Capítulo once
TRIGGER WARNING:
Hago una pequeña intervención antes de que se aventuren a leer el siguiente capítulo. A lo largo de este, van a poder encontrar: alusión a un abuso sexual, violencia y lesiones, sangre y comentarios racistas.
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Cuando el último grupo finalmente llegó, supe que todo acabaría mal.
Lo primero que ocurrió fue Joe, ignorando las reglas del piloto y dejando el cuarto dentro del hangar a paso raudo, con Sammy tratando de alcanzarlos y Martha, queriendo devolver al niño adentro. John no estaba. Se había ido a buscar el vehículo que nos llevaría por la carretera y Tony lo había acompañado en caso de que hubiera algún percance, pues al parecer, él sabía apañárselas con cualquier tipo de vehículo motorizado.
Sin ellos aquí, y siendo la segunda persona adulta en el grupo, me levanté de mi lugar para seguirlos también e impedir que Joe hiciera alguna estupidez. Hice una seña al resto de niños para que se quedaran en su lugar. La única que me siguió hasta el umbral fue Aleu.
Afuera, cruzando la entrada, aparecieron Denis y dos niños probablemente de ocho y nueve años. Miraban a su alrededor con cautela, luciendo inseguros hasta de respirar. Cuando vieron a Martha, el rostro se le llenó de alivio. Los vi correr hasta ella con premura.
—¿Qué sucede? —inquirió Martha, inclinándose a su altura para poder inspeccionarlos correctamente. Sammy tiró lejos de su agarre pero la mujer no lo soltó.
—Es Elena —le dijo uno en voz baja, para que Denis, que venía caminando atrás, no lo oyera—. Creo que está enferma.
El otro asintió con premura, dándole la razón.
—Él la llevó a una oficina para poder hablar antes de irnos, dijo que era importante —explicó, preocupado—. Cuando salieron, ella estaba mal. Creo... Creo que él hizo algo malo. No quiso moverse ni hablar en todo el viaje.
Mi cuerpo se tensó. Traté de ver a Elena, pero ella todavía no había entrado al hangar. Por un instante había creído que se había ido por su cuenta, como ya había intentado hacer antes. Pero no, ella sí viajó. Ella estaba aquí, pero no a la vista. Mal, enferma, había dicho el niño.
Cuando miré a Martha, ella estaba mucho más seria, casi temerosa. Les hizo un gesto a los niños.
—Vayan adentro con el resto —dijo.
Ellos obedecieron. Ella no me miró. Tragué saliva. Joe siguió avanzando hacia el piloto hecho una furia.
«Él la llevó a una oficina para poder hablar antes de irnos».
Denis no parecía molesto o diferente en lo absoluto. Casi parecía satisfecho. Martha se llenó de valor, dio un paso adelante y finalmente Joe impactó contra el pecho del piloto, pero apenas consiguió moverlo de su sitio.
—¿¡Qué has hecho con ella, enfermo malnacido!? —gritó, y todo pasó tan rápido que ni siquiera tuve tiempo de prevenirlo.
Denis dio un paso al frente y le dio a Joe un puñetazo que lo dejó en el suelo. El chasquido del puño contra su cráneo me hizo dar un respingo. Escuché un murmullo desesperado crearse a mis espaldas y me imaginé a todos los niños asomados por el umbral del pequeño cuarto.
—¡No vuelvas a tocarme, indio de mierda!
Ni siquiera pensé en moverme, solo lo hice. Estuve en cuestión de un parpadeo frente a él, traté de alejarlo, de empujarlo lejos del niño, pero Denis me tomó por las solapas de mi gabardina para zarandearme en el aire.
Contuve el aliento.
—¿Tú también quieres algo de lo que recibió ese mocoso? —gritó. Su aliento apestaba a licor.
Apreté mi mandíbula y traté de alejarme de él, pero sus manos me sostenían con firmeza y cuando se dio cuenta de que mi fuerza no se comparaba con la suya, una sonrisa burlona surcó todo su rostro.
—Oh, estás en problemas, niño bonito —Se mofó en voz baja.
Ni siquiera tuve tiempo de levantar un brazo para protegerme.
El puño de Denis se estrelló contra mi cara.
Mi vista se tornó borrosa por un instante y fue como ser cegado por un repentino estallido de luz. El dolor llegó un segundo después. Mis pies perdieron el equilibrio y pensé que me caería, pero Denis no lo permitió; él se aferró aún más a mi ropa y levantó su brazo una vez más.
—¡Denis! —rugió Martha a lo lejos.
—¡James! —La voz de Aleu también sonó demasiado lejana, pero no lo estaba. La distinguí por el rabillo del ojo; un borrón castaño que tiraba de la chaqueta del piloto con toda su fuerza para separarnos.
Cuando él se volteó hacia ella, arremetí contra él. Caímos al suelo. Su agarre era fuerte.
—Metamorfos de mierda —gruñó antes de volver a golpearme lejos de él. Se levantó con brusquedad, tomó a Aleu del brazo y la lanzó al suelo, a mi lado.
El zumbido en mi cabeza era tan fuerte que apenas podía oír algo. Traté de apoyar mis manos y rodillas en el suelo para levantarme, pero el mundo daba vueltas. Sentí las manos de Aleu intentando con todas sus fuerzas ayudarme a levantarme y yo ni siquiera había notado el momento en el que ella había conseguido levantarse. Levanté una mano y la empujé lejos de mí.
—Ve con Martha —creí decir, pero bien podría haber sido solo un pensamiento que no logró concretarse como una oración dicha.
No supe si me hizo caso.
Y en el momento menos pensado, una ventisca se filtró por el portón. Se oyó el sonido de unas pisadas fuertes y rápidas, y la respiración agitada que solo podría pertenecer a una bestia. La leona emergió con la mirada intensa y determinada de un cazador que tiene su presa. Ella saltó con un rugido reverberante, extendiendo sus patas delanteras y clavando sus garras sobre el hombre, apresándolo.
El hombre ni siquiera tuvo tiempo de gritar, cuando ella lo tomó por el cuello con sus fauces, fue todo. Lo sostuvo hasta que él dejó de moverse. Hasta que respirar fue imposible por la fuerza de su mandíbula y todo lo que había era sangre.
Parpadeé. Apenas podía pensar con claridad, pero lo sentía todo. Sentía el frío, el dolor, el zumbido, mi corazón, a Aleu que se aferraba desde mi derecha y el murmullo furioso, un ronroneo peligroso que brotaba desde la garganta de Elena.
El instante pareció eterno hasta que dejó de hacerlo. Hasta que el mundo guardó silencio.
Miré a mi alrededor. Joe y Martha miraban la escena desde más atrás con rostros horrorizados. Ninguno parecía capaz de moverse. Estiré un brazo y atraje a Aleu hasta mí para poder cubrir sus ojos, porque aunque todavía me costaba pensar con claridad, sabía que eso —la sangre, la muerte tan cerca— era algo que yo no habría deseado ver a su edad.
Sus brazos se enredaron en mi cuello con mucha fuerza y escondió su cara en mi hombro.
Pensé que debía decir algo para calmarla, pero no encontré palabras.
La leona giró su cabeza para vernos uno por uno. Su expresión feroz se suavizó y ahora, solo se veía triste, cansada. La sangre le corría por el pelaje y caía en gotas.
Un segundo después se transformó y Elena se enderezó con la sangre bajándole por la cara hasta su pecho, y ella nos volvió a mirar a todos como si estuviera desesperada por poder decir algo. Temblaba y las lágrimas se amontonaban en sus ojos hasta que desbordaban y caían.
Vi las marcas en su cuerpo. Los cortes antiguos, cicatrices rugosas sobre su piel, la marca de Raymond Pierce apenas a la vista en su brazo, los hematomas más nuevos en su cuello y brazos. Los arañazos.
Como si hubiera sentido mi mirada, ella se cubrió con las manos y los brazos todo lo que pudo.
—Antes de subir al avión él... —Se detuvo, como si fuera incapaz de decir la palabra. Aleu se tensó a mi costado, temerosa—. No pude detenerlo, si... Si lo detenía, jamás nos hubiera traído hasta aquí y... No quería matarlo. Lo siento. Fue... Fue la leona. Ella lo hizo. Yo no quería matar... Lo siento. Lo siento.
Continuó murmurando, tratando de limpiar la sangre de su cuerpo con desesperación. Frotando con brío, como si quisiera arrancarse la piel en el proceso. Arañó su piel. Martha la socorrió. La detuvo.
Y como la sangre no desapareció, ella empezó a llorar más fuerte.
˗ˏˋ ♕ ˎˊ˗
El vehículo volaba por sobre la carretera.
En realidad era un camión de carga militar donde la mayoría habíamos sido apilados como ganado. El frío se filtraba y había empezado a nevar. No era seguro conducir tan rápido en una nevada, pero era imprescindible alejarse lo antes posible de Anchorage... Antes de que alguien notara el cuerpo.
Nadie había tenido el atrevimiento de mencionar lo ocurrido desde entonces. De hecho, nadie había dicho nada en absoluto. Cuando John Farrel regresó junto a Tony con el auto y vio a Denis muerto en el suelo, no se inmutó en lo absoluto, solo dijo:
—Tendré que encontrar a otro piloto. Asombroso.
Luego, ayudó a Elena a esconder el cuerpo en el armario, envuelto entre lonas, donde esperábamos que nadie fuera a encontrarlo hasta dentro de varias horas. Elena quiso dejarlo en la nieve para que fuera más difícil dar con él, pero John alegó que cavar en la nieve llevaría mucho más tiempo; una cosa que no poseíamos.
Por lo que, hasta ahora, llevábamos alrededor de seis horas y media viajando en medio de una de las tormentas más adversas que habíamos visto a lo largo de nuestro viaje.
El hambre arañaba mi interior y lo único que quería entonces era una cama caliente, un baño, comida, y no tener que orinar en un tarro a escondidas de un montón de niños.
Suspiré al mismo tiempo que volvía a chequear la hora en mi reloj, pero las agujas apenas se habían movido desde la última vez que lo revisé. Cerré la tapa y, sin siquiera darme cuenta, comencé a rascar el lado superior con mi uña una vez más. Cuando levanté la mirada, volví a encontrarme a Elena. Estaba sentada frente a mí; le habían dado ropa y se aferraba a su hermano con tanta fuerza que parecía a punto de estrangularlo; aunque Sammy no parecía incómodo en lo absoluto.
—¿Por qué lo mataste?
La voz nos tomó por sorpresa. Todos levantamos la cabeza al mismo tiempo, sorprendidos por la persona que había sido lo suficientemente estúpida como para no temer a romper el silencio.
Aleu miraba a Elena con recelo.
Se me escapó un resoplido y consideré que en realidad que Aleu hubiera sido la persona en acabar con la tensión tenía todo el sentido del mundo.
Elena parpadeó lentamente, como si hubiera salido de un trance. La mayoría tratamos de fingir como que no estábamos escuchando, pero no creo que hubiéramos convencido a nadie.
—Eso es inapropiado —opinó una niña pelirroja que iba sentada en una de las esquinas del frente.
Aleu frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Porque esas cosas no se preguntan —dictaminó ella. Su nombre era Kat.
—¿Y por qué no se preguntan esas cosas? —insistió Aleu.
—Pues porque no y punto.
Aleu miró a Elena.
—¿Ibas a matarnos a nosotros también?
La tensión regresó con más fuerza y me sentí obligado a intervenir de alguna manera. Extendí una mano y la dejé sobre el hombro de Aleu, a lo que ella dio un violento respingo y se volteó a verme con los ojos desorbitados. Me rechazó como si mi tacto la hubiera quemado. Estaba asustada. Conocía ese sentimiento perfectamente; la sensación de inquietud, el miedo a lo que podría venir después. La urgencia de saltar y esconderse de todo.
La mayoría de los niños presentes seguramente habrían vivido experiencias similares antes, pero Aleu no. Aleu Blair hasta hace unos pocos días no había sido más que una niña encerrada en una casa situada en los confines de la tierra, ajena a cualquier cosa que pudiera tener que ver con nosotros. Ajena a la violencia, al dolor, al vacío que se te genera todas las noches al dormir cada vez que piensas en todas las personas que quedaron atrás.
—Estamos bien ahora —murmuré, apenas audible, tratando de sacarla de ese estado de alerta—. ¿Me oyes, Aleu?
Sus ojos me atravesaron por completo. Se cristalizaron y ella se limpió con premura. La manga de su anorak barrió sus rostro y por más que se esforzó en esconderlo... Ya era muy tarde. Al igual que una represa, Aleu desbordó.
—C-creo que extraño a mi mamá —me dijo por lo bajo, aterrada, como si ese hecho en realidad fuera algo terrible.
—Estamos bien ahora Aleu, repite eso —insistí, con más fuerza—. Repite lo que te dije. Estamos bien ahora.
Ella sorbió su nariz con violencia y de repente se estrelló contra mi cuerpo. Me quedé atónito un momento, tratando de procesar eso. Ella... Me estaba abrazando. Me abrazaba como si yo fuera a desaparecer en ese mismo instante, como si en realidad fuera alguien importante... Parte de su vida.
Cerré los ojos con dolor al mismo tiempo que ella presionó su cara contra mi abrigo y maldije el día que nuestros caminos se cruzaron.
Ella me dijo: no quiero estar aquí. Quiero irme a casa.
—Ya lo sé... —susurré.
Aleu se empecinó.
—P-por favor... Seré buena, s-solo quiero ir a c-casa, p-por favor... Por favor...
—N-no podemos, no... —Y ella comenzó a llorar como los bebés lo hacen: con gritos a todo pulmón y borbotones de lágrimas que no hacían más que descender como cataratas. Así que me forcé a hacer algo, cualquier cosa. Levanté mi brazo con movimientos esporádicos y le devolví el abrazo lo mejor que pude. Yo no era bueno con las emociones; apenas podía digerir y comprender las mías, mucho menos iba a entender las de alguien más.
Pero esa vez yo también quise llorar, y me pregunté cuándo habría sido la última vez que yo lloré como ella lo hacía entonces; desesperadamente, incapaz de ver por las lágrimas y con el pecho ardiendo. ¿Cuándo fue la última vez que llorar dolió físicamente? El recuerdo se escapaba de mi mente, pero sabía que probablemente fue en algún lugar en Vermont, a miles de kilómetros de la civilización, cuando todavía tenía seis años.
Fruncí el ceño y presioné mis labios en una línea. Ese no era más que el vestigio de una memoria enterrada en el tiempo y aún así logró enojarme. Me enojaba recordar, pensar en cosas que ya no quería... Fue ahí cuando llegué a la conclusión que en el fondo seguía odiando a Aleu Jelena Blair. La odiaba porque me hacía recordar cosas que...
Aleu me recordaba lo que había sido ser un niño.
Me hacía pensar en mí con seis años y un destino incierto. Me hacía pensar en la marca en mi brazo derecho, en La Rosa, en el miedo, y en Jane.
Jane.
El eco de su nombre me atormentó un rato largo y sostuve a Aleu en todo ese tiempo hasta que se durmió.
Más tarde, el motor del camión se rompió.
N/A: Bueno, este es el capítulo de la semana y es un poquito intenso. Arriba dejé un trigger warning, y aunque por lo general no suelo ser muy descriptiva cuando estoy desarrollando un tema sensible (en el sentido de entrar en descripciones demasiado detalladas y crudas que podrían incomodar a varios a la hora de leer), igualmente decidí dejar una advertencia arriba.
Dejando esto de lado, ¿qué les pareció este capítulo? La verdad tenía mucho miedo de publicarlo, me hizo sentir bastante insegura porque siento que faltó algo... Así que cualquier crítica o comentario es bien recibido <3
Poco a poco el tema de James y su pasado va ir desglosándose más y más a medida que la trama avance.
Por otro lado, vamos viendo un poco más de como Aleu va cayendo en cuenta de esa nueva realidad tan horrible que le está tocando vivir, y el trauma que le está dejando va siendo cada vez más evidente.
Bueno, con todo esto dicho, espero que dentro de todo hayan disfrutado el capítulo. Y si todo va bien, voy a estar subiendo otro la próxima semana.
Nos leemos 💞
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