo un momento, y luego sonrió, como si segundos atrás no hubiera parecido a punto de saltarme a la yugular.

—Joe —dijo con simpleza—. Ustedes eran James y Aleu, ¿verdad?

Aleu ladró con jocosidad.

Joe hizo una reverencia, reconociéndola. Viéndolo mejor, no era más que un chiquillo de doce o trece años.

—¿De dónde vienen? —Quiso saber.

—De Bahía Kanaaq —murmuré.

—Genial, no lo conozco —dijo—. Yo nací en una tribu, en Canadá, pero vengo de Grollier Hall.

—¿Grollier Hall? —No puedo evitar preguntar. El lugar no me sonaba de nada—. ¿Es una comunidad?

Joe negó con la cabeza y esbozó una débil sonrisa.

—Grollier Hall es una escuela residencial. No les recomendaría pasar por ahí, no es tan bonito como algunos dicen.

Había oído alguna que otra vez sobre las escuelas residenciales para niños indígenas cuando Harold y yo cruzábamos por Canadá. De hecho, una vez compartimos refugio con una adolescente indigena que había escapado de una escuela. Recuerdo que ella no era un metamorfo; pero aún así parecían estar tratando de darle caza.

—Lo lamento —murmuré. No se me venía a la mente otra cosa que pudiera decirle.

—Realmente no es la gran cosa —Joe se encogió de hombros, como si no pudiera hacer nada para cambiar las cosas. Luego volvió a sonreír, pero esta vez con más ánimo—. ¿Les gustaría que les presente a todos?

Aleu saltó como un resorte y ladró.

Yo me acosté y le di la espalda.

—No.

—Bueno, se los presentaré más tarde, entonces.

Aleu volvió a ladrar, pero sonó más a un aullido disconforme. La ignoré.

No recuerdo el momento en el que me quedé dormido.
























N/A: ¡yyyy volvemos! Capítulo nuevo, hace rato que tengo a este escrito, ¿qué opinan? Tenemos un montón de personajes nuevos, y muchos de estos  se van a ir introduciendo a lo largo de los próximos capítulos ✨

btw vieron la nueva portada? a mi no me convence tanto igual, seguro que la estoy cambiando en estos días por una mejor, pero quería saber qué opinaban jsjs

buenis, dejo de molestar, nos leemos en el próximo capítulo 💞

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro