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Capítulo diecisiete


Breve interrupción antes de que puedan iniciar la lectura, y es que quería dejarles algunas canciones (si son como yo y les gusta leer con música) que utilicé para escribir este último capítulo.

Aclaro por las dudas de que ninguno de los temas a continuación tienen un orden fijo con la lectura ni nada, ustedes pueden escucharlas en el orden que les plazca.

Cry — Cigarrets After Sex.

Gilded Lily — Cults

Introduction to Snow — Miracle Musical

We'll Meet Again — Vera Lynn






-ˋˏ ༻ 17 ༺ ˎˊ-

 Recuerdo la noche que Jane murió perfectamente. De inicio a fin. Lo recuerdo todo, hasta el momento en el que Raymond Pierce y su grupo me abandonó durante la mañana siguiente. Más de los días que siguieron de esa noche, no tanto.

El mundo se sentía borroso y difícil, y el hambre llevaba días en mi estómago. Todavía tenía presente el dolor dentro de mi pecho, un agujero de angustia que crecía y crecía hasta volverse mucho más grande que yo. Una angustia que me enfermaba y que, por los días que siguieron, borraron el hambre, la sed, el tiempo y el frío.

En ese entonces, creí que era más fácil quedarme en el mismo lugar en el que Raymond Pierce me había dejado. Estaba convencido de que él volvería y me mataría si no me hallaba. Después de todo, me lo prometió. Me prometió que volvería por mí.

Pero él no me encontró, y cuando eventualmente pude darme cuenta de que no regresaría próximamente, yo ya había perdido la capacidad de moverme. No tenía energías para ello.

Inhalé todo el aire que pude abarcar y miré al doctor Andrews a los ojos por un segundo. Me di cuenta que el miedo volvía a sacar lo peor de mí una vez más. Estaba ahí, a punto de desquitarme con alguien más en vez de estar afuera buscando a Aleu porque echar la culpa era mucho más fácil que juntar el valor para salir afuera a buscar a una niña perdida.

—Debo... Debo encontrarla.

Miré hacía arriba. El doctor Andrews tenía una mirada extremadamente cautelosa en su rostro, me atrevería a decir que casi lucía temeroso de mí, y logró deslizarse lejos de mis manos. Me quedé contemplando mi débil agarre por un instante, sintiéndome traicionado por mi falta de fuerza física.

—James.

Me limpié el sudor de la cara con un manotazo. La voz que me llamó era de Elena, pero no le hice mucho caso y en cambio me encaminé a la salida. Aleu no podría haber ido muy lejos, ¿verdad? Puede que ella se hubiera escondido, o en verdad estuviera vagando por todo el pueblo tratando de buscarnos. O tal vez realmente Dios había decidido que mi destino tenía que ser ese: perder estúpidamente a gente que me importaba en la nieve.

Pero eso era cruel incluso para alguien como él.

Y de cualquier forma, yo no pensaba aceptar ese destino. No iba a ponérselo tan fácil. Aleu no tenía la culpa de haber tenido la mala suerte de acabar conmigo; le debía una vida entera que por mi culpa había perdido.

Obligué a mis pies a moverse e intenté arremeter contra la puerta, sin embargo Elena emergió desde la nada misma y se plantó justo frente a mí.

—No sé qué es lo que pretendes hacer, Bambi, pero no te dejaré hacerlo —aseveró mientras me sujetaba por los brazos. Sus cejas habían descendido considerablemente sobre sus ojos ámbar, creando una sombra oscura en su expresión afilada—. Así que respira.

Apreté mis dientes entre sí y mis manos se cerraron en puños, deteniendo así un poco el sutil temblor que había desarrollado. No tenía tiempo para discutir esto y tampoco precisaba su permiso; yo saldría por esa puerta de una forma u otra, porque no podía volver a perder a alguien querido para mí. Porque no era justo, y no era justo que me quitaran a más y más personas. No así. No otra vez.

Abrí la boca para tratar de explicarle esto de la forma que fuera, pero de mi boca nada entró y nada salió. Mi voz se quedó atascada cuando sentí que el aire en la habitación desapareció. Traté de dar una bocanada. Y luego otra, y otra.

No podía respirar.

Me llevé una mano al pecho, sintiendo mi corazón. Latía tan fuerte que creí que moriría.

Miré a Elena a los ojos y retrocedí lo más que pude, que no fue mucho. La habitación era extremadamente pequeña y éramos demasiadas personas atiborradas.

Cerré los ojos con fuerza hasta que vi destellos de colores en mis retinas.

Alguien habló.

—Creo que está teniendo un ataque de pánico.

—Iré por un vaso de agua.

Me pareció percibir pasos tratando de acercarse, pero no lo permití. Me tambaleé lejos de todos ellos y me encaminé al área de internación. Cuando atravesé el umbral, me di cuenta de que ahí el aire era mucho más frío y por alguna razón fue más fácil lograr que pasase a mis pulmones. Inhalé una vez más. Y seguí intentando hasta que, eventualmente, se volvió más fácil.

Lo difícil fue conseguir que la angustia abandonase mi pecho.

Creí que pasaron minutos, aunque pudo ser menos tiempo. Me había reclinado sobre una de las camillas vacías. Respiré hondo y escondí la cara entre mis brazos.

—No soy alguien de fé —dije a alguien, aunque no estaba seguro de a quién exactamente—. Nunca te hablé, y tú nunca fuiste todo misericordioso conmigo, así que... —resolplé—. He escuchado a gente decir que tú amas a todos, así que yo solo espero, de todo corazón, que no ames a esa niña como me amaste a mí. Amala más. Es todo lo que pido, y lo único que pediré de ti alguna vez.

Nadie me respondió. Tampoco esperé a que alguien lo hiciera.

—Me enseñaron que él te oye, pero yo no lo creo tanto.

Me sobresalté. Parpadeé lentamente y busqué el origen de la voz. Hallé a Lewis sentado en su camilla, con las sábanas cubriendo la mitad de su cuerpo. Tenía una mirada impasible en su rostro joven.

—Yo tampoco lo creo tanto —Me obligué a decir con voz trémula—, pero espero que lo haga.

—Ella se fue a buscarte.

Tragué saliva.

—Lo sé.

—Tenía miedo, por eso se fue —Me explicó.

—¿De los disparos? —Quise saber.

Lewis negó con la cabeza.

—Pensó que la olvidarían y que se irían sin ella.

Sentí la urgencia de explicarle que yo nunca lo haría, que jamás la dejaría sola, pero casi de inmediato me percaté de que eso era una mentira y que, de hecho, ya había planeado que nada más cruzar la frontera me despediría de ella para bien. Había intentado convencerme de que eso sería lo mejor, pero la verdad era algo más simple y egoísta, y es que vivía eternamente asustado.

Al igual que cuando era un niño, temía moverme, respirar... Sentir. Me di cuenta entonces de que lo que provocaba que la angustia se arraigara a mi pecho de forma tan dolorosa no era la idea de la muerte, sino de la pérdida.

¿Qué tan loco era estar eternamente aterrado de perder algo que ni siquiera me permití tener en un primer lugar?

Inhalé aire con mucho cuidado y lamenté en nombre de Aleu el que ella hubiera corrido la suerte de acabar en la vida de un cobarde como yo.

Súbitamente una voz en mi interior me gritó. Vociferó en mi cabeza tan fuerte que su tono lacerante y cruel perforaron mi cerebro como si se tratase de pequeñas agujas.

¿Vas a perder más tiempo aquí sintiendo pena por ti mismo?

Mis muelas colisionaron entre sí con un chasquido. Pasé una mano por mi cabello y tiré de él hasta que dolió lo suficiente para sacudir lejos de mi cuerpo la fatiga. La voz volvió a insistir, y esta vez, pinchó más fuerte.

Tal vez, después de todo, Jane tuvo razón. Eres tan bueno para esa niña como alguna vez lo fuiste para tu familia.

No, no lo era.

Empujé ese pensamiento intrusivo como solía hacer tantas otras veces, porque lo que pasó con mamá y papá fue un accidente; nadie pudo prever lo que iba a pasar y Jane entendió esto, ella lo... Ella lo entendió. Eventualmente.

Aleu es una niña pero no es tonta, sabía que querías dejarla con la primera persona que cruzaras camino desde el momento que quedaron atrapados juntos. Y ella leyó tus intenciones como si fueras un maldito libro abierto lleno de ilustraciones infantiles. Ibas a abandonarla como hicieron contigo tantas otras veces en el pasado.

Negué con la cabeza. No iba a abandonarla. Yo no lo haría... No ahora. Era diferente a antes. Ahora lo sabía, lo entendía. Ella no estaba sola y no era como yo. No estaba maldita con alguna peculiaridad que podría volverla interesante para ellos. Aleu no tendría que valerse por sí misma porque ella solo tenía siete años y también me tenía a mí.

—No van a matarla. —La repentina voz de Sebastian me sacudió todos los sentidos y me arrebató de un golpe lejos de mi cavilación. Enderecé mi espalda lentamente a medida que él se me acercaba—. Ese viejo nos acaba de contar lo que pasó. Ahora tengo a la rubia dándome órdenes.

Me tomé un segundo. Conté hasta tres. Respiré hondo.

—Su nombre es Elena —dije.

Bash chasqueó la lengua y dejó un vaso de agua sobre una cómoda.

—Lo que sea.

Con el rabillo del ojo vi a Lewis hacerse pequeño debajo de sus mantas, intimidado por su presencia. Consideré preguntarle qué buscaba de mí, pero en cambio dije:

—¿Cómo estás tan seguro de que no van a matarla?

—Ellos no están buscando a una criatura de cinco años —aseguró, e incluso de espaldas, llegué a atisbar su mueca irónica—. Creo que han dejado de cazarlos tan jóvenes, debe ser por eso que hay tantos huérfanos rodeándote ahora, Jamie.

—No me digas así —espeté, girando la mitad de mi cuerpo para poder hacerle frente.

Él se rió.

—¿Prefieres Bambi? Aunque debo decir que no entiendo mucho el origen del apodo —comentó entre dientes—. Suena a nombre de niña.

Yo tampoco lo entendía, si tenía que ser honesto. Solo sabía que era molesto y eso me bastaba para odiarlo.

—No importa —resoplé finalmente, levantándome de mi lugar con rapidez; mi cuerpo entero se había alivianado y mi corazón, como ya era usual, regresó a encastrarse en su lugar. Eché un breve vistazo a mi alrededor; Lewis había vuelto a asomar la mitad de su cara. Me enderecé con resolución—. Tengo que ir a buscarla.

—Ah, no, no —Bash me tomó desde un brazo y me empujó hasta el umbral que llevaba a la sala de espera—. No vas a ser de mucha ayuda si vas con la cabeza caliente.

—No voy de cabeza caliente —dije con cuidado. Por el contrario, creía que jamás había pensado con tanta claridad como ahora—. Tengo un plan —expliqué, lo que en parte, era cierto—. Mis planes más intrépidos llegan junto al estrés y la ansiedad.

Bash se encogió de hombros. Decidió ser sarcástico y mordaz.

—Entonces no veo cómo algo podría llegar a salir mal.

Y aún así, me pareció muy dispuesto a escucharme.



˗ˏˋ ♕ ˎˊ˗



Encontramos a Elena, Samuel y a Andrews en el quirófano, parados junto a la camilla en la que Tony estaba mirándonos, apenas despierto. La anestesia había dejado de surtir su efecto y ahora el muchacho parecía lo suficientemente lúcido como para estar preocupado por el amplio mapa que habían extendido sobre su regazo.

Se me escapó un suspiro de alivio.

—Menos mal —farfullé antes de moverme con sutileza hacía todos ellos—. Vamos a necesitar eso.

Elena no fue la única en el lugar que se me quedó viendo como si no pudiera creerse que estuviera nuevamente parado frente a ella como si nada hubiera pasado, aunque fue la única a la que yo pude ver.

—Te ves pálido como un muerto —Me dijo entonces sin amilanarse ni un poquito.

—Si no nos ponemos de acuerdo rápido, puede que termine siendo uno.

Ella bajó sus ojos hacía el mapa por un segundo, como si estuviera pensando qué más decir o hacer respecto a mí, pero su titubeo no duró demasiado. Se rindió a los dos segundos y tan solo sacudió la cabeza, resignada.

—Le estaba diciendo al doctor que necesitamos una buena vía para trasladar a Tony en el trineo. No nos va a quedar de otra que correr en forma humana, porque...

—No.

Ella parpadeó rápidamente y me miró como si le hubiera asestado una bofetada.

—¿Qué?

—Necesito que busquen en ese mapa un buen punto de reunión, y ahí, Samuel, Tony y tú tendrán que esperar —declaré.

—¿Esperar a qué? —Ella se cruzó de brazos— . Si es que puedo saber, claro.

—La distracción —intercaló Bash por mí, dando un paso al frente con ambas manos metidas en los bolsillos delanteros de su pantalón —. De eso me encargo yo. Resulta que se me da bien llamar la atención y, aunque no lo parezca, tengo... Imaginación.

Tratar de pensar en qué extrañas ideas poblaban la mente de Sebastian me ponía los pelos de punta.

Carraspeé.

—Y mientras tanto, yo me encargaré de buscar a Aleu —concluí. Saqué de mi bolsillo el reloj de oro para poder consultar la hora —. Son casi las diez de la noche. Bash, ¿podrás crear una distracción lo suficientemente grande para las once en punto?

Tal vez estaba pidiendo demasiado, pero si así fue, Bash no me lo hizo saber. En cambio, sólo me guiñó un ojo.

—Tiempo de sobra.

Tony se removió en su lugar y levantó la cabeza para mirarme con inseguridad.

—¿Qué hay de Joe? —preguntó con apenas voz—. Él podría estar de camino aquí, y no sabe que...

La tensión se instaló en el cuarto de inmediato solo con oír su nombre. El elefante en la habitación. No podíamos darnos el lujo de esperar mucho más tiempo. No podíamos esperar a Joe.

Di un paso al frente, dispuesto a dejar eso claro, pero Elena se me adelantó.

—Seguramente lo cruzaremos en el camino —dijo, dejando una mano sobre el hombro de Tony, forzando una sonrisa reconfortante—. No te preocupes por eso ahora, ¿está bien?

La mirada de Tony se oscureció.

—No —Él se enderezó hasta estar cara a cara con ella, y empujó lejos la mano de su hombro—. Yo no soy como el resto, no soy como los más pequeños, no me van a mangonear solo porque sí.

La mirada de Elena se oscureció y retrocedió. Llo contempló solo un segundo antes de asentir.

—Está bien —accedió, con los músculos tensos. Ella respiró pesadamente y sonrió alegremente, aunque sus ojos brillaban como hierro fundido—. Si eres tan mayor, entonces vas a tener que lidiar con el hecho de que no vamos a poder esperar por él, como hacemos nosotros los mayores.

Tony y Elena tuvieron una batalla de miradas. Sin embargo, Tony no tenía oportunidad contra ella; tal vez la habría tenido si se tratase de cualquier otra persona frente él, pero era Elena quien estaba ahí; parada a su costado, engrandecida e inquebrantable. La leona en su apogeo.

Tony entendió esto unos cuantos segundos después y, de muy mala gana, desistió.

—Confiemos en que Joe es un chico inteligente. Sabrá encontrarnos —intervine. Luego volví a consultar la hora. Las manecillas marcaban las 21:43—. Es mejor que hagamos esto ahora.






Elena tenía una manera muy silenciosa de andar, así que apenas la noté cuando se paró justo a mi lado.

—Antes de irme —dijo ella—, me pareció correcto pasar y preguntarte si estás bien.

Me tomé un segundo para echar un vistazo a nuestras espaldas, adentro del hospital, donde Bash todavía estaba tratando de acomodar nuevamente a Tony en el pequeño trineo, con la ayuda del doctor. Yo me había asomado al exterior del hospital en búsqueda de calmar mi ansiedad. Afuera, sin las luces del interior —Andrews se había apresurado apagarlas para no llamar tanto la atención—, la noche se veía mucho más intimidante.

—Tan bien como se puede estar —contesté.

Ella chasqueó la lengua, no muy conforme.

—Ya... Eso no es mucho en estos días, ¿no? No, claro que no es mucho.

Hubo un silencio. Ella exhaló todo lo que había en sus pulmones hasta que su postura segura se desarmó.

—Lo que le dije a Tony hace rato —comenzó—, supongo que también va para tí. Tengo que ser justa, porque sino...

—Lo sé —contesté, sin alterarme en lo más mínimo—. Si no encuentro a Aleu, no les pediré que se queden. Sé que no es justo.

Ella pareció aliviada.

—¿No lo harás?

—Seguiré buscando por mi cuenta —expliqué—. Soy un adulto técnicamente, lo que me diferencia de Tony. No necesito tu permiso para irme o quedarme.

Ella borboteó una risa, como si le hubiera contado un buen chiste. Sonreí.

—¿Crees que lo lograremos?

Oh.

Me tomé el tiempo de pensarlo. ¿De verdad creía que lo lograrían? En el fondo esperaba que sí, lo anhelaba. Pero, analizándolo apropiadamente... No podía estar seguro de nada. El final de esa noche era incierto y aterrador. Me removí, incómodo. Bajé la mirada hasta mis botas de pieles. Pasé el peso de una pierna a la otra, sintiendo los dedos de mis pies fríos y húmedos como los de un muerto.

—¿Por qué crees que Aleu no ha vuelto aquí todavía? —Se me ocurrió cambiar de tema—. ¿Crees que pudo haberle pasado algo?

Ella miró al frente, colina abajo; donde todavía se podía distinguir las sombras oscuras de algunas propiedades.

—¿Por qué me lo preguntas a mí?

—Me gusta que la gente me diga cosas tranquilizadoras —admití, sin ninguna vergüenza que realmente valiera la pena—. Me hace sentir mejor, aunque suene tonto.

—Bueno, lamento decepcionarte, pero aquí solo hay pensamientos intrusivos y negatividad ante cada panorama —explicó alegremente, con voz temblorosa y una sonrisa perezosa ocupando la mitad de su cara—. Lamento que mi exterior tan dulce te haya engañado.

—No lo hizo —respondí, porque era verdad, no lo había hecho—. Tan solo esperaba que pudieras mentir un poco.

—Puedo guardar secretos, de esos tengo varios —decretó, balanceándose sobre sus pies con gran equilibrio—, más la mentira no es mi fuerte.

—Tampoco es lo mío —admití—, aunque a veces hago mi pequeño esfuerzo.

Silencio.

—Vas a tener que transformarte si es que vienes con nosotros —dijo, en un tono de voz más bajo, como si se hubiera dado cuenta recién—. Te verá el resto del grupo.

Era cierto y yo, al igual que ella, me había olvidado de ese detalle. De hecho, llevaba mucho tiempo sin transformarme y esa parte de mí estaba inquieta. Era como tener una incomodidad tenue bajo tu piel.

Llevaba años transformándome en secreto, por mi cuenta; no se suponía que alguien supiera sobre mi... Lamentable condición. Ni siquiera Harold me había visto, y aunque él siempre supuso que cualquier tipo de bendición que yo poseyera tenía que ser grave, nunca me presionó sobre eso. Aleu y Elena habían terminado por ser la excepción por diferentes circunstancias. La gente no solía quererme cerca cuando descubrían el verdadero valor de mi cabeza, y mucho menos cuando sabían que Raymond ya me tenía en la mira.

Pero si todo salía bien, no tendría opción.

Hice una mueca.

Ya no daba tanto miedo como antes, a ser verdad.

—Está bien —decidí por fin en voz baja—, no me sentiré mal si el resto no me quiere con ellos después.

Me las arreglaría. Siempre lo hacía.





Minutos más tarde, Elena y Samuel partieron, arrastrando a Tony en el trineo. Pactamos como punto de encuentro un diminuto pasaje que no se hallaba en los mapas y que los habitantes usaban cada vez que pretendían internarse en el bosque a por leña, situado a unos cuantos metros de una carretera de salida en el sur. Andrews nos explicó que era la mejor ruta que teníamos disponible para arrastrar el trineo con Tony más fácilmente.

Miré a Sebastian que estaba a punto de irse también. Luego bajé los ojos al reloj que colgaba desde la cadena enredada en mis dedos. El reloj le pertenecía a mi madre, y antes había sido de mi abuelo; un hombre al que jamás llegué a conocer. Era la única pieza de algún valor monetario que llevaba conmigo, y el único recuerdo que tenía de ella.

—Bash —dije—, tú sabes que no confío en tí, ¿verdad?

—Me consta. —Parecía enorme e imponente a mi lado—. Aunque si no lo hicieras, entonces me preocuparía; significaría que todavía eres un tonto. —Hizo una pausa breve y se relamió los labios antes de darme un par de palmadas en el hombro—. Me alegro de que no lo seas. Es bueno saber que Dios ha bajado y te ha tocado con algo de su claridad, aleluya hermanos y amén.

Cerré los ojos y contuve las ganas de morder el anzuelo. No tenía tiempo para seguirle el juego. Hoy no.

Le tendí mi reloj.

—Lo necesitarás —espeté, empujándolo contra él, tal vez un poco demasiado cerca de su herida. Él apretó los dientes y gruñó, alejándose de mí—. Necesito que lo que sea que tengas planeado sea muy grande, dure bastante, y ocurra a las once en punto. Ni antes ni después.

Él bajó sus ojos hasta el reloj y guardó silencio. Pensé que tal vez había reconocido el artefacto, pues cuando éramos niños yo solía llevar el reloj colgado en mi cuello todo el tiempo.

—No te atrevas a dañarlo, ni perderlo o...

—Todavía no he caído tan bajo para que se me considere un ladrón —ladró con un tono indescifrable; no podía saber si estaba ofendido o simplemente le daba igual.

—Eso no puedo saberlo —aseveré—. No te conozco. Así que cuídalo con tu vida o veré que seas atravesado por una flecha otra vez.

—Mhm... —Sebastian se limitó a enroscar la cadena en su muñeca con un movimiento sutil—. ¿Qué pasará si no logras llegar al punto de encuentro a tiempo?

Me encogí de hombros.

—Se van sin mí. Estaré muerto o por mi cuenta; cualquiera que sea el caso, es lo mismo.

Honestamente no me interesaba lo que hicieran; a fin de cuentas, el afectado sería yo y nadie más. Bash resolló en lo que pareció ser una risa sarcástica. Él se puso en marcha, siguiendo el camino que lo llevaría al centro del pueblo.

—¿Entonces podré quedarme con tu reloj? —preguntó, haciendo que este se balanceara en el aire siguiendo el ritmo de su andar seguro—. Es bonito, puede valer bastante ahora que lo miro bien.

Inhalé hondo. No tenía caso tratar de ser serio con él, ni de pedirle que actuara de acuerdo a la gravedad de nuestra situación. Ya sabría yo de eso.

Negué con la cabeza y me di la media vuelta.

—No te mueras, Bash —dije.

Era el mejor deseo que podría darle a alguien como él. Bash, que todavía estaba lo suficientemente cerca como para oírme, respondió:

—Lo mismo para ti.

Me pregunté, por un rato, qué distracción podría haber inventado una retorcida mente como la suya. Pero, fuese cual fuese, confiaba en que Bash sabría montar un espectáculo en nombre del drama. Después de todo, nadie amaba más la atención que él.

—¡Ah, James! ¡Menos mal que no te has ido todavía! —El doctor Andrews se me acercó desde atrás con un bolso de cuero entre sus manos—. Esperaba poder darte esto. Creo que te ayudará o... Bueno, digamos que te permitirá ayudar a otros en caso de emergencias como la de hoy. —Tomé el bolso con cuidado y me propuse a inspeccionar el interior con curiosidad—. Tienes una buena cantidad de gasas, vendas, cinta, algunas herramientas quirúrgicas a las que, prométeme, desinfectarás bien luego de cada uso. Hay penicilina, otros fármacos que creí útiles...

Mi pecho se contrajo dolorosamente por alguna razón. Me sentí tonto, no merecedor de algo que podía ser tan valioso.

—Gracias... —musité con el calor subiendo por mi rostro.

—Sé que esto no compensa mi descuido —se apresuró a aclarar, dándome unas cuantas palmaditas en el hombro al mismo tiempo que me impulsaba a iniciar mi camino—, pero quiero que sepas que estaré atento por si la niña regresa. Te la llevaré en medio de la tormenta si así debo, pero...

Trastabillé contra mis propios pies, pero asentí, todavía algo azorado, y seguí el sendero. Respiré hondo y sacudí la cabeza. Me forcé a mirarlo a los ojos.

—Gracias —volví a decir, más claro que antes—. Por todo.



˗ˏˋ ♕ ˎˊ˗



Decidí que Aleu no podría haber ido muy lejos, así como decidí que ella no estaba muerta.

Los cazadores habían estado especialmente silenciosos luego de los primeros disparos; me hacían sentir inquieto. ¿Dónde estarían exactamente? ¿Qué esperaban?

La mayoría debería de estar borrachos, lo que no era bueno. Sí, puede que tuvieran menos resistencia de esa forma, pero el alcohol volvía a los hombres impredecibles en otros mil aspectos. Con ellos en ese estado... Era difícil imaginar su siguiente movimiento. Me lamenté entonces haber estado tan afectado antes, pues de no ser así, me habría permitido el tiempo de contar cuántos de ellos había en el bar; tener un número aproximado seguramente me habría proporcionado opciones sobre su división y...

Un ventarrón me empujó hasta atrás. Mis ojos empezaron a lagrimear y mi cara ardió como si un par de cuchillas se estuvieran deslizando por mis mejillas hasta hacerme sangrar. Bajé la cabeza y traté de esconder mi cara un poco más debajo de mis bufandas.

Necesitaba encontrar a Aleu lo antes posible.

Me pregunté cuánto tiempo me quedaba para ello. Elena tenía la instrucción de esperar por nosotros solo diez minutos y, si no llegábamos, ella tendría que irse por su cuenta con Samuel, Tony y Bash.

Resoplé. Añoraba mi reloj y su delicado peso en mi bolsillo. Me arrepentí un millón de veces de haberle cedido ese reloj a Bash. Era un tonto.

Tonto, tonto, tonto.

Y sí, era cierto que él lo necesitaba mucho más, sí, pero no poder saber cuánto tiempo llevaba caminando, ni cuánto faltaba para la hora acordada me ponía extremadamente ansioso.

La cereza del pastel era que llevaba deambulando alrededor de diversas casas por un buen rato y ni siquiera me las había arreglado para hallar unas huellas en la nieve para seguir, lo que...

Una sombra grande desplazándose a mi costado barrió conmigo y me arrebató lejos de mis disparados pensamientos. Caí en la nieve con un enorme peso sobre mi cuerpo, y cuando reparé en que se trataba de otra persona, entré en pánico.

Mis manos se movieron apresuradamente, vertiginosas, tratando de sacarla de encima mío. Y luego, escuché una voz.

—¡Auu! ¡Espera, espera...! ¡Me estás lastimando, no me empu-!

Y lo empujé.

La sombra cayó con fuerza contra el montón de nieve y se quedó ahí, quieta, solo por un segundo. Emergió al instante, sacudiendo la cabeza con brío para sacarse los restos de encima. Después, a través de la oscuridad, Joe me devolvió la mirada. Estaba molesto.

Yo solo lo miré sin poder creerlo.

—¡Te dije que no me empujaras! —Me reprochó en un susurro, apurando a sacudirse a la ropa.

—Estás aquí —borboteé—. ¿Cómo...?

Joe plantó sus ojos en mí.

—Claro que estoy aquí —declaró, observandome como si yo fuera un idiota—, he venido tan rápido como pude y lo único que me recibe son perros y balas, ya ves.

Levanté las cejas.

—¿A tí te fue que te dispararon?

—¡Pues claro! Llegué transformado, los hijos de puta están por aquí —explicó, levantándose del suelo.

—Cuida tu lenguaje —advertí.

Él me miró con ojos incrédulos.

—¡Pero es lo que son! —protestó, pero procuré no ceder y él solo terminó por resoplar—. Traté de perderlos, tuve que transformarme de vuelta. Fue una locura; la verdad es que nunca los había tenido tan cerca antes.

Parecía extrañamente emocionado por ello.

—¿Y eso te hace feliz?

—Bueno, me las arreglé muy bien, ¿no crees? —Llegué a ver el destello de su sonrisa torcida—. Fue muy fácil, tuve que dar un par de vueltas más de la cuenta, sí, pero lo logré.

Fruncí el ceño y lo miré de arriba a abajo. Confundir a los perros era algo muy difícil si no tenías los recursos necesarios para ello.

—¿Estás seguro? —dije por las dudas.

Él asintió repetidas veces.

—Sí —dijo, y luego trató de desviar el tema a otro lado—. ¿Y tú qué estás haciendo aquí? ¿Pudieron curar a Tony?

—Él... Tony está bien —afirmé—. Elena y Samuel están con él, nos están esperando. ¿Debo asumir que no lograste encontrar al resto del grupo?

De pronto, su rostro se vino en picada.

—Ah... —Y miró a sus pies—. No. Llegué hasta Northway y no los encontré por ningún lado. He pensado que tal vez ellos...

—No están muertos, Joe —descarté la idea como si fuera absurda—. Deben haber seguido adelante sin nosotros, es todo. Probablemente decidieron no arriesgarse por nosotros.

Y eso pareció desanimarlo todavía más.

—No pensé que ellos fueran a dejarnos atrás... —confesó, bajando los hombros y hundiendo la cabeza.

Nosotros estábamos pensando en dejarte atrás, pensé irónicamente.

—Es lo más sensato —contesté, tratando de hacerme... Hacerlo sentir mejor—. Deben de habernos dado por muertos.

Joe respiró hondo y levantó la cabeza, como si se hubiera sacudido los malos sentimientos lejos de su cuerpo.

—¿Qué hay de ustedes? ¿Qué estás haciendo aquí solo?

Renové mi marcha —Joe trató de seguirme el paso como pudo— y le expliqué brevemente todo lo que había pasado hasta entonces. Luego, Joe propuso la idea de separarnos para cubrir más terreno y encontrar a Aleu más rápido, pero deseché esa idea de inmediato.

—¿Por qué no? —protestó en voz baja.

—Complicaría todo —dije—. Es mejor que lo hagamos juntos. No quiero más niños perdido. —Hice una pausa—. Pero, si no la encuentro para cuando todo empiece... Corre hacía el sur y búscalos.

—No vamos a abandonarte —Joe saltó al frente con una pose decidida—. Vamos a esperarte.

Inhalé aire muy despacio.

—Nadie va a esperar a nadie, Joe —murmuré—. No esta vez. Ni a tí, ni a mí, ni a nadie.

—Pero... ¡Elena no permitiría que...! —Y se detuvo, como si hubiera caído en cuenta de que tal vez Elena sí lo permitiría.

Negué con la cabeza, sintiéndome un poco mal por él. Todavía era muy joven, lo que significaba que era muy iluso.

Seguimos buscando en silencio, evitando los espacios muy abiertos —lo que era algo difícil teniendo en cuenta el lugar—, y que eventualmente nos llevó de nuevo al centro del pueblo, cerca de las tiendas, y a un par de metros del bar. No alcancé a oír ninguna canción proveniente de ahí.

Nos movimos con cuidado, buscamos en todos los cobertizos abiertos que encontramos hasta que...

—Oye, James.

Joe se había separado de mi lado y ahora estaba peligrosamente cerca de una calle, mirando algo en el suelo. Me acerqué a él apresuradamente.

—¿Qué?

—Son huellas.

Era cierto. Había un solitario par de huellas marcadas en la nieve que poco a poco iba desapareciendo por la nieve que seguía cayendo.

—Son demasiado grandes para ser de Aleu —contesté—. Las huellas que ella debió dejar desaparecieron hace mucho tiempo. Estas son recientes, puede que sea de algún pueblerino, o...

—De un cazador.

Los dos nos estremecimos.

—Sigamos buscando —propuse rápidamente, guiandolo lejos del camino tan expuesto—. No sé cuánto tiempo nos queda, pero...

De súbito me golpeó un fuerte aroma acre que escoció en mi nariz y me obligó a callar; pude identificar de inmediato que se trataba de humo de la quema de madera. Moví la cabeza, traté de buscar su fuente y entonces, a un par de propiedades, pude ver el bar.

En la oscuridad de la noche apenas era visible, pero ahí estaba; el humo tomaba la forma de columnas negruzcas que se alzaban al cielo. Incluso cuando nos separaba una gran distancia de aquel lugar, me resultó fácil ver las figuras ondulantes de las llamas lamiendo el interior del lugar, engullendo la madera desde su interior con una facilidad mortificante.

—Ay ¿qué es...? —comenzó Joe, pero lo interrumpí.

Abajo, a sus puertas, me pareció ver la solitaria sombra de una persona. Y entonces, comprendí.

—La distracción —Me di cuenta—. Bash está desquiciado.

Alguien gritó a la distancia y se le fueron sumando más voces. Las luces de las casas a nuestro alrededor comenzaron a encenderse rápidamente.

—¡Fuego! —dijo un hombre que salía de su hogar todavía en pijama, apresurandose hasta el bar mientras se esforzaba en atar el nudo de su bata—. ¡Fuego en lo del viejo Henry! ¡Traigan mangueras! ¡Alerten a la estación de bomberos!

La gente se estrelló entre sí mientras se apresuraban a acercarse para poder ayudar. El repentino ajetreo y conmoción fue tal, que ninguno de los ciudadanos que pasó por nuestro lado se molestó en mirar más de dos veces a un par de caras desconocidas como las nuestras.

Lo mejor de todo era que eso sería suficiente para distraer incluso a La Rosa.

Tomé una bocanada de aire antes de tomar a Joe por la muñeca y reiniciar nuestra marcha en dirección al fuego.

—Ey, ey, ¿a dónde quieres ir? —exclamó él, tratando de zafarse en vano.

Yo continué caminando a pasos agigantados.

—Vamos a buscar a Bash. —Le exhorté con un sacudón—. Haré que te lleve con el resto.

—¿Y qué pasa con Aleu?

Mis dedos se aferraron un poco más fuerte a su piel.

—Seguiré buscando.

Nos acercamos por uno de los costados y nos camuflamos con los que miraban con preocupación desde una distancia prudente. La mayoría de hombres jóvenes se habían ofrecido de voluntariado para ayudar a aminorar el fuego salvaje que nacía desde las ventanas.

Uno de los vidrios de una ventana superior estalló. La gente se echó hacía atrás con una exclamación espantada.

Un hombre dijo:

—¡Todavía hay gente adentro! ¡Traigan más agua!

Por un momento —solo uno— me permití el placer de imaginar que, quien quedaba dentro del lugar era Raymond y, tal vez, su prole. Fue solo un momento. Un sueño que otorgó cierta ligereza en mi pecho solo por un instante.

Nunca había pensado en el odio; hasta entonces creí no saber lo que era —lo que significaba— odiar profundamente, pero entonces consideré que tal vez se trataba de eso mismo: algo tan fuerte que me obligaría a imaginar y regocijarme en el sufrimiento de alguien.

Joe me sacó de mi ensimismamiento tirando desde mi brazo. Al mismo tiempo, bajando de las colinas, los sabuesos ladraron y aullaron; estaban regresando del bosque para ayudar.

—James. —Me pareció que dijo—. James, vamos... Vámonos ya. Esto no me gusta nada.

Parpadeé y moví mi cabeza hacía los lados. Joe me estaba mirando con ojos enormes y manos temblorosas. Estaba asustado.

Respiré hondo y traté de alejar los sentimientos amargos antes de impulsarnos entre la gente hasta la figura de Sebastian que permanecía quieto, más cerca del incendio que cualquiera. Cuando estuvimos junto a él, me percaté de la sonrisa amplia que estaba exhibiendo. Una mueca maliciosa en la que se reflejaba el brillo abrasador del fuego. Una ilusión perversa en sus ojos que traicionaba cualquier tipo de buenas intenciones.

—¡Bash! —Lo sacudí por el hombro, alejándolo de cualquier lugar en el que su mente retorcida se hubiera dejado llevar—. ¡Tienes que tomar a Joe y alejarte de aquí! ¡Diríjanse con Elena!

Cuando él puso sus ojos sobre mí, me pareció perdido. Primero me miró a mí, y luego sus ojos descendieron hasta Joe.

Sin querer perder mucho más tiempo, lo empujé contra él.

—¡Los quiero lejos de aquí a los dos!

Pero por más que insistí, Joe no se soltó enteramente de mi brazo. Bash, en cambio, tenía una mirada ida que vagaba por sobre el caos con indiferencia.

—Te dije que se me daba bien llamar la atención —me dijo, como si estuviera hablándome del clima. Luego, sus ojos se enfocaron en algo a mis espaldas y él volvió a sonreír—. Pues mira nada más, parece que la pequeña sí es un hueso duro de roer.

Giré sobre mis talones sin pensarlo y mis ojos se movieron por entre la multitud con rapidez. Se detuvieron mucho más allá de la gente, de la luz del fuego, muy cerca de una vieja cabaña situada en las sombras, a solo unos cuantos metros de distancia.

Mi corazón se hundió.

Era una cabaña como cualquier otra, pequeña, probablemente hecha de pino, con unas cuantas ventanas, un pórtico diminuto y un techo a dos aguas. Pero la casa no era lo importante, sino quien se situaba a su costado, aferrada a una de las columnas como si su vida se fuera en ello.

Aleu estaba ahí, y lo miraba todo con horror.

Mis pies se movieron mucho antes de que mi cerebro diera la orden. Me precipité hasta ella, atravesé a la gente amontonada y surqué el terreno nevado tan rápido como pude. Ella solo fue capaz de verme cuando estuve a un salto de distancia. Entonces su rostro entero brilló; bien podría haber sido de miedo o alivio... No me importó.

La tuve entre mis brazos mucho antes de que ella siquiera pudiera pensar en decir algo, y parte de la opresión en mi pecho desapareció. En su lugar, me arribaron emociones difíciles de explicar.

—¡Te dije que te quedaras en el maldito hospital! —reclamé con dureza, incluso cuando mi voz había sonado afónica—. ¡Mierda, Aleu! Me dijiste que te portarías bien...

Estaba enojado, y estaba triste, pero también feliz y aliviado. Todo en partes iguales, al mismo tiempo, entretejidas entre sí y sacudiendo mi cabeza como un fuego cruzado.

Ella estrelló un puño contra mi pecho.

—¡Te ibas a asustar y me ibas a abandonar! —bramó sobre mi oído con una voz ronca que precipitaba su llanto—. ¡Y soy buena!

Mis manos la sostuvieron por las mejillas, alejándola un poco de mí para que pudiera mirarme a los ojos.

—¡Me dejaste enfermo de preocupación! —reclamé—. ¿Qué iba a hacer yo si te pasaba algo? ¿Cómo se te ocurre tal estupidez?

—¡Ibas a dejarme! —Y súbitamente ella rompió en llanto—. ¡Siempre quisiste dejarme! ¡Fui a buscarlos! —sollozó, limpiándose la cara a medida que las palabras brotaban de ella como una avalancha—. ¡Fui a buscarte y luego quise volver, pero no encontré el camino, y... y...! Traté de pedir ayuda, y...

Las palabras se arremolinaron por completo con el llanto desbocado, lo que terminó en balbuceos incomprensibles que le impidieron respirar. Ella saltó y enredó sus brazos alrededor de mi cuello. La levanté en mis brazos.

—¿Estás bien? ¿Alguien te hizo algo?

Aleu negó con la cabeza. Dejé salir el aire que había estado conteniendo y pasé una mano por su cabello enmarañado.

—Un hombre... —Me pareció escucharla decir, pero su voz quedó en segundo plano cuando Joe y Bash se nos acercaron.

—¡James, hay que irnos! —Giré la cabeza— ¡Ya están aquí!

Reculé mi posición. Tras Joe y Bash, entre la multitud alrededor del incendio, divisé las sombras de hombres armados y perros que se esforzaban por ayudar a apagar el fuego. Todavía éramos invisibles para la gente, lo que era bueno. Fijé la mirada en Bash.

—Vamos a tener que transformarnos si queremos llegar hasta Elena a tiempo —Acomodé a Aleu sobre el suelo muy despacio—. Tú vas a tener que llevar a Joe encima.

Joe gorgojeó lo que me pareció una risa. O el intento de una.

—Vaya, esto será incómodo.

—Yo cambiaré primero porque seguro soy el más lento —expliqué apresuradamente, mientras iba despojándome de mi mochila, el bolso que el señor Andrews me obsequió, y el rifle de aire comprimido —. Aleu tomará mis cosas y vendrá conmigo y... —Suspiré—. Los perros comenzarán a alertar a todos en cuestión de segundos, así que... Bash, ve haciendo lo propio y larguémonos de aquí. Aleu, tú cúbrete los ojos.

Ella obedeció ipso facto.

Tal como predije, mi transformación fue dolorosamente lenta y tortuosa.

Los sabuesos aullaron un segundo después; habían sentido a una presa.

—Santa madre de... —Bash, que todavía luchaba por deshacerse de su camisa, parpadeó en mi dirección con la mandíbula rozando el suelo—. James, hijo de puta.

Me obligué a ignorarlo.

Me incliné en la nieve con cuidado y resollé por la nariz, llamando la atención de Aleu. Ella descubrió su mirada agotada y no tardó mucho en subirse a mi lomo junto a todas nuestras cosas.

Sebastian se transformó en cuestión de un plis, tan rápido que me costó ver el proceso de cambio. Y frente a nosotros, hubo otro ciervo. Una sombra. Era más grande que yo en cualquier sentido y mucho más imponente. El pelaje negro lo hacía ver como un mal augurio, y sus astas eran más grandes que las mias, pero no tan brillantes, eso seguro.

Incluso la manada de perros a nuestras espaldas se oyeron más embravecidos que antes, iracundos e incómodos por su presencia. Era una suerte que el fuego tuviera a los hombres demasiado ocupados como para hacerles caso.

Bash se llevó consigo a Joe de un salto ágil. Se alejaron corriendo y con el viento en contra. Los hombres gritaron y cuando yo me dispuse a correr también, Aleu tiró con sus dedos de mi pelaje, llamando mi atención. Ella se abrazó a mi cuello como pudo.

—Había un hombre —dijo tan bajito que apenas lo escuché.

¿Qué?

Ella, un poco más fuerte, agregó:

—Ahora nos está mirando.

Por lo que me obligué a voltearme una última vez al caos que estábamos por dejar atrás. Mis músculos se tensaron y mi estómago se contrajo dolorosamente cuando el tan conocido miedo me paralizó. Había vivido tanto tiempo rememorando la sensación que creí que, cuando llegase la hora, sería imposible que este me tomara y me encadenara al suelo como un prisionero, pero me equivoqué.

El miedo era igual; como la primera vez que Elijah Pierce estuvo frente a mí luego de arrebatarme la única familia que me quedaba. Solo que ahora parecía más grande, adulto.

Encontré inquietante el gran parecido que compartía con su padre.

—James —dijo.

Tenía un rifle de caza colgado de su hombre.

Sabía mi nombre.

Mis músculos estaban contraídos, listos para echar a correr. Pero no corrí. El fuego seguía ahí, atrás, muy lejos y cerca a la vez. La gente continuaba arremolinada en torno a él; no estaba seguro de si podrían verme.

Los perros continuaron aullando.

Todo se estaba moviendo más rápido que yo.

Él avanzó un paso. Yo no me moví.

Mató a Jane.

Él mató a Jane.

Y sabe mi nombre.

Sabe quién soy.

¿Cómo podía saberlo?

Nos quedamos los dos ahí por una eternidad, o solo unos segundos. No podría estar seguro. Pero entonces, escuché el estruendo de un disparo a la distancia. Sentí el impacto en mi cuerpo mucho antes que el dolor. Fue algo que nos tomó por sorpresa tanto a él como a mí, y cuando Aleu chilló, mi cuerpo entero finalmente reaccionó.

Eché a correr lo más rápido que pude, ignorando los gritos, los hombres, los perros, a Elijah y el dolor punzante de la bala incrustada entre mi hombro y cerca de mi cuello.

En el momento que alcanzamos al resto, nos las ingeniamos para dejar a todos atrás. Y cuando estuvimos a varios kilómetros de Tok, la nieve de esa tormenta ya había cubierto nuestro rastro. 





















N/A:

OFICIALMENTE ESTE ES EL CAPÍTULO MÁS LARGO QUE ESCRIBÍ, CON MÁS DE 7400 PALABRAS 🎉

¿Qué les pareció? Comentarios y críticas constructivas son siempre bienvenidos 💕

Perdón si les dije que iba a publicarlo este finde pasado, pero hubo complicaciones 🥴

De todos modos, me alegra por fin haberlo terminado.

Con este capítulo ya podemos dar por cerrado esta primera parte, y así nos abrimos a la segunda etapa del libro 🤭

Bte, ¿les gustó la nueva portada? Aproveché una inteligencia artificial en discord para hacer la ilustración y la verdad amé los resultados, lo que me lleva a otra cosa que quería compartirles...

¡El universo se expande!


¡El mundo de Corona de Oro se expande en otros tres libros más! Dos de ellos son precuelas (los títulos son provisionales), el primero Algún Lugar en la Niebla es una sección de capítulos cortos donde más adelante podremos conocer más a James, Jane y su familia. Seguramente sea el primero que empiece a publicar.

Después Nacidos Para Morir, un libro corto del cual no voy a revelar portada ni descripción porque podría implicar varios spoilers para lo que nos queda de trama en Corona de Oro.

Y bueno, de igual manera no estoy autorizada para compartir información de  En Lo Salvaje por los mismos motivos.

Arriba van a poder ver los años en los que las historias van a tener desarrollo 🤭

Con esto dicho, los voy leyendo en comentarios y nos vemos en la siguiente parte próximamente 👀

Muchas gracias por todo el apoyo y paciencia 🥺💖💖

Nos leemos!

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